LAS RELACIONES INTERPERSONALES EN LA CATEQUESIS

LAS RELACIONES INTERPERSONALES EN LA CATEQUESIS Lola ARRIETA I. SOMOS Y CRECEMOS COMO SERES EN RELACIÓN 1. El hecho de la relación En la catequesis de...
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LAS RELACIONES INTERPERSONALES EN LA CATEQUESIS Lola ARRIETA I. SOMOS Y CRECEMOS COMO SERES EN RELACIÓN 1. El hecho de la relación En la catequesis de la experiencia, yo he aprendido de vosotros que valoráis mucho los símbolos. El año pasado en vuestras jornadas os ocupasteis ampliamente de este tema. Pues bien, el primer símbolo que nos habla de la relación lo tenemos tatuado en nuestro propio cuerpo: el ombligo. Todos tenemos ombligo. ¿Qué simboliza?, ¿qué nos dice y recuerda? Lo sabemos bien, vamos a rememorarlo juntos. Nacemos de la relación y crecemos por la relación. El llegar a ser en el tiempo con nombre, identidad, vocación y proyecto de vida en relación con los demás es fruto del intercambio de gestos, acciones y relaciones que recibimos y nos damos unos a otros. Somos a partir de aquello que hemos recibido: unos padres nos han dado vida y palabra, quizá con muy hondo cariño o quizá con mucha deficiencia; un pueblo nos ha dado su cultura, sus creencias, su fe. Desde la fe cristiana podemos decir que nacemos por don, no hemos brotado a la existencia por la fuerza. Descubrir la vida como don y asumir la vida y la fe de forma consciente y personal exige la mediación humana que nos permite acoger el don que viene de lo alto. 2. La posibilidad de escuchar la palabra fundante y salvadora del Padre En el bautismo de Jesús, cuando saliendo del agua se abren los cielos y el Espíritu desciende como paloma sobre él, se escucha la voz del cielo que dice: “Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me he complacido” (Mc 1,9-11). Aquí encontramos el fundamento de cualquier vocación. Antes que cualquier voz humana que llama, está la voz de Dios que llama a Jesús “¡Hijo querido!” y que hace posible que él responda “¡Padre!”. Es en esta palabra fundante y salvadora donde encuentran sentido el resto de las palabras humanas. Nuestro Dios cristiano sabe dar vida y gozar llamándonos por el nombre. De su amor y gozo hemos nacido, en el amor y gozo podemos realizarnos. Esta experiencia es la que queremos mostrar y hacer creíble en la relación con los otros; por eso:

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La relación en la catequesis está llamada a ser experiencia significativa y fundante en la que cada joven, mujer, hombre… experimente en nuestra comunicación “Eres hijo/a, hermano/a ¡qué bien me siento contigo, qué gozada haberte conocido!” La relación humana se fundamenta en la creación. Pablo nos lo recuerda: “En él vivimos, nos movemos y existimos”. En la experiencia misma de sentirnos vivos, con proyecto y sentido de vida en los acontecimientos de la vida diaria, podemos ir descubriendo que él está, él da sentido a la vida. La relación es llamada al amor, a la comunión, a la trascendencia. En la medida en que experimentamos que los otros se interesan por mi vida, se da en mí el movimiento a la alteridad, al salto. Y esto no es sencillo, porque siempre supone rupturas, superación, pero al tiempo se experimenta la diferencia que personaliza y capacita para el encuentro. La relación, desde Dios mismo, se hace salvación. ¡Cuántos milagros realiza la Palabra… y las palabras y signos que potencian encuentro, liberación de cargas, solidaridad, liberación del propio pecado, de la experiencia del desamor! La relación así vivida es vida de Dios en la propia vida humana, por eso se hace significativa, experiencial, fundante, y crea vínculos.

3. La relación significativa y fundante siempre crea vínculos La experiencia vincular no es sencilla ni se da de una forma automática. Es un entramado que se teje en el tiempo, con muchas idas y venidas, en muchas experiencias compartidas. Cuando vea los campos de trigo, me acordaré del color de tus cabellos y eso me pondrá contento, me animará para vivir, dice el zorro al Principito en la paradigmática escena de la despedida. Para llegar a crear un vínculo en la relación, cuando se parte de posiciones asimétriclas, se hace necesario que uno de los interlocutores llegue a ser reconocido y aceptado como referencia significativa para el otro. Y que éste, a su vez, tenga vínculos que le permitan sentirse capaz de amar y relacionarse. Una relación vinculante es aquella, profundamente personal, que permite al interlocutor hacer creíble el mensaje que recibe. La relación vinculante ayuda a nacer y a renacer, porque en ella se hace posible como un milagro: -

Creer en uno mismo, saber que alguien se alegra de tus avances y se preocupa de tus tropiezos. Dar palabra y significado personal a las experiencias que se viven. Descubrir un proyecto de vida. Estimularse, arriesgarse, asumir las dificultades, afrontar conflictos, abrirse.

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Encontrar sentido a la propia vida, porque en ella se descubre que creer en sí mismo, en los demás y en el Dios de Jesús es posible y es bueno.

¿No cuestiona este planteamiento a nuestro ser mismo de creyentes y catequetas? ¿No confirma este mismo planteamiento nuestra intuición largamente evidenciada de que, si la catequesis no es “catequesis de la experiencia”, no preparamos el camino para descubrir la presencia misma de Dios en la relación y en la vida? Conclusión: Revisar a la luz de los postulados de la comunicación cómo son nuestras relaciones nos puede ayudar a “afinar” más aún los presupuestos que hacen posible la experiencia. Eso es lo que nos anima para desarrollar el apartado siguiente. II. LA CATEQUESIS COMO ACTO DE COMUNICACIÓN. ¿SE CUMPLEN LOS PRINCIPIOS QUE RIGEN LA COMUNICACIÓN? Las relaciones interpersonales son tales cuando entre los interlocutores se da la experiencia de comunicación acogida y expresada. Pero la comunicación no es sólo emisión de mensajes, sino interrelación y encuentro que tiene unos principios que la rigen. Unos a otros nos condicionamos en nuestra comunicación, y el resultado es “encuentro o desencuentro”, según los derroteros que sigan estos intercambios. La catequesis dentro del proceso evangelizador es la experiencia que consiste en “dar la Palabra recibida como don y encargo”. Esta Palabra de Dios tiene un carácter histórico y no es posible entenderla sin tener en cuenta la antropología y la cultura propias de nuestro tiempo. El ser humano en su totalidad es un ser comunicado. Su vida de creyente sólo es posible en el seno de la comunidad. También la fe necesita este ámbito de experiencia y comunicación. La acción catequética sólo es tal cuando se cumplen las leyes de la comunicación y se hace posible el crecimiento liberador de hijos y hermanos. Vamos a enumerar estas leyes o principios de modo que nos sirvan de referencia para nuestra reflexión y cuestionamiento. A partir de ellas podemos preguntarnos cómo van nuestras relaciones. Somos conscientes de que estos principios hacen referencia a la comunicación humana y de que la experiencia religiosa los trasciende y atraviesa. Según he entendido, lo que deseáis aquí es revisar cómo va la comunicación y las relaciones interpersonales en los diferentes ámbitos de encuentro. 1. Principio primero. En la relación siempre nos comunicamos; no es posible no comunicarse Si admitimos que toda conducta es comunicación –en situación de relación–, entonces toda conducta tiene valor de mensaje. Por mucho que uno intente no comunicarse, no puede dejar de hacerlo. La actividad, la pasividad, el tono, el gesto, el silencio, la palabra: todo es comunicación. Esta primera propiedad entre los seres humanos apela a la libertad y a la conciencia. Ser humano desarrollado es asumir la responsabilidad de comunicarse y 3

comprometerse en esa comunicación. Y porque esto bien lo sabemos, a veces intentamos evitarlo. a) ¿Qué impide en ocasiones expresar lo que sentimos? La necesidad exagerada de constante reconocimiento, el miedo al rechazo, a la crítica, al boicot; el no tener suficientemente en cuenta quién es nuestro interlocutor; la actitud de pasividad mental que desconecta de aquel que habla. En la catequesis, hoy andamos con mucho miedo al reconocer la dificultad de que nuestro mensaje llegue. No estamos seguros de poder entendernos con los jóvenes. Sentimos que aun dentro de nuestra Iglesia los lenguajes son diferentes. Con frecuencia experimentamos la incoherencia entre lo que intentamos transmitir y la propia vida. Es muy fácil bloquearse en la comunicación. b) Consecuencias que se derivan para que la comunicación sea posible. -

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Estar con el oído atento para conectar con la vida y la realidad de los jóvenes. En la convivencia con ellos la comunicación acontece, no hay que buscarla. Sin embargo, la posibilidad de crear vínculos y construir encuentro sólo es posible cuando elegimos comunicarnos y nos comprometemos en la comunicación misma, saliendo a su encuentro. No pretender aniquilar diferencias de punto de partida. Saber discernir con sabiduría entre conducta y persona. Con frecuencia confundimos buena comunicación con fusión. Identificamos el buen entendimiento con acuerdo previo y armonía fusional. Por eso, cuando nos encontramos con personas con sensibilidad, edad, códigos de significación diferentes de los nuestros, nos cuesta conectar con ello. Sin embargo, la experiencia de la relación es un camino de encuentro largo y apasionante que presupone puntos de partida distintos y un interés común que nos hace encontrarnos. La experiencia de la acción catequética sólo puede darse si se transmite en un clima de verdadera comunicación: el interés común que nos permite encontrarnos es el Señor. La clave de la convivencia es salir al encuentro de los otros y acogerlos donde están, tal y como son. Darse a conocer y conocer, expresar y dejarse expresar. A comunicar se aprende comunicando. Esto exige de las personas la capacidad de expresarse y dejar a los otros que se expresen, no usurparles la propia palabra, acompañar el balbuceo que poco a poco se va configurando. Supone conocerse, interesarse, comprometerse, descubrir puntos de conexión y encuentro; trascenderse de forma conjunta y compartida más allá de los planteamientos iniciales de cada uno. Pero este milagro sólo es posible cuando se establece la corriente de confianza mutua que nos sabe interesados los unos por los otros.

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2. Principio segundo. Con la comunicación no sólo se transmiten contenidos, sino que siempre tratamos de conseguir de los otros determinadas conductas. Todas nuestras comunicaciones en la catequesis tienen dos aspectos: uno de contenido y otro de relación. El aspecto de contenido se transmite en los temas mismos tal y como se presentan. El aspecto de relación es la manera como debe entenderse esa información. Y se expresa en el tono, acento, gesto, contexto, mirada, postura que se adopta, etc. La conexión que existe entre lo que se dice y el estilo de relación que se organiza al transmitirlo es de vital importancia para que se dé comunicación real entre las personas. En la catequesis tratamos de anunciar el mensaje, pero al tiempo nos posicionamos de determinada manera ante los otros con el modo y forma de comunicarnos. Esto lo reconocemos muy fácilmente en la vida diaria cuando oímos los comentarios sobre otros: “Éste habla dando órdenes”, “éste, cuando habla, parece que pide perdón”, “habla sermoneando”. Es tan importante esta propiedad, y tienen tanta sensibilidad los jóvenes para ellos, que las primeras reacciones de aceptación o rechazo de la catequesis, antes que respondes a ninguna otra causa, se justifican precisamente desde aquí. Nosotros mismos cuando sentimos que el otro se ha afectado de forma inesperada con nuestra comunicación añadimos: “Ha sido broma, no te lo tomes tan enserio, que yo no pretendía otra cosa”. Es decir, con las palabras tratamos de suavizar u objetivar aquellos mensajes que han llegado previamente con nuestros gestos: gritar, sonreír. Este aspecto relacional de la comunicación lo encontramos de forma muy gráfica en Mc 3, 31-35, cuando Jesús, sentado en corro, quiere mostrar a todos su concepto nuevo de familia y comunidad de hermanos, hermanas y madre. Lo radical de esta escena no es lo que dice, que contrasta de manera frontal con la idea de familia del israelita, sino lo que hace mientras lo dice. Su forma de hacer constituye el metamensaje de su propio mensaje. ¿Recordáis el texto?: * Por su forma de estar sentado en círculo, en corro, puede mirar en torno a sí y encontrarse de igual a igual con las miradas de los que le escuchan y le buscan. Todos tienen palabra, todos pueden participar y conversar. *Por su forma de relacionarse con cada uno según su circunstancia, necesidad, momento vital, ha ido creando en torno a sí el corro de la amistad, de la fraternidad en la que poco a poco todos se han ido sintiendo en casa. Y a partir de la experiencia que crea en ellos y con ellos puede afirmar que eso es el sueño de Dios sobre la familia, sobre la fraternidad. 5

La capacidad de metacomunicarse de forma adecuada es condición básica para que el anuncio del mensaje sea eficaz al estilo de Dios. a) ¿Qué impide en ocasiones la congruencia entre el contenido que transmitimos y la forma de relación con que actuamos? Cuanto más ansiosos y desconfiados estamos respecto a los otros, más difícil se hace esta dinámica de comunicación congruente. Cuanto más viciados están los ambientes más abundan los malentendidos, los prejuicios, desconfianzas y susceptibilidades por lo que el otro quiso o no quiso decir; esto ocurre cuando no nos metacomunicamos bien. b) Consecuencias que se derivan para la catequesis -

Entrar en relación con los otros supone un buen contacto y relación con nosotros mismos. Esta consecuencia que enunciamos tan sencillamente, y nos parece tan evidente, es muy compleja, porque no estamos acostumbrados entre nosotros a comunicarnos con profundidad, desde el ser hombre o mujer de cada uno. Para cuidar las relaciones interpersonales en espacios informales, para poder superar las interferencias en el encuentro con los otros, necesitamos el contacto, la certeza de saber qué sentimientos nos están generando las relaciones, qué se mueve en nuestro interior.

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Tratar a los otros con calidad humana y evangélica. En la catequesis, inevitablemente, la relación se “roliza”. Por muy naturales que sean las relaciones, el contexto mismo nos sitúa a unos y a otros en papeles diferentes; esto dificulta la transmisión del lenguaje. En la relación que se establece va a ser fundamental para conectar con los otros que se sientan tratados como personas, actuar con autonomía, sentirse reconocidos en sus capacidades. La posibilidad de expresarse en todo su ser va a mediatizar absolutamente la acogida o rechazo del mensaje. Igualmente entre nosotros los adultos y catequistas: aunque las relaciones fraternas se presuponen entre iguales y hermanos, la vida, el contexto, los servicios que se desempeñan, la historia personal… nos hacen percibirnos unos a otros de forma inevitablemente “rolizada”. Con demasiada frecuencia experimentamos que las palabras de unos pesan más que las de otros. Cuanto más agudas seas las diferencias y menos reconocidas estén, mayor puede ser el clima de enrarecimiento en la comunicación y más crece la dificultad de trabajar en equipo, de testimoniar que somos comunidad.

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Crear un clima de acogida y libre expresión en la comunidad. Establecer canales adecuados de información y expresarnos de forma clara, directa, sencilla, auténtica y concreta, configura las bases de un sistema de comunicación funcional, es decir, positivo y sano. 6

3. Principio tercero. La posibilidad de que una relación acabe en encuentro o en desencuentro depende de la valoración que damos a los intercambios comunicacionales. En el diálogo, y de forma casi inconsciente, nos fijamos en la dinámica relacional que se establece a lo largo de la conversación y vamos valorando (puntuando como en los deportes) quién domina en esa relación. Lo hacemos fijándonos en quién toma la iniciativa, quién manda, quién obedece, quién se impone, a quién se da la razón, se le hace más caso, se toma como modelo, etc. Este principio de relación se expresa en mil pasajes del evangelio cuando vemos a Jesús tomar partido por los pobres, las mujeres, los pecadores, sin dejar que sean aplastados por aquellos que dominan en la cultura del momento. ¿Recordáis a Jesús en Jn 8, 2.11, cuando le presentan a la mujer acusada de adulterio y le preguntan –con mala idea, dice el texto– qué hacer con aquella mujer? Está claro que Jesús experimenta en esa forma de comunicarse el intento de pillarlo y acusarlo, y es entonces cuando abiertamente se defiende con dignidad respondiendo: “El que no tenga pecado que tire la primera piedra”. Y dice el texto que fueron saliendo uno tras otro. ¡No habían podido con él! Las relaciones que establecemos facilitan la fraternidad en la medida en que sepamos superar las actitudes que nada tienen que ver con el evangelio y que configuran patrones de relación contrarios al mensaje mismo que tratamos de transmitir. Estas actitudes son: la moralizante, la de la competitividad pura y dura, la sutilmente culpabilizadora. a) ¿Qué hace que en ocasiones nuestra relación se destruya y se convierta en lucha y pelea? A veces, en los grupos se encuentran climas de armonía, hay una adaptabilidad fría ¡o caliente!, pero no hay encuentro. Son aquellas situaciones en las que hay una dinámica de “dominio o dependencia pactada” porque todos sacan beneficio de esa situación y se hace más eficaz evitar el conflicto que afrontar los problemas en su raíz. Otras veces en los grupos y comunidades cunde el malestar. No hay acuerdo, cada uno percibe una cosa distinta en la relación y se siente malinterpretado por el otro, maltratado, decepcionado y mil catástrofes más. Esto ocurre cuando hay demasiada lucha de intereses y poca disposición de diálogo y encuentro para negociar significados compartidos, para aprender a ponernos en la perspectiva de los otros; en definitiva, para cambiar la actitud.

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Cuando la conversación “se enquista”, se pierde la capacidad de pensar, y los razonamientos reiteradamente intercambiados no sirven para nada, sólo queda el sabor amargo y tenso del forcejeo, de la pelea. La dinámica de relación se reduce a la dinámica de la luz intermitente del coche: sí-no-sí-no-sí-no… así hasta el infinito. Para salir de este laberinto en el que nos sentimos “atrapados”, sólo queda la pelea abierta para ver quién logra derrotar antes a quién, y se suele hacer comenzando a disparar acusaciones: “Lo que dices sólo puedo explicármelo pensando que tienes mala intención o que estás loco”. b) Consecuencias para la catequesis y para los catequistas -

No hay otro camino para construir la comunidad que el encuentro y la relación asidua y cotidiana. Mientras el sabor de la relación es positivo, avanzamos sin dificultad; pero, cuando comienza la sensación negativa, tenemos el peligro de machacarnos unos a otros. ¡La fraternidad se construye cada día y exige un despojo continuo, una actitud de éxodo y conversión que a veces nos resulta demasiado dura!

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Para fomentar la relación sana y constructiva es necesario practicar con salud las destrezas base de la relación. El intercambio de percepciones, los puntos de vista, la capacidad de admitir como básicas las diferencias mutuas en el modo de ser, sentir, pensar, desear, expresarnos; la disposición a crear comunión a partir de las diferencias, el ejercicio constante del discernimiento, es lo que verdaderamente nos ayudará en el avance.

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Cuando la relación se “enquista” y se roliza dando lugar a juegos y atascos, sólo es posible salir de ello si dejamos enfriar nuestros sentimientos y nos ponemos en disposición de negociar los conflictos; pero, para que esto sea posible, hace falta una posición de igualdad entre las partes. Esto requiere mucha objetivación. Superar esquemas reduccionistas y dogmáticos y no caer en la trampa de las culpabilidades. Ningún conflicto se puede entender al margen de las relaciones de poder.

Hay conflictos muy difíciles de resolver porque el poder que existe entre las partes es muy desigual y, cuanto menos equiparados estemos en poder, más difícil se hará encontrar una salida. Si llega esta situación, sabemos que el enfrentamiento lleva a la muerte, a perder a la parte más débil. El ejemplo lo tenemos en Jesús. Cuando se enfrenta a los poderes dominantes de su tiempo, sabe que este enfrentamiento es desigual y que él está derrotado de antemano. Por eso, cuando se mantiene en su camino, sólo le queda aceptar con dignidad la muerte para que el poder del amor de Dios se manifieste en su derrota.

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Estas situaciones dan lugar a experiencias muy dolorosas, donde se rompe la fraternidad dejando heridas de muy difícil curación; pero, vividas en positivo, son el camino seguro de la fraternidad. Creo que de este principio se pueden deducir muchas consecuencias para nuestras relaciones entre grupos y entre instituciones. 4. Principio cuarto. Para comunicarnos usamos el lenguaje analógico (no verbal) y el digital (la palabra). Ambos están siempre presentes y se complementan entre sí. Cuando ambos coinciden, el mensaje llega con nitidez. Cuando hay disonancia, se impone el mensaje que va por vía analógica. En nuestro caso, el lenguaje analógico es la dimensión celebrativa, testimonial y amistosa del lenguaje. Es el lenguaje que habla por nuestro estilo de vida, gestos, relaciones informales, capacidad de encuentro desformalizado, capacidad de expresar y tomar en cuenta las emociones, la afectividad, el color de la vida. El lenguaje digital es la palabra. Resulta mucho más frío, distante, objetivo y objetivador, carece casi por completo de significado sin la ayuda del lenguaje analógico (tono, gestos, posturas, expresión…), ya que la comunicación se centra sobre todo en relaciones. En nuestro caso es el que se expresa en todo lo formal: reuniones, anuncio formal de la Palabra, catequesis, etc. Con el lenguaje digital podemos expresar verdades o mentiras. En cambio, es muy difícil mentir con el lenguaje analógico. De hecho, las vivencias más profundas y misteriosas de la vida, al expresarlas, casi se escapan del lenguaje digital. Tratar estos dos lenguajes como realidades contrapuestas y carta de ciudadanía a uno de ellos, subdesarrollando y evitando el otro, es fuente continua de conflictos. La calidad de la comunicación se mide no solamente por la capacidad que tenemos de predicar y anunciar el mensaje dentro y fuera de nuestros grupos, sino por la posibilidad de comunicar los sentimientos vividos, la experiencia religiosa afectiva; abrirnos a los otros y poner en común lo que late en lo más profundo de la existencia, los deseos y proyectos que configuran nuestro ser; vivirnos como hombres y mujeres creyentes y avalarlo con la vida. Jesús, con sus amigos Marta, Lázaro y María, en Betania, nos da una lección clara de que en medio de su camino él también sabe cultivar la amistad, dedicarse a las relaciones informales, tratar como el hombre que es con la mujer como tal, con el amigo, hablar de tú a tú, celebrar, mostrarse congruente con lo que predica. a) ¿Qué hace que la dicotomía de lenguajes sea tan llamativa? En el proceso educativo de nuestras sociedades se ha valorado tanto la cabeza sobre el corazón, la reflexión sobre la acción, que así nos ha ido. Los formalismos han venido tanto… y más en nuestra Iglesia. 9

Cuando en el clima de nuestros grupos aparecen censuras, bloqueos y “castigos” implícitos, los lenguajes se descompensan y las emociones inundan todo. La defensa y el ataque, la pasividad y dejación de responsabilidades o las dependencias excesivas anulan la capacidad de pensar, crear, encontrarse. Una catequesis que no cuenta con lo que pasa en la calle, con lo que sienten y padecen las personas, que no se pregunta con asiduidad por qué no acuden los que no acuden, que no sale de sus círculos cerrados ni de sus encuentros formales, no contribuye a transmitir la dimensión liberadora y celebrativa del Reino. b) Consecuencias para la catequesis y para los catequistas -

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En la catequesis es absolutamente imprescindible combinar los dos lenguajes. Aunque demos prioridad normal al lenguaje digital, la calidad de la catequesis – por su misma esencia– va a depender del uso adecuado del lenguaje analógico. Si lo que pretendemos transmitir y provocar es una experiencia de alegría y gozo, sólo el testimonio puede venir en ayuda de la palabra. El gesto que impacta, la experiencia que no se olvida. Para que la calidad de la comunicación crezca y las relaciones se estrechen hace falta poder expresar con libertad los sentimientos personales e interpersonales en los grupos. Educar las emociones, expresarlas con claridad y sobriedad, acoger y abrirse a la sorpresa y lo inesperado, es una “asignatura pendiente”. El estilo de vida acorde con lo que predicamos es el verdadero comunicador de lo que sentimos realmente.

5. Principio quinto. Las relaciones que se establecen en la comunicación pueden ser simétricas o asimétricas. Cada uno de estos tipos está basado en unos valores distintos. Según los valores que presidan nuestra vida, y las relaciones mismas, escogeremos una u otra modalidad. Las relaciones simétricas están basadas en la máxima igualdad, las asimétricas o complementarias en la máxima diferencia. En las dos opciones se da un mutuo encaje entre conductas distintas pero interrelacionadas. En ocasiones, las posiciones de simetría o asimetría están preestablecidas por el contexto social o cultural. La forma misma de organizar nuestros grupos, la actitud de los catequistas, la forma de animar las reuniones, la manera de establecer relaciones entre grupos, denuncia o anuncia la voluntad de anunciar el mensaje de fraternidad de Jesús.

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La utopía del evangelio supone relaciones simétricas. Pero la organización piramidal y verticalista de la mayoría de nuestras instituciones ha hecho que degeneremos en relaciones de marcado rango asimétrico o complementario. Lo mismo se puede decir de las relaciones varones/mujeres en la Iglesia: que siempre se nos define como complementarios, influidos profundamente por el modelo patriarcal imperante. Aplicado al mundo de la catequesis… ¡Cuántas sugerencias!, pero creo que es mejor que vosotros mismos las deduzcáis, ya que estáis de lleno metidos en ellos. a) Consecuencias para las relaciones en nuestros grupos. -

Optar por relaciones simétricas en una estructura tan profundamente asimétrica como es la Iglesia pasa por reconocer y repensar cómo está distribuido el poder y ensayar fórmulas mucho más equitativas, equiparables, circulares y proporcionales.

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Optar por relaciones simétricas, acordes con el evangelio supone revisar y redefinir las mediaciones y el concepto mismo de líder de la comunidad, de animador, el perfil del catequista. Según como éste se viva, da lugar a una u otra estructura organizativa y se potencia uno u otro estilo de relación y comunicación, se nota en cómo se toman las decisiones, para qué y cuándo se busca el consenso.

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Optar por relaciones simétricas afecta de lleno a la forma de presentar el mensaje, conectar con los jóvenes, obliga a revisar los lugares y forma de evangelizar, los métodos, los contenidos, el lenguaje.

III. REFERENCIAS BÍBLICAS FAVORECEDORAS DE RELACIONES INTERPERSONALES POSITIVAS Hasta aquí mi exposición como referencia para el encuentro. El trabajo de este encuentro comienza ahora, cuando todos nosotros nos vayamos a los grupos y comencemos, de verdad, a comunicarnos desde la vida para contrastar cómo van nuestras relaciones, estrechar nuestros lazos y avanzar en el camino. Nos podemos preguntar: ¿Hay alguna palabra bíblica que refuerce estos planteamientos de la comunicación? A modo de resumen conclusivo, se me ocurre recordar con vosotros estos pasajes que recogen parte de lo expuesto. 1. Jesús, el Señor, es testigo y testimonio de comunicación experiencial y significativa. Él mismo, como Palabra encarnada, revelación del Padre, nos muestra con su ejemplo, palabra viva, el mismo mensaje de amor que nos anuncia (1 Pe 2, 21-23). En él se cumplen todos los principios de comunicación enunciados.

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2. El secreto de la comunicación no está tanto en hablar cuanto en escuchar (Prov 18,13); Sant 1,19. La evangelización se renueva cuando somos capaces de “descubrir y recrear las semillas de Verbo” que existen en toda criatura, en toda cultura. 3. La forma más segura de usar las palabras adecuadas es “tener un corazón preparado”, nos dice Prov 25, 11 y nos insisten Mt 12, 34-35 y Sant 3, 17-18. 4. Nunca es suficiente en la relación la capacidad que tengamos de resaltar, destacar, acentuar lo positivo. No podemos pretender arrancar la cizaña sin riesgo de arrancar también el trigo (1 Tes 5, 16-18). 5. La construcción de la fraternidad exige capacidad de perdonar y olvidar, admitir que nos hemos equivocado: disposición para rectificar (Col 3, 13; Sant 5,16). 6. La construcción de la comunidad exigen saber ceder, eludir discusiones sobre cosas insignificantes, saber perdonar. No criticar, sino restablecer, restaurar, construir el amor (Gál 6,1; 2 Tim 2, 14). “Refunfuñar constantemente mina el sistema nervioso como una gotera de agua” (Cf. Prov 27,15). REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ARRIETA, L., Comunicación-Comunión (Cuadernos Frontera; Vitoria, Instituto Vida Religiosa, 1996). CENCILLO, L., La comunicación absoluta (Madrid, San Pablo, 1994) FERDER, F., Palabras hechas amistad. La comunicación humana a la luz del Evangelio y la Psicología (Madrid, Narcea, 1995). WATZLAWICK, J. et al., Teoría de la comunicación humana (Barcelona, Herder, 1995)

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