Las islas Malvinas en la órbita del Imperio británico

Mario Hernández Sánchez-Barba Las islas Malvinas en la órbita del Imperio británico (Tres momentos históricos paradigmáticos) La magistral obra del s...
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Mario Hernández Sánchez-Barba

Las islas Malvinas en la órbita del Imperio británico (Tres momentos históricos paradigmáticos) La magistral obra del secretario de la Real Sociedad de Londres, Heawood, publicada en 1912 con el título de A History of Geographical Discoveries in the Seventeenth and Eighteenth Centuries, supuso un verdadero hito científico porque durante mucho tiempo los historiadores habían admitido como un dogma de fe una larga suspensión —desde los comienzos del siglo xvii hasta las grandes expediciones de Bougainville y de James Cook en el siglo xvni— en el proceso de descubrimiento de la Tierra. Con la obra de Heawood quedó probado el escaso fundamento de dicha opinión. Apoyándose en los documentos conservados en la biblioteca de la Real Sociedad de Geografía, Heawood no se había limitado a resumir las relaciones y diarios de los viajeros, sino que estudió el origen de cada expedición y dedicó una atención preferente a los resultados científicos, recogiendo de modo especial los que estaban dispersos en publicaciones poco conocidas y, desde luego, alejadas del alcance intelectual del gran público. De este modo pudo apreciarse con toda claridad que existía una continuidad serial en el proceso descubridor, aunque, ciertamente, se había producido una discontinuidad muy notoria en los métodos, los medios y los objetivos. Por su parte, Georges Le Gentil, en su Cuenta y Razón, n.° 7 Verano 1982

Historia del descubrimiento, aparecida en 1954, ponía de manifiesto su conocimiento de la cultura ibérica, revelando la profunda injusticia que suponía el olvido de las importantes aportaciones de viajeros, exploradores, geógrafos y naturalistas españoles y portugueses. Para muchos lectores estos datos supusieron una verdadera revelación, que historiadores actuales se han encargado de corroborar y conducir a sus últimos extremos documentales y metodológicos. Hay, sin duda, una continuidad en el proceso histórico del conocimiento geográfico de los continentes y de los océanos, la cual demuestra que no ha existido ninguna interrupción. Pero existe, operativamente, una discontinuidad que ofrece cambios o instancias mutativas en el proceso no ya del conocer, sino del aplicar valores estratégicos a las funciones impulsoras: geográficas, políticas, económicas, psicológicas, militares. En esa doble perspectiva cabe plantear el análisis histórico de las islas Malvinas. Su emplazamiento geográfico las situaba en zona española según el tratado de Tordesillas firmado en 1494 entre Castilla y Portugal 1 y, segura1 Florentino Pérez Embid, Los descubrimientos en el Atlántico y la rivalidad castellano-portuguesa basta el Tratado de Tordeaillas, EEHA, Sevilla, 1948.

mente, fueron avistadas por alguno de los navegantes españoles que, a partir del viaje de Magallanes, recorrieron esos mares, aunque no existe ninguna constancia documental ni cartográfica, sino presunciones lógicas: Esteban Gómez, desertor con su navio de la armada magallánica, perseguido por Duarte Barbosa, conocedores ambos de unas islas que llamaron San Antonio o San Antón y que, por error, se denominaron cartográficamente Sansón. Después, Loaysa, Alvarado, Camargo, en los cincuenta años siguientes, recorrieron estos mares. En 1600, una armada holandesa, constituida por cinco navios, cuyo objetivo era el saqueo de establecimientos españoles en América del Sur, fue dispersada por un temporal, y uno de sus navios, el «Geleof», al mando de Sebald de Weert, avistó unas islas desconocidas cuya latitud fue estimada en 50° 40' Sur. No fue posible desembarcar, pero el marino holandés registró en su diario de a bordo todos los datos geográficos, bautizándolas con su nombre: Sebaldinas. Otros marinos holandeses recorrieron los parajes, con lo cual se fue completando el conocimiento de todo el archipiélago: Jacob Le Meire y Wilhelm Schouten (1616), Cowley (1684). En 1690 desembarcó en ellas el capitán inglés John Strong para proveerse de carne de pingüinos y focas, descubriendo el estrecho que separa las dos islas principales, al que bautizó con el nombre Falkland Sound. Estos datos sitúan la «continuidad» de las Malvinas en el proceso descubridor y en la línea de conocimiento geográfico. Pero es indudable que resulta mucho más importante —sobre todo para estar en disposición de comprender el actual conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña, como consecuencia de la situación colonial en que la segunda ha mantenido las islas desde 1833— la caracterización histórica

desde el punto de vista de la «discontinuidad», lo cual ha de permitirnos examinar tres momentos históricos, de decisiva importancia, en cada uno de los cuales actúan operativamente distintos objetivos estratégicos que otorgan peculiaridad y especificidad —también, desde luego, posibilidades importantes de comprensión— a cada una de las situaciones históricas a las que se refiere.

El «long ruó» de la rivalidad anglo-francesa por los mercados coloniales atlánticos Un análisis de las crisis bélicas del siglo xvin permite detectar un profundo antagonismo entre las dos grandes potencias europeas del siglo: Francia e Inglaterra. Como ha sido recientemente puesto de relieve en una importante investigación histórica 2 , se trata de una profunda rivalidad económica que se manifiesta en un choque de intereses en los espacios coloniales de larga distancia, de índole comercial, junto al intento de dominar los núcleos básicos de las comunicaciones oceánicas. De ahí surge una densa señe histórica constituida por importantes conflictos bélicos (guerra de sucesión de España, guerra de sucesión de Austria, guerra de los siete años, guerra de independencia de las colonias inglesas, guerras napoleónicas), familias de tratados diplomáticos (Utrecht, Aquisgrán, París Versalles, Viena) y poderosos cicloí comerciales (fachada atlántica de Amé rica, desembocadura de los grandes río: americanos, exploración del Pacífico atención sobre islas y espacios oceáni 2 María Pilar Ruigómez de Hernández, E Gobierno español del despotismo ilustrad» ante la Independencia de los Estados Unidoi Una nueva estructura de la política ínterm cional (1773-1783), Ministerio de Asunto Exteriores, Madrid, 1978.

eos «nuevos»). El enfrentamiento de ambas naciones supuso —en virtud del paralelo sistema de «balance of power»— que las potencias de segundo rango quedasen inscritas en las órbitas del antagonismo; por su parte, los espacios y ámbitos coloniales en torno a los cuales se dirimió la contienda quedaron fuertemente potenciados geográfica y políticamente; por último, la larga contienda introdujo cambios considerables en la política y la estrategia internacional3 y en la continental4, sobre todo en el planteamiento de una nueva concepción de regionalidad económica atlántica, con la correspondiente consecuencia de búsqueda de factores de segundad y la exaltación, por primera vez en el ámbito americano, de problemas de límites y de reclamación de soberanía. Los efectos políticos y sociales de este largo proceso de rivalidad comercial se manifiestan muy claramente en el amplio cuadro revolucionario del espacio atlántico5, que hace que entre 1770 y 1815 la mitad del mundo se encuentre prácticamente inmersa en situaciones revolucionarias o, en todo caso, en un delicado proceso de transformación que afectó, con diversas intensidades, las estructuras políticas, económicas y culturales. En plena fase expansiva de la coyuntura6, y como in3 Cfr. A. T. Mahan, The influence of Sea Power upon History, 1660-1783, Londres, sin fecha.

4 Para los aspectos europeos, cfr. Jaime Vicens Vives, Historia general moderna, 2.a ed., Barcelona, 1946; para el continente america no, Mario Hernández Sánchez-Barba, Historia de5América, J> vols., Alhambra, Madrid, 1981. Jacques Godechot, Les revolutions (17701799), P.U.F., París, 1969. 6 Cfr. N. D. Kondratieff, «The long waves in Economic Life», en The Review of Economic Statistics, 1935; el estudio de G. Imbert, Des mouvements de longue duree Kon dratieff, Aix-en-Provence, 1959; Mario Her nández Sánchez-Barba, «Ciclos Kondratieff y modelos de frustración económica hispano-

dicativo muy genuino de lo que está ocurriendo en la época, las revoluciones impusieron una fuerte tensión política, que en algunos casos afectó profundamente la vida de los Estados, condicionando las decisiones que se adoptaron en el campo de gobierno. Los principales caracteres de la situación se basan en los siguientes supuestos: — La evolución de la coyuntura eco nómica se caracteriza por el fuer te aflujo de metales preciosos, alza de precios, revolución indus trial, estabilización de salarios y crisis de subsistencias. — Aparición de una importante ma sa de hombres jóvenes y sin em pleo que puso sobre la superficie política sus problemas peculiares. — Nuevas ideas sociales y políticas; aparición de «patriotas» que opo nen los intereses de grupos polí ticamente oprimidos a los de los grupos dominantes. España no pudo permanecer indiferente ante este conflicto atlántico, sobre todo por su misma condición de potencia americana de primer orden. Sin embargo, su posición estaba revestida de una profunda dificultad, pues mientras sus intereses europeos la vinculaban con Francia, su condición americana la obligaba, simultáneamente, a delinear una política defensiva frente a Inglaterra y a tratar de crear una identificación de intereses con esta potencia. Por otra parte, su condición de potencia de segundo rango, rodeada, además, de precauciones tácticas y desconfianzas intencionales, por su anterior hegemonía, limitaba considerablemente su capacidad de decisión, obligando a sus políticos a jugar la baza de alianza con la órbita de poder más americanos», en Revista de la Universidad de Madrid, vol. XX, núm. 78, 1978.

acorde con sus propias peculiaridades. Por ello, la actitud española ante el conflicto secular hubo de adoptar unos caracteres muy peculiares de defensa activa para tratar de consolidar unos espacios comerciales muy de acuerdo con los intereses de los sectores sociales comerciales centrados en los núcleos urbanos americanos. Entiendo que a ello responde la creación en 1776 de tres importantes entidades políticas y militares de seguridad: el Virreinato del Río de la Plata, la Comandancia General de las Provincias Internas del Norte de la Nueva España y la Real Intendencia de Hacienda y Ejército en Caracas. Se trata de la adaptación a una lealidad histórica preexistente, que consiste en la potenciación del área estratégica atlántica, para conseguir una máxima seguridad para el comercio hispanoamericano. Los acontecimientos que en este momento histórico afectan a las islas Malvinas responden a los supuestos indicados. Durante todo el siglo xvm, especialmente en su segunda mitad, naves de las compañías francesas de comercio marítimo de Saint-Malo frecuentaron el archipiélago. Culminó tal acción con el proyecto de Louis Antoine de Bougainville (1729-1811) de instalar en las Malvinas unas familias de colonos, protegidos por el fuerte de San Luis. El establecimiento tuvo efecto en 1765. Dio inmediato origen a reclamaciones españolas y la redacción de unos importantes puntos de vista del conde de Aranda, centrados en desarrollar la idea de Bougainville mediante la creación de un establecimiento español, pero formando círculo de vinculación económica y defensiva con focos continentales de América del Sur: bahía de San Julián, puerto Deseado, punta de los Leones y bahía de San Matías. El rey Carlos III aceptó el criterio de Aranda, iniciando al efecto conversaciones con la corte francesa, en la que ésta de-

signó como interlocutor al propio Bougainville, llegándose a pleno acuerdo. Francia reconoció explícitamente el derecho de soberanía español, argumento decisivo en el derecho internacional, reforzado con la toma de posesión española del establecimiento francés y nombramiento del primer gobernador de las Malvinas, que fue el capitán de navio Felipe Ruiz Puente. Las islas fueron declaradas dependientes y subordinadas a la Capitanía General de Buenos Aires7, lo cual significa su integración al territorio del Río de la Plata, que se encontraba en vísperas de su nacimiento como virreinato8. Pero pronto surgió la competencia con Inglaterra, quien, como consecuencia de la victoria obtenida sobre Francia en la guerra de los Siete Años, llevó a efecto una sistemática política de exploración marítima, sobre todo en el Pacífico, siguiendo las iniciativas que una generación antes había instrumentado el almirante Anson. A tales efectos se organizó una expedición al mando del capitán Byron, quien el 23 de enero de 1765 tomó posesión de las Malvinas y envió una relación a la metrópoli ponderando la situación de las islas, que consideraba «llave del Pacífico» y de las costas españolas de América del Sur. Posteriormente fue enviada una expedición colonizadora al mando del capitán McBride, estableciéndose en Port Egmont, que había fundado Byron. España inició inmediatamente una acción diplomática, apoyada con el envío a Buenos Aires de una 7

Desde 1770 hasta 1811, las Malvinas fue ron gobernadas por españoles. Fueron en to tal diecinueve. Posteriormente, hasta la con quista por el capitán inglés Onslow, los Go biernos argentinos no tienen la misma con tinuidad, pero es indiscutible la soberanía, 8 El libro más importante al respecto es el de Manuel Hidalgo Nieto, La cuestión de las Malvinas. Contribución al estudio de las relaciones hispano-inglesas en el siglo XVIII, Instituto G. F. de Oviedo del CSIC, Ma drid, 1947.

escuadra de cinco fragatas al mando de Juan Ignacio de Madariaga, a las órdenes inmediatas del gobernador de Buenos Aires, Bucareli. Ante la negativa inglesa a abandonar su establecimiento, fueron cursadas instrucciones para su expulsión, lo cual fue puntualmente cumplido por Madariaga el 10 de junio de 1770. El «caso de guerra» fue resuelto por el secretario de Estado, marqués de Grimaldi, mediante negociación y una línea de compromiso. Se decidió desautorizar a Bucareli, restituyendo Port Egmont a los británicos, aunque dejando constancia de que «ello no afecta para nada la cuestión del derecho anterior de soberanía española en las islas Malvinas»; en un acuerdo secreto quedaba convenido que Port Egmont sería posteriormente desalojado por los ingleses, lo cual ocurrió, en efecto, el 22 de mayo de 17749. Desde entonces hasta la Independencia las islas quedaron como un territorio perteneciente a España e integrado en el Virreinato del Río de la Plata. Hasta 1833 no volverían los británicos a reivindicar su quimérico derecho sobre las Malvinas, pero hasta entonces no dejaron de manifestar su profundo y decidido interés comercial sobre la zona estratégica. En él deben comprenderse los dos intentos de invasión militar de Buenos Aires en 1806 y en 1807, fracasados por la resistencia total de la sociedad bonaerense. Si estos intentos militares no tuvieron éxito, los comerciales sí estuvieron coronados por lo que se ha denominado, con acierto, el triunfo de los mercaderes10 , que alcanzó una plenitud total 9 10

Hidalgo, op. cit. Son importantes las obras escritas sobre la influencia inglesa en el Río del Plata. Po demos destacar las de H. S. Ferns, Gran Bre taña y la Independencia del Río de la Plata, Paidós, Buenos Aires, 1967, y, sobre todo, la ingente tesis doctoral de E. S. Giménez Vega, Neocolonialismo en Argentina. Su me todología, 3 vols., Madrid, 1974.

con el Tratado de Amistad y Reciprocidad firmado en 1825 y cuya vigencia alcanza a nuestros días. En 1845, en asociación con Francia, se intentó una nueva aventura de invasión n que también fracasó.

La ruta de los grandes veleros a Australia y el oro del Pacífico Después de la guerra de los Siete Años (1863) se inició una sistemática exploración del Pacífico, en la cual ocupa un puesto preeminente el capitán inglés James Cook. De ahí arranca la exploración y la colonización de Australia, que ofrece una cronología muy precisa: en 1787 se estableció la primera colonia inglesa en Nueva Gales del Sur, convertida hasta 1840 en colonia penitenciaria. La exploración de la inmensa isla-continente comenzó en 1813 y culminó en la década 1856-1866; la primera travesía Norte-Sur la llevó a efecto, en 1862, J. McDouall Stuart; las fundaciones coloniales se efectuaron entre 1823 y 1836. El cabo de Hornos y el estrecho de Drake —-nombre que rememora su travesía por el célebre marino en su viaje de circunnavegación— se convirtió en la ruta de los grandes veleros. Porque, efectivamente, desde el final de las guerras napoleónicas (1815) Occidente entró en una era de expansión representada por los veleros que navegaban en todos los mares del globo: marinos, exploradores y científicos «descubrieron» la verda dera fisonomía del planeta, contribu yendo de un modo ciertamente positi vo al desarrollo y mantenimiento de los intereses comerciales, políticos } militares de Europa en el mundo. Cor el descubrimiento del oro del Pacífico 11 Dentro de la amplia bibliografía pued< destacarse el estudio del norteamericano Johi F. Cady, La intervención extranjera en e Río de la Piafa, 1838-1500, Ed. Losada, Bue nos Aires, 1969.

—California, Australia, Nueva Zelanda— entre 1848 y 1852, se produce una verdadera revolución emigratoria y una fuerte aproximación de los intereses económicos de las dos naciones anglosajonas sobre el Pacífico. La comunicaciones con el Atlántico se incrementaron fuertemente. En consecuencia, la ruta de los veleros, a través del estrecho de Drake, incrementó fuertemente su densidad de tráfico e hizo preciso contar con escalas importantes en la ruta: ahí radicó el repentino interés anglosajón por las Malvinas en la década de los años 1830. Efectivamente, las autoridades españolas en la isla se sucedieron con toda regularidad hasta 1811, fecha en que, por orden del virrey Francisco Javier Elío, fue abandonada la isla de Soledad. El 9 de julio de 1816, el Congreso de Tucumán proclamaba la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Las Malvinas quedaron incorporadas, tomando posesión de ellas el capitán Daniel Jewet, en calidad de gobernador, el 6 de noviembre de 1820. En 1823 le sucedía el capitán D. Pablo Areguati en el cargo de gobernador. Ese mismo año es el de la unión contractual de Jorge Pacheco y Luis Vernet, quienes solicitaban del gobierno argentino el usufructo de Puerto Soledad para explotar haciendas de ganado y la caza de lobos marinos. De Vernet poco se sabe, excepto que era un comerciante procedente de Hamburgo y establecido en Buenos Aires, donde había intimado con el agente comercial inglés y hombre de confianza del ministro Canning, Woodbine Parish12, autor material del documento de rendición firmado en Waterloo por Napoleón Bonaparte y a quien se le había confiado toda la táctica de penetración 12

Cfr. W. Parish, Buenos Aires v las provincias del Río de la Plata, Hachette, Buenos Aires; N. E. K. Shuttleworth, A Life of Sir. Woodbibe Parish, Londres, 1910.

comercial en el Río de la Plata. Cuando ambos personajes intimaron, Vernet ya tenía muy adelantado un proyecto colonizador de las Malvinas. No cabe duda que la influencia de Parish fue decisiva para conseguir el nombramiento de Vernet como gobernador (1829). Entre sus acompañantes figuraban familias inglesas, algunos de cuyos componentes enviaron muchos e importantes informes al Foreign Office. Algunos de esos informes ponderaban las ventajas estratégicas de las Malvinas, destacando su papel eminente de protección del tráfico marítimo en la ruta de Australia. Los propósitos de reivindicación británica tuvieron su origen en esos informes. En diciembre de 1832 el navio norteamericano «Lexington», al mando del capitán Duncan, entró al puerto con bandera francesa y solicitud de práctico. Una vez en él procedió al saqueo, como represalia contra Vernet, por impedir el comercio y la pesca a los barcos norteamericanos. El incidente concluyó con la destitución de Vernet. Llegado su sucesor a destino, murió como consecuencia de una revuelta de los presos que llevaba a las islas. Apenas los oficiales que le acompañaban habían tenido ocasión de ordenar la situación, cuando llegaba a puerto una nave de guerra británica, el «Clio», cuyo capitán, J. J. Onslow, tras un ultimátum, arrió la bandera argentina, despachó a los presos y oficiales argentinos en el mismo barco en el que habían llegado y reivindicó el pretendido derecho inglés a la soberanía de las islas. Era el 3 de marzo, cuando en lugar de la bandera argentina, se izaba en las Malvinas la británica.

La era de la descolonización y el valor proyectivo de las islas sobre la Antártida Después de 1945, la opinión internacional mostró claramente su hostili-

dad hacia la colonización, afirmando con fuerza y contundencia el derecho a la independencia y la voluntad de liberación, incluso por medio de la violencia. El fenómeno, y los problemas de la descolonización, dominó dramáticamente todos los contenidos de la vida mundial entre 1947 y 1962. El proceso —al que la ONU fue incapaz de encontrar un camino de solución sin conflicto— quedó paralizado en la década de los años setenta por la importancia que en ella adquieren dos importantes supuestos mutativos de indudable entidad: la tensión árabe-israelí, generadora del conflicto financiero de la energía petrolífera; la sustitución de la proyección cartográfica Mercator por el llamado «mapa de los aviadores» de proyección azimutal de los meridianos polares, que ha reorientado ostensiblemente el concepto de seguridad. Con ello se ha producido una profunda readaptación de supuestos estratégicos, atendiendo, sobre todo, cuatro cuestiones esenciales que alcanzan cimas prioritarias en todos los objetivos y acuerdos diplomáticos o alianzas: — la difusión del poder político, económico y militar a mundos no industrializados; — la creciente importancia de recur sos escasos, claro origen de fuer tes interdependencias; — cambios de actitud respecto a la concesión de bases militares. — nuevo régimen marítimo y exten sión de aguas territoriales, en busca de zonas económicas exclu sivas. Todo ello proporciona los tonos de lo que se ha llamado la «querella del Antartico», que comenzó con la ocupación de las Malvinas por Inglaterra en 1833. El 30 de julio de 1923, el sector comprendido entre el paralelo 60°

Sur y los meridianos 160° Este y 150° Oeste quedaron anexionados a Nueva Zelanda (Dependencia de Ross). Noruega, a su vez, anexionó las islas Bouvet (23 de enero de 1928) y Pedro I (1 de mayo de 1935); Gran Bretaña se apropió el sector comprendido entre el 45° y 160° Este; el 24 de agosto de 1936 la región que cubre tres cuartos de la Antártida oriental y siete millones de kilómetros cuadrados fue unida a Australia, excepto el sector entre 136° y 142° Este (Tierra Adelia), reivindicada por Francia desde 1925-26. El 14 de enero de 1939 Noruega anexionaba el sector atlántico entre el 20° Oeste y 45° Este al sur del paralelo 60°. En ese momento comparecieron Chile y Argentina. En 1947 ambas naciones se pusieron de acuerdo sobre la delimitación. El 2 de septiembre de 1947 se firmaba en Río de Janeiro una convención panamericana que definía la zona de defensa común: entre el 24° Oeste y el 90° Oeste y el 5° Norte hasta 30° Sur. La Unión Surafricana anexionó en 1947 las islas Príncipe Eduardo y Marión. Por su parte, los Estados Unidos no han formulado reivindicación territorial alguna. Las anexiones declaradas por Gould (1929) y Ellsworth (1939) no fueron homologadas por el Congreso. La URSS publicó el 7 de junio de 1950 un memorándum en el que rehusaba adherirse a convención alguna para la que no se le hubiese consultado. En 1956 se produjo la preparación del Año Geofísico Internacional (1957-58), que fue un auténtico asalto científico de la Antártida, con importantes estudios glaciológicos, oceanógraficos, topográficos, geológicos, mineros, etc., que han revelado las enormes reservas minerales que existen debajo de la gruesa capa de hielos polares. Cuando en 1991 se agote el tiempo de neutralización para la investigación científica, modernas técnicas de explotación podrán utilizarse para la

explotación de aquellas imponentes reservas minerales. Ahí radica la importancia de las islas oceánicas y el especíacular crecimiento de la importancia

estratégica del Atlántico meridional, puesto de manifiesto en el conflicto de 1982. M. H. S.-B.*

* Profesor Agregado de Historia de América de la Universidad Complutense.