LA VERGÜENZA: NO TODO ES TIMIDEZ 1

LA VERGÜENZA: NO TODO ES TIMIDEZ 1 Que todos hemos sentido vergüenza alguna vez es algo indiscutible. O al menos algo a lo que llamamos vergüenza. No ...
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LA VERGÜENZA: NO TODO ES TIMIDEZ 1 Que todos hemos sentido vergüenza alguna vez es algo indiscutible. O al menos algo a lo que llamamos vergüenza. No hace falta acudir al diccionario para identificarlo, ya que experimentamos una serie de sentimientos o, más bien, emociones que reconocemos como tal cosa: cuando sentimos vergüenza deseamos que se abra la tierra y nos trague, queremos desaparecer, que no nos miren, enrojecemos, sentimos mucho calor, temblamos y se nos pone un nudo en el estómago. Es, quizá, una de las emociones cotidianas más desagradables e incómodas, algo que nos inunda como seres globales, que nos desprestigia de cara a los demás y de nosotros mismos. Porque en realidad, la vergüenza solo aparece ante la mirada de otro, ante alguien que nos puede juzgar o ante quien deseamos aparecer como válidos y excepcionales. Pero ¿ese otro debe estar realmente presente? ¿Y nosotros mismos? ¿Podemos autojuzgarnos y considerarnos infames? ¿No llevamos dentro los objetos internalizados “juzgantes”? Desde muy niños hemos ido internalizando figuras significativas a modo de “objetos del self” (en palabras de Kohut), que actuarán como objetos ante los que nos podemos avergonzar. Son figuras internas que, aunque en la actualidad no son de carne y hueso y no nos miran con ojos acusadores, han estado presentes y los llevamos dentro de nosotros conformando nuestros ideales, normas morales e ideas sobre lo bueno y lo malo. En una palabra, también existe una mirada interna escrutadora que nos hará sentir avergonzados si desafiamos alguna norma o ideal. Así, la vergüenza se experimenta ante el espejo del otro, ante los ojos del otro del que deseamos amor y admiración, y ese otro también somos nosotros mismos. En este sentido del escrutinio ajeno, Boris Cyrulnik, el autor de “Los patitos feos” y el que ha puesto de moda el concepto de resiliencia, publicó en 2011 “Morirse de vergüenza. El miedo a la mirada del otro”, donde expresa la idea de que el destino de la vergüenza depende, sobre todo, de la reacción del otro; de hecho la vergüenza es más llevadera cuando el entorno trata de comprender y no de juzgar o, en palabras de Morrison (1997) “el antídoto de la vergüenza es la aceptación”. En esta exposición pretendemos explorar el afecto de la vergüenza desde varias perspectivas, aunque centrándonos en nuestra visión psicoanalítica del mundo. Para ello, y desde ahora os señalo, hemos tenido que vincular el concepto de vergüenza a otros dos: el narcisismo y la culpa. Es imposible (o al menos yo no lo he conseguido) estudiar el tema que nos ocupa sin relacionarlo, por un lado, con el narcisismo y, por otro, con otra emoción íntimamente conectada, como es la culpa. De hecho en muchas ocasiones tienden a confundirse ambos sentimientos aunque, como veremos, tienen elementos diferenciadores claros. 1

Seminario clínico perteneciente al Curso de Teoría y Técnica Aplicadas a la Clínica Psicológica (Cáceres, 4 de abril de 2014).

A lo largo de toda la exposición vamos a seguir una pauta más o menos constante: vamos a estar refiriéndonos continuamente a una visión interaccional, a las relaciones con otros significativos, ya que, en nuestra opinión, el afecto de vergüenza, aunque sentido en el self, es algo esencialmente relacional. De esta manera vamos a poder contemplar que respecto a la vergüenza “no todo es timidez”.

CONCEPTO Y DESCRIPCIÓN DEL TÉRMINO Vamos a pararnos un momento a pensar: ¿cuándo sentimos vergüenza? ¿En qué ocasiones? ¿Qué tienen de común las situaciones que nos provocan ese sonrojo? Entre las múltiples definiciones de vergüenza vamos a rescatar tres sobre las que vamos a girar a lo largo de todo este tiempo:   

“La vergüenza es una reacción a la ausencia de una reciprocidad aprobadora” (Ikonen, Rechardt & Rechardt, 1993 en Orange, 2005, p. 2) “Afecto que refleja el sentimiento de fracaso o de déficit del self” (Morrison, 1997). “Sentimos vergüenza cuando nos exponemos ante nosotros mismos o ante terceros como deficientes, indignos de ser queridos o decepcionantes, en relación a algo que ya ha ocurrido” (Lansky, 2005, p. 62).

Desde los años 80 se ha venido desarrollando el concepto de emociones morales en referencia a un grupo de “emociones complejas que surgen por la percepción del quebrantamiento de normas morales o por un comportamiento moralmente motivado” (Haidt, 2003 en Mercadillo, Díaz & Barrios, 2007). Como se refleja en la figura 1, se han propuesto cuatro familias de emociones morales:  

 

Emociones de condena: Se presentan ante la ruptura de ciertos códigos morales e incluyen la ira, el disgusto, el desprecio y la indignación. Emociones de autoconciencia: Incluyen la vergüenza, el pudor y la culpa. En estas el sujeto reconoce que ha quebrantado una convención o norma social; en el caso de la culpa, este quebrantamiento ha podido causar sufrimiento a otros. Las emociones de autoconciencia requieren de la presencia de un sentimiento de sí mismo y de la propia identidad y nos proporcionan una evaluación de nuestros actos. Emociones relativas al sufrimiento ajeno: Surgen por la inferencia de que el otro sufre e incluye la compasión. Emociones de admiración: Son emociones relacionadas con la sensibilidad de percibir algo o a alguien como bueno o moralmente ejemplar. En general son emociones positivas, incluyendo la gratitud, la admiración y la devoción. 2

Ira

Disgusto DE CONDENA Desprecio

Indignación

VERGÜENZA

EMOCIONES MORALES

DE AUTOCONCIENCIA

Pudor

Culpa

RELATIVAS AL SUFRIMIENTO AJENO

Compasión

Gratitud

DE ADMIRACIÓN

Admiración

Devoción

Figura 1: Emociones morales

Que la vergüenza es un afecto estrechamente ligado a la conciencia moral nos parece indiscutible o, incluso, obvio, como lo demuestra el hecho de ser algo desconocido para quienes tienen anestesia moral: como lo llevan señalando los expertos en el tema desde Cleckley a Robert Hare, el psicópata carece no solo de remordimientos y, por tanto, de arrepentimiento o culpa, ante las acciones inmorales o delictivas cometidas, sino que también muestra la ausencia de la capacidad de avergonzarse por ellas. En el otro extremo se encuentran aquellas personas inseguras de sí mismas, con un sentido del ridículo exacerbado e intenso, y un temor tal a ser criticado que la vergüenza se convierte en una forma habitual de relacionarse con los demás y con el medio. El límite lo constituyen aquellas personas aquejadas de trastorno de la personalidad por evitación y de fobia social, en las que el miedo patológico al ridículo o a quedar en evidencia les lleva a evitar las situaciones en las que correría el riesgo de sentirse humillado. Desean establecer relaciones sociales, pero la vergüenza les atenaza y les paraliza. En un punto medio situaríamos la vergüenza normal, esa sensación de ridículo y de desnudez que experimentamos cuando hemos sido sorprendidos en una falta, en una mentira, en una acción deshonrosa, en una actitud hipócrita o en un

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comportamiento indecoroso que atenta contra las normas de la moral o de la buena educación. Esta sucesión se refleja en la figura 2.

VERGÜENZA NORMAL

PSICOPATÍA

TRASTORNO EVITATIVO Figura 2: Polos de la vergüenza

Teniendo en cuenta lo expuesto, sentirse avergonzado en alguna ocasión, el que nos dé vergüenza hacer tal o cual cosa, es síntoma de que no carecemos de sensibilidad moral, de que nos importa el juicio de los demás o el nuestro propio, que somos fieles a nuestros ideales y nos sentimos mal si los pasamos por alto. De hecho, el sentimiento de vergüenza es uno de los garantes de la conducta moral, lo que nos permite, evolutivamente hablando, preservar lo íntimo de lo público, separar lo bueno de lo malo. La Biblia afirma que Adán y Eva, antes del pecado, no se avergonzaban de su desnudez corporal. «El hombre y su mujer estaban desnudos, sin avergonzarse de ello» (Gén 2,25) Pero después del pecado, «se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron» (3,7). Esta primera descripción de la vergüenza apunta a un vínculo con el pudor, con una connotación más sexual o, si Adán y Eva. queremos, corporal, una acepción restringida que se refiere al (Alberto Durero, 1507) “recato o pudor que mueve a la ocultación de partes (físicas o psíquicas) de uno mismo” (Hdez Espinosa, 1999, p. 89), aquellas partes más vulnerables, aquellos órganos que muestran nuestra indefensión y dependencia del otro. Pero vamos a ver cómo tras la palabra vergüenza se acogen otras connotaciones diferentes.

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El Diccionario de la Real Academia de la Lengua (22ª edición) define la vergüenza como 1. f. Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro, ocasionada por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o vergüenza. (Del lat. verecundĭa). ajena. 2. f. Pundonor, estimación de la propia 1. f. Turbación del ánimo, que suele honra. encender el color del rostro, ocasionada Siguiendo a Mario Rossi (1998), en la palabra vergüenza se acogen varios campos semánticos que suponen distintos sectores de la experiencia:

por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena. 2. f. Pundonor, estimación de la propia honra. Hombre de vergüenza. 3. f. Encogimiento o cortedad para ejecutar algo. 4. f. Deshonra, deshonor. 5. f. Pena o castigo que consistía en exponer al reo a la afrenta y confusión públicas con alguna señal que denotaba su delito. Sacar a la vergüenza. 6. f. ant. Listón o larguero delantero de las puertas. 7. f. germ. Toca de la mujer. 8. f. pl. Partes externas de los órganos humanos de la generación. ~ ajena. 1. f. La que uno siente por lo que hacen o dicen otros.

1. Vergüenza como turbación o restricción: Este significado remite a un trauma, a algo que hay que ocultar. Alude a la acepción 1ª del diccionario. 2. Vergüenza como temor, embarazo, pudor, modestia, reserva, timidez: En este aspecto ya se capta un significado más relacional. En realidad, la vergüenza-pudor desempeña una importante función evolutiva protegiendo la individualidad del sujeto. Aquí destacamos la función positiva, valorativa y necesaria del sentimiento del que tratamos, ejerciendo como emoción fundante de la subjetividad. 3. Vergüenza como ofensa, deshonor, ignominia, mancha, infamia: Aquí se muestra la otra cara relacional de la vergüenza, el aspecto acusatorio, paranoide, que remite a la acepción 4ª del diccionario. 4. Vergüenza como rubor: En este significado nos movemos por el área somática y corporal de la vergüenza, o, si preferimos, psicosomática. La piel, la cara se convierte en signo externo y objetivo de la emoción vergonzosa; de forma automática (quizá por la acción del sistema simpático) la piel se enrojece, el calor nos hace sudar y la emoción puede ser detectada por los demás. “Turbación del ánimo, que suele encender el color del rostro…” 5. Vergüenza como sinónimo de los órganos genitales, expresado en plural (“las vergüenzas”): Es otra expresión del carácter corporal de la vergüenza que atañe a una parte del cuerpo muy íntima y que hay que esconder, como señala la acepción 8ª del diccionario.

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Esto puede resumirse en tres acepciones fenomenológicamente diferentes del sentimiento de vergüenza, tal como nos indica Hdez. Espinosa (1999, 2013): 1. La vergüenza del pudor o del recato cuando lo que se quiere ocultar es expuesto a la visión de alguien. Para defenderse de tal sentimiento se tiende a la ocultación, a esconderse de la visión del otro. 2. La vergüenza del pundonor, con sentimientos de pérdida de dignidad, honor o humillación. La defensa más común frente al atentado contra la propia dignidad es la hostilidad y la venganza o, en otras ocasiones, la paralización por el sentimiento de indefensión. Remite, hablando en términos kleinianos, a una defensa esquizo-paranoide y, por tanto, primitiva. 3. La vergüenza de la culpa, que supone la alteración del ánimo por haber cometido una falta, concepto cercano al sentimiento de culpa. El sujeto tiende a defenderse de ello mediante el remordimiento y la reparación. Esta reparación nos remite a defensas de tipo depresivo (en términos de posiciones de M. Klein), más evolucionadas que las anteriores. Los tres conceptos tienen en común que el sentimiento se refiere al estado del self como ser total y no, como en la culpa, con el estado del objeto. Más adelante ahondaremos en los elementos diferenciales entre la vergüenza y la culpa.

TÉRMINOS AFINES Hemos mencionado algunos términos que están íntimamente relacionados con el sentimiento de vergüenza: pudor, humillación y culpa. Así, podemos considerar prácticamente sinónimos los dos primeros, mientras que el tercero, la culpa, aunque diferente, corre el peligro de confundirse con la vergüenza, sobre todo porque se le ha dedicado mucha más literatura. De hecho esta ha sido considerada la “Cenicienta del psicoanálisis” (Rycroft, en Hdez Espinosa, 1999, 2013) y, quizá, de la psicología en general hasta que se incluyó en las llamadas “emociones morales” a mediados de los años 80 del siglo pasado. Pero vayamos por partes. Como hemos visto, la primera constancia de la vergüenza como pudor nos remite legendariamente al Jardín del Edén y a sus pobladores, Adán y Eva. Iban desnudos, no sentían vergüenza de mostrar su cuerpo al otro hasta que cometieron el pecado, la transgresión de LA norma, tras lo cual fueron conscientes de la mirada del otro, se avergonzaron y hubieron de cubrirse con una hoja de parra sus partes pudendas. Podemos afinar señalando que el pudor se refiere al cuerpo, al desvelamiento de partes del cuerpo que deben permanecer ocultas y que tememos que los demás juzguen como imperfectas o sucias, siendo una emoción específicamente humana (los animales carecen de pudor). Por otro lado, la vergüenza

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supone el apuro que nos provoca el desvelamiento de nuestra conducta improcedente o inmoral. Así, sentiremos vergüenza cada vez que creamos que los demás están censurando nuestras acciones o nuestro carácter. En resumen, el pudor hace alusión a la desnudez del cuerpo, mientras que la vergüenza a la desnudez del alma. Como hemos apuntado, solo el ser humano experimenta eso que hemos llamado pudor: los animales son unos “desvergonzados”. El pudor aparece relacionado con la sexualidad en casi todas las lenguas, de hecho se relaciona el estar desnudo al pudor. Antropológicamente hablando se observa que en casi todas las tribus primitivas (primitivas en relación con nuestra cultura occidental que consideramos avanzadísima) se cubren los órganos sexuales, necesitan privacidad para el acto sexual… De esta forma preservamos de la mirada pública nuestros genitales, las actividades reproductoras, excretoras y, en menor medida, alimenticias (Guimón, 2004, 2005). Sin embargo yo me pregunto y os pregunto: ¿y las exposiciones televisadas de los más profundos sentimientos humanos, tipo reality-show (“La isla de los famosos”, “Sálvame”)? ¿Y las matanzas encarnizadas que vemos todos los días sin recato? ¿Y las muertes filmadas donde se expone el descontrol de las funciones corporales del moribundo? ¿Y el regodeo, más allá de la necesidad informativa, en los cadáveres del accidente de Santiago? ¿Y la presencia en los medios de personas relacionadas con los crímenes más dramáticos 2? No enseñamos “nuestras partes” ni hacemos el amor en público, pero ¿no estamos desafiando el pudor más básico? ¿o es la vergüenza? En este sentido podríamos hablar también de desvergüenza e impudor: desvergüenza no es solo mostrar al otro lo privado e íntimo, hacer visible lo que culturalmente debe hacerse en la intimidad (como ya hemos dicho los genitales, las actividades primarias como el acto sexual, orinar, defecar, higiene…), sino que también lo es mostrar sin pudor la intimidad emocional, los “trapos sucios” expuestos al público de la forma más descarnada, la “telebasura” y el “amarillismo” que inunda nuestras pantallas. Como afirma Guimón (2004) “la exposición impúdica de la intimidad no sexual en los “reality shows” puede también ser considerada como pornografía dura” (p. 39). Cuando lo que sentimos es la pérdida del honor, de la dignidad y de nuestro ser como personas, experimentamos humillación. Aunque la humillación y la vergüenza han sido tratadas como similares o, en ocasiones, una consecuencia de la otra, percibimos, con Leidner, Sheikh & Ginges (2012) y Black, Curran & Dyer (2013) elementos diferenciales. La vergüenza se considera una emoción interna que implica atribuciones internas de responsabilidad (“yo he hecho esto porque yo he querido”), 2

El 29 de Octubre de 2011, la madre de Javier García Martín “el Cuco” fue entrevistada en el programa “La noria” de Tele5 defendiendo la inocencia de su hijo en el crimen de Marta del Castillo. Percibió 10.000 €. También Soledad Gómez, madre de la novia de Miguel Carcaño, visitó varios platós de televisión con el mismo fin. ¿Quién muestra más falta de pudor: la persona que acude o la cadena que contrata?

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una tendencia a ocultarse y al aislamiento y, en un momento más avanzado, a pedir disculpas y a reparar. Por otro lado, el sentimiento de humillación supone una sensación de impotencia, un sentimiento de degradación injusta o devaluación en un contexto social dado, en el cual el sujeto sabe que no va a poder responder a tal degradación. Tanto la vergüenza como la humillación son emociones sociales que implican sentirse inferiores a los demás como personas totales, pero mientras que en la vergüenza el actor de la acción está convencido de que se merece el castigo por haber violado una norma, las víctimas de humillación saben que no se merecen someterse al escarnio público, siendo invadidos por el sentimiento de injusticia percibida; además la persona humillada siempre está situada en una relación asimétrica con el humillador, que ocupa una posición superior en cuanto a rango social, poder, fuerza física o autoridad. Pocas cosas hieren más que el que a uno se le despoje del honor, de su identidad o de sus ideales. ¿Por qué se desnuda a una víctima de secuestro? ¿Por qué se rapaba el pelo a presas durante la Guerra Civil? ¿Por qué se utilizaba la humillación y el escarnio público como instrumento de tortura a lo largo de la historia? Y, sin llegar a esos extremos históricos ¿por qué el poder (o determinadas personas en cargos de poder) utilizan la desvalorización, quitar responsabilidades o controlar todas las actividades de los subordinados? ¿Qué es a veces el mobbing si no un despojamiento del honor y de la propia valía? Mientras que una persona avergonzada tiende a ocultarse o a retirarse para no ser vista, una persona humillada puede responder de dos maneras extremas: mediante la rabia y la venganza o a través de la paralización y el hundimiento en un estado de inercia pasiva. Pocas acciones violentas son tan crueles como las que son movidas por la venganza, cuando el poder del que ha sido despojada la persona vuelve a él/ella y se siente con capacidad de hacer probar al otro su propia medicina. Poca rabia hay más virulenta que la del anteriormente sometido. Pero otras veces, este atentado contra uno mismo desemboca en una inercia y paralización de la respuesta debido al propio sentimiento de indefensión; tenemos pruebas dramáticas de ello en acontecimientos mundiales (véase el exterminio de judíos por el régimen nacionalsocialista), aunque también habría que observarlo en luchas entre culturas (musulmanes vs. católicos, heterosexuales vs. homosexuales…). En resumen, Leidner, Shaikh & Ginges (2012) señalan que “la humillación en un contexto intergrupal se vive como un estado emocional con las siguientes características afectivas: intensa rabia dirigida a otros, bajo sentimiento de culpa e intensos sentimientos de indefensión” (p. 4. La traducción es nuestra).

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VERGÜENZA Y CULPA Al iniciar esta exposición os comenté que al hablar de vergüenza era difícil no aludir a otros conceptos indisolublemente unidos a ella. Uno de esos conceptos es el de culpa y a ella y a su distinción vamos a dedicar unos minutos. La vergüenza ha sido una emoción a la que el psicoanálisis ha dedicado poco interés a favor de la culpa; en la psiquiatría el camino ha transcurrido paralelamente, ganando terreno la consideración de afectos más invasivos como la depresión y la angustia. Para Rossi Monti (1998), Freud cayó víctima de una verdadera obsesión por la culpa, por lo que la vergüenza quedó reducida al rango de formación reactiva contra impulsos exhibicionistas. F. Alexander, en 1938 (en Seidler, 2000; ), ya estableció una relación cíclica entre la vergüenza y la culpa. Describe cómo el estado displacentero del self que da lugar a la vergüenza lleva a veces al sujeto hacia un comportamiento agresivo que despierta la culpa. La culpa produce una disminución del poder del self que da lugar a un self debilitado, circunstancia que facilita que aparezca otra vez la vergüenza (Figura 3)

Estado displacentero: verguenza

Self debilitado

Disminución del poder del self

Comportamiento agresivo

Culpa

Figura 3: Relación cíclica de Alexander

Hartmann y Lowenstein, desde la Psicología del Yo, consideran que la vergüenza es tan semejante a la culpa que deben estudiarse conjuntamente. Sin embargo, la mayoría de los autores consideran la existencia de matices diferenciales (Tous, 1996). La diferencia esencial entre los conceptos que aquí tratamos se puede resumir en la siguiente frase de Rodríguez Sutil (2013): “uno se siente culpable de lo que hace y se avergüenza de lo que es” (p. 365); o en la de Eagle (1988): “nos sentimos culpables por haber obrado mal y nos sentimos avergonzados por la esencia misma de nuestro

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ser”. Esto es, la culpa es un afecto derivado de las acciones que uno hace y el foco de esa culpa se centra en el hecho en sí, sin embargo la vergüenza es algo invasivo que inunda todo el self: uno quiere desaparecer “entero”. De hecho cuando nos avergonzamos actuamos mágicamente ese deseo tapándonos los ojos, como si el hecho de no ver hiciera que los demás no nos vieran (recordemos el juego de los niños que se tapan la cara y dicen “no estoy”). Como nos indica Tous (1996), Piers y Singer, en 1953, establecen diferencias metapsicológicas entre ambas: la vergüenza deriva de un conflicto entre el Yo y el Ideal del Yo, surge cuando una meta presentada por el ideal del Yo no se alcanza; por tanto, la vergüenza deriva del fracaso, de la sustitución de una autoimagen por otra peor (inadecuada, más débil o inferior). La culpa, por otra parte, es un conflicto entre el Yo y el Super-Yo: aparece cuando es transgredido un límite puesto por el super-yo y, por ello, acompaña a una transgresión de una norma. Para H. B. Lewis, una de las grandes estudiosas de la vergüenza, el papel del self en ambas emociones es distinto: en la vergüenza el self es el centro de la experiencia, es un sentimiento que invade toda la personalidad, que se torna pasiva e indefensa. Habla, por tanto, de un fallo total respecto de una norma o un modelo de conducta. Sin embargo la culpa apunta a lo que se ha hecho o no se ha hecho, es resultado de un fallo específico; en este sentido el self es responsable y, por tanto, activo (Lewis, 1971; Rossi, 1998). Así, según Tangney et al. (2011), la vergüenza es una emoción disruptiva y dolorosa debido a que el self, no solo una conducta específica, es objeto de juicio. Cuando una persona se siente avergonzada se siente pequeña, sin valor y sin poder. Aunque no haya un auditorio realmente presente, basta con imaginarse a uno débil, pequeño y defectuoso delante de los demás. La culpa tiene que ver con una agresión dirigida a un objeto, siempre hay un tercero que puede sentirse perjudicado y eso es lo que nos hace sentirnos culpables, despertando el miedo a ser castigado. Sin embargo, la vergüenza deriva del conocimiento de un defecto del self que impide conseguir la meta propuesta por el ideal del Yo. Así, el miedo que acompaña a la vergüenza es la de ser rechazado y no querido por ese defecto. Desde un punto de vista temporal, la culpa puede tener un curso largo que puede ir tiñendo la personalidad del sujeto; la vergüenza funciona más por accesos, a modo de brotes, eliminándose o transformándose en otros sentimientos como la rabia o la paralización (Rossi, 1998). Cyrulnik (2011) apunta a la existencia de un detractor obsesivo en el mundo interno de la persona avergonzada, un censor que murmura una y otra vez “eres despreciable”. Sin embargo, en el mundo interno del culpable existe un tribunal que

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condena, reprende y desaprueba, que le hace responsable de sus actos diciéndole “es culpa tuya”. Tangney et al. (2011) han realizado investigaciones empíricas acerca de la diferencia entre ambos sentimientos. Para ellos hay pocos resultados que apunten a situaciones elicitadoras de una u otra emoción. Como mucho, puede esperarse que la culpa esté más vinculada a transgresiones morales, mientras que la vergüenza puede surgir por un rango más amplio de fracasos tanto morales como no morales. Otra base para distinguir entre ambas enfatiza el carácter público vs privado de tales emociones. Así, la vergüenza es una emoción más pública que surge por la exposición al escrutinio, por lo general desaprobador, de otras personas. La culpa es una emoción más privada, derivada de remordimientos de conciencia internos. Cuanto más expuesta esté la persona, cuanto más se sienta examinada y juzgada, más se acercará a sentir vergüenza más que culpa. Un intento de distinción entre ambos conceptos se plasma en la figura 4. VERGÜENZA Se refiere al Sí. Uno se avergüenza de lo que es. Fallo, no estar a la altura Ideal del Yo Enmarca el Sí en su totalidad. Afecto global Accesos. Se propaga al cuerpo o desaparece, es eliminada o transformada en otros sentimientos, como la rabia Self global Condición de sumisión, pasividad, ausencia de poder Temor: Ser rechazado En el mundo íntimo de un avergonzado hay un detractor que le dice “eres despreciable”. El avergonzado se esconde, niega o se escapa

CULPA Se refiere a acciones que implican a un 3º. Uno se siente culpable de lo que hace. Transgresión Super-Yo Experiencia circunscrita, focalizada en acciones (u omisiones) específicas Curso largo Hecho concreto El Sí mantiene posición de actividad Temor: ser castigado En el mundo íntimo de un culpable hay un tribunal que le condena: “es culpa tuya”. El culpable se castiga, repara o expía (confiesa, pide disculpas o se esfuerza para deshacer el mal)

Figura 4: Vergüenza vs. culpa

No es posible adquirir el sentimiento de vergüenza mientras la persona no tenga conciencia del self propio, de ser un ser separado de los otros significativos. De esta forma, la vergüenza se relaciona con la autoconciencia y la autoevaluación, mientras que la culpa incumbe a la relación con los otros (Lynd, 1958; Black et al. 2013). Tangney et al (2011) señalan, asimismo, que la culpa es la emoción moral más adaptativa, mientras que la vergüenza puede acarrear graves consecuencias. Por

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ejemplo, la vergüenza correlaciona positivamente con conductas agresivas, sobre todo en aquellas personas con un nivel alto de narcisismo. En un intento de escapar a los sentimientos dolorosos de vergüenza, el sujeto avergonzado puede invertir los papeles, externalizando la rabia y la ira sobre un chivo expiatorio conveniente. De esta forma, quien ha sido (o se ha sentido) avergonzado intenta recuperar para su vida algún nivel de control y superioridad. Los sentimientos de vergüenza están unidos a una amplia gama de trastornos como la baja autoestima, depresión, ansiedad, trastornos de la alimentación, trastorno de estrés postraumático, ideación suicida, comisión de delitos violentos y dependencia de sustancias. En suma, la propensión al sentimiento de vergüenza parece ser desadaptativa, mientras que la propensión a la culpa parece funcionar como un factor protector. Como en todo estamos hablando de una cuestión de grado, ya que todos tenemos experiencia en nuestras consultas de las consecuencias nocivas que la culpa, consciente o inconsciente, pueden acarrear para la salud mental de nuestros pacientes.

CULTURAS DE LA VERGÜENZA VS CULTURAS DE LA CULPA En el desarrollo del sentimiento de vergüenza también es preciso destacar la influencia cultural, ya que no podemos hablar de algo innato sin más; de ahí que sociólogos como Laín Entralgo hablen de culturas de la vergüenza (la Grecia clásica, Japón, el islamismo más fundamentalista) o del pundonor, y culturas de la culpa (sociedad occidental). Esto implica que hay culturas que se rigen por un código ético basado fundamentalmente en el honor y otras que lo hacen por un código ético basado en la culpa. Por ejemplo, sabemos la importancia que en Japón, sobre todo en el Japón clásico, tiene el honor y su salvaguarda. El hecho de morir es un acto sublime que debe ser realizado con dignidad, por lo que es preferible suicidarse (hara-kiri o seppukku) que envejecer o enfermar. Era una práctica común entre los samurais, que consideraban su vida como una entrega al honor de morir gloriosamente, rechazando cualquier tipo de muerte natural. Por eso, antes de ver su vida deshonrada por un delito o falta, recurrían con este acto a darse muerte (tal y como significan esas palabras, Hara-kiri: "cortadura de vientre"). Y lo mismo podemos decir de los “códigos de honor”, o de las muertes a hijas de familias islámicas cuando su honor ha sido mancillado por amar a un hombre no “apropiado”. Para un hombre de la “cultura de la vergüenza”, el sumo bien no es disfrutar de una conciencia tranquila, sino disfrutar de estima pública; para el hombre de la “cultura de la culpa”, la paz y la felicidad se alcanzan cuando se libera la represión 12

de deseos no reconocidos, de forma que el sujeto sabe y acepta lo que realmente quiere y cómo pretende conseguirlo. Así, para las culturas de vergüenza, lo realmente terrible de un acto moralmente reprobable es ser descubierto, mientras que para una cultura de la culpa, lo terrible es cometer un acto reprobable. De ahí que el castigo, o la necesidad de reparación, en una sociedad de vergüenza sea mucho más elevado que en una sociedad de culpa. Por ejemplo, cuando un japonés es descubierto en un acto de corrupción, la humillación pública a la que es sometido es enorme, ya que, al ser una cultura de vergüenza, la humillación es una penitencia realmente eficaz; además, al estar relacionado con el honor está bien visto el suicidio como acto honorable. Cuando una mujer es violada en Jordania se ha manchado el honor de la familia, por lo que la víctima suele ser asesinada por miembros de su propia familia para así limpiar el honor. De ahí que muy pocas violaciones sean denunciadas, quedando así en el terreno de aquello que no se hace público. Las culturas de culpa, como la occidental, debido a sus raíces cristianas, hacen sentirse culpable a quien realiza un acto moralmente reprobable, hasta el punto que, en numerosas ocasiones, el hacer público el delito, o el acto moralmente reprobable (confesión), es la única salida para quien se siente terriblemente culpable de lo que ha hecho; esto es algo realmente impensable en una sociedad con una cultura de la vergüenza. Y, como vimos antes, la humillación es un arma de sometimiento poderosísima, utilizado en regímenes totalitarios, dictaduras o algunos centros de internamiento, donde no se permite poseer ningún recinto privado y todo ha de hacerse delante de los demás.

PERSPECTIVA EVOLUTIVA Para Morrison (2008) existe una secuencia para el desarrollo de la vergüenza (figura 5). Inicialmente y de forma innata, el niño muestra sentimientos displacenteros ante la ausencia de respuesta parental a sus necesidades o por demandas excesivas que se ve incapaz de cumplir, dificultándose la interiorización de objetos del self, conduciendo progresivamente a la evolución de una sensibilidad a la vergüenza (cuando el sujeto no consigue lo que anhela). Sobre los 18 meses en el niño se va instaurando una autoconciencia y la separación entre el sí mismo y los otros. En este momento entran en juego elementos de comparación y competición (¿por qué al otro le hacen caso y a mí no?), junto al desarrollo de la capacidad de simbolización e imaginación y de formar juicios auto-vergonzantes. Estas últimas funciones contribuyen a la formación de ideales y a la formación de un self ideal.

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En este momento la vergüenza ha sido interiorizada, por lo que a partir de ahora este sentimiento se puede suscitar tanto desde dentro (“ante mis propios ojos”) como desde fuera (“ante la mirada del otro”). Así, la vergüenza representa el espacio que hay entre los ideales de sí mismo (la imagen de sí a la que uno aspira) y el sentimiento de sí en realidad (la imagen de uno mismo como es). Cuanto más grande sea la distancia entre estas dos imágenes, mayor será la intensidad de la vergüenza sentida. Obviamente nuestros ideales se ven influidos por las relaciones con nuestro medio cultural, familiar y de relaciones; una vez interiorizados juegan un papel importante en nuestras emociones y en la idea que tenemos de nosotros mismos, esto es, en nuestro yo-real. Así, cuanto mayor es la diferencia entre el self real y el ideal, mayor es la vulnerabilidad a la herida narcisista y, con ello, mayor la facilidad para que surjan sentimientos de vergüenza.

Vergüenza Self cohesivo

• Ausencia de objetos del self

• Formación de objetos del self

Self fragmentado

• Diferenciación self-objetos del self Autoconciencia. Self real

Ideal del self

• Interiorización • Formación de ideales

Figura 5: Aparición evolutiva de la vergüenza (Morrison, 2008)

Para algunos autores, como Erikson y Seidler (2000), la vergüenza es parte necesaria del desarrollo para conseguir la creación de un espacio interno triangular en el que “yo me siento a mí misma frente a ti”. Como elemento evolutivo, la ausencia o hipertrofia de la vergüenza es un importante indicador diagnóstico. Ya Erikson en 1959 apuntó hacia la vergüenza como etapa evolutiva (o “crisis de desarrollo”) normal en todo niño (figura 6). Así, de los 18 meses hasta los tres años aproximadamente se desarrolla la etapa que él denomina autonomía vs vergüenza y duda (equivalente a la etapa anal de Freud y a la de separación-individuación de Mahler). En ella el niño comienza a ser independiente, desea salirse con la suya sin que le importe lo que piensen sus papás, por lo que se entablan violentas peleas entre ambos “bandos” cuya consecuencia positiva es que el niño empieza a concebirse como un ser separado, con

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su propia mente y sus propios deseos. La vergüenza y la duda empiezan a desarrollarse por dos razones:  

Por una resistencia por parte de los padres a que el niño adquiera su necesaria autonomía. Porque el niño exija una autonomía que, por su propia seguridad, los padres deban negarle o coartarle.

De una manera gradual los padres deben permitir que el niño vaya manejando libremente sus propios asuntos, adquiriendo poco a poco un grado de independencia adecuado y la conciencia moral sobre lo que está bien o mal. Si es sobreprotegido, sobreexigido o cuestionado, crecerá dudando de sus capacidades y cuestionándose todo lo que hace. Pero por lógica deben surgir las batallas por el poder y establecerse ciertas (o muchas) limitaciones, lo que puede causar alguna vergüenza sana y evolutivamente necesaria. ESTADIO

VIRTUD ASOCIADA

Confianza vs Desconfianza (nacimiento-18 meses)

Esperanza

PSICOPATOLOGÍA Psicosis Adicciones Depresión

Voluntad

Paranoia Obsesiones Compulsiones Impulsividad

Iniciativa vs. Culpa (3-5 años)

Finalidad

Conversión Fobia Síntomas psicosomáticos Inhibición

Laboriosidad vs. Inferioridad (5-13 años)

Competencia

Inhibición creativa Inercia

Fidelidad

Delincuencia Trast. Identidad sexual Episodios psicóticos Trast. Borderlines

Autonomía vs. Vergüenza y duda (18 meses-3 años)

Identidad vs. Confusión (13-21 años)

Personalidad esquizoide Distanciamiento Racismo Productividad vs. Estancamiento Crisis de la mitad de la vida Cuidado (40-60 años) Invalidez prematura Integridad vs. Desesperanza Alienación extrema Sabiduría (60 años-muerte) Desesperación Figura 6: Etapas evolutivas formuladas por Erikson Intimidad vs. Aislamiento (21-40 años)

Amor

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CONCEPCIÓN PSICODINÁMICA DE LA VERGÜENZA. EL NARCISISMO La vergüenza ha sido un concepto escasamente tratado en el psicoanálisis heredero de la teoría estructural y del conflicto edípico3. Ya comentamos que, al parecer, Freud estaba obsesionado con la culpa, reduciendo el afecto de vergüenza a la consecuencia de tendencias exhibicionistas o voyeuristas (escoptofílicas). Joana María Tous (1996) nos indica las dos maneras en las que Freud consideró la vergüenza (figura 7): hasta el año 1933, año de la publicación de las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, la contempla como una fuerza represora de la sexualidad infantil, esto es, como una manera de tratar con las pulsiones. Siguiendo esta tendencia se acogen autores como Abraham, Fenichel y Jacobson. A partir de 1933 trata la vergüenza como un afecto ligado al complejo de castración, por tanto, unido al conocimiento de un defecto del self con el consiguiente miedo al rechazo por ese defecto. En este caso, quedaría vinculada al área del narcisismo donde se ha situado el centro de estudio actual. Se incluyen aquí estudiosos como Erikson, Lynd, Morrison y, desde una perspectiva relacional, Lewis y en nuestro país, Rosa Velasco.

K. Abraham

Vergüenza como fuerza represora (perspectiva pulsional)

O. Fenichel E. Jacobson

FREUD

Erikson

Nuevas conferencias de introducción (1933)

H. Kohut

H. Lynd Vergüenza ligada al complejo de castración

A. Morrison Perspectiva relacional: L. Wurmser H.B.Lewis R. Velasco

Figura 7: Conceptualizaciones psicodinámicas de la vergüenza

El interés psicoanalítico sobre el narcisismo empezó a destacar en los Estados Unidos a partir de los años 70 y, con ello, el inicio del interés sobre una emoción tan básica como olvidada o, por lo menos, omitida. Fue Kohut, en su obra de 1971 Análisis 3

Cuando empecé la preparación de este manuscrito, el primer paso fue buscar el término en los diccionarios psicoanalíticos al uso. Solo aparece en uno de ellos (Mijolla, A. et al. Diccionario de Psicoanálisis (2 vols). Ed. Akal), estando ausente en los clásicos Laplanche y Pontalis, en el Roudinesco o en el Valls. Asimismo, muchas de las fuentes bibliográficas claves no están traducidas al castellano (Lewis, Lynd, Piers & Singer, Seidler o Wurmser), con las honrosas excepciones del libro de Morrison, el de Cyrulnik y un significativo aumento de artículos de revista en los últimos años.

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del self, el que inició esa corriente, seguido por figuras como Helen Lynd (1958), Helen Block Lewis (1971), Leon Wurmser (1981) y Andrew Morrison. En un momento anterior hemos señalado que uno de los conceptos al que permanece íntimamente unida la vergüenza es el narcisismo, por lo que nos vamos a detener unos minutos en él. Kohut consideraba la vergüenza como una emoción conectada con la rabia narcisista, con el fracaso de los objetos del self para constituir un self grandioso (la necesidad de todo niño de que las figuras principales le hagan ver que es importante, grande, esencial y necesario), cuando existe un fracaso parental para responder a los gestos del niño y a su necesidad de ser único. Cuando eso ocurre, el niño (futuro adulto, no olvidemos) se pregunta ¿qué me pasa a mí que no obtengo el apoyo o la admiración que necesito? Se produce una sensación de fracaso, defecto, inferioridad e insignificancia que da lugar a lo que Morrison ha llamado el “lenguaje de la vergüenza” (1996, 2008). La persona crece con la esperanza de ser especial para alguien que, si no se cumple, desemboca en la patología narcisista, en la demanda de ser el único y exclusivo (figura 8).

Deseo de ser especial

Deseo de ser único

Deseo de ser exclusivo

Figura 8: Instauración del lenguaje de la vergüenza (Morrison, 2008)

Así, vemos que la vergüenza se experimenta en conexión íntima con la vulnerabilidad narcisista. Sentimientos de imperfección, insignificancia y debilidad nos están sugiriendo la existencia de impedimentos en la sensación del self como entidad completa y desarrollada. De esta manera, las medidas para valorar la vergüenza pueden también indicar la profundidad y extensión de la patología narcisista (Morrison, 1997, 2008). Siguiendo con Morrison, es imprescindible hacer referencia a lo que él llama la dialéctica del narcisismo (figura 9), que establece la conexión entre el narcisismo (como factor evolutivo constituyente de la personalidad) y la vergüenza. Señala el

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autor que el narcisismo consta de dos polos siempre presentes en la experiencia psíquica humana: un polo expansivo, dominado por tendencias exhibicionistas, grandiosas y de autosuficiencia, y un polo contraído, en el que hay un sentimiento de pequeñez, de ser inferior y de dependencia de un otro fuerte y poderoso. Estos dos polos se hallan simultáneamente en todas las personas, predominando uno sobre otro en distintos momentos, siempre en tensión dialéctica. Dado ese balanceo entre ambos polos, la vergüenza siempre tiende a aparecer ante los fracasos de dominar un polo sobre el otro: en ciertos momentos domina la altivez, el exhibicionismo y la grandiosidad (polo expansivo), en otros dominan la escena la pequeñez, los sentimientos de insignificancia y la idealización del otro omnipotente (polo contraído). Así, la vergüenza se presenta ante el fracaso de conseguir la autonomía o la fusionalidad (Morrison, 1998, 2008; Rodríguez Sutil, 2008)

POLO EXPANSIVO POLO CONTRAÍDO

Figura 9: Dialéctica del narcisismo (Morrison, 1997, 2008)

La vergüenza depende esencialmente del self y de su relación con un yo narcisista. Su aparición supone el fracaso de la organización narcisista que asoma cuando uno percibe un defecto del self y se expone a un tercero que observa (Tous, 1996). Obviamente, para desarrollar este sentimiento es preciso que exista un self constituido, donde se haya logrado una completa diferenciación self-objeto y que hayan podido internalizarse objetos del self. También es necesario haber conseguido (evolutivamente hablando) la capacidad mentalizadora de la que nos habla Fonagy (1998): la capacidad de representarnos que los demás tienen pensamientos, sentimientos y emociones. Así, en ocasiones la vergüenza surge al imaginarnos que los demás nos consideran defectuosos (nos hacemos la representación mental de que los demás piensan en nosotros como seres inferiores), asoma cuando nos damos cuenta de que nuestra imagen no está solo en nuestra mente sino también en la de los demás; es decir,

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aparece por la capacidad mentalizadora ya adquirida. En resumen, podemos sentirnos sin valor o inferiores a los demás al pensar que nos verán así (Teoría de la alteridad de Seidler [2000]). Esta puede ser una de las razones por las que personas con determinados trastornos mentales muestran un sentimiento de vergüenza atrofiado o disminuido, apareciendo como más desinhibidos o “desvergonzados”: personas con demencia, esquizofrenia, autismo y, por supuesto, niños muy pequeños. Teniendo todo esto en cuenta, como señala M.A. Paz (2005), la vergüenza es algo que le sucede a uno consigo mismo, es una emoción que solo se dirige hacia la propia persona y cuyo responsable es uno mismo. Aunque hemos comentado que la experiencia de la vergüenza se produce ante la mirada de otro, ese otro también pueden ser representaciones psíquicas en las que intervienen figuras significativas investidas de libido narcisista. En este sentido Hedman, Ström, Stünkel & Mörtberg (2013) distinguen entre vergüenza externa e interna. La externa se refiere al afecto que se basa en cómo uno es percibido por los demás, con la idea de que será rechazado o criticado. La vergüenza interna puede definirse como aquella basada en cómo el individuo se percibe a sí mismo. Esta diferenciación descriptiva, aparentemente tan nítida, no resulta tan clara cuando pensamos en cómo nuestras ideas y percepciones vienen determinadas en parte por las internalizaciones que hacemos de los otros significativos. O, en palabras de Rosa Velasco, “el afecto de vergüenza se experimenta en soledad a la vez que tenemos en cuenta un vínculo relacional, tanto este sea interiorizado como externo. Nuestra imagen se cuestiona: ¿quién soy yo ante mí mismo? Y ¿quién soy yo ante los demás?” (2002, p. 288). Desde una perspectiva relacional, Helen Block Lewis (1971) considera la vergüenza como un afecto encaminado a la protección y mantenimiento de vínculos afectivos relacionales. Para ella, la vergüenza sirve como señal de que el vínculo social corre peligro y que el self debe reforzarse para lograrlo. Nos habla de la dependencia de campo refiriéndose a la dependencia del individuo de las respuestas del entorno para preservar su autoestima y el bienestar. Defensas contra la Vergüenza El afecto de vergüenza, en cuanto emoción que puede ser interiorizada y no siempre consciente, puede poner en marcha diferentes modos de defensa. A esto se refiere el modelo propugnado por Nathanson4 (“brújula de la vergüenza”), reflejado en la figura 10, al señalar que el individuo puede establecer estrategias para manejar atribuciones y emociones vinculadas a ella (Nathanson, 1992 en Rossi, 1998; Black, Curran & Dyer, 2013): 

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Retirada. Ocultación. El sujeto quiere limitar lo más posible el exponerse, tanto físicamente (taparse los ojos, marcharse del lugar, no

Desde un modelo más cognitivo.

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acudir a determinados lugares que puedan reavivar ese dolor) como psíquicamente (evitando mostrar sus pensamientos y sentimientos). Cuando existe una elevada vulnerabilidad narcisista hay más probabilidad de que se produzca esta tendencia a la retirada. Ataque autodirigido: Consiste en un recurso a la autocrítica, una vuelta contra sí mismo implacable para intentar conjurar la vergüenza derivada de la crítica de los demás. Infligirse a sí mismo lo que se teme que el otro nos haga evita que la vergüenza se convierta en ofensa y en herida narcisista, poniéndola bajo control propio. Evitación-desconocimiento. El sujeto intenta obviar y no tener en cuenta todo lo que disminuye la propia imagen, busca la perfección para mantenerse por encima de cualquier crítica. Además puede haber un recurso al empleo de sustancias euforizantes como antídoto contra la vergüenza ya que, como el Super-Yo, la vergüenza es soluble en alcohol (Rossi, 1998, p. 7). Ataque heterodirigido. Como variedad del ataque autodirigido que comentamos antes, ante situaciones que susciten tal emoción el sujeto puede actuar activamente e infligir a otros las heridas narcisistas que teme sufrir él mismo. Así, mediante la proyección, puede atribuir a otros fracasos propios, o puede transformar la vergüenza en rabia, destino de un gran interés en el estudio de trastornos narcisistas y algunos psicóticos, como el trastorno delirante. Para Kohut (1971), la herida narcisista provocadora de vergüenza está ligada no solo a sentimientos de infravaloración y baja autoestima, sino también a la transformación de tales experiencias en una rabia implacable con la que algunas personas reaccionan a la fuente de la herida.

DEFENSAS CONTRA LA VERGÜENZA

Evitación/ Retirada

Ataque autodirigido

desconocimiento

Ataque heterodirigido

Figura 10: “Brújula de la vergüenza” (Nathanson, 1992)

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LA VERGÜENZA EN EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO Parece lógico pensar que si la vergüenza supone el temor a la evaluación negativa por parte de otros, las personas que sientan niveles elevados de esta emoción tengan problemas al relacionarse con los demás por una especie de hipervigilancia hacia las reacciones del exterior y su sensación de ser indeseable. Una forma de relación interpersonal es la relación terapéutica, donde el primer interés estriba en la formalización de una adecuada alianza de trabajo, con los siguientes puntos básicos:   

Acuerdo entre terapeuta y paciente sobre las metas terapéuticas. Acuerdo sobre la estrategia terapéutica. Establecimiento de un vínculo entre ambos miembros de la pareja terapéutica.

Si alguien está convencido de tener un self claramente defectuoso, desea permanecer escondido e invisible para los demás, y teme ser rechazado por otras personas, es bastante probable que los presupuestos en los que se basa la alianza de trabajo no puedan desarrollarse, así como que tampoco pueda establecerse la relación de confianza y transferencia imprescindible: si el sujeto opta por manejar su sentimiento mediante la retirada, el distanciamiento y la frialdad afectiva, el pronóstico es bastante negativo (Black, Curran & Dyer, 2013). En momentos iniciales del tratamiento es importante detectar los niveles de vergüenza que un paciente muestra para poder incorporar elementos terapéuticos que se focalicen en ella, sobre todo con el fin de identificar estilos defensivos disfuncionales que alteren las pautas relacionales. De hecho, muchas veces es más importante empezar trabajando el sentimiento de vergüenza que las ansiedades, ya que de hacerlo así, pueden desbloquearse muchos mecanismos y puede hacer que la relación terapéutica fluya mejor, facilitando el análisis de las ansiedades del paciente. Ahora bien ¿cómo podemos sospechar que tal afecto está presente en el paciente que tenemos delante? Actitudes de timidez excesiva, falta de contacto ocular, silencios excesivos, un constante rubor facial, negación a tocar determinados temas, discurso poco fluido, respuesta airada ante el abordaje de cuestiones sensibles… De hecho, cuando el afecto predominante es la vergüenza, el paciente es reacio a acudir a tratamiento. En sesión, como nos señala M.A. Paz (2005) el paciente se pregunta y nos pregunta acerca de sus errores y fracasos, por su incompetencia intelectual, afectiva o emocional… pero no involucra a otros en sus quejas (recordemos que la vergüenza es un sentimiento hacia la propia incompletud). Suele mostrarse deprimido o, al menos, con tono vital bajo, llenando su discurso de autodescripciones negativas y demandando continuamente comprensión y apoyo incondicional. Sin embargo suele

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mostrar escaso nivel de insight, no es capaz de mirarse dentro para detectar dónde radica ese sentimiento y las estrategias disfuncionales que pone en marcha. Puede reconocer que otras personas le quieren e, incluso, él mismo puede manifestar tales sentimientos, pero ello no le resulta suficiente para llenar su vacío y los sentimientos de profunda desgracia y desesperanza. Una vez conseguida la alianza terapéutica y el tratamiento da comienzo, la relación transferencial actuará a modo de experiencia emocional correctora. En este sentido, el encuentro analítico provee al paciente de un espacio en el que puede comprobar que no va a provocar desprecio y humillación si expresa sus necesidades de cercanía, entendimiento y comprensión; va a ver que no tiene delante a ese otro que le va a juzgar con dureza y ante el cual se va a sentir aplastado, que la madre distante de otro tiempo se ha convertido en alguien que le va a responder con aceptación. De esta forma puede ir desterrando sentimientos de vergüenza que antes iban unidos a la expresión de necesidades. A través de la aceptación se pueden atenuar los sentimientos de vergüenza (Morrison, 2005).

PSICOPATOLOGÍA DE LA VERGÜENZA Como hemos ido viendo a lo largo de toda la exposición, la vergüenza es el afecto nuclear de los trastornos narcisistas. Hablamos de trastornos narcisistas desde el punto de vista dinámico, esto es, de aquellas alteraciones que tienen como base un defecto en la estructuración narcisista del self. Aunque incluimos el trastorno narcisista de la personalidad del DSM, también hemos de mencionar aquellas alteraciones cuya raíz se extiende a problemas vinculares en la infancia temprana que no han permitido al niño elaborar un sentido de sí integrado y valioso. Así, cada vez que nos encontramos con un paciente que nos exige ser el único, el exclusivo y el centro de nuestra atención, nos estamos enfrentando a un desarrollo patológico del sentimiento de vergüenza. Para Kohut, los trastornos narcisistas (derivados de la falla en la formación de un self cohesivo) se expresan por sensación de aburrimiento o insatisfacción interna, ausencia de sensaciones placenteras e intensos sentimientos de vergüenza. También son características la frialdad emocional y la frecuente aparición de perversiones sexuales. Desde otro punto de vista hay determinadas condiciones patológicas en las que se observa desinhibición conductual con pérdida del pudor. Por ejemplo en algunas demencias (sobre todo cuando hay deterioro de la corteza prefrontal): el paciente se pasea desnudo o hace sus necesidades en público, muestra conductas sexuales desinhibidas, habla sin tapujos de todo lo que se le ocurre, utiliza palabras malsonantes… Lo mismo puede suceder en episodios maníacos del trastorno bipolar o bajo los efectos de sustancias estimulantes o algunas depresoras (como el alcohol. Ya 22

hemos comentado que la vergüenza es soluble en alcohol) debido a la inhibición de las áreas moduladoras de la conducta. En trastornos del control de impulsos la persona se involucra en actos en cortocircuito, sin tiempo a meditar sobre las consecuencias que puede tener. Sí es cierto que a veces, a posteriori, estas conductas son egodistónicas, es decir, una vez llevadas a cabo la persona puede sentirse avergonzada por su acción. En el trastorno límite de la personalidad también pueden observarse episodios de desinhibición, llamadas de atención dramáticas y rasgos impulsivos. Lo mismo (y como prototipo) sucede en el trastorno antisocial de la personalidad, donde se cometen actos inmorales, crueles o delictivos en ausencia de sentimiento de culpa o vergüenza. No hay posibilidad de arrepentimiento porque no hay conexión empática con el otro. Aunque puede existir una correcta mentalización (el antisocial puede saber que los demás tienen pensamientos o sentimientos), no existe resonancia afectiva. Dicho de otro modo: aunque sepa lo que el otro pueda sentir, a él le da lo mismo. Una relación evidente es la que existe entre la vergüenza y la fobia social o el trastorno por evitación (trastorno de personalidad evasiva, según el DSM-5). La definición del trastorno de ansiedad social supone “ansiedad intensa en situaciones sociales en las que el individuo está expuesto al posible examen por parte de otras personas” (APA, 2013, p. 132). El trastorno de personalidad evasiva indica “un patrón dominante de inhibición social, sentimientos de incompetencia e hipersensibilidad a la evaluación negativa” (p. 366). Con todo lo que hemos ido explicando hasta ahora creo que resulta superfluo recalcar la relevancia que tiene el sentimiento de vergüenza en estas alteraciones. Otras investigaciones han mostrado de una manera significativa que la vergüenza juega un papel central en la percepción de una imagen corporal adversa y, consecuentemente, en pacientes con trastornos de la alimentación. Así la vergüenza corporal parece predecir un aumento de síntomas de anorexia (Franzoni et al., 2013).

CONCLUSIÓN Hasta aquí nuestra exposición sobre el afecto de vergüenza. Esperamos haber aclarado cómo estamos ante un sentimiento que invade toda nuestra vida y que puede tener consecuencias perturbadoras: desde la depreciación de las propias capacidades y el odio hacia uno mismo y lo que uno representa, hasta la guerra, violación y tortura en contextos sociales. Tengamos en mente que es un sentimiento que va mucho más allá de la timidez, que el “me da vergüenza” supone algo que puede teñir toda nuestra experiencia como seres humanos, de la cual la timidez solo es un aspecto, en realidad, mínimo, solo uno entre muchos posibles.

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La conclusión de todo lo dicho la ponemos en palabras de Lansky que, en un amplio párrafo, resume claramente todas las áreas que hemos abordado: “(La vergüenza) surge de una amplia variedad de disposiciones psicopatológicas y de experiencias humanas en las que hay una conciencia de fallo en la satisfacción de estándares e ideales, desde quedar en evidencia como inadecuado o insuficiente; desde estatus de inferioridad, imaginado o real; y desde la conciencia de que uno mismo es sucio, inadecuado, necesitado, vacío, dependiente, rabioso, decepcionante, tímido, miedoso social o inepto, propenso a la humillación, etc. El espectro de las emociones relacionadas con la vergüenza incluye, aparte de la vergüenza misma, sensación de embarazo, humillación (experiencia de verg causada deliberadamente por el otro), inferioridad, replegamiento, timidez y miedo social; también incluye defensas contra la vergüenza (pudor) que es lo opuesto a “sinvergüenza”: modestia, humildad y conceptos parecidos. También se puede ver que la vergüenza opera de forma latente detrás de otros fenómenos afectivos: venganza, envidia, resentimiento y otras formas de rabia. La vergüenza es también un acompañamiento inevitable de todas aquellas situaciones en las que uno queda expuesto (o bajo amenaza de quedar expuesto) a una interrupción de la cohesión de la personalidad, o fragmentado, o disociado, y desorganizado” (Lansky, 1999 en Orange, 2005).

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