LA INDUMENTARIA DE DON QUIJOTE (DON QUIJOTE II: 46)

Jaime Fernández Sophia University, Tokyo LA INDUMENTARIA DE DON QUIJOTE (DON QUIJOTE II: 46) Don Quijote ha escuchado la 'canción de amor' de Altisid...
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Jaime Fernández Sophia University, Tokyo LA INDUMENTARIA DE DON QUIJOTE (DON QUIJOTE II: 46)

Don Quijote ha escuchado la 'canción de amor' de Altisidora. Lleno de asombro, lanza un gran suspiro, hace protestas una y otra vez de su fidelidad y amor único y honesto a Dulcinea y, pesaroso y despechado, cierra de golpe la ventana del aposento. Acosado por la música de Altisidora y la tragedia de los puntos sueltos de sus medias, pasa una noche de insomnio y desasosiego. Llega la mañana. Y Don Quijote — anota el autor— ...no nada perezoso se vistió su acamuzado vestido y se calzó sus botas de camino, por encubrir la desgracia de sus medias; arrojóse encima su mantón de escarlata y púsose en la cabeza una montera de terciopelo verde guarnecida de pasamanos de plata, colgó el tahelí de sus hombros con su buena y tajadora espada, asió un gran rosario que consigo contino traía y con gran prosopopeya y contoneo salió a la antesala.... (II: 46, 387-388)1 Tal lujo de detalles en la descripción de la indumentaria del caballero, aunque no inusitada en la gran novela, sorprende al lector. La profusión de prendas (vestido acamuzado, botas de camino, mantón escarlata, montera verde, tahalí, espada y rosario) da la impresión de inútil o gratuita, ya que en las escenas subsiguientes —fingido desmayo de Altisidora y espanto cencerril y gatuno— sólo de la espada se hace mención cuando la usa Don Quijote para tirar estocadas contra la "canalla hechiceresca" de los gatos que "quiso la suerte" entrasen en su aposento (II: 46, 390). Pero en Cervantes no hay nada gratuito. La minuciosa descripción y el contraste llamativo de tales prendas cumple una función determinada y precisa e induce a pensar que el autor en este momento de la narración pretendía subrayar algo en su personaje. Varios cervantistas (Serrano Plaja, Johnson)2 han visto en sólo algunos de los elementos de dicha indumentaria ("rosario," "espada"), la expresión de toda una serie de sentimientos negativos en nuestro caballero (concesiones sexuales, pensamientos inconfesables, hipocresía), AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

149 consecuencia de lo que piensan ellos turbadora noche de desazón sexual, en que Don Quijote no ha podido zafarse de la resaca erótica que la absurda y soez canción de Altisidora en él provocase. Pero se trata de análisis parciales, basados en enfoques psicoanalíticos y, por ello, inexactos. Sólo un análisis de todas las prendas que al cabo de la azarosa noche se viste y pone el caballero, como resultado de una firme decisión ~"no nada perezoso," dice el texto—, puede revelarnos algo de su actitud y sentimientos en este momento de su estancia en el castillo ducal. Empecemos por el rosario. El gran rosario, "que consigo contino traía," es lo que más ha intrigado al mundo de la crítica, quizás por considerarse elemento poco frecuente en las andanzas de nuestro caballero y, desde luego, fuera de lugar en este momento. Para los que analizan psicoanalíticamente la novela, el rosario es un instrumento de represión sexual. Con el rosario en la mano, Don Quijote intenta controlar sus impulsos sexuales, apareciendo así lo bastante piadoso como para albergar pensamientos lascivos.3 Es decir, el rosario viene a ser una especie de camuflaje de Don Quijote, una muestra palmaria de su hipocresía. Otros piensan que el rosario quizás sirvió a Don Quijote para los rezos de la mañana,4 opinión un tanto gratuita, porque en ninguna parte de la novela se hace expresa mención de las devociones cristianas del caballero. Con todo, la opinión no es totalmente descartable, pues no sabemos hasta qué punto Cervantes representaba así, con segundas intenciones, una forma de ser estereotipada del caballero, un poco al estilo de la crítica sarcástica de Salas Barbadillo en El caballero puntual: "era puntualidad del caballero traer por las mañanas el rosario en la mano desde la diez hasta las doce, y por las tardes el palillo en la boca desde la una hasta las tres," simbolizando así acremente el deterioro y la pérdida que había sufrido la interna fortaleza de ese tipo social.5 Cabría, pues, la posibilidad de considerar el rosario como un dato más entre los que pone Cervantes para señalar el final de la caballería andante y heroica, ya que Don Quijote se ha visto reducido en el palacio ducal a la categoría, por él mismo criticada, de caballero cortesano (II: 6, 60). Ya antes, y en la misma dirección, el autor había insinuado irónicamente con la aventura de Clavileño que las empresas caballerescas de Don Quijote habían quedado reducidas a la enteca realidad de un simple caballo de madera, un juguete sin alma. Todas estas interpretaciones pueden parecer dotadas de cierta lógica y, por ello, admisibles. No obstante, las basadas en el psicoanálisis AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

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adolecen, en mi opinión, de un defecto: el de buscar la explicación de un hecho concreto de la novela fuera del universo de la misma y del contexto social e histórico en que está encuadrada, siendo posible lo contrario. Pues estimo que, en el caso concreto del "rosario" de Don Quijote, su sentido se desprende del cotejo con otros momentos de la novela en que también aparece, reduciéndose así considerablemente el margen de error interpretativo. Así pues, el rosario aparece en otras tres ocasiones: en Sierra Morena (I: 25), en la Cueva de Montesinos (II: 23) y en la última escena de los famosos azotes de Sancho (II: 71). El de Sierra Morena es un rosario irreverente, improvisado por Don Quijote a base de una tira de las faldas de su camisa, para hacer penitencia por Dulcinea. El de la Cueva es un rosario desmesurado que lleva el famoso Montesinos del Romancero, guía de Don Quijote en su recorrido por el mundo fantástico y grotesco de la cueva hasta el desalentador encuentro con Dulcinea encantada. El rosario, finalmente, le sirve a Don Quijote para llevar la cuenta de los azotes que Sancho ha decidido propinarse para el desencantamiento de su dama. Es decir, el rosario que esta mañana lleva Don Quijote tiene connotaciones indudablemente grotescas, pero a la vez entraña su vinculación a Dulcinea: una Dulcinea que aun siéndole esquiva, sigue constituyendo para el caballero el único objeto de su fidelidad y de su esperanza. Por eso lo ha tomado ahora Don Quijote: y lo lleva como arma para defender su fe amorosa, como símbolo de su afincamiento en el mundo caballeresco. Así considerado, el rosario no implica precisamente connotaciones religiosas, sino éticas. No debe olvidarse que una de las funciones de esta larga secuencia de escenas que constituye el episodio de Altisidora, es la afirmación de la honestidad del caballero y de su fidelidad amorosa a Dulcinea, afirmación que como estribillo se repite hasta ocho veces. Sobre el vestido acamuzado, signo constante revelador de su condición de andante6 (por contraposición a las ropas de hidalgo, descritas en el primer capítulo de la novela), se echa Don Quijote el manto (o mantón) escarlata. El manto escarlata nos retrotrae a la triunfal entrada de Don Quijote en el castillo de los duques (II: 31) y mucho más atrás, a la aventura del Caballero del Sol o de la Sierpe, héroe de la fantasía creada por el mismo Don Quijote (I: 21)7 El manto escarlata, símbolo del triunfo del héroe, del reconocimiento al esfuerzo caballeresco, adquirió más tarde, por arte y gracia de los regocijados duques, un claro significado AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

151 de escarnio, convirtiendo a Don Quijote en una especie de "Eccehomo" de la caballería. Que Don Quijote lo lleve expresamente esta mañana indica su determinación íntima de seguir siendo caballero ejemplar, ya que para él el simbolismo permanece intacto, aunque a los ojos de los duques y de Altisidora no exprese más que la ridicula y absurda pretensión del estrafalario huésped. La montera de terciopelo verde, guarnecida de pasamanos de plata, es una prenda de sentido muy complejo. Guarda relación con la montera del Caballero del Verde Gabán, de aquel "señor galán," como le llamó Don Quijote (II: 16, 137), y, por su color, con el de la ropa de altanería de la duquesa, la bella cazadora del azor en la mano (II: 30, 266). ¿Con qué intención la usa Don Quijote? ¿Se trata tan sólo del natural deseo de ir bien vestido? ¿O quizás quiere presumir de hombre apuesto y parecer tan galán (y tan fuera de lugar) como Don Diego, para impresionar favorablemente a Altisidora? ¿O puede que, sin pretender esto último, su intención sea iónicamente hacerle ver a la joven que no es su figura tan grotesca como ella la describió en su romance? Todas estas preguntas pueden tener una respuesta afirmativa, o negativa. Es el perspectivismo de Cervantes: cualquier dato es contemplado desde varios ángulos, no sólo ángulos del autor, sino de los mismos personajes de la novela, que, al haber expresado en algún momento de la narración su opinión sobre dicho dato, lo han cargado ya semánticamente, dotándolo de un sentido que influye inevitablemente en el juicio valorativo del lector. La montera y el manto escarlata no son prendas del habitual atuendo de nuestro caballero andante. Las recibió de los duques a su llegada al castillo. Y así tienen clara connotación con la locura, en opinión de F. Márquez Villanueva que comparto plenamente. Están además vinculadas semánticamente por su color con la indumentaria de nuestro personaje, cuando la visita del cura y del barbero al comienzo de esta Segunda Parte: Vestía —reza el texto— "una almilla de bayeta verde, con un bonete colorado toledano" (II: 1, 18), descripción ubicada en un contexto de cuentos de locos, los del autor del Prólogo y el del barbero de ese primer capítulo.8 Son colores emblemáticos de la locura del personaje total: del hidalgo y del caballero andante. Que Don Quijote usase en esta ocasión dichas prendas, aparte de los posibles motivos subconscientes indicados más arriba, obedece a varias razones: fundamentalmente al designio del autor de vestirlo así, con la indumentaria emblemática del loco, para subrayar, en paradójico AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

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contraste, la cordura de que va a hacer gala ante Altisidora; y obedece también a la vanidad de Don Quijote que, como ya observamos, es su máximo pecado, y que le lleva inconscientemente no a cortar por lo sano con la supuesta aventura amorosa, sino a "jugar" con ella. Aunque notando que en su juego —nueva paradoja— el caballero va a conducirse con una envidiable discreción ética. Por último, las botas de camino y la tajadora espada, expresan

sencillamente su condición de hidalgo, cada vez más difícil de ocultar. Por lo que a las botas de camino se refiere, el sentido es obvio, puesto que las lleva esa mañana para ocultar la desgracia de sus medias, expresión de la indigencia de su condición social, como bien explicó detenidamente Cide Hamete. En cuanto a la espada, su simbolismo es más rico y complejo que el meramente fálico de los estudios psicoanalíticos.9 Bastará citar unas densas y meditadas palabras de Luis A. Murillo, que hago totalmente mías: Representaba la espada ceñida a su cuerpo lo intransformable de su existencia. Persistió a través de su transformación en caballero ficticio como recuerdo de su condición social de hidalgo. Pero también como expectativa de que por el esfuerzo físico se cumpliría lo que anhelaba desde esa conciencia. Es, pues, un símbolo de la interiorización de su esfuerzo.10 De la indumentaria de Don Quijote y de su contradictorio sentido, pueden obtenerse las siguientes conclusiones: En su subconsciente ha vuelto Don Quijote a ser un poco el hidalgo del principio (montera verde, botas de camino y espada), aunque se resiste a serlo dándose aires de caballero heroico (vestido acamuzado, manto escarlata y espada), sin caer en

la cuenta del ridículo a que su vanidad le expone (montera verde y manto escarlata). Con todo, sigue incansablemente aferrado a lo que da sentido a su vida, a Dulcinea, no obstante su encantamiento y su actitud huidiza y elusiva que le hacen sufrir intensamente (rosario). Todo lo cual significa que el atuendo de nuestro caballero está reflejando su intensa confusión interior, confusión proveniente de verse obligado a representar, al menos en este momento de la narración, tres personajes distintos:11 uno, entrañablemente querido por él como vocación y proyecto de vida, el de caballero andante; otro, que le es insufrible, pero sentido con una lucidez cada vez más implacable, el de hidalgo, personaje de su propio pasado AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

153 que exige ser rescatado del olvido; y, finalmente, el de bufón de los duques. No porque Don Quijote lo sea, sino porque como tal lo toman sus regocijados anfitriones. Don Quijote es plenamente consciente de ello, pero más que rebelarse, lo sufre paciente aparentando ignorarlo, entre otras muchas razones, por su exquisito sentido de la cortesía. Cervantes ha vuelto a insistir, por medio de la indumentaria del personaje, en su dolorosa situación interna, expresada ya antes explícitamente por medio de una serie de adjetivos ("pensativo y pesaroso," "despechado y pesaroso," "envuelto en los pensamientos"...), inquietante leitmotiv que tiñe de melancolía cada uno de sus gestos. Todo ello, estado anímico e indumentaria, hacen explicable, en cierto sentido, la forma como Don Quijote salió de su aposento esa mañana: "con gran prosopopeya y contoneo" —anota el autor—. Si estos andares revelan, por un lado, su esfuerzo por aparentar la seguridad y el sosiego que le faltan, esfuerzo llevado al límite de la afectación,12 son a todas luces una pose teatral y ridicula. ¿No recordaría en estos momentos Cervantes (y, no sé hasta qué punto, también Don Quijote) la solemne escena del pizmiento Trifaldín, aquel espantajo prodigioso de cuerpo agigantado, amantado con una negrísima loba, con un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra, y que andaba también con su contoneo, su espacio y su prosopopeya? (II: 36). Cervantes vuelve a guiñar al lector con una sonrisa burlona. Trifaldín era un consumado actor, que hizo su papel de bufón a las mil maravillas. Don Quijote no le va en zaga. El autor le hace repetir la indumentaria y movimientos del burlón mayordomo ducal, aunque "mejorando" irónicamente la copia, merced a esa combinación de fuertes colores —verde, rojo y amarillento— de la montera, el manto y el vestido acamuzado.13 Sin duda que así, como ridicula reproducción en color de su genial y pizmiento Trifaldín, lo pensaron los duques, quienes por cierto estaban allí en la antesala. Y estaban "como esperándole," añade el autor, llenando de insospechados matices, sugerencias y complicidades esta nueva escena de la farsa que se ha montado en torno a Don Quijote.

Notas 1 Cito por la edición del Quijote de Juan B. Avalle-Arce (Madrid: Alhambra, AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.

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AIH ACTAS. IRVINE 92 1979), indicando entre paréntesis: parte de la obra, capítulo y página. Arturo Serrano Plaja, Realismo "mágico" en Cervantes, (Madrid: Gredos, 1967);

Carroll B. Johnson, Madness and Lust. A Psychoanalytical Approach to Don

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Quixote (Berkeley: University of California Press, 1983). Otro cervantista que, aunque no trata directamente el episodio, tiene una visión semejante es Benito Brancaforte: "El diálogo de Cervantes con la locura," Homenaje a José Antonio Maravall, eds. Carmen Iglesias et al. (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1985) III: 329-342 (passim). "An attempt to bring his erotic urges under control by making himself look too pious to entertain any lascivious thought" (Carroll B. Johnson: Madness and Lust, 175). El autor acepta plenamente esta interpretación del rosario, original de Arturo Serrano Plaja: Realismo "mágico" en Cervantes, 216-217. Así Vicente Gaos en su edición de la novela (Madrid: Gredos, 1987) II: Cap. 46, n. 15a. José A. Maravall, Utopía y contrautopía en el Quijote (Santiago de Compostela: Pico Sacro, 1976) 143-144. El vestido acamuzado sólo aparece en la Segunda Parte de la novela (II: 18; 31; 46). Otro personaje que lo lleva es Maese Pedro (II: 25). El manto aparece también en la fantasía del Caballero del Lago (I: 50, 588); y, aunque desprovisto de color, es también por su valor ("vale una ciudad"), signo del triunfo heroico del caballero. Francisco Márquez Villanueva, "La locura emblemática en la Segunda Parte del Quijote," Cervantes and the Renaissance, ed. Michael McGaha (Newark: Juan de la Cuesta, 1980) 94-95. Carrol B. Johnson, Madness and Lust 175-9 "La espada de Don Quijote," Cervantes: su obra y su mundo, ed. M Criado de Val (Madrid: Edi-6, 1981) 678. Margaret Church, Don Quixote, the Knight ofLa Mancha (New York: New York University Press, 1971) 132. Enrique Moreno Báez, Reflexiones sobre el Quijote (Madrid: Editorial Prensa Española, 1974) 138. Para Michel Moner, Don Quijote queda así vestido de "papagayo" y convertido en un bufón (Cervantes conteur. Ecrits et paroles [Madrid: Casa de Velázquez, 1989] 193), opinión que, por lo ya expuesto, sólo en parte admitimos.

AIH. Actas XI (1992). La indumentaria de don Quijote («Don Quijote» II, 46). JAIME FERNÁNDEZ.