Unidad 9

• Actitudes

“Las actitudes constituyen el fundamento de los modos de conducta constantes con respecto a objetos sociales, sucesos y problemas durante un período de tiempo. El individuo que tiene la actitud gana con ello en términos de economía adaptativa, puesto que el tener una actitud le permite ordenar y dotar de significado a ciertos aspectos del medio social en el que se mueve.”

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Actitudes

Las actitudes representan un determinante de primera importancia de la orientación del individuo con respecto a sus medios social y físico. Tener una actitud implica estar listo a responder de un modo dado a un objeto social. Una actitud implica que hay una motivación despierta y una acción movilizada para acercarse o para evitar el objeto. Según Rosnow y Robinson (1967), el término actitud "denota la organización de los sentimientos, de las creencias y de las predisposiciones de un individuo para comportarse de un modo dado" (p. XVI), como lo señalan Krech, Crutchfield y Ballachey (1962), las actitudes sociales tienen un significado adaptativo, puesto que representan un eslabón psicológico fundamental entre las capacidades de percibir, de sentir y de emprender de una persona, al mismo tiempo que ordenan y dan significación a su experiencia continua en un medio social complejo.

LA ESTRUCTURA DE LAS ACTITUDES Hay muchos tipos de actitud y muchos procesos psicológicos implicados en su expresión. Tradicionalmente se hace una distinción entre tres componentes de las actitudes: el componente cognoscitivo, el componente afectivo y el componente comportamental. El problema de la "fluorinación" del agua será usado como ejemplo para ilustrar esta clasificación. El componente cognoscitivo de una actitud social consiste en las percepciones del individuo, sus creencias y estereotipos, es decir, sus ideas sobre el objeto. El término "opinión" se usa a menudo como substituto de componente cognoscitivo de una actitud, especialmente cuando dicha opinión es de importancia con respecto a alguna cuestión o problema. ¿Cree el individuo que la "fluorinación" ocasiona envejecimiento prematuro, pérdida de memoria o ninfomanía? ¿Piensa que la adición de flúor al agua dañará las baterías, los radiadores y los prados? Estos ejemplos ilustran ciertos aspectos cognoscitivos de la actitud negativa con respecto a la fluorinación (Davis, 1959). El componente afectivo se refiere a los sentimientos de la persona con respecto al objeto. Aunque dos personas tengan actitudes desfavorables con respecto a la fluorinación,

pueden tener sentimientos personales muy diferentes. Uno de ellos puede temer la fluorinación, mientras que el otro tiene sentimientos de hostilidad y molestia. El aspecto emocional de la actitud es a menudo el componente más profundamente enraizado y el más resistente al cambio. El componente comportamental de las actitudes sociales consiste en la tendencia a actuar o a reaccionar de un cierto modo con respecto al objeto. Es la política o la orientación a la acción y se mide registrando lo que el individuo dice que hará, o, mejor aún, lo que en realidad hace. La persona que escribe cartas violentas a los periódicos oponiéndose a la "fluorinación" o vota contra la fluorinación en un referéndum, demuestra el componente comportamental de la actitud.

LA IMPORTANCIA DE LOS TRES COMPONENTES DE LA ACTITUD El análisis de una actitud en sus componentes conduce a un cierto número de preguntas acerca de la estructura de las actitudes. ¿ Son los componentes congruentes unos con otros? Es razonable suponer que los componentes sean congruentes porque los tres se refieren al mismo objeto y que éste debe ser tratado de un modo uniforme. La persona que tiene una opinión negativa sobre la fluorinación ("en realidad es un veneno de ratas"), tendrá también sentimientos negativos y mostrará respuestas comportamentales contrarias a la fluorinación. La coherencia intercomponente se encuentra usualmente cuando la persona tiene una actitud extrema, sea esta positiva o negativa. Las creencias firmemente sostenidas se acompañan usualmente de afecto positivo considerable. Los afectos fuertes se acompañan por lo común, de hábitos y respuestas sólidamente establecidas en la conducta. Si existe incoherencia entre los componentes el individuo mostrará una tendencia a modificar la actitud con el fin de restaurar el estado de congruencia. Este principio está implícito en el uso de nuevas informaciones para producir cambios de actitud. Una campaña para reducir las actitudes de prejuicio con respecto a los grupos minoritarios puede incluir como información la proposición de que la presencia de grupos minoritarios en la comunidad aumenta el valor de los terrenos, enriquece la vida cultural y es benefactora para la economía. Un ataque tal en el frente del componente cognoscitivo de la actitud producirá cambios en ese componente y también inducirá un cambio con respecto a los sentimientos y la conducta manifiesta. Si los cambios en el componente cognoscitivo influencian el componente afectivo, la contraria es también verdadera. Rosenberg (1960) llevó a cabo una experiencia que demuestra que el cambio en el componente afectivo de una actitud produce un cambio coherente en el componente cognoscitivo. Los sujetos fueron estudiantes de la Universidad de Yale que tenían actitudes negativas con respecto a las viviendas comunes para negros y blancos. En el grupo experimental se hipnotizó a once estudiantes en sesiones individuales y se les dieron las siguientes instrucciones: "Cuando despierte usted, de aquí en adelante se mostrará muy favorable a la idea de que los negros se muden a colonias de blancos -la sola idea de que los negros se muden a colonias blancas le dará a usted gran alegría, sentimientos de gozo-. Aunque usted no se acordará de que se le ha hecho esta sugestión, ella influenciará fuertemente sus sentimientos después que usted despierte". Guando despertaron, los sujetos no conservaban recuerdo de la sugestión hipnótica, y se midieron de nuevo sus actitudes con respecto a las colonias integradas. Se encontró que los sujetos hipnotizados habían sufrido un cambio en sus sentimientos con respecto a las colonias integradas y, lo que es más importante, habían cambiado sus opiniones de modo que fueran coherentes con sus sentimientos hipnóticamente inducidos. Creían ahora que las vecindades integradas eran una cosa buena, que no haría bajar el precio o valor de las propiedades en la colonia y que conduciría a mejorar las relaciones entre las razas. Estos efectos perduraron durante una semana y

entonces Rosenberg, en otra sesión hipnótica, destruyó el cambio afectivo y explicó cuidadosamente a los sujetos toda la experiencia. Debe señalarse que los sujetos del grupo control que simplemente desempeñaron el papel de "una persona que siente una cosa y cree otra" mostraron relativamente poco cambio en el afecto o en el conocimiento relativo al problema de las vecindades integradas. La experiencia de Rosenberg plantea todo tipo de problemas, tales como hasta qué punto el cambio de creencias hubiese persistido durante mucho tiempo si no se hubiese destruido la sugestión; hasta qué punto se dio un cambio de opinión residual, aun después de destruir la sugestión; en qué medida el componente comportarnental sufrió también modificación en el curso de la semana (¿se mudaron los once estudiantes de Yale del Yale College a una vecindad integrada?) y otras muchas. Desafortunadamente no hay respuestas para estas preguntas, pero la experiencia constituye una demostración vigorosa de que los componentes de la actitud están instrumentalmente relacionados y de que un cambio en un componente tiende a producir un cambio en los otros a fin de restaurar la coherencia interna dentro de la estructura total de la actitud. Un segundo problema lo constituye el nivel de diferenciación y de complejidad de los tres componentes de la actitud. En un nivel poco profundo, el componente afectivo de la actitud de una persona puede implicar simplemente gusto o disgusto a propósito de la idea de añadir flúor al agua; otra persona puede experimentar muchas reacciones emocionales complejas de miedo, angustia, ira y desprecio con respecto a esa idea. De modo similar, respecto al componente cognoscitivo, una persona puede, en un nivel poco profundo, carecer de conocimientos con respecto al hecho de la fluorinación, mientras que otra puede tener un sistema de creencias amplio y detallado, producto de un contacto con los argumentos en pro y en contra de la fluorinación. La complejidad y la fuerza de los componentes tiene importantes implicaciones para el desarrollo y para la modificación de una actitud. Las actitudes que tiene un componente cognoscitivo débil, en las que se dan escasos conocimientos sobre el objeto, tienen mucha probabilidad de ser inestables. En estos casos, una campaña de información que proporcione nuevos conocimientos sobre el objeto será muy eficaz. Durante la niñez, especialmente cuando se están aprendiendo las actitudes, los tres componentes son muy importantes. Más tarde, cuando el niño ha llegado a una mejor integración de sus actitudes, al mismo tiempo que estas se vuelven más extremas, tiende a practicar una selectividad en lo que ve y aprende y el componente cognoscitivo se hace más importante. Las actitudes de un alto contenido emocional o fuerte componente afectivo, tienen menos tendencia a ser influenciadas por informaciones nuevas y conocimientos intelectuales puros. Los sentimientos de intensa aversión con respecto a una minoría, en particular en los que subyace un fuerte prejuicio, son extremadamente resistentes a las llamadas de la razón y de la información. Para tratar de modificar este tipo de actitudes son mucho más efectivas las técnicas que se dirigen directamente al componente afectivo tales, como el role playing emocional y el psicodrama. Aunque usualmente existe una coherencia entre los componentes afectivo y cognoscitivo de una actitud, la relación entre estos componentes y el componente comportamental, parece a menudo ser inconsciente. Se supone de ordinario que, puesto que las actitudes son predisposiciones evaluativas, determinarán y dirigirán la conducta de la persona. Pero la gente no siempre actúa de acuerdo con lo que cree; las actitudes y la conducta muestran a menudo grandes discrepancias. Una demostración clásica de la falta de coherencia entre las actitudes verbales y la conducta manifiesta, la reporta LaPiere (1934). LaPiere viajó a través de los Estados Unidos con una pareja de chinos, deteniéndose en numerosos hoteles y comiendo en muchos restaurantes. Durante todo el viaje sólo una vez se les negó acogida o servicio. Al concluir el viaje LaPiere escribió a los propietarios de los 250 establecimientos que habían visitado. Aproximadamente noventa y tres por ciento de los propietarios de hoteles y noventa y dos por ciento de los propietarios de

restaurantes indicaron, en respuesta al cuestionario, que no acogerían en sus establecimientos a personas chinas. Esto constituye un ejemplo específico de una conducta manifiesta con respecto a los chinos (no discriminación) incoherente con la actitud de prejuicio verbalizada. Debe señalarse que los resultados de LaPiere pudieran interpretarse de modo completamente diferente. Puesto que los chinos visitaron los hoteles y restaurantes antes de que se les enviase los cuestionarios a los propietarios, es posible que el tener la pareja china como huéspedes haya provocado comentarios desfavorables de parte de otros clientes, y que sólo después de esta experiencia se hayan vuelto los propietarios "prejuiciados" en sus actitudes. Para controlar esta posibilidad, LaPiere envió idénticos cuestionarios a 100 establecimientos similares que la pareja no había visitado, y las respuestas fueron similares. Este estudio revela una discrepancia marcada entre la actitud y la conducta. No obstante, las divergencias entre actitud y conducta, no deben en realidad sorprendernos. Sería erróneo esperar una relación directa término a término entre las actitudes y la conducta, que está determinado no sólo por las actitudes, sino también por factores externos de la situación social inmediata. Considérese la conducta sin prejuicio de los aparentemente prejuiciados propietarios del estudio de LaPiere. Quizá en el momento de la visita de los chinos el propietario tenía necesidad de dinero, no quería entrar a una discusión o quedó intimidado por LaPiere; estos factores pueden haber impedido que la actitud de prejuicio influenciara su conducta. Una segunda razón por la que las actitudes y la conducta a menudo muestran discrepancias, es que hay muchas actitudes diferentes que tienen relación con un mismo acto de conducta. En estudios del tipo del de LaPiere, el propietario puede tener dos actitudes principales -un disgusto por los chinos y un aprecio por los profesores americanos como LaPiere-. La actitud positiva con respecto al americano puede ser más fuerte que la actitud negativa con respecto a los chinos, y es, pues, la actitud positiva con respecto al profesor americano la que triunfa y llega a ser el determinante de la conducta. Por respeto al americano, el propietario decide no ofender a sus compañeros chinos. En una aproximación similar, Rokeach (1966) expone que tanto las actitudes con respecto al objeto como las actitudes con respecto a la situación en la que se encuentra el objeto determinan la conducta del individuo. El objeto de una actitud se encuentra siempre en una cierta situación con respecto a la cual puede que haya actitudes muy fuertes. En consecuencia, la incoherencia entre la conducta y la actitud puede ser función de una orientación hacia la situación. En los lugares públicos, tales como restaurantes y hoteles, hay códigos de conducta definidos -y regulados por la sociedad. Dichos códigos prohíben provocar una escena desagradable, desconcertar a los huéspedes o proferir insultos racistas en el salón de un hotel. La actitud según la cual la buena educación y el decoro constituyen la conducta adecuada en un hotel, domina la actitud de prejuicio con respecto a los chinos, y en consecuencia se hace que los compañeros de LaPiere se sientan bienvenidos. Un tercer factor es el tipo de actitud que subyace en el prejuicio. Las actitudes "intelectualizadas" son ricas en creencias y estereotipos, pero carecen de tendencias reales a la acción. Porque el propietario expresa una valoración negativa o una intención negativa sobre los chinos en general, no puede deducirse que se haya comprometido consigo mismo a comportarse en una forma correspondiente con todo chino que encuentre, de Chiang Kai-shek hasta el más humilde vendedor. Si en una actitud en particular hay poca orientación a la acción, hay pocas razones para esperar coherencia entre las creencias, los sentimientos y la conducta real. La discrepancia entre la actitud y la acción es particularmente importante en el terreno del cambio de actitud. Mientras que es relativamente fácil cambiar las creencias mediante comunicaciones e informaciones persuasivas, corno en el caso de la creencia muy extendida de que el fumar es dañino, las acciones son muy resistentes al cambio y la gente sigue fumando tanto como siempre. La modificación de

la acción es ordinariamente un problema más difícil que la modificación de las creencias, porque los hábitos adquiridos son difíciles de cambiar. Se necesita tomar en cuenta el área de actitud y los recursos sociales para modificar la conducta. Ciertas conductas, como la discriminación, pueden modificarse por la fuerza mediante la legislación, mientras que las actitudes relacionadas con ellos (prejuicios) se mantienen firmemente en contra de los intentos racionales para modificarlas. Hay ejemplos de conductas cambiadas por la fuerza que producen cambio en la actitud, cambio que da sentido a la nueva conducta y mantiene la coherencia con ella. Un ejemplo es el del niño que aborrece las espinacas, pero al que se induce, mediante una moderada presión, a comerlas; para restaurar la armonía entre sus actitudes y su conducta ("la gente no come lo que no le gusta"), comienza a apreciar las espinacas. La influencia de las acciones discrepantes sobre el cambio de actitud será discutida más adelante, en este capítulo; por el momento el interés reside en el problema del cambio de actitud en cuanto mecanismo que dirige el cambio de conducta. Se señaló más arriba que no sólo las actitudes, sino también los factores externos del medio social determinan la conducta. Este hecho constituye una explicación de muchos casos de cambio de actitud que no se acompañan de un cambio de conducta. Cuando se cambian actitudes u opiniones por medio del impacto momentáneo de una comunicación persuasiva o de una nueva experiencia, el cambio es en sí mismo intrínsecamente inestable. Mientras que no haya factores del medio que refuercen y mantengan el cambio de actitud, no hay probabilidad que este cambio induzca otro, paralelo, en la conducta. Por ejemplo, el fumador que lleva a cabo un cambio en su actitud con respecto al cigarro tiene pocas probabilidades de dejar de fumar mientras que no tenga el soporte social de su familia y de sus amigos que también dejen de fumar y se prometan tolerancia mutua durante los síntomas que conlleva a dejar el hábito. Puesto que las actitudes tienden a ser privadas, mientras que la conducta es pública, es la conducta la que está más sujeta a la presión social. Esta característica, de la conducta la hace más resistente al cambio que las actitudes, puesto que está anclada en una red de compromisos con otra gente y, al mismo tiempo, bajo ciertas condiciones, es más fácil de cambiar, puesto que es más simple el provocar y obligar a la conformidad conductual que a la conformidad de actitud. Las relaciones entre actitud y acción, y entre cambio de actitud y cambio de conducta, no son simples ni unidireccionales. Dos personas con las mismas actitudes pueden comportarse de modo muy diferente. El conocimiento de la actitud de una persona no asegura siempre el éxito en la predicción de sus acciones.

LA FUNCION DE LAS ACTITUDES Las actitudes tienen una base funcional en el sentido de que una opinión especifica puede desarrollarse y mantenerse para satisfacer una necesidad social importante para la persona. Las actitudes constituyen el fundamento de los modos de conducta constantes con respecto a objetos sociales, sucesos y problemas durante un período de tiempo. El individuo que tiene la actitud gana con ello en términos de economía adaptativa, puesto que el tener una actitud le permite ordenar y dotar de significado a ciertos aspectos del medio social en el que se mueve. La gente muy opuesta al comunismo, o a favor del desarme nuclear, o indiferente a la educación libre de los estudiantes universitarios, tiene una base lista de antemano para planear respuestas y tomar decisiones sobre estos problemas. La oposición al comunismo significa el último rango en la preferencia por los candidatos comunistas en una elección; estar a favor del desarme nuclear lleva a una marcha a través de la ciudad con una pancarta; la indiferencia con respecto a la educación libre de los estudiantes universitarios conduce al cambio de estación en la radio cuando el animador anuncia una plática sobre el tema. En efecto, las actitudes

sociales representan un eslabón fundamental para unir las capacidades de la persona para percibir, sentir y aprender, y su experiencia continua en un medio social complejo. La actitud que se tiene influencia otros procesos psicológicos, tales como la formación de juicios sociales simples, la percepción y la interpretación de estímulos ambiguos, el aprendizaje y la retención de materiales contradictorios y la receptividad y apertura a nuevas informaciones. Puesto que las actitudes confieren una estabilidad y consistencia considerables a la conducta, el saber que una persona sostiene una cierta actitud permite al observador anticipar y predecir su conducta con un cierto grado de exactitud y confianza. Los psicólogos se interesan particularmente en las funciones que tienen las actitudes en la personalidad, como fuentes de motivación que permiten la adaptación al medio. La mira "funcional" en el estudio de las actitudes está representada en los escritos de Katz (1900), quien sugiere que el mantenimiento y la modificación de las actitudes sociales cumplen cuatro funciones diferentes en la personalidad: adaptación, expresión de valores, conocimiento y defensa del yo. Por su función adaptativa, las actitudes proporcionan gratificaciones y alejan de los castigos. Se ha llamado también a esta función, función instrumental o utilitaria y se refiere a la motivación sobre la cual Bentham y los filósofos utilitarios construyeron su modelo del hombre. El individuo trata de hacer máxima la recompensa o gratificación y mínimo el sufrimiento o castigo. En consecuencia, está motivado para adoptar las actitudes que le proporcionen la aprobación y la estima de su familia, de sus amigos y de sus compañeros. Aprende a adoptar actitudes similares a las de sus vecinos y amigos en cuestiones tales como el carácter sagrado del matrimonio, la democracia y la ayuda a las damas ancianas para cruzar la calle. Se desarrollan también actitudes favorables con respecto a objetos que, en sí mismos, proporcionan gratificación o satisfacción de necesidades; se adoptan actitudes desfavorables sobre los objetos que llevan intrínsecamente al castigo o impiden y frustran la satisfacción de necesidades. Por la función expresiva de valores, el individuo obtiene satisfacción mediante la expresión de actitudes apropiadas a sus valores personales y a su concepto de sí mismo. Estos valores personales y este autoconcepto son sistemas integrados de actitudes que se aprenden en la niñez, a partir de identificaciones con los padres y otras figuras significativas y constituyen el núcleo central de la personalidad. Las creencias religiosas, patrióticas e ideológicas se basan usualmente en esta función. A través de las actitudes con respecto a materias tales como el trabajo social, el cuidado de los ancianos y la cooperación internacional para impedir que ciertas poblaciones padezcan hambre, la gente expresa sus valores personales y actualiza su autoconcepto de seres humanos decentes y humanitarios. La función de conocimiento se basa en la necesidad de comprender, de dar sentido y de dotar de una estructura adecuada al universo. Se mantienen las actitudes que cuadran adecuadamente con las situaciones y que estructuran de un modo significativo la experiencia. Las actitudes que se revelan inadecuadas para enfrentarse a situaciones nuevas y cambiantes se descartan porque llevan a la contradicción y a la incoherencia. Las creencias acerca de la conveniencia de hacer ejercicios después de un ataque al corazón, acerca de la posibilidad de vida en la luna y sobre las limitaciones de las computadoras electrónicas, se modifican a medida que llega a las manos del individuo información más significativa. Un aspecto muy importante de la función de conocimiento es la necesidad de una organización cognoscitiva que tenga sentido y la necesidad de coherencia y de claridad cognoscitiva. Las actitudes pueden también tener una función de ego-defensa. Dicha función proporciona protección impidiendo el conocimiento de verdades básicas, pero desagradables, acerca de la vulnerabilidad a la enfermedad y a la muerte, de las debilidades, inseguridades, y sobre realidades terribles del mundo exterior, tales como la enfermedad, el desempleo, el crimen y la guerra. Los mecanismos mediante los cuales el individuo se protege a sí mismo de las tensiones y angustias asociadas a motivos inaceptables y amenazas atemorizantes; se conocen como mecanismos de defensa

del yo. Se ven a menudo reacciones de defensa, tanto en las actitudes racionalizadas, falsedades, con respecto a cuestiones de salud pública, el fumar y el cáncer de pulmón, como en las actitudes vengativas con respecto a individuos desviados de la norma, los homosexuales y los drogadictos, y también en la apatía y la resignación con respecto a los problemas políticos, por ejemplo, el desarme nuclear y la guerra biológica. La reflexión acerca de estos objetos sociales lleva a una conciencia de verdades desagradables y a temores relativos a nuestra vulnerabilidad al sufrimiento, a los impulsos inaceptables, y a la amenaza real de la destrucción del mundo. Las opiniones y creencias desarrolladas para impedir la toma de conciencia total y completa de estas verdades desagradables cumplen una función de defensa del yo. La comunicación de informaciones que despiertan miedo, puesto que ponen ante nuestros ojos peligros cuya visión es horrible, produce a menudo reacciones de defensa en vez de cambio de actitudes. Una experiencia de Janis y Feshbach (1953) constituye un buen ejemplo. Estudiantes de preparatoria escucharon una conferencia de quince minutos sobre higiene dental, conferencia cuyo objetivo era el mejorar los hábitos de limpieza dental de los estudiantes. Como parte de la conferencia se subrayaron las dolorosas consecuencias de las caries dentales y su relación con el cáncer, la ceguera y otras dolencias. Se mostraron diapositivas sangrientas de encías enfermas y de otras consecuencias de una higiene dental insuficiente. Esta vigorosa llamada al miedo no fue muy efectiva para modificar los hábitos de limpieza bucal. Al contrario, los sujetos que experimentaron mucha angustia a causa de la información contenida en la conferencia, adoptaron reacciones de defensa tales como disminuir o minimizar su importancia y falsear o ignorar sus implicaciones. Por supuesto, el temor produce algunas veces cambios espectaculares en la actitud y en la conducta; la disminución drástica en el consumo de cigarrillos que sigue a toda campaña de sensibilización al problema del cáncer, constituye una prueba. Es evidente, no obstante, que las llamadas al miedo a menudo producen diversas clases de interferencia y de conductas de defensa que debilitan el impacto del mensaje.

EL PREJUICIO COMO ACTITUD DE EGO-DEFENSA El prejuicio racial puede a veces actuar como una actitud de ego-defensa. La gente se niega a conocer sus profundos sentimientos de inferioridad, sus impulsos a la violencia y a la agresión y sus impulsos sexuales extremos. La proyección en otro grupo de estos motivos, conscientemente inaceptables, permite al individuo no tener que reconocer que dichos motivos están en si mismo. En consecuencia, las actitudes de prejuicios implican atribuir los rasgos y características indeseables a ciertos grupos minoritarios. La persona de raza blanca que atribuye motivos de hipersexualidad, de violencia, de avaricia y de suciedad a los aborígenes o a los negros puede hacerse creer a sí mismo que no es él, sino otras personas las que poseen los rasgos inaceptables. Los prejuicios contra una minoría pueden también ser desarrollados por una persona que sufre gran inseguridad acerca de su propio valor personal, puesto que esta actitud le permite establecer su "superioridad", al menos sobre el miembro del grupo despreciado. La expresión de actitudes de hostilidad y de prejuicio puede ser emocionalmente satisfactoria para el individuo. Puede permitirle una cierta liberación de agresión y hostilidad acumuladas, desplazándolas, por ejemplo, de un patrón riguroso o de una esposa de carácter desagradable hacia un individuo que no puede en realidad vengarse. El prejuicio, en cuanto actitud de defensa del yo, se despierta por un aumento de frustración de los sentimientos sexuales y agresivos, por las amenazas al status y a la seguridad que supone el fracaso en las experiencias, y por la competencia y las criticas de los demás (Feshbach y Singer, 1957). También se despiertan los prejuicios mediante llamadas al odio aunadas a incitaciones a expresarlo a partir de grupos "autoritarios", tales como el Partido Nazi y el Ku-Klux-Klan.

Varias experiencias sobre actitudes raciales revelan la estrecha relación que existe entre el prejuicio y la función de ego-defensa. Cooper y Jahoda (1947) encontraron que los individuos muy prejuiciados reaccionan defensivamente, mal interpretan y falsean los materiales que tratan de caricaturizar y de ridiculizar sus sentimientos. Los experimentadores mostraron historietas animadas a sujetos prejuiciados en las que la figura central era "Mr. Biggot", hombrecillo ridículo, con cabeza en forma de huevo y de personalidad remilgada, que exigía para su transfusión "sangre de un americano de seis generaciones" y que echaba en cara al sacerdote haber hablado de "la herencia judía de Nuestro Señor" en su sermón. Los sujetos no sólo fracasaron en la percepción del espíritu de las historietas, sino que además falsearon su significado para reforzar sus propias actitudes. A sus ojos "Mr. Biggot" era simplemente una figura ridícula, un ser pretencioso, una persona ignorante y baja, pero no alguien con quien ellos estaban de acuerdo. Ciertos sujetos llegaron a ver en "Mr. Biggot" un extranjero o un judío. Aparentemente, reconocer y hacerse conscientes de su prejuicio y en consecuencia enfrentarse a la necesidad de cambiar de actitud, era demasiado angustioso. Bettelheim y Janowitz (1950) hallaron que la gente prejuiciada se vuelve a menudo más prejuiciada en sus actitudes después de leer propaganda contra el prejuicio. La gente se adhiere tendenciosamente a sus creencias. Estos hallazgos plantean el problema de cómo cambiar las actitudes de ego-defensa prejuiciadas. El uso de técnicas hipnóticas para manipular el componente afectivo de la actitud, como en la experiencia de Rosenberg (1960) a la que nos hemos referido, sería no sólo brutal, sino también inmoral. Katz (1960) señala que los intentos de proporcionar información o de amenazar con castigos fracasarán, puesto que dichos procedimientos no podrán destruir en el individuo una actitud que apoya sus defensas del yo; la amenaza de castigo puede dar por resultado un aumento de sus sentimientos de defensa. Sugiere Katz que pudieran ser positivos los intentos de reducir directamente las amenazas y de disminuir la fuerza de los impulsos sexuales y agresivos. Sostiene, sin embargo, que los procedimientos que permiten al individuo llegar a un profundo conocimiento de sus propios mecanismos de defensa y de los motivos que tiene` para sostener tal actitud, son aún más positivos Una experiencia de Katz, Sarnoff y McClintock (1956) proporciona una demostración de la relación existente entre la defensa del yo y el cambio en el prejuicio. Se midieron las actitudes de estudiantes de preparatoria con respecto a los negros en varias escalas de actitud y, una vez medida la actitud, se distribuyeron los estudiantes al azar en tres grupos. En el primer grupo se utilizó un procedimiento de "autopercepción", destinado a explicar la relación entre las actitudes antinegros y los mecanismos de defensa del yo del sujeto. El experimentador describió, en términos generales, la dinámica de proyectar las propias culpas en un inocente. Presentó entonces un caso concreto de una muchacha estudiante de preparatoria, para ilustrar el carácter básico de estos mecanismos de defensa en el desarrollo de prejuicios con respecto a minorías. El caso presentaba bastante parecido con el fondo y los intereses de los sujetos de la experiencia, de modo tal que la muchacha fue percibida como una personalidad simpática y real. Este procedimiento de autopercepción produjo en ciertos sujetos una gran reducción del prejuicio, reducción que persistió y se incrementó aún más a medida que pasó el tiempo. Los estudiantes muy defensivos, para los que sin duda el caso interpretado representó una gran amenaza, no fueron afectados con el procedimiento de autopercepción y no mostraron reducción de los prejuicios antinegros. A los otros dos grupos se les sometió a una comunicación antiprejuicio rutinaria o a ninguna influencia, y ambos grupos mostraron muy poca reducción de prejuicios. El éxito del método de autopercepción plantea el problema de saber si su eficacia viene de constituir un ataque de frente y directo a una actitud especifica de prejuicio con respecto a los negros (¿se reducirían también los prejuicios antijudíos, antichinos o antipuertorriqueños?) o si la eficacia proviene de una mayor comprensión de la naturaleza defensiva del prejuicio. Estudios posteriores de Katz y sus colegas (Stotland, Katz y Patchen, 1959) revelan que el procedimiento de autopercepción, mediante el aumento de autoconocimiento que produce,

influencia los aspectos del funcionamiento de la personalidad que subyacen al prejuicio. La reducción del prejuicio que se obtiene por el procedimiento de autopercepción se debe a una pérdida de fuerza de la función de ego-defensa. Las relaciones familiares, especialmente el poder de autoridad de los padres sobre el niño, constituyen una fuente importante de las actitudes de prejuicio. Un padre fuerte, muy dado al castigo, o una estructura familiar autoritaria, pueden producir en el niño una orientación existencial conocida como autoritarismo (Adorno y sus colaboradores 1950). El individuo "autoritario" ve el mundo como una lucha continua, en la que el fuerte domina al débil. Es un individuo cuyo interés central es el poder, cínico a propósito de la naturaleza humana, inclinado a un pensamiento rígido y estereotipado. Al autoritarismo está asociada una tendencia a tener prejuicios contra las minorías y a sostener en política las opiniones más conservadoras. Se cree que esto ocurre porque la hostilidad y el resentimiento que el individuo no puede expresar en el hogar se desplazan a los grupos subordinados de la sociedad. Adorno y sus colegas encontraron que los antisemitas extremistas habían vivido a menudo una infancia rígida, bajo la amenaza de la disciplina paterna, en familias autocráticas, preocupadas por el status. Este estudio muestra los primeros pasos del desarrollo de la personalidad autoritaria y el modo cómo las actitudes de prejuicio se adecuan con los valores de este tipo de personalidad. En la Alemania nazi en la década de los años 30, muchos alemanes fueron socializados según un modelo autoritario de este tipo, creando un clima apropiado para el desarrollo del antisemitismo. Para completar esta discusión del prejuicio como actitud de ego-defensa debemos subrayar de nuevo que el prejuicio tiene otras funciones, además de la de solución psicodinámica de los impulsos y angustias inaceptables. El prejuicio puede aprenderse y reforzarse como subproducto de la identificación y de la socialización dentro del propio grupo; muchos individuos aprenden a conformarse y a identificarse completamente con sus grupos y, al mismo tiempo, a desconfiar de todos los demás. Las funciones de adaptación y de expresión de valores están en relación con este aspecto del prejuicio. Si el prejuicio-estereotipo tiene una cierta base, si la mayoría de los habitantes de la Patagonia son falsos, mercenarios e hipersexuados, entonces la función de conocimiento puede también tener una cierta parte en el desarrollo y en el mantenimiento de las creencias negativas, especialmente si el prejuicio se relaciona con un grupo específico y no con los grupos minoritarios en general. Cuando se analizan las funciones que cumplen las actitudes en la personalidad y en las necesidades de ésta, se observa que el fenómeno del prejuicio se desarrolla a partir de múltiples fuentes; ningún mecanismo o proceso psicológico único puede explicar su diversidad y sus manifestaciones. Por ejemplo, Allport (1954b) ha distinguido, por lo menos, seis causas psicológicas y sociales del prejuicio, incluyendo los determinantes históricos, socioculturales y situacionales. El enfoque funcional en el estudio de las actitudes es importante porque demuestra que las actitudes no funcionan como un proceso unitario, sujeto a un único principio de operación que refleja el modelo común motor de todo el mundo. Distinguiendo las funciones, ganamos precisión en el análisis del rol que juegan las actitudes en la dinámica de la personalidad y en el conocimiento de sus relaciones con otros procesos psicológicos tales como el juicio, la percepción, el aprendizaje, el pensamiento y la memoria. La distinción entre las cuatro funciones, de adaptación, de expresión de valores, de conocimiento y de defensa del yo, tiene también implicaciones en la mecánica del desarrolla y del cambio de actitud. Katz y Scotland (1959) han establecido: "Puesto que las actitudes cumplen diferentes funciones y satisfacen diversas necesidades, sólo pueden cambiarse utilizando un procedimiento de cambio apropiado al modelo motor en cuestión". (p. 463). Según la función que cumpla la actitud que se quiera cambiar, ciertos procedimientos serán más apropiados mientras que otros lo serán menos y podrán ser hasta dañinos. La modificación de creencias, opiniones y conductas es un tema de primera importancia en la

ciencia social aplicada. El saber que una actitud específica cumple una función determinada, nos libra de muchas conjeturas en el esfuerzo por producir el cambio. Puede confiarse más en llegar a producir el cambio sirviéndose, digamos, de un procedimiento de autopercepción que de una campaña propagandística, de un dispositivo de role-play que de la sugestión hipnótica, de promesas de aprobación y de gratificación social que de amenazas de castigo y privación.

LAS ACTITUDES Y LA TEORIA DE LA COHERENCIA En el examen de las relaciones existentes entre los componentes de las actitudes y entre las actitudes y la conducta, se señaló que aunque la persona trata de mantener una coherencia entre estos elementos, a menudo ocurren contradicciones aparentes. Del mismo modo que se plantea el problema de la estructura interna de las actitudes, se plantea también el problema de la estructura de los sistemas de actitudes, grupos de actitudes relacionadas con un conjunto de objetos sociales relacionados entre sí que se constituyen en un todo integrado e interconectado. Por ejemplo, las actitudes respecto a la Unión Soviética, los Estados Unidos, Israel y a la guerra, pertenecen a un sistema muy integrado. Las actitudes con respecto a la virginidad, a las relaciones sexuales prematrimoniales, al control de la natalidad y a las píldoras anticonceptivas coexisten también en un sistema. El interés está en saber en qué grado hay coherencia entre las actitudes de un sistema cognoscitivo qué pasa si las actitudes se vuelven incoherentes unas con otras, y cómo se llevan a cabo las adaptaciones para restaurar el sistema de coherencia. Para tratar de responder estas preguntas, examinaremos un cierto número de teorías de coherencia "cognoscitiva". No nos referimos, pues, a la coherencia de actitudes, sino a la coherencia cognoscitiva en general. El referirnos a esta coherencia más amplia se origina en nuestro interés por el conocimiento en su sentido más lato, por la imagen o visión del mundo que tiene la persona y que incluye los pensamientos, los valores y las acciones, así como también las actitudes de esa persona con respecto a un objeto o a un conjunto de sucesos. En el corazón de la coherencia cognoscitiva está la necesidad de llegar a una armonía y a una congruencia entre los conocimientos que obtenemos de los objetos y de las personas en el medio en que nos movemos. He aquí unos cuantos ejemplos de conocimientos incoherentes relativos al dominio de las actitudes. Fred es secretario de la Sociedad Protectora de Animales y me entero de que apalea salvajemente a su perro; creo que el Partido Nazi debe ser disuelto, pero apoyo las consignas del Partido Nazi; sé que el fumar provoca cáncer del pulmón, pero fumo cuatro cajetillas diarias. Cada uno de estos tres conjuntos de conocimientos crea problemas y tensiones porque sus elementos no cuadran uno con otro. ¿ Cómo puede haber lógica en el mundo, cómo puede éste tener estabilidad y sentido, si los que quieren a los animales los apalean, si sostengo las iniciativas de mis enemigos y si mi más preciosa costumbre es la de matarme a mí mismo?. Los ejemplos citados son exagerados y rebuscados, pero nos dan una idea de lo que se entiende por incoherencia cognoscitiva. Considérese un sistema miniatura en el que, en lo que respecta a la persona, todos los elementos cognoscitivos son congruentes. Usted aprecia mucho a Joe, y Joe admira las mismas cosas que usted (la iglesia) y siente disgusto por las mismas cosas que usted (Fred y el socialismo). Le agrada que la iglesia también esté contra el socialismo y le satisface saber que Fred simpatiza con el socialismo, porque ello justifica el rechazo de usted hacia él. Este sistema es armonioso y coherente. Suponga ahora que le llega una información que disloca completamente el sistema. Se entera usted de que Joe es en secreto un ardiente socialista, o descubre usted que Joe ha estado invitando a Fred a tomar amistosamente unos tragos, o que Fred, en realidad, desprecia el socialismo, o, peor, que su iglesia es ahora favorable al

socialismo. Estos nuevos elementos de información representan conocimientos incoherentes con los conocimientos que anteriormente tenía usted y llevan a una situación molesta y de tensión. No obstante, es poco probable que las cosas se queden en esa situación mucho tiempo. En sus sentimientos y creencias se llevarán a cabo modificaciones con el fin de restaurar la coherencia o equilibrio. Por ejemplo, puede comenzar a apreciar a Fred y a despreciar a Joe, o comenzar a simpatizar con el socialismo, u oponerse a la iglesia. En gran medida, los cambios concretos que se lleven a cabo en el sistema de actitudes dependerán de la fuera y del grado de interrelación de cada una de las actitudes y creencias. En general las actitudes más débiles y más aisladas son las primeras que cambian en el intento de restaurar la coherencia, pero a través de todo el sistema se sienten las consecuencias y es posible que cambien todos los elementos. La motivación tendiente a la coherencia puede ejercer una influencia poderosa en los sistemas de actitudes, llevando a la persona a hacer modificaciones para lograr que los diversos aspectos de su dinámica cognoscitiva sean coherentes unos con otros. Un cierto número de teorías se refieren a este problema. Todos los modelos teóricos de los que nos ocuparemos se refieren a los cambios que tienden a restaurar la coherencia, aunque a menudo se centran en modos diferentes de realizarla y especifican diferentes determinantes teóricos de la resolución. Todos los modelos parten del principio de coherencia, aunque los teóricos usen términos diferentes. Por ejemplo, Heider (1958) habla de "balanza", Osgood y Tannenbaum (1955) de "simetría", y Festinger (1957) prefiere el término "consonancia" para designar el mismo estado de armonía o equilibrio. Aunque estos modelos tienen mucho en común, existen también entre ellos diferencias de gran importancia. El principio de balance de Heider La primera y más simple formulación del principio de coherencia se encuentra en Heider (1958) en su teoría de la balanza. Heider se ocupa de los estados de equilibrio y desequilibrio que se dan entre tres elementos: la persona (P), otra persona (O) y un objeto, idea o problema dado (X). ¿Cuáles son las actitudes de dos amigos, P y O, con respecto a un problema dado X? Existe un estado de equilibrio cuando sus actitudes son similares con respecto al objeto, es decir, cuando ambos sienten gusto o disgusto por el objeto: Si uno de los das aprecia el objeto pero el otro lo desprecia, habrá desequilibrio, y los sentimientos consecuentes de tensión inducirán presiones dirigidas al cambio de actitud en dirección del estado de equilibrio. Por ejemplo, puede romper la amistad, o tratar de convencerse el uno al otro para que se adopte una actitud común armoniosa, con respecto al problema. Nótese que en este sistema triádico simple hay tres relaciones: La actitud de P con respecto a O, la actitud de P con respecto a X, y la actitud de O con respecto a X. En términos formales, un estado de equilibrio existiría si las tres relaciones entre P, O y X fueran positivas, o si dos fueran negativas y una positiva. Un ejemplo del primer caso: la persona admira a Churchill y gusta de fumar habanos; la persona está encantada de que Churchill también guste de fumar habanos. Un ejemplo del segundo estado: el Presidente Nasser (en 1956) odiaba a Israel y despreció a Jordania; supuso entonces que Jordania e Israel se apreciaban mutuamente. Un psicólogo australiano, Feather (1965), extendió y aplicó el principio de balanza de Heider al estudio de los efectos de la comunicación. En su investigación, Feather estudió la relación entre cuatro elementos de una estructura de comunicación: una fuente presenta un mensaje sobre un problema a un receptor. Se encontró que cuando se da a los sujetos comunicaciones hipotéticas sobre situaciones, tienden a predecir soluciones que representan un estado de equilibrio entre los cuatro elementos.

Figura 6.1. Representación esquemática de un sistema cognoscitivo en miniatura en el que las relaciones de cada uno de los elementos (el socialismo, la Iglesia, Fred y Joe) son coherentes. Una línea continua entre dos elementos representa una relación positiva (apoyo, aprecio, admiración, etc.). Una línea discontinua representa una relación negativa (disgusto, oposición, etc.). Las flechas indican la dirección de la relación.

Aunque constituye un punto de partida prometedor para el análisis de la coherencia cognoscitiva, el principio de balanza tiene un alcance limitado. La consideración de ciertos contextos sociales nuevos y de ciertas relaciones revela las limitaciones del principio de balanza. Si dos hombres están enamorados de la misma mujer, ¿tendrán necesariamente actitudes positivas mutuas? Si a usted le gustan los pollitos y los pollitos aprecian la comida de pollos, ¿le gustará a usted también la comida de pollos? Quizá la mayor debilidad del principio de balanza estriba en su incapacidad de especificar el sitio exacto y el grado preciso del cambio de actitud que se lleva a cabo para restaurar el equilibrio y la armonía de un sistema. El principio de congruencia de Osgood y Tannenbaum Este principio se basa en la suposición de que sea más simple el tener actitudes congruentes con respecto a dos objetos relacionados entre sí, como el presidente Eisenhower y el golf, que tener actitudes diferentes al respecto. El principio de congruencia va más allá que el principio de balanza porque hace predicciones cuantitativas explicitas sobre lo que ocurrirá si dos objetos relacionados no se encuentran en estado de congruencia. Por ejemplo, una persona que tiene una actitud indiferente con respecto a Eisenhower y una actitud entusiasta sobre el golf, recibe la información de que Eisenhower es un fanático del golf. La persona simpatizará más con Eisenhower y será, quizá, un poco menos entusiasta del golf, de modo que las intensidades de las dos actitudes se adecuen. La congruencia existe cuando dos objetos

relacionados son evaluados con una intensidad igual. En el ejemplo de Eisenhower y del golf, la actitud indiferente con respecto a Eisenhower cambiará más que su evaluación extremista del golf porque las actitudes muy "polarizadas" o extremistas cambian menos que las moderadas. Las pruebes experimentales (Osgood y Tannenbaum, 1955) confirman la teoría del principio de congruencia, aunque como en el caso del principio de balanza, su alcance operacional es limitado. Teoría de la disonancia de Festinger El más audaz de los principios de coherencia ha sido establecido por Festinger (1957) en su teoría de la disonancia cognoscitiva. Si la persona tiene conocimientos sobre sí misma o sobre el medio, incoherentes unos con otros, es decir, si un conocimiento implica lo opuesto de lo que implica el otro, existe un estado de disonancia cognoscitiva Se dan cuatro casos de disonancia cognoscitiva que se originan en cada una de las cuatro principales fuentes de incoherencia. a) Incoherencia lógica: creo que alrededor de 1970 un hombre pisará la Luna; pienso que es imposible fabricar un artefacto que permita salir de la atmósfera terrestre. b) Normas y costumbres culturales: creo que no se debe eructar en las comidas oficiales; eructo en las comidas oficiales. c) Opiniones incoherentes con la acción: creo que la Liga para vestir a los animales es un equipo de insensatos; apoyo económicamente las iniciativas de la Liga. d) Experiencia pasada: siempre que me pinchan con una aguja, me duele; acaban de pincharme, pero no me ha dolido. El estado de disonancia cognoscitiva es molesto porque despierta tensiones psicológicas y, en consecuencia, se hacen intentos para reducir la disonancia cambiando uno o los dos conocimientos o añadiendo otros nuevos. En los ejemplos citados se pueden modificar o añadir conocimientos del modo siguiente a) sin duda se logrará fabricar una nave espacial; b) no eructaré más en las comidas oficiales; c) apoyar económicamente las iniciativas de la Liga me favorece a la hora de hacer mi declaración de impuestos; d) a veces siento dolor cuando me pinchan con una aguja. El mejor modo de demostrar el alcance y la generalidad de la teoría de la disonancia, es repasar algunas de las mayores fuentes de disonancia que se han estudiado experimentalmente. Consecuencias negativas imprevistas La persona que descubre después de haber hecho una elección, que ésta implica muchas consecuencias negativas, se encuentra en un estado de disonancia cognoscitiva si su elección le ha producido mucho sufrimiento, la magnitud de la disonancia es muy grande e intenta reducirla prestando atención a las consecuencias positivas de la elección. Aronson y Mills (1959) indujeron un estado de disonancia en estudiantes de sexo femenino exigiéndoles pasar una severa ceremonia de iniciación antes de permitirles participar en una discusión de grupo sobre materias sexuales. Un grupo de muchachas pasó por una ceremonia de iniciación moderada que consistió en una prueba de "desconcierto" en la que tenían que leer solas una lista de palabras relacionadas con el sexo, tales como "prostituta", "virgo", y "caricias precopulatorias". El otro grupo, por el contrario, sufrió una prueba de iniciación mucho más severa, en la que tenían que leer en voz alta doce palabras obscenas y dos descripciones detalladas de actividad sexual. A todos los sujetos se les dijo que habían aprobado la prueba y se les permitió unirse al grupo de discusión. La primera reunión del "grupo" consistió en escuchar una larga y pesada discusión

sobre conducta sexual secundaria en los animales inferiores. Finalmente se preguntó a los sujetos su opinión sobre la discusión y sobre la medida en que apreciaban a los miembros del grupo. Se encontró que los sujetos que sufrieron una iniciación severa para tener el privilegio de escuchar la pesada y molesta discusión, se mostraron muy interesados por la discusión y por el grupo. Este resultado sugiere que la disonancia provocada por la prueba desconcertante y molesta se redujo mediante la percepción de la causa del desconcierto como muy valiosa. Las muchachas que pasaron por una ceremonia de iniciación moderada, y que en consecuencia sufrieron menor disonancia, fueron mucho más críticas y negativas en sus actitudes con respecto a la tediosa charla. Expectaciones no confirmadas La persona puede haberse preparado psicológicamente para un suceso que nunca se realiza, y, aún peor, puede haber hecho pública su predicción sobre el suceso. Festinger, Riecken y Schachter (195fi) describen en un estudio clásico sobre el terreno lo que pasa cuando una profecía importante se revela erróneamente y se produce una disonancia entre lo predicho y lo que en realidad ocurre. A mediados de 1950, Mrs. Marion Keech, una ama de casa de un suburbio, comenzó a recibir mensajes del espacio. Norteamericanos y canadienses quedaron intrigados porque Mrs. Keech proclamaba que el mensaje profetizaba una inminente marea que inundaría toda la América del Norte el 21 de diciembre. La publicidad hecha a Mrs. Keech y a su mensaje atrajeron a unos cuantos creyentes, así como también a Festinger, Riecken y Schachter, quienes se infiltraron en el grupo para observar las reacciones de Mrs. Keech el 22 de diciembre. El día 20 de diciembre Mrs. Keech recibió un mensaje en el que se le informaba que el grupo debería estar listo para recibir a un visitante que llegaría a medianoche para transportarlos en un platillo volador a un sitio seguro del espacio exterior. Llegó la medianoche, pero no vino ningún visitante y la marea profetizada estaba ya a menos de siete horas de producirse. La desesperación y la confusión fueron apoderándose gradualmente del grupo. Mrs. Keech tuvo una crisis y comenzó a llorar amargamente. Se leyeron los mensajes una y otra vez, por si se hubiese pasado por alto alguna indicación. Las explicaciones propuestas sobre la ausencia del visitante fueron rechazadas una tras otra, después de considerarlas. A las 4.45 a.m. Mrs. Keech reunió a todo el grupo y anunció que había recibido un mensaje. Con el estilo de un profeta del Antiguo Testamento anunció que Dios había salvado al mundo de la destrucción porque el pequeño grupo, en la vigilia de toda la noche, había producido tanta "luz" que era ésta y no el agua, la que inundaba ahora la tierra. Mrs. Keech manipuló la disonancia existente entre la drástica profecía y la realidad, mediante una racionalización de la discrepancia. Pero también tenía que ocuparse Mrs. Keech de la amplia publicidad que había recibido en la prensa, radio y televisión. Un modo de reducir la disonancia es buscar apoyo, en los demás; si los demás nos dan apoyo o soporte social nos sentimos en mejores condiciones de convencernos a nosotros mismos de que nuestra creencia era correcta. Mrs. Keech y los creyentes, quienes eran muy poco dados a la publicidad antes de que la profecía fallase, buscaban de modo insaciable la publicidad a partir del fracaso y llevaron a cabo campañas activas de proselitismo con el fin de aumentar el número de gente que los apoyase. En caso de que uno sienta la tentación de reírse de la expectación fallida de Mrs. Keech, es conveniente recordar que también los psicólogos sociales sufren la disonancia producida por expectaciones no confirmadas. En 1960, Hardych y Graden (1962) investigaron un grupo de testigos de Jehová que había profetizado un desastre nuclear general para el 15 de agosto. El desastre no ocurrió, pero tampoco buscó el grupo soporte social para sus creencias a través de la publicidad. Otros profetas de la ruina, completamente desconectados de la realidad, sufren aparentemente poca disonancia cuando sus expectaciones no se confirman. Thomas Beverly, rector de Lilley, en Hertfordshire, Inglaterra, en el siglo XVII era totalmente inmune a la disonancia cognoscitiva. En

1695 escribió un libro en el que predecía que el mundo se acabaría en 1697. En 1698 escribió un segundo libro en el que se lamentaba de que el mundo se hubiese acabado en 1697, sin que nadie se hubiese dado cuenta de ello. Es evidente que la no confirmación de una expectación pueda tener como consecuencia una variedad de reacciones, de las cuales no todas tienen como fin una reducción de la disonancia. Parece ser que la gente de Hertfordshire tiene una cierta tendencia a la profecía. Una sociedad religiosa publicó un aviso en el periódico local el lunes 9 de diciembre de 1958: "El mundo se acabará definitivamente el miércoles 11 de diciembre, a las nueve de la mañana en punto. Un relato completo será publicado en este periódico el viernes siguiente..." Consentimiento forzoso y justificación insuficiente Imagínese usted sujeto en una experiencia en la que pasa más de una hora llevando a cabo una tarea extremadamente molesta y aburrida, tal como trazar una cruz sobre los números cinco y siete en una columna de cifras. Suponga que después de esta tarea monótona el experimentador le ofrece un dólar si le ayuda a mentir a propósito de la tarea al sujeto que espera su turno para participar en la experiencia. La mentira consiste en decir al siguiente sujeto que la tarea es extremadamente interesante. Si usted acepta hacerlo ¿su actitud personal con respecto a la tarea será afectada por su conducta? Festinger y Carlsmith (1959), quienes llevaron a cabo una experiencia al respecto, supusieron que si se induce una persona a que diga o haga algo opuesto a su actitud personal (por ejemplo, decir que algo es interesante cuando en realidad piensa que es aburrido), dicha persona experimentará sentimientos de disonancia. Un modo de reducir la disonancia es modificar las actitudes con respecto a la tarea, de modo que se vuelvan acordes con el acto, es decir, comenzar a pensar que la tarea es en realidad muy interesante. El interés principal de Festinger y Carlsmith estaba en el efecto de la recompensa monetaria ofrecida para llevar al sujeto al acto disonante de mentir. Compararon las actitudes de los sujetos con respecto a una tarea aburrida en dos grupos de sujetos. A un grupo se le ofreció un dólar por decir la mentira; al otro grupo se ofreció una recompensa fabulosa de veinte dólares. La hipótesis de los autores fue que si una persona recibe veinte dólares por decir una mentira se produce muy poca disonancia entre su acto y su creencia, porque puede racionalizar que veinte dólares es una suma que no puede despreciarse y, en consecuencia, puede continuar considerando la tarea monótona, pesada y aburrida; pero si recibe solamente un dólar por hacer algo indebido, puede sólo tratar de reducir sus sentimientos de disonancia racionalizando que quizás la tarea fuese muy interesante. De acuerdo con su hipótesis, Festinger y Carlsmith encontraron que los sujetos a quienes se les dieron veinte dólares en recompensa por decir la mentira mostraron menos actitudes positivas con respecto a la tarea que los sujetos que recibieron un dólar. (Véase Fig. 6.2.). El principio de disonancia lleva al postulado paradójico de que si se dan a una persona muy pocas compensaciones para que se comprometa en una conducta que discrepa de sus actitudes, la subsecuente actitud de reducir la disonancia mediante el cambio será mayor que si se ofrecen compensaciones elevadas. Este postulado ha provocado una cantidad considerable de controversias y se ha tratado de interpretar los hallazgos de Festinger y Carlsmith en función de la sospecha, la angustia, la incredulidad y el resentimiento que despierta en un estudiante de preparatoria el ofrecimiento de veinte dólares por decir una pequeña mentira.

Figura 6.2. Evaluación del agrado que proporciona una tarea aburrida después de mentir diciendo que es atractiva. A mayor recompensa por decir la mentira corresponde una menor evaluación. Los sujetos del grupo control simplemente realizaron la tarea aburrida. (Según L. Festinger y J. M. Carlsmith, Cognitive consequences of forced compliance. En Journal of Abnormal and Social Psychology, 1959, 58, 203-210.)

Las consecuencias negativas imprevistas, las expectaciones no confirmadas por la realidad y la justificación insuficiente de un consentimiento forzoso, constituyen tres fuentes de incoherencia de las que se ha ocupado la teoría de la disonancia. La recepción o percepción de informaciones que contradicen conocimientos anteriores, es otra fuente de incoherencia cognoscitiva. En el próximo capítulo veremos que en la toma de una decisión que implica una elección entre dos alternativas igualmente apreciadas o despreciadas, el individuo experimenta a menudo la molestia de la disonancia. Puede tratar de reducir esta disonancia posterior a la decisión mediante la búsqueda de informaciones consonantes con su elección. Si ello es útil, puede escoger el exponerse de igual modo y alternativamente a informaciones disonantes y consonantes con la alternativa elegida, pero será más crítico con el material disonante (Feather, 1963). La balanza, la congruencia y la disonancia son tres versiones del principio de coherencia. Las tres participan del supuesto de que las percepciones, las acciones y las actitudes mantienen relaciones estrechas y armoniosas unas con otras. Cada una de las versiones de importancia a la estructura de los elementos de la actitud y se interesa en el modo como la desarmonía en la estructura induce un cambio en el sistema. La importancia de estas teorías para el estudio del cambio de actitudes estriba en la comprensión de cómo los nuevos elementos de información, que producen un trastorno en el sistema de actitudes, ponen en movimiento un conjunto de procesos, los cuales, a su vez, conducen a una restauración de la coherencia y de la armonía del sistema. Las teorías de la balanza y de la congruencia son las más limitadas en sus aplicaciones porque se ocupan de situaciones en las que se da una desarmonía en los conocimientos y una discrepancia en la evaluación de objetos relacionados. La teoría de la disonancia, por otra parte, es mucho más general en cuanto a campo de aplicación; se centra en las discrepancias entre elementos de conocimiento y de acción como fuente de incoherencia y, consecuentemente, tiene mucho más que decir acerca de los procesos cognoscitivos en general, además de su competencia en el terreno del cambio de actitud. El principio de coherencia a pesar de ser un factor importante en la dinámica de las actitudes, no es universalmente dominante; una alta tolerancia de la ambigüedad, una inmunidad a las tensiones psicológicas y la preferencia por lo nuevo y lo complejo, son factores que a veces restan importancia a la necesidad de coherencia.

LA INFLUENCIA SOCIAL: EL PROCESO DE CAMBIO DE ACTITUD ¿Cuál es la influencia sobre un individuo de los intentos de otras personas o grupos de cambiar sus opiniones? La influencia social no es un proceso uniforme y no sigue un principio único. Kelman (1961), por ejemplo, ha distinguido entre tres modos tradicionales de abordar este problema: a) la influencia social sobre los juicios y opiniones que resulta de las presiones a la conformidad, b) la influencia social que resulta de la interacción en grupos primarios pequeños, tales corno la familia y el grupo de pares, y c) la influencia social que se deriva de las comunicaciones persuasivas provenientes de fuentes prestigiosas. La distinción de estos diferentes orígenes de influencia es importante porque cada uno tiene su base psicológica específica y sus consecuencias especiales para el cambio de actitud. Para Kelman, cada uno de estos tres modos de abordar el problema corresponde a un proceso de influencia social, con sus propias características. En primer lugar, en el proceso llamado consentimiento, el individuo acepta la influencia porque espera obtener una reacción favorable de otra persona o grupo. En las situaciones cara a cara, en las que un individuo sufre la presión del grupo para que acepte una opinión o un juicio contrario a lo que cree, el acomodarse a la influencia se basa en un deseo de conformarse a las expectaciones de los demás para obtener gratificaciones o evitar sanciones. Se trata aquí de un caso de consentimiento en el que se adopta públicamente la opinión sin aceptación real interna. Tan pronto como desaparece la presión del grupo sobre el individuo, éste vuelve a su opinión primitiva. Quizás el mejor ejemplo de este tipo de consentimiento lo constituya la colaboración temporal de los soldados norteamericanos prisioneros de los comunistas chinos durante la guerra de Corea. Un segundo proceso de influencia se llama identificación, y ocurre cuando un individuo adopta las actitudes de un grupo porque sus relaciones con la persona o el grupo le producen satisfacción y forman parte de su auto-imagen. El pequeño grupo primario al que el individuo está afiliado, íntimamente ejerce un tipo especial de influencia social. Muchas actitudes básicas tienen su raíz y su apoyo en estos grupos y reflejan sus normas, valores y creencias. Se trata en este caso de una influencia social normativa procedente de los grupos de referencia con los que la persona está íntimamente identificada. Las interacciones en la familia son la fuente de las primeras y más fuertes influencias sobre las actitudes. Los padres transfieren a sus hijos sus propias opiniones, prejuicios y preferencias, a través del proceso de identificación, es decir, de apropiación de los atributos de otra persona. Las creencias políticas y religiosas, los prejuicios y preferencias electorales, son muy homogéneos dentro de las familias. Junto con la familia, la escuela aparece como una fuerza central y dominante en la socialización de las creencias políticas e ideológicas en el niño. Aún durante los años de preparatoria, las normas del grupo influencian el desarrollo de actitudes con respecto a importantes problemas públicos, como lo ha mostrado el clásico estudio de Newcomb sobre Bennington (1958). Aunque tales actitudes son las primeras y a menudo se aprenden con un alto grado de implicación emocional, se mantiene solamente mientras la relación con los padres y pares es satisfactoria y gratificante. Las gratificaciones que provienen de la aceptación de la influencia normativa, de adoptar la actitud "correcta" en el grupo, incluyen el estatuto, el reconocimiento, el apoyo y la aceptación. Adherirse a las normas de grupo proporciona también seguridad y la satisfacción de saber que no se está solo, que no se es la única persona que sostiene tal actitud. Esto último constituye un factor importante en las opiniones que están profundamente enraizadas en consideraciones de realidad y de definición social. El filósofo Santayana

(1922) expresó esta idea en su conocido aforismo: "El hombre es un animal gregario, y mucho más en su mente que en su cuerpo. Quizás le guste caminar solo, pero odia que sus opiniones sean sólo suyas" (p. 174). El tercer proceso de influencia social es la internalización. La información relativa a las actitudes está contenida en comunicaciones persuasivas proporcionadas por fuentes veraces y dignas de confianza. Se acepta la influencia porque los aportes persuasivos cuadran con el sistema de valor del individuo y producen satisfacción intrínseca. La idea central en este modo de considerar la influencia social es que una opinión o una actitud se acepta cuando su adopción y expresión conduce a sentimientos actuales o anticipados de satisfacción y de auto-aprobación. Un grupo de psicólogos de la Universidad de Yale (Hovland, Janis y Kelley, 1953) se han dedicado a la investigación experimental sobre las características de la fuente del mensaje, del mensaje trasmitido y de la audiencia (receptor) y en el proceso de cambio de actitud, así como de las relaciones que existen entre estas instancias. Estas variables son paralelas a la muy conocida fórmula de elementos de persuasión: "quién dice, a quién lo dice, lo que dice y con qué efecto". A continuación resumimos algunos de los hallazgos más importantes del grupo de Yale, para dar una idea de la amplitud del trabajo llevado a cabo a propósito del proceso de persuasión. La fuente del mensaje (el emisor) tiene más probabilidades de inducir un cambio de actitud si su credibilidad (su honradez y autoridad en la materia) es alta; hasta un cierto punto, tendrá más éxito la fuente del mensaje si solicita un gran cambio de actitud que si solicita un cambio pequeño. El modo en que se expresa, se organiza y se presenta una comunicación persuasiva es un determinante importante de su percepción. Si una cuestión tiene dos opciones posibles, una comunicación que presente los pros y los contras de las dos opciones será más eficaz que una comunicación en la que sólo se considera una de las dos opciones, puesto que la primera "inmuniza" al receptor contra la propaganda contraria. Si, como es el caso en un debate, se tienen que comunicar dos puntos de vista opuestos, la comunicación más eficaz es la primera. Si los problemas son tan complejos que el auditorio no está en posibilidad de sacar por sí mismo la conclusión deseada, la comunicación será más eficaz si se saca en su lugar la conclusión. Las referencias emocionales que despiertan miedo o agresión son más efectivas con la gente ignorante, de poca inteligencia, que con gente bien formada, pero pueden tener un efecto contrario y llevar a reacciones de defensa que impiden la aceptación del mensaje. Finalmente, algunas personas son más fáciles de convencer que otras. En general, las mujeres son más fáciles de persuadir que los hombres; los individuos socialmente aislados y la gente que sufre sentimientos de baja autoestima, son también muy sensibles a la persuasión. El escuchar pasivamente a alguien y la lectura del mensaje, son menos eficaces que la participación activa en la búsqueda y la improvisación de argumentos en favor de la actitud deseada. La gente que experimenta éxito o recibe aprobación social por sus esfuerzos de participación o por la posición que defiende en la comunicación, tiene más probabilidades de adoptar la nueva actitud que quienes no reciben gratificación. La psicología de la comunicación persuasiva tiene antecedentes en el arte de la retórica, esencialmente arte de persuasión, que floreció durante los imperios griegos y romano. El mejor relato del desarrollo de este arte es el tratado de Retórica de Aristóteles. Se advierte al orador político que aconseje lo que parece ser bueno. Debe comprender el auditorio, saber lo que provoca la ira, la admiración, la vergüenza. Se prefiere la claridad, aunque se permite adornar el discurso con metáforas y figuras expresivas. El trabajo del grupo de Yale sobre el proceso de persuasión se ha considerado como un tipo de retórica científica a causa de su semejanza con el arte antiguo de propagar opiniones y de sus fundamentos científicamente establecidos.

En esta breve discusión de la influencia social en el cambio de actitud se hizo una distinción entre tres modos diferentes mediante los cuales la interacción social produce modificaciones de opiniones y creencias, a saber: consentimiento a una presión directa, adhesión a normas de grupo por identificación, e internación por parte del receptor de comunicaciones persuasivas en una relación social. En la mayoría de las situaciones sociales es difícil distinguir la influencia de estos tres modos porque pueden funcionar conjuntamente. La distinción conceptual, no obstante, es importante para el resultado de cualquier intento de modificar actitudes. Uno de los problemas más desagradables en el área de la influencia social es la corta existencia de algunos cambios de actitud. Una modificación de opinión aparentemente profunda desaparece rápidamente después de la intervención tendiente a cambiar la actitud y el agente de la influencia queda confundido con la muestra aparente de inestabilidad. El reconocer que la influencia social está vinculada a diferentes conjuntos motivacionales ayuda a explicar la naturaleza precaria y la corta vida de ciertos cambios de actitud y la relativa permanencia de otros. Las presiones hacia el consentimiento y la conformidad, raramente pueden mantenerse por mucho tiempo. Por ejemplo, en un campo de concentración de prisioneros de guerra, tan pronto como desaparece el control sobre el individuo, éste vuelve a su opinión personal, una opinión que en realidad nunca desapareció. Las normas de grupo relativas a las actitudes se siguen solamente mientras que la relación del individuo con el grupo le satisface o mientras la tensión originada por la manifestación de una opinión diferente es intolerable. Si el grupo pierde su utilidad para el individuo, o si se desarrollan relaciones hostiles, negativas, entre el individuo y el grupo, la opinión orientada hacia y por la norma desaparece. Finalmente, el cambio de actitud producido por una comunicación persuasiva de alta credibilidad persiste sólo en la medida en que se mantienen los valores relacionados con la actitud. De acuerdo con el principio de la coherencia cognoscitiva, la actitud se vuelve redundante y se descarta rápidamente si ella o algunos elementos en ella se vuelven incoherentes con los valores fundamentales relativos a la cuestión. Un ejemplo de este fenómeno lo constituye las grandes fluctuaciones y variaciones en las actitudes con respecto a la guerra de Vietnam a medida que el público dispone de informaciones sobre el desarrollo y las consecuencias de la guerra. Los medios de comunicación social, radio, televisión y prensa, aunque a veces se les "desconecte" cuando presentan algo desagradable, ejercen una influencia poderosa en el público. Esta influencia a menudo no es directa, sino indirecta, a través de los líderes de opinión, gente clave, de status elevado en la comunidad, particularmente atenta a los medios de comunicación de masa, que interpretan y transmiten la información a su círculo de amigos y colegas. En lo que ha sido llamada "la doble cascada de la comunicación", las informaciones e ideas fluyen de los medios de comunicación de masa a los líderes de opinión de la comunidad local y del vecindario, y de éstos, de boca en boca, a los miembros ordinarios de la comunidad. En el área de las actitudes y de las relaciones intergrupos, los contactos directos como los que se establecen cuando los individuos viven o trabajan juntos, constituyen otro medio de modificar las actitudes. Los contactos entre miembros de varios grupos, tales como aborígenes y blancos, tienen más probabilidad de producir un cambio positivo de actitud cuando los contactos se realizan sobre una base de estatus social igual; cuando se requiere un esfuerzo cooperativo para realizar una tarea conjunta, como en las fuerzas armadas, en un buque o en una tienda por departamentos; y cuando el contacto se realiza durante un período suficientemente grande como para que ocurran experiencias satisfactorias mutuas. Quizás la forma más dramática y menos comprendida de cambio de actitud sea la conversión instantánea que sigue a una experiencia poco común, desconcertante o dolorosa. Stagner (1948) ha llamado este cambio de actitud "trauma" y ha ilustrado su dinámica refiriéndose a la atracción de ciertos líderes rusos al comunismo. Tales casos de conversión instantánea, aunque poco habituales, merecen una investigación profunda a causa de los conocimientos que pueden proporcionarnos acerca del proceso de cambio de creencias. Otra ilustración del modo en que una experiencia breve y

dramática puede destruir la resistencia al cambio de actitud, la proporcionan los estudios de role playing emocional y su utilización en la modificación de los hábitos de los fumadores. En una experiencia de Janis y Mann (1965) se pidió a muchachas estudiantes de college, todas ellas fumadoras, que adoptaran en una sesión de role playing el papel de un enfermo que sufre las

Figura 6.3. Efectos a largo plazo de un "role playing" emocional con respecto al hábito de fumar. Dieciocho meses después de participar en la sesión de "role playing", las muchachas que desempeñaron el papel de enfermas de cáncer seguían fumando menos que las muchachas del grupo control. (Según L. Mann e I. L. Janis, A follow_up study on the long-term effects of emotional role playing. En Journal of Personality and Social Psychology, 1968, 8, 339-342.)

consecuencias dolorosas de fumar. El experimentador, en su papel de "médico", dio al "paciente" ciertas "malas noticias"; un supuesto examen de rayos X reveló cáncer del pulmón y la intervención quirúrgica inmediata se decretó necesaria. Durante el intercambio espontáneo entre el "médico" y el “enfermo" se introdujo información angustiadora adicional sobre el dolor y los riesgos de la operación, sobre el tratamiento post-operatorio y a propósito del cáncer del pulmón producido por el tabaco. La experiencia fue tan inquietante y realista que la casi totalidad de las muchachas abandonaron o modificaron drásticamente su costumbre de fumar, después de la sesión de role playing, y en un control realizado durante dieciocho meses siguieron mostrando una disminución significativa de consumo de tabaco (Mann y Janis, 1968). La eficacia a largo plazo del role playing emocional puede verse en la figura 6.3, que muestra la disminución en el consumo de tabaco a lo largo de los dieciocho meses que siguieron a la sesión. Aun en los limites de un laboratorio es posible desarrollar situaciones de la vida real que comprometen al individuo y provocan cambios impresionantes de actitud y de conducta.

RESUMEN Hemos visto en el capítulo dos clases diferentes de estructuras de actitudes. La estructura intraactitud, formada por los componentes cognoscitivo efectivo y comportamental, tiende a la coherencia en el sentido de que los componentes se apoyan unos a otros, aunque se vio que esto no es un principio universal. Las discrepancias que a menudo se observan entre los componentes afectivo y cognoscitivo por una parte, y las tendencias conductuales por la otra, llevan el reconocimiento de que la conducta está determinada, no sólo por las actitudes, sino también por factores externos del medio social. Las discrepancias que existen entre los tres componentes representan, un factor que provoca una presión al cambio de actitud. Vimos esto en la demostración de que una modificación en uno de los componentes, bajo hipnosis, induce una modificación subsecuente en otro componente para restaurar la cohesión interna (Rosenberg, 1960). La estructura interactitudes es la agrupación de un conjunto de actitudes relativas a un conjunto de objetos sociales relacionados entre sí. A causa de su interrelación se llama al conjunto de actitudes un "sistema cognoscitivo" y en éste, de nuevo, existe la necesidad de preservar y restaurar la coherencia entre los elementos, cuando se produce una discrepancia. Se discutieron las variantes de un principio de coherencia fundamental: el modelo de la balanza de Heider, el principio de congruencia de Osgood y Tannenbaum y la teoría de la disonancia cognoscitiva de Festinger. Las tres versiones tienen sus implicaciones en lo que respecta a la comprensión del cambio de actitud porque la nueva información que produce un trastorno en el sistema pone en movimiento una serie de intentos activos de restaurar la coherencia, a menudo mediante el cambio de actitud. Otro determinante importante del desarrollo y del cambio de actitudes lo constituye la función de satisfacción de necesidades y motivaciones básicas que desempeñan las actitudes sociales. Siguiendo la teoría de Katz (1960) se distinguieron cuatro funciones: adaptación, expresión de valores, conocimientos, y ego-defensa. Esta última función tiene una importancia particular en el desarrollo de prejuicios. Las diferencias conceptuales entre las funciones, aunque no siempre puedan ser observadas en la práctica, indican que para que un método de cambiar actitudes tenga éxito debe tenerse en cuenta la necesidad a que la actitud está sirviendo y a esa necesidad habrá que orientarse. En el análisis del papel jugado por la influencia social en el proceso de cambio de actitud se distinguieron, siguiendo la teoría de Kelman (1961), tres tipos de influencia: la influencia que se origina en las presiones tendientes a la conformidad (consentimiento); la que se deriva del establecimiento de normas en los grupos primarios pequeños (identificación); y la que proviene de comunicaciones persuasivas procedentes de fuentes dignas de confianza (internalización). De nuevo la distinción conceptual tiene sus implicaciones en lo que respecta al mantenimiento y a la duración de un cambio de actitud producido por las diferentes fuentes de influencia. La conclusión más importante de este capítulo es que las actitudes no se desarrollan ni se cambian sobre la base de un principio único y uniforme. Todos los problemas mencionados en la discusión deben ser tomados en cuenta; las propiedades estructurales de la actitud, las bases funcionales de la actitud y el tipo de influencia social responsable de su formación inicial y lo que respecta a su mantenimiento.