Las guerras civiles romanas en los Siglos de Oro

Las guerras civiles romanas en los Siglos de Oro Belén Almeida Los escritores de los Siglos de Oro manejan habitualmente bastantes datos sobre la Ant...
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Las guerras civiles romanas en los Siglos de Oro

Belén Almeida Los escritores de los Siglos de Oro manejan habitualmente bastantes datos sobre la Antigüedad. En el caso de la cultura griega, muchos son de carácter mitológico; en cambio, la historia romana se perfila con un cariz mucho más político e institucional. De acuerdo con la consideración ciceroniana de la historia como maestra de la vida, tanto los lados más brillantes de Roma como sus miserias son presentados con valor ejemplar. Vamos a ocuparnos de la visión que se tiene en los Siglos de Oro de las guerras civiles romanas, especialmente de las más famosas, las que enfrentan a César y Pompeyo. ¿Recibe esta guerra el valor paradigmático y ejemplar que suele asignarse a muchos episodios de la historia romana, sirve para ilustrar otros casos, para definir antihéroes y para advertir de situaciones de peligro en la propia patria? ¿Cuál es la consideración de sus personajes? Desde muy temprano se consideró a Lucano (f 65 d. C.) un clásico; pero la figura de César, presentada en la Farsalia como la de un tirano, está censurada, es polémica y admirada. La Farsalia no es capaz de dejarlo marcado como personaje negativo; son demasiados los autores que escriben sobre él y que proporcionan a eruditos y escritores gran variedad de datos y juicios desde la Antigüedad. Entre los más leídos por los autores áureos están Lucano, César, Suetonio, Plinio, y los anecdotarios de Valerio Máximo, Macrobio o Aulo Gelio; la mayoría de ellos incide más en aspectos positivos de la personalidad de César, en parte por su deseo de destacar lo laudable (a emular) frente a lo censurable (a evitar), y en parte debido a su visión triunfalista de la historia de Roma. En cuanto a la guerra civil romana, las coordenadas para su comprensión y valoración han cambiado mucho desde Lucano: la defensa de los valores aristocráticos frente al autoritarismo de uno solo (esto es lo propuesto por Lucano con su ideal de la Libertas) tiene poca cabida en la sociedad áurea, que preferirá utilizar el mensaje de Lucano de otro modo: se recurre a sus fórmulas estoicas, a su visión negativa de la crueldad del hombre o de algunos episodios de la historia de Roma, y se mencionan como ejemplo de una u otra cualidad algunas figuras menores de su poema épico1. 1

Por ejemplo Codro, que rescató, aun temiendo por su vida, el cadáver de Pompeyo (Vega, Lope de, Obras poéticas, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1983, p. 86),

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Tampoco sus advertencias sobre los peligros de la guerra civil —o de la guerra en general— son muy apreciadas en una sociedad que reconoce en la guerra un medio no sólo de defensa, sino también de conquista, expansión del catolicismo, búsqueda de renombre, ocupación de la virtud para que no decaiga2. En buena parte de los juicios de autores áureos sobre las guerras civiles romanas subyace una concepción de la historia romana lineal y muy conservadora, que supone una fundación heroica por Rómulo y Remo, cuya lucha, por otra parte, será frecuentemente citada como conflicto entre hermanos, «protocivil» o «más que civil»; la monarquía está representada de modo neutro, salvo la positiva figura de Numa, legislador y fundador de la religión; la estilización del fin de la monarquía debido a la violación de una patricia, Lucrecia, está ya dada en los historiadores romanos (Tito Livio, Valerio Máximo). La historia de la república contiene un largo período de conquistas y alta moral ciudadana; pero durante la república el lujo, el ocio, según algunos la destrucción de Cartago3 van ablandando las costumbres, destruyendo la virtud y acelerando la decadencia, con lo que, mientras que la caída de la monarquía se achaca al episodio de Lucrecia y presenta un solo culpable, el proceso de destrucción de la república es más largo y César, que le dará el golpe de gracia, no es el responsable último. La guerra civil entre Cesar y Pompeyo tiene para los autores áureos la importancia de ser la que desembocó en el paso de la república al imo Amidas, presentado como un hombre pobre que nada teme de los poderosos (Barahona de Soto, Luis, Las lágrimas de Angélica, ed. J. Lara Garrido, Madrid, Cátedra, 1981, estrofa 87; Quevedo, Francisco de, Virtud militante, en Obras completas. Prosa, ed. F. Buendía, Madrid, Aguilar, 1988 (19321), p. 1452). Ponen para ello también el ejemplo de Roma: Villalón, Cristóbal de, Scholástico, ed. J. A. Kerr, Madrid, CSIC, 1967, p. 35: «Grande esperiencia tenían los romanos de la perdición y daño que causava el deleite», o Quevedo, Francisco de, España defendida (en Obras completas. Prosa, op. cit. (nota 1), p. 585): «Mientras tuvo Roma a quien temer enemigos, ¡qué diferentes costumbres tuvo! (...) Mas luego que honraron sus deseos perezosos al ocio bestial (...) ¡qué vicio no se apoderó de ella!». En la emblemática hallamos también este principio: Castillo entre olas, lema: «Me combaten y defienden», «[las olas], si la combaten, la defienden, no dando lugar al asedio de las naves (...). Así son las monarquías. En el contraste de las armas se mantienen más firmes y seguras. Si la disciplina militar está en calma y no se exercita, afemina el ocio los ánimos, desmorona y derriba las murallas, cubre de robín las espadas, y roe las embrazaduras délos escudos» [Saavedra Fajardo, empresa 83], en Bernat, A. y Culi, J. T., «Guerra y paz en la emblemática de los jesuitas en España», Estudios sobre literatura emblemática española, ed. S. López Poza, Ferrol, Sociedad de Cultura Valle Inclán, 2000, p. 21. Villalón, op. cit. (nota 2), ed. cit., p. 35: «[al vencer a Cartago] dieron ocasión a que no aviendo guerra se hinchia Roma de viciosos ociosos: de donde vinieron a nacer las guerras ceviles y las conjuraciones de Catilina».

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perio; con la victoria de César, la historiografía medieval y renacentista entiende que se ha producido un cambio vital para Roma. Que no es considerada de modo negativo lo indica su alineación con otras guerras «positivas», sin ningún tipo de distinción4. El hecho anecdótico de la (pasada) relación familiar entre los protagonistas de la guerra es recuperado, pero no se incide demasiado en él. La guerra civil no parece ser considerada injusta por sí. Ya en las Etimologías, la distinción entre los diferentes tipos de guerra5 que luego recoge Alfonso X en las Partidas no juzga sobre la licitud de la guerra civil: «justa o derechurera; injusta por soberbia y sin derecho; civil y plusquancivil»6. En esta guerra civil romana participa un personaje, César, connotado muy positivamente por la mayoría de las fuentes, y da lugar además al considerado en los Siglos de Oro mejor sistema de gobierno, el de uno solo7. Parece por tanto quedar en el aire cuál de los dos bandos lleva la razón8. Tenemos también el problema de que este bellum ciuile es llamado en Lucano bellum plus quam ciuile9, de modo que es Lucano el primero que (por patetismo) siembra la

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Villalón, op. cit. (nota 2), p. 152: «¿Qué hacen Titolivio, Valerio, Aulogelio, Lucano, Virgilio y Hornero y todos los otros que escrivieron historia sino conservar las vidas de los gloriosos varones de eternal fama y dar exemplo para que los suscesores sigan la verdad?». 5 Sevilla, Isidoro de, Etymologiarum líber 18, 2-4: «Quattuor autem sunt genera bellorum: id est iustum, iniustum, ciuile, et plus quam ciuile. (...) Ciuile bellum est inter ciues orta seditio (...). Plus quam ciuile bellum est ubi non solum ciues certant, sed et cognati». 6 Alfonso X el Sabio, Siete Partidas, Partida II, 23, 1-3. 7 Sandoval, Prudencio de, Historia de Carlos V, ed. C. Seco Serrano, Madrid, BAE 80, 1955, p. 226: «Todas las cosas del gobierno de república que los hombres han hallado desde que Dios los crió hasta hoy, la de un rey soberano es habida por la mejor, porque es más conforme a Dios y al regimiento del universo. Porque más ligeramente se puede moderar una voluntad que muchas, y impetrar della cualquier cosa justa y honesta, que no de diversas, délas quales por la mayor parte se suelen seguir confusiones, parcialidades y pasiones, como se mostró en Cafn y Abel, y en Remo y Rómulo, fundadores de Roma, y en el triunvirato de Marco Antonio, de Lépido y de Otaviano Augusto». 8 El propio Lucano dice: «Quis iustius induit arma / scire nefas». 'Quién empuñó las armas con mayor justicia no es lícito saberlo'. 9 'Tampoco San Agustín (De Civitate Dei, 3,23,1) se contenta con el nombre de civil: «aquellos males que cuanto más interiores tanto más fueron merecedores de conmiseración: las discordias civiles, o por mejor decir inciviles». En este contexto, la palabra civil desarrolló un nuevo significado: 'cruel'. Cfr. Claramonte, Andrés de, El valiente negro en Flandes, Madrid, Atlas (BAE 43), p. 498: «Oh envidia, monstruo civil /del más generoso intento»; Cervantes, Quijote II, 39: «una muerte civil y continua»; Alemán, Mateo, Guzmán de Alfarache, ed. F. Rico, Barcelona, Planeta, 1987, p. 477: «entone el verso el cordobés Lucano / para las discusiones más civiles»; cfr. sobre ello Lida, María Rosa, Nueva Revista de Filología Hispánica, 1 (1947), pp. 80-85 y Cisneros, L. J., Nueva Revista de Filología Hispánica, 8, pp. 174-176.

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duda sobre la definición de guerra civil cuando llama plus quam ciuilia a sus guerras y las compara con la disputa entre Rómulo y Remo, como hace en los primeros versos del poema. Porque ¿qué guerra civil no es una guerra plus quam ciuile, más que civil? La continua mención por Lucano de padres matando a hijos despista sobre el hecho de que la sucedida entre César y Pompeyo no es ni más ni menos que una guerra civil10. Quizá por ello, durante los Siglos de Oro parece haberse puesto el acento del horror en guerras entre muy cercanos (sin citarse esta entre César y Pompeyo como tal), lo que llevaría el problema al campo de la moralidad, no de la política, postura sugerida por Lucano para la guerra de César, pero no del todo aceptada, al parecer, por los autores áureos. Por otra parte, el valor paradigmático y ejemplar de esta guerra para ilustrar otras semejantes es reducido: las guerras civiles sucedidas en Castilla o España no suelen merecer a los autores este calificativo. En primer lugar están las sediciones o turbaciones, como las de los comuneros o como los problemas civiles del xv; sobre todo la de los comuneros es condenada con aspereza y se destaca el bajo nivel social de los líderes11, que, como no iguales, no pueden ser considerados adversario en una guerra (a estos conflictos se les aplica otro tipo de calificativos: «los trabajos militares y turbaciones que (...) ovo en Castilla»12, «los movimientos ya dichos que en Castilla avían sucedido»13. Ni siquiera se los compara con el levantamiento ilícito más famoso de la historia romana, el de Catilina14, muy negativo y unánimemente condenado. 10 Para marcar la crueldad resulta muy efectivo este acento en el asesinato de los más cercanos: Éxodo, 32, 27: «Les dijo: 'Cíñase cada uno la espada al muslo. Corred y recorred el campamento de una punta a la otra y mate cada uno a su hermano, a su amigo, a su pariente». 11 Sandoval, op. cit. (nota 7), p. 159: «Muchas sospechas hubo del rey de Francia; no sé yo si de un príncipe tan grande y de tan alto y generoso corazón se podía presumir trato tan bajo, que se cartease y quisiese valer de pellejeros, curtidores, sastres, zapateros, tundidores, cuchilleros y otros tales». 12 Fernández de Oviedo, Gonzalo, Batallas y Quinquagenas, ed. A. de los Ríos, J. Pérez de Tudela y Bueso, Madrid, Real Academia de la Historia, 1983, p. 47; habla del marqués de Santillana. 13 Mexía, Pero, Historia del emperador Carlos V, ed. J. de Mata Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1945, p. 156. 14 Ésta es la sedición romana por excelencia. Su consideración no ha variado desde los antiguos. San Agustín (De Civitate Dei, 1, 5, 2): «Catilina y sus aliados, nobilísimos senadores y ciudadanos romanos, pero en realidad pandilla de forajidos y parricidas de su patria»; Agustín de Rojas, Viaje entretenido (ed. J. P. Ressot, Madrid, Castalia, 1995, p. 456): «la conjuración que inventó Catilina contra su patria»; Villamediana, Poesía impresa completa, ed. J. F. Ruiz Casanova, Madrid, Cátedra, 1990, p. 1006: «Del saber de Dios las minas / brotan candidas acciones, / pues que premian Cicerones / desterrando Catilinas».

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En segundo lugar hay otro tipo de conflicto interno, la rebelión contra un tirano; ésta será, a diferencia de los levantamientos antes citados, una guerra justa. Pero tampoco para este levantamiento triunfante suele emplearse el término de guerra civil. La guerra entre Pedro I y su hermano de padre, Enrique de Trastámara, bien se deja comparar con la de César y Pompeyo (ambas son entre familiares), pero el punto en contra es evidente: el levantamiento de César contra la legalidad republicana no está tan motivado como el de Enrique, ni Pompeyo es la figura de tirano con que quiere identificarse a Pedro I. En su lugar encontramos al «rey tirano», Pedro, comparado con las dos figuras clásicas de señor injusto de la historiografía romana: Sexto Tarquino, hijo de Tarquino el Soberbio, y Nerón15. La situación de Pedro y Enrique se compara también con la de otras parejas famosas, especialmente de hermanos, en las que uno ha matado al otro, sin juzgar la licitud de esta muerte concreta16. El trasfondo político de las guerras civiles entre César y Pompeyo es adelgazado hasta lo irreconocible en la mayoría de los autores áureos. La guerra civil como acontecimiento político ha dado paso a una visión mucho más personalista, con rencores, culpas y sentimientos dando sentido a los hechos: César y Pompeyo, grandes señores en la república, son parientes: Pompeyo está casado con Julia, hija de César. Pero ya entonces existen disensiones; más que como un proceso político, su disputa se presenta como la solución inevitable de un conflicto siempre existente o latente en las relaciones humanas (la envidia; dos no pueden compartir po-

15 Claramonte, Andrés de, Deste agua no beberé, Madrid, Atlas (BAE 43, p. 515): la hermosa noble en cuya casa se aloja Pedro I está velando («Roma» —se dice— «tal mujer no vio»), él viene por la noche, la halaga, luego la amenaza («—Daré voces. —Si das voces/ mostraré mayor violencia. / Vive Dios, que hoy he de ser / contigo nuevo Tarquino. / —Yo sabré a tal desatino / freno y remedio poner. / —¿Cómo? —Imitando a Lucrecia. / —Mas antes te mataré. / —Yo a ti, y también seré / más honrada y menos necia»). Aunque después Pedro I se arrepiente, es obvio que se justifica este tiranicidio como el de Sexto Tarquino (que propiamente no es el tirano, sino el hijo del rey). Quevedo escribe una «jocosa defensa» de Nerón y de Pedro I de Castilla (Quevedo, Obra poética, ed. J. M. Blecua, Madrid, Castalia, 1985 (19691), poema 718). 16 Claramonte, op. cit. (nota 15), p. 512: «Músicos (cantan dentro). No consiente compañía / el reinar desde el principio, / pues en Caín y en Abel / aqueste ejemplo se ha visto (...) / Por reinar sin compañía / Semíramis mató a Niño / propagando desta suerte / el reino de los asirios. / Rómulo dio muerte a Remo, / que hace el reinar fratricidios». Más cautelosamente («se dice...»), Mal Lara, Juan de, (Philosophía vulgar, Ia parte, cent. 7, refrán 93): Ira de hermanos, ira de diablos. «Diremos de la ira de los hermanos. (...) Exemplos ay desto en la Sagrada Escriptura: Caín mató a Abel. (...) En las fábulas, persiguió hasta la muerte Atreo a Thiestes (...). En las historias, Rómulo a Remo.'(...) Y aun en nuestra Hespaña se dice del rey don Pedro que mató a sus hermanos, y él vino a morir a manos de don Enrique».

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der, etc.)17. Julia muere, y, sin este freno, el recelo entre ambos hombres, y sobre todo la envidia de César, precipitan los acontecimientos18. César es mencionado en los textos áureos también en muchos contextos ajenos a la guerra19; en cambio, la figura de Pompeyo, derrotado, está mucho más limitada a la contienda20. Su derrota llega a interpretarse como un castigo por el expolio del templo de Jerusalén; e incluso se le acusa de ser el responsable de la guerra21. Además, aunque la visión moral de la guerra más habitual es la de la envidia de César contra Pompeyo como iniciadora de la contienda, llega a darse la vuelta a la situación: en un poema sobre la soberbia, Agustín de Rojas nombra entre otros soberbios a Pompeyo22. 17 Estas reflexiones se encuentran ya al principio de la Farsalia, y son muy citadas. Gracián comenta en Agudeza y arte de ingenio (ed. E. Correa, Madrid, Castalia, 1969,1, p. 263): «De César y Pompeyo dijo Floro que Pompeyo no podía sufrir igual ni César superior: Nec hic ferebat parem, nec ille superiorem». Hablando sobre los escitas dice Pero Mexía: «Teniendo éstos (...) dos reyes, como el reynar y mandar nunca quiere compañía (...) huvo entre ellos (...) discordia, la qual vino a parar en la guerra cevil» {Silva de varia lección, ed. A. Castro, Madrid, Cátedra, 1989,1, p. 247). 18 Julia aparece también como mujer fiel, hasta el punto de morir, estando embarazada, al ver unas ropas de su marido manchadas de sangre y pensar que éste había muerto (Mexía, op. cit. (nota 17), I, p. 631). Cornelia, segunda esposa de Pompeyo, sin función en el engranaje de la guerra, apenas es citada por ningún autor, y nunca en relación con la guerra civil. 19 Tiene muchos rasgos definitorios de su etapa posterior como iniciador del imperio. Cualquier detalle de su personalidad es destacado: desde su fortuna o buena suerte hasta su calvicie o desaliño en el vestir (Huarte de San Juan, Juan, Examen de ingenios, ed. G. Seres, Madrid, Cátedra, 1989, p. 524 y ss.). Entre los rasgos más repetidos está la magnanimidad mostrada por César en Farsalia (no quiso abrir las cartas de Pompeyo), su clemencia y el hecho de que combine las armas y las letras (Villalón, op. cit. (nota 2), p. 123): «¿Qué daño hizieron las buenas letras a la cavallería y arte militar de Julio César, que se escrive d'él que en una mano tenía el libro de la philosophía y en la otra la lanza para ir a la pelea?»; Quevedo, Marco Bruto (en Obras completas. Prosa, op. cit. (nota 1), p. 927): «Julio César peleaba y escribía: esto es hacer y decir. (...) Nadando con un brazo, sacó sus Comentarios en el otro». Como tópico, suele citársele en contextos de «sobrepujamiento» (cfr. Curtius, Ernst R., Literatura europea y Edad Media Latina, México, FCE, 1995 (19551), p. 235 y sigs.), casos en que se desea alabar algo o a alguien mostrando que lo celebrado sobrepasa a cosas y personas análogas. El uso de estas fórmulas, como tópico, está abierto también a la burla o a la crítica; la mayoría de las veces que Cervantes cita a César en el Quijote es de este modo: «Si tratáredes de ladrones, yo os daré la historia de Caco (...), si de capitanes valerosos, el mismo Julio César os prestará a sí mismo en sus Comentarios, y Plutarco os dará mil Alejandros» (Quijote, I, Prólogo). 20 Pompeyo es recordado en la literatura de los Siglos de Oro sólo marginalmente como vencedor de los piratas, de Sertorio y de Mitrídates. 21 «.. .ni la sangre que se derramó por Pompeyo en los campos de Farsalia, ni las crueldades de Nerón con su madre, el robo de César del erario, los estupros de Calígula con sus hermanas, la traición que hizo Bruto con su padre Gayo (...) no fueron tan grandes (...) como una ingratitud en los presentes» (Rojas, op. cit. (nota 14), p. 456). 22 «Estando Pompeyo en Asia / le avisan que Julio César / le viene a dar la batalla / con mucha gente de guerra, / y el gran Pompeyo, furioso, / herido de pena inmensa,

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Sin embargo, el rasgo más repetido con relación a Pompeyo el Magno es el de haber caído mucho habiendo estado muy alto, junto con la reflexión de que no es conveniente considerar feliz a nadie que aún viva, pues nadie está libre del peligro de caer23. A veces se une a Pompeyo y a César en este aviso de lo rápido que puede cambiar la dirección de la fortuna24. En este sentido, un tema relacionado es el de la poesía de ruinas, con el tópico de superbi colli o ubi sunt?25

I amenazando los cielos, / responde de esta manera: / 'El gran Pompeyo no teme / de un hombre solo la fuerza,/ ni teme a los mismos dioses, / porque es tanta su potencia / para este atrevido loco, / que haré que la tierra mesma / se levante contra él / y contra sus gentes fieras.' / Y para al fin su arrogancia, / y su altivez loca y necia, / en que pierda la batalla / y que su fama se pierda, / todas sus gentes las vidas, / todos sus hijos la hacienda, / la libertad pierde Roma / y Pompeyo la cabeza. / ¡Oh soberbia endemoniada! / ¡Oh presunción altanera! / ¡Cuántos de tus altas cumbres / vemos hoy que se despeñan!» (Rojas, op. cit. (nota 14), p. 422). En la soberbia de César ve Guevara en el Relox de príncipes la causa de su muerte (no respetó al senado y no se levantó de su asiento). 23 Hurtado de Mendoza, Diego, Poesía completa, ed. J. I. Diez Fernández, Barcelona, Planeta, 1989, p. 212: «Domado ya el Oriente, Saladino, / desplegando las bárbaras banderas, / en la orilla del Nilo le convino / asentar su real en las riberas. / Rodeáronle lenguas lisonjeras, / compañía que a reyes de contino / sola sigue en las burlas y en las veras, / loándoles el bueno y mal camino. / Contábanle el Egipto sojuzgado, / Francia rota y el mar puesto en cadena; / mostrábanle su ejército y poder; / respondióle: 'De aquí se puede ver / dónde acabó su gloria en el arena / el gran Pompeo, muerto y no enterrado». Quevedo, Obra poética, op. cit. (nota 15), junta como caídos después de grandes honores a Pompeyo y Mario. En su Agudeza y arte de ingenio (op. cit. (nota 17), p. 94), Gracián traduce un epigrama de Marcial: «El Asia y la Europa encierra / los dos hijos de Pompeo, / y al padre mató en la tierra / de Egipto el rey Tolomeo. / El mundo todo a tropel / se juntó a dalles cabida, / que para tan gran caída / no bastó una parte d'él». 24 Espinosa, Juan de, Diálogo en laude de las mujeres, ed. A. González Simón, Madrid, Biblioteca de antiguos libros hispánicos, 1946, p. 94: «Pompeio, después de haver havido tan grandes y señaladas victorias, fue vencido de César en Thessalia, y últimamente, por mandado de Ptolemeo (...) le fue cortada la cabeca y llevada a César, y al mismo César, vencedor de Pompeio (...) y señor de una grandíssima parte del mundo, mataron en el senado con 23 heridas»; Villalón, op. cit. (nota 2), p. 39: «Jullio Cesar aunque prósperamente fue dictador de Roma de veinte y cinco puñaladas fue muerto estando en consulta en el senado. Y aunque Pompeyo huvo muchas victorias, ante su muger e hijos le cortaron sus enemigos la cabeca sin poderlo alguno resistir»; Vega, Lope de, op. cit. (nota 1), p. 64: «Cuando del mundo universal las llaves / tuviste, y sus cabezas humilladas, / rendido Mitridates y alcanzadas / tantas Vitorias, y tres triunfos graves, / ¿quién dijera, oh Pompeyo, que (las naves / en las peñas del Nilo quebrantadas) / quemaran tus reliquias, arrojadas, / a los peces, y dellos a las aves? / Y a ti, César dichoso, que en Farsalia / por la toga trocaste el blanco acero, / todos los enemigos sosegados, / ¿quién te dijera, gobernando a Italia, / tu amargo fin, a no saber primero / que no se pueden resistir los hados?». 25 Este tópico es muy frecuente en Villamediana, que un par de veces cita a Pompeyo: op. cit. (nota 14), p. 291: «Dígalo César, dígalo Pompeyo / a quienes dé fortuna un

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Los numerosos detalles personales que conforman el cuadro de motivos y desarrollo de las guerras civiles llevarán a que muchos rasgos de César y de su sobrino y continuador Augusto sean idénticos, e incluso a la confusión ocasional de las figuras de ambos. También son muy frecuentes los paralelos que se trazan entre la contienda de Octavio y Antonio y la guerra anterior (Octaviano es hijo adoptivo de César; Marco Antonio cae en las redes de Cleopatra, como César, mientras que Octavio la resiste), aunque estas guerras no alcanzan el relieve, manifestado en la multitud de citas, de las de César y Pompeyo. A la identidad o continuidad entre César y Augusto apunta la frecuentemente traída cuestión de quién de los dos fue el primer emperador26: de los dos se afirmará que con su actitud lograron pasar de ser usurpadores o tiranos a soberanos legítimos, y de ambos se destacará la buena fortuna que les acompañaba. A una confusión apuntan otros datos, como la suposición de Guevara en su Relox de príncipes de que ha sido el divorcio de Pompeyo y Julia el que ha originado la guerra civil27; como dijimos, la causa aducida desde Lucano es la muerte de Julia, que inició la estilización de la guerra y su reducción a motivos personales. Aquí Guevara debe de haber confundido a Pompeyo y César con Augusto y Marco Antonio, éste casado con Octavia, hermana de Augusto, a la que abandonó por Cleopatra. Juan de Espinosa, en su Diálogo en laude de las mujeres, hace que Philodoxo, «enemigo de mujeres», formule la acusación de que «por Octavia, hija de Augusto, se causaron las guerras civiles». La relación familiar que Espinosa supone entre Octavia y su hermano Augusto es la que en realidad hubo entre César y Julia. Una confusión difícil de explicar es la que comete Villalón en el Scholástico, cuando pregunta sobre el amor (ed. cit. p. 174): mismo día / mano da injusta el cetro y el cuchillo»; p. 424: «Tú, mortal, que esto ves, y no terminas / el plazo a la ambición de tus deseos, / ¿no adviertes de los Fabios y Pómpeos / tantas en polvo hoy fábricas divinas?». 26 Para Guevara (Relox de príncipes, p. 220), Valente «fue XXIX emperador de Roma, comencando desde Julio César la línea (aunque algunos quieren comencar la línea desde Octavio, diciendo que fue virtuoso, porque a Julio César levántanle que usurpó el imperio como tirano)», mientras que Covarrubias afirma que «el primero que usurpó el nombre de los emperadores romanos fue Octavio César» (Tesoro de la lengua castellana, s. v. Augusta); Mexía, Pero, (op. cit. (nota 17), I, p. 736): «Octaviano (...) que fue el primero que propiamente se pudo llamar monarcha y emperador (...), porque su tío, Julio César, nunca fue sino ditador y muy pocos días». 27 Guevara, Relox de príncipes, p. 410: «Todo el tiempo que Julio César fue suegro del gran Pompeo y Pompeo se tuvo por yerno de Julio, nunca entre ellos se conosció malquerencia ni odio; pero después que Pompeo hizo divorcio con la casa de Julio, nascieron entre ellos enemistades tan formadas, que después pararon en guerras muy crudas; y fueron tales y tan grandes que al gran Pompeyo quitaron contra su voluntad la cabeca y a Julio César vendimiaron muy temprano la vida».

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«¿Quién puso discordia entre César y Pompeyo sino aquesta furia? ¿Quién infamó a Marco Antonio y a Cleopatra sino aquesta locura?»: no hay confusión entre César y Pompeyo por una parte y Augusto y Antonio por otra, pues el propio autor resalta ambas. Probablemente Villalón piensa por error en un divorcio entre Pompeyo y Julia, como Guevara. Hasta aquí llega este rapidísimo repaso por la visión áurea de la guerra civil entre César y Pompeyo, en el que ni figuras tan importantes como Catón de Útica, ni los juicios que merece el resto de la vida de César, o las opiniones sobre Bruto y Casio, sus asesinos, han podido ser estudiados; la visión personalista y moral de los acontecimientos y la fama de César, de la que apenas han podido esbozarse las líneas, tiñen una interpretación de los hechos en la que se ha perdido el grito de Lucano o Tito Livio por una Roma republicana y aristocrática.

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