EL DESPERTAR A LA FE DE 0 A 6 AÑOS

Aproximación desde la psicología y la catequesis Juan Antonio Julve Moreno INTRODUCCIÓN Todo creyente es, de raíz, transmisor de la fe. La fe nos alegra, nos hace felices y ese gozo y felicidad de lo que vivimos tiene posibilidades de comunicarse espontáneamente a quien está a nuestro alrededor. Pero, según el contexto donde uno se encuentre, también existen nieblas y nubarrones que dificultan de manera especial esa comunicación gozosa de la propia experiencia y debilita la fuerza para que otros accedan a las experiencias que a nosotros nos ayudan a vivir con profundidad. Actualmente constatamos dificultades importantes en esta tarea de la Iglesia y, sobre todo, en las formas tradicionales de catequesis con niños y adolescentes. Tal vez hemos puesto el acento en la eficacia de las metodologías y no nos hemos implicado a fondo en el acompañamiento vivencial del proceso de iniciación a la fe, entendido éste desde las primeras etapas del desarrollo del niño. Con frecuencia nos encontramos que, hasta los 6 años el niño ha tenido muy pocas oportunidades para el progresivo descubrimiento de Dios. Por eso nos hemos propuesto reflexionar sobre la necesidad y posibilidad de “iniciación” a la fe en sus primeros años de vida (especialmente de 2 a 6 años) y los cauces por los que se puede orientar. Para mejorar es necesario revisar lo que nos anima a hacer lo que hacemos, profundizar nuestras convicciones, conocer mejor aquello en lo que nos sentimos comprometidos. A este empeño vamos a dedicar nuestra exposición.

1. LA TRANSMISIÓN DE LA FE EN NUESTRO TIEMPO

¿QUÉ ENTENDEMOS POR “TRANSMISIÓN DE LA FE”? Cuentan que Ch. Peruy, católico y escritor francés del siglo XX, decía que “lo mismo que las personas que entraban en las iglesias “se daban” unas a otras el agua bendita, así debíamos los cristianos darnos unos a otros la esperanza”. Por “transmisión de la fe” solemos entender, en los países de tradición cristiana, el proceso por el que las generaciones adultas de creyentes comunican a las generaciones jóvenes el legado del cristianismo. El proceso ha tenido como cauces principales las instituciones básicas: familia, escuela y parroquia. Los agentes de la transmisión eran los padres, los maestros y la comunidad cristiana. La sociedad, llamada “de cristiandad” y la cultura, impregnaban de cristianismo la vida social en la que se desarrollaba ese proceso. La transmisión de la fe así entendida ha entrado en crisis de forma más o menos radical, dependiendo de zonas y medios sociales. Más adelante hablaremos de esta crisis y de sus características. Pero podemos preguntarnos: siguiendo la imagen de Ch. Peruy, ¿puede “darse “ la fe y la esperanza? ¿Puede ser objeto de transmisión lo que es don de Dios

y decisión personal como respuesta a la más íntima, personal e intransferible llamada de Dios? En este sentido, la transmisión de la fe no es una expresión exacta. Lo que llamamos “transmisión de la fe” consiste, más bien, en ayudar al sujeto a prestar atención, a tomar conciencia y a dar consentimiento a una Presencia con la que el sujeto ha sido agraciado. Tiene su centro en la certeza de que, para cada persona, es posible una experiencia, un encuentro con Dios. La transmisión de la fe es, sobre todo, un proceso que acompaña a la persona y la inicia en el descubrimiento y encuentro expreso con Dios en Jesús de Nazaret. La transmisión de la fe acompaña a la persona para que ésta acoja de manera personal el Misterio que ya habita en ella y que la atrae. Así entendida, la transmisión de la fe no consiste en la donación a otro de una gracia o de una fe que uno poseyera y el otro no. Ni es la transmisión de algo que se sea ajeno, aportado por el agente de la transmisión. Es, sobre todo, acercarse y despertar a la presencia misteriosa de Dios que ya está en el fondo de su ser, para llegar al encuentro con el Dios vivo que le está esperando en lo más profundo de sí mismo. Cuando Pedro confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Jesús le declara que esta revelación no le ha venido “de la carne y de la sangre, sino de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 16,17)

UNA “TRANSMISIÓN DE LA FE” EN CRISIS La crisis de la transmisión de la fe en las sociedades occidentales es un hecho observable a simple vista. Son indicios claros de crisis de transmisión religiosa: el envejecimiento de las comunidades, las dificultades experimentadas por padres y educadores en la transmisión de sus convicciones, valores y hábitos de vida, sobre todo en el terreno religioso. Es cierto que es crisis se inscribe en un hecho más amplio de crisis de transmisión en todos los órdenes. Afecta al conjunto del proceso de socialización y está reclamando la reorientación del proceso educativo en su conjunto. Mirando solamente a la crisis religiosa, ya Pablo VI lamentaba que uno de los acontecimientos más graves de nuestro tiempo es la ruptura entre el Evangelio y la cultura moderna (EN 20). La Conferencia Episcopal Española, en su Plan Pastoral 2002-2005, así lo afirmaba: “Uno de los hechos más graves acontecidos en Europa durante el último medio siglo ha sido la interrupción de la transmisión de la fe cristiana en amplios sectores de la sociedad. Perdidos, olvidados o desgastados los cauces tradiciones (familia, escuela, sociedad, cultura pública), las nuevas generaciones ya no tienen noticia ni reconocen signos del Dios viviente y verdadero o de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros. Comprobamos que en proporciones altas no estamos logrando transmitir la fe a las jóvenes generaciones” (IE 28) Los estudiosos que intentan buscar la raíz y la razón de la crisis mencionan varias causas para entender lo que nos está pasando (J. Martín Velasco, nº 177, pp. 4-6): - Pérdida de la memoria. Las sociedades modernas han llegado a ser ampliamente a-religiosas, sin memoria portadora de sentido. Es decir, no hay un sistema global que dé sentido al presente y que oriente al futuro. Parece que sólo cuenta lo inmediato y lo funcional. Importa lo concreto, lo práctico, lo rentable.

- Disociación entre cultura y religión, en una sociedad laica. La autonomía de cada sector de la sociedad hace que la religión no sea la referencia primera de la que todo lo demás depende. La secularización se manifiesta como una de las características esenciales de nuestra sociedad. Esto se traduce en la desaparición de la religión del ámbito de lo social y de la cultura: “cultura de la ausencia de Dios” la han llamado algunos. - Los cambios rápidos. La vida nos sorprende con cambios e innovaciones que nos asombran. Todo pasa muy rápido. Se crea una conciencia de relativismo: todo es relativo, una cosa vale en un momento, se hace vieja y es sustituida por otra y “no pasa nada”. La innovación ha llevado a la desaparición de la la “evidencia de la continuidad”. Lo de “siempre” es, de por sí, sospechoso. - Los cambios radicales que ha vivido la familia tradicional en los países occidentales, dada la importancia de la familia en el campo religioso: legalización del divorcio, del aborto, reconocimiento de la familia monoparental, reducción de la natalidad, reconocimiento como matrimonio de las parejas homosexuales... No obstante, la familia sigue gozando de aprecio en todos los segmentos de la vida. - Pérdida de la familia como transmisora de la fe. Muchos padres y madres actuales pertenecen a generaciones que no tuvieron una socialización religiosa familiar y, a su vez, no son transmisores de una tradición religiosa. El sentido religioso aparece en algunas encuestas como el último valor que transmiten las familias. Se percibe con mucha frecuencia el hecho de los abuelos que colaboran en la educación de los niños y aportan el sentido religioso, cosa que ya no hacen los padres. - Por último podríamos señalar también la pérdida de la credibilidad de las instituciones, en nuestro caso la Iglesia, como garantes autorizados de los contenidos transmitidos y de su carácter normativo sobre el presente y el futuro de los destinatarios. “Que lo diga la Iglesia”, hoy, no es un valor ni una referencia para seguir una determinada conducta. En ocasiones esto mismo será una razón para “andar con cuidado” y verificar si merece la pena determinada conducta, idea, creencia, etc...

HACIA UNA TOMA DE CONCIENCIA DEL DESPERTAR A LA FE EN FAMILIA Podemos valorar la actual quiebra en la transmisión de la fe, en un mundo que nos sorprende a cada instante, como “un signo de los tiempos” que necesitamos interpretar a la luz del Espíritu. El modelo de catequesis vigente hasta el momento, con ligeras modificaciones, ha sido el vinculado a la comunidad parroquial en la oferta más o menos reglada, a partir de los 6-7 años. Desde muchos ámbitos eclesiales se está insistiendo en la necesidad de la toma de conciencia de los padres en su tarea de educadores integrales de sus hijos. La Conferencia Episcopal ha publicado el catecismo “Los Primeros Pasos en la Fe. Despertar a la Fe en la Familia y en la Parroquia”. Muchas diócesis tienen elaborado y proponen el proyecto diocesano de “educación en la fe” para los niños de 0-6 años. Por otra parte está claro que, desde el ámbito civil, se viene considerando al niño de esta etapa como sujeto activo de educación. La misma denominación de “educación infantil” nos está hablando de que no se trata solamente de “guarderías” o “jardín de infancia” sino de una propuesta educativa que tiene como objetivo favorecer

el desarrollo fisiológico, cognitivo y socio-afectivo de los niños. En el campo de la fe es necesario, igualmente, que seamos conscientes del carácter fundamental de la evolución del niño en esta etapa y de la importancia de las experiencias de tipo religioso que seamos capaces de proporcionarle. Este es el objetivo de todo lo que viene a continuación: ayudar a descubrir la importancia del “despertar religioso” del niño de 2 a 6 años. Para ello comentaremos cuáles son las características evolutivas de nuestros sujetos y sus correlatos en el campo de la religiosidad. Posteriormente abordaremos el sentido de ese “despertar a la fe” y concluiremos con una serie de propuestas pedagógicas que nos ayuden a llevar a la práctica esta tarea.

2. LA FAMILIA: CONTEXTO NATURAL DEL DESARROLLO INFANTIL Que la familia constituye un entorno de vital importancia para el desarrollo infantil es un hecho que probablemente requiere poca justificación. A diferencia de la especies inferiores, menos evolucionadas, la familia tiene una importancia vital de cara al desarrollo y el aprendizaje. Nuestra especie es aquella en la que los comportamientos y habilidades asegurados por una determinación genética son menores, y por tanto en la que más potencial de aprendizaje existe: tenemos que aprenderlo prácticamente todo (Palacios, Marchesi y Coll, 1998). En resumen, el papel de la familia en el desarrollo humano es especialmente importante. Podemos establecer que, en síntesis, esta importancia y trascendencia se debe básicamente a tres razones: -A un nivel básico o elemental, la familia asegura la supervivencia de los hijos y las hijas al encargarse de su alimentación, protección y cuidado. -Durante muchos años es el único contexto de aprendizaje y desarrollo, e incluso cuando los niños acceden a otros contextos (como por ejemplo el escolar), la familia continúa funcionando como uno de los entornos más importantes. - Determina o bien condiciona la influencia de otros contextos en el desarrollo infantil: los padres deciden si un niño asiste o no a la guardería, eligen un determinado colegio, fomentan o no las relaciones con los iguales, ...No obstante, los padres no tienen una capacidad de influencia ilimitada sobre el desarrollo infantil. Esta limitación en el alcance de su influencia se debe básicamente a dos razones. Por un lado, los niños y las niñas al crecer van desarrollándose también en otros contextos (como el escolar o el de las relaciones que establecen con sus iguales), contextos que tienen también una enorme importancia en su desarrollo. Por otro lado, y a pesar de la considerable plasticidad infantil, el niño o la niña posee ciertas características que ya están definidas total o parcialmente (sexo, ciertos rasgos de su temperamento como el nivel de actividad, salud, ...) y que en buena medida pueden condicionar el comportamiento de los padres. En resumen, la familia constituye para niños y niñas un entorno de vital (pero no absoluta) importancia en el desarrollo psicológico. Sus funciones incluyen atender y cubrir necesidades de muy diverso tipo, tanto físicas, como cognitivas y afectivas. Propician el acceso a las experiencias que los padres consideran claves en la

orientación vital, como pueden ser las religiosas y promueven el crecimiento en el niño de aquellos valores a los que ellos se adhieren.

FAMILIA CRISTIANA E INICIACIÓN A LA FE El matrimonio y la familia constituyen el primer campo para el compromiso social de los fieles laicos. Es un compromiso que sólo puede llevarse a cabo adecuadamente teniendo la convicción del valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad y de la misma Iglesia. La familia es la célula fundamental de la sociedad, cuna de la vida y del amor en la que el hombre “nace” y “crece”. La familia es quien mejor puede impulsar, guiar y acompañar hacia la madurez. El tipo de relaciones que se crean en la familia –relaciones de cariño, de cercanía, de diálogo sincero- hace de la familia el lugar privilegiado para la iniciación en la práctica de los valores tal como Jesús nos los presenta en el Evangelio. La familia es también lugar privilegiado para la creación de hábitos de comportamiento de acuerdo con esos valores. Los niños sólo pueden llegar a la experiencia de Dios partiendo de experiencias profundamente humanas. El amor, la seguridad, la protección y cuidados de los padres satisfacen las necesidades básicas del niño y favorecen en él la experiencia de la confianza básica. Esa confianza le permitirá establecer una relación positiva con Dios. Se ha de reservar, pues, a esta comunidad una solicitud y cuidado privilegiado, sobre todo cada vez que multitud de factores ideológicos, políticos, sociales y personales dificultan la tarea educativa de los padres y atentan contra la capacidad de la familia para ser fuente de vida y de felicidad para sus miembros. Urge, por tanto, una labor amplia y profunda dirigida a asegurar a la familia su papel de lugar primario de “humanización” de la persona y de la sociedad. El compromiso apostólico de los fieles laicos con la familia es ante todo el de convencer a la misma familia de su identidad de primer núcleo social de base y de su original papel dentro de la sociedad, para que se convierta cada vez más en protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social (Juan Pablo II, Christifideles laici, 40).

3. EL NIÑO: SUJETO ACTIVO DEL DESARROLLO

EL NIÑO DE 0-2 AÑOS La mayoría de los autores que han estudiado el nacimiento y la evolución de la religiosidad en el niño señalan la ausencia de sus manifestaciones antes de los 2-3 años. Sin embargo la etapa de los 0 a 2 años, aunque en ella no se dan ni siquiera los primeros signos de religiosidad, es crucial para la futura religiosidad del niño, porque se urden las estructuras básicas de su personalidad (A. Ávila, pp. 111-115): - Hay un rápido desarrollo en su coordinación motora. Pasa de movimientos reflejos a conductas intencionales cada vez más complejas. - Su inteligencia, que se encuentra en el periodo denominado por Piaget “sensomotriz”. Su ajuste –“comprensión”- de la realidad es fundamentalmente

sensoriomotriz, desarrollo previo a la aparición de la capacidad simbólica que dará paso a la etapa posterior. El niño es radicalmente egocéntrico, avanzando progresivamente en la distinción funcional de sí mismo respecto del mundo que le rodea. - La distinción progresiva de lo otro como una realidad distinta y su experiencia de cuidados y cercanía respecto de la madre lleva a que en torno a los 8-9 meses se establezca una relación-vínculo especial con ella y con los cuidadores del entorno, y que será la base de toda relación afectiva futura con los demás y lugar de aprendizaje de su propia autoestima. Partiendo de estas consideraciones importantes para la posterior apertura del niño a lo religioso, nos vamos a centrar de manera más amplia en la etapa siguiente de los 2 a los 6 años.

EL NIÑO DE 2- 6 AÑOS La adquisición fundamental del niño a partir del segundo año, diferenciadora de la etapa anterior, es el desarrollo de la llamada “función simbólica”, capacidad de hacer presente la realidad (“representar”) por medio de conceptos y símbolos. Una de las conductas más representativas de ese cambio es el lenguaje, por medio del cual el niño realiza los aprendizaje fundamentales del sistema lingüístico de su lengua materna, incrementa sus posibilidades de comunicación y es utilizado, según Vigotsky, como elemento que da soporte a la acción y a la actividad, antes de convertirse en medio para planificarla y organizarla. Esta etapa del desarrollo cognitivo, que Piaget llama “preoperacional” se caracteriza por su “centración” o “egocentrismo”: dificultad para ponerse, cognitiva y afectivamente, en lugar del otro y para considerar varios aspectos de la realidad al mismo tiempo. Ese egocentrismo determina una característica importante en la manera de interpretar la realidad y de relacionarse con los demás: proyecta sus propios sentimientos y deseos, “vive” todo desde lo que él experimenta, explica la realidad desde su propio funcionamiento interno..., hay una indiferenciación entre la experiencia subjetiva y el mundo externo. Alguna de las consecuencias más importantes de ese orientación es que comprende la realidad desde una visión animista, según la cual se concibe a los seres inanimados de la creación como realidades con vida propia y con intenciones benéficas o maléficas respecto a él mismo; artificialista, considerando la acción del hombre como causa de las transformaciones naturales; finalista, todo ocurre con una cierta finalidad. Todas estas dificultades de comprensión de la realidad -no lógica, con mucha carga de intuición- van evolucionando progresivamente a lo largo de estos años, para dar paso hacia los 6-7 años a la capacidad de comprensión lógica. También se originan cambios en cuanto a la personalidad. Si en la etapa anterior la madre jugaba un papel fundamental en el cuidado y, primordialmente, en la relación afectiva, en ésta se amplía el círculo de sus relaciones. La figura del padre, los hermanos, la familia cercana... irán participando en sus relaciones y modelarán la afectividad del niño.

En ese contexto el niño va tomando conciencia de sí mismo, en un proceso de búsqueda de cierta autonomía e individuación. Al principio, 3-4 años, ese proceso se traducirá en lo que algunos autores (Wallon) han llamado fase de “personalismo”, que se traduce en conductas de oposición y rechazo a las normas establecidas por los adultos. Pasa seguidamente a una fase de consolidación de su autonomía y, finalmente, a partir de complejos procesos imitativos (fundamentalmente de los modelos paterno y materno), realiza identificaciones y va adoptando características de las figuras que tienen una mayor significación para él. Es un período en el que va iniciando la construcción de su propia identidad. Esa identidad pasa también por la necesidad de experimentar emociones y sentimientos. Cuando en el clima afectivo en el que el niño vive las relaciones son sanas y gratificantes, cuando los adultos transmiten actitudes de seguridad y de felicidad ante el mundo que les rodea, viven y son capaces de facilitar una capacidad de sorpresa y admiración, fomentan y se alegran de la capacidad creativa del niño... a éste le resultará más fácil el desarrollo de estas cualidades. El mundo afectivo del niño en esta etapa está inundado de emociones que, si en un principio son globales y poco diferenciadas –limitadas a la experiencia del placer-displacer /lo bueno y lo malo-, poco a poco van adquiriendo especificidad y con ayuda del lenguaje va experimentando su riqueza. T. Franco ( p. 15) comenta cómo “el niño, en mayor medida que el adulto, está entregado por completo a sus emociones mientras duran, parece enteramente “débil” y disminuido ante ellas... Sus sentimientos son poco numerosos, simples y primarios; pero, debido a esta simplicidad tienen una fuerza elemental que les confiere un carácter entero y absoluto así como la virtud de ocupar todo su ser con un poder que no se volverá a encontrar nunca: el niño es incapaz de poner cualquier distancia entre él y sus sentimientos, de juzgarlos y, en consecuencia está totalmente entregado a ellos”. Los patrones morales que orientan la actuación del niño se adquieren originalmente a través de una imitación activa por parte del niño de las actitudes y de la conducta de los padres y de otros adultos dotados para él de poder y prestigio. La moralidad supone, según las teorías del aprendizaje social, una adaptación a las reglas morales externas y una interiorización de dichas reglas en la que juega un papel importante la satisfacción de necesidades biológicas, la búsqueda de recompensas sociales y la evitación de castigos. Es, según Piaget, una moral heterónoma en la que el niño valora los actos no en función de la intención que los ha originado, sino en función de su conformidad material con las reglas establecidas. Para el psicoanálisis el proceso de socialización supone la progresiva introyección de las normas sociales y morales, a través de la identificación con los padres, fruto de la resolución personalizada de los complejos de Edipo y de Electra.

4. EL DESPERTAR RELIGIOSO DEL NIÑO

Entre las dimensiones del despertar a la vida que hemos tratado en los puntos anteriores se encuentra el despertar religioso del niño. No es algo añadido o desligado de su crecimiento humano, sino que está inseparablemente unido a las demás dimensiones del desarrollo personal infantil. Este es el punto de partida fundamental desde el que vamos a ir desgranando aquellos aspectos que nos parecen cruciales y que son el engranaje necesario para

que la experiencia de fe y de apertura a la trascendencia vaya haciendo camino en el niño y le disponga a su relación inicial con Dios.

EN FAMILIA El lugar natural del despertar religioso del niño de 0-6 años es la familia. Como hemos comentado anteriormente el despertar religioso se sitúa en el incipiente desarrollo humano del niño; es el primer proceso de socialización por el que el niño se va haciendo persona y se integra poco a poco en la sociedad a través de la familia. La familia cristiana es responsable del despertar religioso del niño; y, dentro de ella, especialmente los padres. El Concilio Vaticano II nos dice: “ En ésta (familia) como Iglesia Doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de la fe, tanto con su palabra como son su ejemplo...(LG 11). Juan Pablo II anima y sitúa a la familia cristiana en su lugar cuando dice:”Una revelación y actuación específica de la comunión eclesial está constituida por la familia cristiana que también por esto puede y debe decirse “Iglesia doméstica”. (FC, 21). La familia cristiana es un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don “todos los miembros evangelizan y son evangelizados” (FC, 39). Sobre esta base eclesiológica y volcados hacia un horizonte de fe hay que superar la inercia de una iniciación cristiana confiada de manera preponderante a la comunidad parroquial o a otros ámbitos eclesiales extrafamiliares. La llamada que se hace a la familia es apremiante porque en la transmisión de la fe su misión es insustituible. Se trata de un derecho y un deber que provienen del sacramento del matrimonio. Hay quienes sólo ven dificultades, o no se atreven a proponer el mensaje evangélico porque lo ven incompatible con el ritmo de una sociedad dominada por la superficialidad, el individualismo y el relativismo. “A pesar de las dificultades, la familia sigue siendo la estructura básica de la iniciación cristiana, y un reto pastoral: la familia no puede renunciar a su misión de educar en la fe a sus miembros y ser lugar insustituible de catequización” (DGC, 255). El despertar a la fe de los niños se realiza a través del testimonio creyente de los padres, reforzado por un trato cariñoso que lo acredita como algo especialmente valioso. En esa atmósfera familiar el niño, a medida que va creciendo, percibe a través de las expresiones de fe de sus padres la realidad de un Dios bueno y cercano. Las expresiones de fe de sus padres son para el niño o la niña signos que le acercan y descubren la paternidad-maternidad de Dios. De alguna manera, los niños hacen suya la experiencia de confianza de sus padres en Dios. El despertar religioso en familia no se desarrolla a través de una formación sistemática y organizada sino ocasional. Esto quiere decir que con ocasión de los acontecimientos o experiencias familiares se va aproximando a los niños al descubrimiento de las maravillas de Dios en su vida.

ETAPAS DEL DESPERTAR RELIGIOSO Los paso del despertar religioso están naturalmente condicionados por el desarrollo evolutivo del niño y por el despliegue de sus capacidades. Es un proceso

lento y progresivo, que no sigue el mismo ritmo en cada niño. Todo tiene su tiempo y su momento. La psicología de la religión propone de manera casi unánime dos etapas en la evolución del niño en cuanto al despertar religioso (A. Ávila, pp. 111-115). Primera etapa (0 - 2/3 años) En esta fase de desarrollo motor y sensorial de los niños son fundamentales las experiencias de protección, seguridad y amor de los padres y de los otros miembros de la familia. Es importante que el niño o la niña perciban con naturalidad en ellos expresiones y gestos religiosos; que escuchen el nombre de Dios pronunciado con respeto y amor, y que contemplen en el hogar signos o imágenes religiosas. Los niños pequeños sólo se relacionan con Dios de la mano de sus mayores. Si descubren a Dios en el marco natural y cálido de la familia, también se despiertan en ellos sentimiento de afecto o cariño hacia Él. Segunda etapa (2/3 - 6 años) Alrededor de los 3-4 años se puede despertar en el niño un primer interés por lo religioso. Es el momento en el que Dios pasa a ser Alguien con quien los niños pueden llegar a tener una relación real. El niño es capaz de Dios, en expresión bonita de E. Carbonell. El niño y la niña a esta edad poseen ya una cierta capacidad de comunicación y de relación personal. Viven gozosamente su experiencia de crecimiento y adquisición de habilidades desarrollando una intensa actividad. Saber observar, asociar, descubrir ciertas relaciones, reflexionar y formular explicaciones. Experimenta una gran curiosidad, que se manifiesta de forma progresiva a través de diálogos y preguntas. En esta etapa del despertar de la fe de los niños es esencial ayudarles a configurar el sentido de Dios y orientar sus primeros sentimiento y sus intuiciones básicas hacia la figura paterno-maternal de Dios. Aunque no tienen aún capacidad de trascendencia o abstracción, sí son capaces de entender la existencia de Alguien a quien no ven, pero que es bueno y les quiere. Los adultos continúan tenido suma importancia para el sentido de Dios que el niño o la niña va adquiriendo; descubre a Dios de modo similar a como aprende a conocer a sus padres, hermanos y demás miembros del hogar cuando estos no están presentes. No los ve, pero en su mente perviven sus imágenes y los siente cercanos. Así sucede con la imagen que tiene de Dios: sabe que existe y que está presente en su vida. Los niños y niñas de esta edad se interesan por narraciones y gestos religiosos; pueden ser iniciados en la oración.

5. CAMINOS PARA EDUCAR EL DESPERTAR DE LA FE

Hay una base fundamental sobre la que se va construyendo el proceso. No puede haber despertar a la fe sin la atmósfera familiar cristiana. Lo hemos comentado anteriormente, pero insistimos para no dejar de animar a los padres, para

hacerles ver que educar el despertar religioso de sus hijos es lo mismo que afirmar su capacidad de abrirse, a su manera, a la presencia y llamada de Dios, al conocimiento intuitivo y experiencial de un Dios que se manifiesta como Padre-Madre. Como comenta E. Carbonell (nº 89, p. 21) el despertar del niño a la fe y al sentido de Dios no nace por generación espontánea. El despertar de la fe está inseparable e íntimamente unido a la experiencia de fe vivida y expresada por los padres. Su fe vivida, expresada y transmitida explícitamente a los hijos en su vida diaria es la tierra nutricia en la que nace y crece la inicial fe de su hijo. Dios se revela en el más allá de las cosas y de los signos. El niño, a la búsqueda de Dios, es capaz, con la ayuda de los padres, de atravesar los velos del signo y llegar a la realidad significada que es Dios mismo. Un ejemplo muy ilustrativo nos lo proporciona Samuel. Oía la llamada de Dios, pero aún no era capaz de reconocerla, la confundía con la de Elí. Cuando éste le educó para discernir la llamada de Dios, comprendió que era Dios mismo quien le llamaba: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3,10). Proponemos a continuación una serie de pistas, de carácter general y acomodadas al proceso evolutivo de esta etapa, que pueden guiar el hacer de los padres comprometidos en esta tarea. Seguimos y adaptamos a nuestro propósito las propuestas de las Delegaciones de Catequesis del País Vasco y Pamplona (En familia, pp. 9-15) y las de Enric Carbonell (números 91 (pp.19-21) y 92 (pp.19-21). El diálogo A lo largo de toda esta etapa, sobre todo a partir de los 3 años, el niño progresa de manera importante en sus capacidades lingüísticas. Es un cauce de comunicación, aunque no el único, para el intercambio de sentimientos, intereses, vivencias… que los padres pueden y deben cuidar para ir guiando a su hijo en su experiencia de vida y en su desarrollo en todas sus facetas. Con la ayuda de los mayores el niño va dando pasos en la superación de su “egocentrismo” cognitivo y social y abriéndose a las ricas experiencias que el contexto familiar y social de brindan. Sentirse escuchado por sus padres y tener la oportunidad de dialogar con ellos va capacitando al niño para la escucha y el diálogo con Dios. En cuanto adquiere la capacidad de hablar sus demandas son más claras en su expresión. Su curiosidad se desata y empieza a hacer preguntas sobre lo que le rodea. También plantea sus interrogantes religiosos: ¿dónde vive Dios?, ¿cómo es el cielo?, ¿el yayo está con Dios?, ¿por qué este niño es malo?...Responder a sus preguntas, a veces no es fácil, pero no debemos buscar complicadas respuestas sino intentar partir de lo que él está viviendo para ayudarle a comprenderlo mejor yendo, simplemente, un poquito más allá, sin intentar aplicar la lógica a la que ellos todavía no han llegado. El lenguaje de los símbolos Por medio del lenguaje simbólico comunicamos y expresamos, a veces mejor que con palabras, lo que sentimos y vivimos. En el lenguaje simbólico lo concreto del símbolo abre a un más allá donde lo no visible se hace presente. En el beso y el abrazo los niños descubren el cariño que les tienen. Son gestos de contenido humano que también pueden llevar a descubrir lo trascendente. Los regalos con un símbolo para abrirnos a la dimensión de gratuidad que suscita agradecimiento. Desde ese símbolo se puede invitar a los niños a compartir y a dar algo de lo suyo.

El dibujo es un buen medio de expresión en el que los niños se inician tempranamente. Lo que cuesta decir con palabras lo expresan rápidamente en un dibujo. Los dibujos, al contemplarlos y comentarlos con ellos, pueden ser un recurso para abrir a los niños a las realidades trascendentes. A través de los signos religiosos se nos hace sensible la comunicación con Dios y comprensibles ciertas realidades trascendentes. Entre esos signos podemos destacar el silencio, el recogimiento, algunos gestos… o ciertos objetos: imágenes, agua, velas, flores… La observación de la naturaleza La observación de la naturaleza es una buena aproximación al pre-sentimiento de Dios. Los padres pueden acompañar a los pequeños en esa contemplación, expresar ante ellos sus sentimientos de admiración, decirles que todo es un regalo del Dios bueno. Y entre toda la naturaleza el ser humano. Para los niños es fundamental la imagen que van formando de su propio cuerpo. Acompañados de sus padres van descubriendo y valorando las partes de su propio cuerpo, dando nombre a cada miembro. Se presentan muchas ocasiones en las que se les puede ayuda a descubrir la importancia de los ojos, boca, oídos, manos... su utilidad para nuestra vida y relaciones. No es difícil ayudar a los niños a descubrir la grandeza de las personas, comenzando por las de la propia familia; fijarse en la variedad de razas, pueblos y culturas…Es bonito ayudar a que descubran la riqueza de las realizaciones humanas y subrayar la igualdad y dignidad de todas las personas que tienen como Creador al mismo y único Dios. El mundo entra en nuestro interior por los sentidos. Desde ellos no acercamos a la realidad que nos rodea y la hacemos nuestra, la modelamos, la transformamos. En el despertar religioso es importante el cultivo de la sensibilidad. Es preciso despertar los diversos sentidos como modo de impresión y de expresión de los niños. Es importante mirar y admirar con los niños la creación: la belleza de lo grande y de la pequeño, la originalidad y variedad de los seres. Los sentidos nos descubren la naturaleza un poco más: tocar, palpar, oler, fijar la mirada, oír desde el silencio… A la contemplación y admiración de lo creado ha de acompañar la expresión explícita de admiración y gratitud al Creador. Educar al niño en la admiración es prepararle para que pueda hacer mejor su acto de fe. Iniciar en la oración Jesús despierta en sus discípulos el deseo de orar enseñándoles a vivir. La oración surge en ellos como respuesta a esa iniciativa y opción radical que captan en Jesús y que les habla de la experiencia de Dios. Han “gustado su experiencia”. Ese es el camino a recorrer también por los padres: “hacer gustar su experiencia” de oración a los hijos. Y como todo en educación, se puede empezar desde los primeros momentos. Incluso puede ser más fácil para los niños determinados aspectos de la oración: Jesús nos pide “ser como niños” para recuperar ese corazón de niño que de manera confiada y espontánea se deja querer. “Quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Mc. 10,15)

En el despertar religioso de los niños es muy importante orar ante ellos y con ellos de forma sencilla, hablando con Dios desde las situaciones y necesidades de la vida de cada día. Hablar a Dios, o con Dios, es ponerse ante Él sabiéndolo presente aunque invisible en nuestra vida. En la primera infancia, orar es empezar a identificar a Dios como Alguien con quien es posible entablar una relación personal. Pedir a Dios su ayuda o darle gracias según las distintas situaciones es un modo concreto de reconocerlo cercano y comprometido con nosotros. Para ello es fundamental ver rezar a sus padres. Si les ve orar, leer el Evangelio, quedarse en silencio, cerrar los ojos... el niño capta la importancia de esos momentos, y percibe la presencia de Dios en el hogar como algo bueno. Aprende poco a poco un lenguaje religioso, unas palabras y unos signos que quedan grabados en su memoria, interioriza sus actitudes y se va despertando en él la sensibilidad religiosa. Es necesario un primer paso: ¡que los padres aprendan y se decidan a orar en pareja! Es positivo aprovechar día a día algunos acontecimientos que el niño ha vivido en la jornada para hacerlos presentes en la oración. Se puede preparar alguna oración sencilla en días señalados. Es capaz de ir adquiriendo y entender gestos de carácter religioso (santiguarse), repetir alguna fórmula sencilla de oración u otras oraciones que podemos compartir en familia y que nos ayudan a participar en la oración comunitaria de la Iglesia. La fiesta La fiesta nos hace romper los ritmos normales de lo cotidiano y nos introduce en otra dimensión de la vida; nos pone en relación gratificante con la familia, los amigos, los vecinos, la comunidad que comparte nuestra misma fe. La dimensión celebrativa y festiva es necesaria en la experiencia y en la expresión de la fe. El niño y la niña van descubriendo el lenguaje propio de la fiesta: los símbolos, vestidos, música, baile, comida, juegos.... Les gusta ser protagonistas y centro en determinadas fiestas. En el despertar religioso ayudamos a los niños a percibir a Dios como fuente de alegría y de fiesta y a expresar de mil manera nuestro gozo. Las fiestas religiosas (Navidad, Pascua, la fiesta patronal...) nos dan oportunidades especiales para descubrir y cultivar el sentido celebrativo. La narración Las historias, los cuentos, los relatos de todo tipo atraen particularmente la atención de los pequeños. Provocan en quienes los escuchan sentimientos profundos y deseos de identificación con los personajes que aparecen en los acontecimientos narrados. Son un medio muy gratificante para introducirles en el mundo de los valores: amistad, verdad, esfuerzo por conseguir algo, colaboración, paz... Les encanta oír episodios de la vida familiar y de su propia vida. Esas narraciones les ayudan a reconocer y asentar su propia identidad. El gusto por escuchar historias y cuentos es el cauce para introducir a los niños en nuestra historia más importante: la Historia de la Salvación. La Historia de la Salvación, narración de las maravillas del amor de Dios hacia los hombres, no puede ser como la narración de un cuento. Hay que procurar que en ella se perciba la Palabra de Dios a través de la palabra humana.. Por eso hay que hacer un esfuerzo especial en elegir las que mejor responden a los intereses y capacidad de los niños. Y

tener en cuenta que la adaptación a la psicología y vida infantil no sólo debe ser sensible a los contenidos sino también a la forma como se les presentan esas historias. Los primeros pasos en la educación moral El despertar religioso infantil no se reduce o limita a ciertas experiencias, contenidos o momentos concretos de la existencia del niño, sino que se extiende y envuelve a todas las situaciones de su vida; todas ellas guardan relación con Dios. La conducta moral es un aspecto esencial de la concepción religiosa de la vida. La fe cristiana no se reduce a la moral, pero sería algo alienante si, desde sus propios valores, no tendiera a transformar la realidad concreta de la vida personal y social de los creyentes. En estos primeros años de vida infantil la familia ofrece a los niños modelos de conducta, favorece en ellos el aprecio de unos valores y la adquisición de unos hábitos que con el tiempo llegarán a racionalizarse. En estas primeras edades los padres van ofreciendo también a los niños unas normas de conducta como ayuda para distinguir entre los que se debe hacer y lo que hay que evitar, entre los verdadero y lo falso, entre lo moralmente bueno y lo malo. Esta etapa está llena de afectividad y cobra una especial importancia para la educación moral del niño el clima de seguridad y cariño del hogar familiar. Desde esa vivencia del hogar es posible ayudar al niño a descubrir la confianza que inspira un Dios-Padre/Madre, que orienta y guía nuestras vidas. Estamos, pues, ante una etapa muy adecuada para poner los cimientos, las bases de la educación moral. Como hemos dicho anteriormente es una etapa que se suele denominar de “moral heterónoma”, porque el niño tiene como referencia de conducta algo que le viene del exterior de su propia persona, ya que todavía no ha desarrollado una “conciencia autónoma” capaz de tomar por sí misma decisiones libres y responsables.

6. CON AYUDA DE LA COMUNIDAD CRISTIANA A modo de conclusión podríamos decir que, naturalmente, este es un tema de gran alcance para el futuro de la fe, porque al hablar del despertar religioso de los niños estamos hablando también del despertar a la fe de las familias, de que las familias asuman su protagonismo, su responsabilidad en el despertar a la fe y de que realmente piensen y crean que los más importante en la transmisión de la fe es el propio testimonio. La familia que tiene conciencia de que el despertar religioso y la transmisión de la fe son una misión suya ineludible y tiene voluntad de realizarla, reconoce que no se basta a sí misma para hacerlo con soltura. A veces los padres no se sienten cristianos suficientemente maduros o no saben cómo transmitir su fe en un nuevo contexto tan diferente del de su lejana infancia y en un momento histórico difícil para la fe. Por eso la familia cristiana debe contar con espacios de apoyo en la comunidad cristiana. La comunidad ha de ofrecer distintos cauces para alimentar la fe de los padres de modo adaptado a su nivel y posibilidades. Es necesario preparar y apoyar a los padres en la labor de educar en cristiano a sus hijos, motivándoles para que sean los principales protagonistas en esa tarea, y ofreciéndoles instrumentos de apoyo para ello.

La Subcomisión Episcopal de Catequesis (C.E.E.) ha querido alentar todos estos esfuerzos con la publicación del catecismo “Los Primeros Pasos en la Fe”, presentación ampliada del catecismo “Padre Nuestro”. En su prólogo-presentación animan a los padres y catequistas a “ayudar a los más pequeños a descubrir la Vida Nueva que la Iglesia sembró en su corazón el día que recibieron el Bautismo. De esta manera aprenderán, poco a poco, a amar a Dios y a los demás y a compartir con todos los cristianos la alegría de celebrar la presencia de Jesús que siempre está entre nosotros”. Y terminan con las mismas palabras que introducían el primer catecismo: “Dios se alegra mucho cuando le llamamos Padre, con toda confianza. Ésta es la Buena Noticia que ha venido a traernos Jesús. Y para los que creemos en Él, esta Noticia es el gozo y la fuerza de nuestra vida”

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DOCUMENTOS ECLESIALES: Constitución Dogmática sobre la Iglesia LUMEN GENTIUM, C.V. II, (LG). Exhortación Apostólica de Juan Pablo II CATHEQUESI TRADENDAE (ChT) Exhortación Apostólica de Juan Pablo II CHRISTIFIDELES LAICI (ChL). Exhortación Apostólica de Pablo VI EVANGELII NUNTIANDI (EN) Exhortación Apostólica de Juan Pablo II FAMILIARIS CONSORTIO (FC). DIRECTORIO GENERAL DE CATEQUESIS (DGC). PLAN PASTORAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA (2002-2005). SUBCOMISIÓN EPISCOPAL DE CATEQUESIS (C.E.E.) (2006), Los Primeros Pasos en la Fe. Despertar a la fe en la familia y en la parroquia, EDICE, Valencia.