La Sociedad del Conocimiento. Un nuevo espacio de aprendizaje de las organizaciones y personas

“La Sociedad del Conocimiento. Un nuevo espacio de aprendizaje de las organizaciones y personas” Eduardo Bueno1 Hace sólo dos siglos, podíamos explic...
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“La Sociedad del Conocimiento. Un nuevo espacio de aprendizaje de las organizaciones y personas”

Eduardo Bueno1 Hace sólo dos siglos, podíamos explicar todo acerca de todo, sólo con la razón pura; y ahora, casi toda aquella complicada y armoniosa estructura se ha venido abajo ante nuestros ojos. Somos tontos.... Hemos descubierto como plantear importantes preguntas, y ahora necesitamos con la mayor urgencia algunas respuestas....Necesitamos ciencia, más ciencia y mejor, no por su tecnología, no por placer, ni siquiera por la salud y la longevidad, sino por la esperanza de la sabiduría que nuestro tipo de cultura debe adquirir para poder sobrevivir. Lewis Thomas, 1979

1. INTRODUCCIÓN El siglo XX ha dejado una importante herencia científica y tecnológica a la sociedad del milenio actual. Fue una centuria que pasará a la historia de la humanidad por muchas razones, positivas y negativas, pero de gran trascendencia para la ciencia, para la técnica y para la sociedad. En dicha época se han sucedido acontecimientos que han ido dando luces y sombras a su discurrir, pero que sin ninguna duda han colaborado al gran avance que el siglo protagonizó en los tres ámbitos antes apuntados (ciencia, técnica y sociedad). El siglo XXI toma el testigo de esta evolución, aceptando el reto sin par del siglo precedente, bautizado como “el de la ciencia” (Sánchez Ron, 2000). Durante las diez décadas precedentes la ciencia, técnica y sociedad han caminado en ciertos momentos en armonía, pero las más de las veces lo han hecho de forma disjunta, con secuencias diferentes y con ausencia de sintonía en sus procesos evolutivos, cuestiones que provocaron determinados conflictos, generando inquietudes e incertidumbres sociales y haciendo aflorar crisis en las sociedades que han configurado nuestro universo, especialmente las que configuran la región que conforma Hispanoamérica. De cualquier manera, ha sido una época en que el conocimiento científico ha sido la estrella, se ha convertido en la clave del 1

Catedrático de Economía de la Empresa de la UAM, Director del Centro de Investigación sobre la Sociedad del Conocimiento (CIC) – Parque Científico de Madrid, Consejero del Banco de España.

arco que ha construido la bóveda de los avances científicos y técnicos del siglo. Un tiempo que, entre las muchas aportaciones habidas, brilla con luz intensa la física, sin que se pueda olvidar lo alcanzado también por la química y la biología. Pero, ha sido aquélla la gran protagonista y la que con su evolución ha creado las bases que han edificado la época denominada como “era de la información” o caracterizando la llamada “sociedad de la información”. En este sentido Castells (2000) indica que el impacto en las sociedades de las tecnologías de la información y de las comunicaciones han definido la “era digital” o la “sociedad red”, cuestiones que desde un plano económico configuran la “economía digital” o la “economía red”. (Tapscott, 1997;Terceiro y Matías, 2001 y Ontiveros, 2001). También en la centuria pasada ha tenido especial relevancia los aspectos sociales. Estos han vivido una evolución positiva, con tintes revolucionarios en muchos de sus hitos. Logros para la humanidad, para la persona y para la sociedad que le diferencia claramente de épocas pasadas. Los derechos humanos, los de los trabajadores, de la mujer, del niño, etc... han sido grandes avances sociales. En suma, se ha ido construyendo una sociedad más democrática y justa con claro reconocimiento de las libertades y del papel estelar de la persona, como ciudadano y como actor principal en su espacio vital. Progreso que todavía tiene que acentuarse de forma importante, al seguir existiendo muchas tareas pendientes en diversos pueblos y etnias del mundo actual. Pero la senda está trazada y el siglo XXI conoce por dónde hay que seguir caminando a pesar del conflicto actual protagonizado por determinado terrorismo islámico que obliga a reflexionar sobre el nuevo orden mundial. En estos procesos sincrónicos y diacrónicos que subyacen en las relaciones entre la sociedad, la ciencia y la técnica hay que observar las capacidades sociales necesarias para abordar la demanda tecnológica del presente y del futuro. Dice Castells (2000): “En efecto, la capacidad o falta de capacidad de las sociedades para dominar la tecnología, y en particular las que son estratégicamente decisivas en cada período histórico, define en buena medida su destino, hasta el punto de que podamos decir que aunque por sí misma no determina la evolución histórica y el cambio social, la tecnología (o su carencia) plasma la capacidad de las sociedades para transformarse, así como los usos a los que esas sociedades, siempre en un proceso conflictivo, deciden dedicar su potencial tecnológico”. Esta capacidad y este compromiso parecen aspectos importantes para ir caracterizando la sociedad del conocimiento, como forma de entender la herencia recibida por el siglo actual. Un siglo en que las ciencias de la vida parece serán las que ocupen el lugar de la Física de la que Albert Einstein fue su adalid, como personaje del siglo según la encuesta llevada a cabo por la revista TIME; una nueva época en que la ciencia, la técnica y la sociedad deben buscar un espacio que relacione las diferentes dimensiones

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del avance tecnológico y en donde la investigación encuentre su ámbito natural de desarrollo. Cuestiones que son caracteres definidores de los ámbitos científicos de excelencia, formas reales y virtuales que deben servir para integrar en su seno las capacidades científicas, técnicas y sociales que faciliten la creación, transmisión, difusión, medición y gestión del conocimiento, según la estrategia que la sociedad elija en el reto que representa la nueva singladura a seguir por el siglo XXI, bien a través tanto de agentes de conocimiento como de las comunidades o plataformas que dentro de la “red” pueden facilitar dichos objetivos. 2. DE LA SOCIEDAD DE LA INFORMACIÓN A LA DEL CONOCIMIENTO

2.1. El origen de la sociedad de la información En el último tercio del siglo pasado se ha ido creando y desarrollando Internet, como “combinación única de estrategia empresarial, cooperación de grandes proyectos científicos, espíritu empresarial tecnológico e innovación contracultural” (Castells, 2000). Fue la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada (ARPA: Advanced Research Projects Agency) del Departamento de Defensa de Estados Unidos la que lanza un sistema de comunicaciones y, posteriormente, gracias a la tecnología digital y la pura lógica reticular, se desarrollan las condiciones técnicas para una comunicación horizontal y global en una primera red de ordenadores: Arpanet. Esto ocurrió un primero de septiembre de 1969, con cuatro nodos establecidos en la Universidad de California en los Ángeles, en el Stanford Research Institute, en la Universidad de California en Santa Bárbara y en la Universidad de Utah. Red abierta a los centros de investigación que colaboraban con el Departamento de Defensa. Los científicos comenzaron a utilizarla para sus fines, separando aspectos de investigación oficial, con comunicación científica y charlas personales. Ello llevó a la creación de una red de redes durante los años ochenta hasta que el 28 de febrero de 1990 se clausuró Arpanet y comenzó la era Internet. Durante este tiempo las sociedades comenzaron a vivir la “era de la información” y se acuñó la expresión “sociedad de la información”, como forma de entender los cambios sociales y económicos que conforman la sociedad digital o la sociedad red. Esta nueva sociedad ha alterado las formas de producción e intercambio de bienes y servicios y “el tipo de relaciones humanas cuantitativa y cualitativamente Nuevas relaciones que están siendo reforzadas, además, por el nacimiento de infraestructuras y superestructuras más adecuadas a ellas. Ambas son cada vez más globales, gracias a diversas convergencias económicas y sociales: tecnológica, sectorial, empresarial y financiera, cultural, política, institucional, etcétera..” (Terceiro y Matías, 2001). Una sociedad que ha lanzado el término de nueva economía en la que la información y las tecnologías que la tratan y transportan son las protagonistas. Nueva economía que actúa con un pensamiento también nuevo, de carácter

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integrador de muchas corrientes pasadas y actuales, que crea la plataforma adecuada para que las convergencias citadas encuentren la estructura cognitivo-activa y efectiva para la evolución social del siglo XX al siglo XXI (Bueno, 2001a). En los momentos presentes de recesión económica, la llamada nueva economía atraviesa una crisis de adaptación y de ajuste de su verdadero futuro, el cual se hará más claro en los próximos meses de 2002. Como ya ha sido expuesto, en el final de la centuria pasada han cobrado relevancia pública los temas relacionados con las ciencias de la vida y el comportamiento humano. Conocer el genoma humano, los códigos genéticos de los seres vivos, los progresos de la neurociencia y el poner en el centro de la investigación científica cuáles son los mecanismos y las percepciones categóricas que explican la evolución de la inteligencia y como “piensan los cerebros humanos” (Calvin, 2001), son rasgos definitorios de las preocupaciones sociales y de parte de la focalización científica en este siglo y milenio nuevos. Este escenario justifica ontológicamente, sin duda alguna, la transformación definitiva de la sociedad de la información a la del conocimiento. Esta es exponente de unos momentos en los que la inteligencia, el conocimiento, el talento y la consciencia humana son centros de máximo interés para las ciencias naturales y las sociales. La ciencia y la técnica han ido proveyendo soluciones y aportando desarrollos en torno a la creación de inteligencia artificial y virtual en máquinas y organizaciones. Proceso que persiste en la búsqueda de “máquinas y sistemas inteligentes”, de “organizaciones inteligentes”, capaces de aprender, de auto organizarse y de co-evolucionar en formas similares, aunque artificiales, a como lo saben hacer los seres vivos.

2.2. Caracteres de la sociedad del conocimiento: el sistema de conocimiento La sociedad del conocimiento puede caracterizarse por una determinada línea argumental, heredera de un conjunto de aportaciones que han construido esta expresión en el último devenir de la sociedad de la información y coincidente con las postrimerías del siglo pasado. (Bueno, 1997). En concreto estos argumentos son: «Una sociedad en la que primero adquirió primacía el conocimiento teórico sobre el empírico» (Bell, 1973); «Una sociedad que trabaja en red y procesa gran cantidad de información, gracias a las tecnologías de la información y las comunicaciones» (Bueno, 1997); «Una sociedad cuya convergencia tecnológica se extiende cada vez más hacia una interdependencia creciente de las revoluciones de la biología y

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la microelectrónica, tanto desde metodológica» (Castells, 2000);

la

perspectiva

material

como

«Una sociedad que viene protagonizando un espiral creciente de nuevos conocimientos» (Nonaka y Takeuchi, 1995); «Una sociedad que ha pasado a la creación y gestión del conocimiento, especialmente del tácito sobre el explícito» (Nonaka, 1991); «Una sociedad en que el valor en la economía se crea básicamente con recursos intangibles, basados en conocimiento en acción» (Bueno, 1998), en suma, «Una sociedad en la que los ejes que construyen su estructura y comportamiento se basan en el conocimiento, en todas sus dimensiones, en el talento y en la imaginación» (Bueno, 2001 b). De otra parte, la sociedad del conocimiento se compone de un conjunto de agentes y de espacios que van construyendo la citada estructura y van delineando un determinado sistema con sus funciones y resultados para crear y desarrollar conocimiento, y para que con su difusión, generar innovación para el citado sistema en su conjunto y también para sus agentes a título individual. En concreto, se puede definir el sistema de conocimiento como el sistema que integra la investigación (I), el desarrollo tecnológico (D) y la innovación (i) o, en otras palabras, que se apoya en la estructura que genera las interacciones entre el sistema científico, representado por la universidad y los centros de investigación; el sistema tecnológico, representado por centros de desarrollo y transferencia tecnológica entre la universidad y la industria; el sistema productivo, representado por la industria en sentido amplio y el sistema público – institucional, representado por las instituciones públicas y privadas existentes en un territorio concreto (Kodama, 1992). Sistema de conocimiento que se recoge en la figura 1.

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EL SISTEMA DE CONOCIMIENTO (I + D + i)

SISTEMA CIENTÍFICO Universidades OPI´s OTRIs

SISTEMA PÚBLICO – INSTITUCIONAL – -Organismos Públicos

SISTEMA DE CONOCIMIENTO (I + D + i)

SISTEMA TECNOLÓGICO *Parques científicos y Tecnológicos (PCyT) *Centros-Institutos Tecnológicos (CITs)

-Instituciones y organizaciones no gubernamentales

*Centros de Empresas e Innovación (CIEs)

SISTEMA PRODUCTIVO

EMPRESAS

Figura 1. OPI´s = Organismos Públicos de Investigación OTRIs = Oficinas de transferencia de resultados de la investigación de centros públicos Fuente: elaboración propia

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En cuanto a los agentes sociales del conocimiento se pueden destacar estas clases: •

Organizaciones del Sistema Ciencia-Tecnología-Industria (Nelson, 1993 y CICYT, 1996): o Propias del sistema científico: Universidades, OPI´s y OTRIs de centros públicos. o Propias del sistema tecnológico: Parques Científicos y Tecnológicos, Centros-Institutos Tecnológicos (CITs) y Centros de Empresas e Innovación (CEIs). o Propias del sistema productivo: Empresas.



Organizaciones del Sistema Público-Institucional de Innovación: o Administraciones y organizaciones públicas relacionadas con el sistema. o Instituciones y organizaciones no gubernamentales relacionadas con el sistema.



Personas y Grupos: o o

Perspectiva interna: Directivos y empleados organizaciones. Perspectiva externa: Ciudadanos y colectivos relacionados con las organizaciones.

de

las

sociales

En lo referente a los espacios que componen la sociedad del conocimiento se pueden observar estas categorías: •

Ámbitos de creación e intercambio de conocimiento: o

o

o

o



“Bas” organizativos (espacios interpersonales y colectivos para compartir y crear conocimiento: (Nonaka y Konno, 1998) y modelos cooperativos o “comunidades de conocimiento”). Portales o plataformas www en la red para generar y compartir conocimiento y generadores de determinadas “cibercomunidades”. Parques científicos y tecnológicos (espacios con centros de investigación e infraestructuras para relacionar la actividad científico-tecnológica y la actividad empresarial (Ondategui, 2001). Mercados de conocimiento (espacios económicos y organizativos para intercambiar recursos o activos intangibles: Davenport y Prusak, 1998; Bueno, 2001 c y Rummler y Brache, 1991).

Ámbitos de difusión y aplicación de conocimiento: o

Regiones y clusters (comunidades)

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o o

Ciudades y barrios. Empresas y organizaciones.

o

Unidades organizativas y grupos sociales o de trabajo.

3. LOS ESPACIOS DE APRENDIZAJE ORGANIZATIVO: CREACIÓN DE ORGANIZACIONES INTELIGENTES En el punto anterior, a la hora de presentar el sistema de conocimiento, integrador de la función de I+D+i (Investigación + Desarrollo Tecnológico + Innovación) se ha puesto de manifiesto la importancia de los espacios que componen la sociedad del conocimiento. Estos espacios de creación e intercambio de conocimiento y de difusión y aplicación del mismo, requieren de una visión añadida y complementaria basada en la capacidad de aprendizaje o de “memorización” de los conocimientos creados, intercambiados, difundidos y aplicados. La importancia del aprendizaje organizativo en la nueva sociedad es fundamental, pero no solo en el seno de la propia organización, sino también a través de procesos transorganizativos o en co-evolución con otras organizaciones. Este papel del aprendizaje organizativo y transorganizativo es clave para incorporar y desarrollar conocimientos y el talento necesarios, sin los cuales las organizaciones no se adaptarán ni evolucionarán hacia los nuevos requerimientos de la sociedad del conocimiento y de la nueva economía. Los espacios de aprendizaje organizativo pueden ser presenciales o virtuales. En este sentido, siguiendo la corriente filosófica contemporánea (Nishida, 1970 y Shimizu, 1995) podemos mencionar los “bas” o espacios compartidos donde se producen interacciones del conocimiento o espacios interpersonales y colectivos para compartir, crear y aprender conocimientos (Nonaka y Konno, 1998). En esta línea también podemos hablar de los “espacios blancos” de las organizaciones (Rummler y Brache, 1991) en los que se pueda integrar comunidades de conocimiento o determinados modelos cooperativos para compartir las mejores prácticas entre sus miembros (Bueno, 2001c). Siguiendo a Von Krogh, Ichijo y Nonaka (2000) podemos hablar de cuatro tipos de “ba”, tal y como se recoge en el Cuadro 1. Cada uno de los cuales se asocia a cada fase del modelo SECI de conversión del conocimiento de Nonaka y Takeuchi (1995). El “ba originario” es el espacio donde los individuos comparten sentimientos, emociones, experiencias y modelos mentales. En definitiva es una forma de compartir conocimiento tácito entre los individuos. Corresponde a la fase de socialización del modelo SECI (conversión de conocimiento tácito a tácito).

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El “ba dialogante” es el espacio donde se mantienen conversaciones en grupo para formar conceptos. Corresponde a la fase de conversión de conocimiento tácito a explícito o de externalización del modelo SECI. El “ba sistematizador” es un espacio que puede ser no real, es decir, se configura como un lugar de tiempo y espacio virtual. En él se crea conocimiento explícito a partir de la combinación del explícito ya existente. Corresponde a la fase de combinación o sistematización del modelo SECI. El “ba operativo” es el espacio donde tiene lugar la conversión de conocimiento explícito en tácito, promoviendo un proceso de aprendizaje continuo y de desarrollo de capacidades personales. Corresponde a la fase de internalización del modelo SECI. En suma, se deduce de estos conceptos de “ba” que los espacios básicos de aprendizaje pueden ser tanto físicos, mentales, virtuales, como cualquier combinación de los anteriores. Cuadro 1. Espacios de interacción del conocimiento (“ba”) y fases del modelo SECI de conversión del conocimiento INTERACCIÓN CARA

CARA

INTERACCIÓN VIRTUAL

INTERACCIÓN INDIVIDUAL INTERACCIÓN COLECTIVA A Socialización Externalización “Ba originario” “Ba dialogante” Compartir conocimiento Tener conversaciones en tácito entre los individuos. grupo para formar conceptos. “Ba operativo” “Ba sistematizador” Internalizar conocimiento Convertir conocimiento explícito de nuevo existente a nuevas formas explícitas. Internalización Combinación

Fuente: Von Krogh, Ichijo y Nonaka (2000) y elaboración propia.

Pero no basta con la identificación de espacios de aprendizaje en el seno de la propia organización, sino que estos ámbitos de interacción de conocimiento tiene que traspasar las fronteras hacia otras organizaciones, es decir, el aprendizaje debe saber llevarse a cabo de forma transorganizativa, “aprendiendo” de los procesos evolutivos de la biología. Tomando como referencia las dimensiones de la complejidad podríamos pensar que el entorno competitivo actual puede ser explicado con una metáfora biológica propia de la definición de un sistema adaptativo-complejo (nivel IV o avanzado) como un ecosistema suspendido en el “borde del caos”, donde los agentes con conocimiento son sistemas complejos adaptables (Vriend, 1994) que interactúan de forma dinámica y no lineal.

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Siguiendo a Bueno, Byosiére, Salmador y Senoo (2000) podemos afirmar que los agentes con conocimiento son individuos, grupos y organizaciones, y para observar cómo aprenden entre ellos hay que utilizar un enfoque “constructivo” de creación de conocimiento (Von Krogh, Roos y Slocum, 1994 y Von Krogh y Roos, 1995), Enfoque que parte de una perspectiva cognitiva y está basado en nuevos descubrimientos en los campos de la neurobiología, las ciencias cognitivas y la filosofía. La principal implicación es que un sistema cognitivo es un sistema generador de conocimiento, abierto con relación a datos exteriores, pero cerrado con relación al conocimiento. A escala individual, esto quiere decir que la persona está abierta a los datos del entorno, como libros, artículos, ponencias, memorándums, programas informáticos, películas, vídeos, etc. Es más, el gestor está a abierto a datos con distintos grados de latencia. Un alto grado de latencia significa que los datos son poco claros, ambiguos, y que no se presentan al gestor como información. Los datos más manifiestos se pueden convertir en información más fácilmente. A escala individual, las condiciones de la autopoiesis están biológicamente dadas (dado que el individuo está vivo y que su cerebro y sentidos funcionan). En una escala superior, cuando el agente es un equipo o una organización, el conocimiento colectivo es extremadamente frágil. Debe haber conexiones de conocimiento disponibles, entendidas éstas como el potencial de cada individuo para comunicar mensajes sobre sus observaciones. Para ello, se deben satisfacer dos condiciones: una, la disponibilidad de relaciones para facilitar la comunicación a través del lenguaje (oral, escrito, corporal, etc.), y dos, una autodescripción o identidad del agente. En cada escala de observación y detrás de cada manifestación organizada existen procesos o interacciones que desencadenan cada resultado sucesivo que observamos en el entorno. Estas interacciones no son simplemente una cuestión de organizar los componentes básicos presentes en el entorno. Más bien, dependen de flujos de información que no podemos ver, como acabamos de mencionar. A escala individual, el conocimiento no es algo abstracto, sino que está contenido en la persona. Por lo tanto, en un sentido estricto, sólo son los individuos los que crean conocimiento. No obstante, los individuos poseen conocimientos que pueden servir de base para un conocimiento colectivo o social cuando se comparten por medio del lenguaje oral, escrito, corporal, etc. El conocimiento colectivo, que no es la suma del conocimiento individual sino algo diferente y distinto es de especial importancia para la supervivencia a largo plazo de la organización. El conocimiento organizativo es un conocimiento compartido por los miembros de la organización y no depende de un individuo en particular. La teoría autopoiética, cuyos orígenes se establecen en la neurobiología

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y que se aplica a la epistemología en sistemas sociales (Maturana y Varela, 1987), emerge en el campo de las organizaciones para arrojar luz sobre el conocimiento organizativo, como hemos mencionado anteriormente. Para aprender de forma transorganizativa es fundamental analizar dos implicaciones principales, desde el enfoque de complejidad planteado, a) el concepto de emergencia y b) el concepto de co-evolución. En cuanto al primer concepto hay que señalar que las partes diferentes de los sistemas complejos están vinculadas y se afectan mutuamente de un modo sinérgico. El cambio de escala es mucho más que una simple transformación lineal. Uno de los desafíos clave es comprender, que algo nuevo, no previsto, aparece en cada escala superior. Este concepto se denomina emergencia en sistemas que exhiben una adaptación compleja. En este sentido, Kauffman (1992) propone subdividir la organización en partes (partes interactivas con comunicación constante). Por lo tanto, el proceso de emergencia consiste en vincular las tres escalas mencionadas: individuo, equipo y organización. Gracias a la emergencia, y guiados por normas sencillas, los agentes interactúan para crear unidades integrales u holísticas que son más que la simple suma de las partes, y que son el resultado de las interacciones de éstas últimas. Otro de los conceptos clave es la co-evolución. El término co-evolución proviene de la biología. Se refiere a los cambios sucesivos entre dos o más especies únicas, aunque ecológicamente interdependientes, de tal manera que sus trayectorias evolutivas se entrelazan en el tiempo. A medida que estas especies se adaptan al entorno, también se adaptan la una a la otra. El resultado es un ecosistema de especies interdependientes que se adaptan y co-evolucionan. Esta interdependencia es a menudo simbiótica, es decir, mutualista o en coevolución positiva (cada especie ayuda a la otra), pero también puede ser de carácter antagónico (una especie utiliza a la otra), es decir, coevolución negativa. Eisenhardt y Galunic (2000) subrayaron que la co-evolución surge como alternativa a la colaboración. De acuerdo con estos autores, para dominar este proceso estratégico corporativo denominado co-evolución es necesario comprender las bases: A)reconectar y revisar las relaciones entre negocios frecuentemente; b)traer el mercado al interior; c) gestionar el número de conexiones, y; d)descubrir vínculos de alto rendimiento, pequeños efectos de la organización o de la red que puedan provocar grandes consecuencias. También hay una base subyacente de estructuras y procesos que la dirección debe desarrollar si quiere que la co-evolución funcione: 1)dejar que interactúan las unidades de negocio; 2)desarrollar equipos multidisciplinares (multinegocio), y 3) otorgar incentivos individuales.

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De todo lo comentado precedentemente se deduce que los procesos organizativos y transorganizativos citados se deben orientar hacia el logro de organizaciones inteligentes, es decir, con “capacidad de respuesta y adaptación” (Bueno, 1997). En este sentido hay que entender la organización como un ser vivo con facultades de “emergencia”, de “co-evolución” y de “memorización” o con capacidad de incorporar rutinas o pautas espacio-temporales en un proceso evolutivo, tal y como enseña la neurobiología y sus procesos autopoiéticos. Para los autores antes citados es necesario generar un “aprendizaje organizativo” para lograr que la organización se haga “inteligente”, igual que ocurre con las personas a través del aprendizaje individual. Para ellos, la organización es algo más que una simple colección de individuos relacionados y su aprendizaje se logra por la interacción y superposición de los grupos o equipos, más allá de la simple agregación del aprendizaje alcanzado por las personas que la componen. Si a esta inteligencia se le suma una adecuada gestión de la información y de los conocimientos básicos poseídos por los individuos, la empresa podrá mejorar sus capacidades competitivas o crear “competencias distintivas” o “esenciales”. Esta visión de ir transformando a la organización en “inteligente” ha sido desarrollada con acierto, fundamentalmente como justificación o razón de ser de la Dirección del Conocimiento, por Senge (1990), Quinn (1992), De Geus (1988 y 1997) y Spender (1999), La “organización inteligente” puede ser definida como el sistema sociotécnico abierto que es capaz de aprender y, en consecuencia, de saber transformarse y adaptarse de forma “virtual” a los cambios del entorno. Para el primer autor esta “organización inteligente” y, en consecuencia sus procesos de aprendizaje, se apoyan en cinco enfoques o “disciplinas”. 1. El “dominio personal” o las capacidades de las personas de ser y saber hacer. 2. Los “modelos mentales” o cognoscitivos, es decir, el sistema de razonamiento de las personas que integran la organización. 3. El “papel del liderazgo” o de la visión compartida de la organización. 4. La “importancia del aprendizaje en equipo” o la evidencia de la “inteligencia compartida”, y 5. el “el pensamiento sistémico” o la forma de interactuar las ideas y los conceptos en la organización, manera básica de llegar a compartir conocimientos, objetivos y acciones. Finalmente para De Geus este tipo de organización, basada en el aprendizaje, sustenta su éxito en la función del conocimiento de las personas como factor de producción esencial y en los procesos que alientan a las mismas a interactuar unas con otras, a compartir sus conocimientos, a aprender en común y a pensar en la organización como una comunidad a la

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que pertenecen. Una organización que tiene un papel importante en la nueva economía y que se puede denominar en el seno de la sociedad del conocimiento y de una manera metafórica o con un toque de humor, con la palabra inglesa y el acrónimo “click”, compuesto por los conceptos básicos de referencia en su versión inglesa, tal y como muestra el cuadro 2.

Cuadro 2. LA ORGANIZACIÓN INTELIGENTE EN LA NUEVA ECONOMIA: EL FACTOR “CLICK” • C APITAL

CAPITAL INTELECTUAL CREADO GRACIAS A LOS INTANGIBLES INCORPORADOS EN UN PROCESO DE...

• L EARNING

APRENDIZAJE, QUE NECESITA DE LA ADECUADA ...

• I NFORMATION

INFORMACIÓN, LA CUAL ES LA BASE PARA LA CREACIÓN DE...

• C OMPETENCE

COMPETENCIA BÁSICA DISTINTIVA Y TODO ELLO JUSTIFICADO CON EL ENFOQUE BASADO EN ...

• K NOWLEDGE

CONOCIMIENTO, PUESTO EN ACCIÓN EN LA ORGANIZACIÓN.

Fuente: elaboración propia

4. HACIA LA SOCIEDAD DEL APRENDIZAJE: PROPUESTA DE PIRÁMIDE DE LA INTELIGENCIA HUMANA En los contenidos de este trabajo se están manejando tres expresiones que han sido utilizadas de forma reiterada en los últimos años del siglo que ha terminado y que lo seguirán siendo en las próximas décadas del nuevo milenio. En concreto, nos referimos a la “era de la información” o a la “sociedad de la información” (como nos gusta llamarla en Europa), a la “sociedad del conocimiento” y a la “sociedad del aprendizaje”. Estas tres expresiones pretenden representar a la sociedad moderna y están revelando algunas de las más importantes transformaciones que han acaecido en estos últimos años y que van a seguir produciéndose en los venideros. Las expresiones referentes a esta nueva sociedad y a esta nueva economía, que llevan como adjetivos información, conocimiento y aprendizaje, representan el triunfo de todo aquello que tiene que ver con la creación de valor en los mercados por las organizaciones o instituciones a través, fundamentalmente, de los procesos de transformación basados en los conceptos que llamamos tangibles. En

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consecuencia, en muchas ocasiones se viene utilizando la expresión siguiente: “estamos creando valor en la economía gracias al “conocimiento” o basados en el “intelecto” o que “estamos actuando en una economía o en una era basada en intangibles”. Estos intangibles son los resultados o los productos de actividades que se basan y se derivan del “conocimiento puesto en acción”. Estas actividades intangibles representan los procesos, las funciones principales que cualquier organización grande, mediana o pequeña; pública o privada; gubernamental o no gubernamental, está llevando a cabo a través de la “puesta en acción” de la inteligencia humana y artificial o gracias a un determinado desarrollo intelectual de los procesos productivos. Nos estamos refiriendo a las actividades intangibles caso, entre otras, de I+D, de procesos de innovacón, de programas de formación o capacitación, de programas de calidad, de laboratorios de desarrollo de la imaginación, etc... El último fin de las actividades intangibles, como es lógico, es generar activos intangibles, es crear bienes y servicios que materializan aquéllas, es decir, bienes que los mercados, las organizaciones o instituciones puedan valorar y de hecho valorizan de forma relevante respecto a los procesos tradicionales basados, fundamentalmente, en la transformación de los tangibles. En definitiva, la finalidad última es crear nuevo conocimiento que sea apreciado por el mercado o por la sociedad, es decir, por el ciudadano como cliente de los productos de la llamada nueva economía. En los conceptos de información, de conocimiento y de aprendizaje se está poniendo el énfasis en aspectos vinculados con procesos de desarrollo intelectual, en aspectos relativos a cómo el conocimiento es adquirido, aplicado, distribuido, reconocido y “memorizado” o aprendido, en suma en aspectos relacionados, como ya se ha dicho, con la forma de poner el “conocimiento en acción”. En suma, nos están demostrando cómo en la creación de valor en la economía actual lo que estamos haciendo es dirigir la forma en que se incorporan los intangibles a los procesos económicos, exponiendo que en los momentos presentes representan los factores más valiosos, los “recursos críticos”, en comparación con los tradicionales que componen el capital físico o tangible característico de la economía tradicional. Esta incorporación de intangibles a través del “conocimiento en acción” requiere, como es lógico, de una determinada plataforma tecnológica, y teniendo en cuenta que la tecnología no deja de ser un soporte construido a partir de un conjunto de conocimientos sistematizados, previamente incorporados, y que facilitan los procesos técnicos a seguir o los procesos de transformación económica, lo que ello nos está poniendo de manifiesto es la existencia de un círculo virtuoso basado en conocimiento. Por consiguiente, cabe preguntarnos ¿pero es que hasta épocas recientes no hemos hablado de la relación entre información,

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conocimiento y aprendizaje? La respuesta es claramente negativa. Desde que las personas tenemos memoria, especialmente memoria escrita, sabemos y tenemos presencia consciente en nuestra mente de lo que es una determinada clase de conocimiento. Desde que la humanidad se ha comunicado o ha intercambiado por medio de un lenguaje, del tipo que sea, algún dato, algún hecho, algún suceso o idea, hemos estado creando información. Y por último, desde que la humanidad o desde que cualquier persona, bien por esa información, tangibilizada en un determinado soporte, sea cual sea el mismo, y en donde haya grabada alguna idea, puede haber aprendido, aprendido de los demás, aprendido por uno mismo, en definitiva puede que haya incorporado a la mente, a la memoria, una idea nueva, una experiencia nueva que mejorará o completará su capacidad cognoscitiva y su nivel de conocimiento acumulado, saber consciente que facilitará el desarrollo intelectual del sujeto considerado. En el caso de la economía y de los trabajadores del conocimiento hay que señalar que ya fueron expuestas en los años sesenta por Machlup (1980) y Drucker (2001). En consecuencia, información, conocimiento y aprendizaje, son cuestiones consustanciales con las personas desde que alcanzamos el nivel evolutivo de “homus sapiens” y nos consideramos seres racionales e inteligentes. Pero lo que es diferente, en estos últimos años, es la nueva configuración y la nueva integración de los significados de esta tríada conceptual. Ahí está la novedad, en el protagonismo del primer aspecto, en la información; provocado por la fuerza o la importancia de las tecnologías de la información y por el avance de las plataformas digitales y sus redes de comunicaciones, como soportes que están facilitando el que las personas, sin distinción de ningún tipo y prácticamente sin barreras físicas y prácticamente temporales podamos estar comunicándonos los unos con los otros y transmitiéndonos determinados conocimientos básicos o información, lo que está facilitando conocer las fuentes del “saber”, la mejora de nuestro “saber”, de nuestra manera de “entender” el mundo que nos rodea y llegar de una forma más o menos efectiva a orientar nuestro “comportamiento”, a mejorar nuestro conocimiento y, en definitiva, nuestra capacidad de “aprender”. Es aquí donde radica la gran revolución de la sociedad de la información, el soporte que está modificando los conceptos tradicionales de conocimiento y aprendizaje, y posibilitando de una forma dinámica alcanzar los estadios de la sociedad del conocimiento y de la sociedad del aprendizaje, como culmen del desarrollo social e individual que los seres humanos hemos iniciado en el último tramo del siglo XX. Un desarrollo basado en la fuerza del conocimiento, en la capacidad de la inteligencia y, en definitiva, de la importancia de la sabiduría que las personas podemos llegar a alcanzar en un mundo en que el recurso más valioso es dicho conocimiento, lo que implica el reto de “aprender a aprender”, de saber cómo incorporarlo de una forma continua y acelerada. Como dice Marina (2000): “... frente a esa sociedad de la información platónica, lejana, inabarcable, virtual, quiero reivindicar su versión a escala humana: la sociedad del

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aprendizaje. Sólo poseemos la información que hemos incorporado a nuestra memoria, y que nos va a permitir comprender lo que pasa, someternos o rebelarnos, aceptar o criticar”. Estos son los grandes desafíos de la sociedad del futuro, los del conocimiento, el talento y el aprendizaje. En poco menos de dos décadas, las últimas del siglo XX, hemos sido testigos de excepción y espectadores, a la vez que actores, de una interesante espiral de conocimiento nuevo, de términos y semas o signos, más o menos claros y evidentes. Este fenómeno se ha integrado en las hélices de la nueva economía propiciando más y más complejidad, confusión y moda tanto profesional como intelectual; suceso que ha coincidido con los momentos de decadencia del postmodernismo y del surgimiento de nuevos aires renovadores del pensamiento y de la cultura apoyados en los postulados de la ultramodernidad o de la recuperación del humanismo, de la ética y de una nueva estética en los ámbitos científicos, técnicos y culturales (Bueno, 2001a y Marina, 2000). Situación que caracteriza la actual sociedad del conocimiento, acumulando de forma acelerada un cierto desorden cognitivo y semántico, que la sociedad del aprendizaje debería poner coto, para incorporar a la memoria humana y organizativa el saber adecuado y facilitar el desarrollo de la inteligencia2 Con el fin de ayudar a eliminar este desorden cognitivo y semántico, en la figura 3 se propone una estructura teorética que vertebra los conceptos fundamentales, ya de por sí interconectados, a través de un conjunto de relaciones lógico-semánticas. Esta estructura escalar o de forma piramidal facilita la superación de la citada “jungla semántica” y “caos de los intangibles” gracias a la formulación de los factores que explican la construcción de la mencionada estructura teorética, a la vez que la comprensión de la función cognitiva de los conceptos relacionados. La primera serie de factores son los relativos a los procesos impulsores o fuerzas atractoras que facilitan entender la función del concepto, y el segundo conjunto de factores referencian los procesos configuradores o inductores de cada uno de los conceptos analizados. En el primer nivel se sitúa la información como la función de entender y conocer a partir del conjunto de datos estructurados o con significado para el sujeto y en un momento concreto. Información que debe cumplir con los principios de estar categorizada, contextualizada, calculada, corregida y condensada. Esta información dependerá del nivel de percepción categórica del sujeto o capacidad cerebral de rellenar su memoria (Calvin, 1996), a la vez que impulsará su función gracias al nivel 2

N al T: En inglés existe el problema con el verbo to know, ya que sirve tanto para conocer como para saber, en otras lenguas de raíz indoeuropea no se distinguen estos significados con verbos diferentes (caso del alemán, dutch. Francés, español, portugués. Japonés, catalán,

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de consciencia del individuo, entendida como aspecto consciente, estado vigil, capaz de dirigir la atención, despierto, sensible o enterado (Calvin, 1996 y Churchland, 1995).

LA PIRÁMIDE DE LA INTELIGENCIA HUMANA (MODELO E. BUENO) PROCESOS IMPULSORES (INDUCTORES)

MAÑA CREATIVA

EXPERIENCIA

IMAGINACIÓN

MOTIVACIÓN

PROCESOS SENSORIALES (SENTIMIENTO)

CONSCIENCIA

FACTORES CONFIGURADORES (ATRACTORES) INTELIGENCIA (SABER SER, SABER CÓMO, SABER QUÉ)

SABIDURÍA (SABER ESTAR)

GENIO (SABER CREAR) TALENTO (SABER HACER) CONOCIMIENTO (SABER) INFORMACIÓN (ENTENDER – CONOCER)

CAPACIDAD DE APRENDIZAJE

PAUTA ESPACIO-TEMPORAL (REFLEXIÓN)

CARÁCTER

COMPETENCIA / ACCIÓN

MODELOS MENTALES (RAZÓN)

PERCEPCIÓN CATEGÓRICA

©copyright: E Bueno (2001)

En el segundo nivel aparece el conocimiento como función de saber, algo más que entender en su dimensión básicamente epistemológica (Polanyi, 1958; Nonaka, 1991 y Nonaka y Takeuchi, 1995). Este conocimiento, siguiendo a Bueno (1998) y Marina (1993), representa el conjunto de experiencias, valores, información en contexto, percepciones e ideas que crean una estructura mental para evaluar e incorporar nuevas experiencias, ideas e información para comparar, conversar y sacar consecuencias. El conocimiento como es ya sabido se genera a través de determinados modelos mentales, basados en la razón, y en procesos sensoriales, basados en el sentimiento y en sensaciones. Cuestiones que aborda la neurociencia con la división

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Figura 3

funcional de los hemisferios cerebrales o lateralización de funciones (Purves et al., 1997 y Rubia, 2000). En el tercer nivel se posiciona el talento como función del saber hacer, algo más que saber. Talento que se relaciona con una capacidad dinámica o en palabras de Jericó (2001): «la capacidad puesta en práctica de un profesional o grupo de profesionales comprometidos que alcanzan resultados superiores en un entorno o en una organización determinados». Talento que se asocia con el éxito y cuyos factores configuradores principales parten de la competencia o capacidad de igualar o superar al mejor y en la acción. Su proceso impulsor fundamental reside en la motivación, como forma de compromiso que conduce al éxito o a una mejora del rendimiento. En el cuarto nivel surge el genio; concepto que se asocia a la función de saber crear, dependiendo del carácter de la persona tal y como la psicología explica, a partir de los estudios de la inteligencia múltiple de Gardner (1983) o de la inteligencia emocional de Goleman (1995); así como de la imaginación como capacidad de inventar, de idear. En este sentido Calvin (1996) indica que esta capacidad es la consecuencia del “darwinismo dinámico”, ya que gracias a él “podemos inventarnos a nosotros mismos (y nos reinventamos a diario)”. El siguiente nivel, quinto, coloca a la sabiduría como función del saber estar del sujeto, cuestión que se logra gracias a la existencia y desarrollo de pautas espacio-temporales; procesos conscientes y subconscientes que facilitan la versatilidad de resolver problemas, creando imágenes, esquemas y modelos, y capacitando la conducta reflexiva (Calvin, 1996). En esta reflexión y en este saber estar la experiencia cobra un papel relevante, que relaciona, en cierta medida, la sabiduría con el conocimiento tácito (Polanyi, 1958; Nonaka y Takeuchi, 1995 y Bueno y Salmador, 2000). Finalmente el sexto nivel representa la cúspide de esta estructura teorética, resumen de las escalas conceptuales anteriores y que sintetiza el concepto de inteligencia, como función del saber ser, del saber cómo y del saber qué. Concepto que implica una amplia gama de habilidades y aspectos. En este sentido, los etólogos James y Carol Gould (1994) la definen como “la capacidad de salirse de los límites del instinto y generar nuevas soluciones a los problemas”. El factor configurador principal, entre otros, es la capacidad de aprendizaje, aspecto que ya fue definido por el médico español Juan Huarte en 1575, al declarar que la inteligencia es la “capacidad de aprender, ejercer el juicio y ser imaginativo” (Vid. Calvin, 1996). También para este neurocientífico la inteligencia puede tener como factor explicativo básico, es decir, como impulsor de su función: la maña creativa, suma de habilidad y destreza y de creatividad e innovación.

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5. CONCLUSIÓN: El arranque del siglo XXI, heredero del “siglo de la ciencia”, es decir, del siglo XX, ha protagonizado el proceso que en el pasado se ha denominado como inicio de la “era de los intangibles”, tránsito de la sociedad de la información a la del conocimiento. Esta herencia científica, técnica y social ha caracterizado una nueva economía basada en el conocimiento, o, en otras palabras, una creación de valor basada en el “conocimiento en acción”. Forma de entender los procesos de creación, distribución, medición y gestión de los conocimientos que existen y se comparten en la organización. Para que se pueda entender esta nueva transformación económica y para visualizar la importancia de las actividades basadas en conocimiento hay que definir el sistema de conocimiento, con sus espacios y agentes. Si estos espacios se configuran como ámbitos o comunidades de conocimiento (ba), en cada una de sus categorías, se podían desarrollar procesos de aprendizaje, es decir, de incorporación o “memorización” de nuevo conocimiento en las personas que los componen y en las organizaciones que los albergan. En estos procesos para “aprender a aprender” es fundamental incorporar enfoques propios de la biología, de la teoría de la evolución, caso de los autopoiéticos, con el fin de saber como co-evolucionar o aprender transorganizativamente, aspecto fundamental para que la sociedad del conocimiento pueda ir pasando a la sociedad del aprendizaje. El trabajo, en suma, presenta un hilo conductor que arranca de la información, para pasar por el conocimiento y llegar al aprendizaje, cuestión crítica para transformar aquélla en aquél. Además, en este camino intelectual se intenta ayudar a superar la confusión cognitiva y semántica que existe en la sociedad y economía actual, basadas en conocimiento, ordenando en una estructura teorética los conceptos conectados. Esta propuesta define una “pirámide de la inteligencia humana”, como vertebración conceptual y como explicación de las relaciones lógicosemánticas que evitan, en cierta medida, la “jungla semántica” y el “caos de los intangibles” imperante en la actualidad. El reto, finalmente, se circunscribe en como los conceptos, relaciones y procesos expuestos en la propuesta citada, traspasan el ámbito de la inteligencia humana para pasar al de la inteligencia organizativa. Cuestión que exige de determinada dirección del conocimiento, del talento y de la innovación puesta al servicio de la organización, ya que estaremos trasladando el ser y saber natural al ser y saber artificial.

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