La venganza de Orestes: ¿Contingencia o destino?

Licenciada en Letras Clásicas. Profesora del Colegio Nacional de Monserrat. Profesora de la Facultad Nacional de Lenguas, Universidad Nacional de Córdoba (Argentina).

José Ernesto Camaño Licenciado en Filosofía. Profesor del Colegio Nacional de Monserrat. Profesor de la Facultad Nacional de Lenguas, Universidad Nacional de Córdoba (Argentina).

Pierre-Narcisse Guérin. Clytemnestre hésitant avant de frapper Agamemnon endormi. À gauche, Égisthe en train de la pousser. H. 3.42 m, W. 3.25 m. Paris. Musée du Louvre.

Martha Susana Díaz

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tra corre a la cabaña. Mientras tanto, a solas con Egisto, Orestes lo contempla prolongadamente, y la escena de la muerte de su padre vuelve a su memoria: Agamenón, tiñendo de sangre el agua de la piscina de mármol. La intensidad del recuerdo le devuelve la fuerza y la decisión para matar a Egisto y a Clitemnestra. Perseguido por las diosas de la venganza, las Erinias, Orestes erró a través de muchas tierras. Finalmente, por orden del dios Apolo, fue a Atenas a defender su causa ante la diosa Atenea y un consejo de nobles, el Areópago. Orestes se declaró culpable del matricidio, pero afirmó que había purgado su culpa con el sufrimiento. El tribunal aceptó el alegato y absolvió a Orestes, quien se liberó así de las Erinias. Ya en La Odisea se menciona el asesinato de Agamenón a manos de Egisto y la venganza de Orestes. En la asamblea de los dioses que tiene lugar en el canto I, Zeus pone a Egisto como ejemplo de hombre noble, intachable, que desobedeció el mandato de los dioses. Se le acusa de la seducción de Clitemnestra, del matrimonio con ella y del crimen de Agamenón. En el siguiente párrafo de La Odisea, Zeus se expresa de la siguiente manera:

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El presente trabajo, intenta abordar a partir de la lectura de Las moscas de Jean-Paul Sartre y, por lo tanto, desde una perspectiva existencialista, conceptos tales como: libertad, culpa, destino… La figura de Orestes, personaje mítico legendario, constituye el eje vertebrador que se desliza desde la mirada trágica, entendida por el pensamiento griego y puesta de manifiesto en las obras de Esquilo, La Orestíada, y de Eurípides, Orestes, entre otras, hasta la reelaboración del mismo personaje, esta vez realizada por un escritor de índole existencialista: Jean-Paul Sartre. Escritores estos, por cierto, alejados en el tiempo, pero que en esta ocasión recurren a una temática en común con diferentes puntos de vista. De una larga tradición clásica conocemos a Orestes, aquel joven que regresa a su patria y, después de muchos años, logra vengar la muerte de su padre, venganza que se ejecuta en el momento que asesina a su madre, Clitemnestra, y a su amante Egisto, ya que ambos son los responsables de la muerte de Agamenón. En la mitología griega, Orestes era hijo de Agamenón, rey de Micenas, y de Clitemnestra. Era aún un niño cuando su madre y su amante, Egisto, asesinaron a Agamenón. La hermana mayor de Orestes, Electra, temiendo por la vida del niño, lo envió al cuidado de su tío Estrofio, rey de Fócide. Allí creció junto con el hijo de Estrofio, Pílades, que llegó a ser su compañero de toda la vida. Un día llega a Micenas un extranjero, trayendo la noticia de que Orestes ha muerto en una carrera de carros. Fingiendo sufrir y vacilando en creer al mensajero, Clitemnestra le pide confirmación. Éste le asegura que para aquellas horas una expedición ha partido de Fócida trayendo una urna con las cenizas del muerto. Las palabras del mensajero cubren de luto el corazón de Electra. Pero son palabras mentidas. Un viejo servidor de Agamenón, mirando atentamente al emisario, lo reconoce: es el niño que él mismo condujo años antes a la corte del rey Estrofio. Electra no cree lo que dice el anciano. Ese extranjero que ha venido para anunciar la muerte del príncipe no puede ser Orestes, sin embargo, acepta la realidad. Tras largo abrazo, deseado durante tanto tiempo, ambos hermanos empiezan a tramar sus planes de venganza. A Orestes en principio le repugna la idea de matar a su madre, pero Electra lo acusa de pusilánime y acaba convenciéndolo de que el matricidio es inexorable en su destino. El plan es simple: el viejo servidor irá al palacio y dirá a la reina que Electra acaba de dar a luz. Queriendo mostrarse como madre buena, Clitemnestra seguramente correrá a verla. Orestes buscará a Egisto  y le clavará el puñal de la venganza hasta el fondo de la carne asesina. Después volverá a la casa de su hermana y pondrá fin a la existencia de Clitemnestra. El odio transforma las facciones de Electra. El imaginarse a su madre bañada en sangre la ilumina de salvaje alegría. Orestes ya no reconoce a la dulce compañera de la infancia. ¿En qué especie de criatura la ha transformado el sufrimiento? Todo sucede como lo ha previsto Electra: fingiendo emoción con la noticia que le trae el servidor, Clitemnes-

Zeus: ¡oh dioses! ¡De qué modo culpan los mortales a los númenes! Dicen que las cosas malas les vienen de nosotros, y son ellos quienes se atraen con sus locuras infortunios no decretados por el destino. Así ocurrió a Egisto que, oponiéndose a la voluntad del hado casó con la mujer legítima del Atrida, y mató a este cuando tornaba a su patria, no obstante que supo la terrible muerte que padecería luego… Orestes Atrida tenía que tomar venganza no bien llegara a la juventud y sintiese el deseo de volver a su tierra. Así lo declaró Hermes; mas no logró persuadirlo, con ser tan excelente el consejo, y ahora Egisto lo ha pagado todo junto… (HOMERO, 2006, p. 55)

En el canto XI de la misma obra, Odiseo relata su encuentro con Agamenón en la morada de los muertos: Presentose muy angustiada la de Agamenón Atrida, a cuyo alrededor se congregaban la de cuantos que en la mansión de Egisto perecieron con el héroe, cumpliendo su destino. (HOMERO, 2006, p. 229)

Y a continuación, el mismo Agamenón le relata su propia muerte: Egisto fue quien me preparó la muerte y el hado, pues de acuerdo con mi funesta esposa, me llamó a su casa, me dio de comer y me quitó la vida como se mata a un buey junto a un pesebre. Oí la misérrima voz de Casandra, hija de Príamo, a la cual estaba matando, junto a mí, la dolosa Clitemnestra, y yo, en tierra y moribundo, alzaba los brazos para asirle la espada. Mas la descarada fuese luego, sin que se dignara bajarme los párpados ni cerrarme la boca, aunque me veía descender a la morada del Hades. (HOMERO, 2006, p. 230)

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En el pasaje queda claro que Clitemnestra, nombrada por primera vez en relación con el acto criminal, mató a Casandra y fue partícipe de la muerte de Agamenón, insistiendo en que ésta se negó, tras su muerte, a cerrarle ojos y boca. Pero no se llega a descubrir en los versos homéricos si Clitemnestra fue alcanzada por la venganza de Orestes y si tuvo parte activa en el asesinato como ayudante de Egisto, el verdadero verdugo. A pesar de su ambigua responsabilidad, Agamenón está lleno de rencor hacia ella, que ahora se le muestra digna del linaje femenino y que, según el Atrida, fue quien planeó su asesinato antes de volver a casa. Además de los ejemplos citados, podemos decir que la figura de Orestes, así como la de los personajes que secundan su historia, ha sido recreada por numerosos escritores, puesto que los mitos, aun con el devenir de los años, siguen siendo una fuente de inspiración para la literatura y la creación artística. La reescritura del mito en un texto nuevo mantiene, por regla general, los rasgos fundamentales de la historia, pero puede infundir una nueva orientación, lo que enriquece el valor moralizante del mito. Del mito de Orestes podrían desprenderse una variedad de temas como la fatalidad, la culpa, el destino, la libertad, la venganza, la fidelidad y otros que la imaginación de un autor lograra plasmar de manera personal en su creación literaria. En el marco de la recreación y reelaboración del mito en los géneros literarios, tienen un papel relevante los autores trágicos, Esquilo, Sófocles y Eurípides, puesto que la tragedia es por excelencia el género en el que a través del terror y la compasión se cumple la purificación de las pasiones humanas, según se desprende de la definición de tragedia que encontramos en la Poética de Aristóteles. Esquilo toma un mito de la tradición clásica y lo convierte en una trilogía, La Orestíada, tragedia compuesta por tres piezas en las que se dramatiza el asesinato de Agamenón, la venganza de Orestes, y su purificación por parte de los dioses. En esta obra se manifiesta la posición del hombre frente a su inexorable destino y al mandato divino, ya que, por orden de Apolo, Orestes debe vengar la muerte de su padre. Sin duda es la Orestíada la pieza que presenta en toda su magnificencia el tema que nos ocupa. A partir de ella, se encuentran numerosas reelaboraciones de esta leyenda o de algunos de sus segmentos, desde Sófocles hasta nuestros días. Esquilo toma un mito patente en la tradición literaria desde Homero y lo convierte en una impresionante trilogía cargada de significado y de sentido trágico, una visión de conjunto, de la que se extraen diversos conflictos dramáticos centrales, una tragedia compuesta de varias tragedias con una conclusión sazonada con una luz de esperanza, que se presenta como una pieza capaz de ser símbolo universal. En la primera pieza de la trilogía, el Agamenón, se encuentran rasgos que han sido tomados de la versión homérica. El crimen de Ifigenia aparece ya en los primeros versos del coro como un hecho atroz que empujó necesariamente a tomar una trágica decisión:

Estrofa 5° ¡Tuvo, en fin, la osadía de ser el inmolador de su hija, para ayudar a una guerra vengadora de un rapto de mujer y en beneficio de la escuadra! (Agamenón, 2006, p. 167). Antiestrofa 5° Ni súplicas ni gritos de “padre”, ni su edad virginal para nada tuvieron en cuenta los jefes, ávidos de combatir. (Agamenón, 2006, p 168).

Este mismo crimen es el que llevará a Clitemnestra a odiar a su marido y a desear su asesinato, añadiendo otras razones como la presencia de Casandra y la relación con Egisto. Clitemnestra aparece como una magnífica figura, capaz de fingir amor por su esposo, de engañarlo y empujarlo a cometer un acto de soberbia al pisar una simbólica alfombra púrpura y dorada que constituirá el camino hacia su muerte, capaz de enfrentarse a un coro de ancianos fieles al monarca y de defender a un cobarde Egisto que sólo al concluir la obra aparece en escena. La muerte de Casandra, que condenada por Apolo cantará su propia ejecución, y la del Atrida, sin que el atónito coro la comprenda, y el asesinato en la bañera de Agamenón son obras que Clitemnestra y sólo ella ejecuta en la primera parte de la trilogía. La figura de Clitemnestra, quien cumple un rol desencadenante dentro de esta historia, ha sido recuperada por Marguerite Yourcenar. En su obra Fuegos, en el cuento “Clitemnestra o el crimen”, la autora nos muestra los sentimientos de esta mujer en el momento de comparecer ante los jueces por haber asesinado a su esposo. Sus palabras, cuando se refiere a su relación con Agamenón y con Egisto, develan dolor, desilusión por el abandono, deseos de venganza: Infiel a mi hombre, seguía imitándolo: Egisto no era para mí sino el equivalente a las mujeres asiáticas o a la innoble Arginia. Señores jueces, no existe más que un hombre en el mundo: los demás no son más que un error o un triste consuelo, y el adulterio es a menudo una forma desesperada de la fidelidad. Si yo engañé a alguien, fue con toda seguridad al pobre Egisto. Lo necesitaba para percatarme hasta qué punto el que yo amaba me era irreemplazable. (YOURCENAR, 2005, p. 110)

Y en esta declaración, explica también de qué manera termina con Agamenón: Le dí torpemente un primer golpe que solo le hizo un corte en el hombro, se puso de pie, su rostro abotargado se iba llenando de manchas negras; mugía como un buey. Egisto, aterrorizado, le sujetó las rodillas, acaso para pedirle perdón. Él perdió el equilibrio y cayó como una masa, con la cara dentro del agua, con un gorgoteo que parecía un estertor. Entonces fue cuando le dí un segundo golpe que le cortó la frente en dos. Pero creo que ya estaba muerto: no era más que un pingajo blando y caliente. (YOURCENAR, 2005, p. 115)

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Clitemnestra: ¡Ay de mí! ¡Has muerto, amadísimo valiente Egisto! Orestes: ¿Amas ese hombre? Pues, entonces vas a yacer en la misma tumba. No temas que vas a abandonar al muerto jamás Clitemnestra:¡Detente, hijo mío! Respeta, hijo mío! Respeta, niño mío este pecho, en el que, apoyado, te adormecías durante el tiempo que tú mamaste mi leche nutricia. (Las Coéforas, 2006: 269) Clitemnestra: ¡Todo es inútil! ¡Como si me pasara la vida lamentándome junto a una tumba! Orestes: El hado de mi padre determina tu muerte. Clitemenestra: Ay de mí, que parí y crié una serpiente! ¡Qué certero divino el terror de mis sueños!

Orestes killing Aegistus. Cerâmica ática do século VI a.C. Viena, Kunsthistorische Museum.

Orestes: ¡Mataste a quien no debías! ¡Sufre ahora lo que no debiera suceder! (Las Coéforas, 2006: 271)

Al cumplir Orestes su venganza, se ejecuta así una ley parecida a la ley del talión. En este caso, sangre por sangre, en la que se sucede una cadena de muertes, si consideramos que Clitemnestra al asesinar a Agamenón ejecuta también, ella misma, su propia venganza. Después de asesinarla, Orestes es arrastrado como en un rapto de pasión religiosa, y luego, enloquece. El hecho, ejecutado por orden divina, es legítimo, pero es mucho para que la naturaleza pueda resistirlo sin quebranto. En la pieza que viene después, las Euménides, Orestes, tras largos sufrimientos, es juzgado por delito de matricidio y, cuando todavía los jueces no se ponen de acuerdo, la divina voz de Atenea viene a liberarlo. El empate absuelve a Orestes, que jura eterna protección a Atenas y provoca el lamento de las Erinias que prometen, en nombre de la justicia, la venganza sobre el país. Atenea ofrece la reconciliación, no sin emitir veladas amenazas que sirvan de arma de persuasión a las Erinias, y será precisamente la persuasión de las palabras la que consiga finalmente aplacar a las diosas subterráneas, que consienten en convertirse en Eurnénides. Podríamos decir que, en el drama de Esquilo, Orestes se nos presenta como el hijo desventurado, obligado a cumplir la venganza de sangre. En el momento en que entra en la virilidad le espera la maldición siniestra que lo ha de llevar a la perdición, antes de que haya empezado a gozar de la vida. El dios de Delfos le impulsa con renovado empeño sin que nada pueda desviarlo de aquel fin ineluctable, representando así el conflicto entre las fuerzas divinas que tratan de mantener la justicia. El hombre viviente es sólo el lugar en el que chocan con fuerza exterminadora. Y aun la absolución final del asesino de su madre pierde importancia ante la reconciliación entre los antiguos y los nuevos dioses en lucha y

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El retorno de Orestes para vengar, junto a Electra, la muerte de su padre ocupa, como se sabe, los versos de las Coéforas. Nos encontramos ahora frente al luto de Electra, al dolor de su soledad, a la alegría del reconocimiento de su hermano gracias a pruebas externas y al temor de Clitemnestra provocado por sueños premonitorios. La divinidad y su oráculo, traído a la memoria en el momento de mayor tensión por el prudente Pílades, no permitirán a Orestes echarse atrás, pese a los ruegos de Clitemnestra, a la visión del pecho que lo alimentó y a pesar de que, tras engañar y asesinar primero a Egisto y finalmente a su madre, se pregunte por la razón de sus actos y se sienta enloquecido por unas furias que tomarán forma en la pieza siguiente. Es el cumplimiento del deber lo que lo obliga a resolver la situación, como se manifiesta en el siguiente párrafo:

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los cantos de gloria que acompañan, con la resonancia jubilosa de su música sagrada, a la fundación del nuevo orden jurídico del estado y la conversión de las Erinias en Euménides. La Orestíada presenta una sociedad heroica que sufre las últimas consecuencias de la terrible guerra de Troya. Una sociedad en la que domina el hombre, según la descripción homérica, y reflejo de la época micénica, esclavista, vengativa, hospitalaria y monárquico tiránica y, sin embargo, en esta presentación Esquilo introduce algunos rasgos de su tiempo: alusiones a la democracia, al consejo, al rechazo al tirano etc. Una sociedad que, si bien sigue siendo en muchas de sus características de corte tradicional, ha superado ya el gobierno de la tiranía y pretende regirse por las leyes de la democracia. Sófocles se ocupó también de recrear este mito. En su obra Electra coincide en el tema con la segunda de la trilogía esquilea. La acción comienza tras la muerte de Agamenón y termina una vez cumplido el matricidio. Frente al primero de los trágicos, Sófocles, como en otra medida hará Eurípides, centra su atención en la figura de Electra, en el sufrimiento que la atormenta, en el profundo odio que siente hacia su madre y en el deseo de vengar a Agamenón. Frente a la creación esquilea, que gira en torno a la idea del cumplimiento de una orden que supera lo humano, la tragedia de Sófocles se desarrolla alrededor de Electra, sin olvidar que también a ésta es la justicia la que le mueve a actuar. Pero se trata de una justicia asumida como propia, tras la que, sin duda, los dioses están presentes pero no se sitúan como cooperadores de los héroes, sino como un telón de fondo que ofrece seguridad a los humanos en sus actos. En la tragedia de Eurípides Orestes, Menelao y Helena, unidos de nuevo tras larga separación, vuelven de su viaje en el momento en que la pena del asesinato de su madre sumerge a Orestes en una conmoción nerviosa ante la amenaza de ser linchado por la justicia popular. Orestes implora la ayuda de su tío. Menelao saca su bolsa de oro, pero es demasiado cobarde para poner en juego su felicidad por sus sobrinos, aunque se siente apenado por ellos. Sobre todo porque su suegro, Tíndaro, el abuelo de Orestes y padre de la asesinada Clitemnestra, está furioso y sediento de venganza, lo que completa el drama familiar. Recordemos que la soberanía, el poder, la genealogía, las relaciones familiares son los temas clave a la hora de buscar el hilo conductor que hilvana la mayor parte de los relatos legendarios de los griegos, y la violencia suele ser una nota que anida en la mayor parte de estos relatos. En la obra a la que nos referimos observamos cómo el autor ha logrado representarse en su imaginación la vida de estos hermanos, capaces de alimentar por largos años la semilla del odio, y al fin asesinar a su madre. Electra es una mezcla de heroísmo y desarreglo nervioso, una mujer lesionada y obsesionada. Orestes es un joven criado entre las insalubres ensoñaciones del destierro, y ahora empujado por la incontrastable voluntad de su hermana, criaturas éstas, vacilantes y quebrantadas por sus propias pasiones.

A su vez, Eurípides no deja ver la menor duda respecto a la ética del matricidio: aunque Clitemnestra era culpable de un crimen, Orestes debió ordenar que se purificara con el destierro y no matarla a su vez. Tras cometer el asesinato, los hermanos reaparecen en escena. Pero no traen aire de triunfo, ni el coro los recibe con encomios, lejos de eso. Llegan temerosos, ensangrentados y fantasmales, y caen en un verdadero trance de remordimiento. El coro comparte su horror. La culpa de Electra es la mayor culpa, pues ella ha forzado la voluntad de su hermano para que cometa el delito. Y aun cuando el coro reconoce que la ama, halla justa su tortura, y espera que al menos su angustia sirva para limpiarla por dentro. El drama termina con una intervención de Apolo que le dice a Orestes: Te someterás a juicio por el matricidio ante las tres Erinias. Pero los dioses, actuando para ti como árbitros del juicio en el Areópago, darán un voto piadosísimo… (EURÍPIDES, 2007, p.195) Yo arreglaré par éste los asuntos de la ciudad, porque lo forcé a matar a su madre. (EURÍPIDES, 2007, p. 196)

Esta idea de culpa y fatalidad es una de las que distingue con claridad el pensamiento de Jean-Paul Sartre, exponente de la corriente filosófica del Existencialismo. Sartre nació en París el 21 de junio de 1905, además de filósofo fue novelista y periodista político. Para Esquilo los dioses están siempre presentes como jueces de la vida, todo estaba movido por ellos. Orestes tenía que matar a su madre y a Egisto, pues así lo decía el oráculo. El filósofo francés utiliza este mito para expresar cómo un hombre podía asumir la responsabilidad por uno de sus actos, aún cuando éste le llenara de horror. Jean-Paul Sartre toma la figura de Orestes en la elaboración de su obra titulada Las moscas. No obstante, la introduce y la manipula conforme a su pensamiento filosófico, puesto que el mito, desde sus orígenes, ha servido al hombre para dar respuesta a las inquietudes y enigmas que él mismo se plantea. Es oportuno decir que el Existencialismo es una amplia corriente filosófica que se manifiesta en Europa inmediatamente después de la primera guerra mundial, se impone en el período que transcurre entre ambas guerras, y se expande hasta convertirse en una moda durante las dos décadas siguientes a la segunda guerra mundial. La época del existencialismo es una época de crisis: la crisis de aquel optimismo romántico que durante todo el siglo XIX y la primera década del XX garantizaba el sentido de la historia, en nombre de la Razón, lo Absoluto, la idea o la humanidad, fundamentaba valores estables y aseguraba un progreso seguro e imparable. Esta corriente, en cambio, considera que el hombre es un ser finito, arrojado al mundo, que se ve continuamente afectado por situaciones problemáticas o absurdas. Se interesa justamente por el hombre, por el hombre en su singularidad. ¿Cómo se configura la noción de “existencia” en el interior del existencialismo? Lo primero que hay que seña-

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La libertad no es un ser; es el ser del hombre, su nada de ser. La libertad es constitutiva de la conciencia: estoy condenado a existir para siempre, más allá de los móviles y de los motivos de mi acto: estoy condenado a ser libre. Esto significa que no se pueden hallar otros límites a mi libertad que la libertad misma; o si se prefiere no somos libres de dejar de ser libres. (SARTRE, en GIOVANNI, 1995, p. 540)

Una vez que el hombre ha sido arrojado a la vida, se vuelve responsable de todo lo que hace, de su proyecto fundamental: su vida. A este pensamiento, Sartre lo expone en la pieza teatral Las moscas a través del siguiente diálogo entre Egisto y Júpiter y lo sintetiza de la siguiente manera: Egisto: ¿Qué vas a decirme? Júpiter: Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre, los dioses no pueden más contra ese hombre. (SARTRE, 2005, p. 100)

Sartre continúa clamando a cerca de la libertad, esta vez lo hace en boca de Orestes:

Recordemos que Sartre no concibe escribir para entretener, sino para despertar conciencias. Y, como escritor comprometido, en Las moscas retoma el mito de Orestes para trasladarnos su visión del ser humano y de la sociedad. En Sartre, filosofía y literatura se unen para andar sobre un mismo suelo de problemas, en vista de su preocupación existencialista. Las aguas que alimentan su curso literario, como así también el lecho por donde transita su prosa filosófica, convergen en una misma dirección. En principio, digamos que no escapa a todo pensamiento existencial una consideración acerca de la contingencia. El término contingencia deriva del latín contingere, que significa suceder accidentalmente, y en una acepción más amplia, está marcando el carácter de las cosas que no tienen en sí la razón de ser. Lo contingente, a la luz de la visión existencial, se inscribe como un elemento constitutivo de toda existencia, y casi todas

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Orestes: ¡Que se desmorone! Que las rocas me condenen y las plantas se marchiten a mi paso; todo tu universo no bastará para probarme que estoy equivocado. Eres el rey de los dioses, Júpiter, el rey de las piedras y de las estrellas, el rey de las olas del mar. Pero no eres el rey de los hombres. Júpiter: No soy tu rey, larva desvergonzada. Entonces, ¿quién te ha creado? Orestes: Tú. Pero no debías haberme creado libre. Júpiter: Te he dado la libertad para que me sirvas. Orestes: Es posible, pero se ha vuelto contra ti y nada podemos ninguno de los dos… No soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Soy mi libertad! Apenas me creaste, dejé de pertenecerte. (SARTRE, 2007, p. 127)

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lar es que la existencia es algo constitutivo del sujeto que filosofa, y el único sujeto que filosofa es el hombre. Además, la existencia es un modo de ser finito, es posibilidad, un poder ser. Las cosas y los animales son y continúan siendo lo que son. El hombre, será aquello que él haya decidido ser. En lo que respecta al pensamiento de Sartre, destacamos para el análisis de esta obra su posición frente al concepto de libertad. En El ser y la nada expresa:

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las filosofías existencialistas concuerdan en considerar la esencia del hombre como pura actividad. Para esta concepción el hombre es visto como haciéndose a sí mismo en libertad. La realidad humana es concebida como un proyecto. De ahí que se torne comprensible la representación del destino, de la culpa y de la libertad a la luz de este pensar contingente que exhibe el pensador francés. Teniendo en cuenta que en la reflexión existencialista, cualquiera sea la perspectiva desde donde se la enfoque, el tema del hombre ocupa el centro de toda preocupación, no está de más señalar que, en el universo sartreano, todo girará en torno al hombre. El convocar a Orestes para repensar el mito clásico no es otra cosa que adentrarse en el pensamiento del propio hombre. Sartre nos hace partícipes de su experiencia, como una invitación a realizar un viaje por nosotros mismos. El hombre, pues, se constituye en el único testigo, y, en verdad, acometer la tarea de la filosofía no es otra cosa que escudriñar en su testimonio. Ahora bien, quien ha optado por la subjetividad del individuo, y tal es el caso de Sartre, considera que lo genuino es aquello que se enmarca en los límites de sí mismo, constituyendo este ensimismamiento el único acceso a la verdad. En la verdad nos vemos involucrados. Y es en este contexto en que debemos intentar la comprensión de la problemática de la contingencia en Sartre, que nos conducirá a una comprensión a cerca del destino, la culpa y la libertad. Cuando uno se hace cuestión de su presencia en el mundo, y se advierte como un hecho que no puede remitirlo a ninguna razón que lo justifique, que como tal podría ser o no ser, la gratuidad se encarga de arrojarnos al paisaje más inhóspito, allí donde la existencia nos trasluce la intemperie en que se hospeda. Nada hay detrás ni delante, como tampoco arriba ni abajo, que pueda acercarnos una explicación. ¿Qué es el destino, qué es la culpa, qué es la libertad ante ese horizonte de contingencia? El absurdo existencial, entonces, no es otra cosa que la ausencia de fundamento en la que la conciencia se encuentra existiendo. Para huir de ese absurdo existencial, según Sartre, nos precipitamos en la acción. Así el hombre se va entregando a sus empresas como huyendo al porvenir, y en tal sentido, se mostrará como un ser de lejanías, que por su exilio intenta definirse, en sus ansias de fundarse. A partir de lo dicho podemos comprender y aceptar lo que el filósofo francés acuñó como una definición: “El hombre es una pasión inútil”. Para concluir, señalamos la diferencia de las obras de los trágicos con Las moscas de Sartre. Orestes pasa por la multitud de su pueblo, que quiere acabar con él, hasta que dice que es el hijo de Agamenón. No consigue su patria, libera al pueblo de las moscas, equivalentes a Las Erinias, que sólo lo perseguirán a él. Orestes termina con el secreto de los dioses y de los reyes, en efecto, él sabe que: “…soy libre. Más allá de la angustia y los recuerdos. Libre.” (SARTRE, 2007, p. 118) Esquilo, Eurípides, Sartre, escritores, por cierto, alejados en el tiempo, pero en esta ocasión, recurren a una temática en común con diferentes puntos de vista: la venganza por la muerte del padre. Para ellos, segu-

ramente, como expresa Atenea refiriéndose a Egisto en el banquete de los dioses, del que ya hemos hecho referencia: “aquél yace en la tumba por haber padecido una muerte muy justificada. ¡Así perezca quien obre de semejante modo!”(HOMERO, 2006, p. 55) Esta acción es la que nos permite desentrañar la contingencia con la que el hombre asume su destino y por otro lado, construye su proyecto de vida en contraposición con la cosmovisión griega del destino. En cuanto al tema de la venganza recreado en la literatura a partir de una figura mítica, no podemos dejar de mencionar a Hamlet, aquel personaje de Shakespeare, en el momento en el que se encuentra con el espectro de su padre que le dice: “disponte a tomar venganza, cuando hayas oído”. (SHAKESPERE, 1976, p. 24). Este mandato va a dar lugar a una serie de muertes para terminar como se expresa Hamlet ante su amigo Horacio, porque bien sabe que va a morir: “a mí sólo me queda el reposo… el silencio…” (SHAKESPEARE, 1976, p. 205) Con estas palabras de Hamlet, ponemos fin a este trabajo, en el cual hemos querido ejemplificar, una vez más, de qué manera un mito de la antiguedad clásica ha suscitado, y seguirá suscitando en la imaginación del artista, a Electras que claman venganza, a jóvenes Orestes, temerosos de cumplir el mandato divino, puesto que; como bien dice Clitemnestra en Fuegos: “nunca acaba nada, y todo vuelve a empezar”. (YOURCENAR, 2005, p. 116). Los mitos siempre dan qué pensar…

REFERENCIAS AUGÉ, Marc. Las formas del olvido. Barcelona, Ed. Gedisa, 1998. ESQUILO. La Orestíada. Madrid: ED. Gredos, 2006. EURÍPIDES. Orestes. Buenos Aires: ED. Losad, 2007. GRIMAL, Pierre. Diccionario de mitología griega y romana. Buenos Aires: Paidós, 1979. GARCIA GUAL, Carlos. Introducción a la mitología griega. Madrid: Alianza, 2004. GRAVES, Robert. Los mitos griegos. Buenos Aires: Alianza Editorial, 2001. HOMERO. La Odisea. Madrid: Espasa Calve, 2006. JAEGER, Werner. Los ideales de la cultura griega. México: Fondo de cultura económica, 1942. REALE, Giovanni. Historia del pensamiento filosófico y científico. Barcelona: Ed. Herder, 1995. SARTE, Jean-Paul. Las moscas. Buenos Aires: Ed. Losada, 2007. SHAKESPEARE. Hamlet. Barcelona: Ed. Ssopena, 1976. YOURCENAR, Marguerite. Fuegos. Buenos Aires: Suma de Letras Argentinas, 2005.

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