LA BIBLIA HABLA: ESTUDIOS DE LA PALABRA DE DIOS

Salmo 51: Un Corazon contrito y Humillado Por Harold Camping Todos los derechos reservados, incluso el derecho de reproducción total o parcial de este material en cualquier forma que sea. Publicado e impreso por Family Stations, Inc. Oakland, California 94621 Estados Unidos de América. Internet: www.familyradio.org E-mail: [email protected] 12-16-2014

Salmo 51: Un Corazón Contrito y Humillado Por Har old C amping Harold Camping

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l salmo 51, al igual que muchos de los salmos, fue escrito por el rey David, y comienza con un encabezamiento que describe el importante contexto del salmo. El encabezamiento dice lo siguiente: Al músic o pr incipal. SSalmo músico principal. Da vid,, cuando después que se llegó almo de D avid eta. aB etsabé, vino a él N a tán el pr of Na prof ofeta. Betsabé, Antes de darle inicio a este salmo, Dios desea que conozcamos la escena histórica que inspiró su escritura. David era un rey de Israel amado por su nación, y muchos pasajes de la Escritura indican que era un hijo de Dios y que Dios lo amaba entrañablemente. David –a quién Dios había escogido para que fuera rey de Israel- mantenía una relación especial e íntima con Él. No obstante, cayó en un pecado atroz. En 2 Samuel 11, encontramos la historia de David y Betsabé; y para poder comprender qué ocurrió, vamos a leer ese pasaje y dedicar algún tiempo a analizarlo. El relato resulta escandaloso por ser David quién era; y aunque nos parezca imposible que haya sucedido una cosa así, sabemos que es un hecho cierto porque se encuentra en la Biblia, y en atención a nosotros, el lenguaje que Dios empleó para escribirlo es muy claro. Sólo después de haber estudiado esta historia de un pecado tan grande podemos comprender la desesperación de David y su urgente petición de perdón en el Salmo 51. A pesar de ser un rey temeroso de Dios, David cometió un pecado horrible. Pero las medidas que tomó para tratar de encubrirlo y parecer inocente, ponen de manifiesto la naturaleza terrible del pecado y la profundidad del abismo en el que nos sumerge.

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Hasta ese momento, las cosas que habíamos oído acerca de David siempre habían sido buenas. Todo que Dios dice de él durante los primeros años de su vida es bueno. David era uno de mejores hombres en la Biblia, y el Propio Dios dijo que era “un hombre conforme a Su corazón”. En Hechos 13:22, leemos lo siguiente –”… avid tó p or rre ey a D [D ios] les le van Da vid,, de quien dio también [Dios] lev antó por arón testimonio diciendo: H e hallado a D avid hijo de IIsaí, saí, vvarón Da He c onf or me a mi ccor or azón, quien hará tto odo lo que yyo o quier o ”. Pero a onfor orme orazón, quiero pesar de eso, David cayó en un pecado espantoso. En esta historia verídica, su pecado se revela con toda su fealdad. Todos los verdaderos creyentes debemos considerar con mucha atención lo que le sucedió a David porque esta historia nos muestra las profundidades del pecado, en el cual –aun cuando seamos verdaderos creyentes- todos podemos caer. Pues bien, para comprender el contexto del Salmo 51, vamos a leer en 2 Samuel 11 comenzando en el versículo 1: Acon o que salen los rre eyes a la ontteció al año siguien siguientte, en el tiemp tiempo guer avid en vió a JJoab oab on él a sus sier vos y a tto odo guerrra, que D Da envió oab,, y ccon sierv I sr ael, y destr uy er on a los amonitas on a R abá; p er oD avid srael, destruy uyer eron amonitas,, y sitiar sitiaron Rabá; per ero Da se quedó en Jerusalén. Y suc edió un día, al ccaer aer la tar de van tó D avid de su lecho sucedió tarde de,, que se le lev antó Da e el tter er asa rreal; eal; y vio desde el tter er sobre errrado de la ccasa errrado y se paseaba sobr a una mujer que se estaba bañando a muy her mosa. bañando,, la cual er era hermosa. En vió D avid a pr egun tar p or aquella mujer on: —A quella Envió Da pregun eguntar por mujer,, y le dijer dijeron: —Aquella etsabé hija de EEliam, liam, mujer de U eo Betsabé Urías heteo eo.. es B rías het La semilla del pecado, según vemos aquí, estaba siendo sembrada. Por ser el rey, David debía estar en el frente de batalla; sin se quedó en JJer er usalén embargo, “se erusalén usalén”. Y un día, desde el terrado, vio a una mujer muy hermosa que se estaba bañando. Para evitar la tentación, David debió haber desviado los ojos y regresado a su habitación en ese mismo momento. Pero en vez de hacer eso, continuó contemplándola con codicia. Sus pensamientos pecaminosos muy pronto se convirtieron en acciones, y preguntó a sus siervos quién era esa mujer. Al oír que era la esposa de Urías, el deber de David era apartarla de sus

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pensamientos por cuanto se trataba de una mujer casada. Pero no lo hizo. Leamos ahora el versículo 4: Y en vió D avid mensajer os omó; y vino a él, y él dur mió ccon on envió Da mensajeros os,, y la ttomó; durmió olvió a su ccasa. uego ificó de su inmundicia, y se vvolvió uego,, ella se pur purificó asa. ella. LLuego Los pecados de codicia y de lujuria de David se habían transformado en un pecado de adulterio. Actuó conforme a sus pensamientos. David era el rey, y por tanto, sus órdenes tenían que ser obedecidas; y aprovechándose de eso, hizo uso de su dignidad real para satisfacer su concupiscencia en esta mujer. Pero la cosa no terminó ahí. En el versículo 5 leemos: Y cconcibió oncibió la mujer vió a hac er lo sab er a D avid mujer,, y en envió hacer erlo saber Da vid,, diciendo: — E st oy encin ta. sto encinta. Podemos imaginar la desesperación que se apoderó de Betsabé cuando descubrió que estaba encinta. Un hijo ilegítimo habría sido sobremanera vergonzoso. ¿Cómo se enfrentaría a su esposo, que estaba en el frente de batalla? ¿Qué debía hacer? Y en esas circunstancias, hizo lo único que le era posible hacer –se lo dijo al rey. Al fin y al cabo, él era el único culpable de la situación en la que se hallaba, y tenía que darle una solución a este problema. Ahora bien, el conflicto de David era terrible. ¡Estaba atrapado! Su pecado de adulterio lo había llevado a dejar encinta a una mujer ilícitamente. Sin embargo, ¿clamó a Dios para pedirle ayuda? ¿Le dijo acaso: —”Oh Dios, he hecho algo espantoso y metido en un problema. ¡Ten misericordia y muéstrame lo que debo hacer!”? ¡No!, no hizo nada de eso. David trató de encubrir su pecado e ideó una solución muy retorcida. A partir del versículo 6 leemos: En es D avid en vió a decir a JJoab: oab: —En víame a U rías het eo Enttonc onces Da envió —Envíame Urías heteo eo.. Y Joab en vió a U rías a D avid envió Urías Da vid.. Cuando U rías vino a él, D avid le pr egun tó p or la salud de JJoab oab Urías Da pregun eguntó por oab,, y p or la salud del pueblo or el estado de la guer pueblo,, y p por guerrra. D espués dijo D avid a U rías: —D esciende a tu ccasa, asa, y la va tus pies Da Urías: —Desciende lav pies.. rías de la ccasa asa del rre ey…. Urías Y saliendo U David pensó que si podía lograr que Urías pasara la noche con su esposa, supondría que el niño era suyo. Todo saldría bien y nadie

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sabría nada, nadie se enteraría de la verdad. Sin embargo, Dios no iba a permitir que David se saliera con la suya después de haber cometido este terrible pecado. Urías, empero, no hizo lo que David le propuso. En los versículos 9-11, leemos lo siguiente: ey ccon on tto o dos los rías dur mió a la puer ta de la ccasa asa del rre M as U Urías durmió puerta asa. endió a su ccasa. sier vos de su señor sierv señor,, y no desc descendió E hicier on sab er est oaD avid rías no ha desc endido hicieron saber esto Da vid,, diciendo: —U —Urías descendido a su ccasa. asa. Y dijo D avid a U rías: —¿N o has vvenido enido de ccamino? amino? ¿P or Da Urías: —¿No ¿Por qué, pues endist e a tu ccasa? asa? pues,, no desc descendist endiste YU rías rresp esp ondió a D avid: —E sr ael y JJudá udá están bajo Urías espondió Da —Ell ar arcca de IIsr srael tiendas oab vos de mi señor amino; ¿y tiendas,, y mi señor JJoab oab,, y los sier sierv señor,, en el ccamino; habría yyo o de en tr ar en mi ccasa asa par a ccomer omer y b eb er mir ccon on entr trar para beb eber er,, y a dor dormir mi mujer? P or vida tuy a, y p or vida de tu alma, que yyo o no haré tal Por tuya, por cosa. Urías era un soldado muy leal y no quiso aprovechar la oportunidad que le daba el rey de pasar la noche en su casa. No obstante, David decidió hacer un nuevo intento. Sigamos leyendo en los versículos 12 y 13: YD avid dijo a U rías: —Q uéda y, y mañana tte e Da Urías: —Quéda uédatte aquí aún ho hoy despacharé. Y se quedó U rías en JJer er usalén aquel día y el Urías erusalén siguien siguientte. YD avid lo ccon on vidó a ccomer omer y a b eb er ccon on él, hasta embr iagar lo Da onvidó beb eber embriagar iagarlo lo.. Y él salió a la tar de a dor mir en su ccama ama ccon on los sier vos de su señor tarde dormir sierv señor;; mas no desc endió a su ccasa. asa. descendió David pensó que si lograba embriagar a Urías, éste se iría a su casa a dormir con su mujer y olvidaría su juramento de lealtad. Pero a pesar de su embriaguez, no descendió a su casa. Nos quedamos pasmados al contemplar el camino que siguió David cometiendo un pecado tras otro. ¿Cómo pudo un hijo de Dios llegar a una situación tan horrible? Sin embargo, aún va a tornarse peor. En estos momentos, es obvio que David ya se sentía desesperado porque el próximo paso de su plan fue encubrir su pecado. En los versículos 14 y 15, leemos: Venida la mañana, escr ibió D avid a JJoab oab una ccar ar ta, la cual en vió escribió Da arta, envió p or mano de U rías Urías rías..

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Y escr ibió en la ccar ar ta, diciendo: “P oned a U rías al fr en escribió arta, “Poned Urías fren entte, en lo más talla, y rretir etir aos de él, par a que sea her ido y muer a”. batalla, etiraos para herido muera recio de la ba Al escribir estos versículos en la Biblia, Dios empleó el lenguaje más claro posible para que no hubiera ninguna posibilidad de interpretarlos erróneamente, y nos dio todos los detalles. La carta que Urías le entregó a su general era su propia sentencia de muerte. ¡Qué horror! David había ordenado la ejecución de Urías, y para que nadie cuestionara su muerte, trazó un plan para que fuera el enemigo quién se encargara de hacerlo morir. Y como David era el rey, Joab tendría que obedecer aunque no estuviera de acuerdo con semejante orden. David estaba dispuesto a cometer un homicidio con tal de encubrir su pecado de adulterio. Hay un principio bíblico que dice que el pecado engendra pecado. Por ejemplo, en Santiago 1:14-15 en tado opia leemos: “… c ada uno es tten entado tado,, cuando de su pr propia concupisc encia es aatr tr aído y seducido es la cconcupisc oncupisc encia, oncupiscencia traído seducido.. En Enttonc onces oncupiscencia, después que ha cconc onc ebido ec ado; y el p ec ado oncebido ebido,, da a luz el p pec ecado; pec ecado ado,, siendo consumado onsumado,, da a luz la muer muertte ”. Este principio se hace patente en los pecados de David. Su propia concupiscencia hizo que cayera en la tentación, luego consumó el pecado de adulterio, y ahora, para encubrir su pecado, ¡ha llegado al homicidio! ¡Sí!, se trata ciertamente de un homicidio porque es como si el mismo David en persona hubiera matado a Urías. Sin embargo, David no era un hombre malvado -él era el rey, el amado de Dios. ¿Cómo pudo caer en un pecado tan grave? ¿Dónde dejó su comunión con Dios? 2 Samuel 11 continúa diciéndonos que el general Joab obedeció a David, y puso a Urías en el lugar más recio de la batalla; y después que lo mataron, le envió un mensaje a David para hacerle saber que todo había ocurrido tal y como él esperaba que ocurriera. Algún tiempo después, David tomó a Betsabé por esposa. En 2 Samuel 11:26-27 leemos: O yendo la mujer de U rías que su mar ido U rías er a muer o Urías marido Urías era muertto, hiz hizo duelo p or su mar ido por marido ido.. Y pasado el lut o, en vió D avid y la tr ajo a su ccasa; asa; y fue ella su luto envió Da trajo as est o que D avid había hecho mujer,, y le dio a luz un hijo hijo.. M Mas esto Da hecho,, fue mujer desagr adable an eho vá. desagradable antte los ojos de JJeho ehová.

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Es posible que David pensara que el problema había quedado resuelto y que todo estaba bien. Sin embargo, Dios sabía muy bien lo que había sucedido y se dispuso a encararse con David por sus pecados. En 2 Samuel 12 leemos acerca de un profeta llamado Natán que vino a David con un mensaje de parte de Jehová. A partir del versículo 7 dice lo siguiente: e sr ael: —Y o tte e ungí p or rre e y sobr eho vá, D ios de IIsr A sí ha dicho JJeho por sobre srael: —Yo ehová, Dios ael, y tte e libré de la mano de SSaúl, aúl, srael, I sr Y tte e di la ccasa asa de tu señor es de tu señor en tu seno; señor,, y las mujer mujeres además tte e di la ccasa asa de IIsr sr ael y de JJudá; udá; y si est o fuer ap o co, tte e srael esto fuera po habría añadido mucho más más.. ¿P or qué, pues e en p o co la P alabr a de JJeho eho vá, haciendo lo ¿Por pues,, tuvist tuviste po Palabr alabra ehová, malo delan rías het eo her ist e a espada, y delantte de Sus ojos? A U Urías heteo herist iste tomast ep or mujer a su mujer tast e ccon on la espada de omaste por mujer,, y a él lo ma matast taste los hijos de A món. Amón. Por lo cual ahor a no se apar tará jamás de tu ccasa asa la espada, p or ahora apartará por cuan eciast e, y ttomast omast e la mujer de U rías par a que cuantto me menospr menospreciast eciaste omaste Urías para fuese tu mujer mujer.. A sí ha dicho JJeho eho vá: —H e aquí Yo haré le van tar el mal sobr e ti de ehová: —He lev antar sobre tu misma ccasa, asa, y ttomaré omaré tus mujer es delan mujeres delantte de tus ojos ojos,, y las daré a tu prójimo ac erá ccon on tus mujer es a la vista del sol. prójimo,, el cual yyac acerá mujeres Por que tú lo hicist e en secr et o; mas Yo haré est o delan odo orque hiciste secret eto; esto delantte de tto ael y a pleno sol. srael I sr ¡Qué horrible era lo que David estaba oyendo de parte de Dios! Leímos todos estos versículos porque Dios los puso en la Biblia con el fin de darnos a conocer la historia completa. La ira de Dios cayó sobre el rey David, y como resultado de su pecado, su reino se vio en peligro. Pensó que su pecado había quedado oculto, pero Dios lo hizo manifiesto ante los ojos de todo el pueblo. A pesar de ser un hijo de Dios, su pecado no podía ser ignorado. Valiéndose del profeta Natán, Dios declaró abiertamente que David había hecho mal y que había despreciado Sus mandamientos. En los próximos versículos leemos:

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En es dijo D avid a N a tán: —P equé ccon on tr a JJeho eho vá. Y N atán dijo Enttonc onces Da Na —Pequé ontr tra ehová. Na aD avid: —T ambién JJeho eho vá ha rremitido emitido tu p ec ado; no mor irás morirás irás.. Da —También ehová pec ecado; M as p or cuan on est e asun e blasf emar a los enemigos por cuantto ccon este asuntto hicist hiciste blasfemar de JJeho eho vá, el hijo que tte e ha nacido cier tamen irá. ehová, ciertamen tamentte mor morirá. Dios le dijo claramente a David que sus pecados eran terribles y por ese motivo, las consecuencias serían tremendas y duraderas; y también le dijo que el niño que había nacido como fruto de aquella relación adúltera moriría. Ése fue otro resultado de su horrible pecado. Pero entremezcladas con las palabras de condenación que Dios le dirige, también hay palabras asombrosas, como por ejemplo: vá ha rremitido emitido tu p ec ado; no mor irás “JJeho ehová pec ecado; morirás irás”. El pecado de David había sido remitido –es decir, Dios había perdonado a David y no le tendría en cuenta su pecado; y por tanto, no moriría. En Romanos 6:23 la paga del p ec ado es muer dice que “la pec ecado muertte ”. Pero David no tendría que pagar ese precio porque sus pecados ya habían sido remitidos. A pesar de haber sido horribles, pudieron ser perdonados porque, a fin de cuentas, David era un hijo de Dios. Hay muchas lecciones que podemos aprender de esta triste historia. De hecho, ésta es una de las históricas bíblicas más trágicas, pero Dios la puso en la Biblia para que todos la leyéramos. Resulta chocante que un hombre tan piadoso como el rey David pudiera caer en un pecado tan espantoso. Él fue el que escribió: vá es mi past or “JJeho ehová pastor or,, nada me faltará faltará”, y muchos otros salmos hermosos que daban testimonio de su relación íntima con Dios. Esta historia del pecado de David constituye una advertencia para todos los que nos llamamos hijos de Dios. Ninguno de nosotros puede decir: —”Eso nunca va a ocurrirme a mí porque yo no sería capaz de cometer unos pecados tan terribles”. Sin embargo, este relato muestra claramente lo importante que es mantener los ojos fijos en Cristo. Aun los hijos de Dios pueden caer en pecado porque nuestra vieja naturaleza pecadora todavía forma parte de nuestra personalidad. El apóstol Pablo, que era un hijo de Dios, habló acerca de esto A sí que o mismo ccon on la men en Romanos 7:25, y dijo lo siguiente: “A que,, yyo mentte sir vo a la le y de D ios on la ccar ar ne a la le y del p ec ado sirv ley Dios ios,, mas ccon arne ley pec ecado ado”.

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Si verdaderamente somos salvos, sabemos que por la maravillosa misericordia de Dios, no podemos perder nuestra salvación; y son innumerables los pasajes de la Escritura que lo confirman. Por ejemplo, en Juan 6:37 leemos estas palabras de Jesús: endrá a Mí; y al que a Mí viene Todo lo que el P adr e me da, vvendrá “T Padr adre viene,, no le echo fuer a ”. Y también, en Romanos 8:1 dice: “A Ahor a, pues hora, pues,, fuera o JJesús esús ondenación ha y par a los que están en C ninguna ccondenación isto esús”. hay para Crr ist Por tanto, si somos salvos, tenemos la certeza de que estamos seguros con Cristo. No obstante, podemos perjudicar nuestra relación con Dios, como ocurrió en el caso de David. La que marca la diferencia entre un verdadero creyente y un incrédulo es que si el creyente peca, reconoce su pecado y se arrepiente de verdad, y además, cuando descubre en su vida algún pecado, se siente sobremanera agobiado. Cuando Dios confrontó a David con su culpa, él confesó de inmediato que había pecado contra Jehová. Él era un hijo de Dios, y por tanto, reaccionó del mismo modo que debe reaccionar cada verdadero creyente cuando descubre algún pecado en su vida. El verdadero arrepentimiento supone apartarse del pecado. Tenemos que reconocerlo y pedirle a Dios misericordia. Más adelante, vamos a ver que David se sintió desesperado cuando vio que su relación con Dios se había roto a causa de lo que había hecho. Pues bien, bajo la inspiración del Espíritu Santo, David escribió el Salmo 51 como un ruego desesperado a Dios después que sus pecados quedaron al descubierto con toda su fealdad. Vamos, pues, a comenzar a examinar este Salmo con mucha atención. En el versículo 1, leemos lo siguiente: Ten piedad de mí, oh D ios onf or me a Tu miser ic or dia; cconf onf or me Dios ios,, cconf onfor orme miseric icor ordia; onfor orme a la multitud de Tus piedades b or eb eliones bor orrra mis rreb ebeliones eliones.. Ése es un comienzo estupendo. David Le implora al Dios Todopoderoso que tenga misericordia de él. Éstas son palabras de David, que después de haber cometido todos estos pecados, clama a Dios como resultado de su situación –es el clamor intenso de alguien que se ha comportado inicuamente y Le pide ayuda a Aquél a Quien ha ofendido. Esta oración constituye un

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patrón para cada verdadero creyente que ha cometido pecado y se siente compelido a buscar el perdón de Dios. El Salmo es un modelo para todos los que decimos tener una relación con Cristo. Cuando pecamos, debemos reconocer que estamos en conflicto con Dios y acudimos a Él para implorarle misericordia –es decir, nos ponemos a merced de Dios. Y David prosigue diciendo: Láv ame más y más de mi maldad ec ado Lávame maldad,, y límpiame de mi p pec ecado ado.. Por que yyo o rrec ec ono eb eliones ec ado está siempr e orque econo onozzc o mis rreb ebeliones eliones,, y mi p pec ecado siempre delantte de mí. delan Las expresiones de lenguaje que emplea David resultan muy apropiadas. Él no alega que sea parcialmente inocente ni dice que no merezca la ira de Dios. David necesita limpieza de su pecado, y por medio de este ruego, admite su culpa y pide misericordia. Ésa es la actitud adecuada que debe tener un hijo de Dios cuando piensa en sus pecados. El hecho de que Dios sea tan misericordioso no minimiza la atrocidad del pecado que hemos cometido. Podríamos pensar, empero, que nuestros pecados son pequeños en comparación con los de David, que a fin de cuentas, fueron muy graves. Pero si somos hijos de Dios, cualquier pecado que descubramos en nuestra vida nos hará sentir muy afligidos, porque el deseo de los hijos de Dios es vivir en íntima comunión con Cristo en todo momento. Después de haber pecado, la reacción honesta de nuestro corazón ha de ser arrepentirnos; debemos sentirnos horrorizados de haber cometido ese pecado, apartarnos de él y erradicarlo de nuestra vida. Mi p ec ado está siempr e delan David dijo: —”M pec ecado siempre delantte de mí mí”. Es decir, lo tenía siempre en mente. No podía apartarlo de su pensamiento. Y es así como debe ocurrir con nosotros cuando pecamos. David asumió la plena responsabilidad de lo que había hecho. Tras haber quebrantado la ley de Dios, Le pide que lo lave de su maldad y que lo limpie de su pecado. Dios es Quién tiene que llevar a cabo esas acciones porque nosotros no podemos lavarnos ni

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limpiarnos de nuestras culpas. Además, al hablar de su iniquidad, David se refiere a ella como mi maldad, mi pecado, mis rebeliones. Y cada una de esas palabras constituye una declaración de gran magnitud. De hecho, lo que este Salmo nos está diciendo es: —”No trates de transferirle la culpa de tus pecados a ninguna otra persona porque fuiste tú quien los cometiste”. Por esa razón, no debemos pensar jamás que el mal que hicimos pueda ser excusable, porque, ¿contra quién hemos pecado realmente? ¿Por qué es un pecado lo que hicimos? Y la respuesta a esas preguntas se halla en el versículo 4: Con tr a T i, ccon on tr a T i solo he p ec ado ontr tra ontr tra pec ecado ado,, y he hecho lo malo delan delantte de Tus ojos; par a que seas rrec ec ono cido just o en Tu palabr a, y ttenido enido para econo onocido justo palabra, p or pur o en Tu juicio puro juicio.. Cuando quebrantamos la ley de Dios, cometemos un pecado contra el Dios Todopoderoso. David reconoció que aunque sus acciones pecaminosas hubieran comprometido a otras personas, era únicamente contra Dios que él había pecado. Por tanto, era ante Él que debía responder. El que juzga es Dios. Él es un Dios justo y es Quién regula el juicio. Cuando pecamos contra Dios, de hecho, estamos menospreciando Su Palabra. Pero si somos hijos de Dios, nuestra comunión con Cristo debe ser lo más importante en nuestra vida. Es por eso que David clamó y pidió misericordia con tanta desesperación. Él sabía que sólo de Dios podía recibir ayuda, porque únicamente Él podía perdonarlo y limpiarlo. Por supuesto, en virtud de la obra de la salvación los pecados de los hijos de Dios han sido perdonados, y aunque cometamos algún pecado después de ser salvos, no perdemos la salvación, porque ésta no depende de nuestras obras. Sin embargo, la súplica de David nos enseña la manera en que debemos acudir a Dios cuando Lo hemos ofendido. Debemos ir a Él sin reservas, sin poner excusas ni pretextos, reconociendo todos nuestros pecados con sinceridad y de buena gana, porque necesitamos que nuestra maravillosa e íntima relación con Dios sea restaurada.

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El Salmo 51 es la petición de misericordia que le hace a Dios el rey David -el más grande de los reyes que gobernaron a la nación de Israel. A semejanza de él, para que nuestra relación con Cristo sea restaurada, tenemos que vaciarnos de todo orgullo, de todo aquello que para nosotros constituye un motivo de jactancia. Por tanto, este salmo es un patrón para cada verdadero creyente que ha cometido un pecado y se siente obligado a acudir a Dios para pedirle perdón. No piensen ni por un instante que el Salmo no está dirigido a ustedes. Si alguno se considera muy honesto y dice tener una relación con Dios, este Salmo también se aplica a él porque todos somos tan humanos como lo fue David. Y ahora, pasamos al versículo 5, que a la letra dice así: He aquí, en maldad he sido ffor or mado ec ado me cconcibió oncibió mi ormado mado,, y en p pec ecado madr e. madre Esa afirmación por sí sola nos aterroriza. ¿Quieres decir acaso, David, que Dios hizo un mal trabajo? Sin embargo, Él fue Quién me moldeó en el vientre de mi madre. ¿Cómo es posible entonces que yo fuera formado en maldad y concebido en pecado? Bueno, eso es precisamente lo que dice la Biblia. Pero no ocurrió así porque no fuera adecuado lo que Dios estaba haciendo, sino porque yo soy un ser humano y por tanto, me identifico con el pecado. Nadie puede negar su identificación con el pecado desde el momento mismo de su concepción. Pero si no somos honestos y sinceros cuando analizamos este asunto, no podremos entender la trascendencia divina de lo que Dios ha escrito aquí. Yo, personalmente, fui formado en maldad; y en pecado me concibió mi madre. ¿Cómo sucedió? No lo sé; pero sí sé que esta declaración se aplica a todos los seres humanos. Mi madre también es humana, y cada ser humano está identificado con el pecado. Somos, pues, concebidos en pecado. Debemos partir del hecho de que este mundo es pecador. Si no tenemos eso bien claro, no entenderemos lo que dice la Biblia cuando habla de las consecuencias del pecado. A continuación, en el versículo 6 leemos: He aquí, Tú amas la vver er dad en lo ín timo et o me has erdad íntimo timo,, y en lo secr secret eto hecho ccompr ompr ender sabiduría. omprender

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El versículo 5 planteó el terrible problema, pero el versículo 6 le da paso a la esperanza. El pronombre de segunda persona “Tú Tú” se Tú refiere a Dios con toda Su pureza, con toda Su sabiduría, con toda Su grandeza. Su deseo es que los seres humanos que Él ha escogido para que sean Suyos amen la verdad en lo íntimo. Él vino a salvar a un pueblo para Sí Mismo. Por tanto, el punto de partida es ése -amar la verdad; y es Dios Quién pone esa verdad en lo íntimo de nuestra alma. Es ahí donde Él trata con nosotros, aunque no estemos conscientes de ello. Y es ahí también donde Él hace las correcciones necesarias. Puede ser que lleguemos finalmente al punto de amar a Dios con todo nuestro corazón y de desear hacer Su voluntad. Sin embargo, eso no significa que hayamos alcanzado la perfección en nuestro modo de vivir, porque ese deseo intenso de hacer la voluntad de Dios es Él Quién lo ha puesto en nosotros. Lo primero que tiene que desear cualquier ser humano que va a ser hecho hijo de Dios es servir a Cristo. Cristo es todo y viene a nosotros como nuestro mediador, con todo Su plan de salvación. Cristo es el Único que puede tratar con el pecado en nuestra vida y ayudarnos a vencerlo. Él es el Salvador, el Único que puede perdonar nuestros pecados y es también nuestra única esperanza. Si somos hijos de Dios que amamos al Señor Jesús, podría parecer muy negativo hablar acerca del pecado. Pero el hecho es que mientras vivamos en este mundo pecador, existe siempre la posibilidad de que podamos caer en pecado porque el ser humano, por naturaleza, es así. Sin embargo, si mantenemos nuestros ojos fijos en Cristo, nos resultará cada vez más fácil vivir sin pecar. Nuestra voluntad estará cada vez más subordinada a Cristo como nuestro Redentor y nuestro Salvador, y podremos vivir sin desesperación porque nuestra esperanza está cimentada en Él y en Su justicia. He aquí, Tú amas la vver er dad en lo En el Salmo 51:6 leemos: “H erdad ín timo et o me has hecho ccompr ompr ender sabiduría íntimo timo,, y en lo secr secret eto omprender sabiduría”. Dios Yo so y el desea la verdad porque Él es la verdad. Jesús dijo: —”Y soy c amino er dad vida”. Él es la única fuente de la verdad y el amino,, la vver erdad dad,, y la vida que puede hacernos comprender sabiduría, la cual todos nosotros necesitamos desesperadamente. La Biblia nos dice en muchos pasajes que el temor de Jehová es el principio de la sabiduría. Por ejemplo, en Proverbios 9:10 leemos

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E l ttemor emor de JJeho eho vá es el pr incipio de la sabiduría, y estas palabras: “E ehová principio ono cimien an tísimo es la in onocimien cimientto del SSan antísimo intteligencia eligencia”. el ccono Dios nos hace comprender sabiduría, y el principio de ésta es el temor de Jehová. Pero, ¿en qué consiste ese temor? ¿Qué significa lo que dice la Biblia cuando habla del “temor de Jehová”? ¿Significa acaso que estaremos encogidos en un rincón, temblando de miedo? Ése sí sería el caso de los incrédulos, que tendrían que estar llenos de miedo y de pavor pensando en el juicio de Dios que les espera. La ira de Dios reposa sobre ellos, y por tanto, deberían sentirse aterrorizados. Pero, ¿qué significa el temor de Jehová para un individuo que es salvo? En el caso de los salvados, el temor de Jehová incluye la reverencia y la admiración que debemos sentir hacia Dios y hacia Su ley, y también implica que obedezcamos a Dios y que aborrezcamos el mal. Éste, pues, debería ser un rasgo prominente en nuestra vida. Pero además, el temor de Dios supone que andemos con temor y temblor en Su presencia, porque Él es nuestro Señor y nuestro Amo. Si somos hijos de Dios y pecamos, acudimos a Él con temor y temblor, y como no sabemos cuál es nuestra situación delante de Dios en ese momento, hacemos lo mismo que hizo David y Le pedimos que tenga misericordia de nosotros. El pecado es rebelión contra Dios y atrae Su ira sobre aquél que lo comete. Si nuestro pecado no hubiera sido expiado –es decir, si Cristo no hubiera pagado por él- nos conduciría a la muerte. Pero, ¡qué maravilla!, por Su grandísimo amor, Dios proveyó un Salvador para que expiara y pagara por los pecados de todos los que somos Suyos. Y por esa razón, nos invita a acercarnos confiadamente al trono de la gracia. Si somos hijos de Dios, aunque hayamos pecado, nuestra relación con Él será restaurada. ¡Cuán estupendas son las misericordias de Dios y cuán grande es Su amor! Dios siempre está dispuesto a sostenernos y a rodearnos con Sus brazos amorosos, y nunca nos dejará solos en lo profundo de la desesperación que sentimos después de haber pecado contra Cristo, a Quién decimos amar. Si este pensamiento nos resulta indiferente, podemos vernos envueltos en serios problemas. No debemos ser demasiado relajados

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respecto a nuestra relación con Dios, ni tampoco suponer que por el simple hecho de creer que somos salvos, no importa que pequemos por cuanto Dios tendrá que perdonarnos. Como hijos de Dios, tenemos que aborrecer el pecado en todo momento. Ésa ha de ser siempre nuestra actitud. Aunque la relación que tenemos con Dios es una relación viva, mientras vivamos en este mundo, estamos rodeados de pecado. Sin embargo, cada vez que caemos, podemos invocar a Dios y pedirle que tenga misericordia y nos perdone. Y por Su maravilloso amor, Él nos perdonará y nos consolará. Esto forma parte de nuestro andar con Cristo; y mientras avanzamos, crecemos en gracia. Cabe esperar entonces que cada vez haya menos pecado en nuestra vida, porque a medida que crecemos en gracia, aumentará el aborrecimiento que sentimos por el pecado. En eso consiste precisamente el temor de Jehová que es fruto de nuestra relación con Él y produce sabiduría. Ésta, ¡claro está!, no es la sabiduría que el mundo ofrece sino la verdadera sabiduría que procede únicamente de la Palabra de Dios. La verdad contenida en ella es la que nos lleva a tener una buena relación con Dios. Y en lo secr et o En la segunda parte del versículo 6 leemos: “Y secret eto me has hecho ccompr ompr ender sabiduría omprender sabiduría”. Es decir, Dios pondrá sabiduría en nuestros corazones, y esa sabiduría irá en aumento a medida que crecemos en gracia –a medida que andamos con Cristo. La gracia es el don maravilloso de la salvación, y se hará cada vez más visible en nuestra personalidad por cuanto somos hijos de Dios. Y ahora, hemos llegado al versículo 7 en nuestro examen del Salmo 51, y en ese versículo dice: Pur ifíc ame ccon on hisop o, y seré limpio; láv ame o urifíc ifícame hisopo lávame ame,, y seré más blanc blanco que la nie ve. niev ¿Por qué David habla aquí del hisopo? ¿Qué significa eso? En el Antiguo Testamento, la planta de hisopo se empleaba regularmente en las ceremonias que Dios había instituido y que tenían lugar en el templo. De acuerdo con las instrucciones que Dios había dado, el hisopo se mojaba en sangre o en agua y se utilizaba para rociarlas sobre el sacrificio o sobre cualquier cosa o persona que necesitara purificación. Por consiguiente, su función era rociar, y los sacrificios y los holocaustos apuntaban a la limpieza espiritual efectuada por Dios.

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pur ifíc ame ccon on hisop o, y De este modo, con las palabras: —”pur purifíc ifícame hisopo seré limpio limpio”, David pide limpieza para su pecado, y al mismo tiempo, reconoce que únicamente un sacrificio propiciatorio puede limpiarlo de su gran pecado. La sangre rociada sobre el altar –que representaba la sangre de Cristo- quitaría las manchas de sangre que su pecado de homicidio había dejado en su alma. Recuerden que David era culpable de asesinato. Él se daba cuenta de la gran necesidad que tenía de la expiación que sólo Dios podía ofrecerle. Si recibía esa expiación, volvería a estar en armonía con todas las leyes de Dios. Y él tenía fe en que una vez que Dios lo purificara, volvería a estar limpio en lo tocante a las leyes de Dios. En el versículo 2, David había orado de la siguiente manera: ec ado “Láv Lávame maldad,, y límpiame de mi p pec ecado ado”. En Láv ame más y más de mi maldad esa petición se pone de manifiesto claramente cuál era el anhelo intenso de su corazón. Y puesto que su necesidad de limpieza era tan grande, en el versículo 7 repite esta petición. Ahora bien, las palabras de David no se refieren a ningún lavamiento físico porque esa clase de lavamiento no puede hacer a nadie más blanco que la nieve, por mucho que se frote la piel. Las expresiones de lenguaje que David emplea han de entenderse espiritualmente, y el lavamiento al que hace alusión es de carácter espiritual –un lavamiento que limpie su corazón pecador. La purificación espiritual es la única que puede eliminar la polución de su pecado. Y del mismo modo, nosotros también estamos mancillados por el pecado y necesitamos desesperadamente ser limpios. Al igual que David, queremos ser purificados, lavados y limpios de la inmundicia y de la polución de nuestro pecado. Para ser más blancos que la nieve es preciso que no exista ni la más mínima suciedad, porque ¿hay acaso algo que supere en blancura a la nieve que es perfectamente limpia y pura? Pues eso es precisamente lo que ocurre con nuestro corazón cuando Dios lo lava espiritualmente del pecado –se torna puro ante Sus ojos. Y si realmente somos hijos de Dios, ése también ha de ser nuestro deseo más urgente. Pero el lavamiento espiritual no es algo que nosotros podamos llevar a cabo y por eso, debemos pedirle a Dios que lo

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efectúe. Sólo Él puede lavarnos, limpiarnos y purificarnos de nuestros pecados. Por tanto, no podemos excluir a Dios de este contexto en ningún momento porque Él es nuestro Salvador –el Salvador que nos limpia del pecado. Su acción es imprescindible. Nada de lo que nosotros hacemos puede limpiar nuestros corazones sucios y llenos de pecado. En la Biblia, Dios nos ordena que clamemos a Él y Le pidamos misericordia; por consiguiente, no debemos dudar de hacerlo. Pero en lo tocante a la limpieza, es Cristo Quién tiene que realizarla porque nosotros no podemos. Sólo Dios puede purificar nuestro corazón del pecado y hacerlo más blanco que la nieve. En otras palabras, tenemos que recordar que únicamente Su acción es la que logra con éxito que seamos limpios; por tanto, es al Dios eterno a Quién Le debemos toda nuestra limpieza porque nada de lo que nosotros hagamos puede efectuarla. La sabiduría, la verdad y la limpieza marchan juntas y todas ellas proceden de Dios. Sólo Él nos da la sabiduría y pone la verdad en nuestros corazones. Así mismo, sólo Él nos limpia del pecado. Ésas son las acciones de Dios que nos conducen a una relación íntima con él. Si somos hijos de Dios y hemos caído en pecado, necesitamos que esa relación sea restaurada para poder estar limpios delante de Sus ojos. Es por eso que David Le pidió a Dios que lo purificara y lo lavara. Y ése también ha de ser nuestro deseo –que no quede en nosotros ni rastro de pecado. David anhelaba que Dios eliminara la mancha de su pecado y limpiara su corazón porque su pecado era muy grande y le hacía sentirse muy abatido. Y si nosotros examinamos con honestidad nuestro corazón y descubrimos en él algún pecado, tenemos que reconocer su magnitud y clamar: “Oh Dios, ¡ten misericordia!” David creía que Dios podía hacer que su corazón fuera limpio y puro otra vez, y nosotros también debemos creerlo con todas nuestras fuerzas, sin olvidar jamás que Dios es el único que puede limpiar nuestro corazón y hacernos justos delante de Sus ojos. La petición de limpieza que hizo David debe ser también la nuestra si hemos caído en pecado porque sólo Dios puede devolvernos la salud espiritual. La Biblia emplea diversas figuras para referirse al lavamiento espiritual –por ejemplo, ser purificado con hiposo, ser limpio, etc.- pero

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en cada caso, la figura nos ayuda a comprender cuán importante es para Dios esta limpieza espiritual; y también debería serlo para nosotros. Esta maravillosa limpieza forma parte de nuestra condición de hijos de Dios, y es algo que cada persona debe anhelar vehementemente. Y ahora, el rey David prosigue diciendo en el versículo 8: Hazme oír go ecr earán los huesos que has gozzo y alegría, y se rrecr ecrearán tido abatido tido.. aba Los “huesos abatidos” o “rotos” (como aparece traducido en la versión inglesa de King James) a los que se alude en este versículo no han de ser tomados en forma literal, sino figurada. Las expresiones de lenguaje acerca de “huesos abatidos” o “rotos” que aparecen en la Biblia indican dolor y sufrimiento. David se veía como un hombre cuyos huesos habían sido aplastados porque se sentía débil e impotente –estaba “abatido” y no podía salir por sí mismo de esa situación. Los hijos de Dios también nos sentimos así cuando le hemos dado cabida al pecado en nuestra vida e interrumpimos la comunión con nuestro Salvador. El pecado nos abruma, y necesitamos que Dios nos saque del abismo de nuestro dolor. La analogía de los huesos rotos alude a la seriedad absoluta de la obra que Dios está llevando a cabo en la vida de David. Esa revelación debería asombrarnos. Fue Dios Quién rompió los huesos de David cuando lo enfrentó a sus pecados e hizo que se sintiera impotente. Y David nos representa a cada uno de nosotros en este Salmo. Por tanto, podemos y debemos aplicarnos estas palabras. Nadie puede percatarse realmente de lo que esto significa a menos que haya experimentado la rotura física de alguno de sus huesos. Un hueso roto produce mucho dolor. Y observen que el salmista habla de huesos abatidos (o rotos). El sustantivo está en plural –no era un solo hueso el que estaba roto sino varios; por consiguiente, el dolor era aún mayor. ¿Cuántos huesos le había roto Dios? Tantos como fue necesario. los huesos que has La expresión que emplea David es “los aba tido (o “rot o”). Es decir, no fue un accidente, Dios lo hizo adrede, oto abatido

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con la intención de hacer daño. ¿Cómo es posible? ¿Con qué propósito le ocasionó Dios este dolor? Vamos a leer estas palabras de Hebreos 12:6-7 que nos Por que el SSeñor eñor al que permiten comprender mejor este asunto: “P orque or táis ota a tto odo el que rrecib ecib ep or hijo ama disciplina, y az ecibe por hijo.. SSii sop sopor ortáis azota que ¿qué hijo es la disciplina, D ios os tr ata ccomo omo a hijos; p or por orque Dios tra aquél a quien el padr e no disciplina? padre disciplina?” Dios disciplinó a David debido al gran amor que sentía por él como un padre que disciplina al hijo que ama. Y de manera figurada, rompió los huesos de David a causa de su pecado. Era un modo de presionarlo. La rotura de los huesos produce dolor y amargura, y Dios rompió sus huesos a propósito. Lo que leemos aquí expresa una gran verdad acerca de la relación que hay entre un individuo y el que le rompe los huesos. Sin embargo, es a partir de lo que representa esta figura que Dios proporciona el remedio del perdón. David necesitaba la sanidad que sólo Dios podía dar. Por eso, Le pide a Dios que sane la rotura para que sus huesos puedan alegrarse. ¡Tremenda tarea estaba dándole a Dios! Los huesos fracturados no se sanan con rapidez, y sólo Dios sabe cómo hacer que los huesos se alegren. La labor es difícil, pero la sanidad que Dios produce lo incluye todo –es un paquete completo. Junto con la sanidad, nos da gozo y alegría, y una sensación de felicidad. En resumen, sólo Dios, por el profundo amor que siente por nosotros, rompe nuestros huesos, y entonces, los sana y nos hace experimentar gozo y alegría. Dios nos quebranta y luego nos restaura. Ese proceso, por supuesto, no es indoloro ni casual. El proceso de limpieza por parte de Dios es muy grande y puede ser muy doloroso y nos hace comprender que los huesos fueron rotos a causa de nuestro pecado. Dios usa esta clase de lenguaje para asegurarnos que ésa es la acción que podemos esperar de Él cuando trata con nuestros pecados. Sin embargo, como dijimos anteriormente, es a partir de lo que esta figura representa que Él proporciona el remedio del perdón. David necesitaba la sanidad que sólo Dios podía dar, y buscaba gozo para su corazón pecador y sanidad para sus huesos rotos. Dios lo

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había aplastado, y sólo Él podía curarlo. Con esa sanidad vendría la alegría –una alegría maravillosa- al corazón de David. Por Su perfecta justicia, Dios rompió, de manera figurada, los huesos de David, y ahora, David acude a él con una petición. Se dirige al Dios eterno y Le pide: “Hazme oír gozo y alegría. Señor, Tú rompiste mis huesos, pero ahora, hazme oír gozo y alegría””. Ese deseo, empero, parece imposible. David no está pidiendo que el dolor sea menor ni está pidiendo fuerza para soportarlo; está pidiendo gozo y alegría. ¡Tremenda petición la que Le hace a Dios! Para asegurarse de que lo entendemos bien, Dios lo resume de Hazme oír go ecr earán los la siguiente manera: “Hazme gozzo y alegría, y se rrecr ecrearán huesos que has aba tido abatido tido”. David no está pidiendo una sanidad a medias, ni una sanidad en apariencia. La acción requerida trasciende toda capacidad humana, y Dios expresa cuál es Su expectativa alta y maravillosa. Cuando acudimos a Dios no es para que nos ayude a hacer algo que nosotros podemos hacer ni para soportar algo que podemos soportar. Y lo que se está pidiendo aquí es una sanidad completa. Se le pide a Dios que asuma la responsabilidad total. David reconoce que merece que Dios haya roto sus huesos por haberse rebelado contra Él y por haber seguido su propio camino. Pero esta tarea de restaurar sus huesos es tan grande y tan seria que Dios tiene que otorgarle una sanidad que le dé gozo y alegría al alma de aquél a quién Él ha quebrantado. Si no estuviera escrito en la Biblia, no habríamos ni siquiera imaginado que alguien pudiera pedir algo así. El castigo que Dios nos inflige por nuestras acciones es muy apropiado pero es doloroso, y debemos estar dispuestos a clamar: “Señor, ayúdame a soportar esto con alegría”. No Le pedimos que nos quite el dolor, sino que podamos alegrarnos a pesar de la rotura de los huesos que tan justamente estamos soportando. El sufrimiento llena este pasaje. Pero muchos de nosotros no queremos sufrir, y podríamos pensar: “Yo pequé, pero ¿qué más da? ¿No ha prometido Dios acaso perdonar nuestros pecados? Entonces, no tengo ninguna necesidad de sufrir”. Queremos la redención de

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nuestros pecados pero no queremos sufrir. No nos resulta grata la disciplina que viene de Dios. Pero si ésa es nuestra actitud cuando Dios trata con nuestros pecados y nos hace sufrir, perdemos de vista nuestro santo llamamiento. El programa que Él ha trazado con respecto a Sus hijos supone que si pecamos tenemos que sufrir, y eso es algo que ya hemos comenzado a comprender. Aunque nos parezca que no podemos soportarlo, Dios sabe lo que necesitamos. Pero junto con eso, tenemos la maravillosa posibilidad de orar a Dios, y Él oirá nuestro ruego. Ése es el resultado de la limpieza que Dios realiza en nosotros. Y así, enteramente quebrantados en Su presencia y reconociendo que Él es nuestro Salvador, nuestro Señor, nuestro Rey y nuestro todo, podemos oír de nuevo gozo y alegría, y entonces, Le pedimos que perdone por completo la arrogancia de nuestros corazones, y clamamos a Él implorando Su misericordia. El gozo y la alegría se relacionan con la salvación. Los hijos de Dios experimentamos el gozo del Señor en nuestra vida. Tenemos el gozo estupendo de pertenecer a Cristo por toda la eternidad. ¡Qué gloriosa conclusión! ¿Cómo es posible que Dios sea tan misericordioso? El cuadro que nos presenta este versículo muestra unos huesos que han sido rotos, pero Dios los sana y como consecuencia de eso, sobreabunda la alegría. ¡Qué maravilloso es nuestro Redentor! Él no nos deja con los huesos rotos, por así decir. En otras palabras, no nos deja con el espíritu aplastado y quebrantado. Nos devuelve el gozo y la alegría que sólo proceden de Él, que es nuestro Señor y Salvador. Y esto es así a causa del grandísimo amor que siente por Sus hijos. Cristo pagó por sus pecados y se interesa por ellos. ¡Qué precioso es nuestro Salvador! En nuestro estudio del Salmo 51, llegamos ahora a los versículos 9 y 10, donde leemos estas palabras: E sc onde Tu rrostr ostr o de mis p ec ados or odas mis maldades sconde ostro pec ecados ados,, y b bor orrra tto maldades.. C rea en mí, oh D ios or azón limpio enue va un espír itu rrec ec Dios ios,, un ccor orazón limpio,, y rrenue enuev espíritu ectto tr o de mí. dentr tro den

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¿Qué pide David aquí? Bueno, Dios nos permite pedirle que esconda Su rostro de nuestros pecados, y que borre todas nuestras maldades. Pero, ¿por qué querría Dios borrar nuestras maldades? Cuando contemplamos a Dios y nos contemplamos a nosotros mismos, nos damos cuenta de que la diferencia entre Él y nosotros es grandísima. Por tanto, lo primero que tenemos que hacer es desprendernos de nuestro corazón sucio, y con ese fin, oramos así: C rea en mí un ccor or azón limpio “C orazón limpio”. Pero a la vez, Le pedimos: Por favor, esc onde Tu rrostr ostr o de mis p ec ados or “esc esconde ostro pec ecados ados,, y b bor orrra mis maldades maldades”. En otras palabras, queremos que Cristo nos vea limpios, como nuevas criaturas en las que no queda nada por borrar. Por ese motivo, pedimos un corazón nuevo, un corazón limpio. Y después de haber sido purificados, desearíamos estar listos para encontrarnos con Dios, con la esperanza de que Él nos mire de ese modo, y renueve un espíritu recto dentro de nosotros. Y entonces, seremos como individuos completamente nuevos, como si nunca hubiéramos pecado, y cuando Dios nos contemple así, podrá comenzar a darnos las cosas buenas que tiene reservadas para nosotros. Todo eso constituye el ideal que a nosotros nos gustaría ver cumplido. Sí, ése es nuestro deseo, pero no es enteramente así como ocurrirá. Dios nos lavará, pero mientras nos lava y nos purifica, se pondrá de manifiesto toda la suciedad, toda la perversidad, que ha formado parte de nuestra vida. Y el hecho es que aunque pidamos que Dios haga en nosotros una obra que nos deje tan limpios como sea posible, nuestros pecados se harán patentes. Él no los borrará como si nunca hubieran existido. Están ahí para que Él los mire y haga con ellos lo que desee. Es cierto que Dios borra nuestras maldades, pero no lo hace antes de tener pleno conocimiento de ellas. Y aunque el hecho de borrarlas es parte del proceso de limpieza, eso no significa que Él no vuelva a recordarlas jamás, porque ésa no es la naturaleza de Dios ni el significado del pecado. El pecado es tan terrible que las cosas que Dios dice acerca de él son muy feas. Nuestros pecados no desaparecen de Su memoria como si nunca los hubiéramos cometido, o como si estuviéramos, y siempre hubiéramos estado, tan limpios como fuera posible. Es probable que algunos versículos de la Biblia nos hagan concebir esa idea, pero no debemos pensar ni por un instante que Dios olvida nuestros pecados. Él nos purifica del pecado a través de un proceso de limpieza que a veces nos resulta muy difícil. Pero después de haber

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sido purificados, Él nos ve como individuos cuyos pecados han sido borrados, y entonces puede mirarnos directamente a los ojos y no entrar en juicio con nosotros. Nuestro pecado es tan espantoso que nunca podría ser totalmente olvidado. Quisiéramos que lo fuera, y esperamos que Dios nos trate como si lo hubiera olvidado, pero Él es Dios y conoce todo lo que sucede y ha sucedido en nuestra vida. No obstante, nos sentimos muy agradecidos por esas declaraciones en las que Dios alude a nuestros pecados como si los hubiera olvidado. Al fin y al cabo, Él nunca nos reprochará por ellos después de habernos purificado, y podremos comparecer ante Su presencia como si no los hubiéramos cometido. En mi opinión, ése es el modo en que debemos entender estos versículos. En el versículo 10, Dios habla de creación y de renovación. Ahora bien, si necesitamos ser “renovados” es porque algo anda mal en nosotros y tenemos que volver a empezar. Nuestra relación con Dios era buena, pero ahora no lo es, y no podemos continuar de esa manera. Es así cómo debemos pensar cuando nos acercamos a Dios con nuestro pecado y con la depresión que sufrimos a causa de él. Le pedimos, pues, que nos renueve –es decir, que nos dé un corazón nuevo, un alma nueva, un espíritu nuevo. Y ¡claro está!, esta renovación no es de carácter físico sino espiritual. Ése es nuestro deseo. Y entonces, no podemos presentarnos ante Dios como si nunca hubiéramos pecado y siempre hubiéramos andado bien delante de Él, porque sabemos que sí hemos pecado y que hicimos mal y estamos en conflicto con Dios, y por esa razón, Le pedimos: “Señor, ¡ten misericordia de nosotros! Éste ha de ser nuestro pensamiento cuando acudimos a Dios para pedirle que nos renueve. Y no hay nadie que no deba pedirle esa renovación porque todos la necesitamos. Todos hemos pecado, y por tanto, tenemos que clamar a Dios pidiéndole misericordia, aunque sabiendo muy bien que Él es un Dios clemente y que tendrá piedad de nosotros. Eso es lo maravilloso de todo esto. No estamos conversando con una persona que se niegue a hablarnos para que no alberguemos ninguna esperanza. ¡No!, es una conversación con Alguien que nos anima a pedirle misericordia y renovación, a pedirle que nos oiga y nos limpie para que podamos ser como personas totalmente nuevas. Por tanto, lo que estamos pidiéndole es un milagro. Mi corazón está

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sucio por el pecado que he cometido, pero ahora, voy a pedirle a Dios un imposible –que cree en mí un corazón nuevo. El verbo “crear” habla de la obra que Dios tiene que hacer – crear algo enteramente nuevo. Sólo Él puede hacerlo. “C C rea en mí, oh tr o de mí va un espír itu rrec ec or azón limpio enue Dios ectto den dentr tro mí”. limpio,, y rrenue enuev espíritu ios,, un ccor orazón Esa expresión indica que Dios tiene pleno conocimiento de lo malo que yo he sido, de cómo me he alejado de Él a causa de mi pecado. Es por eso que necesito ser creado de nuevo, necesito volver a comenzar. ¡Cuán desmoralizador es pensar que Dios nos ve como si hubiéramos llegado a ser tan malos que tenemos necesidad de ser renovados por completo, a partir de cero! Sin embargo, eso pone de manifiesto lo horrendo que ha sido nuestro pecado. Pensábamos que no era tan grande, que sólo nos habíamos ensuciado levemente, pero Dios nos contempla a través de Sus ojos perfectos y lo que ve es tan malo que está dispuesto a volver a crearnos, por así decir. Esto nos hace entender la naturaleza horrible del pecado. El pecado nunca es aceptable. Sin embargo, el propósito de Dios es quitar de nuestra vida toda mancha que ese pecado haya dejado. Él no quiere que esa mancha continúe en nosotros, y por consiguiente, nosotros tampoco debemos quererlo. Su deseo es que seamos más limpios que la nieve. Por tanto, la meta que tenemos por delante es: ser limpios, ser limpios. La idea de que Dios pueda contentarse con que seamos parcialmente limpios, no debe ni siquiera cruzarnos por la cabeza. ¡No!, Él desea que estemos completamente purificados. Y como no es una cuestión fácil, acudimos a Él con una petición C rea en mí un ccor or azón limpio grandiosa: “C orazón limpio”. Tenemos que reconocer que nuestros pecados han llegado a ser tan inmundos y empedernidos que la única respuesta es comenzar de nuevo con un corazón limpio. Es por esto que tenemos que orar y por lo que tenemos que clamar, y debemos hacerlo con seriedad, porque para poder andar en el camino correcto, es preciso que seamos perfectos delante de Él. El Salmo 51 es una oración bíblica que jamás habríamos esperado oír de labios de David; pero está tan llena de sentido que Dios la puso en la Biblia para asegurarse de que nosotros la leyéramos. Y ahora, llegamos a los versículos 11 y 12, donde David pide lo siguiente:

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N o me eches de delan es de mí Tu SSan an spír itu delantte de T i, y no quit quites antto EEspír spíritu itu.. Vuélv eme el go ación, y espír itu noble me sust en uélveme gozzo de Tu salv salvación, espíritu susten entte. ¡Es increíble que haya sido David quién dijera estas palabras! ¡Nada menos que David! No estamos hablando de ningún otro individuo, sino del hombre cuya relación con Dios era más íntima que la de cualquier otro –el rey David. Y, ¿qué es lo que está diciendo? N o me eches de delan Pues está pidiéndole a Dios: “N delantte de T i, y no spír itu es de mí Tu SSan an quit spíritu itu”. Vamos a analizar con mucho cuidado quites antto EEspír este versículo tan solemne porque el hecho de que haya sido David quién se expresara de esa manera trasciende nuestra imaginación. David está preocupado, y pide algo que jamás habríamos pensado que saliera de sus labios. Sin embargo, fue así como ocurrió porque aparece registrado en la Biblia para que ustedes y yo podamos ver claramente que no se trata de un hecho sin importancia ni de una petición que hizo David en un mal momento de su vida. Está escrito en la Biblia por la voluntad de Dios y para que nosotros podamos percatarnos de la terrible situación que estaba viviendo David a causa de su pecado. Y lo que dice aquí no es algo intrascendente, sino una información colosal. Por tanto, debemos leerlo y examinarlo y darnos cuenta de cuán espantoso fue lo que sucedió, y que a pesar de ello, David continuó siendo llamado “hijo de Dios”. El versículo 12 nos confirma con certeza que David sabía que era salvo, y que tenía una estupenda relación con Dios. Poseía el gozo de saber que el Dios Todopoderoso era su Salvador y que estaba eternamente seguro en Su presencia. Nadie podía estar más seguro de las verdades en las que David hace hincapié en estos versículos. Cada afirmación que encontramos aquí profundiza aún más esas verdades: David, tú eres un hijo de Dios. David, no tienes que preocuparte por nada. David, Dios te ha salvado y tú Le perteneces; no te acongojes. Nada de lo que tú hayas hecho o hagas puede afectar esto porque tú estás seguro en Él. Sin embargo, la manera en que habla David indica que en esta circunstancia de su vida y a causa de su pecado –que es la base de toda esta discusión- él no sabe a ciencia cierta cuál es su posición delante de Dios. David era un hijo de Dios y estaba seguro en Cristo. Era la clase de persona que todos quisiéramos ser. Pero se expresa como alguien que está a punto de ser echado del Reino de Dios. ¿Cómo es posible?

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No obstante, esto nos muestra algo. Si eso le ocurrió a David, a este maravilloso hombre temeroso de Dios, y llegó a concebir ese miedo, ¿qué nos comunica esto a nosotros que aunque confesamos a Jesús como nuestro Salvador, decimos a veces con tanta ligereza: — ”Cristo es mi Salvador, no tengo que preocuparme por nada”? ¿Lo hacía así David también? ¡No!, él siempre estuvo seguro de su relación con Dios, pero en esta ocasión, dice cosas tan horribles que no N o me eches de delan es de quisiéramos oírlas. “N delantte de T i, y no quit quites mí Tu SSan an spír itu antto EEspír spíritu itu”. Esta declaración de David es un hecho, porque Dios dejó constancia de la misma en la Biblia para que nosotros la leyéramos y pensáramos en ella. Pero lo que resulta verdaderamente asombroso es que esto lo haya dicho un hombre que era tan grato a Dios y muchísimo más fiel que cualquiera de nosotros, y que lo dijera con tanto fervor. Ahora bien, ¿podía Dios acaso echar de Su presencia a David? Aun después de leer toda esta historia, ¿podía echarlo? No obstante, si David reaccionó de esa manera -de acuerdo con lo que aparece registrado aquí- es porque él sí temía que Dios pudiera hacerlo. Pero entonces, si después de haber caído en pecado, Dios podía echar a David de Su presencia, ¿no sería posible que Dios también nos desechara a nosotros? Sin embargo, si proseguimos leyendo la Biblia y reunimos toda la información acerca de este asunto, nos daremos cuenta de que Dios no podía echar de Su presencia a David por cuanto él pertenecía a Cristo, y Cristo había perdonado su pecado. Por consiguiente, Dios amaba a David, lo había perdonado y lo había hecho hijo Suyo, aun cuando nada de eso se ponga de relieve en estos versículos. Estos versículos aparecen registrados en este Salmo para que nosotros nos aseguremos bien de que nuestra relación con Dios es buena (lo cual es posible únicamente si somos salvos). No obstante, estos versículos nos ponen a prueba y nos ayudan a examinarnos con mucho más cuidado para que no andemos haciendo conjeturas ni pensando: “Sí, es verdad, yo pequé, yo sé que pequé, pero también David pecó gravemente y nunca perdió su salvación, y a fin de cuentas, siguió siendo un hijo de Dios salvo y seguro”. ¡Sí!, eso es cierto, pero piensen en la agitación que tuvo que padecer mientras Dios lo disciplinaba. Durante ese tiempo de agitación y disciplina, las palabras que Dios pone en boca de David en

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este salmo demuestran que él llegó a dudar de su propia seguridad espiritual. Más adelante, vamos a ver que Dios nunca lo desechó por cuanto ya lo había salvado. Pero no podemos llegar a esa conclusión antes de analizar lo que Dios podía haber hecho con David a causa de su pecado. Sin embargo, Dios amaba a David incondicionalmente, del mismo modo que ama a cada uno de Sus hijos, y por esa razón, sabemos que la misma seguridad que él tenía en Cristo, podemos tenerla nosotros también. Un comentario más acerca de estos versículos. Aunque sí es cierto que estos dos versículos revelan el alcance de la amargura que David estaba experimentando, si los leemos con cuidado, descubriremos en ellos un punto que no debemos pasar por alto -la seguridad que tenemos de nuestra relación con Dios cuando Él es N o me eches de delan nuestro Salvador. David dice: “N delantte de Ti ”, y esas palabras muestran un convencimiento definido por parte de él acerca de su salvación. A pesar de la magnitud del pecado que había cometido, David estaba convencido de que era hijo de Dios y que no sería jamás desechado por Él. Y por esa razón, se atrevió a formular la siguiente petición: ación, y espír itu noble me sust en “V uélveme gozzo de Tu salv salvación, espíritu susten entte ”. Vuélv eme el go Eso era lo que faltaba a David –el gozo de la salvación, tan grande y tan importante en su vida. Hasta este momento, parecía que él había Vuélv eme el perdido su salvación. Pero no era así, y por eso dice: “V uélveme itu noble me sust en ación, y espír go susten entte ”. Dios, pues, gozzo de Tu salv salvación, espíritu podía devolverle el maravilloso gozo de la salvación; y eso es muy importante. David no había dejado de confiar en el Señor ni un instante, pero tuvo que mirarse en el espejo de Dios, darse cuenta de su pecado y de cuán malo había sido. Y ahora, Le suplica que le devuelva el gozo de la salvación y el sentido de seguridad que tenía antes. En realidad, lo que David está diciendo es: “Señor, toma ahora el control de mi vida. Confié en mí mismo y me metí en un grandísimo problema en lo que respecta a mi relación contigo. Mi comprensión acerca de la salvación quedó totalmente confundida y distorsionada, pero ahora, Señor, esclarece mi confusión porque yo soy tu hijo y sé que Tú me sustentarás con un espíritu noble para que me vea libre de mi pecado y pueda servirte con libertad. Eso es lo que ahora por favor Te pido”. Podemos imaginar a David presentándole a Dios una súplica así, que según el versículo que estamos analizando, fue expresada con

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Vuélv eme el go ación, y espír itu noble estas palabras: “V uélveme gozzo de Tu salv salvación, espíritu en susten entte ”. me sust Ahora bien, él no está pidiéndole a Dios que le dé ese espíritu noble ni Le está pidiendo la salvación. David reconoce que a causa de su pecado, él se alejó del maravilloso gozo que forma parte de la vida de aquellos que por ser hijos de Dios hallan su seguridad en Cristo, y entonces, lo que Le pide a Dios es que le devuelva esa seguridad. Y ésta también ha de ser nuestra petición constante. Sin embargo, hacer esa petición con sinceridad supone que tenemos que enderezar nuestra vida, darnos cuenta del pecado y apartarnos de él lo más posible. De lo que leemos en el versículo 12, se infiere que Dios es el único que puede darnos el gozo de la salvación. Pero cuando llegamos a ser salvos, ¡qué maravilla!, tenemos el gozo de saber que Cristo es nuestro Salvador y que nuestra relación con Él es buena. Y entonces, somos sustentados por un espíritu noble, que recibimos en forma gratuita –sin costo alguno. Según hemos visto, David Le pidió a Dios que le hiciera recobrar el sentido de seguridad que antes tenía, porque el pecado cometido había roto su relación con Él. Cuando confesó su pecado y pidió perdón, volvió a sentir esa seguridad en su relación con Dios. Se había producido una ruptura, pero ahora, ya estaba restaurada. Abrumado por la culpa de su pecado, David necesitaba sentir el perdón de Dios y experimentar de nuevo el gozo que únicamente la salvación puede producir. Y además, quería que Dios lo sustentara. Ése es el maravilloso privilegio que tenemos cuando confiamos en el Señor. Sabemos que estamos seguros en Cristo por cuanto Él ha perdonado nuestros pecados. Y, ¡cuán grandioso es darnos cuenta de que Jesucristo, el Mismo Dios, es nuestro Salvador! Ésta es una verdad preciosa que desearíamos proclamar a voz en cuello desde las cimas de las montañas, por así decirlo, para que todos puedan oírla -¡Dios, mi Dios me ha salvado! Y por eso, tenemos que darle gracias y decirle una y otra vez que ha sido maravilloso que nos haya restaurado a la comunión con Él. Y ahora, en el versículo siguiente podemos observar cuál es el resultado de esa obra que Dios ha realizado. En el versículo 13, leemos:

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En es enseñaré a los tr ansgr esor es Tus ccaminos aminos Enttonc onces transgr ansgresor esores aminos,, y los p ec ador es se ccon on ver tirán a T i. ecador adores onv ertirán Lo que dice este versículo resulta muy interesante. David desea que Dios lo perdone no sólo para volver a tener una buena relación con Él, sino para poder anunciar el Evangelio a fin de que Dios pueda salvar a otras personas. Su pensamiento está centrado en la salvación. La naturaleza de la salvación es tal que cuando Dios nos salva no lo hace únicamente por nuestra propia conveniencia –ése no es el producto final. El producto final es la relación nueva que establecemos con el mundo, como le ocurrió a David. Su deseo al expresar el gozo que sentía por el hecho de tener a Cristo como Salvador, era motivar a otras personas para que también ellas llegaran a ser salvas. Y en eso consiste también nuestro gozo, y entonces, comenzamos a preocuparnos por el mundo que nos rodea. Queremos que nuestra vida “hable de Jesús” y sea un testimonio vivo de la experiencia de la salvación que hemos recibido a través de Él. Somos salvos para servir -¡no lo olvidemos nunca! Cuando Cristo nos libera, nos sentimos alegres –tenemos motivos más que suficientes para estar muy alegres. Y por esa razón, David añade en el versículo 13: En es enseñaré a los tr ansgr esor es Tus ccaminos aminos “En Enttonc onces transgr ansgresor esores aminos,, y los p ec ador es se ccon on ver tirán a T i ”. ecador adores onv ertirán Esa sencilla oración es muy significativa porque indica qué ocurre cuando tenemos una buena relación con Dios. Si oramos, Él nos oye, pero también nos oye cuando hablamos con otras personas acerca de Él y les enseñamos Su camino. Éste es un requisito necesario para compartir el Evangelio –es decir, tenemos que enseñar el camino de Dios, cuánto nos amó Cristo, cómo efectuó el pago por nuestros pecados, etc. Ésa es la acción que se espera de nosotros. Ahora bien, ¿quiénes son esos “transgresores” a los que tenemos que enseñarles el camino de Dios? El mundo está lleno de transgresores. Todo aquél que vive en pecado y sigue su propio camino es un transgresor. Pero si les enseñamos el camino de Dios, algunos de ellos se convertirán. Antes de ser salvos, son pecadores, quieren hacer las cosas a su manera y piensan que saben más que Dios.

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Cuando Dios nos convierte a Él, deseamos hacer Su voluntad, y con ese fin, les enseñamos a los transgresores Su camino. Y podemos estar seguros de que nuestra obra rendirá fruto porque algunas de esas personas dejarán sus propios caminos para andar en el camino de Dios. Es así como “los pecadores se convierten a Él”” . ¡Bendita promesa! ver tirán a T i” . ¿Quiénes son los pecadores? ec ador es se ccon on Los p ertirán “L pec ecador adores onv Todos los que aún no han sido tocados por Cristo y siguen sus propios caminos –rumbo a la perdición- hasta que Dios, si ésa es Su voluntad, produce un cambio en sus vidas y experimentan la maravilla de la salvación. La Biblia nos muestra que ese proceso de concientizarnos del pecado y recibir la misericordia de Dios es el resultado de la salvación, y los que llegan a ser salvos, ya no están sujetos a la ira de Dios. De hecho, esto está ocurriendo ahora en el mundo. ¡Qué grandioso es tener la certeza de que nuestro Dios es un Dios Salvador y que hay pecadores actualmente a los que Él está salvando! Es estupendo saber que eso está sucediendo ahora y que continuará sucediendo hasta que la última persona a la que Dios se propone salvar haya alcanzado la salvación. Según hemos analizado en el estudio que nos ocupa, nada de esto es casual. No ocurre por el simple hecho de que alguien diga: — ”Sí, pequé y necesito que Dios me perdone, pero yo sé que Él va a perdonarme”. ¡Nada de eso!, el asunto es muy, pero muy serio. Si somos hijos de Dios, el pecado que cometemos abre una brecha entre Dios y nosotros. Nos sentimos atrapados y no podemos avanzar hasta que tenemos la certeza de que Él nos ha perdonado verdaderamente. Pero cuando recurrimos a la Biblia y leemos todos los versículos y las promesas de Dios, sabemos que si somos hijos Suyos y pecamos, Él nos perdona. Aun así, la culpa del pecado pesa sobre nosotros, y por ese motivo, continuamos acudiendo a Él para pedirle perdón. Según veremos, eso fue lo que hizo David. Y llegamos al versículo 14, donde leemos lo siguiente: Líbr ame de homicidios ios ios de mi salv ación; ccan an tará mi Líbrame homicidios,, oh D Dios ios,, D Dios salvación; antará lengua Tu justicia justicia. En los versículos 12 y 13, David le pidió a Dios que le devolviera el gozo de la salvación para poder testificarles a otras personas. Pero ahora, él vuelve a concentrarse en su pecado y dice:

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Líbr ame de homicidios ios “Líbr Líbrame homicidios,, oh D Dios ios”. David era culpable de haber derramado sangre por cuanto había orquestado el asesinato de Urías, el esposo de Betsabé. Era, pues, culpable de asesinato. Y aunque ya Le había de suplicado a Dios que lo perdonara, ahora Le pide que lo libre “de homicidios homicidios” (en la versión inglesa de King James se traduce como “culpabilidad sangre culpabilidad de la sangr e ”). La culpa lo oprimía, y aunque creía firmemente que Dios iba a perdonarlo, Le pide ahora que lo libre de su culpa. El pecado que cometemos es contra Dios que lo cometemos, y sólo Él puede librarnos de nuestro sentido de culpabilidad. El pecado es algo horrendo en la vida de los verdaderos creyentes, porque nosotros no queremos pecar y deseamos ser fieles a Dios. Por esa razón, cuando pecamos, nos sentimos sacudidos por la culpa y no podemos soportarlo. Así se sentía David, pero Le pidió liberación a Dios. Se sabía culpable de pecado, pero Le rogó a Dios que lo perdonara. Se veía impotente, y sólo Él podía ayudarlo. Y entonces, prosigue diciendo en el versículo 14: “... Dios de mi salv ación; ccan an tará mi lengua Tu justicia salvación; antará justicia”. David sabía que su salvación venía de Dios, y que sólo si experimentaba el perdón de Dios, sería capaz de cantar Su justicia. Mientras la carga de la culpa del pecado pesara sobre él, no podía experimentar el toque sanador de Dios, pero esa sanidad que necesitaba su alma para poder cantar la justicia de Dios, sólo Él podía dársela. Eso mismo ocurre en nuestra vida cada vez que pecamos. Creemos que Dios nos ha perdonado porque sabemos que Él pagó por nuestros pecados, y tenemos todas las maravillosas promesas que acompañan a la salvación. Sin embargo, no podemos dejar de recordar lo que hicimos. A pesar de saber que Dios nos ha perdonado, nos sentimos apenados por lo que sucedió, y por ese motivo, continuamos pidiéndole que nos perdone. Sabemos que si somos hijos de Dios, Cristo pagó por nuestros pecados, y tenemos el gozo de su salvación. No obstante, cuando hacemos algo malo, necesitamos ser restaurados y que Dios nos dé la sanidad que sólo Él puede dar. Y ahora, en el versículo 15 dice lo siguiente: S eñor e mis labios ará mi b o ca Tu alabanza. eñor,, abr abre labios,, y public publicará bo

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David no podía ni siquiera abrir los labios para alabar a Dios. Estaba tan agobiado por su pecado, que aun para realizar esa acción necesitaba la ayuda de Dios. Por tanto, Le pide a Dios que le abra los labios para poder alabarlo. Dios tuvo que efectuar en él toda la obra de restauración y de sanidad. Él es el autor y el consumador de nuestra salvación, y el único que puede devolvernos el gozo después de haber caído en pecado y de haberle pedido perdón. Él, por supuesto, no necesita que se Lo pidamos para perdonarnos, porque Cristo ya pagó por todos nuestros pecados – incluyendo ése con el que estamos lidiando. Intelectualmente, sabemos que Dios va a perdonarnos, pero necesitamos sentir ese perdón, y necesitamos también que Él restaure la relación con Cristo que teníamos antes de haber caído. Es por eso que el pecado siempre constituye un gran problema para nosotros cuando somos hijos de Dios nacidos de nuevo. Si verdaderamente somos cristianos, no queremos volver a pecar jamás. Por eso, cuando cometemos un pecado, nos sentimos muy mal. Es posible que nuestro pecado no tenga la gravedad de un homicidio, como en el caso de David, pero aun así, destruye nuestra comunión íntima con Cristo, y nos hace clamar a Dios para pedirle misericordia y perdón. Sabemos, empero, que Dios es Quién tiene que sanar nuestra alma y devolvernos el maravilloso gozo de la salvación que teníamos antes. Por esa razón, para poder seguir adelante necesitamos que Él nos ayude. David, pues, quería cantar y alabar a Dios, pero reconocía que no podía hacerlo sin Su ayuda. Acudió, pues, a Él porque se sentía impotente para librarse de la culpa. Sin la intervención de Dios, no era posible. Pero, ¡qué maravilla!, la Biblia nos muestra que Dios sí perdonó a David. Lo perdonó porque era Su hijo, y por consiguiente todos sus pecados ya estaban perdonados. Y todo aquél que pertenece a Cristo puede tener esa misma seguridad de perdón para sus pecados. ¡Alabado sea Dios por Su amor y Su misericordia!

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Pues bien, hemos descubierto que la vía para salir del pecado no es una vía fácil; es más, puede convertirse en una lucha. Pero una vez que nos enfrentamos a nuestro pecado y lo llevamos ante Dios en oración, sentimos un alivio muy bendecido porque sabemos que ha sido perdonado. Es un hecho cierto que Cristo pagó el castigo que merecían nuestros pecados, y por eso, puede darnos el perdón total que necesitamos tan desesperadamente. Y entonces, llegamos al versículo 16, donde leemos estas palabras: Por que no quier es sacr ificio que yyo o lo daría; no quier es orque quieres sacrificio quieres o. holoccaust austo holo ¿De qué está hablando David aquí? Dios no desea de nosotros sacrificios ni holocaustos materiales para que nuestra relación con Él sea buena. De hecho, a diferencia de lo que ocurría en los días de David, en nuestra época actual ya no se sacrifican animales ni se ofrecen holocaustos sobre un altar. Fue el Propio Dios Quién le puso fin a esas prácticas del Antiguo Testamento. Y entonces, ¿qué aplicación tiene este versículo para nosotros? En realidad, hay muchos tipos de sacrificios que podemos ofrecerle a Dios. Por ejemplo, podemos dedicar parte de nuestro dinero a la obra de extender Su reino, podemos darle parte de nuestro tiempo y de nuestros esfuerzos, etc. Sin embargo, aunque todas esas son cosas dignas de mención, ninguna de ellas aporta nada a nuestra salvación. La clase de sacrificio que Dios desea no es el dinero que le damos, ni nuestro trabajo, ni ninguna cosa de este mundo, por valiosa que pueda ser. Los sacrificios que a Dios Le agradan aparecen descritos en el versículo 17, donde leemos lo siguiente: Los sacr ificios de D ios son el espír itu quebr an tado; al ccor or azón sacrificios Dios espíritu quebran antado; orazón tr it o y humillado no despr eciarás Tú, oh D ios ontr trit ito despreciarás Dios ios.. c on El espíritu quebrantado y el corazón contrito es la disposición del individuo que está convencido de haber obrado mal, y tiene que tratar de hacer de nuevo las paces con Dios. Nos vemos en esa situación cuando llegamos al final de nuestra capacidad y de nuestros recursos, y no sentimos totalmente quebrantados y sin fuerzas.

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Pensábamos que teníamos algo que podíamos ofrecer, algo en reserva, pero lo único que tenemos es una miserable condición pecaminosa. Somos, pues, como una mercancía destrozada que carece de valor; pero es así como Dios quiere que nos veamos. En otras palabras, Él desea que nos veamos así para que dejemos de descansar en nuestras propias fuerzas, en lo que creemos que podemos hacer, en el valor que pensamos tener, y acudamos a Cristo con el espíritu quebrantado y el corazón contrito, conscientes de que no tenemos nada que podamos ofrecer. Nada de lo que yo Le ofrezca a Dios puede ayudar a pagar por mi pecado. Lo único que puedo hacer es mirar hacia Él y pedirle misericordia –Su maravillosa e incomparable misericordia. No obstante, es algo grandioso que lleguemos al punto de sentirnos totalmente quebrantados, totalmente drenados, aun cuando ese sentimiento no nos agrade en lo más mínimo porque los seres humanos siempre nos creemos destinados a triunfar, ¿no es cierto? Pero es todo lo contrario. Dios tiene el control de cada aspecto de nuestra vida, y lo único que podemos hacer es esperar en Él hasta que sintamos los efectos de Su poder glorioso y sanador. Es entonces que volvemos a tener una íntima comunión y una estrecha relación con nuestro Salvador, y seremos otra vez “Cristo y yo” –un binomio en el que Él siempre tiene que ocupar el primer lugar. Dios tiene el control absoluto de este proceso, y procurará que al término del mismo, yo sea plenamente Su hijo. Nosotros no somos nada, Dios es todo. Por supuesto, a los seres humanos no nos gusta escuchar eso, porque pensamos que somos algo y que Dios tiene que reconocernos algún mérito. Sin embargo, la realidad es que Dios es todo. Es así como tiene que ser para que nuestra relación con Él sea buena. Con Dios no podemos hacer tratos ni andar con medias tintas. Estamos muy acostumbrados a hacer tratos, pero en nuestra relación con Dios, eso no funciona. Si Él tiene el control de nuestra vida, estamos en el sendero correcto, pero tenemos que seguir hasta el final. Y entonces, después de habernos quebrantado por completo, Él recogerá los pedazos con mucha ternura –los pedazos rotos de un pecador contrito. Nosotros somos como un hermoso adorno de cristal que se ha hecho añicos; y aunque parezca que no hay esperanza, el perito artesano, que no es otro más que Dios, los unirá de nuevo hasta formar algo maravilloso. Y cuando lo haga, seremos restaurados y estaremos completamente limpios.

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Ése es el sacrificio que Dios exige. Un espíritu quebrantado; porque al corazón contrito y humillado Dios no lo desprecia en modo alguno. “Contrito” significa arrepentido, avergonzado. Nuestro corazón tiene que sentirse quebrantado por el pecado que hemos cometido. Sólo así podemos presentarnos ante Dios –totalmente quebrantados. Y Él promete que recogerá los pedazos y nos restaurará. Y nos daremos cuenta de la obra que está realizando por el cambio que se operará en nosotros. Y entonces, no quedará casi nada del ego y del deseo de éxito que teníamos antes que Él tomara el control de nuestra vida. ¡Qué maravilloso es contemplar lo que Dios puede hacer con cualquiera de nosotros! Y ahora, continuamos nuestro análisis con los versículos 18 y 19 –los últimos versículos del Salmo 51: Haz bien ccon on Tu b ene volencia a SSión; ión; edific a los mur os de bene enev edifica muros Jerusalén. En es Te agr adarán los sacr ificios de justicia, el holo ou Enttonc onces agradarán sacrificios holocc aust austo ofr enda del tto odo quemada; en es ofr ec erán b ec er ofrenda enttonc onces ofrec ecerán bec ecer errros sobr sobre e Tu altar altar.. David está pidiéndole a Dios que actúe con benevolencia –es decir, que cumpla Su buena voluntad en Sión y edifique los muros de Jerusalén. Sión es otro nombre que la Biblia emplea para referirse a Jerusalén. Y al leer estas palabras, nos percatamos inmediatamente de que la razón por la que este versículo centra nuestra atención en Dios es que nosotros, literalmente hablando, no podemos edificar a Jerusalén. Pero, ¿es acaso la ciudad física de Jerusalén, la capital de Israel, la que David Le está pidiendo a Dios que edifique? Es posible, por supuesto, pero Sión y Jerusalén también tienen otro significado espiritual. Podemos hallar una pista si leemos Hebreos 12:22 en el Nuevo Testamento, donde también se hace alusión a Sión y a Jerusalén. Es maravilloso que podamos comparar la Escritura con la Escritura mientras leemos la Biblia porque si nos tropezamos con un versículo que no podemos entender, debemos detenernos, pedirle a Dios sabiduría, y luego, continuar leyendo otros pasajes de la Biblia que nos den algunas pistas. Y en Hebreos 12:22 S ino que os habéis ac er ión, a dice lo siguiente: “S acer ercc ado al mon montte de SSión, la ciudad del D ios viv o, JJer er usalén la ccelestial elestial Dios vivo erusalén elestial…”

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Aquí, ¡claro está!, no se está haciendo alusión a ninguna ciudad literal ni a ningún monte literal. En otras palabras, espiritualmente hablando, Sión y Jerusalén representan el Reino de Dios. Edificar los muros significa edificar el Reino de Dios. Y entonces, sí comienza a cobrar sentido lo que leemos en el versículo 18 del Salmo 51. Dios es el que edifica Su Reino con Su benevolencia. El tema central del Reino de Dios en este mundo hace que el Evangelio sea anunciado mientras Dios edifica Su Reino. Tenemos que explicar esto un poco más, pero vamos por el buen camino. No se trata de edificar algo físico; aquí se está hablando del Reino de Dios, que obviamente, es un Reino muy espiritual, y muchísimo más importante y más grande que cualquier cosa física en la que podamos pensar. El Reino es edificado cuando las personas oyen el Evangelio y Dios les da entrada en Su Reino a algunas de ellas en el momento que Él Mismo ha prefijado. Esas personas no entran en ninguna estructura ni en ninguna instalación material, sino en una relación espiritualmente viva y más profunda con Dios. Y mientras Él edifica Su Le agr adarán los sacr ificios de justicia Reino, “L agradarán sacrificios justicia”. Con estas palabras, Dios indica de qué manera se lleva a cabo la edificación de los muros, y observen que son edificados por medio de los sacrificios de justicia y ofrendas del todo quemadas. ¿De qué modo? Mediante el corazón quebrantado y contrito y la entrega total de las personas que se rebelaron contra Dios y ahora se han dado cuenta de que no podían hacerlo. Este sacrificio representa todo lo que nosotros le damos a Dios cuando nos ofrecemos a Él por el gran amor que Le profesamos. Es una ofrenda “del todo” quemada –no “parcialmente” quemada, porque no podemos quedarnos con ninguna parte. Ésa es la ofrenda a la que Dios se refiere. Es “del todo” quemada –es decir, totalmente consumida. Los sacrificios que Le ofrecemos a Dios –nuestro espíritu quebrantado, nuestro corazón contrito, nuestras posesiones- tenemos que entregárselos a Dios por completo y usarlos enteramente para Su gloria. ¡Sí, nuestras posesiones también! ¿Estás dispuesto a dedicarle a Dios todas tus posesiones porque quieres que Él ocupe el primer lugar en tu vida? Si no incluyes tus posesiones, la adoración que Le rindes a Dios es sólo de labios para afuera. Es fácil decir que tenemos un corazón quebrantado y contrito, pero la entrega de nuestras posesiones de Dios es un hecho más tangible. Ahora bien, alguien

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podría alegar: —”Yo no sé qué opinión Dios tiene de mí”. En ese caso, amigo mío, comienza a orar: “Oh Dios, ¡ten misericordia de mí! Quebrántame para que pueda entender que no me habré entregado verdaderamente a Ti hasta que Te haya entregado por completo mi vida y todas mis posesiones. Tenemos que ir a Dios con todo, sin reservarnos nada. Cuando nos ofrecemos en sacrificio a Dios, Le damos todo lo que a Él Le agrada. Tenemos que entregarle todo lo que tenemos. A fin de cuentas, nuestra vida, nuestras posesiones, todo lo que decimos que nos pertenece, es Él Quién nos lo ha dado. Algunos, empero, podrían decir: —”Nada de eso. Yo me esforcé mucho”. Porque a los seres humanos nos gusta hacer hincapié en lo grande que somos; sin embargo, ¿quién nos dio las fuerzas? ¿Quién puso en nosotros el deseo? ¿Quién me dio todo lo que ahora tengo para devolvérselo al Señor? Fue Dios Quién me lo dio, en primer lugar, y no puedo olvidarlo jamás. Cuando me doy cuenta de que todo lo he recibido de Dios, y que puedo utilizarlo como un medio para demostrarle mi amor y mi deseo de servirle, entonces, todo comienza a encajar y a cobrar sentido. Es a esto a lo que Dios se refiere cuando pide de nosotros un espíritu quebrantado y una ofrenda del todo quemada. Y entonces, nos abandonamos a Él por completo. Yo no soy importante en este mundo, pero Dios sí es importante. Lo que yo hago para Él y lo que puedo ofrecerle no es importante. Lo que cuenta es lo que Dios nos pide, y cuando recorremos la Biblia, descubrimos que Él lo quiere todo. En los versículos 16 y 17 del Salmo 51 aprendimos que los sacrificios agradables a Dios son el espíritu quebrantado y el corazón contrito. Pero nuestro espíritu no estará quebrantado ni nuestro corazón contrito hasta que todo lo que poseemos y apreciamos en este mundo se lo hayamos entregado a Dios. Y nuestra entrega ha de ser con gozo. Sí, no sólo tenemos que darle a Dios todo lo que Él nos ha dado, sino que debemos hacerlo con gozo en nuestro corazón. “Mi precioso Dios y Salvador, ¡mira cuánto me has dado y cuán importante eres para mí! Por eso, me siento muy contento de poder devolvértelo, Señor”. Y entonces, siento gozo en mi corazón porque he descubierto qué sentido tiene dar, y que no lo hago para pedir algo a cambio, sino para devolverle a Dios lo que he recibido de Él. Porque Dios es mi Salvador, mi protector, el que llevó mis pecados. A dondequiera que vuelva mis ojos, Dios es todo, y por

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tanto, me lleno de gozo y de una extrema felicidad cuando puedo devolverle a Dios lo que Él me ha dado sin oponer resistencia. Y aunque parece demasiado difícil de lograr, tengo que continuar orando a Dios para que tenga misericordia. Él es mi Dios y yo soy parte de Su Reino y no puedo ser separado de Él jamás. Nada puede darme más gozo que pensar en eso. ¡Qué maravilloso es Dios que ha hecho posible que mi corazón quebrantado y contrito a causa de mi negligencia pueda experimentar estas cosas! Es ahí a donde tenemos que llegar –a suplicarle a Dios Su misericordia. Él es nuestro Salvador, el único que puede llevarnos a la vida eterna. Ésta es, pues, una expresión de nuestro deseo de ser fieles al Señor. Cuando Le damos algo al Señor debemos hacerlo de corazón y sin reservarnos nada, y ha de ser usado para la extensión de Su Reino. Cuando Le ofrezco lo poco que tengo para ofrecerle, esa ofrenda es un sacrificio de justicia –es decir, una indicación de que quiero andar en justicia para que el Reino de Dios pueda ser extendido. Ahora bien, el becerro sobre el altar del que habla el versículo 19, soy yo mismo cuando me entrego a Dios voluntaria y alegremente. Nuestra entrega a Dios ha de ser voluntaria y alegre porque a Él tenemos que dárselo todo, sin preocuparnos por lo que pueda quedar para “mí”; y además, debemos estar dispuestos a ser usados al máximo en la proclamación del Evangelio, y procurar que lo que damos sea utilizado adecuadamente, y de ese modo, podamos servir como participantes que somos del Reino de Dios. ¡Qué grandioso es participar de esta tarea! Dios nos salva a nosotros primero, y luego, aunque todavía pecadores, nos usa en Su Reino. A Cristo volvimos nuestros ojos en busca de alivio para nuestros pecados, y ahora, Él nos utiliza a nosotros, aunque seamos pecadores. Dios nos da la tarea de compartir el Evangelio y proclamar Su Palabra en el mundo. Nosotros no podemos salvar a nadie del pecado, pero Dios nos escogió para usarnos como embajadores de Cristo. Y aunque no podamos hacerlo con perfección, Él es perfecto y Su camino también. Nuestra oración, pues, ha de ser semejante a la de David. Por tanto, debemos presentarnos ante Dios con nuestro pecado y con nuestra miseria y clamar a Él pidiéndole misericordia, en primer lugar.

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Y Dios, por Su abundante amor, siempre cumplirá Su perfecta voluntad al otorgarles Su perdón y Su misericordia a aquellos a quienes Él les da entrada en Su Reino. Pero la salvación de un individuo no es el final del asunto –ese individuo ahora tiene una tarea por delante que habrá de desempeñar mientras viva en esta tierra. Cuando presentemos nuestros sacrificios ante el Señor, hagámoslo si reservas y con alegría, llenos de amor por nuestro maravilloso Salvador.

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