Breve Historia de la Esclavitud A partir de la colonización portuguesa de las costas africanas en el siglo XVI, se desarrolló un sistema mercantil en el que se compraban y vendían bienes como el oro, el marfil, las armas, la pólvora y, sobre todo, los esclavos. Este tipo de comercio se concentraba en la región africana comprendida entre el río Senegal, al nordeste, y el sur del río Congo, en el territorio de Angola. En esta región se encontraban los territorios de Sudán, Guinea y el Congo, donde habitaban pueblos como los mandingos, los susu, los ashantis y los yorubas, entre otros. Los esclavos que fueron introducidos a España, llegaron por primera vez durante el dominio árabe en la península Ibérica. Éstos fueron traídos por comerciantes del norte africano, que mercadeaban esclavos con los pueblos al sur del Sahara. Luego, en 1442, los portugueses se involucraron en este tráfico humano que le dio origen a una numerosa población negra en España. Después de los viajes del Descubrimiento, los esclavos negros fueron traídos por primera vez a América por Nicolás de Ovando, en 1502. Ovando era el gobernador general de Indias y estableció su centro de mando en la isla de La Española. Según Ricardo Alegría, los esclavos negros que llegaron posteriormente a La Española se rebelaron junto a la población taína en contra de los españoles. Estos sucesos causaron que se detuviera temporalmente la introducción de negros a América, hasta que la escasez de mano de obra indígena propició que las autoridades españolas reanudaran la introducción de africanos al Caribe. Los primeros esclavos africanos en llegar a Puerto Rico fueron introducidos por un fundidor flamenco de nombre Jerónimo de Bruselas, que trajo dos sirvientes negros procedentes de España. Por otra parte, según el historiador Adolfo de Hostos, los padres jerónimos obtuvieron una licencia para introducir negros a las Indias, en 1517. Así, llegaron a la Isla 1,050 esclavos negros entre 1521 y 1551. Luego del traslado de la ciudad de Caparra a la isleta de San Juan, los esclavos se emplearon en la construcción de las estructuras principales de la ciudad, como la Catedral y las fortificaciones. Sin embargo, las poblaciones africanas pronto comenzaron a rebelarse contra los españoles, documentándose el primer levantamiento tan temprano como 1527. La vida del esclavo estaba reglamentada tanto por el Gobierno, como por los dueños y la propia Iglesia. Incluso, su supervivencia dependía, casi exclusivamente, de éstos. Por una parte, los africanos debían abandonar sus creencias religiosas según llegaran al puerto antillano. Un sacerdote subía al barco negrero, preparándolos para recibir el sacramento del bautismo. De hecho, si los negros no habían recibido el bautismo, la venta de los recién llegados no podía realizarse. Una vez se integraran a las haciendas, los dueños los obligaban a trabajar de inmediato. Trabajaban a lo largo de la semana, excepto los domingos y otros días de obligación religiosa, cuando éstos debían escuchar la misa. A pesar de que tanto el Estado como la Iglesia favorecían el matrimonio entre los esclavos, sus vidas estuvieron muy lejos de ser como las del resto de las familias de Puerto Rico. Su alimentación

La dieta de los esclavos se basaba en el plátano, un fruto que fue introducido a la Isla como parte de los mismos intercambios comerciales que trajeron a los africanos a América. Su ración diaria, según el historiador Luis M. Díaz Soler, era de siete u ocho plátanos, que podían ser sustituidos por un equivalente en ñames, batatas u otros tubérculos. Además, ingerían unas seis onzas de pescado salado o carne, y cuatro onzas de arroz o frijoles. En ocasiones, los esclavos también comían tortas de casabe, preparadas principalmente para el consumo de sus dueños. Al comenzar el día, bebían tazas de guarapo caliente con jengibre. La vivienda Los esclavos vivían en casas construidas para ellos por sus dueños. Eran muy similares a los bohíos indígenas, construidos con las resistentes tablas de la palma. Sus techos eran a "dos aguas", lo que significa que formaban dos vertientes por donde bajaba el agua de lluvia. Se elaboraban con yaguas o yerba seca, para evitar que se colara el agua en el interior de la vivienda. Los esclavos casados podían vivir en bohíos de una sola habitación. Sin embargo, la gran mayoría de ellos vivía en barracones o cuarteles, en donde se albergaban grupos grandes de esclavos, separados según sus sexos. Para evitar los riesgos a la salud de todos los miembros de la hacienda, las viviendas de los esclavos debían ser construidas en lugares secos y bien ventilados. Además, se construían elevadas sobre postes, para evitar el contacto con la insalubridad del suelo. Al anochecer, el mayordomo pasaba lista para cerciorarse de que estaban todos presentes. Luego, los esclavos eran encerrados en sus barracones con cadenas y cerrojos. Además, una fuerte luz se mantenía encendida sobre las viviendas, mientras uno o dos vigilantes hacían la guardia. Su vestimenta Díaz Soler relata que los dueños estaban obligados a suministrarles a sus esclavos al menos tres vestidos al año. Esto se hacía para todos los esclavos por igual, sin importar la edad. Las tres mudas de ropa consistían en un par de pantalones de lienzo, una camisa y un sombrero. También incluían un pañuelo y un camisón de lana para el frío. Las primeras dos mudas de ropa les eran entregadas al comenzar el año y ocho meses después, se les entregaba la tercera. Los momentos de esparcimiento En algunas ocasiones, los esclavos podían disfrutar de diversiones sencillas, siempre y cuando hubieran cumplido con sus deberes laborales y religiosos. Estos momentos de esparcimiento se llevaban a cabo en días festivos, entre las tres de la tarde y la puesta del sol. Así, los esclavos de una misma hacienda celebraban fiestas, bailes y juegos bajo la supervisión de los mayordomos de la estancia. En estos momentos, los esclavos entonaban canciones y bailaban al ritmo de instrumentos de percusión, como el tam-tam africano o el tamboril desarrollado por los esclavos en la Isla. Díaz Soler menciona, además, un "guitarrillo" de cuatro cuerdas, creado por los esclavos a partir de la guitarra española. La dura realidad

La vida de los esclavos, sin embargo, estuvo marcada por el duro trabajo que realizaban y por los terribles abusos a los que fueron sometidos. Los latigazos, los maderos del cepo, los grilletes y las argollas constituyeron los principales instrumentos de castigo para este desafortunado sector de nuestra población. En Puerto Rico, las poblaciones esclavas se concentraron en las zonas costaneras, en donde se encontraban los cultivos de caña de azúcar y los ingenios en donde ésta se procesaba. En las plantaciones, los esclavos desarrollaron lazos con sus amos, quienes les garantizaban algunos derechos para evitar las rebeliones. El esclavo, aunque no recibía salario por su trabajo, tenía satisfechas muchas de sus necesidades básicas. Por ejemplo, los dueños de los esclavos les suplían su vivienda, alimento, vestimenta y atención médica. Esto, sin embargo, no era producto de la generosidad del amo, sino de la necesidad de proteger una costosa inversión. Por esta razón, no era buena práctica abusar del esclavo, porque cuando éste moría, el amo perdía su valioso "instrumento" de producción. En la Isla, los esclavos se clasificaban según las tareas que realizaban. Así, se identifican tres tipos de esclavos: los domésticos, los de tala y los jornaleros. Los esclavos domésticos eran los más privilegiados ya que, bajo el amparo de los amos, se desempeñaban en las tareas de la casa del hacendado, como cocinar, limpiar y criar a los hijos de éste. Por otra parte, los esclavos domésticos podían recibir donaciones de sus amos, en particular, el otorgamiento de su libertad. Los esclavos de tala estaban encargados de las tareas propias de la agricultura. Éstos trabajaban en exceso de diez horas al día en el campo, realizando el más duro de los trabajos. En las haciendas azucareras, los esclavos de tala se dedicaban a cuidar a los animales de trabajo, así como cultivar y cortar la caña. Además, operaban los trapiches de caña, las pailas y los hornos. En estas tareas se desempeñaron, junto a los hombres, las mujeres y también los niños. A diferencia de los demás esclavos, los esclavos jornaleros eran utilizados por sus dueños para realizar trabajos a cambio de un salario o jornal, que se repartía de forma desigual entre éstos y sus esclavos. Los esclavos jornaleros laboraban lejos de sus haciendas, en las obras de construcción de edificios, iglesias y caminos. Las esclavas jornaleras se desempeñaban vendiendo dulces y otros productos en las plazas y las calles del pueblo. El camino hacia la libertad Aun cuando el sistema esclavista regía la vida de los negros con las más estrictas normas, el codiciado premio de la libertad podía ser alcanzado, individualmente, de varias formas. Por ejemplo, si un esclavo viajaba con su amo a un territorio español en donde no existiera la esclavitud, éste podía ser liberado simplemente por "pisar tierra libre de España". Por otra parte, existía un proceso conocido como la coartación, mediante el cual los esclavos podían pagar a su dueño la suma de dinero que éste había pagado al comprarlos, logrando así su libertad. Otra forma de burlar la esclavitud requería que el dueño muriera, siempre y cuando éste le hubiera otorgado la libertad a su esclavo, por escrito, en un testamento.

Sin embargo, esta libertad resultaba muy escabrosa, ya que un esclavo liberto estaba sujeto a la misma discriminación por parte de la sociedad. Además, significaba que éste, quien no sabía leer ni escribir, ni poseía propiedades ni dinero, tendría que buscar los medios para alimentarse, vestirse y albergarse en una sociedad que lo menospreciaba. El precio de la libertad, entonces, era más caro que lo que los esclavos podían anticipar. Aún así, la esclavitud era rechazada por un creciente número de personas que, por medios políticos y económicos, lucharon durante muchos años para abolirla. Los abolicionistas En la década de 1860, los puertorriqueños que apoyaban la desaparición del sistema esclavista fundaron la Sociedad Abolicionista, con el fin de liberar a sus hermanos de raza negra. Entre éstos, se encontraban Ramón Emeterio Betances y Segundo Ruiz Belvis. Betances se amparó en un artículo de 1848, que le otorgaba la libertad a un esclavo recién nacido si se hacía una donación de 25 pesos en la pila bautismal, durante el bautismo del infante. Por su parte, Segundo Ruiz Belvis liberó a todos los esclavos que había heredado de sus padres, unos hacendados criollos al igual que los de Betances. Otro hijo de hacendados, el periodista Julio Vizcarrondo y Coronado, también liberó a los esclavos de su familia. Además, gracias a sus esfuerzos se fundó la Sociedad Abolicionista Española, en 1865. Vizcarrondo, quien se destacó por sus sentimientos humanitarios, fue el fundador del periódico El Abolicionista Español, también en 1865. Posteriormente, en 1867, Ruiz Belvis, en companía de comisionados como Francisco Mariano Quiñones y José Julián Acosta, viajó a España para presentar un informe sobre el establecimiento de reformas políticas en Puerto Rico. En el informe, solicitaban que se garantizaran los derechos individuales de todos los habitantes de la Isla. Entre 1869 y 1870, otro de nuestros más destacados hijos ilustres, Román Baldorioty de Castro, ocupó el cargo de comisionado en las Cortes. Fue allí donde pronunció un histórico discurso, en el que criticó y rechazó los más terribles aspectos de la esclavitud, atacando la indolencia de la Asamblea Nacional ante lo que él elocuentemente llamó el "ultraje de la humanidad". La Revolución Gloriosa y la Ley Moret En 1868, una revolución liberal derrocó a la reina Isabel II, colocándose en el poder un gobierno provisional que nombró a Segismundo Moret como ministro de Ultramar. Moret colaboró en la redacción de una nueva Constitución y fue el responsable de que se aprobara una ley de abolición parcial, en julio de 1870. La Ley Moret liberó a todos los hijos de madres esclavas, que nacieron después de la publicación de esta legislación. Además, para conmemorar la fecha en que ocurrió la Revolución Gloriosa, liberó a aquellos esclavos nacidos a partir del 17 de septiembre de 1868. Otros artículos de la ley otorgaron la libertad a los esclavos que hubieran servido bajo la bandera española, a los que hubieran cumplido 60 años en la publicación de la ley, así como a los esclavos que en aquel momento le pertenecían al Estado. La República Española y la abolición de la esclavitud El gobierno provisional que se estableció en España como resultado de la Revolución Gloriosa llegó a su fin en 1870, cuando un movimiento aristócrata elevó al poder al rey Amadeo I de Saboya. Su reino, sin embargo, fue también muy corto, terminando con su

abdicación el 11 de febrero de 1873. De inmediato, un parlamento dominado por aristócratas y republicanos proclamó la Primera República Española, bajo la presidencia de Estanislao Figueras. Aunque la vigencia de la República se limitó al corto período entre febrero de 1873 y diciembre de 1874, ésta logró ponerle fin al sistema esclavista en la Isla. Así, el 22 de marzo de 1873 se aprobó, por voto unánime, la ley de Abolición de la Esclavitud en Puerto Rico. La ley dispuso que se compensara a los dueños de esclavos mediante una emisión de bonos del Gobierno. Dispuso también que los libertos estuvieran obligados a trabajar, por medio de contratos de tres años, con sus antiguos dueños y, a los cinco años de la liberación, recibieran todos los derechos políticos. Según un censo de la época, cerca de 30,000 esclavos fueron liberados en 1873. De éstos, más de la mitad eran varones. Las medidas "disciplinarias" Cuando los esclavos africanos fueron inicialmente introducidos a la Isla, no existían leyes sobre su trato o sobre cómo debían ser administradas las medidas correctivas a su conducta. Sin embargo, esto no amilanó el ingenio de los amos, quienes desarrollaron innumerables castigos, la gran mayoría de ellos crueles e inhumanos. Durante el siglo XVI, por ejemplo, si un esclavo se atrevía a levantarle la mano a su amo sin provocación, el negro podía perder su mano, sus orejas y hasta ser clavado de un brazo a un poste en plena plaza pública. Esta práctica fue descontinuada por la Corona, no por considerarla inhumana, sino porque inutilizaba a los trabajadores y sembraba el deseo de venganza entre éstos. El rigor de los castigos provocó muchas deserciones y fugas en las plantaciones. De igual forma, ocurrió una inmensa cantidad de suicidios que desmoralizaban a las poblaciones esclavas. Para aminorar las fugas y las muertes en la segunda mitad del siglo XVIII, la Corona española desarrolló reglamentos para establecer penas correccionales a los esclavos delincuentes. Los reglamentos indicaban la cantidad de latigazos que debía recibir el esclavo por cada ofensa. Por ejemplo, si el esclavo montaba a caballo sin la autorización de su amo, recibiría 100 azotes. Recibiría un castigo similar si se ausentaba por más de cuatro días a sus labores. Por otra parte, si portaba armas, se movía sin permiso o si estaba en compañía de cimarrones o esclavos fugitivos, recibiría 200 latigazos. Otro de los castigos utilizados por los hacendados era "la calza y el ramal". En este castigo, los esclavos eran atados a un poste hasta la puesta del Sol, luego, se les colocaba una calza o argolla en su tobillo unida a un ramal o madero que pesaba 12 libras. Se le imponían 200 azotes de castigo si no cargaba el ramal por los dos meses reglamentarios. Aunque los reglamentos de la época limitaban o prohibían ciertos castigos, los dueños de esclavos se las ingeniaron para crear nuevas penalidades que no estuvieran sujetas a las leyes. Una de éstas fue el boca abajo. Esta penalidad se administraba a hombres y mujeres por igual. El historiador Cayetano Coll y Toste narró que en una ocasión presenció cómo una esclava fue amarrada a cuatro estacas que estaban en el suelo. Una vez allí, fue azotada seis veces. Al concluir el castigo, una esclava anciana lavó sus heridas con agua, vinagre y sal para evitar el tétano, y un grupo de hombres la cargó al hospital. Al inquirir sobre el motivo del suceso, Coll y Toste descubrió que la mujer fue castigada porque, desde que había quedado embarazada, se robaba el bacalao del almacén y se lo comía crudo.

Éstos son sólo algunos ejemplos de las crueldades que eran cometidas contra los esclavos en Puerto Rico. Muchos de ellos aceptaron su destino con resignación, mientras que otros tantos decidieron escapar o rebelarse. Las fugas y las rebeliones Aunque en Puerto Rico no hubo una rebelión esclava general, sí ocurrieron pequeñas revueltas inspiradas por insurrecciones ocurridas en colonias vecinas. La primera rebelión esclava contra los españoles en la Isla ocurrió en 1527. Los insurrectos aprovecharon la debilidad económica de la colonia y el éxodo de los españoles, que migraron al Perú en busca del oro que ya se había agotado en Puerto Rico. Este tipo de revuelta provocó que, en 1551, se proclamara una prohibición para que los esclavos portaran armas. Además, para prevenir las conspiraciones, los hacendados debían rendir un informe sobre sus esclavos prófugos cada seis meses. El propósito del informe era controlar el número de cimarrones para evitar que éstos se reunieran y atentaran en contra del Estado o la Corona. También, se promovían castigos severos para intimidar a los esclavos que pudieran considerar escaparse o rebelarse. La primera conspiración de negros en Puerto Rico se descubrió en 1821. Un año más tarde, se delató otra rebelión en Guayama. Fueron muchas las rebeliones o conspiraciones que ocurrieron en Puerto Rico a lo largo del siglo XIX, y aún más luego de que en Inglaterra y Francia se aboliera la esclavitud, en 1833 y 1848 respectivamente. Entre estas rebeliones, probablemente las más importantes fueron aquellas ocurridas en los partidos de Ponce y Bayamón, en 1848. En este último, los esclavos organizaron una conspiración que comenzaría a la medianoche del 29 de julio de 1848. De acuerdo con el plan, los esclavos de diferentes haciendas del municipio llegarían hasta la hacienda de Miguel Figueres, en donde encontrarían sables y espadas bajo un mazo de caña picada. Luego, liberarían esclavos en otras haciendas y atacarían lugares estratégicos para tomar el pueblo. El próximo paso, consistía en degollar a los blancos y dirigirse a San Juan. Los planes nunca se llevaron a cabo, pues los esclavos fueron delatados. A partir de este incidente, cesaron los intentos de rebelión entre los esclavos puertorriqueños, con la posible excepción de un levantamiento del que no se conoce mucho, ocurrido en 1855.

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