La fiesta del chivo, ¿mentira verdadera? Robin Lefere

UNIVERSIDAD LIBRE DE BRUSELAS

SE HA PRESENTADO LA Fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa (Madrid: Alfaguara, 2000) como un acontecimiento literario de primera magnitud, hablando incluso de obra maestra. Aunque la novela demuestra una pericia extraordinaria y a todas luces admirable, en otra ocasión intenté criticar semejante calificación, basándome en 1 consideraciones variadas . Quisiera centrarme ahora en una cuestión distinta pero afin: la de la «verdad» de la novela. En efecto, si nos fijamos en la recepción, dejando aparte la de los trujillistas (que aún los hay), llama la atención que se haya celebrado muchas veces, por encima de todo, esa supuesta verdad. En la página de opinión de El País, Tomás Eloy Martínez, el autor de Santa Evita, llegó incluso a afirmar: «Hay bibliotecas enteras dedicadas al ascenso y caída del generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina ( ... )pero quien se aventure en la última novela de Mario Vargas Llosa( ... ) podría pasarlas por alto porque este libro es la 2 destilación prodigiosa de todo ese conocimiento.» . Si bien se puede sospechar en este caso cierta complacencia o autocomplacencia (cierto corporativismo, un alegato pro domo), el mismo Felipe González declaró, por cierto en presencia de Vargas Llosa, que La Fiesta del Chivo «descubre la esencia de la dictadura. La novela es más verdad que la verdad. Un relato documentado sobre la dictadura de Trujillo nunca nos daría una visión tan clara»3 . He aquí otra declaración contundente, y algo atrevida, pero la comparte Femando Rodríguez Lafuente, director del Instituto Cervantes, que ensalza la 4 «verdad de la mentira» (novelesca) , refiriéndose implícitamente a ensayos del mismo 5 Vargas Llosa . En semejante contexto, creo que como científicos-y por respeto hacia los muchos historiadores que dedicaron a la dictadura de Trujillo años de estudio, que desembocaron en tesis o libros que apenas se comentaron y vendieron-, debemos examinar el asunto sin complacencia, y volver a plantear la cuestión siempre apasionante de la verdad novelesca.

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Véase «Lectura crítica de La Fiesta del Chivo», en las Actas (en prensa) del IV Congreso de laf:sociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos. El País, 15 de abril de 2000, p. 15. 3 Extracto de una charla con Vargas Llosa en la Casa de América de Madrid, reproducido en El Pajs, 31 de marzo de 2001, p. 25. Revista de Libros, mayo 2000, nº41, pp. 47-48. 5 cf La verdad de las mentiras, Barcelona, 1990.

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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Robin LEFERE. «La fiesta del chivo», ¿mentira verdadera?

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ROBIN LEFERE

Antes que nada, conviene destacar que La Fiesta del Chivo se presenta como una novela cuya naturaleza ficticia no matiza ningún paratexto (prólogo, epílogo, advertencia o nota del autor, bibliografia, agradecimientos ... ). De esta forma, es erróneo-no procedente, contrario al «pacto» ficticio que se nos propone-inferir del texto datos y conocimientos relativos a un referente extratextual determinado, como la dictadura de Trujillo; los personajes de Trujillo y Balaguer, homónimos de los conocidos políticos, son criaturas tan ficticias como Urania, cuyo mundo comparten. Esto es: en rigor, sólo podemos y debemos leer la novela como una fábula, que nos habla de la dictadura y del poder, pero de forma metafórica y universalista; cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Desde este punto de vista, la citada declaración de Tomás Eloy Martínez resulta absurda, y engañosa puesto que incita a una lectura equivocada. Ahora bien, es cierto que la misma novela favorece la confusión, con el texto de la cubierta 6 posterior (aunque no firmado por el autor) y sobre todo con sus numerosas y sistemáticas referencias históricas; más allá de los personajes con nombre y apellido, piénsese en los acontecimientos fechados (como el atentado contra Galíndez) o en circunstancias precisas (como el conflicto con la Iglesia a raíz de la Carta Pastoral). Es decir, el pacto se vuelve ambiguo. No cabe duda de que semejante ambigüedad sea inherente a la novela en general, y especialmente a la novela histórica (ya la denunciaba Manzoni en los albores del género\ pero aquí la tensión es máxima, por ser tan evidente la ambición históricorealista como el pacto ficticio. Debo decir que esa ambigüedad, que perpetúa la expresión que al autor le gusta esgrimir en las entrevistas-