La persistente desigualdad de clases en Chile

La persistente desigualdad de clases en Chile Mauricio Salgado La pregunta por la estructura de clases que exhibe nuestro país ha sido recurrente, ta...
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La persistente desigualdad de clases en Chile Mauricio Salgado

La pregunta por la estructura de clases que exhibe nuestro país ha sido recurrente, tanto en la discusión académica como en el espacio público. Las transformaciones en las pautas de consumo de las personas, el mayor bienestar material del que disponen comparado al que poseían las generaciones anteriores y los cambios en sus estilos de vida durante los últimos 20 años han sido profusamente tematizados. No obstante esas transformaciones, la estructura de clases del país ha permanecido prácticamente inalterada, presentando características tan singulares que la han hecho un caso único en los análisis sociológicos comparados, especialmente en lo que se refiere a las dimensiones de distribución del ingreso, movilidad social y vulnerabilidad. ¿Cuáles son las principales características que exhibe nuestra estructura de clases en estas tres dimensiones? Y dado que este es un asunto que afecta al colectivo, podemos preguntarnos también por el lugar de la política: ¿Qué impacto ha tenido la política social para modificar el patrón de desigualdad existente en Chile? Desigualdad Si bien el crecimiento económico y, en menor medida, las políticas sociales de los gobiernos de la Concertación han permitido una fuerte reducción de la pobreza en las últimas dos décadas, nuestra estructura de clases sigue sufriendo de agudos problemas de equidad. Una mirada a las cifras muestra, en efecto, una realidad preocupante. Como se desprende de la última encuesta CASEN 2009, la desigualdad social en Chile (esto es, la disímil distribución de la riqueza) es profunda y no ha mostrado mayores cambios en los últimos 20 años. Los hogares del decil más rico de la población concentran el 40,2% de la distribución de los ingresos autónomos, muy lejos del siguiente decil de hogares más ricos (i.e., decil IX), los cuales representan un 15,6% del total. En contraste, el decil más pobre de hogares concentra sólo un 0,9% de la distribución de los ingresos autónomos. Así las cosas, si se excluye al estrato superior de ingresos, la estructura de clases se hace más igualitaria –aunque más igualitaria en su pobreza, habría que agregar. Por otro lado, si en 1990 el ingreso autónomo promedio de los hogares del quintil más rico de la población era igual a 14 veces el del quintil más pobre, en el 2009 esa razón fue de 15,6 veces. La comparación empeora cuando consideramos la distancia entre los hogares pertenecientes al decil más rico y aquellos que están en

el decil más pobre. La razón de los ingresos autónomos de los hogares pasó de 30,5 veces en 1990 a 46,2 veces en 2009. Aunque el efecto de la recesión económica mundial del 2008 puede explicar en parte el aumento en los niveles de pobreza y desigualdad registrado en la última encuesta CASEN, lo cierto es que los niveles de disparidad en la distribución de la riqueza han, si no aumentado, al menos permanecido constantes durante el período. Con tales diferencias en la distribución de la riqueza en el país no debiera extrañarnos que Chile esté entre los 10 países con peor distribución de ingresos del planeta. Más lamentable resulta saber que nuestro Coeficiente de Gini prácticamente no se ha alterado en los últimos 20 años, pasando de 0,57 en el año 1990 a un 0,55 en el año 2009. Es interesante destacar, nuevamente, que si excluimos al decil más rico de ingresos, el coeficiente de Gini es comparable al de los países europeos. Volveremos sobre este tema más adelante. Desde luego, la política social ha ayudado a aminorar esta enorme desigualdad. Al realizar la misma comparación entre quintiles y deciles de ingresos, pero esta vez considerando el ingreso monetario de los hogares –el ingreso autónomo más las transferencias que realiza el Estado– el panorama mejora, aunque no substancialmente. Si el ingreso monetario promedio de los hogares pertenecientes al quintil más rico era en 1990 de 13 veces el de los hogares del quintil más pobre, en 2009 esa razón pasó a 11,9 veces. A su vez, la comparación entre deciles muestra que en 1990 el ingreso monetario de los hogares del decil más rico era de 27,1 veces; diez años más tarde esa razón se redujo levemente a 25,9 veces. Tal como se observa, una simple comparación de las diferencias entre los ingresos autónomos (ver párrafo anterior) y los monetarios manifiesta el efecto atenuante en la desigualdad que las políticas sociales producen. La política social, si bien aún insuficiente para estándares mínimos de ‘justicia redistributiva’, ha estado al menos bien focalizada en aquellos que más lo necesitan. De hecho, un 44% de los ingresos del decil de hogares más pobres del país se explica por subsidios monetarios, cifra que se reduce a un 14,4% en el segundo decil más pobre (en el decil más rico los aportes del Estado llegan a sólo un 0,1% de sus ingresos). Es fácil advertir entonces que, de no contar con esas transferencias directas desde el Estado, la vida de miles de hogares chilenos estaría sencillamente marcada por la miseria extrema. Al considerar uno de los programas de transferencias monetarias condicionadas más exitosos, el ‘Chile Solidario’, observamos las mismas características mencionadas más arriba: un programa social comparativamente poco ambicioso, no costoso, y muy bien focalizado. En un informe del International Poverty Centre del 2007 se comparó el programa nacional con otros similares en la región: ‘Bolsa Familia’ en Brasil y ‘Oportunidades’ en México. El informe señala que el programa Chile Solidario estuvo óptimamente focalizado, transfiriendo efectivamente ingresos a la población más pobre del país. Sin embargo, el informe agrega que su impacto en la reducción de la desigualdad fue muy bajo, con un cambio estimado del coeficiente de Gini de tan sólo 0,1 puntos (los programas de Brasil y México habrían mejorado sus Gini en torno a los 2,7 puntos). El informe concluye que:

las transferencias bien orientadas de oportunidades y Bolsa Familia son lo suficientemente grandes como para producir una reducción significativa en desigualdad, incluso si son pequeñas (cerca del 0,5%) en relación con el total nacional de los ingresos familiares en Brasil y México. Al contrario, las transferencias de Chile Solidario son tan pequeñas (menos del 0,01% de los ingresos familiares totales) que incluso con una buena focalización no pueden lograr tener un impacto en la desigualdad. Es cierto que el programa Chile Solidario nunca ha tenido como foco la reducción de la desigualdad, sino más bien el acercar la red de protección social del Estado hacia los sectores más pobres del país. Sin embargo, la

comparación es pertinente, pues da cuenta de un estilo de hacer política social que, en lo medular, no altera el patrón de desigualdad del país, dado que privilegia fuertemente la focalización en los más pobres. Movilidad y vulnerabilidad Sin embargo, puesto que la medición de la desigualdad es por definición un asunto estático (i.e., expresa la distribución de la riqueza que existe en un tiempo determinado), la comparación directa de estos indicadores es, desde un punto de vista de técnico, inadecuada para entender el desarrollo social de un país. Y es que al dejar de lado la dinámica de los ingresos perdemos de vista dos elementos muy importantes. En primer lugar, los indicadores de desigualdad nada dicen respecto de la movilidad social. En efecto, la desigualdad es conceptualmente diferente de la movilidad social, es decir, la probabilidad de que alguien –con una clase social particular– obtenga una posición alta versus baja, independiente de la distancia socioeconómica entre estas clases. La movilidad social, por tanto, expresa la igualdad de oportunidades que una sociedad entrega, sobre todo, a los más pobres. En segundo lugar, los indicadores de desigualdad ocultan la vulnerabilidad, es decir, la probabilidad que tiene una persona hoy de ser pobre mañana. Si bien la vulnerabilidad es un aspecto de la movilidad, analíticamente aquella se circunscribe a caracterizar los aspectos dinámicos de la pobreza, distinguiendo entre pobreza crónica y transitoria, mientras que la movilidad social se refiere a la dinámica global de cambio en las condiciones de clase que experimenta toda la sociedad a lo largo del tiempo. Existen diversos métodos para medir la movilidad y la vulnerabilidad, y se han realizado múltiples estudios en Chile al respecto. Todos ellos muestran que la estructura de clases en Chile presenta características muy complejas y no triviales a simple vista. Respecto de la movilidad social, uno de los estudios mejor conducidos fue el realizado por la socióloga Florencia Torche, publicado en el American Sociological Review, con el sugerente título de “Desigual pero fluido”. Analizando la Encuesta Chilena de Movilidad Social, efectuada por el Instituto de Sociología de la PUC, Torche mostró que, no obstante su elevada desigualdad, los niveles de movilidad social en Chile son incluso mejores que los de varios países de Europa (entre ellos, la igualitaria Suiza). De hecho, los niveles de movilidad en Chile son sólo comparables a los de Israel, el país con mayores niveles de movilidad social. Para Torche, “lo que es realmente sorprendente es encontrar alta fluidez en un país con una de las distribuciones de ingreso más desiguales del mundo” ¿Cómo se explica esta relación entre, por un lado, elevados niveles de desigualdad, y, por el otro, altos niveles de movilidad social? Para Torche, la explicación radica en el patrón de desigualdad que exhibe el país, el cual, como vimos, se caracteriza por una elevada concentración de la riqueza entre los hogares más ricos. En palabras de Torche, “si la atención se centra en el patrón de la desigualdad chilena, se obtiene que Chile es desigual, porque la elite concentra una alta proporción del ingreso nacional. Una alta concentración en el decil más rico, sin embargo, se acompaña de una mucho menor desigualdad en el resto de la estructura social.” Así las cosas, si excluimos a los hogares más ricos del análisis, la estructura de clases se hace más homogénea, por lo que las barreras de movilidad entre el resto de la estructura social son mucho más permeables. Para Torche, el patrón de la movilidad refleja el tipo de desigualdad que caracteriza a Chile: Barreras jerárquicas significativas, especialmente entre el estrato superior y el resto de la estructura social, se combinan con barreras débiles entre clases que no se diferencian significativamente en términos de estatus socioeconómico. En otras palabras, el caso chileno puede entenderse como la combinación de dos regímenes de desigualdad y movilidad distintos: una alta concentración de recursos económicos en la elite determina fuertes barreras a la movilidad entre la elite y los sectores bajos, y una distribución de los recursos más igualitaria entre las clases medias y bajas resulta en una mayor fluidez entre ellas.

Esta movilidad entre clases sociales ya empobrecidas produce también mayores niveles de vulnerabilidad, especialmente para aquellos hogares que siendo no-pobres viven al borde de la pobreza. De acuerdo a una serie de análisis de la Encuesta Panel CASEN 1996 – 2006 realizados por Dante Contreras y sus colegas para el periodo 1996 – 2001, y confirmadas por el Observatorio Social de la Universidad Alberto Hurtado para el período 2001 – 2006, los niveles de ‘inmovilidad social’ del decil más rico son muy elevados, iguales a un 55,6% (más altos que los de Venezuela, iguales a 48,3%). Es decir, un alto porcentaje de los hogares más ricos se mantienen en esa misma situación a través del tiempo. Asimismo, y consistente con el análisis de Torche, lo contrario se observa en los deciles medios y bajos de ingreso: es ahí donde la estructura de clases es más fluida, presentándose continuos movimientos entre ellas. Dado que el resto de las clases sociales (i.e., excluyendo a los hogares más ricos) son ‘más iguales’, variaciones menores en los ingresos para las ‘clases medias’ y bajas en nuestro país se traducen en cambios significativos en la posición relativa de estos hogares. Los resultados de la Encuesta Panel CASEN 1996 – 2006 son preocupantes. Ellos indican además que un tercio de los hogares chilenos habría estado en situación de pobreza en el decenio estudiado. De este modo, el que un hogar haya superado la condición de pobreza en un periodo no garantiza una solución definitiva de esta condición. De hecho, al tiempo que muchos hogares salen de la pobreza, existe una cantidad de ellos que cae en esa condición, incluso los pertenecientes al segundo decil más rico del país. Por lo mismo, Contreras y sus colegas concluyen que “ser de la ‘clase media’ chilena no es sinónimo de seguridad.” Entre los factores que explican las caídas en la pobreza están las enfermedades de uno de los miembros del hogar, la cantidad de niños en edad preescolar, y el tipo de educación del jefe de hogar (donde la educación técnica por sobre la de tipo científico-humanista produce una mayor probabilidad de salida de la pobreza). Esto reafirma la importancia de políticas de expansión de la cobertura educacional preescolar (lo que libera a la madre de las actividades domésticas, permitiéndole su ingreso al mercado laboral) y los programas de protección de salud garantizados tipo AUGE. Una mención aparte merece un punto adicional que caracteriza a los hogares vulnerables. La alta volatilidad de ingresos que los caracteriza los lleva muchas veces a tomar decisiones subóptimas de inversión, especialmente en capital humano, lo que puede reforzar el patrón de desigualdad del país a lo largo del tiempo. En efecto, el estudio de Contreras sugiere una relación negativa entre la probabilidad de caer en la pobreza y la cantidad de personas que estudian en el hogar. Es decir, los hogares más vulnerables a caer en la pobreza privilegiarían menos la inversión en educación de sus hijos, por lo que la probabilidad de movilidad social intergeneracional disminuye. Conclusión La estructura de clases del país es extremadamente desigual y ha permanecido prácticamente inalterada durante los últimos 20 años. Asimismo, si bien la movilidad entre clases sociales es alta, lo es solamente entre aquellas clases que presentan una distribución del ingreso similar, excluido el estrato más alto de la sociedad, el cual resulta distante e inalcanzable. Por lo mismo, en términos analíticos resulta apropiado distinguir entre barreras de clase ‘decisivas’ y ‘no decisivas’. Tal como sugiere Torche, si la barrera se localiza entre dos clases que tienen una posición similar en la jerarquía socioeconómica, esta es menos decisiva para la igualdad de oportunidades, en el sentido que aquellos que la cruzan no verán sus oportunidades de bienestar significativamente alteradas. Si, en contraste, la barrera se localiza entre clases distantes en la jerarquía social, cruzarla es decisivo en términos de oportunidades de bienestar. En este sentido, Chile es un caso paradigmático de un alto grado de movilidad ‘no decisiva’, pero con menor movilidad ‘decisiva’.

Para la especulación académica quedará el asunto de cuánto explica la derrota electoral de la centroizquierda en la última elección el persistente patrón de desigualdad y vulnerabilidad en Chile. Y es que tan plausible como la corriente y cacareada hipótesis de que los chilenos son más independientes, autónomos y no requieren del Estado para resolver sus problemas –algo que a la luz de las cifras comentadas no es cierto– lo es también la hipótesis alternativa de que, tras 20 años de gobiernos concertacionistas, y con crecientes problemas de corrupción y clientelismo entre sus filas, los ciudadanos se hayan comenzado a alejar de la centro-izquierda porque esta no pudo concretar su programa original: construir una sociedad de oportunidades y libertades individuales. Si las condiciones de vida de buena parte de los Chilenos, a todas luces mejores que antaño, han estado caracterizadas por su fragilidad, por el riesgo de perder lo ganado y la incertidumbre frente al futuro, entonces es factible que a los ojos de parte de esos ciudadanos la Concertación ya no ofreciera una opción creíble, sobre todo ante una derecha que prometía hacer lo mismo, pero al menos de manera más eficiente y sin corrupción. Es claro en todo caso que si la política social de la Concertación fracasó en construir una sociedad con una estructura de clases más igualitaria, con igualdad de oportunidades especialmente para los más pobres, no fue tanto por que no hicieron lo debido, sino porque sencillamente no hicieron lo suficiente.