LA GUERRA DE LOS BALCANES La guerra en la antigua Yugoslavia se desarrolló de junio de 1991 a septiembre de 1995. Murieron unas 130 mil personas y aproximadamente dos tercios de la población fueron desplazados de sus hogares. Numerosos casos de abusos contra los civiles pudieron ser registrados. Se cometieron innumerables atropellos a los derechos humanos, incluidos asesinatos, torturas, violaciones y castraciones. Se destruyeron edificios históricos de un valor incalculable. La guerra de Yugoslavia generó una expectación internacional como ninguna otra en su tiempo. Si la del Golfo en 1991 de Estados Unidos contra Irak había sido especial por ser la primera en ser transmitida en vivo y a todo color, la de los Balcanes fue particular por la naturaleza de su origen y la dimensión de la violencia. Un nuevo estilo de hacer guerra se gestó en base a las diferencias étnicas. Ello no era una novedad por sí sola, sino más bien cómo los llamados a perpetrar la violencia nacionalista hicieron mella entre las masas. La novedad estriba en el enorme poder que ejercen los medios de comunicación y en lo eficiente que puede resultar la mercadotecnia política. El nacionalismo balcánico era real e histórico, pero el repentino ascenso de un estilo agresivo se debió a maniobras de los políticos nacionalistas. Una sociedad civil en movimiento puede ejercer un contrapeso a las mentiras y verdades a medias que acostumbran a soltar políticos ambiciosos, pero debido al contexto de la época detallado en el capítulo anterior, eso no era posible en Yugoslavia. La guerra también puso sobre el debate la capacidad de persuasión de las Naciones Unidas. Se supone que un organismo encargado de promover la paz debe mostrarse a la altura de las circunstancias. Al ordenarle a sus tropas no entrometerse en la refriega de la ex Yugoslavia, el papel de la ONU como intermediaria resultó una caricatura. En el conflicto de Bosnia-Herzegovina su actuación fue indecisa, a veces estúpida -como cuando el secretario general declaró a los habitantes de Sarajevo que han existido guerras peores-, y en cuanto a la magnitud del desastre, cómplice en la tragedia de los Balcanes. Los Balcanes siempre han sido un crisol de culturas en uno de los lugares más conflictivos en la historia. Pero en 1918 había sido creado un concepto regional de nación, el posteriormente conocido como ‘Reino de los Eslavos del Sur’, una formación política que aglutinaba a distintas comunidades étnicas de la región. El contexto de una Europa bajo el totalitarismo acabó con el proyecto. En la posguerra, una personalidad comunista balcánica se encargó de levantar un nuevo estado yugoslavo. El régimen de Josip Broz Tito buscó, para beneficio del Estado socialista, disipar las identidades de las distintas naciones componentes de Yugoslavia. Como los resultados de esta política no sucedieron como los comunistas esperaban, se procedió a otras estrategias. Para mantener el equilibro étnico en el estado socialista de Tito, se crearon seis repúblicas en base a los límites nacionales: Serbia, Croacia, Montenegro, Eslovenia, Macedonia y BosniaHerzegovina.

Pero aun así existían importantes minorías étnicas en casi todas las repúblicas; sobre todo, había albaneses en la provincia serbia de Kosovo, además de croatas en Herzegovina y serbios en Bosnia y Croacia, a quienes se les denominaba bosnio croatas, serbobosnios y serbocroatas respectivamente. Desde luego, cada nación yugoslava seguía teniendo su historia particular y sus propias tradiciones, en definitiva, su identidad. En cuanto a patrones lingüísticos no existía gran diferencia entre aquellas naciones, aunque cada una tenía su acento particular y sus tendencias selectivas de vocabulario. La excepción a la regla la constituían los eslovenos, que sí hablaban una lengua distinta. Pero la gran diferencia desde el punto de vista nacional la constituía la religión: los croatas y los eslovenos eran católicos; los serbios, macedonios y montenegrinos eran cristianos ortodoxos, y los bosnios y kosovares de confesión musulmana. La abdicación de los regímenes comunistas en Europa del Este llevó consigo la posibilidad de que brotara la rabia acumulada en más de cuarenta años de autoritarismo. En los años ochenta la Liga Comunista Yugoslava, el monopolio socialista que había sido liderado por Tito, se hundió en una suerte de disidencias y deslealtades basadas en viejos prejuicios y rivalidades étnicas, lo que alimentó las aspiraciones populares nacionalistas y que palparon bien ciertos políticos ansiosos de mantener su prestigio. Los mensajes nacionalistas encontraron un espacio en la opinión pública, y los pasivos pero latentes sentimientos nacionales despertaron como un volcán en erupción. El detonante: la política de identidades Los Balcanes están situados justo donde se separan dos grandes y diferentes civilizaciones, en las fluctuantes fronteras de los otrora imperios turco y austriaco, y precisamente esa división a creado en la región unas añejas rivalidades étnicas. Esas identidades buscaron ser reprimidas durante el período comunista (1945 en adelante), pero no era posible desarraigarlas en lo profundo de los sentimientos nacionales. Josip Broz Tito falleció en 1980, y después de su muerte comenzó la desintegración de Yugoslavia, una nación artificial que nunca había existido como tal, y que se había mantenido unida debido a la fuerte personalidad del Mariscal y al rigor de su régimen policial y totalitario. Incluso hacia la década de los setenta ya no era extraño escuchar frases de tinte nacionalista como: ‘En este país existe un solo yugoslavo: Tito. Los demás somos serbios, bosnios, croatas, eslovenos, etcétera’. Fue el propio régimen socialista el que le abrió las puertas a los nacionalistas por diversas maniobras administrativas. La perestroika y la glasnost se saborearon años antes en Yugoslavia que en la URSS, aunque sin llegar a desmantelar el salvaje aparato de control policiaco sobre la población. Los serbios eran el grupo étnico más representado dentro de la federación. Para evitar el creciente recelo de los otros grupos, una nueva constitución en los años setenta le dio carácter institucional a las distintas comunidades de Yugoslavia.

Se crearon seis repúblicas y la legislación les otorgó un margen considerable de poder autónomo, incluso el de vetar decisiones del gobierno federal, lo que a la postre provocó una parálisis administrativa cada vez más acentuada. Al mismo tiempo, los líderes locales estaban ganando popularidad en su república contra el centro. Tras la muerte de Tito, la parálisis federal se tradujo en una severa crisis económica con una aguda inflación. Por lo demás, el predominio del gobierno comunista en las instituciones yugoslavas era vasto pero frágil. Dado que la Liga Comunista Yugoslava [LCY] se había dividido en arreglo de los límites nacionales, los argumentos nacionalistas se convirtieron en una forma de lidiar con el retroceso económico. Desde entonces, las autoridades locales comenzaron a echar culpas con un sesgo étnico. Por ejemplo, era un hecho que los serbios constituían gran parte de la administración pública en Croacia. “En consecuencia, fueron acusados de ser los responsables de todos los errores, crímenes y fallas de los comunistas en su gobierno por más de cuatro decenios” La rama serbia de la LCY fue la primera en tomar decisiones unilaterales para tratar de amortiguar la desesperante situación económica, al menos en su república. Las dos provincias autónomas de Yugoslavia, Kosovo y Vojvodina, fueron anexadas a Serbia en un episodio conocido como ‘el gran robo del banco’. Con el vigente sistema de representación proporcional, lo anterior tendría como consecuencia que los serbios pudieran tomar importantes decisiones en el gobierno federal. Este desplante unilateral hizo reaccionar a las otras repúblicas, empezando por Eslovenia. La rama eslovena del LCY canceló su ayuda para las regiones subdesarrolladas de la Federación. A finales de los ochenta se aceleró la muerte de Yugoslavia. Con el predominio serbio en el gobierno central, los dirigentes en Croacia y Eslovenia comenzaron a presionar por una administración más flexible para sus repúblicas. La cúpula serbia ignoró estas peticiones. Ante esta riada de confrontaciones bastante definidas por la nacionalidad, la política de identidades habría de convertirse en oro molido para los dirigentes yugoslavos. Ese era el momento para reinventar momentos fundamentales de la historia y con ello renacer los sentimientos nacionalistas entre el pueblo; era la intención de construir adecuadas versiones culturales que resultaran eficaces para el éxito político. Las llamadas a la diferenciación étnica no se hicieron esperar. La ira nacionalista Los monótonos y a menudo repetitivos alegatos nacionalistas se limitaban a círculos de intelectuales y lingüistas aficionados. Las discusiones étnicas no se volvieron importantes hasta que los líderes políticos se involucraron en la polémica. Más que haber sido provocado por un ascenso popular de odio legítimo, la rabia nacionalista fue el resultado de malabares populistas y la manipulación de los medios de comunicación masiva.

El nacionalismo en la ex Yugoslavia fue un revuelo contemporáneo que se fomentó con fines políticos; es decir, desde arriba. Con las fricciones políticas derivadas de desacuerdos entre las secciones de la LCY en cada república, la movilización nacionalista se convirtió en la estrategia política de los dirigentes yugoslavos. La sociedad prestó atención a los nuevos discursos que disgregaban los políticos nacionalistas, involucrándolos de lleno en la agitación étnica: “La versión popular y demagógica de esa política la inventó en 1986 el dirigente de la Liga serbia, Slobodan Milosevic. Primero, reveló esta estrategia cuando movilizó el tradicional nacionalismo serbio combinado con la lealtad al partido y al régimen, para reprimir las demandas de una mayor autonomía por parte de la comunidad albanesa en Kosovo”. Los primeros seguidores de estas nuevas personalidades públicas eran una especie de secta política de creyentes incondicionales, pero debido a los conceptos de una sociedad acostumbrada a la rigidez dogmática y cerrazón totalitaria propia de un régimen comunista, estos populistas convirtieron rápidamente su movimiento en una campaña de masas, impulsadas por una entrega emotiva de una intensidad no vista desde el período entreguerras. Se trataba de una nueva generación de políticos demagógicos, vigorosos, manipuladores, que sabían lo que querían y que estaban decididos a capitalizar las diferencias étnicas y la tradición nacional. “Esta forma de política, con su potente énfasis en las imágenes y en el sentimiento étnico era muy moderna, ‘posmoderna’ en realidad, porque los demagogos de Europa no eran ningunos ingenuos: conocían las técnicas de manipulación que necesitaban para infundir la fe en las masas y sabían los efectos que causaban los actos multitudinarios, banderas, cantos, símbolos y colores. Aquellos hombres eran políticos-artistas”. Los agrupamientos políticos basados en una identidad exclusiva -como los que surgieron en Yugoslavia- suelen ser movimientos llenos de nostalgia, enfocados en la reconstrucción de un pasado heroico, el recuerdo de las injusticias, reales o imaginarias, y de batallas famosas, ganadas o perdidas. Estos movimientos nacionalistas adquieren importancia fundamental a través de la inseguridad popular, el miedo reavivado a los enemigos históricos o la sensación de sentirse amenazados por los que tienen distinto origen, todo sembrado desde una campaña de propaganda masiva. En Yugoslavia, los medios de comunicación se convirtieron en el instrumento ideal para la difusión del mensaje nacionalista. En el ámbito federal cada república manejaba los medios locales, y un organismo central se encargaba de los intercambios de programación entre cada televisora. Los nacionalistas establecieron un rígido control sobre los medios locales una vez iniciada la movilización. Esto fue posible porque en realidad poco o nada había cambiado en cuanto a las estructuras heredadas del régimen socialista, lo único verdaderamente novedoso era la retórica nacionalista que se expandía entre las masas a diario.

La televisión serbia transmitía todos los días repulsivos documentales sobre los campos de concentración en la Segunda Guerra custodiados por los fascistas croatas, así como dramatizaciones de la legendaria batalla de Kosovo-Polje en 1389, donde los serbios fueron derrotados por los turcos otomanos en una de las luchas más épicas de la Edad Media. Cosas por el estilo se propagaban en la radio y TV de las otras repúblicas. El principal segmento catalizador del miedo y odio era el concerniente a la información. La diaria labor periodística de los comunicadores se ve entonces ensombrecida por presiones verbales, psíquicas y físicas; desde amenazas con pistola en los pasillos de televisión hasta los ‘reacomodos’ con baja forzosa y despidos injustificados. Para entonces los noticieros de Serbia difundían cosas tan falsas como espeluznantes, como el que en la provincia de Kosovo las jóvenes serbias eran impunemente violadas cada día por los albaneses. En 1986 la televisora de esa república se retiró de los intercambios de programación; poco después lo haría la televisora croata. El futuro presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, fue el primero en utilizar los medios electrónicos para expandir su mensaje nacionalista, introduciendo recuerdos insoportables en la conciencia de los serbios para su beneficio político: “Propagó una mentalidad de víctima, con una campaña histérica de leyendas sobre el ‘genocidio serbio’ a manos de los turcos en 1389, y uno más reciente a manos de los albaneses; con documentos cinematográficos del holocausto serbio ejecutado por la Ustacha croata durante la Segunda Guerra Mundial, y con la intercalación de información sobre sucesos políticos recientes. En verdad, el público serbio experimentó una guerra virtual tiempo antes de que estallara la guerra como tal; un conflicto virtual programado que hacía difícil distinguir la realidad de la ficción, de manera que la persecución en Kosovo de 1389, el holocausto de la Segunda Guerra y la situación de ese momento formaban parte de un mismo fenómeno”. La propaganda nacionalista empezó a calar hondo en la conciencia de los serbios y en beneficio del proyecto de Milosevic. Su ‘revolución antiburocrática’, con la que pretendía desmantelar el sistema federal de controles y regulaciones, fue un llamamiento populista masivo como ensayo para echar a andar el proyecto de la ‘Gran Serbia’. En su congreso anual de 1988 la Liga Comunista Yugoslava tronó: la sección eslovena abandonó furibunda el pleno y retiró su apoyo al gobierno central. Su acción fue respaldada por la sección croata que le secundó en la escisión de la Liga, y el país entró en una fuerte crisis política. En medio de este ambiente tan enardecido, los comunistas reformistas, conversos al nacionalismo de la noche a la mañana, organizaron elecciones multipartidistas en cada república. Por ese tiempo, miembros del partido ultranacionalista serbio ocuparon el centro de telecomunicaciones de Banja Luka, una ciudad del norte de Bosnia habitada por serbios, e inmediatamente conectaron la señal con la televisora de Belgrado.

Con la nueva transmisión y la difusión del mensaje que suponía, muy pronto los serbobosnios comenzaron a repelar de sus vecinos musulmanes y croatas, sin tomar en cuenta que por largo tiempo hayan sido sus colegas, amigos o hasta parientes. La degradación moral no tardó en convertirse en odio visceral, ello gracias a la cosecha electrónica de una historia manipulada y la mitología del ‘renacimiento serbio’. Según esta lógica, habían sufrido por la opresión de ‘los otros’ y ahora aspiraban a una revancha. Pero en Croacia y Eslovenia también se estaba cocinando una estrategia de exaltación nacionalista. Los croatas y sobre todo los eslovenos tenían arraigada la idea de que su prosperidad y notable economía industrial se debía a que ellos trabajaban mejor porque compartían una mentalidad de progreso, y porque además, eran ‘más europeos’. En suma, se sentían superiores a las comunidades del atrasado sur de Yugoslavia. Ése fue el principal argumento de los nacionalistas en Eslovenia, pues el añejo desprecio que sentían los eslovenos hacia el sur se exacerbó al supuesto de que eran más avanzados por motivos de nacionalidad y religión. Por su parte, la propaganda nacionalista en Croacia se basó en cuentos de reyes medievales ubicados en el siglo X, en la revisión histórica del régimen fascista Ustacha, y en el argumento de una aparente superioridad cultural y racial de los croatas, con una leyenda pseudológica que elevaba su condición de eslavos meridionales a arios germánicos. Al respecto, argumentaron que el pueblo croata tenía ascendencia milenaria de los nómadas visigodos, una antigua tribu escandinava de guerreros muy poderosos, con lo cual los croatas vendrían a ser de estirpe aria. Pero el mensaje de los nacionalistas no existía solo en la literatura. En sus discursos, el líder populista Franjo Tudjman señaló en reiteradas ocasiones que los croatas eran tradicionalmente europeos, mientras que los serbios en realidad eran orientales: “Nosotros pertenecemos a una cultura diferente, a una civilización diferente que los serbios. No podemos vivir juntos. Los croatas formamos parte de Europa, de la tradición mediterránea. Mucho antes que Shakespeare y Moliére, ya se traducían nuestros autores a las lenguas europeas. Los serbios pertenecen a Oriente, a la cultura bizantina. Son un pueblo oriental, como los turcos y los Cuando Franjo Tudjman accedió al poder de su país en 1990, los serbios fueron gradualmente proscritos de cargos públicos y sobre todo, de las filas de la policía local. Además, su gobierno reintrodujo diversos símbolos nacionales propios de la Ustacha, el régimen fascista croata de la Segunda Guerra Mundial -como la kuna, que había sido la moneda nacional durante el período ustasi. El nuevo presidente también restableció el alfabeto latino para la escritura en su país, desterrando el alfabeto cirílico que utilizaban los serbios. Todo ello le pareció indignante tanto a los serbocroatas como a la comunidad judía local, unidos en su rechazo al gobierno de Tudjman. Como muestra de su frontal desprecio por el nuevo liderazgo nacional, los serbocroatas se obstinaron en una campaña de mítines y asambleas masivas con la finalidad de hacer de Krajina una ‘región autónoma serbia’.

El nacionalismo balcánico consistió entonces en una estrategia orquestada por los diferentes líderes yugoslavos para hacer inimaginable la vida juntos. En cada república, los miembros de otras comunidades empezaron a ser vistos con recelo. Todos los nacionalismos “se anclaron en el mito, la tradición y el exclusivismo religioso. Fueron los nacionalismos de poetas, novelistas, mistificadores históricos, etnógrafos sobre imaginativos y demagogos populistas irresponsables”. Con semejante propaganda y su popular acogida entre las masas, Yugoslavia avanzaba de forma inevitable hacia la desintegración. Los nuevos nacionalistas aplastaron al partido comunista en las elecciones regionales de 1990 debido a la colisión política con argumentos étnicos: “La movilización serbia de la pasión nacionalista por medio de reuniones masivas y del control absoluto de los medios electrónicos destruyó a Yugoslavia, porque condujo a que otros grupos étnicos se lanzaran a los brazos de sus dirigentes nacionalistas. Antes que permanecer en una Yugoslavia gobernada por Serbia, las otras repúblicas escogieron la independencia”. La intimidación a Eslovenia. La pinza serbia en Croacia y el ataque a un patrimonio mundial. Para 1990 se había trazado el destino independiente de varias repúblicas, y hacia el mismo año, parecía que los únicos conceptos que quedaban de la idea de Yugoslavia eran la liga local de futbol y el Ejército federal yugoslavo [JNA]. En un último intento de mantener unido al Estado, generales de alto rango llevaron a cabo una junta con los representantes diplomáticos de cada república, pero la audiencia resultó un fracaso. La escisión de Yugoslavia se formalizó con la negativa de croatas y bosnios a re centralizar el poder militar estatal. Y dado que naturalmente el mando central del JNA se encontraba en Belgrado, capital del Estado yugoslavo (y de la república serbia), la mayor parte del complejo militar fue a parar a manos de generales serbios leales a Slobodan Milosevic. La historia de las guerras en Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina es también la historia del desmantelamiento del complejo militar yugoslavo. Los serbios constituían la mayor parte de los elementos de infantería en el JNA, y a principios de los 90, la institución era cada vez más obediente a las órdenes de Milosevic. Por ese tiempo los eslovenos, bosnios y croatas, concordantes en cuanto a su rechazo de las pretensiones serbias, habían desertado del Ejército federal para evitar que los usaran en los ataques a Croacia y Eslovenia y en una posible guerra contra Bosnia. Este acto supuso un enorme error estratégico ya que los serbios terminaron quedándose con casi todas las armas y con todos los puntos militares de importancia en el territorio de Yugoslavia. Las nuevas milicias de cada república y los grupos paramilitares se vieron obligados a solicitar excedentes del mercado negro de armas que estaba naciendo en Europa del Este. Eslovenos y croatas proclamaron la independencia de su país a mediados de 1991, y la Unión Europea, comenzando por Alemania, reconoció la independencia de estas repúblicas en el mes de junio. Inmediatamente, la dirigencia serbia se organizó para emprender una ofensiva militar en ambos países.

La agresión a Eslovenia fue la que dio inicio al conflicto armado de los Balcanes. Pero pareciera que la intención de Slobodan Milosevic no iba más allá de intimidar a las nuevas autoridades eslovenas, ya que a falta de objetivos concretos para los serbios en el Ejército yugoslavo, la ofensiva apenas tuvo una corta duración de diez días. En cambio, el objetivo de la ‘Gran Serbia’ pasaba por Croacia. Tras su intervención en Eslovenia, los soldados del Ejército yugoslavo se movieron en dirección al sur. Desde julio de 1991 emprendieron una agresión a Croacia con el objetivo de apoderarse de las regiones habitadas por serbios, intentando formar una pinza desde el este y sur del país con ataques a los principales centros urbanos. Pero la estrategia militar de los serbios estaba condenada al fracaso. La experiencia de Israel en Líbano hacia 1982, cuando mediante bombardeos indiscriminados se propuso tomar Beirut con una notable falta de éxito, había demostrado que una enorme superioridad en armamento y contingente militar no bastaba para tomar una ciudad completa. La pinza serbia vendría a cometer el mismo error que los israelíes, mientras las agencias internacionales de noticias comenzaban a transmitir las primeras imágenes de ciudades incendiadas y cadáveres esparcidos en vívidos colores. Vukovar, una ciudad al noreste de Croacia fronteriza con Serbia, fue la primera en recibir los estragos del bombardeo generalizado. Vukovar era defendida por milicias locales pobremente armadas, en tanto que Milosevic la consideraba el primer pasó en la conquista del territorio croata habitado por serbios. Pero la resistencia se prolongó por semanas. Cuando la ciudad finalmente cayó, el 19 de noviembre de 1991, había sido destruida en un 95%, y el costo militar para el JNA fue muy alto. La mayoría de los residentes habían huido; los pocos que se quedaron, en su mayoría ancianos, fueron obligados a otorgar sus pertenencias. Otras ciudades del norte del país, como Osijek y la capital Zagreb, fueron blanco de ataques aislados, en apariencia sin ningún objetivo claro salvo enseñar el músculo. Mientras tanto, a unos 300 kilómetros al sur se gestaba otro asedio de grandes proporciones. “Los serbios voltearon los ojos. Entre sus planes militares estaba la conquista de Dubrovnik, un verdadero museo medieval en la costa de Dalmacia, frente al litoral italiano. Ciudad fundada en el siglo VII y declarada en 1979 patrimonio de la humanidad, y por lo tanto, una zona desmilitarizada”. Dubrovnik poseía una mención especial por la UNESCO y por lo tanto debió haber sido respetada, pero en los continuos ataques serbios, que comenzaron en agosto de 1991, diariamente caían cerca de 1600 proyectiles con efecto El 30 de septiembre, el Ejército yugoslavo destruyó la pequeña aldea de Ravno, localizada en Bosnia-Herzegovina y habitada por croatas. Las tropas del JNA estaban haciendo la guerra en Croacia y durante el curso de su asedio a Dubrovnik -que está en territorio croata pero en la frontera con Herzegovinapasaron literalmente por encima de Ravno como aviso para los bosnio croatas. En Dubrovnik, la zona amurallada del casco antiguo fue víctima de constantes bombardeos serbios, donde a diario caían setecientos proyectiles.

En la Navidad de 1991 se registró uno de los últimos ataques, que terminó cuando una fragata de guerra inglesa se colocó frente a la costa del Adriático. El intento de tomar Dubrovnik fracasó y la pinza serbia se rompió. El proceso de desintegración y el ascenso de un nacionalismo virulento tuvo su mejor ejemplo en Bosnia-Herzegovina. En esta república vivían casi tantos bosnios como serbios y croatas, al tiempo que el presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, planeaba continuar su proyecto de la Gran Serbia. Para 1992 la guerra se vislumbraba en el horizonte. Como preludio se señala el caso de Nikola Gardovic, el novio en una boda serbia de Sarajevo que fue asesinado durante la ceremonia por un demente, cuando aquel hacia ondear la bandera del partido ultranacionalista serbio y pronunciaba frases de contenido político. Bosnia-Herzegovina Las hostilidades sobre el terreno comenzaron el 5 de abril de 1992. Ese día se organizó en Sarajevo una marcha a favor de la paz. Durante la manifestación, militares serbios que actuaban como ‘agentes del orden’ abrieron fuego contra la multitud y dieron muerte a Suada Dilberovic, una joven estudiante de medicina que terminaría su carrera al mes siguiente. La Unión Europea no tardó en reconocer la independencia de Bosnia-Herzegovina y los serbios abandonaron la asamblea parlamentaria. Los bosnios y los croatas de Bosnia estaban a favor de la independencia de su país; los serbios, no. Por parte de los líderes de la antigua Yugoslavia de Tito, Bosnia-Herzegovina, gracias a su relieve montañoso, fue elegida para fabricar y almacenar material bélico y albergar el grueso del Ejército federal yugoslavo [el JNA]. Se suponía que en caso de una amenaza exterior a la antigua Yugoslavia, ésta se iba a defender desde territorio bosnio. Así Bosnia-Herzegovina tenía prácticamente en cada pueblo una base militar y una fábrica de material bélico. Tras la guerra en Croacia, los serbios en el JNA se instalaron a lo largo y ancho del territorio de Bosnia. El gobierno local, encabezado por musulmanes, ordenó el retiro inmediato de las tropas serbias tras la proclamación de independencia. Pero su petición cayó en oídos sordos. En muchos casos las unidades del JNA solamente abandonaron las ciudades para desplazarse hasta la fortificación más cercana, dejando a las ciudades bosnias sitiadas desde el primer minuto de la guerra. Slobodan Milosevic estaba dispuesto a utilizar su fuerza militar para apoderarse de las regiones serbias de Bosnia. Algo parecido deseaban hacer los croatas en Herzegovina. Dado que los políticos de la ex Yugoslavia insistían en que no podían vivir juntos, la idea entonces era proceder a la partición del país de acuerdo a las divisiones étnicas. “Tanto los nacionalistas serbios como croatas querían, con distintos grados de franqueza, una distribución del territorio y la unificación de las partes respectivas con las ‘naciones madre’ de Serbia y Croacia. Ello solo se podía realizar a costa del grupo étnico más numeroso: los musulmanes bosnios”. Éstos últimos estaban en contra de la fragmentación dado que tenían más que perder.

En Bosnia no existían territorios étnicamente puros, de modo que para Milosevic la solución consistía en emprender una despiadada ‘limpieza étnica ‘en contra de la población musulmana local, y de ser posible, la croata. El Ejército yugoslavo tendría misiones específicas para llegar a dominar poblaciones mediante control marcial; primero que nada, el JNA solía bombardear los pueblos y cortarles los suministros. El trabajo sucio contra los civiles estaría a cargo del JNA, pero sobre todo de facciones paramilitares serbobosnias, como los ‘Tigres de Arkan’. Este grupo estaba bien dotado de armamento, contaba con rifles AK-47, morteros y tanques proporcionados por el JNA. Se les identificaba por sus uniformes oscuros, gorros de lana color negro y botas militares; en ocasiones llevaban puestos guantes negros con los dedos recortados. Sobre Arkan, se trataba de un personaje conocido en los bajos fondos de Belgrado. Era dueño de una cadena de heladerías, una ‘tapadera’ según dicen, para sus actividades ilícitas de contrabando. También era el dirigente del club de hinchas del Estrella Roja de Belgrado, y fue entre esos hooligans de dónde sacó a sus Tigres. Otros grupos serbios eran los ‘Halcones’, ‘las Águilas Blancas’, etcétera. “Estos nuevos ‘chetniks’, como orgullosamente hacían llamarse, seguían el ejemplo de sus antepasados -sobre todo los de Mihajlovic en la Segunda Guerra Mundialcon sus uniformes, el odio ciego hacia la población bosnia a la que llamaban ‘turcos’, la limpieza étnica, el objetivo de la Gran Serbia, las largas barbas y la falta de higiene corporal característica de estas tropas paramilitares, que hicieron un renacimiento de este movimiento ultranacionalista serbio”.[30] De ellos se decía que estaban siempre borrachos y que reclutaban a otros ‘peleadores de fin de semana’, a los que se añadían criminales convictos puestos en libertad para engrosar sus filas. El Ejército yugoslavo operó en conjunto con estos grupos en BosniaHerzegovina. Es probable que el principal móvil de esos personajes haya sido el interés remunerativo, aunque no hay duda de que entre ellos había nacionalistas fanáticos. Y es que la economía mafiosa encontró terreno fértil en el caos de la guerra. El saqueo y el robo eran una forma de pago para los milicianos de cada bando. Entre los mercenarios que participaron en la guerra se cuentan los fundamentalistas islámicos y ex combatientes de la guerra afgana que llegaron para batirse en la ‘Yihad’, claro está, del lado bosnio. Otros grupos eran la Unidad Garibaldi, compuesta por italianos que peleaban al lado de los croatas; rusos desempleados que se sumaron al bando serbio y, lo que resulta bastante llamativo, jóvenes neonazis que se enlistaron en las filas croatas, llegados principalmente de Francia y Alemania. En las primeras etapas de la guerra, croatas y musulmanes colaboraron juntos en contra del enemigo serbio. Sin embargo, el acuerdo se rompió tras publicarse el plan de la ONU conocido como Vance-Owen, que proponía dividir el país en tres enclaves étnicos, uno para cada grupo.

A partir de entonces, bosnios y bosnio croatas comenzaron a pelear entre sí por los territorios bajo su control, lo que provocó un mayor derramamiento de sangre y la agudización de la limpieza étnica. Se llegó a ironizar que las siglas del grupo paramilitar croata, HVO, significaban Hvala Vance~Owen (‘Gracias, Vance y Owen’). Por ese tiempo, el control musulmán en Bosnia consistía en unos cuantos enclaves urbanos rodeados por fuerzas hostiles, un territorio que por su naturaleza fue descrito como ‘piel de leopardo’. El área rural estaba repartida entre serbios y croatas, donde por lo demás hicieron efectiva la limpieza étnica en los lugares que llegaron a ocupar. Los centros urbanos padecían un asedio constante. Las principales hostilidades se presentaron en Tuzla, Mostar y Sarajevo. En ésta última ciudad, la vida cotidiana transcurría en apego al conflicto visceral entre las fuerzas en pugna. Un ejemplo fue el constante peligro que representaban los francotiradores. Sarajevo se volvió una ciudad sitiada y sus actividades comunes desaparecieron. La capital de Bosnia es realzada por numerosos edificios de gran altura, los cuales en su mayoría fueron abandonados durante la guerra. Las instalaciones terminaron siendo tomadas por francotiradores que desde las ventanas disparaban a cualquier persona que pasara. Las carreteras estaban obstruidas con contenedores de mercancías, carros, buses y tranvías quemados, y bloques de cemento y piedra que no permitían cruzar la vía sin toparse dificultades. Las únicas maneras de atravesarlas sin ser alcanzado por las balas eran esperar por los acorazados de las Naciones Unidas y caminar tras ellos usándolos como escudos, o cruzar las vías en automóvil a altísimas velocidades tratando de esquivar los obstáculos. A estas alturas es válido ejemplificar el padecimiento y la percepción de la guerra de los civiles con una cita orwelliana de 1984: “Los habitantes de los territorios en disputa son, por el contrario, quienes poseen un concepto más acertado de la guerra; para ellos, la guerra es una calamidad infinita, cuyos flujos y reflujos castigan a sus cuerpos como las olas de una gigantesca marea. Quién de los beligerantes gane o pierda los tiene completamente sin cuidado. Saben bien que en cualquiera de los casos, no habrán hecho sino cambiar de amo y que el nuevo los mantendrá bajo la misma férula despótica que el anterior”. Con la mediación norteamericana, las fuerzas bosnias y bosnio croatas firmaron un acuerdo de colaboración militar a mediados de 1994, poniendo fin a las hostilidades entre ellos y haciendo retroceder a las tropas y chetniks serbios. La comunidad internacional había impuesto un severo embargo económico a Serbia, con lo cual su gobierno se encontró en una situación desesperada. Slobodan Milosevic canceló su apoyo logístico a las milicias serbobosnias, lo que provocó que su espíritu de lucha se fuera cayendo paulatinamente. “La paz comenzó a perfilarse en noviembre de 1994 en la ciudad norteamericana de Dayton, a partir de las misiones diplomáticas estadounidenses que tomaron el relevo a la serie de intentos frustrados de la ONU.

La administración Clinton no solo asumió las competencias diplomáticas de las Naciones Unidas, sino que también instó a la sustitución de las poco operativas fuerzas de la ONU por las de combate de la OTAN”. El alto al fuego se logró por tres motivos principales; primero, por el comienzo de la intervención directa de la OTAN con incursiones aéreas; segundo, por el derrumbe del estado de ánimo entre los chetniks serbobosnios, que para 1995 tenían la moral muy baja; pero sobre todo, “porque la situación sobre el terreno se había ‘racionalizado’. En otras palabras, que la limpieza étnica estaba prácticamente completada”. Las partes involucradas firmaron en París lo acordado en la base aérea militar de Dayton, poniendo en septiembre de 1995 punto final a la guerra de los Balcanes. Quienes no comparten la concepción generalizada de que la de Bosnia fue una guerra civil suelen argumentar que se trató de una agresión serbia, y en menor medida, croata. Desde luego, es cierto que los serbios en el Ejército yugoslavo, movilizados e instigados desde el gobierno de Milosevic, fueron los agresores, y fueron ellos los que emprendieron una violencia sistemática contra la población civil de Bosnia- Herzegovina. A excepción de las primeras etapas del conflicto, cuando los serbios encontraron escasa resistencia, fue poco el territorio que cambió de manos a lo largo del conflicto. En realidad, la guerra en Bosnia estaba programada para emprender la limpieza étnica contra los civiles. Se cometieron innumerables atropellos a los derechos humanos, como torturas, detenciones forzosas, asesinatos masivos, violaciones y castraciones. Los campos de concentración donde tenían hacinados a gran cantidad de musulmanes bosnios se convirtieron en una dura realidad. “Una escalofriante novedad: la llamada limpieza étnica o ‘purificación racial’, que a partir de 1991 consistió en arrasar con poblaciones enteras, incluía la violación sistemática de mujeres para que una vez terminada la guerra, traigan a la luz hijos que llevarán en las venas sangre de la raza victoriosa”. En los centros urbanos, la campaña de limpieza étnica fue un proceso más sutil y legalista. A los que no eran serbios les hacían la vida insoportable: los apartaban de sus puestos de trabajo, los hostigaban con constantes amenazas de muerte, les negaban asistencia médica, no se les permitían grupos de más de cuatro. Un artículo aparecido en el periódico esloveno Delo señalaba que la estrategia psicológica serbia tenía en cuenta que “la mejor manera de combatir a los musulmanes, disminuir su espíritu de lucha y derrotarles moralmente consistía en violar a sus mujeres, sobre todo las jovencitas e incluso a las niñas, matar a inocentes en presencia de los otros miembros de su familia, y destruir sus iconos culturales y edificios religiosos”. En Banja Luka, por ejemplo, una ciudad de mayoría serbia ubicada en el norte de Bosnia, las tropas del JNA destruyeron todas las mezquitas y todas las iglesias católicas menos una, en un claro intento de intimidar a los miembros de las otras comunidades.

Por si esto fuera poco, algunos de los más terribles casos de limpieza étnica ocurrieron en los últimos momentos de la guerra, hacia 1995. Entre ellos, la sorprendente matanza en el centro de Sarajevo el 28 de agosto de ese año, y el tristemente célebre episodio de la masacre de Srebrenica, donde los chetniks dieron muerte a unos ocho mil musulmanes bosnios. Pero ¿por qué pudieron ocurrir semejantes atrocidades en pleno territorio europeo, justo en la víspera del siglo XXI? La guerra en Bosnia-Herzegovina era una oportunidad para que la ONU demostrase su eficacia e importancia como mediadora de conflictos. La nueva guerra librada en Europa generó un mayor interés en la ONU para velar por los derechos humanos y la ayuda a los refugiados que, por ejemplo, las guerras de Somalia y del Golfo. Es por ello que la diplomacia internacional puso manos a la obra en cuanto a la petición de la paz y la asistencia humanitaria desde el inicio de las hostilidades. Sin embargo, las fuerzas de la ONU que se enviaron a Bosnia para que defendieran a la población estaban atadas de pies y manos, ya que sus oficiales nunca superaron el temor de verse involucrados en el conflicto. Las ‘labores de pacificación’ de los cascos azules resultaron en un rotundo fracaso, debido a la expandida idea de que entrar en combate habría supuesto tomar posición por uno u otro bando. De ese modo sus brigadas fueron blanco de ataques mortíferos por parte de los agentes en conflicto. Lo que no se pudo o no se quiso entender es que “las tropas de la ONU eran igual de vulnerables al acoso de las partes si estaban imposibilitadas para responder a las agresiones; de ahí que desearan denunciar la situación y optaran por humillar a la comunidad internacional, por ejemplo, mediante la toma de rehenes”. Diversas organizaciones humanitarias desempeñaron un valeroso papel durante la guerra. Consideraron importante atender las necesidades de los sectores afectados con asistencia de víveres y medicamentos. Sin embargo, su labor fue enormemente dificultada por las partes en conflicto, que controlaban las rutas de acceso a los suministros y solían ‘fiscalizar’ la ayuda humanitaria. Los campos de refugiados en las zonas de seguridad de la ONU eran constantemente acosadas por ataques serbios y croatas. “El miedo a que las tropas de Naciones Unidas terminaran arrastradas en una guerra convencional produjo pasividad e inacción. Como consecuencia, no pudieron desempeñar las labores de ayuda para las que habían sido enviadas”. En la guerra de Bosnia-Herzegovina, la ONU perdió su misión pacificadora al no decidirse a tomar la iniciativa. Su timidez contribuyó a alargar el continuo peligro que padecían los civiles. En el terreno, su falta de acción propició que se consolidaran los objetivos de la limpieza étnica a medida que avanzaba el tiempo. “El punto más bajo para las fuerzas de la ONU ocurrió a mediados de 1995, cuando los serbobosnios penetraron en las zonas de seguridad de Srebrenica y Zepa”.