LA IMAGEN DE LA MUJER EN EL RENACIMIENTO JEREZANO

LA IMAGEN DE LA MUJER EN EL RENACIMIENTO JEREZANO Antonio Aguayo Cobo y María Dolores Corral Fernández Universidad de Cádiz Introducción Entonces Ya...
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LA IMAGEN DE LA MUJER EN EL RENACIMIENTO JEREZANO

Antonio Aguayo Cobo y María Dolores Corral Fernández Universidad de Cádiz

Introducción Entonces Yahvéh Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió.Y le quitó unas de las costillas, rellenando el vacío con carne. De la costilla que Yahvéh Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó hasta el hombre. Entonces éste exclamó: — Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada varona, porque del varón ha sido tomada. (Gen. 2,22).

Yahvéh Dios, en un principio creó al hombre, Adán. Fue él quien señoreó la tierra, el que puso nombre a los animales y plantas, el que dominó las fieras. A pesar de todo ello,Yahvéh Dios se dio cuenta de que nada de todo lo que había creado era la ayuda adecuada para el hombre. Necesitaba otro tipo de compañía.Y creó a la mujer. Eva nacía de una costilla de Adán, como la ayuda imprescindible y necesaria. La creación de Eva supone una doble dependencia del hombre. Su creación es más tardía. El hombre nace como el ser perfecto hecho a imagen y semejanza de Dios, Eva, sólo como un apéndice de éste, del cual, además, procede, y lo que es más importante, su misión es la de hacerle compañía. Por si esta dependencia del hombre fuera poco, se hace a Eva responsable de la caída. Es ella la débil, la engañada, la seducida por la serpiente, y es, en definitiva, la inductora de Adán al pecado. Queda así establecida, definitivamente, la jerarquía moral entre el hombre y la mujer. En los siglos XV y XVI quedan atrás ya la viejas disquisiciones de los teólogos acerca de si la mujer tiene o no alma. La mujer es diferente al hombre en cuanto al cuerpo, pero posee un alma destinada a la alabanza de Dios. Esta igualdad no implica que la mujer posea las mismas cualidades y competencias que el hombre. Por el contrario, estas diferencias implican unos roles absolutamente diferenciados. En el gran teatro del mundo que es la vida humana, el Supremo Autor asigna a cada uno un papel, que ha de interpretar fielmente hasta el final, a fin de poder lograr la salvación eterna (Vigil, 1986: 7 y sig.).

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Dios, el Autor de la comedia, es el que reparte los papeles, y a pesar de haber creado a todos los hombres iguales, asigna a cada uno un papel diferente, lo que confiere a la estratificación social una significación sagrada. La sociedad está concebida como un todo, que se jerarquizaba en diferentes estados, que han de funcionar armónicamente, conforme a los designios del Hacedor. Don Juan Manuel y Enrique de Villena enumeran los estados del mundo, entre los que mencionan a los nobles y los de oficio de guerra, a los labradores, mercaderes, ruanes, príncipes, religiosos, etc.Y finalmente se alude al «estado femenil». Enrique de Villena considera como características de este estado femenil, la obediencia y el ingenio. Sea cual sea su estatus social, a la mujer no se le asignan mas ocupaciones que la de, desde su flaca y débil condición, soportar la carga que supone ser la compañera del hombre. Es tan sólo en función de su relación con el sexo masculino, que Enrique de Villena divide el femenil estado en varios subestados: «dueña, doncella, moza, casada, viuda, sierva, niña y todos los otros grados mujeriles y femeniles» (Vigil, 1986: 11). La inferioridad de la mujer con respecto al hombre es rechazada tajantemente por Cristina de Pizán, proclamando la igualdad, tanto de inteligencia como de virtudes con respecto al hombre: «Si fuese costumbre mandar las niñas pequeñas a la escuela, a enseñarles las ciencias con método, como se hace con los niños, ellas aprenderían y entenderían los secretos de todas las artes e las ciencias tan bien como ellos» (Pizán, 2004: 127). Sin embargo, debido a su constitución física, más débil y un carácter más dulce, no están aptas para ciertos trabajos, reservándose un puesto en el hogar. Igual idea, aunque con matices, es desarrollada por Luis Vives: «Hay algunas doncellas que no son hábiles para aprender las letras; así también hay de los hombres; otras hay de tan buen ingenio, que parecen haber nacido para las letras, o, al menos que no se les hacen dificultosas» (Vives, 1944: 18). Durante los siglos XVI y XVII los libros de doctrina, destinados a las mujeres distinguían cuatro estados: doncella, casada, viuda y monja. Los diferentes estados se configuran en relación con la función que mantienen en relación con el hombre, dentro del ámbito familiar. Es en éste ámbito familiar en el que la mujer ha de desarrollar su vida y sus funciones, y es al matrimonio al que debe tender la mujer, creado por el mismo Dios en el acto de la creación de la mujer. Sólo dentro del matrimonio la mujer puede alcanzar la paz. Su misión fundamental es la de servir al marido. El matrimonio, que constituye la causa fundamental de la existencia femenina, se crea para evitar el pecado de fornicación y mantiene, al mismo tiempo, diferentes funciones sociales y políticas. La mujer se constituye en patrimonio familiar, intercambiable por razones políticas, económicas o sociales. La subordinación de la mujer con respecto al hombre viene dada por sus especiales características sicológicas. Tienen el corazón blando, a diferencia del hombre, al tiempo que son vergonzosas y piadosas. Junto a estas características, que podrían considerarse positivas, la mujer posee otras muchas negativas, que hacen que se le

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considere por parte de los moralistas, siguiendo la opinión de Filón de Alejandría, como un varón imperfecto (Escalera, 2000: 778) [fig. 1]. La mar, el fuego y la muger, tres cosas Son, según que lo dixo el mote Griego. Por todo extremo malas y dañosas, Sin con presteza no se atajan luego: Huid navegaciones peligrosas, Acudid a matar con agua el fuego, Muchos no escapan de tercer contrario, Porque les viene a ser mal necesario. (Covarrubias, 1610: Cent. II, emb. 47)

De alguna manera, los moralistas, tal como expresa Covarrubias, consideran que las mujeres son un mal necesario. Según Fray Martín de Córdoba1, son intemperadas: […] siguen los apetitos carnales, como es comer e dormir e folgar, e otros que son peores. E esto les viene porque en ellas no es tan fuerte la razón como en los varones, que con la razón que en ellos es mayor, refrenan las pasiones de la carne; pero las mujeres mas son carne que espíritu.

Son «parleras» y «porfiosas»: «Ser parleras les viene por flaqueza, ca veyéndose flacas para poner negocio, ponénlo a palabras. Ser porfiosas les vienen de la falta de razón, ca no saben de probar su intención con que quieren salir porfiándolo». Son móviles e inconstantes: «lo cual por ventura les viene por la flebe complexión del cuerpo» (Vigil, 1986: 14). Esta visión, absolutamente negativa de la mujer, queda plasmada de forma ciertamente brutal, por Erasmo, que en boca de la Estulticia pone la siguiente visión del género femenino: Por lo demás, dado que el varón está destinado a gobernar las cosas de la vida, tenía que otorgársele algo más del adarme de razón concedido, a fin de que tomase resoluciones dignas de él. Se me llamó a consejo junto con los demás y lo di al punto, y digno de mí: Que se le juntase con una mujer, animal ciertamente estulto y necio, pero gracioso y placentero, de modo que su compañía en el hogar sazone y endulce con su estupidez, la tristeza del carácter varonil. Si, por casualidad, alguna mujer quisiese ser tenida por sabia, no conseguiría sino ser doblemente necia. (Rotterdam, 1976: 41-42).

Excesivas, pero comprensibles dentro del contexto de acerba crítica de la sociedad que es la obra, las palabras de Erasmo nos remiten al ámbito estrictamente doméstico en el que se pretende ubicar la actividad de la mujer. Hay que destacar que todas estas cualidades que por parte de muchos estudiosos y aún filósofos de reconocido prestigio, son atribuidas a las mujeres, habían sido rebatidas una por una ya en el siglo XV por Cristina de Pizán, tratando de desmontar por medio de la razón, como todas estas cualidades atribuidas por el hombre a la   Fray Martín de Córdoba, Tratado que se intitula Jardín de las nobles doncellas: ver referencia en Vigil (1986: 12).

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Fig. 1. Sebastián de Covarrubias, Emblemas Morales, Cent. II. emb. 47.

Fig. 2. Doña Beatriz Giralt. Palacio de Benavente.

mujer provienen básicamente por la envidia, el miedo o la torpeza, haciendo hincapié en como el prestigio de dichos filósofos no es garante de que sus diatribas puedan ser ciertas, habida cuenta que entre los propios filósofos no consiguieron ponerse de acuerdo acerca de lo que es verdadero y falso (Pizán, 2004: 56). Aún aceptando la inteligencia y valía de las mujeres, Cristina de Pizán, acepta y se reserva con orgullo el cuidado y gobierno de la casa, así como las tareas domésticas. Este espacio privado es, sin embargo, sumamente importante para la economía doméstica. Al hombre le toca salir a ganar la hacienda, a la mujer allegarla y guardarla. Es cierto que todos los moralistas de la época hacen hincapié en que la mujer no está capacitada para llevar a cabo otra misión, ni otro trabajo. Sin embargo, todos ellos hacen de este trabajo, la base y puntal de la economía.Todos valoran, en gran manera la atención que la mujer ha de llevar de los asuntos de la casa. Ha de vigilar a las criadas, porque «el ojo del amo engorda al caballo». Asimismo han de encargarse de la despensa y es fundamental que atiendan a los enfermos de la familia. Es evidente que estas ocupaciones y trabajos siempre han de estar bajo la atención y dominio del marido. Guevara, intenta convencer a las mujeres de lo maravilloso y encantador que es el trabajo doméstico: ¡Qué placer es ver a una mujer levantarse por la mañana, andar revuelta, la toca desprendida, las faldas prendidas, las mangas alzadas, sin chapines en los pies, riñendo a las mozas, despertando a los mozos y vistiendo a sus hijos! ¡Qué placer es verla hacer su colada, lavar su ropa, ahechar su trigo, cerner su harina, amasar su masa, cocer su pan, barrer su casa, encender su lumbre, poner su olla, y después de haber comido tomar su almohadilla para labrar o su rueca para hilar! (Vigil, 1986: 118).

Este, naturalmente, es el punto de vista de la clase dominante, es decir, del hombre, independientemente de cual sea su clase social. Los moralistas expresan las ideas de una aristocracia, que pretenden que sean inmutables y extensivas a todas las clases sociales. Un ideal masculino y patriarcal. A la mujer se pretende dejarla circunscrita al ámbito familiar y privado, limitado a la reproducción y al apoyo al marido. Esto genera una gran polémica, ya que las mujeres,

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a lo largo de la historia, al menos no todas, no se conforman con los roles asignados por la dominación patriarcal, intentando romperlos. A partir del Renacimiento los moralistas, inquietos por creer en peligro los roles asignados a la mujer, intentan trazar unos modelos ideales de perfectas mujeres, doncellas o casadas, para que éstas sigan desempeñando los roles asignados por el poder masculino. La mujer, así circunscrita al ámbito privado, se convierte en un ser invisible, fundamental para la economía doméstica, pero sin posibilidad de salir al exterior. Esta invisibilidad de la mujer, objetivo fundamental de los moralistas, ha calado tan profundo y de un modo tan certero, que aún hoy, en los análisis iconográficos parecen pasar desapercibidas. Las vemos como alegorías, formando parte de los emblemas, pero no parecemos darnos cuenta de su existencia real, con un cometido social e ideológico. En este trabajo, aunque de forma muy simple, pretendemos acercarnos con la mayor humildad, al mundo femenino, y hacer visibles a aquellas mujeres que de alguna manera han permanecido ocultas y olvidadas durante siglos. La mujer real (Retrato) Escasas han sido las mujeres que han pasado a la Historia, o quizás sea mejor decir que pocas han sido tenidas en cuenta, sus nombres, hechos y aportaciones, por aquellos que escriben la Historia, que no son precisamente las mujeres. Es por ello que los retratos femeninos suelen escasear, sobre todo, cuando de ornamentación arquitectónica se trata. El retrato de doña Beatriz Giralt preside, junto al de su marido, el Comendador D. Pedro Benavente cabeza de Vaca, el magnífico patio, en torno al cual gira el palacio, construido por el matrimonio, y que constituye vínculo y mayorazgo familiar. A diferencia de su esposo, poco o nada se sabe de la vida de doña Beatriz, salvo en lo que respecta a su matrimonio2. Catalana de origen, al igual que su esposo don Pedro, aunque su familia llevaba casi doscientos años afincada en tierras gaditanas. Cuando regresa, de tierras canarias, donde participó en su conquista, busca don Pedro esposa de su igual en condición, fortuna, y virtud. Esto es fundamental para el perfecto funcionamiento de un matrimonio, tal como asegura Mal Lara, citando a Eurípides (Mal Lara, 1619: Cent. III. fol 167 v.). Una buena mujer es, la condición imprescindible para que un gran hombre pueda llegar a serlo en realidad. El mismo Mal Lara da, de nuevo, la clave en este sentido:

2   Es muy sintomático el hecho, como hemos expuesto en la Introducción, que la vida de las mujeres transcurre siempre en función del hombre del cual dependan, ya se trate del padre, hermano o marido, pero siempre sometida a una tutela masculina, fuera de la cual la «mujer honrada» pocas posibilidades tiene de existir. La libertad de las mujeres no es contemplada por los teóricos y moralistas de la época. De hecho, las únicas maneras de poder disponer mas o menos libremente de su vida, para la mujer de los siglos XVI – XVII era, o bien el convento, o bien la prostitución, con toda la carga negativa, pecaminosa que ello supone, aunque tolerada e incentivada por el bienestar social que genera.

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A. Aguayo Cobo y Mª D. Corral Fernández El que possee buena muger, comiença mayorazgo, y cabe si tiene el favor, y la columna, y holgança. Una de las cosas que al hombre pueden suceder de mayor valor en esta vida, es la buena muger, pues que excede a toda la riqueza del mundo, y assi se dize en el mismo libro del Eclesiastés, capit. 7. (Mal Lara, 1619: Cent. III. Fol. 186) [fig. 2].

El retrato de doña Beatriz no se halla situado en un lugar accesible para el gran público, sino que, junto al de su marido, se encuentra en el patio interior del palacio. Ambos esposos constituyen el eje en torno al cual se desarrolla el interesante programa iconográfico humanista encaminado a ensalzar los valores cívicos y morales del caballero, tanto en su faceta pública como privada (Aguayo, 2002: 7-25). Ambos, marido y mujer, quedan aislados en el interior del patio, a salvo de las miradas indiscretas de los ajenos al ámbito doméstico. Sobre todo la mujer. Hay que destacar que ambas figuras ocupan un lugar semejante y parejo, presidiendo todo el conjunto iconográfico, haciendo el marido expresa profesión de amor hacia su esposa, a la cual le expresa su fidelidad. Si bien es cierto que doña Beatriz es, como es habitual, un apéndice del marido, sin el cual no existiría, es importante que uno de los emblemas esté dedicado a ella expresamente, la Templanza. Por otro lado, no creemos que sea de menor importancia el hecho de que don Pedro considere, en un momento como es el siglo XVI hispano, un valor importante a tener en cuenta como hombre humanista que es, la consideración y fidelidad que tiene hacia su esposa. La imagen que se ofrece de doña Beatriz es la de una mujer de edad madura, tocada con un velo que deja al descubierto el cabello, que cae en rizos sobre sus hombros. La expresión es seria, propia de una mujer prudente, de la cual está ausente la sonrisa, uno de los pecados principales de la mujer, y símbolo de imprudencia y locura. Todo su aspecto revela severidad y modestia, lo cual se ve reflejado en el traje, adornado en su parte delantera con encajes o brocados, y cuyo escote cuadrado apenas deja ver una pequeña parte de piel. «Los vestidos primorosos y delicados descubren la delicadeza del ánimo; cosa cierta es que las personas no procurarían tanto los arreos del cuerpo si primero no se hubieran descuidado de los arreos del alma» (Vives, 1944: 57). De hecho, el vestido es una de las continuas preocupaciones de los moralistas, que consideran, como Fray Antonio de Ezcaray, inadmisible la «vergonzosa costumbre de las mujeres de traer descubiertos los pechos y usar otros afeites, vanidades y vestidos» (Vigil, 1986: 192). La imagen que se pretende ofrecer es la de una dama prudente, virtuosa, fiel compañera de su marido y que ha supuesto en la vida de don Pedro ha supuesto la estabilidad y el apoyo necesario para todo hombre. La mujer invisible Es don Hernán Riquel uno de los principales caballeros jerezanos del siglo XVI. Aliado con el Marqués de Cádiz, permite la entrada de éste en la ciudad de Jerez, franqueándole la llamada Puerta de Rota, que se encontraba bajo su custodia. Poseedor de una más que saneada fortuna, casa con su sobrina doña Inés Riquelme, hija única y heredera de su primo don Fernando Riquel, y de doña Mayor

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Riquel. Si don Hernán aportó al matrimonio 500.000 maravedises, su esposa llevó en dote 700.000, además de los 30.000 ducados que ella heredó de su padre tras la boda. Como puede apreciarse una auténtica fortuna, que no sirvió no obstante para que se pusiese en duda su hidalguía, habiendo de dedicar buena parte de su vida a la demostración de su nobleza mediante litigio establecido en la Chancillería de Granada. Este matrimonio constituye el mas claro ejemplo de matrimonio de conveniencia, algo totalmente aceptado, tal como observa Vives, que el hombre debe buscar mujer no dejándose llevar por el amor, sino buscando «bienes o fortuna» (Vives, 1944: 136). El palacio que manda construir en la Plaza del Mercado, a la sazón centro neurálgico de la ciudad, tendrá como fin, además de proporcionar una residencia digna de su prestigio y poder, el servir de apoyo a su pretendida dignidad de hidalgo. En dicho palacio, encargado al maestro jerezano Fernando Álvarez, el comitente se reserva la concepción del programa iconográfico de la fachada, no dando cuenta de él ni tan siquiera al maestro, limitándose a decir en el contrato que constará de «quatro rostros de varones y dos de hembras», sin especificar nada más (Aguayo, 2003: 11). A través de dicho programa se ensalzan los valores que deben poseer tanto el perfecto caballero como su esposa. Si lo fundamental para el hombre es el valor, lo más significativo y encomiable para una mujer ha de ser, necesariamente, la virginidad y la castidad, cuyo ejemplo a seguir es el de la heroína clásica Camila [fig. 3]. Es la castidad la cualidad que ha de buscarse en la mujer, no siendo necesario ningún otro atributo: «Pero en la mujer nadie busca elocuencia ni bien hablar, grandes primores ni ingenio ni administración de ciudades, memoria o liberalidad; solo una cosa se requiere de ella y ésta es la castidad, la cual, si le falta, no es más que si al hombre le faltase todo lo necesario» (Vives, 1944: 44). La concordia marital se logra con la unión de la fuerza varonil y la castidad femenina. Cuando este equilibrio se rompe, como le sucede a Hércules al ser infiel a Deyanira, se produce el caos en la relación, siendo esta la causa de la muerte del héroe. La lujuria hay que someterla. La mujer, con su pureza, es capaz de someter la fuerza y el furor, tal como sucede con el unicornio, el cual se humilla y deja prender ante la pureza de una virgen. Aunque se ha tratado de identificar el retrato de doña Inés, con uno de los relieves (López, 1995: 47), no es posible que dicha imagen pueda representar a la esposa del dueño de la casa, al estar representada con atributos de uvas, debiendo interpretarse como una alegoría de la luFig. 3. Camila. Palacio de Riquelme. juria [fig. 4]. Es impensable que la imagen

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A. Aguayo Cobo y Mª D. Corral Fernández de la mujer, que ha de ser el arquetipo de pureza y castidad, sea expuesta a las miradas indiscretas de todos aquellos que pasen por delante de la fachada, situada precisamente en la plaza del mercado. La mujer ha de quedar invisible, oculta a los ojos de todos, excepto a los de su marido y familiares. La mujer belleza-fealdad Fig. 4. La Lujuria (Identificada como doña Inés Riquelme).

Fig. 5. La lujuria. Portada de Gracias.

Fig. 6. Sebastián de Covarrubias, Emblemas Morales, Cent. II. emb. 62.

La mujer constituye el principal objeto de pecado para el hombre, no sólo porque posee un mayor apetito sexual, enorme e incontrolable, sino que es mucho más dada al placer que el hombre: «y este amor puede mas en la mujer, como quiera que ella es mas inclinada a cosas del placer que no el varón» (Vives, 1944: 11). En este contexto de mujer-pecado, la imagen femenina adopta dos aspectos diametralmente opuestos. Si por un lado aparece como un ser extraordinariamente bello, por el otro puede aparecer como un ser absolutamente repugnante, que repele por su obscenidad. En ambos casos se está refiriendo al pecado de la lujuria. La belleza es la cualidad de la mujer que más importa (Escalera, 2000: 788), y esta cualidad, que es la que el hombre aprecia sobre todas las demás, es utilizada por la fémina, para atraer al hombre hacia el pecado, tal como hacían las sirenas con sus cantos para atraer a los hombres a la perdición. En la portada de la Capilla de Gracias, del convento de Santo Domingo, en un contexto en el que se representan todo los pecados por medio de figuras masculinas, de aspecto horrible y demacrado semblante, la única figura femenina resal-

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ta por la belleza de sus facciones [fig. 5]. Hay que destacar la desnudez de su cuerpo, indicio claro de su carácter negativo y pecaminoso. A pesar de su belleza, la mirada huidiza, parece evitar a sus espaldas la voz divina que le recrimina su actitud y su desnudez, al tiempo que la acusa de ser la causa de la perdición de los hombres (Aguayo, 2008: 477-498). La hermosura de la mujer se compara con la de la pantera, siendo la belleza para la mujer causa de su perdición, al igual que para el felino, al tiempo que ocasión para la condenación de los hombres [fig. 6]: Don es muy de estimar la hermosura Pues tanto se cudicia en toda cosa Y señaladamente se procura En la mujer por prenda más preciosa Que si no se recata con cordura Trae consigo una joya peligrosa Y mil ladrones ay, que por roballa; Se les dará muy poco, de matalla. (Covarrubias. Cent. II. emb. 62)

En el otro extremo, pero con el mismo significado se encuentra la mujer horrible, cuya fealdad corporal es el símbolo de su conducta moral. La mujer adquiere un aspecto monstruoso, con el cuerpo contrahecho y rostro deforme, adquiriendo en ocasiones, el aspecto de un ser híbrido, de repugnante aspecto. Lo que más llama la atención es que se muestra con las piernas abiertas, mostrando ostensible y obscenamente el sexo, en una invitación clara a la lujuria, mostrando al mismo tiempo su aspecto más despreciable. Si en el convento de San Francisco aparece bajo la apariencia de una sirena-harpía, en la iglesia de san Mateo es una mujer la que nos invita a la vista de su sexo [fig. 7] (Aguayo, 2007). Creemos que bajo esta apariencia se está queriendo señalar el lado más negativo y peligroso de la mujer, identificándola con las prostitutas, y los peligros que suponen para el cuerpo y el alma. Y en un principio…Pandora El hombre creado por los dioses al comienzo de los tiempos no se resigna con el papel y las cualidades que le son asignadas, revelándose contra el designio de sus

Fig. 7. Sirena-harpía. San Francisco.

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creadores. En la cultura judeocristiana es Eva la que intenta alcanzar la sabiduría, contra la voluntad de Yahvèh, comiendo del árbol del conocimiento, expresamente vetado por Dios, ocasionando así la desgracia de la humanidad. En la cultura clásica es Prometeo el que no se resigna, logrando robar el fuego de los dioses. Al igual que sucede con Eva, también la humanidad sufrirá las consecuencias de esta desobediencia. El castigo viene por medio de un regalo envenenado: Pandora. Prometeo, advertido no aceptará el regalo, pero su hermano, Epimeteo, cae en la tentación de la mujer y destapa la vasija, portadora de todos los males. Al advertir su error, intenta taparla, pero tan sólo resta en su interior la Esperanza [fig. 8]: Una vasija en guarda dado avía de bienes y de males a Pandora, Júpiter avisando que cumplía No descubrirla, mas no vio la hora De abrirla con que buelan a porfía Los bienes a do el bien eterno mora. Los males al infierno caminaron Y esperanza y temor solos quedaron (Horozco, Lib. 2. emb. 38)

Al igual que sucede con Eva, será una mujer, Pandora, la que traiga a la humanidad el dolor, la desgracia y la muerte. La vasija portada por Pandora se convierte en el símbolo de la desgracia humana. No hace falta que Pandora sea representada. De hecho se evita su imagen. La vasija de Pandora será el símbolo de la desgracia traída al mundo por la mujer. En el ventanal esquinado del palacio de Ponce de León, dentro de un programa iconográfico de vanitas, con dos partes claramente diferenciadas, simbolizando la vida y la muerte, el ánfora alusiva a Pandora, ocupa el centro superior [fig. 9]. De la copa surgen pequeños faunos que huyen despavoridos simbolizando la muerte. Ante ella escapan el Amor, los triunfos de armas y honores, e incluso el Tiempo tiene que ceder ante un enemigo tan poderoso como es la Muerte. Tan sólo resta la Esperanza. La Muerte hay que entenderla como el comienzo de una nueva vida, la vida eterna, la vida del alma (Aguayo, 2004: 97). En un contexto absolutamente diferente como es el zócalo que soporta el coro de frailes de la Cartuja de la Defensión, dentro de un programa iconográfico en el que se encuentran representados todos los vicios y pecados, que han de ser pisoteados por los frailes cartujos, el vaso de Pandora ocupa, también aquí, un lugar destacado, poniéndolo en relación con el robo del fuego por parte de Prometeo, Fig. 8. Juan de Horozco, Emblemas Morales, dando lugar al origen del castigo divino, Lib. emb. 38.

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Fig. 9.Vaso de Pandora.Ventanal de Ponce de León.

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Fig. 10. Pandora. Coro de Frailes de la Cartuja de la Defensión.

y siendo de este modo la causa y origen de la desgracia de la humanidad [fig. 10]. De nuevo aquí los dioses castigan la desobediencia, y es de nuevo, como sucede con la bíblica Eva, que es la mujer la causa de la desgracia humana. Pandora, provista de vaporosos velos parece bailar una sensual danza, en tanto que el ánfora, casi escondida señala e identifica la causa de todos los males (Aguayo, 2011: 93). Conclusiones El siglo XVI, con la introducción del humanismo, supone un cambio radical en la concepción del hombre, sin embargo, el mundo femenino, aparentemente, continua inalterable e inmutable. La mujer queda circunscrita al mundo privado del hogar, quedando sometida al dominio masculino. La religión, por medio de los moralistas, intenta hacer que nada cambie, ofreciendo unos modelos de mujer en los que prima fundamentalmente la castidad y la virginidad, haciendo de esto el centro de la vida femenina. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿si es cierto que nada ha cambiado, por qué tomarse tanto empeño en que todo continúe inmutable? Lo cierto es que la sociedad del siglo XVI y por supuesto la del XVII, experimenta profundos cambios, que la aristocracia y las clases dominantes, sobre todo la Iglesia, consideran altamente peligrosos, y que intentan atajar por todos los medios a su alcance. En los programas iconográficos analizados, lo que los comitentes tratan de expresar es lo considerado políticamente correcto, independientemente de la realidad social del momento. Hay que demostrar que se está dentro de la ortodoxia, y que se cumplen rígidamente todas las normas. De todas formas, hay diferencias a la hora de tratar el tema de la mujer. Don Pedro Benavente es el que trata el tema de una forma más moderna e igualitaria, situando ambos esposos en una situación similar, aunque es cierto que manteniendo la preeminencia del esposo, pero manteniendo la paridad en cuanto a las cualidades y, sobre todo, el marido expresa abiertamente la fidelidad a la esposa. Mucho más tradicional y retardatario es el papel otorgado a la esposa en el Palacio de Riquelme, haciendo mención a ella de manera elíptica, y atribuyéndole un papel

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absolutamente secundario y tradicional, basándose todo el programa en el tema de la castidad y virginidad, como principal cualidad femenina. No hay que olvidar el litigio de hidalguía mantenido por don Hernán Riquel, que le obliga a mantener una posición absolutamente conservadora. Para la Iglesia la mujer simboliza el peligro y el pecado, haciéndola causante de todos los males de la humanidad, ya sea bajo la forma de Pandora, o bajo la de Eva. Si en una es la consecuencia de la desobediencia del hombre, la otra es la desobediencia misma, la causa de la perdición del género humano. La Iglesia no puede tolerar el ansia de conocimiento de la mujer. Bibliografía Aguayo Cobo, A. [2002]. «El palacio como espejo del Caballero humanista: El palacio de don Pedro Benavente Cabeza de Vaca, en Jerez», en A. Bernat Vistarini y J.T. Cull (eds.), Los días del Alción. Emblemas, Literatura y Arte del Siglo de Oro, Palma de Mallorca, José J. de Olañeta, Editor, Edicions UIB y College of the Holy Cross, 7-25. — [2003]. «El palacio de Riquelme: Interpretación iconológica», Historia de Jerez, 9, 9-26. — [2004]. «Vanitas vanitatum. (Estudio iconológico del ventanal de Ponce de León)», Historia de Jerez, 10, 81-98. — [2007]. Arquitectura religiosa del Renacimiento en Jerez. Una aproximación iconológica. III, Cádiz, Universidad de Cádiz. — [2008]. «La Capilla de Gracias en el convento de Santo Domingo. Un ejemplo de síntesis cultural», en C. Chaparro y otros (eeds.), Paisajes emblemáticos: La construcción de la imagen simbólica en Europa y América, Badajoz, Mérida, Editora Regional de Extremadura, vol. II, 477-497. — [2011]. «El vicio sometido por la Orden

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