Saint Gregory’s College Filosofía en primaria. Capacitación de maestra/os Prof.: Mariana Gardella

Segundo encuentro 15/02/2013:

La belleza y la fealdad

Actividad nº 1 Observa y analiza los siguientes recursos:  Bernardo Strozzi, Vanitas (1630)  Bernardo Parentino, Las tentaciones de San Antonio (c. 1490)  P. Paul Rubens, La cabeza de Medusa (c. 1618)  Gustav Klimt, Peces plateados (1899)  Quentin Tarantino, Inglourious Basterds, escena final (2009). Luego, elige uno de ellos y responde a las siguientes preguntas: 1) ¿Qué sensación te produce el recurso elegido? 2) ¿Podría ese recurso ser considerado una representación de la fealdad? ¿Y una representación de la belleza? ¿Por qué? 3) ¿A partir de ese recurso, podrías elaborar una definición tentativa de la fealdad? ¿Y una de la belleza?

Actividad nº 2 Mira el capítulo “La belleza” del programa Mentira la verdad, conducido por D. Sztajnszrajber y emitido por Canal Encuentro (hasta 6’ 18). Luego, lee y analiza las siguientes fuentes:

1. Umberto Eco a. On Ugliness, p. 8:1 En cada siglo, filósofos y artistas han aportado definiciones sobre la belleza, y gracias a sus trabajos es posible reconstruir una historia de las ideas estéticas a lo largo del tiempo. Pero eso no ocurrió con la fealdad. La mayor parte del tiempo fue definida como lo opuesto a la belleza, pero casi nadie le dedicó jamás un tratado de cualquier extensión a la fealdad, que fue relegada a menciones pasajeras en trabajos marginales. De ahí que mientras una historia de la belleza puede utilizar una amplia gama de fuentes teoréticas (de las cuales podemos deducir los gustos de una época dada), en su mayor parte una historia de la fealdad debe salir a la búsqueda de sus propios documentos en las representaciones visuales o verbales de cosas o personas que son de alguna manera vistas como “feas”. Sin embargo, una historia de la fealdad comparte algunas características comunes con una historia de la belleza. Eco, U. (2007). On Ugliness, trad. del italiano de Storia della brutezza por McEwen A. Londres: Harvill Secker. Mi traducción al español. 1

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b. On Ugliness, p. 421-22:2 El oído de los antiguos percibía que ciertos intervalos musicales eran disonantes y los consideraba desagradables, y el ejemplo clásico de fealdad musical ha sido durante siglos el intervalo de cuarta aumentada, o excedente, como por ejemplo do-fa diesis. En la Edad Media esta disonancia resultaba tan perturbadora que recibía el nombre de diabolus in música (el diablo en la música). Sin embargo, los psicólogos han explicado que las disonancias tienen un poder excitante, y muchos músicos, a partir del siglo XIII, las han utilizado para producir determinados efectos en un contexto apropiado. De modo que el diabolus ha servido a menudo para obtener efectos de tensión o de inestabilidad que esperan una resolución, y ha sido utilizado por Bach, por Mozart en el Don Juan, por Liszt, Mussorgsky, Sibelius, Puccini (en Tosca), hasta el West Side Story de Bernstein, o para sugerir apariciones infernales, como sucede en la Condenación de Fausto de Berlioz. El caso del diabolus in musica podría ser un excelente ejemplo final para esta historia de la fealdad, porque nos sugiere algunas reflexiones. Tres de ellas deberían desprenderse de forma evidente de los capítulos anteriores: la fealdad depende de las épocas y de las culturas, lo que era inaceptable ayer puede convertirse en lo aceptado de mañana, y lo que se considera feo puede contribuir, en un contexto adecuado, a la belleza del conjunto. La cuarta observación nos lleva a corregir la perspectiva relativista: si el diabolus se ha utilizado siempre para crear tensión quiere decir que hay reacciones basadas en nuestra fisiología que se mantienen más o menos inalteradas a través de los tiempos y de las culturas […]. 2. Platón 291b-d:3

a. Hipias mayor 287b-d; Sócrates: ¿Acaso las cosas bellas no son bellas por lo bello? Hipias: Sí, por lo bello. S: ¿Existe lo bello? H: Existe. ¿Cómo no va a ser así? S: Dirá él: “Dime, forastero, ¿qué es lo bello?”. H: ¿Acaso el que hace esta pregunta, Sócrates, quiere saber qué es bello? S: No lo creo, sino qué es lo bello, Hipias. H: ¿Y en qué difiere una cosa de la otra? S: ¿Te parece que no hay ninguna diferencia? H: ¿Quieres que te diga lo que puedes decir que es bello y librarte de tantas palabras? S: Sí que quiero. Pero no antes de que me digas, cuál de las dos cucharas de que acabamos de hablar debo decirle a él que es adecuada y más bella. H: Si quieres, respóndele que la hecha de higuera. S: Di, pues, ahora lo que ibas a decir antes. Pues con esta respuesta, si digo que lo bello es el oro, no va a resultar, según me parece, más bello el oro que la madera de higuera. Vamos a lo de ahora. ¿Qué dices, de nuevo, que es lo bello? H: Voy a decírtelo. Me parece que tú tratas de definir lo bello como algo tal que nunca parezca feo a nadie en ninguna parte. Trad. publicada en Página 12, Lunes 5 de Enero de 2009 http://www.pagina12.com.ar/diario/verano12/subnotas/117711-37477-2009-01-05.html 3 Lledó Íñigo, E. ([1982] 2007). Platón. Hipias Mayor, en Diálogos I. Madrid: Gredos. 2

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tomada

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S: Exactamente Hipias. Ahora lo comprendes muy bien. b. Banquete 209e-212c:4 Diotima de Mantinea: Éstas son, pues, las cosas del amor en cuyo misterio también tú, Sócrates, tal vez podrías iniciarte. Pero en los ritos finales y suprema revelación, por cuya causa existen aquéllas, si se procede correctamente, no sé si serías capaz de iniciarte. Por consiguiente, yo misma te los diré afirmó- y no escatimaré ningún esfuerzo; intenta seguirme, si puedes. Es preciso, en efecto -dijo- que quien quiera ir por el recto camino a ese fin comience desde joven a dirigirse hacia los cuerpos bellos. Y, si su guía lo dirige rectamente, enamorarse en primer lugar de un solo cuerpo y engendrar en él bellos razonamientos; luego debe comprender que la belleza que hay en cualquier cuerpo es afín a la que hay en otro y que, si es preciso perseguir la belleza de la forma, es una gran necedad no considerar una y la misma la belleza que hay en todos los cuerpos. Una vez que haya comprendido esto, debe hacerse amante de todos los cuerpos bellos y calmar ese fuerte arrebato por uno solo, despreciándolo y considerándolo insignificante. A continuación debe considerar más valiosa la belleza de las almas que la del cuerpo, de suerte que si alguien es virtuoso de alma, aunque tenga un escaso esplendor, séale suficiente para amarle, cuidarle, engendrar y buscar razonamientos tales que hagan mejores a los jóvenes, para que sea obligado, una vez más, a contemplar la belleza que reside en las normas de conducta y en las leyes y a reconocer que todo lo bello está emparentado consigo mismo, y considere de esta forma la belleza del cuerpo como algo insignificante. Después de las normas de conducta debe conducirle a las ciencias, para que vea también la belleza de éstas […]. Intenta ahora -dijo- prestarme la máxima atención posible. En efecto, quien hasta aquí haya sido instruido en las cosas del amor, tras haber contemplado las cosas bellas en ordenada y correcta sucesión, descubrirá de repente, llegando ya al término de su iniciación amorosa, algo maravillosamente bello por naturaleza, á saber, aquello mismo, Sócrates, por lo que precisamente se hicieron todos los esfuerzos anteriores, que, en primer lugar, existe siempre y ni nace ni perece, ni crece ni decrece; en segundo lugar, no es bello en un aspecto y feo en otro, ni unas veces bello y otras no, ni bello respecto a una cosa y feo respecto a otra, ni aquí bello y allí feo, como si fuera para unos bello y para otros feo. Ni tampoco se le aparecerá esta belleza bajo la forma de un rostro ni de unas manos ni de cualquier otra cosa de las que participa un cuerpo, ni como un razonamiento, ni como una ciencia, ni como existente en otra cosa, por ejemplo, en un ser vivo, en la tierra, en el cielo o en algún otro, sino la belleza en sí, que es siempre consigo misma específicamente única, mientras que todas las otras cosas bellas participan de ella de una manera tal que el nacimiento y muerte de éstas no le causa ni aumento ni disminución, ni le ocurre absolutamente nada […]. Pues ésta es justamente la manera correcta de acercarse a las cosas del amor o de ser conducido por otro: empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como de peldaños ir ascendiendo continuamente, en base a aquella belleza, de uno solo a dos y de dos a todos los cuerpos bellos y de los cuerpos bellos a las bellas normas de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos, y partiendo de éstos terminar en aquel conocimiento que es conocimiento no de otra cosa sino de aquella belleza absoluta, para que conozca al fin lo que es la belleza en sí. En este período de la vida, querido Sócrates -dijo la extranjera de Mantinea-, más que en ningún otro, le merece la pena al hombre vivir: cuando contempla la belleza en sí. 3. Aristóteles a. Poética VII, 4 5

1450b30:5

Martínez Hernández, M. (1986). Platón. Banquete, en Diálogos III. Madrid: Gredos. Schlesinger, E. (2003). Aristóteles. Poética. Buenos Aires: Losada. 3

En el animal hermoso y en toda cosa hermosa que consta de partes, no sólo deben estar éstas ordenadas, sino que debe también existir la medida correspondiente, pues la belleza consiste en la medida y en el orden […]. b. Aristóteles, Metafísica 13, 1078a35:6 Las formas supremas de la belleza son el orden, la proporción y la delimitación. c. Aristóteles, Política VII, 1326a33:7 Dado que lo bello suele surgir en la cantidad y la magnitud. 4. Marx, “El poder del dinero”, Manuscritos económicos y filosóficos de 1844:8 El dinero, en cuanto posee la propiedad de comprarlo todo, en cuanto posee la propiedad de apropiarse todos los objetos es, pues, el objeto por excelencia. La universalidad de su cualidad es la omnipotencia de su esencia; vale, pues, como ser omnipotente […]. Lo que mediante el dinero es para mí, lo que puedo pagar, es decir, lo que el dinero puede comprar, eso soy yo, el poseedor del dinero mismo. Mi fuerza es tan grande como lo sea la fuerza del dinero. Las cualidades del dinero son mis —de su poseedor— cualidades y fuerzas esenciales. Lo que soy y lo que puedo no están determinados en modo alguno por mi individualidad. Soy feo, pero puedo comprarme la mujer más bella. Luego no soy feo, pues el efecto de la fealdad, su fuerza ahuyentadora, es aniquilada por el dinero. Según mi individualidad soy tullido, pero el dinero me procura veinticuatro pies, luego no soy tullido; soy un hombre malo y sin honor, sin conciencia y sin ingenio, pero se honra al dinero, luego también a su poseedor […]. ¿Acaso no transforma mi dinero todas mis carencias en su contrario? 5. Kant a. Crítica del juicio §23:9 Lo bello tiene en común con lo sublime que ambos placen por sí mismos […]. Pero hay también entre ambos diferencias considerables, que están a la vista. Lo bello de la naturaleza se refiere a la forma del objeto, que consiste en su limitación; lo sublime, al contrario, puede encontrarse en un objeto sin forma, en cuanto en él, u ocasionada por él, es representada ilimitación […]. b. Kant, Crítica del juicio §28: Rocas audazmente colgadas y, por así decirlo, amenazadoras, nubes de tormenta que se amontonan en el cielo y se adelantan con rayos y con truenos, volcanes en todo su poder devastador […] reducen nuestra facultad de resistir a una insignificante pequeñez, comparada con su fuerza […]. La irresistibilidad de su fuerza (s.c. de la fuerza de la naturaleza), que ciertamente nos da a conocer nuestra impotencia física, considerados nosotros como seres naturales, descubre sin embargo, una facultad de juzgarnos independientes de ella y una superioridad sobre la naturaleza […]. De este modo, la naturaleza, en nuestro juicio estético, no es juzgada como sublime porque provoque temor, sino porque excita en nosotros nuestra fuerza (que no es naturaleza) para que consideremos como pequeño aquello que nos preocupa (bienes, salud, vida); y así, no consideramos la fuerza de aquélla (a la cual, en lo que toca a estas cosas estamos sometidos), para nosotros y nuestra personalidad, como un poder Calvo Martínez, T. ([1982] 2007). Aristóteles. Metafísica. Madrid: Gredos. Mi traducción. 8 Tomado de http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/index.htm 9 García Morente, M. ([1977] 2007). Immanuel Kant. Crítica del juicio. Madrid: Espasa Calpe. 6 7

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ante el cual tendríamos que inclinarnos si se tratase de nuestros más elevados principios y de su afirmación o abandono […]. Así, pues, la sublimidad no está encerrada en cosa alguna de la naturaleza, sino en nuestro propio espíritu, en cuanto podemos adquirir la conciencia de que somos superiores a la naturaleza […]. 6. Nietzsche §19:10

a. Crepúsculo de los ídolos Lo bello y lo feo. No hay nada más condicionado e incluso más limitado que nuestro sentido de la belleza. Quien trate de concebirla al margen del placer que un hombre produce a otro, sentirá que no pisa tierra firme. Lo «bello en sí» no es más que una expresión, ni siquiera es una idea. En lo bello, el hombre se toma a sí mismo como medida de perfección; y en determinados casos selectos se adora al admirar lo bello […]. El hombre cree que el mundo está rebosante de belleza, y olvida que él es la causa de ella. Sólo él le ha regalado al mundo la belleza; aunque lamentablemente, se trate de una belleza humana, demasiado humana… En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas y considera bello todo lo que le devuelve su imagen. El juzgar algo «bello» constituye la vanidad característica de nuestra especie. b. Crepúsculo de los ídolos §20: Nada es bello; sólo el hombre lo es: toda la estética se basa en esta ingenuidad; esta es su primera verdad. Veamos ahora cuál es la segunda: nada es feo, excepto el hombre cuando degenera; así queda delimitado el ámbito del juicio estético. En términos fisiológicos, todo lo feo debilita y entristece al hombre. Le recuerda la decadencia, el peligro y la impotencia […]. Se concibe lo feo con un indicio y un síntoma de degeneración; lo que recuerda la degeneración, aunque sea en un grado mínimo, nos induce a que lo juzguemos «feo». Todo signo de agotamiento de pesadez, de vejez, de cansancio, toda clase de falta de libertad, bajo la forma de convulsión, parálisis, y, sobre todo, el color, el olor, y la forma de la descomposición y de la putrefacción, aunque se encuentre tan atenuado que sólo sea un símbolo, provoca idéntica reacción: la valoración de «feo». Aquí aparece un odio: ¿a quién odia el hombre en este caso? No hay duda: a la decadencia de su tipo.

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Sánchez Pascual, A. ([1973] 2007). F. Nietzsche. La genealogía de la moral, Buenos Aires: Alianza. 5

Actividad nº 3 Teniendo en cuenta lo trabajado en las actividades precedentes, te propongo que escribas algunas líneas donde puedas expresar qué son lo belleza y/o la fealdad actualmente. …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………

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