“Juego de cartas o una amistad por escrito en Cartas a un amigo argentino, de Witold Gombrowicz.” Laura Isola, Literatura del siglo XX, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.

En París, el 28 de abril de 1963 está fechada la carta que Witold Gombrowicz le envía a Juan Carlos Gómez y es la primera de una larga y sostenida correspondencia que el escritor polaco mantiene con su amigo argentino. La última es de Vence y tiene por fecha el 28 de febrero de 1965, cuatro años antes de su muerte en 1969. El momento de apertura y de cierre de este intercambio epistolar importa, en tanto, ubica la situación de Gombrowicz y su despedida de Argentina en 1963, tras veinticuatro años de vida en este país. La carta final, por su parte, coincide con una ruptura de otro orden: la amistad con Juan Carlos Gómez, el Goma, había finalizado. En Cartas a un amigo argentino[1], tal como es el título que las reúne, es imposible desconocer los componentes que se agrupan ya desde el comienzo. Por un lado, el género epistolar dispara una serie de reflexiones acerca del modo en que esta escritura tomará forma. Carta, destinatario, remitente, distancia y tiempo son factores a tener en cuenta cuándo se analicen las distintas entradas, fechadas y localizadas en varias ciudades. A continuación, la palabra amistad, en este caso, recupera una significación muy ligada a la filosofía que en su origen unió a los hombres por medio del amor a la palabra y la pensamiento. Es posible, y eso trataremos de hacer, realizar un abordaje que contemple la perspectiva humanista de estos textos. Por último, el gentilicio “argentino” exhibe no sólo los años de exilio de Gombrowicz, su permanencia en el campo cultural argentino y su nuevo destierro europeo sino el carácter heterogéneo e indispensable que se necesita promover: el extranjero y el nativo. Que en un punto es

1[1]

Witold Gombrowicz, Cartas a un amigo argentino, Buenos Aires, Emecé, 1999.

también decir: el viejo y el joven, el maestro y el alumno, el escritor y el no escritor, el muerto y el vivo. [2] 1. El destino de las cartas El trabajo con cartas o epistolarios plantea una especificidad y una metodología. A primera vista hay un exhibicionismo insoslayable desde el momento que las cartas, y esto corre para las de cualquier tipo, evidencian su situación de enunciación y al mismo tiempo inscriben una situación de recepción. Es por eso que las cartas no sólo intercambian contenido, información sino también hablan por si mismas, revelan el acto de haber sido escritas y ambos actantes están inscriptos y condicionados en este intercambio. El narrador que siempre dice “yo”, que saluda y que firma, y el sujeto interpelado por estas marcas, por estos aspectos performativos. Una carta siempre es mandataria de recepción, aunque no siempre llegue a destino. Sin embargo, la presencia del otro, que se evoca incesantemente, --se escribe siempre para evocar--, revela el carácter ausente del otro. La soledad de la escritura, la falta del otro que propicia esa escritura es lo que abre la brecha o ese umbral entre la escritura que se envía y la espera de la nueva correspondencia. En este caso particular de las cartas a Juan Carlos Gómez que le escribe Gombrowicz se pueden detectar varios núcleos o temas que coinciden con lo antes descrito. El “yo” del escritor polaco se ubica y describe su entorno europeo, generalmente se dirige a su destinatario como “Goma” y se despide con sus iniciales W.G precedidas por el característico “Salú”. Frente a las ciudades como Berlín, por ejemplo, realiza analogías con la Patria, en mayúsculas, tal como se refiere a la Argentina. Las mayores preocupaciones son junto con el dinero que necesita que le envíen o los pagos que pide que se hagan, el control de la correspondencia. Por un lado, exige de manera imperiosa noticias sobre Buenos Aires, los amigos y la situación 2[2]

Para este punto es muy interesante el prólogo que escribe César Aira a Gombrowicz, este hombre me causa problemas, de Juan Carlos Gómez (Buenos Aires, Interzona, 2004)

general, por el otro, se queja permanentemente de la correspondencia certificada que Gómez le envía: “Yo le decía que no me mande expresos ni certificadas y por lo tanto Vd. no me manda expresos pero me manda certificadas. Y por lo tanto me despiertan a las 8 de la mañana para firmar el recibo. Lo más agradable en el trato con un intelecto verdaderamente superior es que resulta imprevisible.” (Berlín, 8 de agosto de 1963) “siguen las certificadas, esta vez me despertaron a las 8.30, Goma de rodillas lo pido NO MANDE CERTIFICADAS, trate de comprender, NO HAY QUE MANDARLAS, significa no las mande, que hay que mandarlas sin certificar.” (Berlín, 22 de septiembre de 1963) El fastidio excede, a mi modo de ver, el madrugón para recibir la misiva. Gombrowicz se instala en el lugar del que ordena y exige que se cumplan sus deseos. La desobediencia del otro, del discípulo, enoja al maestro y esto no se restringe a la modalidad del envío. Gombrowicz dicta, de alguna manera, las cartas que quiere recibir y Gómez no siempre obedece: “Goma: por Dios no jode, no hinche y no se cree obligado a escribir otra sofisticada sólo porque yo protesto, no pierda tiempo, no hay cosa peor que los chistes trabajosos.” “Goma de mi alma: noto que la carta suya es como quien diría no del todo elaborada, un tanto apurada y con escasas noticias; en cambio Flor me mandó una bien estructurada...” (Berlín 24 de mayo de 1963) El enojo que le provocan ciertas zonas de las cartas que recibe: certificadas, escasez de noticias, afectación, vira, levemente, hacia otra zona de intercambio. Las cartas de Gombrowicz están llenas de instrucciones para que Gómez haga o deje de hacer. El discípulo del Café Rex que Witold Gombrowicz conoció en 1956 no se ha movido de ese lugar, aunque los años y los lugares se han modificado considerablemente. “Goma, no haga lío”, “Dígales por teléfono que me manden ahora lo que llegó a la misma

dirección”, “Observe que mis cartas son muy densas, divídelas en fragmentos o copie a máquina.” “controle bien para que no haya lío con las cartas”, “”Goma, póngase en contacto con Martha Lynch “. Esta recomendación tiene fecha del 5 de agosto y lleva una posdata muy interesante. Luego de explicarle quién era Martha Lynch y que había recibido de ella una carta en donde la autora de La alfombra roja lo elogia, a Gombrowicz, se entiende, y que juntos, Gómez y Lynch, “podrán tener charlas interminables sobre mí”, escribe lo siguiente al finalizar la carta: “Para Martha Lynch Certificado. Juan Carlos Gómez, alias Goma, es el argentino más iniciado en mi mundo y conoce muchos de mis secretos.” Varios son los puntos que se pueden pensar a partir de estas líneas. En primer lugar la disparidad de la relación es evidente pero al mismo tiempo funciona como un bautismo. Gómez es nombrado una suerte de embajador plenipotenciario para impartir los conocimientos que tenga sobre Gombrowicz . Desde su nuevo exilio europeo, el autor de Ferdydurke necesita sostener una red, casi clandestina y marginal, para que no se olvide lo que nunca fue percibido. Las cartas entre 1963 y 1964 abundan en detalles sobre el éxito de sus obras. Comenta las traducciones y la puesta en escena de El casamiento en París, a cargo de Jorge Lavelli. Se reconoce a un Gombrowicz exaltado que coquetea con la fama aparente, que viaja y que se siente reconocido. En la carta del 15 de noviembre de 1964 hay una frase bastante premonitoria: “Sépalo: Ferdy aunque se vendiesen sólo 300 ejempl, quedará y hará su trabajito.” Es notable, tal como se verá más adelante, que la Patria, es decir Argentina, está en el centro de su preocupaciones y que el éxito logrado en Europa no logra contentar el fracaso argentino. 2. El último de los humanistas Quizá suene exagerado proponer a Gombrowicz en ese sentido pero las hipótesis merecen esta concesión. De acuerdo, en parte, con Peter Sloterdijk y la historización

que realiza en Normas para el parque humano sobre el apogeo y decadencia del humanismo, desde los griegos hasta su lugar marginal en la moderna sociedad de masas, se puede pensar que este corpus de cartas renueva la confianza o al menos mantiene la ilusión de que el modelo amable de las sociedades literarias es viable. Por un lado, en la década del sesenta no es posible ubicar a este espistolario en un lugar central pero la noción marginal, que en palabras de Sloterdijk es sinónimo de post-literario, postepistolar y post-humanístico, al fin, no resulta incongruente con la figura de los involucrados, sobre todo del mismo Gombrowicz. En su caso, como en todos, a fin de cuentas, ser humanista es, tanto en forma como en fondo, tener un contra-qué. Rescatar a los hombres de la barbarie, “amansar” y domesticar. “Si el formalismo creciente no es compensado por lo humano, la poesía y la pasión perecerán”, escribe Gombrowicz a su alumno Goma y con esta intenta un camino de iluminación. Para Gombrowicz, un virtuoso eximio de la Forma, esta también es una amenaza y mantiene una relación ambigua que, aunque quede atrapado por ella, trata de mitigar. A la teoría de la Forma le opone la de la inferioridad que ubica en el Retiro, donde prefiere a los canillitas que venden los suplementos literarios, a los hombres que los escriben. Desde Europa y en sus cartas a Gómez, Gombrowicz continua la labor docente que impartía en la confitería Rex . Pero en lugar de un tablero de ajedrez, el juego de la estrategia y de la supervivencia, coloca en medio una escritura que dirige al extranjero, al joven que se había fascinado con el estrafalario conde apócrifo. 3. Nunca, nunca quiero irme de casa Diario argentino termina con el regreso de Gombrowicz a Europa. Al cruzar el Atlántico en sentido inverso, rumbo a Europa, no puede dejar de pensar en la Argentina. Y una vez más, el mapa de territorio se desvanece y se vacía de paisajes para dar lugar a la especulación sobre la existencia: “¿Cuál Argentina? ¿Qué fue eso? ¿Argentina? Y

yo...¿qué es ahora ese yo?”[i]. Al exilio le sobreviene la nostalgia, las dificultades de la afirmación de su propio lugar y el viaje que lo trajo a las tierras americanas se confunde con la ruta del retorno. Se cruza, en su imaginación, con él mismo yendo para Sudamérica 24 años antes: “Sí sabía que tenía que encontrarme con aquel Gombrowicz rumbo a América, yo, Gombrowicz, el que partía ahora de América.” Esta escena, en medio del océano que es un lugar de tránsito y en suspenso, el desdoblamiento del personaje recuerda que es alto el precio que se paga por el distanciamiento de la lengua nativa. Las rutas marítimas de ambos viajes, el de ida y el de vuelta, copian el efecto que el exilio produce sobre la lengua: alejarse de la patria es perder su lengua; acercarse al nuevo mundo implica traducir y traducirse. A diferencia de las primeras cartas que, como se dijo, abundan en éxitos y buenas noticias, las del final del epistolario adquieren otro tono: Gombrowicz enfermo planea volver a la Argentina. Y en este contexto de salud precaria que comienza a describir enumerando afecciones y destacando la pérdida de peso, el regreso se empieza a esfumar junto con los kilos: “Ahora peso 68 klg. Pesaba 83!” concluye enfático en la carta de 1965 en la finalmente le cuenta, con detalle, el estado de su cuerpo. “Mi pobre Goma, no se da cuenta de una cosa. Yo le he ocultado, un poco por no hacerlos compartir y poco para evitar indagaciones que desde que dejé la Arg. no tuve un solo día bueno. Fíjese p.e. los últimos 12 meses desde 22 de febrero 64 hasta 22 de febre. 65. Dos meses de hospital, en Berlín perdí 22 kilo, salí con asma doble, corazón flojo, (...) diciembre la radiografía demuestra que hay algo en el estómago: úlcera o cáncer. Fifty, fifty. (...) febrero no era cáncer, sino úlcera, mucho mejor. (...) Mientras que estoy pudriéndome de todos lados un poquitito. En fin, no es tan dramático. Hay también momentos de buen humor. Pero –amigo—nunca me parecí menos a un monstruo egoísta y mefistofélico que ahora. Salud. W. G.” La idea del regreso pierde fuerzas y Gombrowicz muere en Europa. El amigo argentino, ese interlocutor extranjero desoye los consejos del maestro y sigue mandando cartas certificadas “Yo le estoy suplicando, Goma, desde que dejé las costas sudamericanas que o me mande certificadas.” 25/11/1965. El final de esta misma

correspondencia le pone punto final a la relación de amistad, al tiempo que clausura el viaje soñado: “Como si fuese poco Vd., en vez de mandarme noticias, trata, según parece en 5 carillas de enseñarme la filosofía de Sartre. ¡Jua, jua, jua! Esto es lo que yo condeno, tarado, pues lo sé hondamente que la existencia no es una relación suelta, tranquila, sino una relación convulsa y no una libertad sino una tensión. Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor con una tranquilidad doctoral típica de los cartesianos. No comprendió el cuerpo, ni el dolor. Por lo tanto le sugiero, Goma, amistosamente que diga a todos los amigos que lo considero a Vd. bastante tarado. Salú. W.G.”

La Patria es puro recuerdo de esos 24 años y la escena final del Diario argentino recupera la idea imperfecta que el desterrado construye de un país. De cómo lo arma con fragmentos de otros. Mientras el barco que lo lleva de vuelta avanza, levantándose y hundiéndose por los vaivenes del agua, Gombrowicz piensa: “Me sentía un tanto desvalido, confundido, porque quería amar a la Argentina y a mis veinticuatro años comprendidos en ella, pero no sabía como.”[3]

3[3]

Gombrowicz, Witold. D. A., pg. 242.