LA LUZ DE

Jovellanos

LA LUZ DE

Jovellanos exposición conmemorativa del bicentenario de la muerte de gaspar melchor de jovellanos (1811-2011) gijón, del 15 de abril al 4 de septiembre de 2011 centro cultural cajastur palacio revillagigedo museo casa natal de jovellanos

exposición

catálogo

Organizan Ayuntamiento de Gijón Cajastur Acción Cultural Española (AC/E)

Dirección creativa Javier Rosselló

Comisariado Universidad de Oviedo. Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (IFES XVIII)

Diseño gráfico Santiago Carballal

Comisarios Elena de Lorenzo Álvarez Joaquín Ocampo Suárez-Valdés Álvaro Ruiz de la Peña Solar Equipo científico Manuel Álvarez Valdés y Valdés Ramón Alvargonzález Rodríguez Mª Ángeles Faya Díaz Ignacio Fernández Sarasola Marta Friera Álvarez Noelia García Díaz Adolfo García Martínez Mª Dolores Mateos Dorado Jorge Ordaz Gargallo Silverio Sánchez Corredera Inmaculada Urzainqui Miqueleiz Coordinación técnica Marcelo Sartori Manuel Mortari

Diseño museográfico Javier Revillo

Montaje Intervento Exmoarte DePeapa Gráfica Think diseño, comunicación & + Transporte Mapa SIT Seguros STAI AXA Art Registro Isabel Alonso Ana Santaclara

Editan Ayuntamiento de Gijón Cajastur Acción Cultural Española (AC/E) Universidad de Oviedo. Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII (IFES XVIII) Coordinación general Joaquín Ocampo Suárez-Valdés Coordinación editorial Alma Guerra Fotografías Pablo Linés Mara Herrero Rafael Rodríguez Puente Luis M. Rodríguez Terente Sebastia Roig Miralles Imagen M.A.S. Archivo Oronoz y los departamentos fotográficos de las instituciones citadas en cada caso. Diseño gráfico Santiago Carballal Fotomecánica Afanias Impresión Gráficas Rigel

Los editores han hecho todo lo posible para identificar a los propietarios de los derechos intelectuales de las reproducciones recogidas en este catálogo. Se piden disculpas por cualquier posible error u omisión, que quedará automáticamente subsanado en siguientes reediciones. © de la presente edición: Sociedad Estatal de Acción Cultural. © de los textos: sus autores. © de las piezas: sus propietarios. © MNAC – Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona. Fotógrafos: Calveras/Mérida/Sagristà. © Museo Nacional Colegio de San Gregorio. © Patrimonio Nacional. © Reproducción, Real Academia de la Historia. © RJB-CSIC Este libro ha sido impreso en papel que utiliza blanqueantes libres de Cloro (E.C.F.) D.L.: AS-1.942-2011 ISBN: 978-84-15272-02-1

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Se desea expresar agradecimiento a las siguientes instituciones y personas que, con sus préstamos, han contribuido a esta exposición: Archivo del Congreso de los Diputados, Madrid / Archivo Histórico de Asturias, Oviedo / Archivo Histórico Diocesano de Oviedo / Archivo Histórico Municipal de Carreño / Archivo Jesuitas, Alcalá de Henares / Archivo Municipal de Gijón / Autoridad Portuaria de Gijón / Ayuntamiento de Avilés. Archivo Municipal / Ayuntamiento de Castropol / Biblioteca Capitular de Sevilla / Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala, Oviedo / Biblioteca de la Universidad de Oviedo / Biblioteca Histórica. Universidad Complutense de Madrid / Biblioteca Nacional de España, Madrid / Biblioteca Pública Jovellanos. Gijón / Cajastur, Gijón / Calcografía Nacional, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid / Centro de Recepción e Interpretación del Parque Natural de Somiedo. Asturias / Colección Agustinas Recoletas, Gijón / Colección Ateneo Jovellanos / Colección Banesto / Colección Casa Valdés. Camposorio / Colección del Congreso de los Diputados, Madrid / Colección Duquesa de Alba / Colección Grupo DC / Museo Nacional Colegio de San Gregorio, Valladolid / Diario El Comercio, Gijón / Ministerio de Cultura: Archivo General de la Administración. Archivo General de Simancas. Archivo Histórico Nacional. Centro Documental Memoria Histórica. Sección Nobleza del AHN / Ministerio de Defensa: Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército. Archivo General de la Marina «Álvaro de Bazán». Biblioteca Naval de Ferrol, Delegación del Instituto de Historia y Cultura Naval/ Fábrica Nacional de Moneda y Timbre. Museo Casa de la Moneda, Madrid / Filmoteca Española, Madrid / Fundación Alvargonzález, Gijón / Fundación Lázaro Galdiano. Museo, Madrid / Fundación Museo Evaristo Valle, Gijón / Fundación Universitaria Española. Biblioteca. Archivo Campomanes, Madrid / Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, Oviedo / Jardín Botánico Atlántico, Gijón / Junta General del Principado de Asturias, Oviedo / MAE. Centre de documentació i museo de les arts esceniques de l’Institut del Teatre, Barcelona / Museo Casa Natal de Jovellanos, Gijón / Museo de Bellas Artes de Asturias, Oviedo / Museo de Geología. Universidad de Oviedo / Museo de la Iglesia, Oviedo / Museo del Ejército, Toledo / Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón / Museo del Traje, CIPE, Madrid / Museo Marítimo de Asturias, Luanco / Museo Nacional de Artes Decorativas, Madrid / Museo Nacional

de Ciencias Naturales. CSIC, Madrid / Museo Nacional del Prado, Madrid / Museo Naval de Madrid /Parroquia de Santa Marina de Puerto de Vega. Navia. Asturias / Patrimonio Histórico Universidad Complutense de Madrid. Museo de Astronomía y Geodesia / Patrimonio Nacional, Madrid/ Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid / Real Academia de la Historia, Madrid / Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo / Real Jardín Botánico. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Madrid / Sastrería Cornejo, Madrid / Sociedad Estatal Correos y Telégrafos. Museo Postal y Telegráfico, Madrid / Universidad de Oviedo / Universidad de Salamanca. Biblioteca General Histórica Alfonso Armada y Comyn, marqués de Santa Cruz de Rivadulla Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega Antonio Fraguas, Forges Juan Antonio Pérez Simón Y a todos aquellos colaboradores sin los cuales este proyecto no habría sido posible: Manuel Álvarez-Valdés y Valdés María Bernaldo de Quirós Borja Bordiú Cienfuegos-Jovellanos Enrique Bordiú Cienfuegos-Jovellanos Gaspar Cienfuegos Jovellanos Nicanor Fernández Fernández José Fernando Fernández Blanco José María Flórez Cienfuegos Jovellanos Luis García Montero José Manuel Guerrero Acosta Ignacio Herrero Álvarez Agustín Hevia Vallina Joaquín López Álvarez Emilio Marcos Vallaure Carmen Pérez Gutiérrez Javier Rodríguez Gutiérrez Ramón Rodríguez Gutiérrez Ignacio Ruiz de la Peña Solar Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos Micaela Valdés Ozores Josefina Velasco Rozado Mª Jesús Villaverde Amieva Fundación Hidrocantábrico Fundación Cristina Masaveu Peterson Servando Fernández Menéndez

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ayuntamiento de gijón Alcaldesa Paz Fernández Felgueroso Concejal de Educación y Cultura Justo Vilabrille Linares Directora de la Fundación Municipal de Cultura, Educación y Universidad Popular Pilar González Lafita Directora del Museo Casa Natal de Jovellanos Lucía Peláez Tremols

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No necesita Jovellanos, al menos en su «patria» gijonesa, cumplir aniversarios para que su vida, sus obras, sus ideas, sus propuestas y compromisos de acción, toda su herencia intelectual y moral, vengan y vayan en movimiento perpetuo. Siempre está presente. No hay mes ni semana sin una actividad que le recuerde. No hay día en el que no sea citado o evocado. Hay algo de entrega devocional en la insistencia de su villa hacia quien, por su singular biografía y perfil ético, y también por la benéfica y duradera influencia que tuvo en multitud de aspectos vitales para el desarrollo del «llugarín» en el que nació, está envuelto en una aureola de santidad. Pero no habría fuerza afectiva, ni sentimiento de deuda, ni pasión localista, por ardientes que fuesen, capaces de hacer posible tanta y tan permanente profusión de convocatorias, de estudios, de publicaciones, de referencias, de iniciativas de todo tipo, si tras ello no existiesen una personalidad y un fecundo legado de rara amplitud y hondura, que además se mantiene hoy, en muchos aspectos, todavía vigente. Gaspar Melchor de Jovellanos representa lo mejor, lo más sano y lúcido de la Ilustración en versión española. Su curiosidad, conocimientos y escritos abarcaron todo tipo de asuntos, como bien reflejan las 9.400 páginas que, a falta aún de tres tomos, llevamos publicadas en la edición crítica de sus obras completas. Absorbió las ideas europeas de su tiempo y trató de llevarlas a la realidad de España con ambición modernizadora, aunque manteniendo al mismo tiempo tradiciones y viejas lealtades nacionales y emocionales. Fue, en fin, un prudente, antidogmático y valioso impulsor de la razón y de las luces, del «atrévete a saber». Y antepuso siempre los intereses del país y de sus gentes y el sentido del deber a cualquier conveniencia personal, lo que le ocasionó grandes y muy injustas penalidades que sobrellevó con admirable dignidad y sin ápice de rencor. Forzando las analogías entre su tiempo y el nuestro, podríamos decir que Jovellanos anticipó un concepto afín a lo que hoy denominamos «glocalización»: pensar globalmente y actuar localmente. Las ideas que importó del norte, pacientemente contrastadas con el riguroso estudio de la realidad propia y filtradas por sus convicciones, no acabaron solo en informes. En Gijón y en Asturias se encarnaron en realizaciones visibles y en programas de trabajo que fueron durante décadas sólidas columnas de apoyo y guía de futuro, y cuya inspiradora ejemplaridad ni siquiera hoy está agotada. Este aspecto de la «luz» de Jovellanos, que concilia la visión abierta al mundo con la política de cercanías, proyectando aquélla en ésta y usando lo próximo como banco de pruebas de las grandes ideas, es el eje de la exposición conmemorativa del personaje doscientos años después de su desaparición. Una oportunidad excepcional para conocer y entender mejor al mejor Jovellanos. Paz Fernández Felgueroso alcaldesa de gijón

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cajastur Presidente Manuel Menéndez Director General Felipe Fernández Director Relaciones Institucionales y Asuntos Sociales César Menéndez Director Obra Social y Cultural José Vega

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En el marco de las actividades organizadas en este año jovellanista, en el que se conmemora el bicentenario del fallecimiento del ilustre pensador gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, Cajastur —en colaboración con Acción Cultural Española (AC/E), el Ayuntamiento de Gijón y la Universidad de Oviedo— refuerza su compromiso con la difusión del legado del ilustrado. En anteriores ocasiones, este empeño divulgativo se concretó con la publicación de distintos monográficos sobre la vida y obra de Jovellanos a cargo de expertos como los profesores José Manuel Caso González o Jesús Menéndez Peláez. Cajastur también colaboró con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en una exposición que en torno a Jovellanos se desarrolló en la sede de la Calcografía Nacional, en Madrid, en el año 1994. En esta ocasión, Cajastur contribuye a la organización de la exposición La luz de Jovellanos que tendrá lugar en el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo y en la edición de su catálogo, dos piezas que se complementan para ofrecer al público una visión más completa de la figura de Jovellanos. La muestra recoge los compromisos vitales y el proyecto intelectual del ilustrado asturiano, que se explican a través de cuatrocientas piezas representativas del entorno familiar e intelectual, de su magistratura y experiencia política, del Gijón del siglo XVIII, de la universidad o la economía. La exposición se divide en dos grandes áreas temáticas: la primera muestra la figura de Jovellanos y su entorno; y la segunda enseña la Asturias del siglo XVIII, la que era y en la que quería transformarse. Pretende trasladar los aspectos necesarios para completar y comprender el perfil de Jovellanos en una época clave para el devenir de los estados europeos, la formación de sus conciencias ciudadanas y el desarrollo de las economías y las políticas modernas. Esta exposición es fruto de la colaboración de numerosas entidades. Las piezas que se exhiben proceden de unas cien instituciones, entre las que se cuentan archivos y bibliotecas nacionales, ayuntamientos, bancos, fundaciones, academias, museos y colecciones particulares. Cajastur quiere, por un lado, agradecer la aportación de todas ellas en esta muestra, que refleja las virtudes humanas e intelectuales de Jovellanos y su recorrido vital y político; y por otro, invitar a todo el público a participar y disfrutar de la exposición y del completo programa que la Comisión Conmemorativa del Bicentenario ha aprobado para todo este año jovellanista. Manuel Menéndez presidente de cajastur

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acción cultural española Presidenta Charo Otegui Pascual Directora de Proyectos y Coordinación Pilar Gómez Gutiérrez Gerente Concha Toquero Plaza Director Económico-Financiero Carmelo García Ollauri Directora de Comunicación Nieves Goicoechea González Director de Relaciones Institucionales Ignacio Ollero Borrero Directora de Producción Cecilia Pereira Marimón

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El proceso que abordaron los pueblos occidentales desde finales del siglo XVI hasta comienzos del XIX conducentes a transformar el fragmentarismo de los centros de poder de la Edad Media y la sociedad estamental en estados modernos tuvo circunstancias específicas en la España borbónica, entre los reinados de los reyes Felipe V y Carlos IV. La formación de una elite ilustrada a partir de la consolidación de la burguesía impulsará la incorporación en la práctica del ideal liberal apoyado sobre nuevos conceptos acerca de los poderes estatales, la titularidad de la soberanía y el modo en que han de vincularse el rey y los súbditos, convertidos éstos progresivamente en ciudadanos en virtud de la juridificación de tales relaciones. En este contexto, la figura de Gaspar Melchor de Jovellanos resulta crucial por la valía y la significación de su aporte al acervo jurídico y político en materia económica y social. La exposición La luz de Jovellanos refleja por un lado el papel de este destacado intelectual en el agitado periodo de gestación del Estado moderno, en un contexto de reformulación de las relaciones de poder sobre conceptos tan asumidos hoy como los derechos inalienables y fundamentales de libertad, igualdad y justicia. Por otro lado, la muestra recupera la figura del jurista y político en el bicentenario de su fallecimiento, así como su esfuerzo por hacer de España un país en el que las instituciones no constituyeran un obstáculo para la modernización política, económica y social. En sus Cartas del viaje de Asturias: cartas a Ponz, propuso un completo programa de reformas en los diversos sectores económicos y, a lo largo de su extensa obra, defendió el ideal ilustrado de felicidad común; una felicidad entendida como la consecución de las condiciones mínimas de bienestar material para los ciudadanos y cuya responsabilidad recaía sobre el Estado. Fue un tiempo en el que se quisieron frenar privilegios seculares y contrarrestar las enormes diferencias sociales que impedían la cohesión y el progreso. Pero además, Jovellanos participó, aunque involuntariamente, en el asentamiento de las bases del estado liberal en España, manifestado a través de la constitución promulgada por las Cortes de Cádiz en 1812, cuya consolidación en el caso español resultaría inconstante y larga. Con la organización de esta muestra, acción cultural española contribuye una vez más a la contextualización, a través de sus protagonistas, de un periodo clave de nuestra historia: el nacimiento hace dos siglos del constitucionalismo en España. Unos años en los que se fijaron, no siempre de modo pacífico, las bases del Estado social democrático de derecho que hoy es. Queremos agradecer al Ayuntamiento de Gijón y a Cajastur su participación en la coorganización de la muestra y la profesionalidad de sus equipos. Asimismo, felicitamos al Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII por su colaboración y compromiso. Nuestra enhorabuena por su trabajo a los comisarios Álvaro Ruiz de la Peña, Joaquín Ocampo-Suárez-Valdés y Elena de Lorenzo Álvarez, así como a todas aquellas personas que con su dedicación han hecho posible esta muestra. Charo Otegui presidenta de acción cultural española ac/e

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universidad de oviedo Rector Vicente Gotor Santamaría Director del Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII Álvaro Ruiz de la Peña Solar

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Luego las que llamamos fuentes de la riqueza pública no son otra cosa que el arte de aplicar el trabajo de una nación al producto de su riqueza. Y bien, ¿qué hará una nación para adquirir esta pericia y para perfeccionar el arte de aplicar sus capitales y sus brazos a la producción de la riqueza? Instruirse en los conocimientos conducentes a esta perfección. Luego la principal fuente de la prosperidad pública se debe buscar en la instrucción. Jovellanos, Introducción a un discurso sobre la Economía civil y la instrucción pública, 1796

Sería difícil explicar con menos palabras y de forma tan clara y precisa uno de los conceptos más debatidos en la sociedad actual, el relativo a la productividad del trabajo como variable determinante de la competitividad de las economías y del crecimiento económico moderno. Como si no hubiese pasado el tiempo, como si Jovellanos siguiese entre nosotros, el gran ilustrado nos advierte sobre los mismos principios que hoy hacen suyos los organismos económicos internacionales: el capital humano alcanzado a través de la educación y aplicado a las actividades productivas constituye la palanca de la riqueza de las naciones. Pero Jovellanos, además de abrir el debate, fue capaz de llevarlo a la realidad asturiana y española de su tiempo. La concesión de becas a estudiantes de la región para trasladarse a centros europeos punteros en minería e ingeniería o la creación del Real Instituto Asturianos de Náutica Mineralogía son la mejor prueba de coherencia y compromiso entre sus palabras y su quehacer intelectual. Como hombre de las luces, Jovellanos se hallaba firmemente convencido de que el progreso material o, como entonces se decía, la felicidad pública sólo tenía un camino: el de unas instituciones públicas y privadas capaces de promover las «ciencias útiles», la I + D, las tecnologías aplicadas a la industria. Un camino que debería de empezar por la escuela y acabar en la Universidad. Pero un camino que exigía establecer prioridades, disponer de medios financieros, de buena gobernanza. Para ello había que romper con el tradicionalismo, con la rutina, con las verdades consagradas pero no contrastadas. Su amado Real Instituto para formar buenos ingenieros mineros y buenos pilotos fue sólo una de las muchas tareas que absorbieron su vida. Como es sabido, su voluntad de reformar y modernizar su patria se desplegará en otros ámbitos y escenarios: minas, carreteras, agricultura... Pero hemos preferido retener el mensaje con el que se iniciaba este texto porque quizá condense como ningún otro la vigencia y actualidad de un hombre capaz de elevarse por encima de sus contemporáneos a la hora de identificar los retos a los que debería de enfrentarse su país: libertad, luces y auxilios, es decir, buenas instituciones y gobierno, inversiones y, sobre todo, ciencia. Doscientos años después, la luz de Jovellanos sigue siendo un faro para Asturias y para España. Vicente Gotor Santamaría rector de la universidad de oviedo

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La luz de Jovellanos

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La luz de la Ilustración no tiene un movimiento tan rápido como el del sol; pero, una vez ha rayado sobre algún hemisferio, se difunde, aunque lentamente, hasta llenar los más lejanos horizontes; y, o yo conozco mal mi nación, o este fenómeno va apareciendo en ella Jovellanos, 1777

Enlightenment, Illuminismo, Aufklärung, Lumières, Luzes, Ilustración..., las luces recorren la Europa del siglo XVIII y la conciencia de asistir a un tiempo de cambios transcendentes obliga a renovar los diccionarios de las naciones para dar entrada a nuevos registros léxicos con la luz como protagonista. Las luces, la luz de la razón frente a las tinieblas del dogmatismo y de la superstición; las de la libertad frente a las de la tiranía; las de la ciudadanía frente a las del vasallaje; las de la soberanía popular frente al absolutismo; las de la modernidad frente a la tradición; las luces de la secularización de la ciencia. En todos los estados de Europa germina la misma convicción de que la razón, abriéndose camino a través de la educación, expresándose en la opinión pública, consagrándose en las ciencias «útiles» o aplicadas, hará posible que el Antiguo Régimen se debilite ante la entrada de las fuerzas del progreso y de la felicidad pública. Las luces, además de conformar un ideario y una utopía internacionales, se construyen también como un programa interdisciplinar que abrazaba las artes y las letras, la filosofía moral y natural, el derecho, la economía, las ciencias discursivas y las experimentales..., siempre con la misma vocación de «iluminar» el camino hacia un futuro que se percibía como próximo e inevitable. Las luces no surgen por generación espontánea, sino que representan la culminación del lento y tortuoso proceso histórico de la construcción de la autonomía individual y colectiva. A lo largo de los tiempos modernos, la afirmación de la burguesía y del capitalismo mercantil frente a la aristocracia de la tierra, de los valores urbanos frente a los de la sociedad agraria tradicional, del comercio y de la industria como fuentes alternativas de riqueza frente a los campos, de la monarquía autoritaria y secular frente a los particularismos señoriales, irán derribando los cimientos del orden medieval. Sobre las bases del capitalismo mercantil se sentarán las del capitalismo industrial. La máquina de vapor, el carbón mineral, el ferrocarril y la fábrica irán alumbrando un orden social y productivo incompatibles con el marco institucional del pasado. La nueva economía exige nuevas reglas de juego. A imagen del orden físico que rige y regula el equilibrio del mundo mecánico newtoniano, Adam Smith proclamará el orden natural del mercado: la «mano invisible» del interés particular, al actuar libremente, hará posible el crecimiento económico destruyendo a su paso los obstáculos al progreso: gremios, diezmos y derechos señoriales, amortización civil y eclesiástica, privilegios estamentales, monopolios... Los caminos que llevan a las luces no serán rectos ni uniformes. En función de la correlación de fuerzas presentes y de las resistencias que se les oponen, se bifurcarán en reformas o revoluciones. En el primer caso, el propio de las sociedades y estados con mayor nivel de atraso económico, con escaso desarrollo urbano y fabril, y con una mediocre presencia burguesa, el Estado era herramienta ineludible: el absolutismo ilustrado representará el último esfuerzo de adaptación del Antiguo Régimen a la urgencia de las transformaciones. Era lo que demandaba Jovellanos al reclamar, junto a la libertad y las luces, los auxilios. En la España de Carlos III, el reconocimiento de la urgencia de los cambios, la conciencia de que el desarrollo económico y social se mostraba incompatible con las restricciones heredadas, alumbrará un ambicioso programa reformista. En la agenda política los proyectos modernizadores recorren todos los ámbitos de la vida pública, todos los sectores de actividad, todos los escenarios de sociabilidad: desde las escuelas a la universidad, desde la agricul-

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tura a las manufacturas, desde las artes a las letras, pasando por la propia administración o la política exterior. Fue, bajo Carlos III, cuando Jovellanos definió la «ciencia del gobierno» como aquella que habría de contribuir a «gobernar a los hombres y hacerlos felices». Felices, añadiría, no en sentido moral sino material: a romper las cadenas de la pobreza asociada a la injusta distribución de la riqueza. Pero el camino de las reformas no estaba expedito. Cualquier cambio que amenazase con lesionar intereses adquiridos o con alterar la correlación de fuerzas e intereses sociales consagrados, encontraría resistencias. Al abrirse el reinado de Carlos IV bajo los ecos de la revolución francesa, los márgenes para la reforma se irán diluyendo. Jovellanos pertenece a la llamada generación de la «Ilustración tardía», aquélla sobre cuyas espaldas recayó la imposible tarea de conciliar Ilustración y Revolución. Las persecuciones de la Inquisición y su posterior encarcelamiento entre 1801 y 1808, tras su fugaz ministerio, expresan elocuentemente, como lo harán los Caprichos de Goya, el signo de los tiempos: los de una sociedad que no estaba a la altura de los retos planteados por aquellas voluntariosas minorías que militaban en las filas del progreso. Desde Asturias, en el velado «destierro» gijonés con que se le pretendía alejar de la corte, Jovellanos nos enseñó que el ejercicio de las luces no requería de otras armas y condición que el «patriotismo», entendido como compromiso cívico con la causa de la razón, la libertad y el progreso material de los pueblos. Por lo mismo, desde una Asturias que por su aislamiento y pobreza era conocida como la «Siberia del norte», pudo diseñar un generoso programa de reformas al servicio de la modernización de España y de la región. También en Gijón redactaría la que será su obra más conocida, la que le procurará el reconocimiento europeo en tanto texto más representativo de la Ilustración española, el Informe de ley agraria. Los principios en él defendidos, causa de sus desgracias y persecuciones, volverán al primer plano cuando los diputados reunidos en las Cortes de Cádiz lo conviertan en uno de los pilares del nuevo orden liberal. La luz de Jovellanos recorre todas las salas e ilumina y da coherencia a una trayectoria biográfica inseparable de su compromiso ético con la construcción de una sociedad en la que el Estado y sus instrumentos estuviesen al servicio de un progreso únicamente aceptable en términos de felicidad pública. Al diseñar el espacio y el discurso expositivos, se ha tratado de objetivar las claves y coordenadas que permitan al espectador reconstruir y contextualizar aquella coherencia que preside la vida de Jovellanos. Las primeras salas están dedicadas a repasar el entorno de Jovellanos. A las relaciones de afectividad proporcionadas por el núcleo familiar, se irán sumando las redes de lealtad, consejo y valimiento sentimental tejidas por la amistad. Estos círculos se amplían en el tiempo, en la misma medida en que lo haga su geografía biográfica y profesional: en Sevilla, en Madrid, en las tertulias y en las academias, en los despachos oficiales y en sus viajes institucionales, los contactos se ensanchan y generan nuevos espacios de confianza, patronazgo y confidencialidad. Buena parte de aquel entorno público se desarrolla como una prolongación de su condición de jurista y político, condición que servirá como motivo para guiar al espectador en un recorrido por los diversos empleos, tanto judiciales como gubernativos, desempeñados por el ilustrado gijonés. Formado en la carrera de Leyes, sus primeros encargos fueron en calidad de juez, primero en Sevilla y más tarde en Madrid. Poco después sería elegido como miembro del Consejo de Órdenes Militares, hasta que, en 1797, Godoy lo designó primero embajador en Rusia y, apenas unos meses más tarde, Ministro de Gracia y Justicia. En todos estos puestos, Jovellanos intentó llevar a cabo reformas no siempre alcanzadas, bien por la brevedad de sus cargos, bien por la oposición de las anquilosadas instituciones del Antiguo Régimen. Sin embargo, Jovellanos cobraría un nuevo protagonismo político a partir de la guerra de la independencia. Tentado por José Bonaparte para ser su Ministro de Gracia y Justicia, Jovellanos declinó

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la invitación, para sumarse a la causa de los opositores a la invasión francesa. En 1808, se incorporó a la Junta Central, órgano de gobierno del reino en ausencia de Fernando VII, y desde allí adoptó providencias esenciales tanto para la defensa del reino como para la convocatoria del primer parlamento moderno español: las Cortes de Cádiz. Otros dos espacios contribuyen a afirmar el perfil vital de Jovellanos. Por un lado, el de Gijón, la villa como referente vital y como objeto de sus desvelos; como centro de atención de sus innovadores proyectos urbanísticos; como sede del Real Instituto de Náutica y Mineralogía; como cabecera de una red de infraestructuras terrestres que la unirían a las cuencas mineras y a Castilla; como futuro puerto carbonero e industrial de Asturias; como laboratorio de lo que una ciudad ilustrada podía ser. Y dentro de la villa, la casa familiar, y en ésta el gabinete, recrea el espacio intelectual de Jovellanos, los confortables ámbitos propios de un hombre de letras que el ocio ilustrado y la nueva sociabilidad requieren: luminosos, ventilados y empapelados, cuentan con agradable chimenea y cómodas alfombras, amplios estantes que acogen una nutrida biblioteca, diverso mobiliario de escritorio, abundantes sillas y taburetes, mesa de juegos, pequeños cuadros de gabinete y grandes retratos familiares. Aquí se escribe, se despacha correspondencia, se lee y se estudia, pues el ocio ilustrado es un ocio necesariamente útil. Pero los cuartos no permanecen siempre silenciosos; al caer la tarde, estas estancias acogen animadas tertulias donde, libres igualmente del ritual cortesano de los salones que del monotemático interés de las academias, los de la tertulia comentan la prensa, los asuntos del Instituto y el Ayuntamiento, novedades literarias y científicas o los avatares políticos que llegan con el correo o leen en la prensa; siempre pertrechados de naipes, refrescos, café o chocolate y rapé. Como es sabido, Jovellanos dedicó a Asturias buena parte de sus afanes y de su obra escrita. Por lo mismo, la exposición consagra un amplio esfuerzo a la reconstrucción de aquellos escenarios —sociedad, economía, mundo rural, instituciones, ciencia y cultura...— en que el ilustrado consideraba necesario intervenir. El escenario, en primer lugar, de una sociedad profundamente desigual, en la que monasterios, iglesias y mayorazgos, como denunciara Jovellanos, concentraban la mayor parte de la riqueza, y en la que faltaban capitales e iniciativas dispuestos a la inversión industrial. La pobreza rural, la marginalidad representada por los «vaqueiros de alzada» o la emigración crónica son aspectos que no pasaron inadvertidos a su pluma. En segundo lugar, y al analizar la economía asturiana, Jovellanos centrará las esperanzas de progreso regional en las posibilidades abiertas por el carbón mineral, el Musel, los altos hornos de Trubia y la carretera carbonera. Las instituciones asturianas del Antiguo Régimen orientaban sus funciones más a reproducir el orden social y político establecido que a la causa de las reformas. Un caso bien representativo de aquel tradicionalismo institucional fue el de la Universidad de Oviedo: a su función al servicio de la reproducción de las élites, Jovellanos opondrá el Real Instituto de Náutica y Mineralogía, como heraldo de una enseñanza abierta y científica orientada al crecimiento económico. En ese mismo terreno, la exposición nos devuelve a la memoria el esfuerzo del reducido grupo de ilustrados —Casal, Toreno, Cónsul Jove, Pedrayes...— que acompañaron a Jovellanos en la lucha contra las tinieblas que rodeaban el quehacer científico regional. Finalmente, La luz de Jovellanos ofrece una visión historiográfica de la figura de este ilustrado. La disparidad y pervivencia de muy diversas interpretaciones de su figura, acuñadas por intelectuales tan diversos como Marx, Clarín, Azorín, Valera o Ayala, expresan la potencia de un clásico construido a lo largo de dos siglos. los comisarios Elena de Lorenzo Álvarez Joaquín Ocampo-Suárez-Valdés Álvaro Ruiz de la Peña Solar

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Jovellanos: entorno familiar y vida pública Manuel Álvarez-Valdés y Valdés. Real Academia de la Historia (c.)

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Jovellanos y la Guerra de la Independencia. La política del equilibrio Ignacio Fernández Sarasola. Universidad de Oviedo

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El Gijón de Jovellanos: la villa, el escenario Ramón Alvargonzález Rodríguez. Universidad de Oviedo

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Jovellanos: el gabinete de un ilustrado Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo

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Del maíz al carbón, del molino al alto horno Joaquín Ocampo Suárez-Valdés. Universidad de Oviedo

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Poderosos y humildes: una sociedad polarizada Ángeles Faya Díaz. Universidad de Oviedo

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Instituciones al servicio del orden establecido Marta Friera Álvarez. Universidad de Oviedo

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La cultura asturiana: presencia y diáspora Álvaro Ruiz de la Peña e Inmaculada Urzainqui Universidad de Oviedo

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El largo camino hacia las ciencias útiles Jorge Ordaz Gargallo. Universidad de Oviedo

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De la Universidad al Real Instituto de Náutica y Mineralogía Dolores Mateos Dorado. Universidad de Oviedo

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Los vaqueiros de alzada: el mensaje antropológico de Jovellanos Adolfo García Martínez. UNED

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Historia del jovellanismo, 1811-2011 Silverio Sánchez Corredera. IES Emilio Alarcos

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Jovellanos: la construcción de un clásico Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo

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Relacion de obras y documentos expuestos

Jovellanos: entorno familiar y vida pública Manuel Álvarez-Valdés y Valdés. Real Academia de la Historia (c.)

1. La vida oculta. Entronques familiares. Patrimonio escaso. Influencias importantes (1744-1767) En su Inventario de un jovellanista (1901), Julio Somoza se extiende en proclamar que la ascendencia de Jove Llanos no puede ser más ilustre, ni de más notorio abolengo [...]. Su parentesco era tal y tan dilatado, que casi todos los individuos de la nobleza del país de Asturias se titulaban deudores suyos en grado más o menos cercano. Y, por de contado, lo eran en totalidad los jefes de las casas solariegas de Gijón, que timbraban sus blasones con el preciado escudo de los Lasso de la Vega, conmemorativo de la hazañosa empresa del cerco de Algeciras [reinado de Alfonso XI de Castilla, año 1340]... La mayoría de los datos de Somoza es exacta, menos uno, quizás el más importante, como es el de la pretendida descendencia de los Lasso de la Vega, punto de arranque de la genealogía de Jovellanos que presenta Somoza. Y que ello es así lo prueban las palabras del mismo Somoza en otra obra posterior —Gijón, en la Historia General de Asturias, 1908—: «de los Garcilassos no hay que hablar, que bien conocido es su abolengo en la montaña cántabra; y en lo tocante a ser tronco de las familias nobiliarias de Gijón, demostrada queda su falsedad». Y acaba entonando Somoza el siguiente mea culpa, «como no nos duelen prendas, y hemos intervenido en la realización de algunos escudos y árboles, diremos que desde Juan García de Jove en adelante los entronques y enlaces son más claros; pero en los de sus predecesores, todo es turbio, confuso y amañado». Sobre este extremo arroja luz Margarita Cuartas Rivero, que da cuenta de la existencia de una importante burguesía mercantil asturiana, los hidalgos comerciantes: los Jove forman una oligarquía comercial con barcos, tierras, serrerías, molinos y casas. El mismo Gaspar de Jovellanos, en sus Memorias familiares, tras afirmar que «mi familia era contada entre las nobles y distinguidas de la villa de Gijón desde los fines del siglo XV», puntualiza a continuación «que vivía entonces en esta villa Juan García de Jove, que se puede mirar como su fundador, porque edificó allí su casa solar». Es decir, que no saca a relucir antepasados anteriores, pues su existencia era sólo una fantasía. Estos ricos del siglo XVI derivan pronto a buscarse genealogías

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Árbol genealógico y blasón de la casa de Jove Llanos Hacia 1780 Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid Depositado en el Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Probablemente fue realizado con motivo de las pruebas de ingreso de Jovellanos en la Orden militar de Alcántara. Jovellanos se halla a la derecha de su hermano Francisco de Paula: número 15.

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Joaquín Inza García

Retrato de Josefa de Jovellanos y Jove Ramírez (1745-1807) Anterior a 1774 Colección Agustinas Recoletas. Gijón La hermana pequeña de Jovellanos fue asidua de la tertulia de Campomanes en Madrid, poeta en lengua asturiana y fundadora de una escuela de huérfanas en Gijón. En 1794 profesó como monja agustina recoleta, con gran disgusto de su hermano.

guerreras, que eran las que primaban entonces y que eran inalcanzables por ellos, para dejar de ser comerciantes marítimos, crear mayorazgos y ocupar puestos en el regimiento gijonés. Pensaron que eran incompatibles el comercio y el transporte marítimos con la nobleza y los cargos públicos, y abandonaron las actividades mercantiles para pasar a vivir de las rentas que producían las tierras que habían comprado con las ganancias mercantiles.

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Ángel Pérez Díaz

Retrato de Francisco de Paula de Jovellanos y Ramírez (1743-1798) Hacia 1794-1798 Colección particular

Pachín, el hermano predilecto de Jovellanos. Como alférez mayor de la villa de Gijón, fue el impulsor de las propuestas que Jovellanos planteó para la ciudad; por su profesión —fue capitán de navío al servicio de la Armada—, se le designó primer director del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía y profesor de matemáticas. Al morir sin descendencia, el mayorazgo recayó en Jovellanos.

Como consecuencia de la división en dos mayorazgos, de Jove y de JoveRamírez, el capital inicial se redujo, y si a eso se une la devaluación de la moneda, los rentistas que no acrecentaron sus patrimonios —rama de los Jovellanos— tuvieron que vivir en la estrechez, lo que no ocurrió con la otra rama, de los Jove-Ramírez, que lo incrementó, especialmente mediante matrimonios ventajosos.

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Bartolomé Maura Montaner

Retrato de Juan Agustín Ceán Bermúdez (1749-1829) 1875 Grabado por Maura según el original de Goya Biblioteca Nacional de España Paje, secretario, amigo y primer biógrafo: todo esto fue Ceán de Jovellanos desde los quince años. Pero en materias artísticas, la autoridad de Ceán es determinante: autor de los ocho volúmenes del Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España, el primer ensayo moderno de una historia del arte español, a él debe en buena parte la formación de la colección de dibujos del Instituto.

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Dejando aparte lo dicho, es preciso referirse a que, a pesar de la importancia del resto de esos enlaces familiares que reseña Somoza y del hecho de que la familia de Jove primero y de Jovellanos después ostentase los títulos hereditarios de alférez mayor de Gijón y regidor perpetuo de la villa, comprados cuando Felipe II enajenó cargos concejiles, su situación económica era apurada, como él mismo reconoce en dichas Memorias, al hablar «de lo reducido del mayorazgo familiar y de las estrecheces que tuvieron que soportar su abuelo don Andrés y su padre don Francisco Gregorio». Se convino el matrimonio de éste con una hija de los marqueses de San Esteban, doña Francisca Apolinaria de Jove-Ramírez de Miranda, «señora de grande hermosura, virtud y dulzura de carácter, [...]. Amó tanto [él] a su mujer y era de una imaginación tan viva, que hacia los años de 1746 padeció una verdadera enfermedad de celos [...], a pesar de la virtud y recogimiento de su digna esposa [...], que le hizo padecer por espacio de algunos meses terribles fiebres, fuertes hipocondrías y otros extraordinarios síntomas; pero vuelto luego en sí refería con singular chiste los pasajes de esta temporada». Aun así, «los últimos años de la vida de don Francisco Gregorio fueron muy amargos». Estas circunstancias tuvieron que pesar en la niñez y adolescencia del joven Gaspar, que seguro que se daba cuenta de las singularidades por las que pasaba la vida familiar cotidiana. Este matrimonio tuvo numerosos hijos. De los que sobrevivieron, el primero, llamado Miguel, murió de mal de amores, al enamorarse de una criada de singular belleza que había en la casa, llamada La encantadora y, al darse cuenta de que era un amor imposible, «una terrible pasión de ánimo le condujo al sepulcro en la flor de los años». Se ve que los transportes amorosos se dieron con alguna frecuencia dentro de los muros de su casa. Le siguió otro hijo, llamado Alonso, marino de guerra, que murió joven, del vómito negro. Tras él venía Francisco de Paula, que fue el hermano al que más quiso Gaspar. Ascendido a capitán de fragata, se convino su matrimonio «con doña María Gertrudis del Busto y Miranda, señora de ilustre nacimiento, que acababa de heredar en la villa de Pravia un decente mayorazgo». Capitán de navío, solicitó el retiro y pasó a vivir a Gijón. Aquí tomó posesión del título de alférez mayor, y acometió una serie de obras públicas importantes que su hermano Gaspar describe con detalle, y a las que éste no fue ajeno sino verdadero inspirador, en su Plan General de Mejoras propuesto al Ayuntamiento de Gijón (1782). Fue nombrado Francisco de Paula primer director de la obra más querida de Gaspar, el Real Instituto Asturiano, cedió para su alojamiento mientras se llevaba a cabo la correspondiente edificación, su casa del Forno, enfrente de la suya en que vivía, y fue profesor de matemáticas de dicho centro. A la vuelta de Jovellanos a Gijón, en el verano en 1790, en lo que constituía el que se llamaría «disimulado destierro», le acogió en la casa familiar, incluida en el

Francisco de Goya

Retrato de Jovellanos, con el arenal de San Lorenzo al fondo 1780-1783 Museo Nacional Colegio de San Gregorio. Valladolid Depositado en Museo de Bellas Artes de Asturias Se trata de uno de los primeros retratos de Goya en Madrid, encargado por Jovellanos con motivo de su ingreso en el Consejo de las Órdenes Militares. El retrato estuvo en su casa familiar desde 1783 hasta 1946 y funcionó como imagen de referencia de nuestro ilustrado hasta las últimas décadas, pues el de 1797 se mantuvo en manos privadas hasta 1974.

mayorazgo de Paula, quien «le destinó unas piezas decentes y capaces de la misma casa en que había nacido, para su habitación y estudio; y en ellas colocó sus libros y papeles» —Ceán Bermúdez—. En esta casa se ofrecían con frecuencia, al atardecer, refrescos, consistentes en jícaras de chocolate, con agua helada, con esponjados

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Francisco Bayeu (copia de A. R. Mengs)

Pedro Rodríguez de Campomanes, Conde de Campomanes (1723-1802) 1777 Real Academia de la Historia. Madrid El presidente del Consejo de Castilla y director de la Academia de la Historia fue impulsor de la industria, la agricultura y las Sociedades Económicas de Amigos del País, y protector de Jovellanos en Sevilla y Madrid: participó en su promoción académica y política, hasta que se distanciaron a raíz del caso Cabarrús. Jovellanos desilusionado escribe: «Le hemos visto, en una palabra, hecho el defensor de todos los errores, como el satélite de todas las tiranías. ¡Infeliz...!»

(azucarillos) y dulces, para corresponder a otras invitaciones semejantes. También se daban, en ocasiones especiales, comidas muy concurridas, de hasta 60 personas, con una abundancia de platos, propia de la época, que hoy nos asombra. Redactaba, Jovellanos, en la torre nueva, los informes que le encargaban oficialmente sobre la Ley Agraria, las minas, la carretera de Castilla, etc., y despachaba un

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abundantísimo correo, que le mantenía informado de lo que ocurría en la corte, principalmente. Ceán Bermúdez nos lo pinta en aquellos años, de otoño de 1790 a marzo de 1801, con una lectura diaria de dos horas en libros que también extractaba, con una o dos estancias diarias en el Instituto —inaugurado en enero de 1794—; recibía visitas, paseaba a larga distancia por los campos y arboledas, observando la variedad y progresos de la naturaleza en las estaciones, cuidando de la conservación de los árboles y preguntando a los aldeanos por los cultivos y las cosechas para luego tomar nota en el Diario, en el que apuntaba también el estado meteorológico de cada día; además, paseaba por el arenal de la playa de San Lorenzo, por el puerto y por las calles de la villa. Sus problemas con Gertrudis empezaron cuando, muerto Paula, tuvo que liquidar con ella la sucesión en el mayorazgo, que correspondía a Gaspar, y la fijación de una renta a la viuda. Pero en vida de Paula sí tuvo un problema mucho más desagradable, derivado de que éste embarazó a la criada mayor de la casa, Manuela García Argüelles —siguen los amoríos, en este caso, puramente carnales— y para que Gertrudis, que además no había tenido hijos, no se enterase, Gaspar dejó correr por el pueblo la versión de que el hijo era suyo; hizo salir de la casa a la criada, de conformidad con la madre de ésta, a la que entregó dos monedas de oro, se ocupó de lo que llama la lactación y crianza de la criatura hasta el punto de que, bastantes años después, en sus testamentos, ordena un legado para atender las necesidades de Manuela y de su hijo. Después de Gaspar nació Gregorio, que murió gloriosamente en el asedio de Gibraltar en el año de 1780. De sus hermanas, la mayor era Benita Antonia, de la que Jovellanos dejó un retrato impagable, por su rara sinceridad: «cuanto agravió la naturaleza en su figura, que es a la verdad poco recomendable, la favoreció en las dotes de su alma, que son las más sobresalientes». Casó con el quinto conde de Marcel de Peñalba, viudo ya dos veces. Joseph Townsend, en su Viaje a España hecho en los años 1786 y 1787, cuenta el viaje que, desde Oviedo, hizo a Luanco con Rodrigo, hijo de anterior matrimonio, y cuya esposa aparece allí fumando un cigarro liado por un hombre que estaba de visita, entre nubes de humo. Jovellanos pagaba una cantidad importante, precio del tabaco que consumía su otra hermana, monja, la madre San Juan, en el convento; no parece que él fumase, pero sí que aspiraba rapé a la moda de la época. Él disfrutaba mucho con los juegos de manos que hacía Juanín, hijo de Rodrigo. Del matrimonio, en 1758, de Benita Antonia con el conde de Marcel de Peñalba, fallecido en 1770, quedaron tres hijos y tres hijas. De los hijos, el mayor, Baltasar Ramón, sucedió a Jovellanos en el mayorazgo y fue su heredero universal —salvo legados— de los bienes libres; de él dice Jovellanos que «dedicado por sus padres a la carrera eclesiástica y nombrado canónigo dignidad de arcediano de

Francisco de Goya

Retrato de fray Juan Fernández de Rojas 1800-1815 Real Academia de la Historia. Madrid

Liseno, destacado poeta anacreóntico del grupo salmantino y notable escritor satírico, autor de un viaje a Crotalópolis en que se critica a pedantes, petimetres y falsos eruditos. Jovellanos le propuso el plan de una comedia pastoril que Rojas no llegó a realizar.

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Babia, hoy provincia de León, de la Iglesia Catedral de Oviedo, sintiòse repugnante al sacerdocio, renunció a sus prebendas, permutándolas por un beneficio simple [no llevaba consigo cura de almas], que hoy es mi sucesor y vive conmigo». Este buen señor reconoció a una hija suya —¿sacrílega?—, que usó el nombre y apellidos de Francisca Cienfuegos Jovellanos y Naval, era conocida por doña Paca, y parece que Somoza escribió una vida de ella, desaparecida. En cualquier caso, fue dueña, durante más de treinta años de los bienes de Jovellanos y, parece ser, culpable en gran parte de la desaparición de muchos documentos del archivo de Jovellanos, con el consiguiente perjuicio. No tuvo hijos. El siguiente hijo de Benita Antonia fue José María Ignacio González de Cienfuegos y Jovellanos. Capitán general de Cuba, fundó allí la ciudad de Cienfuegos. El tercero fue Francisco Javier. Fue canónigo de Sevilla. Durante la década ominosa fue nombrado arzobispo de Sevilla en 1824, y cardenal el año siguiente. Otras hermanas fueron Juana Jacinta, casada dos veces, la primera con un viejo rico, que le dejó toda su herencia no vinculada, y la segunda vez se casó a su gusto; murió joven; y Catalina de Siena, que lo hizo con un comerciante de Nava, con el que fue infeliz. La cuarta y última de los hermanas de Jovellanos fue Josefa, a la que dedica muchas líneas de las Memorias familiares (1810), dada en matrimonio a don Domingo González de Argandona, procurador general en Corte del Principado de Asturias. Era la poetisa en bable, la Argandona. Después de viuda, en Oviedo, se dedicaba a asistir y consolar a las mujeres que estaban reclusas en la cárcel y en la galera, a las dolientes en el hospital, y lo hacía con toda discreción. Profesó, contra la voluntad de Gaspar, en el convento de las monjas agustinas recoletas, de Gijón. Su vida en él fue ejemplarísima. A pesar de estar inmersos en esa incómoda situación, lo que no cabe duda es que las relaciones familiares, aunque los patrimonios fuesen pequeños, sí eran eficaces. Es ahí donde el entorno familiar se relaciona con la vida pública de Jovellanos. Pues el instrumento era la recomendación a través de las redes familiares. Así obtuvo Jovellanos el beneficio simple diaconil de San Bartolomé de Nava, que no llevaba más obligaciones que las de recibir la primera tonsura, lo que tuvo lugar cuando tenía 13 años, y de rezar el oficio divino. Comenzó después el estudio de las leyes y cánones en el palacio del obispo de Ávila, Romualdo Velarde y Cienfuegos, que se había convertido, como dice Gaspar Gómez de la Serna, en seminario de asturianos en el corazón de Castilla. El venerable obispo, como le llama Ceán, además de que la estancia y estudios de Jovellanos en Ávila fuesen gratuitos, le concedió la institución canónica del préstamo de Navalperal en 1761 y del beneficio simple de Horcajada en 1763; después de obtener los grados de bachiller y de licenciado en leyes y cánones en las Universidades de Ávila y Osma, le trasladó a la Universidad de Alcalá de Henares, propor-

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Antonio Carnicero

Retrato de Manuel Godoy y Álvarez de Faria, Príncipe de la Paz Hacia 1795-1796 Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid El guardia de corps que llegó a Secretario del Despacho de Estado de Carlos IV era considerado por Jovellanos la clave para conservar el proyecto reformista de Carlos III. Godoy nombró a Jovellanos ministro; aunque también se le responsabiliza de su posterior desgracia, lo único cierto es que nada hizo por liberarle de su encierro en Bellver. Diferencias de peso en materia de moralidad impidieron una franca relación entre ambos. Este retrato se considera uno de los mejores de Carnicero: formaba parte de la propia colección de Godoy, y representa al joven Primer Ministro como Príncipe de la Paz.

cionándole una beca de canonista con voto en el insigne Colegio Mayor de San Ildelfonso, si bien tuvo que superar con éxito una oposición para ingresar, éxito que no obtuvo cuando optó a una cátedra de cánones.

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Anónimo

Retratos de Francisco Bernaldo de Quirós, VI marqués de Camposagrado, y su esposa Jacoba de Valdés Inclán Copias de comienzos del s. XX Colección particular Camposagrado y Jovellanos colaboraron estrechamente en Asturias en los años 90, cuando se encomendó al marqués el mando del Regimiento de Nobles y fue nombrado procurador general: «¡Cómo trabaja el pobre marqués! Pocos que le ayuden». Ambos fueron luego vocales por la Junta General del Principado en la Junta Central (1808-1810).

Pasó luego a Madrid para pretender un destino, para lo que solicitó ser recibido por el que Jovellanos llama «el tío sumiller» de Corps, José Fernández de Miranda Ponce de León, duque de Losada, personaje muy importante en la corte de Carlos III, que era primo carnal de la madre de Jovellanos; pero que no acaba de recibirle, quizás porque le considerase un pariente poco importante. Lo cierto es que según cuenta Carlos González de Posada en sus Memorias para [la] biografía del señor Jovellanos, la «marquesita de N.», cuya identidad se desconoce, eligió a Jovellanos para que fuera su pareja en las máscaras de Carnaval de aquel año 1767, y le llevaba en su coche a los paseos públicos, provocando, sin saberlo, los celos del duque de Losada, por este cortejo, hasta el punto de preguntarle él a ella, incomodado, por «el hopalandas que la acompañaba». Al aclararle que era sobrino de él, el duque le dice que «se vea conmigo y sepa yo lo que quiere». Pensó pedir la canonjía doctoral de la catedral de Tuy, pero acabó solicitando un puesto de magistrado, que alcanzó al segundo intento por medio del duque de Losada y del conde de Aranda. Nos preguntamos hoy: ¿quién sería esa marquesita anónima que es imposible identificar? Ella contribuyó mucho a cambiar el rumbo de la vida de Jovellanos. Termina así lo que cabría llamar vida oculta de Jovellanos, estudiante del montón, en universidades de poca categoría, salvo la de Alcalá de Henares. Hasta entonces había sido un joven gris, vástago de una familia preocupada por mantener sus pujos de grandeza, aunque estrecha de medios económicos, obediente al destino ecle-

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siástico que le marcara la vocación que habían elegido otros para él, pero dócil, con observancia de las devociones obligatorias, estudiante de manera discontinua, primero en centros poco prestigiosos, buscando una titulación fácil de obtener, para acabar en la Universidad Complutense, sin ganar en ella grado nuevo alguno, ni la cátedra que pretendió, con una preparación que él mismo calificó de pésima, abandonando con la mayor facilidad su supuesta inclinación eclesiástica. Esto sirve para descubrir lo endeble de ésta, que cambia por una carrera en la magistratura sin ninguna otra preparación ni ejercicio de adaptación, cuando una y otra exigen, para su fiel desempeño, sentirse llamado por una clara vocación; y todo ello basado en los privilegios del estamento al que pertenecía por su nacimiento. Nada llevaba a apostar por que llegase a alcanzar un futuro destacado, el que su amigo Posada nos pinta en Alcalá de Henares como autor de versos que cantaba con acompañamiento de guitarra. 2. Empieza la vida pública. Alcalde y oidor de la Audiencia de Sevilla (1768-1778) Pero ese joven, de cuya adolescencia y juventud sabemos poco, seguramente porque lo anodino de su existencia hasta entonces daba poco que contar, llevaba dentro de sí, como un fuego interior, un fondo personal que maduraría enseguida bajo los ardores del sol sevillano. Empieza entonces la vida pública de Jovellanos, que sorprenderá por su brillantez y su ejemplaridad. Todos los biógrafos de Jovellanos se detienen aquí a recoger la conocida anécdota, en la que, al ir a despedirse Jovellanos del conde de Aranda, Presidente del Consejo de Castilla, le ordenó que no usase la peluca de magistrado y dejase su pelo a la vista. Ceán lo describe así: Era, pues, de estatura proporcionada, más alto que bajo, cuerpo airoso, cabeza erguida, blanco y rojo [rubio], ojos vivos, piernas y brazos bien hechos, pies y manos como de dama y pisaba firme y decorosamente por naturaleza, aunque algunos creían que por afectación. Era limpio y aseado en el vestir, sobrio en el comer y beber y atento y comedido en el trato familiar, al que arrastraba con voz agradable y bien modulada, y con una elegante persuasiva [sic] de todas las personas de ambos sexos que le procuraban; y si alguna vez se distinguía con el bello, era con las de lustre, talento y educación, pero jamás con las necias y de mala conducta. Sobre todo, era generoso, magnífico y aun pródigo en sus cortas facultades; religioso sin preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden y de la justicia; firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores, incansable en el estudio y duro y fuerte en el trabajo. Éstas eran la figura y prendas del joven don Gaspar cuando partió conmigo de Madrid para Sevilla el 18 de marzo de aquel año [1768].

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[1] Francisco de Goya

Retrato de Francisco de Cabarrús (1752-1810) 1788 Colección Banco de España La amistad de Jovellanos y el promotor del Banco Nacional de San Carlos comenzó en la tertulia de Campomanes. Acusado de mala gestión, cayó en desgracia, y con él Jovellanos, que defendió su inocencia. Su amistad sólo se rompió cuando Cabarrús aceptó la cartera de Hacienda con José I: «desde que dejó de ser amigo de mi patria, dejó de serlo mío». [2] Ángel Pérez Díaz

Retrato de José Antonio Sampil y Labiades (1756-1829) Hacia 1798-1801 Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo El capellán y mayordomo de la casa de Jovellanos era un presbítero ilustrado comprometido con la vida del campesinado; se le representa aquí con sus traducciones de Rozier El jardinero instruido y el Nuevo plan de colmenas (1798). Su intercesión ante Carlos IV con motivo del arresto de Jovellanos le costó cuatro meses de encierro y el destierro en su villa natal, Mieres del Camino.

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Pronto se quejó a Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, de que le pagaban, al principio, la mitad del sueldo que le correspondía, con lo que no podía mantenerse, problema que pronto se resolvió por sí solo. Pero, por otra parte, dejó de percibir, por su voluntad, porque él no los aprobaba, otros derechos que le pertenecían según práctica de los juzgados, lo que causó malestar y quejas de sus compañeros, que quedaban en mal lugar. Confiesa, con sinceridad, en su Discurso de recepción en la Real Academia de la Historia, sobre la necesidad de unir al estudio de la legislación el de nuestra historia y antigüedades: «entré a la jurisprudencia sin más preparación que una lógica bárbara y una metafísica estéril y confusa, en las cuales creía entonces tener una llave maestra para penetrar al santuario de las ciencias»; por lo que, «para instruirse don Gaspar en la práctica forense y en el sistema de la Audiencia, se valió del respetable marqués de San Bartolomé [del Monte], ministro antiguo en ella» —Ceán. Francisco Aguilar Piñal, por su parte, ha publicado el Yndice de los libros y Ms. que posee don Gaspar de Jovellanos y Ramirez, del Consejo de S.M. y su alcalde de Casa y Corte. Hecho en Sevilla a 28 de septiembre de 1778, en el que se nos revela, a sus 34 años, como un exquisito bibliófilo, pues contenía las más importantes obras de jurisprudencia, economía, historia y bellas artes, de autores españoles y extranjeros entonces conocidos. Fruto de su interés por la economía fueron sus intervenciones en la Sociedad Patriótica de Amigos del País de Sevilla, de la que fue socio fundador en 1775, y nombrado secretario de la Comisión de Industria, Comercio y Navegación. Tomó parte activa en el establecimiento de Escuelas Patrióticas para enseñar el hilado del lino, lana y algodón a niñas pobres, y de un hospicio, y fue autor de una proposición para el establecimiento de otra Sociedad Económica en Cádiz. En el sonoro proceso que siguió la Inquisición contra Pablo de Olavide, asistente de Sevilla, Jovellanos, que era amigo suyo y miembro de su tertulia, contestó con gran habilidad como testigo, para no perjudicarle, sin faltar a la verdad. Que Jovellanos ya no estaba conforme con la Inquisición y sus métodos lo demuestra una carta que le dirigió, en un tono del que se deduce que los dos pensaban igual, desde Sevilla a Madrid el 25 de agosto de 1781, un misterioso F. Miguel (creo que era fray Miguel de Miras, Mireo) en la que éste le cuenta con crudeza un auto de fe celebrado allí el día anterior, en el que se le dio garrote y después se quemó el cadáver de una beata, perseguida por iluminada o alumbrada. Aparte de poesía, especialmente amorosa, y a veces apasionada, sin que se sepa quiénes eran sus destinatarias —«¡descífrenlo los eruditos sevillanos!», escribió Somoza—, Jovellanos escribió teatro en Sevilla: El delincuente honrado —comedia lacrimosa—, fruto de un concurso celebrado en la tertulia de Olavide, y que tuvo un gran éxito durante sus primeros treinta años aproximadamente; y La muerte de Munuza o Pelayo. En mayo de 2007 se dio a conocer el hallazgo, en la biblioteca del

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monasterio de San Millán de Yuso (La Rioja), de un manuscrito con una traducción de la tragedia Iphigenia, de Racine, hecha por Jovellanos en Sevilla. A mediados de agosto de 1778, se le nombraba a Jovellanos alcalde de Casa y Corte. Según Ceán, «arrancó de Sevilla bañado en lágrimas, dejando en igual situación a sus compañeros». 3. Jovellanos en la corte. Alcalde de Casa y Corte, consejero de Órdenes, etc. (1778-1790) A pesar del recibimiento efusivo que tuvo Jovellanos en Madrid por parte de sus parientes —los Valdecarzana y los Casa-Tremañes— y amigos —como Campomanes, que le atrajo enseguida a su importante tertulia—, de que ya antes de dejar Sevilla había sido designado individuo de mérito por la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y de que Campomanes obtuvo enseguida de la Real Acade-

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[Pág. 37] Francisco de Goya

Retrato de Juan Meléndez Valdés 1797 Colección Banesto

Batilo y Jovino, ambos ilustrados, magistrados y poetas, compartieron en la distancia afanes reformistas, aficiones literarias e incluso destierro, hasta que se situaran en bandos opuestos durante la guerra de independencia. Según Quintana, el más emblemático poeta del siglo «pertenece a esa clase de hombres respetables que esperan del adelantamiento de la razón la mejora de la especie humana». Falleció exiliado en Montpellier en 1817.

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mia de la Historia su nombramiento de individuo supernumerario, las funciones del cargo de alcalde de Casa y Corte le molestaban mucho. Nuevamente aparecen las recomendaciones de parientes y amigos, «que no podían tolerar que siguiera por más tiempo en aquella plaza, y solicitaban que cuanto antes se le trasladase a otra del Consejo de Órdenes, lo que en efecto consiguieron al año y medio de ser alcalde». Se comprende el enojo de Jovellanos, cuando, en el desempeño de esa alcaldía tuvo que emitir informes dirigidos al Consejo de Castilla sobre la distribución de la sopa boba en los conventos y sobre el abasto de huevos en Madrid, por ejemplo. Jovellanos fue designado ministro de Consejo de las Órdenes Militares el 25 de abril de 1780. En 1783, fue designado miembro de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas, para la que emitió diversos informes. En la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, llegó a ser director de la misma, y en ésta, con independencia del Informe sobre la ley Agraria, posterior, entre 1783 y 1790 redactó informes sobre el uso de abonos, el proyecto de montepío de hidalgos de la corte, la libertad de comercio de granos, la oportunidad de publicar una gaceta económica, las causas de la decadencia de las sociedades económicas, de cuya misión era un entusiasta propagandista; redactó el Elogio de Carlos III, el Elogio de don Ventura Rodríguez, el Elogio del marqués de los Llanos de Alguazas; el dictamen sobre la admisión y participación de damas en la Sociedad —favorable—, etc. Su labor en la Real Academia de la Historia, aparte del contenido de su discurso de ingreso, fue abundante: los informes sobre las sepulturas, la censura de muchos libros remitidos por el Consejo de Castilla y su participación en el Diccionario Geográfico de España. En 1790 presenta la primera versión del Informe sobre juegos, espectáculos y diversiones públicas. Ingresó en la Real Academia Española con un Discurso sobre la necesidad del estudio de la lengua para comprender el espíritu de la legislación, y vivió un incidente con razón de la Felicitación de la Academia al señor don Carlos III con motivo del nacimiento de sus nietos don Carlos y don Felipe, en el que fue objeto de una desconsideración, que le afectó y le alejó de las sesiones de la Academia. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando pronunció su Elogio de las Bellas Artes, que es en realidad una historia del desarrollo de éstas en España, en la que muestra una notable admiración por el arte gótico, que le coloca como precursor de las ideas que triunfarían con el Romanticismo en esa materia. También perteneció a las Reales Academias de Cánones, Liturgia, Historia y Disciplina Eclesiástica, y de Derecho Público y Patrio. Fue este decenio, entre 1780 y 1790, una época feliz para Jovellanos, que ocupaba un papel destacado en la corte por los cargos que desempeñaba con eficiencia, lo que no le impedía intervenir también en polémicas literarias, ser miembro de las Reales Academias citadas y acudir a tertulias de personas muy importantes,

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José María Galván

Retrato de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) Hacia 1868 Calcografía Nacional. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid El más relevante dramaturgo del siglo inició sus frecuentes viajes por las cortes europeas que tanto contribuirían a su formación intelectual como secretario de Cabarrús, gracias a la recomendación de Jovellanos. Inarco transformó la escena nacional con una innovadora comedia neoclásica que vehiculaba la nueva mentalidad ilustrada. Su obra de referencia, el afamado sí de las niñas.

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como la de Campomanes, con el que había llegado a alcanzar gran predicamento como colaborador suyo en la Academia de la Historia, y donde conoció a Francisco Cabarrús; y la de la condesa del Montijo, frecuentada por personas de mucho relieve —Antonio Tavira, Antonio Palafox, Estanislao de Lugo, marido secreto de dicha condesa, Juan Meléndez Valdés, José de Vargas Ponce, Martín Fernández de Navarrete, Mariano Luís de Urquijo... La publicación de sus Sátiras contribuyó, según Ángel del Río, a la incubación de un ambiente desfavorable a Jovellanos en algunas esferas de poder, que acabó por explotar con ocasión del inicio de las persecuciones del que, para él, era su amigo, por excelencia, el financiero francés al servicio de España, conde de Cabarrús. Jovellanos, que en agosto de 1790 se encontraba en Salamanca, al enterarse de la persecución que sufría Cabarrús en la corte, regresa a allí y con el pretexto injustificado de que lo había hecho sin permiso —lo que no era cierto, porque él se había preocupado de obtenerlo—, acompaña a Cabarrús en su desgracia y trata de obtener su libertad, y aunque no fue como éste, encarcelado, se le ordenó que saliese en seguida de la corte para terminar los asuntos que tenía pendientes en Salamanca, y que pasase inmediatamente a Asturias a cumplir la comisión que tenía encomendada sobre las minas de carbón de piedra. Durante este incidente sufrió una de las mayores decepciones de su vida, al no conseguir que le recibiera Campomanes para que éste intercediera por Cabarrús. Esto le produjo un disgusto tan grande, que le alejó, prácticamente para siempre, de quien había sido su protector durante muchos años, que perdió para siempre el aprecio y agradecimiento que le debía y le venía prestando. 4. El destierro disimulado (1790-1797) Estos años de 1790 a 1797 han sido calificados por algunos biógrafos de Jovellanos como «los felices años de Gijón», pintándolo como muy contento desempeñando las comisiones que había recibido, alejado de la corte y dichoso con la creación del Real Instituto Asturiano de Náutica y Mineralogía, inaugurado en Gijón en 1794. No comparto esta opinión, pues de la lectura de su epistolario y del Diario se desprende que necesitaba imperiosamente una prueba de haber recuperado el real aprecio, que, visiblemente ante el público y ante sí mismo, había perdido al sufrir lo que se ha llamado un destierro disimulado; y esa prueba no podía ser sólo honorífica, sino efectiva, con traslado a Madrid, pues cuando le conceden en diciembre de 1794 «los honores y antigüedad del Consejo de Castilla», su disgusto se incrementa y escribe: «¡Brava cosa! Avergonzaríame de haberlo pretendido. ¿No pude haber tenido plaza en aquel Consejo diez años ha?» Lo cierto es que, no mucho tiempo antes, se había interesado por una plaza, precisamente, de consejero de Castilla. Esto se ve con claridad en las cartas que escribe a sus amigos: a Arias de Saa-

Francisco de Goya

Retrato de Leandro Fernández de Moratín 1799 Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

vedra, a Cabarrús, a Llaguno; y hasta a Godoy, ascendido a la total privanza real después de la marcha de Madrid de Jovellanos, y al que le ofrece sus servicios. Además, Jovellanos presentó, sin éxito, el 3 de junio de 1792, su candidatura a la dirección de los Reales Estudios de San Isidro, de Madrid. O sea que Jovellanos deseaba entonces, sin género de dudas, regresar a la corte, dígase lo que se quiera.

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Mientras tanto siguió trabajando en sus Informes mineros. El Instituto Asturiano se inauguró en 1794, y constituye el triunfo de sus ideas de implantación de unas enseñanzas prácticas que, alejadas de las teorías del escolasticismo decadente que prosperaba en las universidades, dotasen de conocimientos prácticos para que sus alumnos obtuviesen la preparación precisa para desarrollar con acierto las profesiones para las que fue creado: la explotación racional de las minas y el transporte marítimo. En estos años, como subdelegado de caminos en Asturias, Jovellanos trabajó intensamente en el trazado de la carretera de Oviedo a León, a través del puerto de Pajares, hasta con un auténtico esfuerzo físico, soportando los rigores del invierno más crudo, para fijar personalmente la línea que debía llevar la carretera desde Pajares hasta Oviedo. Lo que realmente constituyó su obra de gran empeño fue la redacción, en nombre de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, del Informe en el expediente de Ley Agraria. En ella, censura la amortización, tanto la eclesiástica como la civil. En cuanto a la primera, sugiere al rey que encargue a los prelados que promuevan la enajenación de sus propiedades territoriales. Estas medidas tan inocentes, porque no eran coactivas, fueron las que originaron, básicamente, que Jovellanos fuese presentado como enemigo de la Iglesia, hasta producir dos consecuencias que él nunca había deseado: la inclusión de este Informe en el Índice de libros prohibidos por la Iglesia en 1825, después de su muerte, del que no saldría hasta los años de 1940, y la presentación de Jovellanos como impío, enemigo de la Iglesia y hasta masón —esto por iniciativa de los propios masones, que trataron de apropiárselo—, hecho totalmente falso, imposible de demostrar.

[Pág. 40] Francisco de Goya

Retrato de José Vargas Ponce 1805 Real Academia de la Historia. Madrid Polifacético ilustrado, marino, poeta, dramaturgo, director de la Academia de la Historia, autor de la Descripción de las islas Pithiusas y Baleares, un Plan de educación para la nobleza y de La instrucción pública, único y seguro medio de la prosperidad del Estado. Su querido y admirado Jovellanos, quien le ayudó con el plan de su Disertación contra las corridas de toros, decía de Vargas que era de «corazón sensible e imaginación ardiente».

5. Jovellanos, embajador y ministro (1797-1798) Jovellanos regresaba a Gijón y se había retirado a descansar en Pola de Lena el 16 de octubre de 1797, cuando recibe el nombramiento de embajador de España en Rusia, que le sorprendió mucho y le desagradó por el enorme trastorno que suponía en su vida. Cuando llega a Gijón todo son enhorabuenas, pero, de tener que marchar de su villa natal, habría preferido otro destino más próximo y más adecuado a sus conocimientos. Así las cosas, el 13 de noviembre le llega otra noticia inesperada, el nombramiento de secretario de Estado y del despacho de Gracia y Justicia, que le trastorna de nuevo y le hace escribir en su Diario: [...] voy a entrar en una carrera difícil, turbulenta, peligrosa [...], mi consuelo es la esperanza de comprar con ella la restauración del dulce retiro, en que escribo esto. Haré el bien, evitaré el mal que pueda. ¡Dichoso si conservo el amor y opinión del público que pude ganar en la vida oscura y privada!

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El 15 de noviembre, de madrugada, salió de Gijón, y llegó al puerto de Guadarrama a los seis días, a las 9 de la noche, donde, al poco tiempo, aparece su amigo Cabarrús, que había salido a su encuentro, después de estar más de siete años sin verse. Dice Ceán: «¡Cuál sería la sorpresa y la ternura de aquella entrevista! ¡Y cuál el horror y abatimiento de don Gaspar con la pintura que le hizo el conde del estado en que se hallaba la corte! Toda la noche pasaron sin dormir». El 22 de noviembre escribe en el Diario: [...] sin vestir, a la casa del Ministerio; no se puede evitar el ver algunas gentes; me apura la indecencia del traje. Conversación con C[abarrús] y S[aavedra]; todo amenaza una ruina próxima que nos envuelva a todos; crece mi confusión y aflicción de espíritu. El príncipe [de la Paz, Godoy] nos llama a comer a su casa. A su lado derecho, la princesa [su esposa, la condesa de Chinchón]; al lado izquierdo, en el costado, la Pepita Tudó [la amante de Godoy] [...]. Este espectáculo acabó mi desconcierto; mi alma no puede sufrirle; ni comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu; huí de allí... Aquí el Diario se interrumpe durante todo el período del Ministerio, hasta después del cese, el 15 de agosto de 1798. Dice entonces: «escribo con anteojos que ¡tal se ha degradado mi vista en este intermedio! ¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas separadamente». Al final, fueron omitidas, por lo que se perdió un testimonio importantísimo de lo que pasó en aquellos nueve meses escasos. Tan corto espacio de tiempo en el Ministerio no permitió que se cumpliesen las esperanzas que estaban puestas en Jovellanos, a lo que se unieron las asechanzas de que fue víctima en ese período. No obstante, como huellas importantes de su actuación ministerial deben mencionarse las que se refieren a un informe sobre lo que era el Tribunal de la Inquisición, a la que dedica las más duras críticas. Jovellanos trató, durante su estancia en el Ministerio, de abordar una reforma de los estudios universitarios, que se hallaban sumidos en gran decadencia: sólo se estudiaba, y en latín, la filosofía aristotélica, la teología y el derecho canónico, muy poco de derecho español vigente y una medicina anticuada; se negaba la entrada a las ciencias experimentales y a los avances científicos de los últimos siglos, aunque había también una minoría ilustrada de docentes, que deseaba profundamente las reformas. Jovellanos fue encargado por Godoy de abordar estos problemas, y, para ello, teniendo en cuenta que la Universidad de Salamanca era de fundación pontificia, por lo que dependía del obispo de aquella diócesis, aprovechó que ésta estaba vacante en la primavera de 1798, para promover a ella a su amigo el obispo de Osma, Antonio Tariva, de espíritu reformista. Dijo de él: «es nuestro Bossuet y debe ser el reformador de nuestra Sorbona». Igualmente, por el cese de Jovellanos en el Minis-

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Andrés de la Calleja

Retrato de doña María Francisca de Sales Portocarrero, condesa del Montijo 1767 Colección Duquesa de Alba. Madrid Esta ilustrada presidía la conocida tertulia madrileña donde Jovellanos entró en contacto con el círculo llamado jansenista. Allí acudían Meléndez, Llaguno, Estala o Urquijo. Fue secretaria de la Junta de Damas de la Sociedad Económica Matritense, cuya incorporación apoyó públicamente Jovellanos. Tuvo problemas con la Inquisición y fue desterrada por Godoy en Logroño. A su muerte escribirá: «murió la mejor mujer que conoció España».

terio, antes incluso de que Tariva tomase posesión del obispado de Salamanca, nada se pudo hacer por la enemiga del sucesor de Jovellanos, el marqués Caballero, a cualquier intento de reforma de la Universidad. Por otra parte, Jovellanos ordenó, el 16 de junio de 1798, que se enseñase en los Reales Estudios de San Isidro de Madrid, la

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[1] Mariano Salvador Maella

Retrato de Antonio de Valdés Fernández de Bazán (1744-1816) 1794 Colección particular El ministro de Marina fue impulsor de la minería del carbón y del Real Instituto Asturiano. Por ello, un retrato del bailío presidió este centro y luego el Instituto Jovellanos desde 1795 hasta 1936.

[2] Anónimo

Retrato de Francisco de Saavedra y Sangronís (1746-1819) Museo del Prado. En depósito en la Academia de la Historia. Ministro de Hacienda a la par que Jovellanos lo fue de Gracia y Justicia, ambos sufrieron la misma suerte, incluidos sendos intentos de envenenamiento. La sintonía entre ambos ministros fue tal que Jovellanos encargó a Goya dos retratos en 1798: el suyo y un retrato de Saavedra, que colocó en el estrado de su casa.

traducción al español de la Lógica de Baldinotti, así como que se procurase ir enseñando también en nuestra lengua los demás estudios que se desarrollasen allí. Dice Ceán Bermúdez en sus Memorias: Comenzaron [los ministros, Jovellanos y Saavedra] a manifestar al rey en los despachos el estado en que se hallaba la España, y la necesidad de su pronto remedio con razones tan enérgicas y poderosas que jamás había oído, y que le causaban admiración y espanto [...]. La reina cuando nota que el rey principia a conocer la ignorancia y absurdos de Godoy, le llama, le instruye de todo lo que pasa, y determinan la perdición de los dos ministros. Se ignoran los medios; pero lo cierto es que, desde entonces y antes de salir Jovellanos del Escorial [donde estaba la corte, diciembre de 1797] para Madrid, fue acometido de cólicos que jamás había padecido; aquí le prosiguieron sin haberle dejado salir cuando el rey para Aranjuez; en este real sitio llegaron a ser convulsivos, y el médico Sobral, sospechoso de la causa de su enfermedad, le obligó a beber todos los días grandes porciones de aceite de olivas, con lo que logró algún alivio; Saavedra [ministro de Hacienda] llegó hasta los umbrales del sepulcro en San Idelfonso, esperándose por momentos los últimos días de su vida. Este asunto, tan apasionante, se analiza en detalle en Noticia de Jovellanos y su entorno junto con el Dictamen del Instituto de Medicina Legal de Asturias donde se recoge: Que don Gaspar de Jovellanos sufrió una serie de síntomas y signos clínicos, y que básicamente consistieron en: la aparición repentina de cólicos que llegan a ser convulsivos, polineuritis (afectación de varios nervios) con pérdida de la movilidad de antebrazo y mano dominante, estreñimiento pertinaz y disminución de la visión por afectación neurológica (oftalmoplejía periférica). Que, en base a lo anteriormente expuesto, se puede concluir fácilmente que don Gaspar de Jovellanos sufrió un cuadro de saturnismo (intoxicación por plomo). En cuanto al autor material, sabemos por Ramón María Cañedo que fue un lacayo de Jovellanos, sobornado con diez onzas de oro, «según averiguó de él mismo poco después; y tuvo la grandeza de alma de no perseguirlo por este atentado, contentándose con echarle de casa». Queda por averiguar quién fue o quiénes fueron el inductor o inductores. Con los elementos de juicio de que disponemos no cabe duda de que Jovellanos fue, efectivamente, víctima de una tentativa de asesinato por enve-

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nenamiento. Entiendo que los indicios apuntan a persona o personas muy elevadas —la Reina y Godoy—, como se deduce claramente del silencio y pasividad de Jovellanos que, conocedor de quién era el autor material del intento, convicto y confeso, y de la existencia e importe del soborno, no lo persiguió ante la Justicia —pues no cabría esperar otra cosa de un magistrado tan estricto como él—, contentándose con echarle de su casa, sin llegar a denunciar nada por escrito. 6. El cese en el Ministerio y el regreso a Gijón (1798-1801) El 15 de agosto de 1798 Jovellanos fue exonerado de su cargo. Existen diversas hipótesis sobre las causas de su cese. Para Ceán, fueron las acusaciones de sus enemigos, «de ateísta, hereje y enemigo declarado de la Inquisición». Para Caso, se produjo la concurrencia de una conjura de los enemigos de Jovellanos, junto con el temor de él mismo de perder la vida si seguía de ministro, extremo éste ya apuntado por

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Somoza. Después de tomar las aguas en Trillo (Guadalajara) regresó a Gijón, en donde había fallecido a primeros de agosto de 1798 su hermano Francisco de Paula, al que quería entrañablemente, y al que sucede en el mayorazgo de la familia. En el período que media entre su regreso a Gijón y su detención, poco más de dos años después, Jovellanos se dedica a impulsar el Real Instituto Asturiano, especialmente las obras del nuevo edificio, proyectado por Juan de Villanueva, autor del Museo del Prado, para lo que tropezó con dificultades económicas, que trató de paliar mediante la solicitud de ayudas. En el Instituto pronunció en abril de 1799 la Oración sobre el estudio de las ciencias naturales, y el 16 de febrero de 1800 escribe en el Diario, «que la concurrencia fue tan poca que yo determiné suprimir un Discurso que había trabajado para dar idea de las ventajas que puede producir el estudio de la geografía». Iguales ausencias registra en sus antes concurridas tertulias diarias, que tenían lugar en la sala de la torre nueva de su casa, de Gijón, y, en los oscureceres fríos, al calor de la chimenea, que había hecho instalar, y en las que se tenía conversación o se jugaba a las cartas. También escasea entonces el número de los alumnos del Instituto. Algunas fechas después deja de llevar el Diario hasta el 20 de noviembre de 1800 y a continuación hasta el 1 de enero de 1801, en que, abrumado e impotente, pero resignado, escribe: [...] abrimos el siglo XIX ¿Con bueno o mal agüero? Pero al hombre le toca obrar bien y confiar en la Providencia de su grande y piadoso Creador [...] ¿Quién podrá parar los golpes que la calumnia y la envidia dan en la oscuridad? La Providencia, que vela siempre sobre los derechos de la justicia; si ella permite la ruina, veneremos sus altos juicios. 7. La vida cautiva (1801-1808) El 20 de enero de 1801 escribe: «poco sueño, nubes; frío». El Diario se cierra. En la madrugada del 17 de marzo se produce su detención. Empieza a padecer una prisión que, del mismo modo que llamé vida oculta a la que va desde su nacimiento hasta que sale destinado para Sevilla en 1768, y vida pública desde entonces en adelante hasta 1801, ésta que va a empezar merece el nefasto nombre de vida carcelaria o cautiva, que, sin formación de causa ni imputación alguna, y a pesar de sus dos representaciones de protesta dirigidas a Carlos IV, se prolongaría hasta marzo de 1808, en que le llega la libertad de la mano del llamado, con desacierto, deseado Fernando VII, nuevo rey de España, después del motín de Aranjuez. Esta prisión escandalizó a Europa, como lo demuestra la carta que el almirante Nelson escribió al amigo de Jovellanos, lord Holland, cuando éste le pidió que fuese a liberarlo, con la escuadra inglesa, a su cárcel de Bellver, liberación que Jovellanos no habría admitido, si hubiese llegado a producirse, según le escribió a lord Holland, por estar entonces España en guerra con Inglaterra, y no admitir él ser liberado por quien era formalmente un enemigo.

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Francisco de Goya

Retrato de José Antonio Caballero, Marqués de Caballero (1770-1821) 1807 Fundación Lázaro Galdiano Caballero sucedió a Jovellanos como secretario de Gracia y Justicia, habiéndose levantado la sospecha de que tuvo parte activa en la caída del gijonés e incluso en su encierro en Mallorca. Defensor de las posiciones ultramontanas y partidario de la Inquisición, se sumó al partido de los «afrancesados», actuando como consejero del gobierno de José I.

Superada esa etapa interminable, con graves padecimientos físicos y morales, llega el 1 de junio de 1808 a Jadraque, a la casa de su papá, Juan José Arias de Saavedra, para tratar de restablecerse; está en tan malas condiciones que, además de un régimen médico de vida, se impone a sí mismo una «dieta de la mente»: no quiere ni pensar, ni tiene fuerzas para ello. Allí sufre las mayores tentaciones de sus amigos afrancesados, y hasta de los Bonaparte, Napoleón y José, pues éste le designa ministro de Interior. Algunos han dudado del patriotismo de Jovellanos en aquellos días, pero analizada su conducta, junto con las anotaciones del Diario y las cartas que recibe y las que escribe entonces, se puede afirmar que no aparecen pruebas de que, en algún momento, haya pensado en unirse a los franceses, a pesar de sus halagos, y de que anunciaban que venían a España a implantar ideas que él profesaba. Esto, a pesar de lo escrito por Gaspar Gómez de la Serna y por Juan Velarde, con quien polemicé en la prensa con este motivo. 8. Jovellanos en la Junta Central (1808-1810) Incorporado a la Junta Central, creada para hacer frente a la invasión napoleónica, en septiembre de 1808, por elección de sus paisanos de Asturias, desarrolló allí una labor intensa, recogida en su Memoria en defensa de la Junta Central, en donde expresa su pensamiento político, basado en la existencia de una Constitución histórica, que debería ser reformada sólo en lo necesario. No estuvo conforme con algu-

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Anónimo

Retrato de Juan Antonio Armada y Guerra, VI Marqués de Santa Cruz de Rivadulla Comienzos del s. XIX Colección particular

Juanito, primogénito de los marqueses de Santa Cruz de Rivadulla, en cuyo pazo se refugió Jovellanos durante la guerra de la independencia: «la temporada más deliciosa que he gozado en mi vida».

nos puntos de la Constitución de Cádiz —que se aprobó definitivamente después de su muerte—, pues no admitía que la soberanía radicase en la nación, sino en el rey, censuró que no se implantasen dos cámaras —una, para los representantes del pueblo y otra para los de la nobleza y el alto clero—, así como la prisa en implantar la libertad de imprenta, entre otros extremos. En dicha obra sienta que el poder legislativo lo comparte el rey con el pueblo, mediante sus representantes en Cortes. 9. Jovellanos en Galicia. Regreso a Gijón y muerte (1810-1811) Desengañado y calumniado como miembro de la Junta Central, había salido de Cádiz rumbo a Asturias, pero una fuerte tormenta obligó al bergantín Nuestra Señora de Covadonga, a hacer una arribada forzosa en Muros (Galicia), sin poder llegar a Asturias en los 16 meses siguientes, hasta agosto de 1811, para buscar un puchero de

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fabes en su casa, en los que escribió y gestionó la publicación de su Memoria en defensa de la Junta Central, citada, en la que, además de este extremo, recoge su pensamiento político, a la vista de la situación creada por la invasión napoleónica. Había pasado una larga temporada (abril-junio de 1811) en el pazo de los marqueses de Santa Cruz de Rivadulla, cerca de Santiago de Compostela, que calificó como la época más feliz de su vida, invitado por la marquesa —el esposo de ésta estaba en la Guerra de la Independencia—, a la que escribió desde Muros 18 cartas que sirven para profundizar en la psicología de Jovellanos y en la complejidad de su carácter. La vida de Jovellanos se extingue, durante un angustioso delirio febril, en Puerto de Vega (Navia), adonde había llegado huyendo, por mar, de las tropas francesas, el 28 de noviembre de 1811, fecha discutida. En medio de la calentura se le oye balbucear palabras que concretan sus preocupaciones hasta, incluso, en ese momento tan dramático: su familia —«mí sobrino...»— y su vida pública —«Junta Central... La Francia... Nación sin cabeza...»—; para terminar: «¡Desdichado de mí!» La rectitud de su conducta hizo que Marañón escribiese en su prólogo a Los afrancesados, de Miguel Artola. «No sabemos lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho de haber vivido entonces. Yo, sin embargo, creo que sí lo sé: yo no hubiera sido ni patriota absolutista, ni liberal de los de Cádiz, ni afrancesado; yo hubiera sido jovellanista». bibliografía ÁLVAREZ-VALDÉS Y VALDÉS, Manuel, Jovellanos: enigmas y certezas, pról. de Gonzalo Anes, Gijón, Fundación Alvargonzález/Fundación Foro Jovellanos del Principado de Asturias, 2002. ÁLVAREZ-VALDÉS Y VALDÉS, Manuel, Noticia de Jovellanos y su entorno, Gijón, Fundación Alvargonzález, 2006. CASO GONZÁLEZ, José Miguel, Vida y obra de Jovellanos, 2 vols., Gijón, Caja de Asturias/El Comercio, 1991-1992. Hay edición con notas de Teresa Caso, Barcelona, Ariel, 1998. CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jovellanos, y noticias analíticas de sus obras, Madrid, Fuentenebro, 1814. GÓMEZ DE LA SERNA, Gaspar, Jovellanos, el español perdido, 2 vols., Madrid, Organización Sala Editorial, 1975. JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras Completas, 14 vols., Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Ilustre Ayuntamiento de Gijón, 1984-2010. SOMOZA, Julio, Nuevos datos para la biografía de Jovellanos, La Habana/Madrid, Biblioteca de la «Propaganda Literaria», 1885. SOMOZA, Julio, Las amarguras de Jovellanos, Gijón, Anastasio Blanco, 1889. SOMOZA, Julio, Inventario de un jovellanista, Madrid, Rivadeneyra, 1901. SOMOZA, Julio, Documentos para escribir la biografía de Jovellanos, 2 vols., Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1911. VARELA TORTAJADA, Javier, Jovellanos, Madrid, Alianza, 1988.

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Partida de defunción. Conservada en el Archivo de la Iglesia de Santa Marina 1811. Arzobispado de Asturias. Depositado en la Iglesia de Santa Marina–Puerto de Vega (Navia) Ceán Bermúdez daba como fecha de la muerte de Jovellanos el 27 de noviembre de 2011, y muchos la han seguido a partir de su biografía. Pero en la partida de defunción se lee: «En 29 de noviembre de 1811, yo, el infrascrito, cura propio de Santa Marina de Puerto de Vega, di sepultura eclesiástica al cadáver del Excmo. Sr. D. Melchor Gaspar de Jovellanos, soltero, natural de Gijón; murió en el día anterior».

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Ángel Monasterio

Busto de Jovellanos Real Academia de la Historia. Madrid El último retrato que se le hiciera en vida se realizó en Sevilla por encargo de Lord Holland durante la guerra de independencia, y fue enviado a Londres desde Cádiz en 1809. Plenamente neoclásico, este busto de mármol representa al ciudadano como un nuevo Cicerón, de un modo realista y sin atributos civiles o temporales y parece imitar un busto romano, incluso en la mutilación de la oreja derecha, que ya se encuentra en el boceto.

Antonio Porta

Compás del bergantín Volante Hacia 1800, Ferrol. Museo Marítimo de Asturias. Luanco Ante la llegada de los franceses a Gijón, Jovellanos y Pedro Manuel de Valdés-Llanos zarpan en el bergantín Volante. La galerna les obliga a buscar refugio en Puerto de Vega, donde ambos fallecerían.

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Jovellanos y la Guerra de la Independencia. La política del equilibrio Ignacio Fernández Sarasola. Universidad de Oviedo

La mayor parte de la actividad política y judicial de Jovellanos se desenvolvió fuera de Asturias y no tuvo a su tierra natal como destinataria. Así, comenzó su carrera jurisdiccional en Sevilla, primero como alcalde de Cuadra de la Audiencia de Sevilla (1767) y luego como oidor de esa misma Audiencia (1773). De allí se desplazaría a Madrid, donde continuó sus labores judiciales como alcalde de Casa y Corte (1778) hasta su designación como miembro del Consejo de Órdenes Militares (1780). Años más tarde se le confió el puesto de embajador en San Petesburgo (1797), cargo que no llegaría a ocupar al ser nombrado en esas mismas fechas ministro de Gracia y Justicia. A pesar de esa proyección nacional, Jovellanos dedicó algunas sustanciosas reflexiones políticas y reservó parte de su esfuerzo como gobernante a su tierra natal. Aunque su ideario político trascendió las fronteras asturianas —como, por otra parte, decía Melquíades Álvarez que era característica de los políticos nacidos en Asturias— no dejó de ocuparse de su hogar, sobre todo en los últimos años de su vida, durante la desoladora guerra de la Independencia.

[pág. 52] Francisco de Goya

Jovellanos, representante de Asturias en la Junta Central En 1808, la situación política española resultaba caótica. Aislados Carlos IV y Fernando VII en Bayona, plaza a la que habían acudido en respuesta al llamamiento de Napoleón, la vacancia en el trono impulsó a las provincias a formar juntas revolucionarias que se encargaron de adoptar en sus territorios las medidas pertinentes para hacer frente a la invasión gala. Asturias, por su parte, ya contaba desde el siglo XIV con una institución representativa de los concejos, la Junta General del Principado que, a raíz de los acontecimientos de 1808, alteró su propia composición y se autodesignó como Junta Suprema de Asturias (25 de mayo de 1808). Unos días antes, el 9 de mayo de 1808, la Junta declaraba la guerra a Napoleón, y el 30 del mismo mes enviaba a Londres a dos emisarios —José María Queipo de Llano (vizconde de Matarrosa y futuro conde de Toreno) y Andrés Ángel de la Vega Infanzón— a fin de solicitar ayuda militar. A pesar de que las Juntas Provinciales lograron el triunfo más sonado contra las tropas francesas —la célebre batalla de Bailén (19 de julio de 1808)— la dispersión

Retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos Museo Nacional del Prado Es sin duda el retrato de referencia de Jovellanos y uno de los más famoros del pintor aragonés. Jovellanos lo encargó en 1798, poco después de ser nombrado ministro. No se hizo retratar como tal, ni como magistrado, ni con traje de corte, sino en un despacho y en traje de calle; amparado por Minerva, diosa de la sabiduría, y con el escudo y emblema del Real Instituto Asturiano, su obra más querida.

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de fuerzas obligó a reconcentrar el gobierno en una institución de alcance nacional. Tras barajar diversas alternativas —entre las que se hallaban formar cortes y designar una regencia— finalmente decidieron crear una Junta Central —Junta Suprema Gubernativa de España e Indias— integrada por dos vocales de cada una de las Juntas Provinciales y que se reunió por vez primera en el real sitio de Aranjuez, el 25 de septiembre de 1808. La representación asturiana recayó en manos del marqués de Camposagrado y de un Jovellanos que apenas unos meses antes había sido liberado por Fernando VII de su prisión en el castillo de Bellver. El primer vínculo político de Jovellanos con su tierra natal, por tanto, surgió de las extraordinarias circunstancias en las que se hallaba inmersa la nación española en 1808 y que le permitieron acudir a un órgano central como representante de Asturias. Esta condición representativa no sujetó incondicionalmente a Jovellanos porque, en realidad, el prócer gijonés pronto dejó clara su perspectiva de que los vocales del gobierno central representaban a toda la nación, y no eran meros comitentes de la provincia que los había designado. Por esa razón defendió que los miembros de la Junta Central no se sujetasen a las instrucciones expedidas por las Juntas Provinciales de procedencia. Con tal actitud, Jovellanos pretendía que los vocales dispusiesen de un amplio margen de actuación que no se viese entorpecido por los continuos requerimientos de las Juntas Provinciales ya que, de lo contrario, no habría servido de nada reconcentrar el gobierno. El conflicto con el Marqués de la Romana: la disolución de la Junta de Asturias En el seno de la Junta Central, Jovellanos tuvo ocasión de seguir preocupándose de la Junta Superior de Asturias que lo había designado. Esta Junta había entrado en conflicto con una institución del Antiguo Régimen, cual era la Audiencia. De resultas, y escudándose en estos conflictos, el marqués de la Romana, encargado de dirigir el ejército patriota en tierras asturianas, disolvió de forma harto ilegal la Junta Superior de Asturias, a través de su coronel José O’Donnell, en una fecha tan significativa como el 2 de mayo de 1809. «¡Hasta en la elección de este día fue desgraciado!», diría Jovellanos en la Memoria en defensa de la Junta Central (1811). Destruida la antigua representación asturiana, el marqués designó una nueva que, bajo el nombre de «Junta de armamento y observación», quedaría integrada por Nicolás de Cañedo —Conde de Agüera, presidente—, Ignacio Flórez Arango, Andrés Ángel de la Vega Infanzón —secretario—, Gregorio Jove Dasmarinas, Matías Menéndez de Luarca, Francisco Ordóñez —secretario suplente—, Juan Argüelles Mier, Fernando de la Riva Valdés Coalla y José María Queipo de Llano —que renunciaría, sustituyéndole Ramón de Miranda y Sierra—. Ante esta irregular actuación, el Procurador de la Junta Superior de Asturias, Álvaro Flórez Estrada, elevó una protesta a la Junta Central, a fin de que amparase

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Cristóbal Ramos Tello

Retrato del magistrado Gaspar Melchor de Jovellanos 1770 Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid

al órgano asturiano y anulase la decisión adoptada por el marqués de la Romana. Jovellanos enseguida se alineó con Álvaro Flórez Estrada y reclamó contra lo que entendía que era una extralimitación inadmisible por parte del marqués. Entre el 20 de mayo de 1809 y el 10 de julio del mismo año, Jovellanos y Camposagrado, en su calidad de vocales por Asturias, elevaron a la Junta hasta tres representaciones solicitando que pusiese fin a lo actuado por La Romana. No desconfiaba el gijonés de todos los nuevos miembros designados —de hecho, algunos como De la Vega o Queipo de Llano estaban, según él, entre lo mejor que se podía escoger en Asturias—, sino de lo irregular de disolver aquella Junta asturiana, sin tan siquiera ajustarse al reglamento que había expedido la propia Junta Central para regular a los entes provinciales —Reglamento de las Juntas de Ordenación y Defensa, de 1 de enero de 1809, en cuya elaboración había participado el propio Jovellanos. La disolución de la Junta de Asturias constituía, para Jovellanos, un auténtico atentado contra lo que él designaba como «Constitución asturiana». Alejándose de los planteamientos revolucionarios, Jovellanos no denominaba «Constitución» a una norma política emanada de la voluntad constituyente del pueblo soberano, sino que la identificaba con aquellas normas históricas que fijaban la forma de gobierno en los distintos reinos de España. En su vocabulario, por tanto, no cabía hablar de una Constitución, sino de una pluralidad de ellas, diferenciadas temporal y geográficamente. Según esta perspectiva, Asturias contaba con su propia organización ins-

Esta figura retrata a Jovellanos en su primer empleo, como Alcalde del Crimen en Sevilla, cargo que entonces no era político sino jurisdiccional. Los alcaldes de cuadra desempeñaban sus funciones ataviados con toga y peluca. Sin embargo, a petición del conde de Aranda —entonces Presidente del Consejo de Castilla— Jovellanos acudió a su puesto sin la peluca de dignidad, para gran asombro de la población sevillana. Tal le representa la estatuilla, que fue encargada por él mismo, y constituye el primer retrato de su cursus honorum.

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Ana María Teresa Mengs Guazzi

Retrato de Jovellanos «con manguito» Hacia 1778-1780 Colección particular Al igual que la estatuilla de Ramos Tello, representa a Jovellanos togado y sin peluca. Es obra de la hija y alumna de Mengs y esposa del grabador Manuel Salvador Carmona, que fue académica de honor y mérito por la Real de San Fernando. El retrato se hallaba en el cuarto de la chimenea.

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titucional, caracterizada por la presencia de una representación concejil cual era la Junta General del Principado de Asturias. Es más, si Asturias no había contado históricamente con representación en las cortes castellanas ello se debía, precisamente, a que disponía de su propia institución representativa. Así visto, la maniobra del marqués de la Romana se le antojaba a Jovellanos todavía más digna de rechazo. Al disolver la Junta Superior de Asturias no había puesto fin a un órgano revolucionario, sino a una institución heredera de la Junta General del Principado, es decir, a una pieza básica de la Constitución asturiana. La respuesta de la Junta Central a los requerimientos de Jovellanos no resultó de su agrado. El alto órgano designó dos comisionados —el teniente general Antonio Arce y el regente de la Audiencia de Extremadura, Francisco Yañez de Leiva— que debían desplazarse a Asturias para elevar un informe y recomponer la situación, asumiendo provisionalmente el gobierno y, en el caso de Arce, también el mando militar. No obstante, la tibieza de la Junta Central y la demora en atender las peticiones de Jovellanos defraudaron al prócer gijonés, que llegó a pedir que le exoneraran de sus funciones hasta que no se resolviese la situación del Principado. La situación bélica y económica de Asturias A este conflicto con el marqués de la Romana vendría a unirse un segundo, que volvería a tenerlo como protagonista. Al agravio de haber disuelto la Junta asturiana, el prócer gijonés añadía el que el marqués había obrado con manifiesta ineptitud en la defensa de Asturias. De esa impericia militar tuvo conocimiento Jovellanos a través de una queja elevada por Nicolás Mahy, designado por el propio marqués de la Romana como comandante general para la defensa de Asturias. Mahy se encontró con un desolador panorama, que le obligó a dirigir el 16 de octubre de 1809 una representación a la Junta Central, en la que exponía la nefasta gestión militar tanto del marqués como de Ballesteros, encargado de la tercera división del ejército de la Izquierda. Recibida la queja, Jovellanos protestó de inmediato ante la Junta Central por el «absoluto abandono» del Principado, que, después de todo, era resultado de la situación generada por el propio marqués de la Romana al haber disuelto el legítimo órgano de gobierno. La Junta de armamento y observación que el referido marqués había designado también se había suprimido, por obra de los comisionados de la Junta Central, y en tal tesitura Asturias carecía de cabeza política. Pero también le preocupaba a Jovellanos la impericia y torpeza militar del marqués de la Romana, que había dejado en Asturias un ejército mal organizado y con falta de oficiales. Por si fuera poco, la suspensión de trabajos en las fábricas de armas debilitaba todavía más a los ejércitos asturianos, desguarnecidos ante las poderosas fuerzas invasoras.

Manto de la Orden de Alcántara 1780 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Al ingresar en el Consejo de las Órdenes Militares (1780) era preceptivo que solicitara el hábito de caballero y se decide por la Orden de Alcántara. Su abuelo materno lo había sido de la de Calatrava; a sus hermanos Gregorio y Francisco de Paula les habían concedido el hábito de la orden de Santiago en 1772. Ello le exoneró de su trabajo como Alcalde de Corte.

Asturias se había visto, así, rodeada por los ejércitos franceses, que ocupaban plazas en Galicia, Cantabria y Castilla, quedando de esta guisa Asturias incomunicada con el gobierno central y debiendo arreglárselas por sí sola, como narraba Jovellanos. Una Asturias que de este modo se vio de pronto asediada por tres frentes: desde León

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[pág. 59] Francisco de Goya

Auto de fe 1815-1819 Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid En su Representación al Rey Carlos IV sobre lo que es el Tribunal de la Inquisición (1798), Jovellanos trataría de reformar el tribunal de la Santa Fe, cuyos procesos resultaban incompatibles con la idea humanista del derecho penal difundida por la Ilustración.

Kellerman avanzaba con sus ejércitos; otro tanto hacía Bonet por oriente, en tanto que Michel Ney se dirigía al Principado desde La Coruña. Y, como recordaba Jovellanos, éste último ya traía impresa la proclama por la que solicitaba obediencia a los asturianos. ¡A tal punto percibía la facilidad de la conquista! Lejos de hacerles frente, el marqués de la Romana se había embarcado en Gijón rumbo a Galicia. Conducta que irritó sobremanera a Jovellanos, que veía así desprotegida su patria: Así fue cómo esta heroica y desgraciada provincia —recordaba— fue abandonada a un enemigo que, aunque escarmentado y arrojado de ella al cabo de diez y nueve días por el esfuerzo de sus valientes hijos, quedó saqueada y asolada con toda la rabia que inspira a un bárbaro invasor la misma resistencia que inutiliza sus esfuerzos». La situación se venía a agravar, según Jovellanos, por el lamentable estado económico de Asturias, incapaz de abastecer a población y ejército. Jovellanos preparó una serie de propuestas a fin de hacer frente a estas carencias del Principado, solicitando de la Junta Central el inmediato envío de dos millones de reales y una asignación mensual de doscientos mil más para reactivar las fábricas de armas. Cantidades que la Junta Central redujo, para desconsuelo del prócer gijonés. En una renovada petición, el gijonés recordaba a la Junta Central que «Asturias fue de las primeras provincias que se levantaron contra la pérfida agresión de Bonaparte; que le declararon la guerra abierta y se armaron en defensa de su Rey y de su libertad», (Exposición sobre la situación del Principado de Asturias, Sevilla 29 de diciembre de 1809). Las Cortes de Cádiz y los diputados asturianos Al margen de ocuparse de la situación bélica, a lo largo de los dos años y medio que actuó como representante por Asturias en la Junta Central, Jovellanos desempeñó una intensa actividad para reunir Cortes. De hecho, las Cortes de Cádiz, finalmente reunidas el 24 de septiembre de 1810, deben buena parte de su existencia a la tenacidad de un Jovellanos más activo políticamente que nunca, a pesar de su avanzada edad y su deteriorado estado de salud. Y nuevamente en este punto existen algunas relevantes conexiones con Asturias. Jovellanos fue el primer vocal de la Junta Central que propuso convocar Cortes. En un primer momento, la idea que tenía sobre la organización y funciones de éstas se hallaba influida por las teorías de un coterráneo suyo: Francisco Martínez Marina. El eclesiástico ovetense escribió en 1808 una erudita obra titulada Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de los Reinos de León y Castilla, que causó una honda impresión en Jovellanos. En el texto, Martínez Marina trataba de documentar la costumbre inveterada de convocar Cortes estamentales en León y Castilla que, si

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bien no ejercían un auténtico poder legislativo —entonces en manos del Rey— podían al menos elevar peticiones al monarca para que éste las convirtiera en leyes. Las tesis de Martínez Marina se ven reproducidas en muchos de los escritos de Jovellanos relativos a la convocatoria de las Cortes. Así, en sus Reflexiones sobre la democracia (junio 1809) recordaba el gijonés que históricamente el rey había dispuesto de poder legislativo, tal cual había dicho Martínez Marina. Pero, sobre todo, la huella del ovetense se percibe en uno de los más importantes escritos políticos de Jovellanos, la Consulta sobre la convocación de las Cortes por estamentos (21 de mayo de 1809), en la que proponía que se convocasen unas Cortes estamentales que no dispondrían de un auténtico poder legislativo ni constituyente, como por otra parte pretendían los liberales. Esta influencia de Marina iría disminuyendo con el paso de los meses, a medida que se incrementaron las aportaciones de Lord Holland y John Allen, los amigos británicos de Jovellanos que le aconsejarían políticamente a lo largo de su etapa en la Junta Central. Ellos influyeron para que el gijonés adoptase una visión más moderna de las Cortes, de modo que, si bien debían ser estamentales, habrían de organizarse

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Fotografía del interior del Teatro de las Cortes Consorcio para la Conmemoración del Bicentenario de la Constitución de Cádiz 1812 Entre septiembre de 1810 y febrero de 1811, las Cortes de Cádiz celebraron sus sesiones en el que hoy se conoce como Teatro de las Cortes (San Fernando, Cádiz), y entonces denominado Casa de las Comedias.

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en dos cámaras separadas —como sucedía con el Parlamento británico— y debían disponer de poder legislativo. De esta forma, en su postrer escrito —la Memoria en defensa de la Junta Central—, Jovellanos llegaría a contradecir expresamente a Martínez Marina, señalando que en tanto el historiador ovetense había negado a las Cortes el poder legislativo, él sí les reconocía tal facultad. Ello no impidió que Jovellanos guardase siempre una extraordinaria admiración por Marina, al punto de intentar que la Junta Central lo convocase en calidad de asesor, a la par que recomendaba la lectura de sus escritos a Lord Holland. En el proceso de convocatoria de Cortes, Jovellanos fue encargado de enumerar las villas que históricamente habían estado representadas en dichos concilios. Lejos de conformarse con la representación histórica, Jovellanos añadió varias villas que, según su parecer, debían ser llamadas a Cortes, aunque tradicionalmente nunca hubiera sido así. Y es que Jovellanos no era en absoluto un inmovilista: a su parecer debía respetarse el pasado, cierto, pero también mejorarlo en cuanto fuese preciso. Así, el Principado de Asturias debía estar representado en las próximas Cortes a través de su capital Oviedo. Máxime cuando había desaparecido la Junta General del Principado y, con ella, lo más característico de su «Constitución municipal», dejando a Asturias sin ningún tipo de institución representativa. En el diseño de cómo debían organizarse las Cortes, y cuál debía ser su futura actividad, Jovellanos convivió con algunos jóvenes asturianos. El primero de ellos fue Agustín Argüelles. Oriundo de Ribadesella, Jovellanos ya había intentado contar con él al ser designado embajador en San Petesburgo, ofreciéndole un cargo de asistente que no llegaría a ejercer, al no llegar tampoco Jovellanos a ocupar la referida plaza. Ya en la Junta Central, sin embargo, el gijonés buscó acomodo para Argüelles, consciente de sus amplios conocimientos. Quizás también influyera en un anglófilo como Jovellanos el hecho de que Argüelles había permanecido entre 1806 y 1808 en Londres, por encargo de Godoy, lo cual lo convertía en un potencial conocedor del funcionamiento del sistema británico de gobierno que Jovellanos admiraba. Todo ello movió a Jovellanos a proponerlo como vocal de la Junta de Legislación, órgano auxiliar de la Junta Central que debía encargarse de examinar las reformas que debían realizarse en los códigos y en las Leyes Fundamentales para que las abordaran las Cortes, una vez se reuniesen. Lo que no parecía sospechar Jovellanos, es que Argüelles profesaba un ideario político claramente liberal, y desde luego mucho más avanzado que el suyo. De ahí que, dentro de la Junta de Legislación, Argüelles aprovechase para promover no ya una reforma de las Leyes Fundamentales, como deseaba Jovellanos, sino la elaboración de una nueva Constitución muy próxima a la francesa de 1791. Este desconocimiento de la adscripción ideológica de Argüelles explica el que Jovellanos se sorprendiera al enterarse, una vez reunidas las Cortes de Cádiz, de que

el oriundo de Ribadesella se hubiese convertido en todo un líder de la asamblea, en la que, según reconocía Jovellanos, se le oía como si de un oráculo se tratase. Precisamente la reunión de las Cortes de Cádiz supuso una decepción para el ilustrado gijonés. Había luchado con tesón para que el parlamento pudiese ver la luz, pero cuando lo hizo, convocado por el Consejo de Regencia que había sucedido a la Junta Central en enero de 1810, se reunió con una estructura unicameral y sin distinción de estamentos. Justo lo contrario a lo que Jovellanos había propuesto. De

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[1]

Proclama de la Junta General del Principado 1808. Oviedo: Imprenta de José Díaz Pedregal Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala. Oviedo El Principado de Asturias proclama oficialmente la guerra a Francia. Su autor, Álvaro Flórez Estrada, Procurador General del Principado.

[2]

Ejemplar de la Constitución española de 1812, Imprenta Real 1812 Congreso de los Diputados Aprobada el 19 de marzo de 1812, fue la primera Constitución española nacida de la soberanía nacional y el texto constitucional de nuestro país con mayor proyección internacional.

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[1]

[2]

ahí que no tardase en transmitirle a Lord Holland su amargura por el modo en que se habían constituido las Cortes. Entendía el polígrafo gijonés que su estructura resultaba poco a propósito para una reflexión sosegada de los asuntos de Estado y, antes bien, propendería a medidas radicales, sobre todo teniendo en cuenta el ideario extremo de muchos de los jóvenes liberales, a la sazón influidos por las teorías de Rousseau, Mably Sidney y Harrington. Sus sospechas no tardaron en verse corroboradas. El mismo día de su formación, el 24 de septiembre de 1810, las Cortes aprobaron el Decreto I, en virtud del cual proclamaban la soberanía nacional. Jovellanos, empeñado en la redacción de una memoria justificativa de su actividad en la Junta Central —y la propia actividad del órgano—, aprovechó la ocasión para refutar el dogma de la soberanía nacional. A su parecer, el único soberano según las Leyes Fundamentales españolas era el Rey, de modo que la nación sólo podía adjetivarse de «suprema». Una supremacía que le permitía reunirse en Cortes, ejercer el derecho de resistencia contra el usurpador y reformar las Leyes Fundamentales. En ese sentido, y no en otro, debería entenderse, según Jovellanos, lo proclamado en el Decreto I. Estas ideas resultaban manifiestamente opuestas a las que sostenían los liberales, partidarios de una nación soberana dotada de poder constituyente. Incapaz de

defender sus posturas en el seno de unas Cortes a las que no pertenecía, Jovellanos trató al menos de que sus teorías hallasen eco a través de su sobrino, Alonso Cañedo y Vigil, diputado por Asturias y adscrito a la tendencia realista de la asamblea. Cañedo, nacido en la pequeña localidad de Grullos —«Gurullos», decía Jovellanos— en el concejo de Candamo, defendió con tesón las teorías de su tío y fue uno de los principales vindicadores del concepto jovellanista de soberanía y de la idea de unas Cortes bicamerales. A tales efectos, Jovellanos le hizo llegar un ejemplar de su Memoria en defensa de la Junta Central, que todavía se hallaba inédita, para que pudiera conocer bien sus posturas y estuviera en condiciones de hacer buen uso de ellas. Las Cortes de Cádiz no siguieron estas teorías y a la postre, Alonso Cañedo —apoyado por otros realistas como Aner o Borrull— no lograría que los planteamientos políticos de Jovellanos se impusiesen sobre el ideario liberal. Aun así, los liberales no dejaron de reconocer la importancia de Jovellanos, por más distantes que se hallaran de sus planteamientos. Así, el 17 de diciembre de 1811, otro asturiano, el conde de Toreno —el diputado más joven de las Cortes—, transmitió la dolorosa noticia del fallecimiento de Jovellanos y solicitó que se le nombrase benemérito de la patria. El 24 de enero de 1812, las Cortes aprobaban un Decreto en el que tal petición se hacía realidad. bibliografía ÁLVAREZ VALDÉS, Ramón, Memorias del levantamiento de Asturias en 1808, Gijón, Silverio Cañada editor, 1988. CARANTOÑA ÁLVAREZ, Francisco, Revolución liberal y crisis de las instituciones tradicionales asturianas, Gijón, Siverio Cañada Editor, 1989. FERNÁNDEZ SARASOLA, Ignacio, Jovellanos. Escritos políticos, tomo XI de las Obras completas de Jovellanos, Gijón, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Ayuntamiento de Gijón/KRK, 2006.

Constitución de la monarquía española, promulgada en Cádiz a 19 de marzo de 1812 1812, Cádiz: Imprenta Real Biblioteca de la Universidad de Oviedo Comúnmente conocida como La Pepa, la Constitución de 1812 fue una de las más liberales de su tiempo, y estuvo en vigor hasta la vuelta de Fernando VII en 1814, y nuevamente durante el Trienio Liberal (1820-1823) y por un breve tiempo en 1836-1837.

FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La Junta General del Principado de Asturias a fines del Antiguo Régimen (1760–1835), Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, Consejería de Educación y Cultura/KRK Ediciones, 2003. VARELA SUANZES-CARPEGNA, Joaquín, Asturianos en la política española: pensamiento y acción, Oviedo, KRK, 2006.

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Libro de plazas que incluye la Real Cédula de nombramiento de Jovellanos como Alcalde del Crimen en la Audiencia de Sevilla 1757-1788 Archivo Histórico Nacional Jovellanos fue nombrado en 1767 Alcalde de Cuadra de la Audiencia de Sevilla. Según narra Ceán Bermúdez, en su cargo intentó atenuar el rigor de las penas que se imponían en virtud del Derecho del Antiguo Régimen.

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Rostros del conde de Aranda y Jovellanos metidos cada uno en una orla y arriba la diosa de la Sabiduría Siglo XIX Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional. Toledo Se encuentra en un álbum dedicado al militar Fernando Fernández de Córdoba.

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Genealogía de Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez de Jove Carreño perteneciente a las Pruebas para la concesión del título de caballero de la Orden de Alcántara 1780 Archivo Histórico Nacional En 1780, de vuelta a Madrid, Jovellanos fue nombrado miembro del Consejo de Órdenes Militares, uno de los órganos que formaban parte del régimen polisinodial español. Para su acceso al cargo, hubo de sustanciarse un expediente que evidenciara su aristocrático abolengo.

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Carta de Gaspar de Jovellanos al Príncipe de la Paz renunciando a su nombramiento como embajador en Rusia. Contiene su autógrafo 18 de octubre de 1797 Archivo Histórico Nacional El nombramiento de Jovellanos como embajador en la corte de San Petesburgo llenó de aflicción al gijonés: «Cuanto más lo pienso, más crece mi desolación. De un lado lo que dejo; de otro, el destino a que voy; mi edad, mi pobreza, mi inexperiencia en negocios políticos, mis hábitos de vida dulce y tranquila. La noche, cruel».

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[1] Francisco de Goya

«Aquellos polvos». Grabado nº 23 de la serie Caprichos 1799 Biblioteca Nacional de España [2] Francisco de Goya

«No hubo remedio». Grabado nº 24 de la serie Caprichos 1799 Biblioteca Nacional de España Nadie como Goya ha reflejado los excesos de la Inquisición española durante el siglo XVIII y los degradantes castigos a los que sometían a los declarados culpables en procesos oscuros y sin garantías para el reo.

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[1]

[2]

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[1]

Retrato de Pedro Cevallos Guerra Biblioteca de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos. CSIC. Sevilla Ministro con Carlos IV y Fernando VII, fue nombrado Ministro de negocios extranjeros por José I, cargo que no desempeñó. Escribió Exposición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la Corona de España, y los medios que el Emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla (1808).

[2]

[1] [2] Eulogio Zudaire Huarte

Miguel José de Azanza, Virrey de México y Duque de Santafé, ministro de indias y negocios eclesiásticos Temas de Cultura Popular, nº. 375, pág. 17 Presidente de la Junta de gobierno constituida por Fernando VII en su ausencia, Azanza se pasó al bando afrancesado y llegó a presidir la Junta de Notables convocada por Napoleón en Bayona. En 1808 se dirigió a Jovellanos para convencerle de que se sumase a la causa de José Bonaparte.

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[3]

[3]

Libro de Actas de la Junta General del Principado de Asturias 1808 Archivo Histórico de Asturias La Junta Superior de Asturias se erigió el 25 de mayo de 1808 a partir de un órgano del Antiguo Régimen representativo de los concejos, la Junta General del Principado de Asturias. El 30 de ese mes enviaría a dos comisionados a Inglaterra para solicitar el apoyo bélico de Gran Bretaña en la guerra de la independencia.

[4]

[4] Joseph Flaugier

Retrato de José I MNAC – Museu Nacional d’Art de Catalunya. Barcelona José Bonaparte reinaba en Nápoles cuando Napoleón le ofreció la corona de España, que aceptó el 6 de junio de 1808, convirtiéndose en el monarca José I.

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[1]

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[1]

Carta del Presidente y vocales de la Junta Superior de Asturias al Presidente y Vocales de la Junta de Galicia en la que comunican la designación de Gaspar de Jovellanos y del marqués de Camposagrado como vocales de la Junta Central Suprema 3 de septiembre de 1808, Oviedo Archivo Histórico Nacional Retenido Fernando VII en Bayona, en las provincias se organizaron Juntas destinadas a dirigir la defensa frente a los ejércitos franceses. Para coordinarse estas instituciones decidieron formar una «Junta Central», en que se integrarían dos vocales de cada una de las provinciales. La Junta Superior de Asturias nombró en representación suya a Jovellanos y Camposagrado.

[2] Jean François-Marie Bellier

Retrato de José de Mazarredo Salazar [2]

Museo Naval. Madrid Teniente general de la Armada con Carlos IV, Mazarredo aceptó el cargo de Ministro de la Marina con José Bonaparte e intentó convencer a Jovellanos para que se sumase al gobierno josefino.

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[1]

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[1]

Plano de la ciudad de Cádiz durante la guerra de la Independencia Fundación Federico Joly-Höhr

[2]

[2] Anónimo

Cronología de la revolución española 1814 Museo de la Historia de Madrid

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[1] Guisasola / Doiztúa

Armeros vascos de la primera fábrica de armas de Asturias 1795 Museo de Bellas Artes de Asturias. Oviedo

[1]

[2]

Bandera del regimiento de infantería de Castropol Hacia 1808 Ayuntamiento de Castropol Creado el 17 de Junio de 1808, contaba con 1024 hombres y tuvo intervenciones destacadas durante toda la guerra de la independencia, llegando a penetrar victoriosamente en Francia. Fue disuelto el 24 de agosto de 1811, pasando a formar el V Batallón de Reales Guardias Walonas.

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[2]

[3]

[4]

[5]

[3]

[5]

Tercerola española de caballería. Modelo de 1801

Carabina española de artillería montada

1801.

Museo del Ejército. Toledo

1789.

Museo del Ejército. Toledo [4]

Sable para oficial del Coronel Azpiroz

Material bélico utilizado durante la Guerra de la Independencia, producido en los años inmediatamente anteriores.

1807. Museo del Ejército. Toledo

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[1]

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[2]

[1]

Réplica de uniforme de soldado de las Guardias Valonas (Ejército español) durante la guerra de independencia, realizada para la película Sangre de Mayo de José Luis Garci (2008) Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid [2]

Réplica de uniforme de soldado de los Granaderos Holandeses (Ejército francés) durante la guerra de independencia, realizada para la película Sangre de Mayo de José Luis Garci (2008) Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid [3]

Réplica de uniforme de soldado de los Húsares del Ejército británico durante la guerra de independencia, realizada para la película Sangre de Mayo de José Luis Garci (2008) [3]

Cortesía de Sastrería Cornejo. Madrid

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[1] José María Queipo de Llano

Historia del levantamiento, guerra y revolución de España 1839, Madrid: Imprenta del Diario Biblioteca de la Universidad de Oviedo Escrita entre 1827 y 1837, se trata de una de las más importantes obras de historia política y militar de España, traducida al alemán, francés e italiano.

[2] Vicente Arbiol Rodríguez

Retrato de José María Queipo de Llano, Conde de Toreno 1844 Real Instituto de Estudios Asturianos VII Conde de Toreno, con veinticuatro años fue el diputado más joven de las Cortes de Cádiz y el que defendió las tesis liberales más progresistas. Entre 1827 y 1837 redactaría la inmortal obra Historia del levantamiento, guerra y revolución de España.

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[3] Ricardo María Navarrete Fos

Retrato de Agustín Argüelles Álvarez González Hacia 1873 Congreso de los Diputados Nacido en Ribadesella, fue conocido en las Cortes de Cádiz como «el Divino» por su gran locuacidad y se convirtió en el diputado liberal más destacado.

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[1]

Retrato de Alonso Cañedo y Vigil Hacia 1830 Cabildo de la Catedral de Málaga Sobrino de Jovellanos y oriundo de Grullos (concejo de Candamo), defendió en las Cortes de Cádiz los planteamientos políticos de la Memoria en defensa de la Junta Central.

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[2]

Pedro Inguanzo y Rivero 1824, Roma. Calcografía Camerale Biblioteca Nacional de España Arzobispo y oriundo de Llanes, defendió con gran locuacidad los planteamientos conservadores en las Cortes de Cádiz, como el tribunal de la Inquisición, o el poder del rey solo templado por unas Cortes estamentales. [2] [3]

Interior de la Iglesia de San Felipe Neri 1812 Desde febrero de 1811, las Cortes de Cádiz se celebraron en la iglesia, acondicionada al efecto. Hasta ese momento habían ocupado el teatro conocido como Casa de las Comedias.

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[2]

Gaspar Melchor de Jovellanos

Agustín Argüelles

Don Gaspar de Jovellanos a sus compatriotas. Memoria en que se rebaten las calumnias divulgadas contra los individuos de la Junta Central y se da razón de la conducta y opiniones del autor desde que recobró su libertad, con notas y apéndices

Examen histórico de la reforma constitucional que hicieron las cortes generales y extraordinarias desde que se instalaron en la isla de León, el día 24 de setiembre de 1810, hasta que cerraron en Cádiz sus sesiones en 14 del propio mes de 1813

1811, La Coruña: Oficina de D. Francisco Cándido Pérez Prieto

1835, Londres: Imprenta de Carlos Wood e Hijo Biblioteca de la Universidad de Oviedo

Biblioteca de la Universidad de Oviedo Aunque Jovellanos no escribió un tratado de política, este texto, más conocido como «Memoria en defensa de la Junta Central» es el que contiene la mayor cantidad de reflexiones políticas del gijonés. Fue escrito para justificar tanto las gestiones de la Junta Suprema Gubernativa de España e Indias entre 1808 y 1810, como su propia actividad dentro de dicho órgano.

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Agustín Argüelles había guardado una estrecha relación con Jovellanos. Éste pretendía que le acompañara como secretario en su cargo de embajador, y luego lo promocionó como miembro de la Junta de Legislación constituida en el seno de la Junta Central. Esta obra es la más relevante de Argüelles y, en ella, con abundantes referencias a Jovellanos, narra el proceso de formación y la actividad de las Cortes de Cádiz.

[3] José Casado de Alisal

El juramento de las Cortes de Cádiz en 1810 (Boceto) 1863 Colección del Congreso de los Diputados El 24 de septiembre de 1810 se reunían en San Fernando las Cortes de Cádiz, jurando los diputados sus cargos. Ese mismo día expidieron el primer Decreto de las Cortes, en el que proclamaban la soberanía nacional y la división de poderes por vez primera en España.

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[1] Gaspar Melchor de Jovellanos

El Delincuente honrado: comedia en cinco actos y en prosa, fielmente corregida, adicionada y enmendada en esta impresión 1863, Imprenta de la Viuda e hijos de J. Cuesta Biblioteca Nacional de España Traducida a varias lenguas y ampliamente reeditada, en esta comedia sentimental los magistrados don Justo y don Simón representan la tensión entre dos concepciones muy diversas de la aplicación de la justicia. El conflicto gira en torno a la prohibición de los duelos.

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[3]

Francisco Pomares / Bartolomeo Pinelli

Gaspar Melchor de Jovellanos

Li Regni di Spagna e di Portogallo

Informe que se leyó en la Academia de la Historia a principios del año 1791 sobre teatros y espectáculos por Melchor Gaspar de Jovellanos, individuo de ella

1816 Museo Naval de Madrid

1791-1797 Es ésta una ambiciosa y novedosa colección de 32 estampas en cuanto a estructura visual y narrativamente, sobre la historia de las guerras napoleónicas en la Península. La cartografía procura la identificación de los ciudadanos con el territorio, concebido ya desde el punto de vista histórico como una nación.

Centre de documentació i museo de les arts escèniques de l’Institut del Teatre. Barcelona El teatro, concebido durante la Ilustración como «escuela de costumbres» fue objeto de sucesivas reformas; una de ellas fue propuesta por Jovellanos a solicitud de la Academia de la Historia; su razonamiento se funda en bases históricas y jurídicas. Rechaza aquí las corridas de toros como fiesta nacional y propone el establecimiento de cafés, o casas de conversación.

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El Gijón de Jovellanos: la villa, el escenario Ramón Alvargonzález Rodríguez. Universidad de Oviedo

La segunda mitad del Siglo de las Luces está presidida en Gijón por la figura de Jovellanos, a quien se deben las mejoras y embellecimientos urbanos, la creación del Real Instituto Asturiano, y el impulso de las infraestructuras de comunicaciones, la carretera de Castilla y el puerto, fundamento de la futura pujanza económica de la ciudad. Un arrabal manufacturero y comercial al pie de un puerto renovado Por lo que se refiere al puerto, a mediados del siglo XVIII su capacidad era ya insuficiente para encarar el crecimiento del tráfico y la procura de atraque a unas embarcaciones de arqueos cada vez mayores. Por si esto fuera poco, presentaba un creciente deterioro como consecuencia de las frecuentes galernas que lo azotaban. Las acontecidas en el invierno de 1749 habían hecho especial mella en el viejo cay. Las gestiones del ilustrado gijonés consiguieron, tras varios intentos fallidos, que en 1790 finalizasen las obras de los diques de abrigo proyectados años antes por los ingenieros de Marina. Aún con sus instalaciones en deficiente estado, los muelles hubieron de hacer frente a la creciente actividad mercantil desencadenada por las medidas liberalizadoras del comercio colonial, adoptadas a lo largo del siglo XVIII para dinamizar la economía del país. Esas disposiciones fueron aplicadas primero a las Antillas (1765), y a partir de 1778 se extendieron al resto de los dominios americanos. El volumen de ingresos obtenidos revistió niveles modestos (1,2 millones de reales en 1778) si se comparan con los obtenidos ese mismo año en otros puertos norteños dotados de consulados del mar, como los de Santander y La Coruña, con 16,4 y 10 millones de reales respectivamente. Las principales mercancías exportadas desde el puerto gijonés eran carbón y frutos del país, en tanto que los productos desembarcados incluían bienes de consumo de diversa procedencia. Algunas de las naciones con las que se mantenían estrechas relaciones marítimomercantiles contaban con viceconsulados en la villa; es el caso de Francia, que lo abrió en 1704, e Inglaterra, que lo hizo en 1751. El desarrollo del comercio a consecuencia de las mejoras de las comunicaciones del puerto y de la apertura de la carretera de Castilla, había hecho de Gijón sede de un artesanado numeroso que elaboraba artículos exportados a Ultramar

[pág. 88] Maqueta del puerto y villa de Gijón a finales del siglo XVIII 2003 Autoridad Portuaria de Gijón

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y a los puertos de Inglaterra y Francia, amén de satisfacer las necesidades del propio país. Ya en 1752, el Catastro de Ensenada arrojaba en Gijón un sector secundario de 558 personas, con gremios tan numerosos como el de tejedores, con 129 integrantes, y otros tan significativos de la existencia de una actividad manufacturera como los de azabacheros (33 miembros), sastres (63), latoneros (2), plateros (5), doradores (2) e hilanderas (19 agremiadas). Este artesanado, concentrado en la villa, debió incrementar sus efectivos, pues en 1794 González de Posada afirmaba que había en Gijón «fábrica de loza fina, de sombreros, de medias, de curtidos, de cerveza, de diges de azabache y de botones de uña». Estos establecimientos estaban agrupados en el apéndice urbano localizado junto al puerto en los planos de la villa de finales del XVIII y comienzos del XIX. Así, en el Plano de la Concha de Gijón (1789), de Tofiño de San Miguel, y en el Plano del puerto y Villa de Gixón en Asturias (1812), de Ramón Lope, está diferenciado un núcleo de caserío, al pie de la dársena, defendido de los embates del mar por el paredón de Natahoyo, que entonces ocupaba una posición más interior respecto a la línea de muelles actual en esa zona; línea adelantada en los años setenta del siglo XIX por iniciativa de la Sociedad de Fomento, entidad promotora de los muelles de su nombre que, al construirlos, ganó terreno al mar. La misma localización de este espacio, acotado en la actualidad entre las calles Marqués de San Esteban, Comercio, Álvarez Garaya, plaza del Carmen y Corrida, a pie de puerto en un lugar apto para recibir y expedir las mercancías por vía marítima sin necesidad de desplazamientos inútiles; y la elocuencia del callejero decimonónico en la zona, con nombres como Comercio, Almacenes, Horno, Rastro y Rueda, son muestra bien patente de la especialización funcional con que nació este ámbito urbano, del que Somoza dice que «era centro industrial y manufacturero en el último tercio del siglo XVIII». Pero, a mayor abundamiento, la documentación municipal ofrece testimonios inequívocos de la época y contenido con que surgió el actual barrio del Carmen. En 1792, un vecino de Gijón y otro de Oviedo solicitan permiso al Ayuntamiento para establecer sendos almacenes junto al matadero del concejo, situado en la Rueda; en 1798, otro vecino de la villa pone en conocimiento de la corporación municipal «tener determinado llevar a perfección la obra principiada en la fábrica de loza a la ynglesa establecida en el arrabal de la Rueda, calle que va a Natahoyo» y a partir de 1788, y hasta finales de siglo, son relativamente frecuentes las solicitudes de terrenos de propios en La Rueda para edificar. Por otra parte, el mismo Jovellanos calificó en 1795 el arrabal de «barrio nuevo», y la vía que salía de su extremo occidental hacia el paseo de las Viudas se llamaba de Villanueva. Esta arteria suburbana originaba poco después un núcleo de caserío conocido en el siglo XIX con el nombre de «casas de Villanueva».

[pág. 90] Ramón Lope

Plano del Puerto y Villa de Gijón en Asturias 1812 Archivo General Militar. Madrid En este plano se reflejan con claridad los plantíos jovellanistas del paseo de la Estrella, el paseo de los Reyes, el paseo de las Viudas y la carretera de Castilla. Como se aprecia en el plano, la carretera de Castilla, que partía de la plazuela del Infante —actual Seis de Agosto— cerraba el circuito de alamedas de forma casi rectangular.

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[Pág. 93] Thomas O’Daly

Nuevo proyecto del Puerto de Gijón. Mapa de la Rada y Barra de Gixon 28 agosto 1754 Museo Naval. Madrid Una tormenta destruyó la dársena e inutilizó el puerto; finalmente, se aprobó la construcción de un nuevo muelle, cuyas obras, encargadas al ingeniero naval irlandés Thomas O’Daly, comenzaron en 1753 y se dieron por concluidas, según proyecto de Reguera, en 1789.

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La seca y saneamiento del Humedal. El plantío de árboles Otro capítulo de la expansión de Gijón en el siglo XVIII es el del saneamiento de las marismas del Humedal, una zona endorreica a poniente del cerro de Santa Catalina, ocupada por una laguna esporádica que puede verse representada en el Plano de Gijón del Atlas del Rey Planeta, de Texeira, fechado en 1634. Este proceso sienta las bases de la formación de unas reservas de suelo urbano ocupadas en parte en los años centrales del siglo XIX, y aleja de la villa un foco de insalubridad permanente que había tenido consecuencias negativas para la higiene pública del municipio. Aunque no se conoce el término inicial del proceso de desecación del Humedal, en 1782 el regidor decano del concejo afirmaba que «se había visto enjuta la dilatada, profunda, pestífera laguna del Humedal contigua a esta villa». El saneamiento de la zona se hizo aterrándola con arenas extraídas de las inmediaciones de la villa, con los materiales sacados de la limpieza de la dársena y, eventualmente, con los lastres de los buques que tocaban el puerto. El acarreo de estos materiales se hacía en los carros del concejo, aplicándose una suerte de sextaferia no redimible; simultáneamente se abrieron varias zanjas de desagüe al mar. Así, en 1784, el Ayuntamiento elevaba un memorial al Contador general de propios y arbitrios del Reino manifestando la utilidad que recibiría el público «de entrarse a cultura el término de el Humedal de esta villa», y pidiendo autorización para arrendar por cuatrienios los terrenos divididos, para evitar que viniesen a parar en pocas o en una sola mano las suertes formadas, y obtener además un mayor producto. El juez noble y portavoz del concejo reconocía que la renta debía ser «proporcionada y suave por carecer el pueblo de jornaleros en cuya clase caigan los repartimientos, por no haber otros que peones de obras cuya miseria los aleja de sufrir los gastos previos, cultivo, aperos, cierros y lo más necesario para entrarlo a cultivo, ni haber tampoco labradores efectivos». Por otra parte, el concejo preveía formar 14 o 16 suertes de tres o cuatro días de bueyes cada una. El resultado fue que la villa incrementó sus propios en una extensión considerable; parte la plantó de álamos, dando lugar al paseo público de la Estrella, tan citado en los Diarios de Jovellanos, utilizado como campo de instrucción por las tropas de la guarnición, y parte la cerró, formando lotes arrendados o aforados a los vecinos del concejo. El paseo de la Estrella, que abarcaba una superficie de planta triangular algo mayor que la de la actual plaza del Humedal, obedece al modelo de vías radiales divulgado durante el reinado de Carlos III. Su centro era una plazoleta circular, o luneta, a la que confluían parte de las nuevas vías arboladas de acceso a la villa. En ella desembocaba el paseo de los Reyes, abierto en 1798, el paseo de las Viudas, y la hijuela del camino real de Castilla, que seguía el trazado de la

actual calle de Magnus Blikstadt. Desde la plazuela del Infante, al final de la calle ancha de la Cruz, o Corrida, una alameda bordeaba la nueva carretera de Castilla, completando un circuito de vías arboladas de planta casi rectangular en las afueras de la villa. En 1787 debió culminarse la seca del Humedal, porque en dicho año, según se desprende de un informe del alférez mayor del concejo, Francisco de Paula Jovellanos, se planificó el paseo de la Estrella y se sortearon diez cierros entre los vecinos de la villa de Gijón y de las parroquias de Tremañes y Ceares. En el pliego de condiciones para la adjudicación de los lotes, la villa exigía de los futuros llevadores que debían echar cada año cien carros de arena sobre cada día de bueyes de los de su suerte, hasta que el terreno tomase la elevación necesaria para derramar las aguas hacia las zanjas inmediatas, que en los cuatro primeros años debían sembrar de maíz el terreno adjudicado, que debían entretener los árboles y cercas de su respectivo cierro, y que no podrían edificar sin licencia del concejo. El 21 de

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Segunda sede del Real Instituto Asturiano Museo del Pueblo de Asturias. Gijón Jovellanos fijó el emplazamiento del edificio del Real Instituto Asturiano, cuya construcción arrancó en 1797, como centro ordenador de referencia en la nueva trama urbana; estaba flanqueado por dos plazas, de las que sólo se abrió la de su lado oriental.

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junio de 1788, se adjudicaron los diez cierros a ocho vecinos de la villa y a dos de la parroquia de Ceares. El Plan de Mejoras de Jovellanos Aparte del crecimiento que la villa experimentó hacia poniente, a través de la seca del Humedal, se inició también en esta época su primer desarrollo meridional. El instrumento que canalizó esta expansión urbana fue un Plan de Mejoras presentado por Jovellanos a la corporación municipal en octubre de 1782, que ésta aceptó nombrando para su ejecución comisarios con facultades para usar de los fondos de la villa con destino a la ejecución de las medidas adoptadas. Las líneas programáticas de la memoria jovellanista son, en líneas generales, las siguientes: reparación del paredón antiguo desde la peña de Santa Ana a la capilla de los Valdés, y construcción de una tapia, prolongación del muro de San Lorenzo que entonces llegaba hasta donde hoy está la Escalerona, que viniera a enlazar con el Arco del Infante, en la Puerta de la Villa, pasando por delante de la capilla de Begoña, para preservar a la villa «de los insultos de las arenas y del mar». Pero lo que confiere especial sustantividad al Plan de Mejoras es la propuesta de un auténtico plan de ensanche. Para librar a la villa de las arenas que quedaban en el interior de la cerca, y en previsión de un crecimiento de población, proponía el establecimiento de una red viaria de trazado cuasiradial, es decir un conjunto de calles trazadas a cordel desde las estribaciones del cerro de Santa Catalina hasta el borde del recinto acotado por la tapia citada, cortadas por otras «que corriesen de Oriente a Poniente en debidas distancias». En el centro de la trama resultante, una plaza sería el nuevo centro de la entidad urbana. El dibujo parcelario resultante sería el resultado de subdividir las manzanas rectangulares alargadas que hoy todavía definen el centro de Gijón. La adjudicación de las parcelas correría a cargo del concejo, que procedería a dividir los terrenos en suertes y adjudicarlos a los solicitantes bajo un canon moderado a favor de los propios de la villa, con la condición de que cada adjudicatario cerrase con cerca de piedra seca su lote, con facultad de dedicarlo a huerta, prado o edificio, siempre que se guarden «la forma y orden de las líneas, que deberían tirarse y estacarse antes del repartimiento». Por otra parte, y en razón de la diferente calidad de las suertes, se establecía un sistema de exenciones fiscales a favor de los de peor calidad o situación. Nos encontramos, pues, ante una propuesta de formación de suelo urbano, lo que convierte este Plan en un antecedente directo de los planes de ensanche decimonónicos. En otro orden de cosas, se proponía también una limpieza de la dársena, y su mejora, y una profusa campaña de plantío de árboles, pinos en el arenal para fijar

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el suelo, y álamos en las nuevas calles y en las vías de acceso a la ciudad, así como en las plazas y plazoletas existentes. Y ello, porque, en palabras de Jovellanos, Los árboles no sólo contribuyen a la hermosura, sino también a la riqueza de los pueblos que hacen abundar en ellos la leña y madera de construcción, que los libran de las inclemencias del sol y de los vientos, que purifican, templan y refrescan los aires destemplados del invierno y verano; y finalmente que dan una idea a quien los ve del orden y la buena policía que reinan en los pueblos donde abundan Un examen detenido de los Diarios confirma que el mismo Jovellanos financió la plantación de gran cantidad de álamos en la trama viaria del nuevo «ensanche», así como en el arenal de san Lorenzo, en la luneta del Infante, actual plaza del 6 de Agosto, en el Humedal y en los lugares de Ceares y Contrueces. Por su importancia, y lo exótico de algunas de las especies, cabe reseñar la compra que hizo de 500 árboles a los jardines de Aranjuez; incluía tal adquisición chopos de Lombardía y Carolina, plátanos de Louisiana, sauces de Babilonia, mundos o árboles de nieve, abedules, paleras y pinos, con los que pobló extensas zonas del arenal de San Lorenzo. Pero la especie ornamental más utilizada por Jovellanos fue el álamo blanco «porque es un árbol que se pone en vara y sirve al mismo tiempo de vivero». La funcionalidad del modelo jovellanista quedó puesta de manifiesto en los años siguientes. En el mismo año de la formulación del Plan de Mejoras se trasladó la Puerta del Infante desde su primitivo emplazamiento, en el arenal de la Trinidad, a la salida de la villa, al final de la calle ancha de la Cruz. En 1784, la villa destina arbitrios para la construcción de la cerca desde el extremo del paredón de San Lorenzo a la Puerta de la Villa; en 1790, con motivo de una petición de terreno público junto al paredón de San Lorenzo, el concejo responde que en aquel paraje, y otros públicos y comunes de esta Villa, se están trazando calles y plazuelas para su mejor adorno, de cuyo plano se dará parte... para después hacer la competente distribución de el demás terreno a fin de levantar edificios, cerrar huertas y otros útiles al público. En 1794 comienzan las peticiones de terrenos en la nueva zona urbana, y en 1797 se inicia la construcción del edificio del Real Instituto Asturiano, y de las plazas proyectadas en el Plan de Mejoras contiguas a él, elementos que actuaron como centros ordenadores de referencia en el reciente entramado urbano, pues en tal punto terminaba la calle homónima, y de allí partían tres calles que finalizaban en la alameda de Begoña.

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La actividad del Real Instituto Asturiano había comenzado, en 1794, en un edificio familiar contiguo a la casona solariega de Cimadevilla, pero la favorable acogida despertada por el centro aconsejó construir un edificio de nueva planta en el proyectado «ensanche» de la villa. Sus planos fueron encargados al arquitecto Juan de Villanueva, con la intención, en palabras de Jovellanos, «de que no sea ni demasiado grande, ni muy magnífico, pero sí un edificio noble y bello y además cómodo y conveniente a los objetos que debe alojar». Colocada la primera piedra en noviembre de 1797, dos años después las obras sufrieron un parón, coincidiendo con el apartamiento de Jovellanos del poder, de suerte que el nuevo edificio no quedó finalizado sino en 1807, con una huerta anexa que llegaba hasta el alto de Begoña. Otro exponente expresivo de la importancia alcanzada por la nueva villa lo constituyen las Ordenanzas de Policía Urbana formadas por el Ayuntamiento en 1809. En los primeros años del siglo XIX, la ciudad evolucionó bajo los criterios del Plan de Mejoras. El plano de la villa levantado en 1836 por los profesores del Instituto Asturiano Alonso Rendueles y Sandalio Junquera refleja como límite del perímetro urbano el de la cerca que defendía la villa de la invasión de las arenas en los años anteriores: una línea identificable con las actuales calles de la Libertad, plaza del 6 de Agosto, calle de Pelayo, paseo de Begoña, calles Covadonga, Menéndez Valdés, Cabrales y San Agustín. En 1826, según el abate Miñano, las calles principales de la villa eran las de San Bernardo y Corrida, y una gran parte de su caserío era de dos plantas. Por otra parte, según el mismo autor, el moderado precio de los alquileres atraía a un número apreciable de habitantes de las aldeas del concejo, que venían a establecerse en la población movidos por su actividad comercial. bibliografía VV. AA., Gijón, puerto ilustrado, Barcelona, Lunwerg, 2003. ALVARGONZÁLEZ RODRÍGUEZ, Ramón, Gijón: industrialización y crecimiento urbano, Salinas, Ayalga, 1977. GARCÍA PRADO, Justiniano, «La descripción de Gijón para el mapa de Tomás López», Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, núm 7, Oviedo, 1949, págs. 93-102. GUZMÁN SANCHO, Agustín y SANCHO FLÓREZ, J. G., El Instituto de Jovellanos, Gijón, Real Instituto Jovellanos, 1994. JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Diarios, ed. de Julio Somoza, 3 vols., Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1953-1956. JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Gijón. Apuntamientos para el Diccionario Geográfico-Histórico de Asturias (1804), ed. de J. González Santos y J. López Álvarez, Gijón, Museo Casa Natal de Jovellanos, 2001. SENDÍN GARCÍA, M. A., Las transformaciones en el paisaje urbano de Gijón (1834-1939), Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1994.

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Mariano Ramón Sánchez

Vista de San Lorenzo y Campo Valdés de Gijón Hacia 1793 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Esta vista fue regalada por Sánchez a Jovellanos, en cuya casa familiar figura inventariada en 1826. El cuadro hacía pareja con una Campiña de los alrededores de Gijón no conservada.

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Mariano Ramón Sánchez

Dársena de Gijón Hacia 1793 Patrimonio Nacional Este pintor y topógrafo realizó más de cien vistas de puertos españoles por encargo de Carlos III. Entre ellas, ésta de Gijón tomada desde el muelle de tierra, en que se observa la dársena y la Plaza de la Barquera, hoy conocida como Plaza del Marqués.

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Francisco Leal

Plano de Gijón y Rada de Torres 1752 Museo Naval. Madrid

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Thomas O’Daly

Plano del proyecto de reparo de los muelles de la villa de Gijón 1753 Archivo General Militar de Madrid

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Andrés de la Cuesta

Plano del Puerto de Gijón 1776 Museo Naval. Madrid

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[1] Miguel de la Puente

Plano de la ensenada de Gijón, situado por observación el cabo de Torres Museo Naval. Madrid

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[2] Vicente Tofiño de San Miguel

Plano de la concha de Gijón levantado por el brigadier de la Real Armada 1787 Museo Naval. Madrid El artesanado estaba agrupado en el apéndice urbano localizado junto al puerto; en el plano se advierte este núcleo de caserío, al pie de la dársena.

[3] Diorama del puerto de Gijón 2005 Autoridad Portuaria de Gijón Representa la ciudad en octubre 1808, al comienzo de la Guerra de la Independencia.

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José de Castellar

Plano de Gijón y proyecto de fortificación 1835 Ministerio de Defensa. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército

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[1] Manuel Reguera

Puerta de la Villa o Arco de don Pelayo, Gijón 1782 Grabado de La Ilustración Gallega y Asturiana, I, nº. 16 10 de junio de 1879 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII La puerta del Infante se trasladó desde un primitivo emplazamiento en el arenal de la Trinidad a la nueva salida de la villa, en el arranque de la carretera de Castilla, alcanzando en dirección sudeste el trayecto de las calles Moros y Corrida. En un ángulo se enterraron varias monedas, una guía de forasteros, el Mercurio del mes de julio, las Gacetas de la semana, la Historia de Gijón de Gregorio Menéndez y un acta testimonial. Fue derruida en 1886.

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[2] Luis Paret (dibujo) y Blas Ametller (grabado)

Escudo y empresa del Real Instituto Asturiano de Gijón 1794 Biblioteca Nacional de España En su divisa: Quid verum, quid utile (a la verdad y la utilidad pública). El galeón, la brújula, el globo terráqueo y los matraces ilustran las disciplinas impartidas en el Instituto.

[3] Gaspar Melchor de Jovellanos

Noticia del Real Instituto Asturiano 1795, Oviedo: Francisco Díaz Pedregal Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo Dice Jovellanos al comienzo de esta Noticia de su obra más querida: «¿Qué sería de una nación que, en vez de geómetras, astrónomos, arquitectos y mineralogistas, no tuviese sino teólogos y jurisconsultos?» Con vistas a la captación de fondos para la construcción de la nueva sede del Instituto, Jovellanos envía ejemplares de la Noticia a Cuba, Venezuela y Puerto Rico.

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[1] Gaspar Melchor de Jovellanos

Representación al Ayuntamiento sobre las ideas que propone para aumentar la población, la industria y el comercio de la villa (Plan de mejoras de Jovellanos) 4 de octubre de 1782 Archivo Municipal de Gijón El Plan fue el instrumento que canalizó el crecimiento de la villa en dirección meridional. Decía en él Jovellanos: «Cuando un país cualquiera piensa en su mejoramiento, exigen la razón y el buen orden que antes trate de remover los estorbos que se oponen a él, que de promover los medios que puedan asegurarlo. Nuestra villa, conducida por esta sabia máxima, trató primero de separar los inconvenientes que se oponían a la franqueza y seguridad del puerto y después de librar la parte oriental de la población de las ruinas que frecuentemente causaban las arenas traídas por el Nordeste».

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[2] Primera sede del Real Instituto Asturiano, en la plazuela de Jovellanos Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII La Casa del Fornu fue cedida como sede por el hermano de Jovellanos, Francisco de Paula, que sería su primer director.

[3] Casa natal de Jovellanos Museo del Pueblo de Asturias. Gijón Enrique III donó a Laso García de la Vega en 1397 las ruinas del antiguo alcázar, como premio por su apoyo frente al infante rebelde y conde de Gijón, Alfonso Henríquez. Su nieto, Juan García de Jove, el fundador, reconstruyó la torre occidental en el siglo XV; su hijo, Gregorio García de Jove, el rey chico, levantó en el siglo XVI la torre nueva y añadió el cuerpo central propio de las casonas palaciegas asturianas.

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Jovellanos: el gabinete de un ilustrado Elena de Lorenzo Álvarez. Universidad de Oviedo

Si en el Viaje alrededor de mi habitación (1794) Xavier de Maistre nos describe sus hábitos y los objetos que le rodeaban en la alcoba turinesa en que se vio arrestado varias semanas, también nosotros podemos hoy viajar por los cuartos de la torre nueva de la casa familiar de Jovellanos, guiados por sus diarios y la correspondencia de la década de los años noventa; se halla en ellos fiel testimonio de la vida cotidiana en aquella casa en que se instala un ilustrado desterrado que se ha dotado de un espacio en que disfrutar del afanado y sociable ocio dieciochesco. Este ocio ilustrado requiere y genera nuevos espacios de sociabilidad, como los paseos arbolados, ordenados locus amoenus diseñados por un incipiente urbanismo que dibuja plazas, parques y jardines, o los «cafés o casas públicas de conversación y diversión cotidiana». Jovellanos se empeñará en el trazado de los primeros en Gijón y reclamará el establecimiento de los segundos en las ciudades españolas. A falta de esas casas públicas, varios gijoneses se retiran al caer la tarde en acogedores cuartos que presencian animadas tertulias, como las que el propio Jovellanos había disfrutado en Sevilla y Madrid. Aunque el tópico moralista asocia las tertulias con chichisveo y cortejo, pues eran espacio preferente de relajadas relaciones entre los sexos, fueron algunas un hervidero intelectual y político, como serían en el siglo XIX el casino o el café: mucho debe el exitoso delincuente honrado a la iniciativa de los tertulianos de la de Pablo de Olavide de ensayar un novedoso género literario, la comedia sentimental, en que los propios burgueses reclamaban nuevos personajes literarios, propios de su nuevo papel social; la reforma poética del siglo que arremetió contra unas agotadas fórmulas barrocas, al trato de Jovellanos con los de Salamanca, con quienes le pone en contacto otro tertuliano, Miguel Miras; en la de Campomanes, a que acudían Mengs y Ventura Rodríguez, conoce a Cabarrús; en el palacio de la condesa del Montijo, la patrona, vinculada al pensamiento jansenista, se encontraban Campomanes, Bayeu, Goya, Meléndez Valdés, Cienfuegos, los Iriarte, Llaguno, Vargas Ponce... Desterrado en 1790, Jovellanos no parece dispuesto a renunciar a esta forma de vida, ni a los espacios que requiere. Según Ceán, vuelve a la casa familiar y en ella Francisco de Paula, como mayorazgo, «le destinó unas piezas decentes y capaces de la misma casa en que había nacido, para su habitación y estudio; y en ellas colocó sus libros y papeles, y estableció cierto régimen de vida y distribución de tiempo, que no alteró en los once años que permaneció en aquel retiro».

[pág. 112] Francisco de Goya

Grabado del ex libris de Jovellanos con el escudo de armas Hacia 1780 Biblioteca Nacional de España Aunque suele hacerse coincidir el encargo con su etapa ministerial, los trazos del grabado parecen indicar que se trata de los primeros ensayos de Goya en este género. Por tanto, el encargo del ex libris podría ser el primero de Jovellanos a Goya, con motivo de su ingreso en el Consejo de las Órdenes.

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[pág. 115]

Bargueño Bargueño y taquillón Siglo XVII Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón La cerradura del bargueño garantiza la confidencialidad de los papeles guardados. Informes, correspondencia, los cuadernos del diario, toda esta documentación había de guardarse en ellos. La puerta oculta tres cajoncillos de menor tamaño.

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Son las habitaciones de la torre nueva. En 1793, acomete la reforma del segundo piso, con especial atención al cuarto de la torre: «Es un cuarto lindísimo, con bellas vistas al mar y al mediodía, y trato de adornarle a mi gusto»; a su gusto, diseñó la escalera de acceso y remató la decoración con un papel aterciopelado estampado con motivos de estilo clásico-pompeyano, muy popular en Inglaterra, que costó unos 300 reales. Tras la borrascosa época del fugaz ministerio, y la muerte de Pachín, Jovellanos regresa y se instala ya en el piso principal; el espacio de que dispone aumenta, y lo habilita para disfrutarlo: de nuevo, en 1800, las obras. Se tabican tres espacios, separando salón, el cuarto de la chimenea y el estrado, se les pone cielo raso, se pintan frisos y molduras, se tienden alfombras, se montan cuatro estantes de libros, se colocan pinturas, dibujos, estampas, bustos... Con el tiempo, y a la vista de sucesivos inventarios de la casa, se colocan bargueños, papeleras, dos amplias mesas, otra mesa de juego de tresillo y mediator, pequeños jarrones de plata y bronce, un reloj de caoba, hasta diez sillas y tres taburetes... «¡Si viera usted qué vuelta he dado a mi casa! [...] Todo está como un brinquillo. Quiera Dios que nos veamos en ella. El cuarto de la torre espera a usted para cuando vuelva por su país», le dice a González de Posada en 1800. En 1809, tendrá que decirle a lord Holland: «Destrozaron mis pinturas, despedazaron todos mis libros, quemaron y rompieron todos mis muebles». Luz, buenas vistas, habitaciones ventiladas y empapeladas, agradable chimenea, confortables alfombras, amplios estantes que acogen una nutrida biblioteca, diverso mobiliario de escritorio, abundantes sillas y taburetes, mesa de juegos, pequeños cuadros de gabinete y grandes retratos familiares... Éstas son las condiciones que tienen y los objetos que habitan primero el cuarto de la torre nueva y luego el de la chimenea y su estrado anexo, espacios en que escribir, leer, hablar, confortablemente. Nada es casual, sino la exacta reproducción de un nuevo espacio ideal, propio de los hombres de letras, a que Jovellanos presta especial atención. Tal lo demuestra que se fije y tome notas sobre el despacho de Vicente Salamanca: «Bello cuarto de hombre; éste, el estrado y la chimenea pintados a la moda, bastante bien, por profesor del país. Allí Barrio; los Monitores; la entera traducción del Smith; un archivo perfectamente arreglado; muy buenos libros, bella mesa de escribir, todo con gusto y comodidad». O del de Miguel Antonio de Tejada: «Salita con chimenea, gabinete con librería. [...] Cuarto de hombre curioso; buenos y escogidos libros; gabinete físico con máquinas, hornos, vasos, etc.». Los nuevos espacios de la sociabilidad cotidiana ilustrada son estancias confortables, que no suntuosas, propias del siglo que asoció el término confort a la vida doméstica; ámbitos a medio camino entre lo privado y lo público, entre la alcoba y el café, entre el trabajo y el ocio; de aforo limitado pero suficiente; abiertos, pero con

derecho de admisión; privados, sí, pero concebidos para el disfrute común. Y, ante todo, más creativos, en tanto libres igualmente del elevado ritual cortesano de los salones, del monotemático interés de las academias, de los específicos fines de las cofradías o de los lazos sanguíneos que funcionan como pasaporte entre una endogámica nobleza: si en éstos sólo se convocaba a los iguales en clase, religión o trabajo, en estos cuartos encontramos reunida al caer la tarde a una meritocracia empleada a fondo en los trabajos del Instituto y el Ayuntamiento, un grupo estable de aristoi, «los de la tertulia», que en días señalados acogerán también a otras visitas: «Al fin se dispuso un refresco en el cuarto de la torre, de vinos, licores, dulces y frutas en abundancia. Asistieron Camposagrado, Peñalba, Vigo, las Ramírez y los de la tertulia, y todo se concluyó a la hora acostumbrada». En estos aposentos habría distintos ambientes dispuestos para actividades diversas. Evidentemente, cabe pensar en un espacio dominado por el escritorio, con su escribanía y su cómodo sillón. La escribanía era frecuentemente objeto de regalo en aquel siglo: «Presento a mi cuñada una linda escribanía de plata, escogida y enviada por Arias de Madrid». En su despacho tuvo una de bronce, y en Bellver se hizo con otra, de plata «de gusto americano», que legó a Ignacio Bas y Bauzá. En este espacio, Jovellanos redactaba el diario, de excepcional valor no sólo por ser suyo, sino por ser una rara muestra de ese género del yo tan escasamente practicado

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Anónimo

Escribanía de Jovellanos Colección particular Las escribanías eran un objeto de especial importancia para el hombre de letras del siglo XVIII, y con frecuencia se regalaban. Ésta estaba en el estrado de su casa, según documenta Somoza en 1891. En Bellver se hizo con otra, de plata «de gusto americano».

en España. Tal como indica en su testamento, donde lega el diario a Arias, su redacción comenzó con motivo de sus viajes y prosiguió para apoyo de la memoria: «los diarios de dichos viajes, que acostumbraba a llevar con el deseo de instruirme, y aún después de ellos, para socorro de mi memoria». Escrito normalmente a última hora del día, en un esfuerzo que se prolongó durante décadas —«Otra embestida a ver si puedo restablecer mi diario»—, quedan en él notas de las cuentas, la correspondencia, las visitas, los paseos, las lecturas, las actividades del Instituto, apuntamientos de sus viajes y algunos fragmentos de redacción reposada, emoción profunda y clara voluntad literaria, donde se percibe que la mirada del poeta perdura. Pese a titularse Memorias íntimas cuando se publicó en 1915, en absoluto se trata de unas memorias y lo privado predomina sobre lo íntimo. Precisamente las etapas fundamentales de su vida pública, en este diario son conscientes espacios en blanco, sobre los que se cierne un significativo silencio. Al retomar el diario tras el Ministerio, anota: «¡Qué de cosas no han pasado en él! Pero serán omitidas o dichas separadamente». Y cuando recibió la comisión secreta de La Cavada, sólo pudo anotar: «¡Pobre de mí! ¡Cuál comisión me viene encima! Ni aquí puedo explicarla». En cuanto al yo íntimo, lógicamente había de huir de él quien dijera de las Confesiones de Rousseau: «Hasta aquí no he hallado en esta obra sino impertinencias bien escritas, muchas contradicciones y mucho orgullo». Estos cuadernos exigían discreción, y bien podemos imaginarlos custodiados en el bargueño, cercano al escritorio, cuyos mecanismos de cierre garantizaban la confidencialidad de los asuntos más privados: junto al diario, seguramente, recoge-

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ría su abundante correo. Entre el millar de cartas despachadas entre 1767 y 1811 abunda la correspondencia oficial, aunque es significativo el volumen de las de franco trato con los amigos ausentes: durante años anotará en el diario, a papá, a la patrona, al amigo, aludiendo a su correspondencia con Arias de Saavedra, la condesa del Montijo y Cabarrús; poesía, teatro y literatura extranjera serán asuntos predominantes en su conversación a distancia con los de Salamanca en los setenta; lógicamente, la estancia en el Madrid de los ochenta determina mayor contacto epistolar con Pachín y Josefa y otros parientes y amigos de Asturias; en los noventa, diversas cuestiones referentes a la historia de Asturias ocuparán su correspondencia con Caveda y González de Posada —quien será su principal interlocutor en Bellver—, y su aversión a la radicalización de los principios filosóficos en materia política quedará patente en la mantenida con Jardine; finalmente, el diálogo con lord Holland estará marcado por los avatares bélicos en la violenta España del nuevo siglo... En la última carta autógrafa conservada, fechada en Gijón el 1 de noviembre de 1811, comenta a Pedro Valdés Llanos que ha dado orden de que a partir del próximo mes la mitad de su sueldo se destine a los gastos del Instituto: ya no podría ser. En este mismo ámbito leería las gacetas. Aunque no siempre reseña en el diario de qué cabecera se trata, hay constancia de la lectura tanto de periódicos nacionales como extranjeros. Entre los primeros destaca La Gaceta, que terminaría convirtiéndose en el Boletín Oficial del Estado; y había de leer sin duda aquellos en que él mismo escribió o quiso escribir, consciente del papel que desempeñaba esta nueva herramienta de la opinión pública: el Memorial literario, donde defendió la admisión de mujeres en la Matritense en 1786; El censor, donde publicó sus sátiras y discursos sobre la nobleza en 1786 y 1787; el Diario de Madrid, para el que proyectaría los Ahechos en 1786, donde publicaría las sátiras sobre cómicos, toros y la tiranía de los maridos en 1788, 1797 y 1798 y a donde enviaría la Carta que redacta en Bellver en 1802 con motivo de la boda de Fernando VII; la Gaceta de Madrid, donde daría noticia de la apertura del Instituto (1794), y del certamen (1797); o las Variedades de ciencias, literatura y artes de Manuel J. Quintana, donde podría haber pensado en publicar los textos sobre las reseñas literarias y sobre las bellas artes. Entre los diarios hay también referencias explícitas y abundantes a la lectura de prensa extranjera, como el Monitor, la Gaceta de Francia, El correo de Londres y el Craftsman, or Gray’s Inn Journal; probablemente en los últimos años leería el Morning Chronicle, donde Holland y Allen coordinaban la campaña pro-española durante la guerra de independencia. Y, en este cuarto, por supuesto, escribía: aquí redacta el informe del expediente de ley agraria y los informes mineros, el discurso con que inaugura el Real Instituto y la Noticia que del mismo publica y los apuntes sobre Gijón; también

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[pág. 119] Gaspar Melchor de Jovellanos

Carta a Carlos González de Posada 10 de diciembre de 1794, Gijón Biblioteca Nacional de España Jovellanos despachó más de un millar de cartas entre 1767 y 1811. Abunda la correspondencia oficial, aunque es significativo el volumen de las de franco trato con los amigos ausentes. En los noventa, uno de sus interlocutores principales es González de Posada, canónigo de Tarragona. En esta carta puede apreciarse el matasellos de Gijón.

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revisa su memoria sobre los espectáculos y las diversiones públicas y las cartas sobre Asturias. Arropan estas salas pinturas y dibujos y amplios estantes de libros, las dos partidas principales de gasto personal de Jovellanos; le dice a su hermano en 1784: «Mi afición a los libros, a pinturas, me arruina, y apenas puedo irme a la mano»; y Ceán nos dirá: «aunque soltero y sin estrechas obligaciones, había consumido sus sueldos en libros y pinturas». Estas colecciones son ciertamente entonces síntoma, pero también símbolo del estatus intelectual. El propio Jovellanos juzga en virtud de ellas a los poseedores de aquellas que visita, tomando buena nota en su diario: en 1791, dice de Juan Antonio Henríquez que «pretende tener colección de pinturas, de estampas, de historia natural, de libros, y nada tiene bueno»; sin embargo, Diego de Sierra y Salcedo, «sujeto de mucha erudición, que vive como un filósofo, retirado, con trato de pocos amigos, leyendo mucho y pasándolo bien», tiene «libros muy escogidos, muchos mapas, algunos inéditos». En aquellos años, había en la casa vírgenes de Vaccaro, Morales, Murillo y Goya, junto a una copia de la vista de la villa de Gijón de Mariano Ramón Sánchez y retratos de los hermanos Francisco, Gregorio, Francisco de Paula y Josefa —éstos de Ángel Pérez e Inza— y los de Francisco Saavedra, Arias de Saavedra, Ceán Bermúdez y el suyo propio, todos de Goya. Probablemente estaría también su retrato al pastel «con maguito» y la escultura que le encargó a Cristóbal Ramos. En el cuarto de la chimenea, colocó en 1800 «lo mejor de cuadros pequeños, estampas y dibujos», que formarían parte de la colección de dibujos que, reunida por Jovellanos y Ceán Bermúdez durante más de treinta años, alcanzaría el número de 797 y, legada al Instituto, se perdió en 1936. Se trata, pues, de una colección artística eminentemente pictórica, en cuyo gusto destacan los maestros del siglo de oro —Velázquez, Zurbarán, Murillo—, el clasicismo italiano y, entre el nuevo estilo, Mengs y Goya; y en cuya temática abundan las obras religiosas y una cualificada galería de retratos de parientes y amigos, entre los que destacan los que encargó de sí mismo en significativos momentos de su cursus honorum. En el estrado, junto a los retratos de Goya, se colocan «cuatro grandes estantes de libros», que acogían ya la biblioteca sevillana, bien conocida gracias al inventario de Ceán. Con 34 años, su biblioteca constaba ya de 857 ejemplares, entre los que se cuentan incunables y predominan obras de jurisprudencia y literatura, junto a casi cuarenta gramáticas y once tratados sobre poesía. Los libros estaban en español (335), latín (309), francés (166), italiano (19), inglés (18) y portugués (10), y abarcaban de los siglos XV al XVIII (8, 217, 172, 460). Parte de esta biblioteca pasaría a la casa de la calle de Juanelo, en Madrid en 1782, que, según Ceán, «adornó

con buenas y escogidas pinturas, que yo le compré, y con los libros que trajo de Sevilla y otros que después aumentó en demasía». Parte de ella pasó a Gijón, y otra quedó en Madrid. Una última tendría en Bellver, «que va igualando a las dos que tiene en Madrid y Gijón». Cuando parte de Gijón el 6 de noviembre de 1811, aún decide llevarse consigo 387 volúmenes. Por otro lado, sus notas de lectura permiten la reconstrucción de una biblioteca ideal de unos 1500 títulos, entre los que predominan los españoles, franceses y clásicos de asunto literario, histórico y económico. Entre sus autores predilectos, destaca la lectura constante de Cicerón, «el que he preferido siempre, no sólo como al más elocuente de los hombres, sino como al más puro y juicioso de los filósofos». Hay una excepcional noticia sobre el proceso de constitución de la biblioteca del Instituto, pues tiene que explicárselo al inquisidor de Valladolid: «cómo adquirimos los libros: primero, regalados; segundo, introducidos de Londres y revistos por el Comisario; tercero, comprados al presidente Aguirre; cuarto, comprados en el reino, por la mayor parte castellanos». También tenemos noticias de encargos de

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Indice de los libros y manuscritos que posee don Gaspar de Jovellanos y Ramírez, del Consejo de S. M. y su Alcalde de Casa y Corte 1778 Biblioteca Nacional de España Gracias a este inventario de Ceán Bermúdez conocemos bien la biblioteca que Jovellanos tenía en Sevilla. Con 34 años su biblioteca constaba ya de 857 ejemplares, entre los que se cuentan incunables y predominan obras de jurisprudencia y literatura, junto a casi cuarenta gramáticas y once tratados sobre poesía. Los libros estaban en español (335), latín (309), francés (166), italiano (19), inglés (18) y portugués (10).

libros. En unos casos, son los residentes en el extranjero y los viajeros quienes reciben comandas: Durango ha de hacer un pedido en Londres y García Jove parte hacia Filadelfia con el encargo «de comprar cualquiera obra buena y nueva que haya producido aquella nueva Academia de Ciencias, o los sabios del país, y el nuevo código constitucional de la República». En otros casos, los libros se piden por catálogo: «Reconocimiento de cuatro catálogos de libros de Londres, para escoger para el Instituto y para mí. ¡Ojalá estuviera rico uno y otro bolsillo!»; o bien son los propios libreros quienes ofrecen sus fondos, como el santanderino Domingo de Aguirre, a quien escribe «aceptando la oferta de libros ingleses, buenos y baratos, indicando los que necesita el Instituto y los que pueden servir para mí». En ocasiones, hay problemas con los encargos, bien por el precio —«Llegó una remesa de libros de Salamanca, carísimos sobremanera; no se encargará otra a Alegría»—, bien por los libros recibidos: «la cuenta de libros importa 155 esterlinas, pero vienen muchos no pedidos y faltan las Transacciones y otros pedidos. Veremos quid faciendum». Pero estos libros no permanecen siempre en las estanterías: los libros se prestan, se limpian, se encuadernan y, por supuesto, se leen. La lectura es privada o compartida, simultánea, reiterada y, a veces, fragmentaria. Normalmente, está a cargo del

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Gazette Nationale ou Le Moniteur Universel 5 de mayo de 1789, nº 1. Paris: Agasse Biblioteca Nacional de España Según se aprecia en el diario, Jovellanos leía abundante prensa extranjera, tanto cabeceras inglesas como francesas, cuyas noticias eran objeto preferente de la tertulia y la correspondencia.

secretario, a quien en ocasiones sustituye su hermano —«No hay lectura en Gibbon ni en Tácito, porque Acebedo está malo. Lee Pachín en Don Quijote»—; en una noche, se compagina la lectura en varias obras —«Lectura en Gibbon; en los Anales de Química de Proust; luego en la Historia de León»—, siendo con frecuencia una compartida y otra privada: «lectura en Gibbon. Nos acompaña Balbín, de Villaviciosa. Conversación. En la cama, Fourcroix». Obras hay que se leen hasta en tres ocasiones —«empezó a leerme (para mí es de tercera vez) las Memorias sobre nuestra poesía, de Sarmiento»—; y, cuando el libro no satisface, se abandona: «Lectura en Gibbon; por la noche en La Galatea de Cervantes: no me gusta, nada me parece bien sino el lenguaje. Se dejará». De todo ello se desprende que no es Jovellanos un bibliófilo que acumula libros, sino un constante lector concienciado de la emancipación intelectual que esta práctica favorece. De ahí que cada vez que piense en su biblioteca en su testamento (1795, 1802) señale para ella un uso público y contemple, incluso, la venta de libros inútiles. En 1795, establece que pase al Instituto lo que sirva a sus propósitos docentes: «Mis libros sean para el Instituto [...]. Estén siempre en él sólo aquellos que puedan serle útiles, y todos los demás se vendan en beneficio suyo». En 1802, temiendo que el Instituto desaparezca a su muerte, dispone que si así sucediera «dicha librería

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[pág. 123] Gaspar Melchor de Jovellanos

«Memoria sobre la admisión de las señoras en la Sociedad Económica Matritense», Memorial literario VII 1786, Madrid Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo Jovellanos fue un colaborador habitual de la prensa nacional. En 1786, doce mujeres solicitaron el ingreso en la Sociedad Económica Matritense. La polémica se aireó en la prensa. Mientras Cabarrús fue contrario a la propuesta, Jovellanos defendió su admisión, pero exigía: «no lo vulgaricemos, no lo concedamos al nacimiento, a la riqueza, a la hermosura», sino a las que manifiesten las virtudes civiles que el patriotismo demanda, para convertirlas en «objeto de emulación y de competencia en medio de su sexo».

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sea para la villa de Gijón, a fin de que la pueda colocar en lugar y forma que sirva de algún provecho y pueda contribuir a la lectura e instrucción de sus naturales»; y establece que la sede del Instituto se convierta en biblioteca y que se vendan los libros de derecho de la casa de Madrid, para costear el envío de los de «ciencias naturales y exactas y literatura». Pero no sólo cuadros y libros marcaban estos espacios en aquel siglo, sino también el instrumental científico. Aunque para el Instituto, Jovellanos encarga en 1794 a un francés un telescopio acromático, un microscopio y un teodolito: «son ingleses, excelentes, y en tres mil reales se tomarán a contento». Suspenderá la compra del telescopio, pues no puede ver con él los anillos de Júpiter. En el Instituto, había además una cámara oscura, con la que se hicieron pruebas en la playa y se ejercitaban los alumnos los viernes, cuando hacía buen tiempo. Entre los papeles de Bellver se conservan abundantes anotaciones meteorológicas, que hacen pensar en el uso de un termómetro y barómetro, piezas encontradas en su último equipaje «en su caja de madera, con su cubierta de encerado». Pero dichas estancias, que eran lugar de lectura, estudio y escritura, no permanecen siempre silenciosas, pues también son espacios de ocio y sociabilidad: en ellos se leía y se escribía, pero también se recibía, se hablaba, se jugaba, se fumaba... En abundantes sillas y taburetes, los invitados, alejados de la etiqueta de los salones cortesanos y de la condicionada conversación de las academias, disfrutaban de la lectura compartida y animadas tertulias. En ellas, las noticias de la prensa y del correo eran un elemento constante, al igual que los libros, las últimas novedades científicas y los proyectos editoriales. En una de ellas, Pedrayes «nos declara haber descubierto un método general para demostrar todas las ecuaciones, hasta el quinto grado: probado con buen suceso hasta las de tercero inclusive; [...] instancias para que publique su trabajo; dificultades que le retraen». También había tiempo para las partidas de naipes, para lo que se había dispuesto una «mesa de juego de tresillo y mediator». Se trata de juegos de cartas españoles, variantes de El hombre, que aparecen precisamente en los últimos decenios del XVIII, aristocráticos en tanto individuales y complejamente reglamentados en obras como la exitosa Reglas y leyes que se han de observar en el juego del mediator (1789). También se jugaba al treinta y uno y la secansa. Era costumbre habitual, incluso los días de festejo. El 30 de diciembre de 1793, hubo «muchas gentes; tres partidas, mediator y dos secansas»; siete años después, en su cumpleaños «vinieron las gentes a la hora aplazada; se pusieron cuatro partidas de secansa, una de mediator, una grande de treinta y uno y otra más grande, de la gente de broma, en la segunda alcoba. A las nueva y media se empezó a cenar; la mesa estuvo lucida y creo que abundante, regularmente fina y servida». Más reservado a los entendidos es el juego del ajedrez: jugaban a él, precisamente con el matemático Pedrayes, Quirós o su hermano.

En las tertulias, era obligado agasajar con refrescos, café o chocolate; Jovellanos, que le envía la receta del chocolate a lord Holland en 1809, incluso pide en 1799 una remesa de Astorga, donde le dicen que es mejor: «Espero, por tanto, que usted me haga labrar un quintal a su satisfacción, acerca de lo cual nada tengo que prevenir, pues gusto que sea bueno, y en lo demás [el precio] sea como fuere». También nos indica: «Ayer a mediodía tropecé con mis ingleses, y desde luego los conocí dispuestos a cuanto insinúa el primo. Convidélos a café». En el cumpleaños de 1796 «concurrieron mil gentes. Al fin se les dispuso un refresco en el cuarto de la torre, de vinos, licores, dulces y frutas en abundancia». Al hilo de estos nuevos consumos, se había desarrollado una incipiente industria estatal, que abastecía de delicadas tazas y jícaras —seis se hallan en el inventario de su equipaje tras su muerte. Finalmente, en aquellas estancias, se consumía tabaco. Sabemos que la hermana de Jovellanos fumaba, pero parece predominar en los contertulios el consumo de

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rapé, cuyas cajas, cuidadosamente decoradas, eran objetos de especial estima, con frecuencia personalizados y regalados. Así, Jovellanos consigna un gasto de 84 reales de Ceán Bermúdez: «para dos libras de tabaco para él y su hermano». Cuando Pedrayes parte a Madrid en 1796, Jovellanos anota: «le regalo el Smith en inglés; él, su rapé; tierna despedida». Entre su último equipaje, figura «una caja de cartón para tabaco con un armenio en la tapa», «una caja para tabaco, de piedra, con arillos y embutido de oro; otra ídem, de concha con el retrato de una dama cercado de oro, cuadrado; otra, también de concha, con el retrato del señor Saavedra; otra caja para tabaco de pasta basta»; y en su testamento de 1807, lega a su sobrino Baltasar «la caja negra con el retrato del señor don Juan Arias de Saavedra», que dice haber sido «de mi primer aprecio desde que la poseo, por la representación que contiene de tan constante y virtuoso amigo», y a su sobrino Francisco Javier, «la caja de pasta forrada en oro que suelo usar aquí [en Bellver]». En todo caso, en fecha indeterminada en carta a un amigo gijonés desconocido que acaba de sufrir un achaque, le aconseja todo un nuevo régimen de vida, que incluye dieta y paseos a caballo: «Y ese maldito tabaco, cuyo aroma ataca continuamente los órganos del cerebro, ¿por qué no se dejará del todo, y si no es posible, no se reducirá al mínimum?»

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Afanado en el trabajo o entretenido en tertulias sociables, éste es el ocio que según el diario y la correspondencia se vivió en aquellos cuartos de la torre y de la chimenea, en aquel salón y aquel estrado, y éste un pequeño recorrido por los objetos que poblaban aquellos lugares, compañeros habituales que incluso le acompañaron en la borrasca del último viaje. Era un ocio notablemente distinto del de aquel noble que «visita, come en noble compañía; / al Prado, a la luneta, a la tertulia / y al garito después»; un ocio ilustrado, necesariamente compartido y útil, del que él mismo es consciente, pues como le dice a González de Posada desde Gijón en 1796: «ya sabe usted, mi amado magistral, que nunca estoy más ocupado que cuando más ocioso». bibliografía AGUILAR PIÑAL, Francisco, La biblioteca de Jovellanos (1778), Madrid, CSIC, 1984. CEÁN BERMÚDEZ, Juan Agustín, Memorias para la vida del Excmo. Señor D. Gaspar Melchor de Jove Llanos, y noticias analíticas de sus obras, Madrid, Fuentenebro, 1814, págs. 36, 48 y 106. CLÉMENT, Jean-Pierre, Las lecturas de Jovellanos (ensayo de reconstitución de su biblioteca), Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1980.

[pág. 124] Miguel Jacinto Meléndez

Boceto preparatorio de El entierro del conde Orgaz 1734 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Este asturiano, pintor de cámara de Felipe V y autor de numerosos retratos de la familia real, dedicó sus últimos años a la pintura religiosa por encargo de distintas congregaciones. Entonces llevó a cabo estas grisallas inacabadas, que fueron adquiridas por Jovellanos. La grisalla gemela en pág. 144.

ENCISO RECIO, Luis Miguel, Barroco e ilustración en las bibliotecas privadas españolas del siglo XVIII, Madrid, Real Academia de la Historia, 2002. GLENDINNING, Nigel, «Jovellanos. Leyendo el código del universo», en VV. AA., El libro ilustrado. Jovellanos lector y educador, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1994, págs. 15-31. GONZÁLEZ SANTOS, Javier, Jovellanos, aficionado y coleccionista, Gijón, Ayuntamiento de Gijón, 1994, págs. 67-72. GONZÁLEZ SANTOS, Javier, «Las habitaciones de Jovellanos en la casa de Gijón», La casa natal de G. M. Jovellanos, Gijón, Museo Casa Natal, 1996, págs. 37-58. JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras completas, I-XIV, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Ayuntamiento de Gijón, 1984-2010, I, págs. 221, 227, 233, 263, 290, 294 y 558; II, págs. 299 y 401; III, págs. 234, 412, 444 y 585.; V, págs. 234, 249 y 490; VI, 203, 251, 503, 551, 576, 577, 580, 582, 622, 624 y 633; VII, págs. 25, 47, 66, 78-79, 92, 220, 293, 479, 484, 486, 502, 541, 559, 659, 708 y 763; XI, pág. 783; y XII, págs. 423-429. JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Obras publicadas e inéditas, Madrid, Atlas, 1956 (Biblioteca de Autores Españoles), vols. IV, págs. 16, 32 y 127; y V, págs. 26, 266-267, 268 y 271-272. PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso E., Catálogo de la colección de Dibujos del Instituto Jovellanos de Gijón, Gijón, Ayuntamiento/KRK Ediciones, 2003. SÁNCHEZ ESPINOSA, Gabriel, «Gaspar Melchor de Jovellanos. Un paradigma de lectura ilustrada», en VV. AA., El libro ilustrado. Jovellanos lector y educador, Madrid, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 1994, págs. 33-59. SOMOZA, Julio, Documentos para escribir la biografía de Jovellanos, Madrid, Hijos de Gómez Fuentenebro, 1911, II, doc. 188 (autos de inventario del equipaje). URZAINQUI, Inmaculada, «Aportación asturiana a la prensa ilustrada», en José Miguel Caso (de.), Asturias y la Ilustración, Asturias, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Consejería de Cultura del Principado, 1996, págs. 205-256.

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Gaspar Melchor de Jovellanos

Carta a Petra Guerra y García de Briones 11 de agosto de 1810 Colección particular En 1811, Jovellanos estuvo alojado en casa del V marqués de Rivadulla, donde dice haber disfrutado «la temporada más deliciosa que he gozado en mi vida». Con su mujer mantiene fluida correspondencia, en que comenta con notable familiaridad asuntos personales, militares, económicos y políticos.

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Gaspar Melchor de Jovellanos

Carta a Pedro Manuel de Valdés Llanos 1 de noviembre de 1811, Gijón Biblioteca Pública Jovellanos. Gijón En la última carta con firma autógrafa conservada, fechada en Gijón el 1 de noviembre de 1811, comenta Jovellanos a Pedro Valdés Llanos que ha dado orden de que a partir del próximo mes la mitad de su sueldo se destine a los gastos del Instituto: ya no podría ser.

127

[1]

[2]

[3]

Mercurio histórico político, que contiene el estado preferente de la Europa, lo sucedido en todas las cortes…

Manuel José Quintana

D.P.M.O. [Don Pedro María Olive]

Variedades de ciencias, literatura y artes

Nuevas efemérides de España, históricas y literarias

1757, Madrid: Imprenta de Antonio Marín

1803, Madrid: Oficina de Benito García y Compañía

1805, Madrid: Imprenta de Vega y Compañía

Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo

Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo

Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo

Jovellanos cita como fuente, en ocasiones diversas, este periódico en que se publicaban traducciones de artículos de la prensa internacional: se dice «compuesto del Mercurio de la Haya y de otras noticias».

En las Variedades pensó Jovellanos publicar una defensa de la necesidad de las reseñas literarias. Las concibe como elemento de difusión y como un instrumento regulador, pues «la manía de hacer libros ha llegado a tocar en furor», produciéndose tanto el «desamparo del mérito» como la «libertad del charlatanismo».

Las polémicas forman parte del espíritu del siglo. En el primer número de este periódico bisemanal se afirma: «La crítica es el espíritu de este siglo. Jamás se vieron más críticos. [...] Se ha formado la forzosa necesidad de tener ingenio. [...] Cierta persona ha dicho lo que pensaba de la obra y, al instante, ciertas y ciertas personas dicen lo que piensan de la opinión de aquella; todos se refieren a otro y nadie lee».

128

[4]

[5]

Gaspar Melchor de Jovellanos

Gaspar Melchor de Jovellanos

«Sátira a Arnesto», El Censor

«Sátira cuarta. Contra las corridas de toros», Diario de Madrid

6 de abril de 1786. Madrid

19 de septiembre de 1797

Biblioteca Nacional de España

Biblioteca Nacional de España

Jovellanos fue un colaborador habitual de la prensa nacional. En este periódico reformista, con el que estaba en clara sintonía, publicó durante su estancia en Madrid sus sátiras y discursos sobre la nobleza.

En el Diario de Madrid publicaría sus sátiras sobre cómicos, toros y la tiranía de los maridos. Proyectó también para este diario una sección titulada Ahechos, a modo de criba y reseña de publicaciones literarias. Aunque no llegó a publicarlos, se conservan los tres primeros.

129

[1]

[1] Gaspar Melchor de Jovellanos «Relación del primer certamen público del Real Instituto Asturiano», Gazeta de Madrid 5 de septiembre de 1797 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII. Oviedo Consciente del papel que la opinión pública jugaba en su siglo, Jovellanos se sirvió de los papeles periódicos para dar lustre a su más querida empresa: el Real Instituto de Náutica y Mineralogía.

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[2] David Hume

Essays and treatises on several subjects containing essays, moral, political, and literary 1772, Londres: Cadell Biblioteca Nacional de España Hume estuvo siempre presente en las sucesivas bibliotecas que Jovellanos tuvo en Sevilla, Madrid, Gijón y Bellver. De estos ensayos de Hume, lectura prohibida por la Inquisición, realizó traducciones libres y fragmentarias en Bellver en 1802. Los papeles le fueron requisados y se conservan en el Archivo Histórico Nacional.

[3] David Hume [2] [3]

The history of England from the invasion of Julius Caesar to the revolution in 1688 1778, Londres: Cadell Biblioteca de la Universidad de Oviedo Como la mayoría de los ilustrados españoles, Jovellanos seguía con atención el pensamiento inglés y las novedades editoriales, por lo que adquirió inmediatamente en Sevilla los ocho volúmenes sobre la historia de Inglaterra de Hume.

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[1] Petri Peralta

Relectiones praecellentis 1563, Salmanticae: excudebat Ioannes Maria a Terranoua Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón Aunque no hay ningún otro testimonio de que Jovellanos tuviera esta obra, Somoza documenta la existencia de este ejemplar en la casa en 1891.

[2] Alonso López Pinciano

Philosophia Antigua Poetica 1596. Madrid: Thomas Iunti Biblioteca particular

[1]

La querencia del Neoclasicismo por el Renacimiento queda bien plasmada en este objeto: la primera edición del principal tratado de estética del Renacimiento español, propiedad del ilustrado.

[2]

132

[3] [3] Marco Tulio Cicerón

Epístolas o cartas de Marco Tulio Cicerón, vulgarmente llamadas familiares; traducidas por Pedro Simón Abril 1797, Valencia: Hermanos de Orga Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón Entre sus autores predilectos destaca la lectura constante de Cicerón, «el que he preferido siempre, no sólo como al más elocuente de los hombres, sino como al más puro y juicioso de los filósofos». Estos volúmenes se encontraban en la casa familiar.

133

[1] Curtio Rufo

Historia Alexandri Magni 1741, Vallis-oleti: ex Officina Ildephonsi à Riego Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón Jovellanos poseía esta obra en Sevilla en 1778, según el inventario de Ceán Bermúdez.

[2] Santa Teresa

Cartas de Santa Teresa de Jesús, con notas del Sr. D. Juan de Palafox y Mendoza, recogidas por orden del P. Fr. Diego de la Presentación, de los Carmelitas Descalzos

[1]

1752, Madrid: Imprenta del Mercurio, por Ioseph de Orga Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón Jovellanos cita esta edición en los Rudimentos de Gramática castellana.

[2]

134

[3] [3] Clemente XIV

Cartas importantes del Papa Clemente XIV (Ganganeli) traducidas del francés en castellano por D. Francisco Mariano Nipho 1777, Madrid: Miguel Escribano Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón Jovellanos ya poseía esta edición en Sevilla en 1778, según el inventario de Ceán Bermúdez.

135

[1] Dollond

Microscopio compuesto Hacia 1780, Gran Bretaña Museo Nacional de Ciencias Naturales. CSIC. Madrid Soleil, constructeur d’instruments d’optique. Rue de l’Odeon, nº 35

Caja de caoba con instrumentos del microscopio de Dollond Hacia 1780, Gran Bretaña Museo Nacional de Ciencias Naturales. CSIC. Madrid

[1]

No sólo cuadros y libros marcaban estos espacios en aquel siglo, sino también el instrumental científico. Aunque para el Instituto, Jovellanos encarga en 1794 a un francés un telescopio acromático, un microscopio y un teodolito: «son ingleses, excelentes, y en tres mil reales se tomarán a contento».

[2]

136

[2] Simons

Teodolito Siglo XVIII, Londres (Reino Unido) Patrimonio Histórico Universidad Complutense de Madrid. Museo de Astronomía y Geodesia Teodolito de tosca montura altacimutal. Dispone de brújula. La escala de ángulos de declinación es de 0 a 30, en unidades de grado, y la escala de ángulos azimutales es de 0 a 360. Lleva un nivel perpendicular al anteojo en el foso. Jovellanos dispone de uno y, en 1800, proyecta levantar una carta topográfica del concejo.

[3] Nairne & Blunt

Telescopio Gregory Hacia 1820, Londres (Reino Unido) Patrimonio Histórico Universidad Complutense de Madrid. Museo de Astronomía y Geodesia

[3]

Telescopio de reflexión, tipo gregoriano. Dispone de dos espejos, el principal está perforado para la lente y el otro es convexo. Dispone también de filtro para las observaciones solares. Jovellanos pensaba montar un pequeño observatorio. Finalmente, suspenderá la compra del telescopio, pues con el apalabrado no puede ver los anillos de Júpiter.

137

[1]

[1] Anónimo

Jícara Siglo XVIII Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid Para el consumo del chocolate era frecuente el uso de jícaras (tazas sin asa). En el inventario del equipaje de Jovellanos tras su muerte se contabilizan seis.

[2] Alfar de El Rayu (Siero)

Fuente de cerámica 1880-1930 Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón

[2]

[3]

Baraja Española Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón En la tertulia también había tiempo para las partidas de cartas, para lo que se había dispuesto en la sala una mesa de juego de tresillo y mediator. Se trata de juegos de cartas españoles, variantes de El hombre, que aparecen precisamente en los últimos decenios del XVIII. En días de fiesta, montaban hasta siete partidas. Esta baraja se encontraba en la casa familiar.

[3]

138

[4] Fábrica de Alcora

Mancerina Hacia 1750-1799 Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid [5] Fábrica de Alcora

Mancerina Hacia 1749-1798

[4]

Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid En las tertulias era obligado agasajar con refrescos, café o chocolate. Para su consumo eran especialmente apreciadas las mancerinas de la Fábrica de Loza y Porcelana de Alcora. Predominaban las formas en venera (concha) y hojas de parra.

[6]

Silla estilo Reina Ana

[5]

Siglo XVIII Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Abundantes y confortables sillas y taburetes ocupaban las estancias dedicadas al ocio común.

[6]

139

[1]

[1] Anónimo

Caja de rapé Hacia 1776-1825 Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid

[2] Fábrica de Alcora

Caja de rapé Hacia 1787-1858 Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid Aunque la hermana de Jovellanos fumaba, predomina en el círculo cercano —Ceán, Baltasar, Pedrayes— el consumo de rapé. Las cajas que lo contenían, cuidadosamente decoradas, eran objetos de especial estima, con frecuencia personalizados y regalados. En su último equipaje, Jovellanos portaba consigo cinco cajas de rapé, una decorada con un retrato de Arias de Saavedra, otra con el retrato de una mujer.

140

[2]

[3]

Escribanía de plata de Jovellanos Grabado reproducido en Julio Somoza, Nuevos datos para su biografía, La Habana / Madrid 1885 Somoza publicó este grabado de la que fuera su escribanía de Bellver, «de gusto americano».

[3]

[4] Juan Antonio Iza de Zamácola

Colección de las mejores coplas de seguidillas, tiranas y polos que se han compuesto para cantar a la guitarra: con un discurso sobre las causas de la corrupción y abatimiento de la música española 1802. Madrid: Oficina de Eusebio Álvarez Biblioteca de la Universidad de Oviedo

[4]

El humor y el disfrute son aditamentos esenciales de la sociabilidad ilustrada. Jovellanos era aficionado a cantar imitando a la célebre actriz María Ladvenant y en Sevilla comenzó a formar una colección de seguidillas que nutrió esta exitosa colección de Iza de Zamácola. Por indicación suya, el Ayuntamiento de Madrid convocó en 1791 un concurso para recuperar el carácter original del género.

141

[1] Anónimo

Traje de finales del s. XVIII: casaca, calzón y chupa Hacia 1785-1790 Museo del Traje, CIPE. Madrid Ser es necesariamente parecer y los ilustrados del siglo XVIII quieren ser europeos. El uso de esta indumentaria masculina de origen francés se impone en toda Europa en el siglo XVIII, y en España con especial fuerza con la llegada de los Borbones. Desplaza a la indumentaria castiza reivindicada por los majos, cubiertos con capas y tocados con sombrero de ala ancha, redecillas o monteras.

[1]

La casaca, prenda de origen militar, permitía cabalgar con comodidad. Cuando su uso se generaliza el patrón se complica e incluye generosas entretelas que proporcionan volumen, delicado forro y abundantes botones, meramente decorativos. A finales de siglo, por influjo inglés, el diseño va simplificándose.

[2]

Media de Fernando VII Fundación Museo Evaristo Valle. Gijón En el siglo XVIII las medias no eran una prenda a descuidar, pues se prestaba entonces notable atención a las ceñidas pantorrillas masculinas: cuando resultaban demasiado delgadas, se colocaban postizos que mejoraban su forma. Esta media de Fernando VII —tal indica el bordado— llegó, no se sabe cómo, a la casa de Jovellanos.

142

[2]

[3] Anónimo

Reloj de Bolsillo Siglo XVIII. Diamante, esmalte y oro, 5,5 cm diámetro. Museo Nacional de Artes Decorativas. Madrid Objeto de regalo y adorno, los relojes de sobremesa y bolsillo forman ya parte de la vida cotidiana. Los personajes masculinos de El delincuente honrado con frecuencia sacan su reloj y dicen qué hora es; así explicita Jovellanos que se cumple la preceptiva unidad de tiempo literario: 30 horas. [3] [4] Luis Paret y Alcázar [4]

Modelo para tarjeta de visita 1797 Biblioteca Nacional de España El ministro de Gracia y Justicia encargó a Paret su tarjeta de visita. Destaca su sobriedad si se compara, por ejemplo, con la de Floridablanca, que incluía una alegoría de la Justicia. En la versión definitiva decidió separar su apellido, Jove Llanos.

143

[1] Miguel Jacinto Meléndez

Boceto preparatorio de San Agustín conjurando la plaga de la langosta 1734 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Fue propiedad de Jovellanos. Es pareja de la grisalla de la pág. 124.

[2] Francisco Ignacio Ruiz de la Iglesia

[1]

La Magdalena penitente 1670 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón Este temprano óleo del pintor de cámara de Felipe V formaba parte de la colección de Jovellanos y estaba expuesto en la casa familiar. Ceán encargó su restauración en Madrid en 1790. Tras el concilio de Trento, se dieron instrucciones claras para que la representación de la bella arrepentida fuera decorosa en cuanto a actitud e indumentaria. Representada en abandono místico, la cabellera suelta y su desnudez remiten a su vida disoluta; crucifijo, calavera y libro de salmos funcionan como símbolos de conversión y penitencia.

144

[2]

[3] Francisco Tomás y Rotger

La Virgen con el Niño dormido Hacia 1805-1807 Museo Casa Natal de Jovellanos. Gijón También la celda del castillo de Bellver fue un espacio de animada convivencia intelectual. Allí se conocieron Tomás, profesor de Dibujo y Escultura de la Sociedad Económica balear, y Manuel Bayeu, el cuñado de Goya, que estaba decorando la iglesia de la cartuja de Valldemosa. Este óleo fue un encargo de Jovellanos, para quien también realizó diversos dibujos de los edificios góticos de Palma.

[3]

145

Andrea Vaccaro

La Virgen con el Niño y San Juanito Hacia 1650 Colección particular Jovellanos tenía este óleo por original de Murillo, uno de los artistas más valorados por los coleccionistas del siglo XVIII, por el que sentía singular aprecio: lo había colgado en el cuarto de la torre y le acompañó en su último viaje en noviembre de 1811. Vaccaro, representante de la corriente clásica del barroco napolitano, era igualmente muy apreciado en España.

146

Anónimo

Santa Bárbara Siglo XVII Colección Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega Esta pieza proviene de la casa familiar.

147

[1] Anónimo

Inmaculada coronada Siglo XVII Colección Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega Esta pieza proviene de la casa familiar.

[1]

148

[2]

[3]

Anónimo

Anónimo

Busto del conde de Aranda

Busto relicario de Santa Catalina

1770

Siglo XVI

Colección particular

Colección Alfonso Cienfuegos Jovellanos Ortega

Distintos bustos decoraban la casa familiar. No representaban sólo a personajes de la antigüedad, sino también a amigos y contemporáneos. El propio lord Holland encargaría en 1809 uno de Jovellanos, cuyo boceto regalaría a Quintana. Jovellanos tuvo uno de Cabarrús, hoy perdido.

Esta pieza proviene de la casa familiar.

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Del maíz al carbón, del molino al alto horno Joaquín Ocampo Suárez-Valdés. Universidad de Oviedo

1. Jovellanos, Asturias y la economía Las claves explicativas del «programa» económico de Jovellanos, han de ponerse en relación con sus esfuerzos por transformar Asturias, una región subdesarrollada, periférica y rural —la Siberia del norte, como se la llegó a nombrar—, en la Sajonia española, es decir, en una economía en la que la industria sustituyese a la agricultura como motor de crecimiento. 1.1. El siglo XVIII: ilustración, «revolución industrial» y «revoluciones liberales burguesas» Es lugar común identificar el siglo XVIII con el siglo de la ilustración y vincular aquella centuria con los cambios económicos e institucionales que la historiografía ha designado con los términos «revolución industrial» y «revoluciones liberales burguesas». En realidad, esos tres cambios —ilustración, industrialización y emergencia del Estado liberal— son indisolubles. De forma simplificada, cabe señalar que en el siglo XVIII culminará la consolidación de la burguesía como clase social, y de la industria como sector de actividad responsable del crecimiento económico. A las luces les corresponderá aportar el programa o ideario desde el que legitimar una alternativa política e institucional al viejo orden representado por las monarquías absolutas del Antiguo Régimen. Este último, como es sabido, apuntalado sobre una sociedad estamental o tardofeudal que hacía derivar su preeminencia sobre la tierra como generadora de riqueza. La confrontación entre ambos frentes sociales, el feudal o agrario, y el burgués mercantil y manufacturero, alumbrará las «revoluciones burguesas» de las que emerge el Estado liberal. Eliminados los obstáculos que frenaban el desarrollo de las fuerzas productivas, la economía de mercado, el capitalismo y la industrialización, se abrirán paso de forma progresiva: la fábrica destierra al taller, el sindicato al gremio, la máquina de vapor al trabajo manual, el ferrocarril al transporte a lomos, el carbón mineral al vegetal, y el alto horno a la ferrería... En realidad, este proceso de «modernización» económica que posibilitó el tránsito de la economía y sociedad agraria tradicional a la moderna sociedad urbana e industrial, nada tuvo de «revolucionario» puesto que estuvo precedido de una larga etapa previa de cambios acumulativos —demográficos, agrarios, tecnológicos, financieros, educativos...— sólo

[pág. 150] Gaspar Melchor de Jovellanos

Discurso económico sobre los medios de promover la felicidad de Asturias, dirigido a su Real Sociedad de Amigos del País 22 de abril de 1781 Biblioteca Capitular de Sevilla El Discurso de 1781 contiene un completo programa de reformas económicas que aspiraban a que Asturias dejase de ser «la Siberia del norte», una región pobre y aislada, para convertirse en «la Sajonia española», es decir, en una economía urbana, industrial y comercial.

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al alcance de las economías más desarrolladas o, como entonces se decía, de las «naciones industriosas». En aquella larga marcha hacia el crecimiento económico sostenido, España partía en una clara situación de desventaja. Pese a lo prematuro de su condición de potencia colonial, el imperio será una ocasión perdida para nuestra economía.

Gaspar Melchor de Jovellanos

Informe de la Sociedad Económica de ésta Corte al Real y Supremo Consejo de Castilla en el expediente de Ley agraria... 1795, Madrid: imprenta de Sancha Biblioteca de la Universidad de Oviedo El Informe de Ley agraria, incluido por la Inquisición en el Índice de libros prohibidos, denunciaba la amortización de las tierras como uno de los males responsables de la pobreza campesina y del atraso económico de España. Constituye el texto más representativo de la Ilustración española y el más conocido fuera de España. Su redacción, que le valió a Jovellanos persecuciones y encarcelamiento, será reclamado por las Cortes de Cádiz y por los liberales del siglo XIX como referente doctrinal.

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1.2. Jovellanos y la economía En el siglo XVIII, la economía era una ciencia emergente y carecía de perfil académico o institucional. Se la conocía como Economía civil o Economía política, y era definida a menudo como «ciencia del gobierno» en la medida que sus estudios constituían un auxiliar indispensable para sostener las políticas económicas del reformismo ilustrado. La elaboración de categorías analíticas para explicar los hechos económicos y para formular hipótesis y previsiones sobre las condiciones del crecimiento a largo plazo, junto a la recopilación de fuentes cuantitativas o estadísticas —censos, catastros, balanzas de comercio...—, estarán entre las primeras ocupaciones de la nueva ciencia. Será en Sevilla, a partir de 1768 y coincidiendo con el desempeño de su primer cargo público, cuando Jovellanos se desengañe «de la inutilidad de la jurisprudencia» y abrace el estudio de la economía. En su Introducción a un discurso sobre la economía civil y la instrucción pública (1796-1797), escribía: Hube de reconocer que el más importante y más esencial de todos era el de la economía civil o política; porque tocando a esta ciencia la indagación de las fuentes de la pública prosperidad y la de los medios de franquear y difundir sus benéficos caudales, ella es la que debe consultarse continuamente. El objetivo final declarado de la economía civil era alcanzar la felicidad pública. Nadie mejor que el propio Jovellanos para definirla: No tomo esta palabra en sentido moral. Entiendo por felicidad aquel estado de abundancia y comodidades que debe procurar todo buen gobierno a sus individuos. En este sentido, la provincia más rica será la más feliz, porque en la riqueza están cifradas las ventajas políticas de un Estado. Es decir, la «felicidad pública» se asimilaba a lo que hoy entendemos por bienestar material. Se trataba por tanto de una categoría positiva y moderna. A diferencia del mercantilismo, que subordinaba la riqueza de los «vasallos» al fortalecimiento del Estado o del poder, la economía civil incorporaba matices distributivos por cuanto vinculaba el crecimiento económico de las naciones al bienestar de los «ciudadanos».

José Manuel Martínez Legazpi

Molino harinero 2009 Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón Los cereales panificables (maíz, centeno, escanda, trigo) constituían la base de la dieta campesina. Su consumo exigía la molienda o molturación previa del grano en molinos harineros con muelas o molares movidas por ruedas hidráulicas. A mediados del siglo XVIII, más de 3.000 molinos se distribuían por cada rincón de la geografía asturiana.

De ahí que, en su Elogio de Carlos III (1788), Jovellanos identificase la economía con la «ciencia que enseña a gobernar los hombres y hacerlos felices». Era, por tanto, una ciencia social con claros compromisos cívicos. 1.3. Jovellanos y Asturias: transformar la «Siberia del norte» en «Sajonia española» En el Discurso económico sobre los medios de promover la felicidad del principado (1781), Jovellanos se refería a Asturias como «una provincia retirada al norte de España, distante de sus principales capitales y separada del comercio con ellas por su distancia, por la aspereza de sus puertos y por la fragosidad de su terreno...». En efecto, el Principado sólo contaba con un 37% de su superficie por debajo de los 400 metros de altitud, y con un 31% por encima de los 800 metros. En cuanto a pendientes, casi el 80% del territorio superaba el 20% de desnivel medio. Tal «fragosidad» condicionará históricamente tanto la extensión del área de cultivos como las labores y usos del terrazgo agrícola útil. Como contrapartida, el ecosistema atlántico otorgaba ventajas a los aprovechamientos ganaderos, forestales e hidráulicos. Esta ventaja será la que permita parcialmente equilibrar el crónico déficit de granos o cereales. Pero sólo parcialmente, ya que el crecimiento de la población durante el siglo XVIII iba a conducir a una progresiva presión sobre el espacio forestal, sometido a continuas roturaciones con el fin de ganar tierras para el cultivo. Será esa misma presión la que conduzca a una paulatina subdivisión de las

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caserías hasta convertirlas en explotaciones subóptimas con la consiguiente reducción de excedentes. La tensión entre población y territorio tenía una explicación institucional que el propio Jovellanos denunciaba en su Carta sobre la agricultura y propiedades de Asturias (1795): «Los mayorazgos y los monasterios e iglesias son casi los único propietarios de Asturias». Las consecuencias de la amortización civil y eclesiástica se trasladaban, en primer lugar, al mercado de tierras. Dada la escasa disponibilidad de tierras de labor, los campesinos, una vez agotada la vía extensiva de las roturaciones, subdividían las caserías: Yo he visto dividida en cinco una casería que no muchos años antes estuviera destinada a un solo labrador. Alguno creerá que la ilimitada multiplicación de los labradores es siempre conveniente; pero se engaña. No basta que una provincia aumente el número de su cultivadores; es menester que éstos tengan una subsistencia cómoda y, sobre todo, segura. La búsqueda de fuentes de ingresos complementarios a la tierra, conducía inexorablemente a la emigración: Usted oirá decir que Asturias y sus provincias confinantes son unos países miserables e infelices que tienen que arrojar de sí a sus hijos porque no pueden alimentarlos, y de aquí viene que se hallen en otras provincias tanto número de asturianos, gallegos y montañeses. La única alternativa al empleo agrario eran las actividades fabriles y comerciales. En el primer caso, la ausencia de fábricas limitaba las actividades transformadoras a la «industria rústica» o «popular», es decir, a las manufacturas domésticas rurales. Refiriéndose a las mismas, dirá Jovellanos que «no es este género de industria el que da a los pueblos el nombre de industriosos y los hace ricos». Y es que, pese a la buena dotación de recursos naturales, a los bajos precios de los alimentos y a los moderados costes salariales, la industria tropezaba con dos dificultades insalvables: la falta de «luces» y de capitales. El atraso técnico se generalizaba a todos los ramos fabriles, desde la química a la metalurgia, lo que explicaba las dificultades para embotellar la sidra, para conservar los alimentos, para blanquear los paños o para sustituir el carbón vegetal por el mineral. Por parte de los capitales, el problema no residía tanto en la disponibilidad de ahorro como en la existencia de oportunidades de inversión. Quienes, como los «indianos», disponían de liquidez, preferían adquirir tierras —eran los capitales «terrazgueros»— por ser un valor de refugio más seguro y libre de los riesgos e incertidumbres de las iniciativas empresariales.

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Tampoco el comercio constituía una salida para contener el exceso de población rural. El comercio interior, tanto el terrestre —arriería— como el de cabotaje marítimo, se hallaba limitado por la escasa dimensión del mercado. Los campesinos, sometidos a la presión de la fiscalidad pública —alcabalas, sisas, millones...—, al peso de de la renta agraria y de las cargas señoriales y eclesiásticas —diezmo—, carecían de excedentes comercializables. Un segundo problema para el comercio era el derivado de los altos costes de transporte. El comercio con la Meseta, Cantabria o Galicia, estaba en manos de arrieros y trajineros. Las exportaciones no llegaban a compensar en valor las entradas de vino y granos, dando como resultado una balanza comercial altamente deficitaria, con la consiguiente salida de capitales. Tampoco el comercio ultramarino, realizado desde Gijón y a través de los puertos de La Coruña o Santander, contribuía a alterar el panorama dominante descrito. ¿Cómo romper entonces ese círculo vicioso de la pobreza sobre el que se sustentaba nuestra Siberia del norte? El compromiso cívico de Jovellanos con Asturias —lo que en el Siglo de las Luces se entendía como «patriotismo»— le llevará e elaborar una estrategia a largo plazo para el desarrollo regional. De los 143 escritos económicos salidos de su pluma, 47, es decir un 40% de los mismos, están dedicados a Asturias. El núcleo de los mismos está constituido por los Informes mineros, en los que, además de los temas estrictamente mineros, se ocupaba de las fábricas estatales de municiones de Trubia y de armas de Oviedo y Grado, de la canalización del Nalón y del Real Instituto Asturiano. Un segundo grupo sobre infraestructuras, incluye informes sobre la carretera de Castilla o de Pajares, junto a otros sobre el puerto de Gijón y sobre la red caminera y portuaria asturiana. Los temas a los que dedica más atención se convierten en el mejor indicador de las líneas en las que sustentaba aquella estrategia cuyo objetivo final no era otro que transformar Asturias en la Sajonia española. Las ventajas competitivas que otorgaba a Asturias la disponibilidad del recurso energético sobre el que descansaba la revolución industrial, el carbón mineral, serían el punto de partida para una industrialización especializada en los sectores siderúrgico y metalúrgico. Estos últimos, partiendo de las Reales Fábricas de municiones y armas de Trubia, Oviedo y Grado, crearían externalidades ventajosas para inducir la aparición de otros ramos fabriles orientados a la demanda civil —calderería, manufacturas mecánicas, astilleros...—. Por su parte, el carbón abundante y barato permitiría surtir de energía a otras industrias ligeras, con la consiguiente reducción de costes de producción. Por último, el carbón habría de convertirse en una materia prima que, exportada a otras regiones, impulsaría una marina mercante carbonera que convertiría a Gijón en un gran puerto industrial. Ahora bien, dado que toda aquella estrategia partía del carbón mineral, la puesta en valor de la hulla asturiana debería de resolver previamente tres proble-

Alfar de Faro (Oviedo)

Puchero de cerámica Hacia 1900-1925 Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón Señalaba Jovellanos que de los alfares de Faro, Nava, Ceceda o Siero, salía la «vajilla ordinaria del país» elaborada con «árgoma, barro y agua» y de uso popular. Quienes disponían de mayor nivel de renta utilizaban vajillas de loza blanca o pedernal, importada de Inglaterra —cerámica de «estilo Bristol»— y, desde 1780, fabricada en Asturias.

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mas: los referidos a los costes de extracción, a los de transporte, y el relativo a su utilización en los altos hornos. En el primer caso, la «minería vecinal» y a cielo abierto que se venía practicando con desconocimiento de los principios de la «arquitectura

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subterránea» y de la mineralogía corría el peligro de encarecer la extracción y de agotar los mejores yacimientos. En el caso del transporte desde bocamina a los puertos de embarque, la utilización de carros de bueyes disparaba los precios finales. Por ambos motivos, la hulla asturiana tenía serias dificultades para competir con la inglesa que, pese a los aranceles que gravaban su importación, resultaba más barata. Para afrontar ambos problemas, Jovellanos formulará propuestas novedosas: formar cuadros técnicos, abrir una carretera carbonera y, finalmente, imitar los «caminos de hierro» utilizados en Escocia. El tercer problema aludido se refería a la aplicación de la hulla a los altos hornos o «fundición a la inglesa». Este paso requería obtener por destilación y desazufrado de la hulla el coque metalúrgico. Los ensayos en los hornos de carbonización de Trubia y Langreo acabaron en fracaso, expresión del atraso técnico en que se movía nuestra industria. Las comisiones científicas y de espionaje industrial enviadas por la Armada a Inglaterra para intentar transferir las tecnologías químicas y mecánicas de las fundiciones en alto horno, no habían dado resultado. De ahí el interés de Jovellanos por potenciar los estudios de mineralogía en el Real Instituto Asturiano. Por último, y para completar aquella estrategia de crecimiento, era preciso romper el estrangulamiento representado por la escasa dimensión del mercado interior. La solución vendría de la mano de la carretera de Castilla que uniría la Meseta con el puerto de Gijón. Además de abaratar las importaciones y dar salida a las exportaciones, la carretera convertiría a Gijón en el puerto de cabecera de un amplio hinterland: atraería las lanas, vinos y cereales castellanos, y, una vez liberalizado el comercio con Indias, Gijón actuaría como redistribuidor de los géneros coloniales que hasta entonces entraban por La Coruña y Santander. En solitario e incomprendido en muchas ocasiones, con la hostilidad de la propia administración regional en otras, y en medio de sus numerosos compromisos públicos, Jovellanos, con tesón y paciencia, irá elaborando informes y llamando a todas las puertas institucionales para hacer efectivo aquel proyecto modernizador que aspiraba a convertir Asturias en una región industrial. Sus ojos no llegarán a ver materializarse muchos de aquellos planes. Por ello, tiene sentido recordar aquellas palabras que le dirigía a Guevara Vasconcelos en 1794, cuando remitía a la Sociedad matritense su Informe de Ley Agraria: «Pudiera, ciertamente, haber hecho más. Pero, no basta ver a dónde se debe llegar; es preciso no perder de vista el punto de que se parte».

[pág. 156] Marcos de Vierna

Informe sobre el plano que ha levantado de un camino de Oviedo a León 8 de diciembre de 1770 Archivo General de Simancas Jovellanos será el gran impulsor de la «carretera de Castilla» desde Oviedo y Gijón a León. La consideraba como imprescindible para romper el aislamiento comercial de Asturias, una región conocida como «la Siberia del norte» por su pobreza. La carretera convertiría al Principado en la fachada marítima del hinterland castellano, dando salida a sus lanas, vinos y harinas, ampliando así el mercado y las potencialidades productivas regionales.

2. Subsistir en la Siberia del norte: la economía al final de Antiguo Régimen Se aborda a continuación el análisis sectorial ofrecido por Jovellanos sobre los temas que se han venido comentado —población, agricultura, comercio...

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José Manuel Martínez Legazpi

Mazo de Besullo 2011 Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón El hierro y sus manufacturas constituían un elemento estratégico para la economía. De él se obtenían aperos de labranza, clavazón para la construcción residencial y naval, herrajes, llantas, componentes de máquinas, herramientas, ollas, potes, cerrajería... Tras su obtención en las ferrerías —fundiciones de hornos bajos al carbón vegetal—, pasaba a los mazos o machucos —martinetes—, para su forja y laminado. En las fraguas, los ferreiros se ocupaban de las operaciones de acabado.

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2.1. Demografía: «Hubo un tiempo en que la población de Asturias era muy escasa» En 1600, la población asturiana se cifraba en 177.400 habitantes, tras haber perdido en el siglo anterior en torno al 25% de sus efectivos, reflejo de un régimen demográfico catastrófico propio de las sociedades preindustriales y resultado de la adaptación a los dos condicionantes exógenos que determinaban el tamaño de la población: las «hambrunas» o crisis de subsistencias y las epidemias. Las primeras estaban asociadas a rendimientos agrarios decrecientes que devenían en cosechas insuficientes, así como a «desastres» climáticos o naturales —sequías, pedrisco, heladas, avenidas...—. Las epidemias encontraban el mejor caldo de cultivo en la falta de salubridad —ingestión de agua no potable y de alimentos contaminados, inhalación de microorganismos infecciosos— y en la malnutrición crónica, responsable de las enfermedades endémicas más frecuentes —diarrea, tuberculosis, cólera, bocio, pelagra, tos ferina, rubéola, raquitismo, anemia—. Aunque en el siglo XVIII las epidemias perdieron intensidad, no dejaron de asolar el Principado en 1709-1711, 1770-1771 y 1787-1790. La recurrencia de estas mortandades no debe imputarse exclusivamente a accidentes exógenos. Es indispensable considerar los factores económicos subyacentes a las mismas: una fuerte presión fiscal y las elevadas rentas agrarias ponían las economías campesinas al borde de la subsistencia y sin margen de maniobra para amortiguar aquellas «hambrunas». En 1700 la población alcanzaba los 231.000 habitantes; en 1752 —censo de Ensenada— llegaba a los 327.000; y el censo de Godoy (1797) ofrecía la cifra de

364.238 almas, lo que supone un incremento secular del 60%. El elemento dinamizador más notable de aquella recuperación demográfica se debió a la difusión del maíz y de la patata. Ambos permitieron reorganizar el terrazgo: se eliminó el barbecho, se generalizaron las rotaciones múltiples, aumentó la extensión de las plantas forrajeras y el ganado pudo ser estabulado. Es decir, sin cambios en las relaciones de propiedad, los nuevos cultivos permitieron a las familias disponer de un mayor excedente de granos, mejorando así su alimentación y resistencia a la enfermedad. El crecimiento demográfico iba a intensificar la presión sobre la tierra. La solución provisional consistió en la subdivisión de las caserías, posibilitada por las mejoras en la productividad del trabajo y en los rendimientos por hectárea. Cuando, a la altura de 1750, este proceso toque techo, se pondrán en marcha otras estrategias de las que Jovellanos dará cuenta. En primer lugar, la generalización entre las familias campesinas de la búsqueda de ingresos complementarios mediante el recurso a la industria rústica y a la venta en mercados y ferias de sus producciones. En segundo lugar, las migraciones estacionales. La emigración ultramarina era la última válvula a que se recurría para escapar de la pobreza. Pero, más que los detalles, interesa conocer la posición de Jovellanos. Alejándose de las formulaciones propias de la «economía moral», en la Carta sobre la industria de Asturias (hacia 1795) no dudaba en escribir: Yo miro estas colonias de emigrantes que pasan los montes y se derraman a buscar su vida por toda la Península, como una exacta media del sobrante de su población. Y, ¿cree usted que entre tanto queda el país abandonado o desierto? Nada menos. Los que pasan allá, o no tienen caserías o las tienen de corta extensión y producto. Así, se nota que la mayor parte de los que van a residir por allá son de aquellos concejos donde, destinadas muchas tierras a pastos, quedan menos tierras laborables... 2.2. El mundo rural: «mayorazgos, monasterios e iglesias, son casi los únicos propietarios de Asturias» Si más del 85% de la población empleada se vinculada a las actividades agrarias, y si más del 75% del PIB regional procedía del campo, resulta lógico que Jovellanos prestase atención preferente al sector primario como articulador de la economía y sociedad asturianas. Al hacerlo, partía de un análisis realista. En su Informe sobre la libertad de las artes (1785), escribía: «La agricultura puede sólo aumentar la riqueza de un país hasta cierto punto, porque tanto el terreno cultivable como la perfección del cultivo tiene sus límites». Es decir, frente a la industria, las posibilidades de crecer a expensas del mundo agrario, tienen un límite productivo que una vez traspasado abocaba a rendimien-

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[pág. 161] Alfredo Truán

Vista panorámica de Gijón (Carretera carbonera Gijón-Langreo) 1858 Patrimonio Nacional Frente a la propuesta de Casado de Torres de canalizar el Nalón con vistas a la exportación del mineral de carbón de Langreo por el puerto de San Esteban de Pravia con destino a los arsenales y fundiciones, Jovellanos defenderá como alternativa la construcción de una «carretera carbonera» por su menor coste, por su mayor capacidad de transporte y por la mayor capacidad de embarque del puerto de Gijón. Su propuesta, rechazada, no se haría realidad hasta el siglo siguiente.

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tos decrecientes. La Carta sobre la agricultura (1795) ofrece un brillante análisis de los problemas estructurales del agro asturiano al final del Antiguo Régimen. El más grave era el derivado de la excesiva concentración de la propiedad. Los efectos de la amortización se trasladaban al mercado de tierras: la falta de circulación y el exceso de demanda hacían que «el rédito de la propiedad esté siempre en horrible desproporción» con su valor real. El resultado de esa falta de propiedad libre era responsable de las rentas elevadas y de la subdivisión de las caserías. La otra cara del minifundismo será el «asalto a los comunales» —«cavadas», «cierros», «borronadas»— con vistas a obtener cosechas suplementarias. La pobreza de los labradores asturianos y el recurso a actividades u oficios que completasen los ingresos del campo fue captada con agudeza por el viajero inglés Joseph Townsend. En 1786, al percatarse de la extensión de la industria popular en el mundo rural y de la extensión de las manufacturas textiles entre las mujeres, escribía: «su laboriosidad es hija de la pobreza y severa necesidad». El mismo viajero describía la descapitalización del campo asturiano al referir que en las proximidades de Oviedo, es decir, en una zona donde cabría esperar que el mayor grado de comercialización agrícola indujese cambios en las labores, «los arados son, sin duda los peores que he visto y quizá los más rudimentarios que la imaginación puede concebir». El horizonte rentista de los propietarios y su desinterés por la innovación o por la gestión de las explotaciones con criterios empresariales, dejaba en manos de los labradores cualquier iniciativa. La falta de recursos impedía a estos últimos abordar cambios en el utillaje, en las rotaciones o en la reordenación de cultivos. El déficit de granos se compensó con una mayor intensidad ganadera, merced a la mayor disponibilidad de montes y baldíos. No obstante, y como ocurría con la tierra, casi dos tercios de la cabaña ganadera pertenecía a los hacendados que la explotaban en régimen de aparcería o comuña. Otras fuentes de recursos descansaron sobre la extensión de la vid y los frutales, los esquilmos del ganado menor —cabras ovejas, cerdos—, la apicultura y la explotación de los recursos fluviales y forestales —caza mayor y volatería—. Pero ni siquiera en los concejos favorecidos por la extensión del maíz, la intensificación y ganancias de productividad se transmitieron a las relaciones sociales que gobernaban la propiedad de la tierra. Tanto el maíz como la patata actuarán como «cultivos de resistencia», es decir, orientados a fortalecer la subsistencia familiar y a soportar el crecimiento demográfico en una etapa en que los arriendos se revisaban al alza y se acortaban los plazos de los contratos. Cuando Jovellanos redacta su Carta sobre la agricultura (1795), la tensión población/recursos se acercaba a límites que presagiaban el ciclo de crisis de subsistencias y «hambrunas» que recorren los últimos años del siglo y primeros del siguiente: «En algunos concejos de Asturias sobran muchos brazos y la agricultura no puede contenerlos», escribía. Las recomendaciones que ofrecían tanto él como

la Sociedad Económica de Amigos del País —cercamiento de tierras, uso de abonos, difusión de nuevas plantas, especialización ganadera...— eran, como se dijo, inasumibles por los colonos: «de la laboriosidad de los colonos no se deben esperar mejoras». Sólo cabía pensar en reformas más profundas que diesen salida al estancamiento. Será en el Informe de Ley Agraria donde las aborde de forma sistemática. En él, Jovellanos ofrece un brillante esquema explicativo de los males estructurales de la agricultura, agrupándolos en tres categorías o variables. Los «estorbos políticos» eran los obstáculos de naturaleza institucional o jurídica: baldíos, amortización, mayorazgos y vinculaciones, privilegios de la Mesta, restricciones al libre comercio de granos, tasas de precios, excesiva presión tributaria..., entre otros. Los «obstáculos derivados de la opinión» respondían a las limitaciones técnicas y científicas, y a la escasa información y capacitación: desconocimiento de la agronomía, de la botá-

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Secretaría de Marina. Departamento Marítimo del Ferrol

Plano nº 46 del Río Nalón y nº 35 del horno de carbonización de La Riera, Riaño (Reales Minas de Langreo y Empresas del Nalón) Hacia 1794 Biblioteca Naval del Ferrol Las Reales Minas de Langreo y la canalización del Nalón, junto a los altos hornos de la Real Fábrica de Municiones de Trubia, formaban parte del proyecto de aclimatar en España las fundiciones «a la inglesa», es decir, en altos hornos alimentados con carbón mineral.

nica y de la silvicultura, así como de todo lo relacionado con la selección de suelos, semillas, abonado, labores, mejora de aperos... Por último, los «obstáculos derivados de la naturaleza» incluían la falta de riegos, el mal estado de la red viaria y de otras infraestructuras que afectaban tanto a la productividad agraria como a la adecuada comercialización de los excedentes. El programa de Jovellanos para enfrentar estas debilidades estructurales lo resumía en su conocido lema libertad, luces y auxilios. Es decir, para enfrentar los «estorbos» políticos, recomendará «libertad»: derogar los privilegios mesteños, liberalizar los arriendos, establecer la libre circulación de granos, contener la formación de mayorazgos y la amortización eclesiástica, permitir el cercamiento de tierras y el reparto de las tierras comunes. Al apelar a las luces hacía referencia a la necesidad de difundir las técnicas de la «nueva agricultura» y de los conocimientos agronómicos. Academias de agricultura y Sociedades Económicas, junto a la prensa y a las «cartillas rústicas», debían de ser la vía para combatir los «estorbos de la opinión», es decir, el empirismo y tradicionalismo que impregnaba las prácticas agrarias. Por ese medio, se divulgarían nuevos cultivos —leguminosas, forrajeras, plantas industriales...— y rotaciones, así como un utillaje más moderno. Finalmente, por «auxilios» entendía Jovellanos la necesidad ineludible del gasto público en infraestructuras —canales de riego, pantanos, caminos...—, tanto por sus efectos tanto directos o sectoriales sobre los cultivos, como por los indirectos —integración del mercado, mejora del abastecimiento, especialización agraria...

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Fotografía de una casería Museo del Pueblo de Asturias La casería era el núcleo vital de la comunidad campesina en la sociedad agraria tradicional, tanto en sentido antropológico como económico. Además de los procesos de socialización y de definición de los roles de cada individuo en la familia y en la comunidad aldeana, y de los de transmisión cultural, la casería era el centro productivo, la «fábrica» familiar en la que se reglamentaban la división sexual y funcional del trabajo.

En el programa jovellanista de reforma agraria, al Estado le asignaba una función subsidiaria respecto a la iniciativa privada: como en Adam Smith, el «interés propio» era el móvil o motor del crecimiento económico y las instituciones debían de estar a su servicio y despejar cuantos «estorbos» restringiesen la libre iniciativa privada. Será este mensaje el que, desde las Cortes de Cádiz, hagan suyo los liberales y reformadores del siglo XIX. Como es sabido, el Informe, perseguido por la Inquisición, fue redactado y vio la luz en el peor momento político: cuando los ecos de la revolución francesa propiciaban en España la transición hacia el «despotismo no ilustrado». 2.3. Completando la subsistencia: los recursos del bosque y de la pesca La superficie forestal asturiana —monte alto y bajo, matorral— suponía el 70% del espacio agrario. Ya se ha hecho referencia al carácter estratégico del bosque para las economías campesinas —pasto, cultivos temporales, leña, caza y volatería...—, para las manufacturas —mobiliario, aperos, duelas, cestería, husos, almadreñas, pértigas, pipas, maderas para construcción civil y naval...— y como combustible o fuente energética —hogares domésticos, fundiciones, hornos de fábricas de loza, cal...—. El crecimiento de la población y la extensión de las roturaciones, la creciente producción de hierro —aperos, clavazón, municiones— y la demanda de los arsenales para la construcción de la flota mercante y de la marina de la Armada, supusieron una demanda de madera que sobrepasaba la capacidad regenerativa

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José Manuel Martínez Legazpi

Llagar de pesa 2001 Museo del Pueblo de Asturias. Ayuntamiento de Gijón El excesivo precio del vino, debido a los elevados costes de su transporte a lomos desde Castilla, estimuló su sustitución por la sidra. En los concejos con pomaradas, más de un centenar de llagares se destinaban al prensado de la manzana para obtener la sidra dulce, posteriormente sometida a maduración.

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forestal. La deforestación fue ya denunciada por Feijoo en 1739. En 1748, se promulgaba la Ordenanza de Montes que colocaba bajo la jurisdicción de la Marina los «montes inmediatos al mar y ríos navegables». Su explotación supuso un auténtico expolio sobre los bosques asturianos, constantemente denunciada por los concejos ante la Junta General. Jovellanos se ocupó en múltiples ocasiones del tema. El desarrollo de la agronomía, silvicultura y botánica, prestaba argumentos a quienes comenzaban a mostrar tesis conservacionistas frente a quienes sostenían la inagotabilidad de los recursos. Pero los propios hechos acabarán mostrando las consecuencias de las acciones esquilmantes y descontroladas: desde mediados de siglo, el agotamiento de la madera condujo a un crecimiento exponencial de los precios del carbón vegetal. En muchos casos, ferrerías y fundiciones hubieron de apagar sus hornos. Será entonces, desde 1760, cuando comiencen a registrarse las primeras importaciones de hulla inglesa. Simultáneamente, el Consejo de Castilla daba los primeros pasos para promover la búsqueda de yacimientos de carbón fósil y para difundir su uso. Los Informes mineros de Jovellanos se redactan al calor de esta coyuntura. Pero, además, Jovellanos intervino en un debate doctrinal de gran interés y referido a la gestión de los espacios forestales: el relativo a la influencia de los derechos de propiedad sobre la eficiencia en la gestión y aprovechamiento de los bosques. En el Informe de Ley Agraria, Jovellanos se mostraba así de contundente: «Tengan los dueños el libre y absoluto aprovechamiento de sus maderas, y la nación logrará muchos y buenos montes». La pesca fluvial y marítima proporcionaba una fuente complementaria de ingresos y alimentación a las comunidades ribereñas de los ríos y a las villas litorales. Dos hechos adicionales rubrican la importancia de las pesquerías: el ya aludido déficit de cereales que padecía la región y el hecho de que las prácticas religiosas impusiesen el consumo obligatorio de pescado en los períodos de abstinencia cuaresmal. Las Ordenanzas de pesca, además de prescribir los tipos de arte, las vedas y los pozos y zonas de pesca, prohibían el uso de venenos y artes intensivos. También la pesca de mar en su diversas modalidades se hallaba rígidamente reglamentada: estaba reservada a los pescadores «matriculados», inscritos en las «listas» de la Armada, y bajo control de los gremios de mar. El hecho de que el acceso a los recursos pesqueros quedase condicionado al alistamiento militar afectó negativamente al sector: dado que España era un imperio colonial en el que los conflictos navales eran frecuentes, la matrícula de mar desincentivó la entrada de capitales y la creación de empleo. Jovellanos comenta en varias ocasiones la decadencia de las pesquerías asturianas, la falta de capturas y de flota, atribuyéndolas a aquella «odiosa» institución. Tampoco pasó desapercibido para Jovellanos el análisis de las conservas de pescado: ceciales o pescados salados y ahumados, salazones y escabeches, eran los

José Cuevas

«El telar», en La Ilustración Gallega y Asturiana, I, nº. 32 28 de noviembre de 1879 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII En el siglo XVIII, dado el aumento de la población, la elevación de las rentas agrarias y la fragmentación de las caserías, las manufacturas textiles domésticas constituyeron un pilar esencial para el sustento de las familias. El hilado y tejido de lienzos, y su comercialización en ferias y mercados, aportaban ingresos que permitían completar a los procedentes de la explotación agropecuaria.

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Ilustraciones sobre el arte de la pesca: marisqueo; estacadas; palangres..., en Sáñez Reguart, Diccionario histórico de los artes de la pesca nacional, lám. LV 1791-1795 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII Para las comunidades litorales, la pesca fluvial y marítima, así como el marisqueo de playa, representaba tanto una fuente indispensable de alimentación como de ingresos. Éstos últimos se obtenían mediante elaboraciones —pescado salado, salazones, escabeches— que permitían comercializar las capturas en los mercados interiores.

ramos de transformación que daban salida comercial a las capturas. Aunque algunas especies se comercializaban en fresco —salmones, lampreas, besugos—, eran la excepción. En verano, las altas temperaturas se sumaban a lentitud del transporte para dificultar la distribución en los mercados castellanos. De ahí que las conservas fuesen lugar de paso obligado para que la pesca superase los mercados locales y pudiese ampliar su radio de comercialización. Sin embargo, y en comparación con las técnicas extractivas —cerco, arrastre— y conserveras que los catalanes empleaban en las costas gallegas, las asturianas se hallaban notablemente atrasadas. Todo ello, señalaba Jovellanos, era el motivo de que la sardina salada o arencada que los catalanes obtenían de su bodegas y factorías gallegas desplazase a la asturiana en los mercados del norte de España. 2.4. Manufacturas y fábricas: ¿«dónde se hallarán capitalistas»? En su Carta sobre la industria de Asturias (hacia 1795), formulaba Jovellanos un breve pero certero diagnóstico sobre la causas del secular atraso de la industria en Asturias. Antes de exponerlo, realizaba una aproximación a la tipología fabril del Principado diferenciando entre «industria rústica», «industria popular» y fábricas. Muy extendidas las dos primeras, pero inexistentes las últimas. Y eran las fábricas el tipo de manufactura concentrada generadora de empleos y de valor añadido capaz de concentrar capitales, de incorporar tecnología que incrementase la productividad del trabajo y de producir a gran escala y exportabar a los mercados europeos o ultramarinos. Aunque Asturias contaba con algunas fábricas de curtidos y de loza, además de ferrerías y astilleros, estos establecimientos no lograban alterar la condición agraria de la economía regional. Al diagnosticar el atraso fabril, el ilustrado gijonés lo atribuía a las tres explicaciones ya apuntadas: falta de «luces», falta de capitales y empresarios y falta de infraestructuras. Carencias que, sumadas, acababan de dibujar un escenario de estancamiento del que, a juicio de Jovellanos, sólo se podría salir mediante intervenciones exógenas: los «auxilios» de la intervención pública serían los únicos capaces de romper aquel círculo vicioso de una economía agraria. 2.5. «Tanto se cultiva y se trabaja cuanto puede venderse y consumirse»: ferias y mercados, arrieros y trajineros, puertos y cabotaje La baja densidad de la red de caminos de rueda y de herradura, la escasa velocidad y capacidad de carga, la fuerte estacionalidad de la oferta de acémilas y las propias condiciones orográficas y climatológicas elevaban los costes de transporte. Dado que la mayor parte de los intercambios incorporaban productos de escaso valor por unidad de peso, resultaba imposible alcanzar economías de escala. La mayor parte del comercio interior se canalizaba de forma ambulante a través de los 60 mercados y 45 ferias que, en tiempos de Jovellanos, servían de punto

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de salida a los excedentes de las economías campesinas. En las villas y ciudades, la mayor división social del trabajo y los mayores niveles de renta y demanda posibilitaban una mayor especialización y la sedentarización de la oferta comercial y de servicios: mayoristas con lonja abierta, asentistas de abastos, mercaderes y comerciantes con tienda, estancos, tablajerías, tahonas, buhoneros, posadas y mesones conformaban un paisaje mercantil diferenciado, con mayor circulación monetaria y volumen de negocio. El comercio extrarregional revestía un carácter estratégico para una región deficitaria en granos y vinos. Más de un millar de arrieros y trajineros recorrían con sus recuas en primavera y verano los puertos de la divisoria de cumbres con la Meseta. En 1780, la balanza comercial arrojaba un déficit de 10 millones de reales: las exportaciones —ganado vivo, manteca, salazones de carne y pescado y, en

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menor medida, manufacturas de lienzos y clavazón— no cubrían más que un 30% del valor de las importaciones. El comercio terrestre se completaba con el cabotaje marítimo entre los puertos cantábricos: en este caso, la salida de maderas y carbones, compensaba las entradas —sal, vino, aceite, maíz, y hierro—. Los más de 120 embarcaciones de altura —pataches, quechemarines, bergantines y goletas—, propiedad de compañías y «negociantes» de Gijón, Avilés, Luarca, Llanes... constituían el sector mercantil más dinámico y con mayores posibilidades de acumulación de beneficios. ¿Qué análisis le merecía a Jovellanos el comercio regional? En uno de sus informes sobre la «carretera de Castilla» fechado en 1796, y refiriéndose a Galicia, Cantabria, León y Asturias, escribía: «Acaso se dirá que estas provincias no tienen en el día grandes sobrantes que extraer, pero el objeto del camino es que los tengan». Es decir, como Adam Smith, opinaba que era la ampliación del mercado el factor que potenciaría la especialización de las economías regionales. En tanto los mercados se mantuviesen fragmentados y aislados por la protección natural que les brindaban la distancia y los obstáculos físicos, cada comarca tendía a minimizar sus relaciones con el exterior y se orientaba a la subsistencia. La Ordenanza de 1749 y las medidas de 1761, creando la red radial de carreteras desde Madrid a las costas y fronteras, permitieron la apertura del paso de Guadarrama por Los Leones (1750) y de los caminos desde Castilla a Santander por Reinosa (1748-1753) y a Bilbao por Orduña (1764-1775). Estos dos últimos convertirán ambas provincias y sus puertos en la fachada marítima para las harinas y lanas castellanas. La marginación de Asturias sólo se rompe por el impulso de Campomanes desde el Consejo de Castilla. En 1767, logra la asignación de fondos para la «carretera de Castilla». En 1771, se iniciaban las obras bajo proyecto de Marcos de Vierna; en 1779, se concluían los 21 km del tramo Oviedo-Mieres y, entre 1782 y 1792, el de Oviedo a Gijón. Las dificultades por las que atravesó la Hacienda a finales de siglo, paralizaron las asignaciones presupuestarias. Las obras no finalizarán hasta 1826. Jovellanos no pudo ver realizado uno de sus proyectos más anhelados. Otra de las apuestas de Jovellanos en materia de infraestructuras fue la relativa a la mejora de la dotación portuaria de Gijón para convertirlo en el gran puerto de Asturias. Tal preferencia formaba parte de un plan integral para el desarrollo económico regional que vinculaba el puerto gijonés a la carretera a León por Pajares, a la «carretera carbonera» y a la necesidad de fomentar la marina mercante y carbonera. 3. Del carbón a los altos hornos, de la máquina de vapor al ferrocarril: Asturias, ¿la Sajonia española? En el siglo XVIII se iniciará el proceso acumulativo de cambios conocido como «revolución industrial». Tales cambios suelen singularizarse en la sustitución del

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V. P. Bécquer, «Un mercado en la costa», en La Ilustración Gallega y Asturiana, III, nº. 36 28 de diciembre de 1881 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII La producción campesina que no se consumía en los hogares se comercializaba en ferias y mercados. Además de la producción agraria y de quesos, mantecas y salazones de carne y pescado, se vendían manufacturas elaboradas en las caserías: lienzos de lino y lana, aperos de labranza, alfarería, almadreñas, clavazones y herrajes procedentes de las fraguas...

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«Vista del muelle viejo de Gijón», en La Ilustración Gallega y Asturiana, I, nº. 22, pág. 266 10 de agosto de 1879 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII Junto al mercado, los muelles constituían centros neurálgicos de contratación. Además de los astilleros de ribera, daban abrigo a las bodegas de salazones y esacabeches, a los tendejones en que se reparaban las redes y artes de pesca, a los almacenes donde los armadores comercializaban al por mayor los géneros importados por cabotaje —bacalao, mineral de hierro, lino—, a las lonjas donde las compañías de comercio contrataban sus ventas —cal, bacalao, lienzos, potes y clavazón, piedras de amolar, sidra...

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carbón vegetal por el mineral, del trabajo manual por el mecánico —máquina de vapor— y del transporte a lomos por el ferrocarril. Lo más notable de estas novedades es que permitieron incrementar la energía disponible al romper los límites que imponían el carbón vegetal y las fuentes hidráulicas y eólicas. Dado que el pilar energético de la industrialización descansaba sobre el carbón mineral, y sabiendo que Asturias disponía de grandes reservas hulleras, no deben extrañar las expectativas depositadas en la economía regional: «donde hay carbón, hay de todo», se llegará a decir. Los hechos son tozudos y será Jovellanos quien, al analizarlos, constate que poseer carbón era una condición necesaria, pero no suficiente para arribar a la tierra prometida de la industrialización. 3.1. Del carbón vegetal al mineral: Asturias, fuente de energía La regulación por la Ordenanzas de montes de 1748 del acceso a los recursos forestales era el síntoma más evidente de que los recursos madereros comenzaban a escasear. La conciencia acerca de la urgencia de la transición energética contaba con sobradas evidencias: entre otras, el hecho de que las fundiciones de artillería de Liérganes y La Cavada, en Santander, tuviesen que cancelar campañas de fundición por falta de madera. Por tal motivo, desde 1763, la Secretaría de Marina comienzan a realizarse las primeras importaciones de hulla inglesa para aclimatar su uso en los arsenales del Ferrol y en la fábrica de cañones de Sevilla. En 1770, se realizaban los primeros contratos con asentistas asturianos para surtir a los arsenales del carbón extraído de nueve minas localizadas en los concejos de Siero, Langreo, Lena y Nava. Entre 1772 y 1787, los yacimientos explotados eran ya 117. En 1783, con la llegada de Antonio Valdés y Bazán a la Secretaría de Marina, se multiplican los esfuerzos para implantar la «fundición a la inglesa». Tras diversos ensayos sin éxito, se envía al ingeniero Casado de Torres, director del aserradero de La Carraca, a Inglaterra. Ya en estos años iniciales iban a ponerse de relieve los problemas que a largo plazo iban a condicionar la competitividad de la minería asturiana: los relativos a la calidad y eficiencia térmica de los carbones —alta proporción de menudos, impurezas...—, y a los costes de transporte —desde bocamina a los puertos de embarque, y desde éstos a los destinos finales—. En el primer caso, se empleaban carros de bueyes, y en el segundo, pataches de 25 a 75 tm de registro. La fragmentación de las cargas y la falta de retornos en el caso del cabotaje marítimo eran responsables de que los acarreos y fletes supusiesen más del 90% del coste final en destino del carbón asturiano. Por otro lado, el carbón se extraía a cielo abierto: era la «minería de paisanos», de baja productividad y rendimiento. La intervención de Jovellanos en los problemas mineros arranca en 1789, cuando, por real orden de 18 de noviembre, Jovellanos es comisionado por la Secretaría de Marina para elaborar un plan estratégico sobre el sector. Las aportaciones

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Gaspar Melchor de Jovellanos Borrador del Informe de Ley Agraria 1795. Manuscrito de José Acebedo Villarroel, con numerosas correcciones autógrafas de Jovellanos Archivo Municipal de Gijón Jovellanos redactará durante los años del «destierro gijonés» el que será el texto más representativo y europeo de la Ilustración española, el Informe de Ley Agraria. A las críticas a la Mesta, a los baldíos y comunes, a las tasas sobre los precios del grano, a los mayorazgos y a la amortización eclesiástica y señorial, añadía propuestas para la reforma del que constituía el principal sector de la economía nacional.

de Jovellanos se centrarán en los tres aspectos que más controversia iban a suscitar en estos años: los relativos a los derechos de propiedad sobre la minas, los problemas de transporte y los referidos a las dificultades técnicas para aplicar la fundición «a la inglesa».

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Real Cédula de 26 de diciembre de 1789 en que se establecen las reglas que han de observarse en el modo de beneficiar los minerales de carbón de piedra Biblioteca Nacional de España Frente a las pretensiones de las compañías que pretendían monopolizar tanto la extracción como el comercio de carbones, Jovellanos mantuvo posiciones liberalizadoras: la libre extracción y comercio del mineral, al estimular la competencia, permitirían una mayor producción y mejores precios.

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3.2. El problema del transporte: de la canalización del Nalón a la carretera carbonera El debate sobre los medios de abaratar la conducción de carbones entre Sama de Langreo y los puertos de San Esteban de Pravia y Gijón, dará lugar a serios desencuentros entre el ingeniero de la Armada, Casado de Torres, y Jovellanos. En los Informes mineros y, particularmente en el Borrador sobre construcción de una carretera carbonera a Langreo (1791), el lector encontrará todos los detalles sobre la polémica. Casado de Torres, tras su estancia en Inglaterra y habiendo quedado deslumbrado por la reducción de costes de transporte que suponía la red de canales allí desarrollada, pretende buscar una solución análoga para Asturias. En 1791, planteaba a la Secretaría de Marina la canalización del Nalón a partir de previsiones que nunca habrían de cumplirse. Suponía que, una vez canalizado el río, se podrían colocar en San Esteban 100.000 quintales/año a un precio de 1 real el quintal. Argumentaba que para movilizar por tierra esa misma cantidad, harían falta utilizar 10.000 carros de bueyes al año, y aun así el precio final del quintal superaría los 3 reales. La Marina, con más recursos que la Superintendencia de Caminos, aprobó el proyecto. En 1791, se creaba una empresa pública, las Reales Minas de Langreo y Empresas del Nalón, y ese mismo año comenzaban las obras de canalización del río a lo largo de 65 km y, simultáneamente, las de corrección de su cauce, las de construcción de un camino de sirga y las de acondicionamiento del puerto de San Esteban. El presupuesto ascendía a 3.400.000 reales. Apenas iniciadas las obras, surgieron los primeros problemas: la inundaciones y avenidas invernales impedían la regularidad de los trabajos; las obras de corrección del cauce dispararon el presupuesto. En 1797, Jovellanos critica el dispendio del proyecto y el incumplimiento de previsiones: su Informe sobre navegación del Nalón (1797), ofrecía pruebas contundentes sobre el fracaso del proyecto. Una inspección ordenada por la Armada en 1800 señalaba que se llevaban gastados 13 millones de reales; que de 1 millón de quintales extraídos, solo 377.000 se habían transportado por el río; que de las 72 chalanas mayores y 22 menores habilitadas, únicamente funcionaban 30 por falta de personal cualificado; que los salarios de los 500 operarios lastraban las cuentas y, lo más importante, que el coste del quintal en el puerto de San Esteban superaba los 12 reales. A la vista de aquella inspección, una real orden de 1 de octubre de 1803 aconsejaba «olvidar el transporte de carbón por el río y conducirlo por carretera a Gijón». La Empresa del Nalón era abandonada. Es entonces cuando entra en escena la carretera carbonera de Sama de Langreo a Gijón por Siero. Con un trazado de 40 km, un coste de 1.500.000 reales, y con ramales a Oviedo, Villaviciosa y Avilés, acortaría en un 60% la duración de la conducción del transporte efectuado por más de 400 carros de bueyes y caballerías por el camino de herradura durante los 174 días al año en que el camino era practica-

ble. La previsión era pasar de los 17.000 a los 70.000 quintales/año de carbón, estimándose el precio final del quintal en 2 o 3 reales. La invasión francesa, la guerra, la emancipación colonial y los problemas de la Hacienda paralizaron la demanda militar de carbón hasta después de 1814. 3.3. De la marina carbonera al Musel, de la siderurgia al ferrocarril: el Real Instituto Asturiano Jovellanos, conocedor de las limitaciones de la demanda regional de carbones, confiaba la viabilidad de la minería asturiana a la demanda nacional, tanto privada como pública. Por lo mismo, en su Proposición para el abaratamiento de los fletes (1791) no dejará de insistir en la necesidad de estimular la construcción naval con el fin de que Asturias contase con una «marina carbonera». Lógicamente, esta propuesta era una pieza más de un plan en el que se incluían la «carretera de Castilla», el Real Instituto de Náutica y Mineralogía, la ampliación del puerto de Gijón, la creación de una moderna siderurgia y el proyecto de un ferrocarril desde las minas a los puertos de embarque. Todo ello, con la imagen de la revolución industrial inglesa como telón de fondo. En 1789, en su más conocido texto sobre minas, el Informe sobre el beneficio del carbón de piedra y utilidad de su comercio, con sentido de anticipación, anotaba: No sólo han abierto canales hasta el mar para aprovechar las minas más interiores de Escocia, sino que han construido caminos de hierro de una y dos leguas para conducir el carbón desde ellas hasta los canales. Dos barras paralelas sentadas sobre el terreno a la distancia que señala la extensión del eje, reciben las ruedas, cuyo calce corre encajado en una muesca de su misma anchura abierta en la barra. Resulta, pues, de una facilidad increíble en el movimiento de los carros, los cuales, deslizándose rápidamente sobre las barras, no solo hacen su viaje con la mayor celeridad, sino que también llevan con poco ganado y sin fatiga una carga enorme. Tales son los medios que toman las naciones ilustradas para asegurar a los efectos de su comercio una concurrencia segura y ventajosa.

Real Cédula de 24 de agosto de 1792 en que se establecen las reglas que han de observarse en el modo de beneficiar las minas: se permite el libre comercio y se conceden varias gracias para promover su tráfico y extracción (sobre beneficio minero y libertad de comercio) Biblioteca Nacional de España Siguiendo las propuestas de Jovellanos, la legislación minera, además de mantener criterios liberalizadores en cuanto a explotación y comercio, alentó nuevas iniciativas, como la creación del Real Instituto de Náutica y Mineralogía para la formación de técnicos en minas y de pilotos al servicio de la marina mercante carbonera.

Gijón, naturalmente, sería el puerto minero e industrial de Asturias. A esa función, se añadían otras ya comentadas: la de servir de fachada marítima o cabecera para las lanas, vinos y harinas de la Meseta en su camino hacia los mercados europeos y coloniales e, igualmente, la de convertirse en trampolín para los mercados americanos, liberalizados desde 1778. Es en este contexto en el que cobra sentido su pionera Proposición de una Escuela de Náutica y Física para educar pilotos y buenos marinos (1791) y que dará origen al Real Instituto.

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[pág. 175] Gonzalo de Buergo

Plano que demuestra la figura que hace el Puerto de San Esteban de Pravia, su río y el de Narcea con todas sus vueltas hasta la unión del río que llaman de Arganza con el expresado Narcea 31 de agosto de 1765, Avilés Archivo General de Simancas Frente a la tesis de Jovellanos, partidario de una «carretera carbonera» para dar salida por el puerto de Gijón al mineral de carbón procedente de las cuencas hulleras, la Armada acabará por asumir la alternativa propuesta por el ingeniero Casado de Torres. Este último sostenía la idoneidad de canalizar el río Nalón para la exportación del mineral de carbón de Langreo por el puerto de San Esteban de Pravia, proyecto que se saldaría con un estruendoso fracaso comercial y financiero.

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Por último, Jovellanos abordará los problemas de la fundición «a la inglesa». La deforestación condicionaba la producción de los altos hornos que fundían con carbón vegetal. La guerra contra la Convención francesa (1793-1795) y la destrucción de las fundiciones pirenaicas planteó al Gobierno graves problemas para el surtimiento de artillería y municiones. Es entonces cuando se decide la creación de las Reales Fábricas de artillería y de armas en Trubia y Oviedo (1794). Será también la ocasión para ensayar la fundición con carbón mineral. Jovellanos, en tres de sus «informes mineros» —Apuntes varios sobre Langreo y Gijón (1793), Informe reservado sobre La Cavada (1797) e Informe sobre la fábrica de Trubia (1797) —, se ocupará con cierto detalle de tales ensayos. No tardará en mostrarse muy crítico con el emplazamiento elegido: a diferencia de en Trubia, en Siero —dirá— se dispone «de carbón a mano y de un horno de carbonización». Posteriormente, cuando se iniciaron los ensayos para fundir, volvía a coger la pluma para observar que el mineral fundía bien, pero el hierro «cuajaba al recibir las más ligera impresión del aire exterior». Fallaban los sistemas de inyección de aire, el revestimiento de los hornos, el proceso de obtención del coque... En todo caso y tras incontables gastos, Trubia volvía en 1800 al carbón vegetal. La valoración final del gijonés era contundente: «De todo lo que va expuesto resulta una consecuencia bien triste y una lección harto saludable para el Gobierno. Los hechos prueban que el amor a la novedad ha sido la primera y única causa de tantos desperdicios». Lamentaba que el Gobierno no hubiese recabado toda la información técnica precisa antes de lanzarse a un proyecto de tal calado: «Que este escarmiento debe hacer abrir los ojos para que el Gobierno no se arroje a establecer la fundición de artillería con carbón de piedra antes de asegurarse que la logran por este medio: primero “buena” y, segundo, “barata”». Jovellanos no se equivocó: el quintal castellano de municiones de Trubia le costaba a la Armada 107 reales, frente a los 67 reales a que salía el obtenido en la fundición privada que Antonio Raimundo Ibáñez había levantado en Sargadelos. Tras la guerra de Independencia, Trubia apagará sus hornos hasta 1844. Jovellanos, como en otros casos ya comentados, tampoco llegaría a ver coronado por el éxito otro de sus acariciados proyectos: la producción de hierro y acero en altos hornos al coque. A modo de conclusión, cabría recordar que lo importante del legado de Jovellanos no radica tanto en la materialización de su programa industrial y modernizador, pensado para ejecutarse en el largo plazo, cuanto en lo que aquél tenía de compromiso con Asturias. Un compromiso que se vinculaba a cambios institucionales de signo liberal, al reconocimiento de la ciencia aplicada como vía para mejorar la productividad del trabajo, a un patriotismo ilustrado alejado de todo localismo... Pero, como señalara Llombart, a Jovellanos le tocó vivir en un tiempo,

el de la «Ilustración tardía», en el que los ecos revolucionarios de Francia estaban facilitando el camino al «despotismo no ilustrado». Cabría añadir que buena parte del programa reformador de Jovellanos, especialmente el que se expresa en las páginas del Informe de Ley Agraria, habría necesitado contar con una mínima base social crítica que lo apoyase, y que, como es sabido, brillará por su ausencia. bibliografía ADARO RUIZ-FALCÓ, Luis, Datos y documentos para una historia minera e industrial de Asturias, I: los comienzos del carbón de piedra y de los hornos de cok, Gijón, Real Instituto Asturiano, 1981. ANES ÁLVAREZ, Gonzalo, Historia de Asturias: Edad Moderna, II: el Antiguo Régimen: economía y sociedad, Vitoria, 1977 FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, José Manuel,«Edad Moderna», en Adolfo Fernández Pérez y Florencio Friera (coords.), Historia de Asturias, Oviedo, KRK Ediciones, 2005, págs., 345-503. LLOMBART ROSA, Vicent y Joaquín OCAMPO SUÁREZ-VALDÉS (eds.), Gaspar Melchor de Jovellanos: Obras completas, X: Escritos económicos, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII/Ayuntamiento de Gijón/KRK Ediciones, 2008. OCAMPO SUÁREZ-VALDÉS, Joaquín, Campesinos y artesanos en la Asturias preindustrial, 1750-1850, Oviedo, Silverio Cañada Editor, 1990. PERIBÁÑEZ CAVEDA, Daniel, Comunicaciones y comercio marítimo en la Asturias preindustrial, 17501850, Gijón, Junta de Obras del Puerto, 1992. RODRÍGUEZ MUÑOZ, J. (dir.), Diccionario Histórico de Asturias, Oviedo, Editorial Prensa Ibérica, 2002.

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[1] Secretaría de Marina. Departamento Marítimo del Ferrol

Plano nº 191 y nº 14 del puerto de San Esteban de Pravia Hacia 1794 Biblioteca Naval de Ferrol Inspirándose en el modelo minero inglés, el ingeniero de la Armada Casado de Torres defenderá la canalización del río Nalón para la exportación del mineral de carbón de Langreo por el puerto de San Esteban de Pravia. En cambio, Jovellanos sostenía como alternativa la construcción de una «carretera carbonera», por su menor coste, por su mayor capacidad de transporte y por la mayor capacidad de embarque del puerto de Gijón. Su propuesta, rechazada, no se haría realidad hasta el siglo siguiente.

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Grabados sobre herramientas mineras en M. Morand, L’art d’exploiter les mines de charbon de terre. De l’extraction, de l’usage et du commerce de charbon de terre, París

Grabados sobre explotaciones mineras, en Recueil de planches sur les sciences, les arts liberaux et les arts mechaniques avec leur explication, París

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1768

Biblioteca Nacional de España

Biblioteca Nacional de España

La llamada «minería vecinal» o «minería de paisanos», realizada por los propios campesinos en explotaciones a cielo abierto y empleando útiles y equipos rudimentarios, desconocía los principios de la «arquitectura subterránea» y los equipos de extracción propios de la minería industrial.

A diferencia de la minería preindustrial o precapitalista representada por las explotaciones vecinales, que constituía una prolongación de las faenas agrarias y que se desarrollaba a cielo abierto, las explotaciones industriales se acomodaban a los principios de entibación y extracción propios de la «arquitectura subterránea».

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Ignacio Muñoz

Plano de oficinas, edificios y demás obras necesarias para plantear la fábrica de municiones, sobre las aguas del río Trubia, arreglado al proyecto del ingeniero director de marina, D. Fernando Casado de Torres (Real Fábrica de Municiones de Trubia) 1794 Archivo General de Simancas La destrucción de las fundiciones pirenaicas durante la guerra contra la Convención francesa (1793-1795), así como el agotamiento de las reservas forestales para producir carbón vegetal, estimularon la creación del complejo siderúrgico de Trubia en el que trataría de implantarse el uso del carbón mineral.

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Gaspar Melchor de Jovellanos

Convocatoria de la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias 11 de agosto de 1782 Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII Jovellanos propone la creación de becas para cursar estudios científico-técnicos en el extranjero, orientados al conocimiento de las técnicas mineras utilizadas en otros países industrializados

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Anónimo, antiguamente atribuido a Goya

Retrato de Don Gaspar Melchor de Jovellanos Hacia 1797 Fundación Lázaro Galdiano Jovellanos sostiene en una mano un ejemplar del Informe de ley agraria, su obra más querida y la que le haría merecedor de un lugar destacado en la historia del pensamiento económico español y europeo. En él, además de introducir en España las tesis liberales de Adam Smith, proponía un ambicioso programa de reforma agraria que guiará la política agraria liberal de la centuria siguiente.

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Poderosos y humildes: una sociedad polarizada Ángeles Faya Díaz. Universidad de Oviedo

1. Introducción: el aumento de la población y sus consecuencias A pesar de las frecuentes crisis demográficas, la población de Asturias fue creciendo a lo largo de la Edad Moderna. En el siglo XVII, gracias a la introducción del maíz, la población, a diferencia del estancamiento demográfico del conjunto de España, siguió creciendo en la fachada cantábrica. En este siglo, el maíz se fue afirmando frente a los cereales tradicionales debido a varias ventajas: estaba mejor adaptado al clima atlántico, tenía mayores rendimientos y era, al mismo tiempo, cereal panificable y forrajero. Unido a la generalización del maíz, la población del Principado sigue creciendo en el siglo XVIII, sobre todo en la segunda mitad, tal como indican los censos: se pasa de unos 290.000 habitantes aproximadamente en 1752 según el Catastro de Ensenada, a 348.000 en 1787 y a 365.000 en 1797, según los censos de Floridablanca y de Godoy respectivamente. Este crecimiento poblacional asturiano lleva, como en el resto del norte de España, a unas densidades de población muy elevadas (33 hab./km2 en 1787), que no van acompañadas de un aumento de la urbanización ni de un crecimiento importante de la economía en los sectores agrario, industrial y comercial. Fueron necesarios por ello mecanismos autorreguladores del aumento demográfico: retraso de la edad del matrimonio y elevación de la tasa de soltería; también se intensificó la emigración que, como decía Jovellanos, era «como una exacta medida del sobrante de su población». Asturias tenía una economía muy atrasada; la renta per cápita según el Censo de Frutos y Manufacturas de 1799 era en Asturias de 264 reales, la más baja de toda España. Los importantes desequilibrios del viejo sistema agrario trajeron graves problemas sociales, sobre todo en los años de crisis agrarias; muy especialmente la escasez de cereales trajo subida de precios y, finalmente, endeudamiento campesino y pérdida de poder adquisitivo de las clases populares urbanas. 2. Las clases privilegiadas La sociedad de la Edad Moderna es estamental, aunque en el periodo en el que nos centramos muestra ya algunos síntomas de descomposición. Esta sociedad se caracteriza por la desigualdad ante la ley; nobleza y clero son estamentos que gozan

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Memorial: Causas de la decadencia de los labradores de Asturias y medios de restablecerla, sin perjuicio de los propietarios. Presentado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad de Oviedo Hacia 1780, Oviedo Real Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la presión demográfica sobre la tierra se tradujo en la elevación de las rentas agrarias, en la división de las caserías y, en general, en un empobrecimiento del campesinado. Las tensiones sociales fueron reflejo de los excesos de la amortización señorial y eclesiástica denunciados por Jovellanos. Otros memoriales presentados en imágenes en páginas posteriores.

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Ordenanzas aprobadas por S. M. para el régimen y gobierno del Hospicio y Hospital Real de Huérfanos, Expósitos y Desamparados 1752 Real Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo El reformismo borbónico pretendió la reforma y secularización de la beneficencia tradicional. Los hospicios constituyeron una pieza de esa reforma destinada a combatir la ociosidad y a dar empleo y ocupación a la población marginada.

de privilegios de carácter jurídico, fiscal y militar, además de diversas preeminencias de tipo social y político. En Asturias, hay una elevada proporción de hidalgos y pocos pecheros, por lo que éstos tenían una situación bastante penosa, sobre

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todo un estatuto muy degradado, no contando en general con presencia política en sus municipios. Pero los que se enriquecen consiguen a menudo pasar al padrón de los hidalgos, tras sobornar a empadronadores y justicias locales. En la base de la escala nobiliaria estaban los meros hidalgos, que trabajaban la tierra o ejercían diversos oficios, siendo a veces muy pobres. Con los Borbones se va a plantear la incorporación de los hidalgos asturianos a los servicios de armas, pero ellos se oponen a este ataque a sus privilegios. Tras pleito con los pecheros en 1752 consiguieron que se les guardasen, pero el descenso del número de pecheros lleva a que, desde 1777, se incluya en la leva a los hidalgos más pobres, preservando de quintarse solamente a los caballeros. Finalmente, en 1807 una real orden fijó en 2.000 ducados la renta anual mínima de los que no debían ser incluidos en los sorteos; así, frente a los privilegios heredados, poco a poco la riqueza se fue convirtiendo en la base de la organización social. La nobleza La capa social más alta de la nobleza y del clero forma lo que se puede llamar la elite dominante y dirigente de la sociedad, que acapara la riqueza y el poder en Asturias. Posee la mayor parte de los bienes, sobre todo tierras y señoríos. En cuanto a su comportamiento económico es rentista, ya que normalmente no explota directamente sus bienes. Como dice Jovellanos en la Carta sobre la Agricultura «los mayorazgos y los monasterios e iglesias son casi los únicos propietarios de Asturias». En vísperas de la desamortización, Antonio Oviedo y Portal estimaba en nueve décimas partes los bienes raíces afectados por las vinculaciones. Los libros del Mayor Hacendado, incluidos en el catastro de Ensenada, nos permiten conocer quiénes eran los mayores hacendados de los distintos concejos a mediados del siglo XVIII; nos acercan, por tanto, a los grandes patrimonios eclesiásticos y laicos, como veremos a continuación. A lo largo de toda la Edad Moderna, la nobleza y las comunidades religiosas invirtieron en tierras que compraban a campesinos endeudados, lo que les llevó a acrecentar por esta vía su patrimonio de modo importante. Dentro del bloque social dominante, hay que destacar en primer lugar a la nobleza titulada y a algunos caballeros e hidalgos de solar conocido, que poseen muchas propiedades rústicas, destacando los marqueses de Marcenado y de Valdecarzana, la casa Valdés de Gijón, los Peón de Villaviciosa, los marqueses de Ferrera y de Camposagrado. Aún en el siglo XVIII, la nobleza tenía prejuicios contra la inversión en industria y comercio. Además, a partir de las leyes de Toro de 1505, las casas nobiliarias habían creado mayorazgo y luego siguieron vinculando sus bienes; posteriormente, las políticas matrimoniales permitieron que algunas familias absorbieran a otras, acumulando así mayorazgos. De este modo,

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Fotografía del Monasterio de Corias, reedificado tras el incendio de 1763 Monasterios e iglesias eran en opinión de Jovellanos, «casi los únicos propietarios de Asturias». Las rentas eclesiásticas y los diezmos permitían fuertes ingresos y saneados recursos, cuya mejor expresión eran los ricos edificios que servían de morada a la clase más poderosa de la región.

el marquesado de Marcenado llegó a poseer unos 18.000 ducados de renta anual, según datos de 1762. Es una cifra importante para Asturias, pero muy baja si la comparamos con la de la alta nobleza castellana; otras casas tenían rentas menores. Por otro lado, la compra de cargos municipales a los Austrias a lo largo de los siglos XVI y XVII fue fundamental para la afirmación en el poder local y provincial de la capa más alta de la nobleza asturiana. Va a traer la oligarquización de los concejos, siendo la base de abusos y corrupción; también reafirmará a la Junta General del Principado como un foro nobiliario. Aparte de su poder económico y político, el ascenso en la escala nobiliaria lo conseguía la nobleza a través de servicios a la Corona bien de carácter militar, bien en la administración; también tras su ingreso en la Iglesia. Algunos consiguen vivir y servir en la Corte; no debemos perder de vista que la cercanía al rey es fuente de todo tipo de honores. Estos diversos servicios les permitieron recibir hábitos de órdenes militares y títulos nobiliarios. Nobles asturianos consiguieron, a lo largo del siglo XVIII, casi un centenar de hábitos de Santiago, Calatrava, Alcántara y de la orden de Carlos III. Igualmente, sabemos de 18 títulos concedidos por los Borbones a casas asturianas, los cuales se añaden a los 16 dados por los Austrias en el siglo anterior. Por méritos militares, recibieron sus títulos los marqueses de Casa Tremañes, Real Transporte y Vistalegre; por servicios relevantes en la administración, los marqueses de Santa María del Villar y Campo de Villar y el conde de Campomanes. Asimismo, algunos emigrantes enriquecidos en América lograron un título a lo largo del siglo por diversos servicios, incluso pecuniarios, pudiendo integrarse de este modo en la alta sociedad americana,

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Fotografía del palacio del marqués de Camposagrado, actual Audiencia de Oviedo Junto a los monasterios, las casas nobiliarias asturianas y sus mayorazgos detentaban la propiedad de la mayor parte de tierras y ganados, el control sobre los montes, el poder en los ayuntamientos... Los palacios urbanos y las casonas solariegas eran fiel reflejo de su preeminencia social.

tales como el conde de Valle de Oselle y los marqueses de Casa Estrada y de Premio Real. Estos títulos suponían para sus poseedores duras cargas —pago de medias annatas y lanzas—, adeudando algunas casas fuertes cantidades a la Hacienda estatal. En realidad, el comportamiento económico de la nobleza perjudicó mucho a la economía asturiana. Hubo pocas inversiones y muchos gastos: compra de cargos e inversión en honor. Además, para los nobles, vivir según su estado significaba tener palacios suntuosos, abundante servicio doméstico, creación de patronatos y capillas, formas de publicitación de las casas que llevaron a algunas al endeudamiento. Por esta razón, difícilmente podían invertir en actividades productivas los capitales que no tenían. El clero Dentro de las elites asturianas, hay que tener presente al clero que, a diferencia de la nobleza, dispone de solvencia económica. Destaca por su riqueza y prestigio social y su influencia deriva de que educa las conciencias; tiene incluso un poder coactivo sobre las costumbres. En primer lugar, debemos diferenciar dos grandes categorías: el clero secular y el regular. A mediados del siglo XVIII, son unos 1880 y 560 personas respectivamente, según Adolfo Menéndez, cifras bajas si las comparamos con las del conjunto español debido a la pobreza de nuestra región. Por otra parte, por motivos económicos, la distribución del clero es irregular, más abundante en la ciudad de Oviedo y en las villas más pobladas que en el mundo rural, en especial el clero regular.

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[Pág. 189] Francisco Reiter Elcel

Retrato de Agustín González Pisador, obispo de Oviedo 1781 Museo de la Iglesia. Oviedo El obispado de Agustín González Pisador (1760-1791) sintonizó con la política ilustrada y regalista de Carlos III: dio por buena la expulsión de los jesuitas en 1767 y colaboró con la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, especialmente en actividades de beneficencia.

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Los eclesiásticos estaban muy jerarquizados; había una estratificación interna, un alto y un bajo clero. Contaba el obispado de Oviedo a fines de los años cincuenta con unos 33.500 ducados de valor líquido, procedentes sobre todo de diezmos, lo que es un nivel de rentas medio respecto al resto de los obispados españoles. En la cúspide de la Iglesia asturiana, estaba en este tiempo el obispo Agustín González Pisador (1760-1791), prelado reformista en buena sintonía con la política ilustrada y regalista de Carlos III, que dio por buena la expulsión de los jesuitas en 1767, según González Novalín. Esa tendencia le llevó también a colaborar con la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, especialmente en actividades de beneficencia; y ello a pesar de que vivió en Benavente buena parte del tiempo de su largo gobierno de la diócesis. Igualmente, impulsó la creación de dos cátedras de medicina en 1786. Posteriormente, coincidiendo con tiempos convulsos, el episcopado de Juan de Llano Ponte (1791-1805), descendiente de la casa avilesina de este nombre, tendrá una orientación más conservadora, incluso reaccionaria. Por debajo del obispo estaba el cabildo de la catedral de Oviedo, que era un órgano colegial con un prestigio superior al del resto del clero y una importante dotación económica, la mayoría procedente de rentas de tierras y de diezmos. Muchos canónigos son segundones de las principales casas nobles de la región. Sabemos que en 1762 entre los prebendados, había 36 canongías, que percibían anualmente entre 12.000 y 18.000 reales según datos de la visita ad liminam del año 1791. Por otro lado, estaban otras iglesias colegiales; tenemos las abadías de Tuñón, Arbás, Teverga y Covadonga, cuyas rentas en el año 1725 oscilaban entre los 4.000 ducados de la primera y los 1.000 de la última. En la base del clero secular estaban los curas y capellanes. Había algo más de mil curatos, muchos de pequeño tamaño, cuyos ingresos se reducían generalmente a una parte mínima de los diezmos de la parroquia. Por ello, Pisador fijó la congrua de los párrocos en 60 ducados anuales, incluso haciendo anexiones o desmembraciones de algunas parroquias. El obispo se esforzó también por mejorar el nivel intelectual, la actividad pastoral y la disciplina del clero a través de diversos proyectos, pero no siempre puestos en práctica. Por otro lado, dentro del clero regular también existían grandes diferencias de riqueza y de rentas entre los distintos monasterios y conventos, derivadas sobre todo de bienes rústicos. Algunos también se dedicaban a la enseñanza y a la predicación. En primer lugar, había en Asturias doce monasterios masculinos y femeninos, de los cuales ocho eran benedictinos y cuatro cistercienses. En segundo lugar, tenemos doce conventos: siete son de frailes de diversas órdenes —franciscanos, dominicos, mercedarios y jesuitas—; entre los cinco femeninos, había agustinas recoletas, dominicas y clarisas. Como ejemplo de las diferencias de riqueza entre ellos, mientras el convento de agustinas recoletas de Gijón era pobre, el monaste-

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Memorial: La memoria que se desea sobre los medios de restablecer a los labradores de su decadencia. Presentado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad de Oviedo Hacia 1780, Oviedo Real Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo

rio benedictino de San Pelayo, también femenino, percibía a principios de los años sesenta unos 11.000 ducados anuales, según J. A. Álvarez Vázquez. Los eclesiásticos vivían en general mejor que los laicos, ya que poseían en Asturias una importante riqueza. En efecto, el clero disponía de patrimonios muy saneados en los que se incluían bienes rústicos, señoríos, censos, diezmos y otros derechos eclesiásticos. Destaca la propiedad territorial; como mayores hacendados a mediados del siglo XVIII están el monasterio de Corias en la zona occidental y el de Celorio en la oriental, con unas utilidades evaluadas por el catastro de Ensenada en 47.941 y en 10.592 ducados respectivamente. También el cabildo de la catedral tiene importantes patrimonios en el centro y occidente de Asturias. Muchas propiedades, pero más dispersas geográficamente, poseen igualmente los cenobios de San Vicente y de San Pelayo. 3. Las clases productivas Aparte de las clases privilegiadas, con un comportamiento rentista, tenemos que estudiar las clases productivas, ya que la mayor parte de los asturianos vivía de su trabajo. Hay que analizar, en primer lugar, la situación del campesinado, grupo mayoritario en una región con una economía básicamente agraria. También tendremos en cuenta a los pescadores, tan importantes en la sociedad de las villas marítimas. Hablaremos luego de los artesanos y de los comerciantes y profesionales como representantes de los sectores manufacturero y de servicios, ambos con una presencia más bien escasa en la región. Por último, trataremos la pobreza y la política social seguida con los pobres por el estado borbónico desde una óptica ilustrada. Como podremos ir viendo, en el seno de los citados sectores sociales hay acusadas diferencias en el modo de vida, riqueza y nivel de rentas. El campesinado La población asturiana en su mayoría se dedica a la agricultura; este sector ocupa el 71,5% de su población activa frente al 7,2 % de la industria, según datos de 1797. Pero, como ya dijimos, el crecimiento demográfico es mayor que el de la producción agraria; ésta, cada vez más deficitaria, fue incapaz de alimentar a la población y por ello los precios y las rentas agrarias subieron, beneficiando a los grandes propietarios nobles y eclesiásticos. Por otro lado, la tierra se hizo escasa, dividiéndose las caserías. Creció la zona cultivada gracias a roturaciones de baldíos y comunales, pero no aumentó la productividad; la situación va a ser muy negativa para los campesinos. La tierra pertenecía a mayorazgos y manos muertas y estaba desatendida y descapitalizada. Dominan las pequeñas empresas campesinas, con escasos bene-

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ficios y tendencia al autoconsumo, sometidas a demasiadas detracciones: renta de la tierra, diezmos, impuestos de la Corona, cargas señoriales, arbitrios municipales, etc. Faltan empresas en manos de labradores ricos que pudieran realizar las inversiones necesarias y lograr, en definitiva, una agricultura orientada al mercado, como pedían las ideas de corte fisiocrático. Según el censo de Godoy, en 1797, había en Asturias 3.139 labradores, 54.141 arrendatarios y 1.832 jornaleros. En efecto, muchos campesinos no son propieta-

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Memorial: Discurso sobre las causas y decadencia de nuestros labradores y su contenido. Presentado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad de Oviedo Hacia 1780, Oviedo Real Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo

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rios sino arrendatarios. El campesinado posee pocas tierras; tampoco tiene a menudo ganados, casas ni hórreos propios. Además, la generalización del arrendamiento frente a formas de llevanza de la tierra perpetua o a largo plazo es un hecho negativo tanto para la agricultura como para el campesinado. Igualmente, los grandes propietarios de ganado son nobles y eclesiásticos, que lo ceden en comuña, lo que les permite conseguir grandes beneficios. La condición de colono y aparcero lleva a muchos campesinos a la miseria. Paralelamente a la concentración de la propiedad en manos de las clases privilegiadas, tuvo lugar a lo largo de la Edad Moderna una progresiva pérdida de propiedad campesina. Es frecuente su endeudamiento en los años de crisis de subsistencias tal como sucede, por ejemplo, en los difíciles años de 1765, 1789, 1797-1798, 18031804; a menudo no tienen dinero ni para comprar granos para sembrar. Finalmente, muchos se convierten en colonos de sus antiguas propiedades. Diversos memoriales de agravios y pleitos ante el Consejo de Castilla y la Audiencia de Oviedo expresan el malestar y la protesta campesina contra los grandes propietarios nobles y eclesiásticos a partir de 1765, sobre todo en el occidente asturiano —Cangas de Tineo, Tineo, Valdés, Navia, Ibias—. Se quejan de que les exigen rentas excesivas, de ser desahuciados por impago y también de usurpaciones y petición de derechos improcedentes de carácter señorial; es decir, denuncian actuaciones paraseñoriales. En cuanto a los comunales, algunos pueblos asturianos tuvieron que defender el derecho al uso de la madera y la leña de los montes frente a los dueños de ferrerías que pretendían propiedad y posesión exclusiva, tales como el monasterio de Oscos y los Valledor en el occidente de Asturias y el marqués de San Esteban del Mar y los Jovellanos en Gijón y Villaviciosa respectivamente. Igualmente, la pesca fluvial, de tanto valor en los ríos asturianos, especialmente el salmón, no pudo ser aprovechada por el conjunto de los vecinos, siendo acaparada a lo largo de la Edad Moderna por linajes nobles locales y comunidades religiosas que establecieron cotos y apostales, tal como denuncian la Diputación y la Audiencia a fines de los años sesenta. Pero, al igual que sucedió en el resto de la corona castellana, no se puede hablar de un movimiento campesino organizado. Hubo una presión sobre la administración ilustrada que se tradujo en las leyes de arrendamiento de 1768 y 1785, que prohibían la subida de rentas y el despojo de los renteros. A ellas se opusieron los propietarios e incluso la Junta General, por lo que no trajeron finalmente una mejora para el campesino asturiano. Otro problema importante del campo asturiano era el régimen señorial, caracterizado por la privatización de funciones públicas. Así, estaba en manos de los señores la jurisdicción, que tenía diversas prerrogativas, entre ellas la fiscalidad. Afecta a mediados del siglo XVIII a unos 5.500 vasallos, aproximadamente

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el 10% de la población asturiana según investigación de Gonzalo Anes. De constitución medieval, los cotos señoriales, generalmente solariegos, podían tener como titulares a nobles o a comunidades religiosas. El régimen señorial se prestaba a abusos sobre los vasallos, lo que fue origen de una conflictividad encauzada sobre todo por vía judicial. Algunos pueblos suelen aducir que los señores aumentan el número o la cuantía de los tributos señoriales no respetando la costumbre inmemorial que regía en las relaciones señoriales. También fue el señorío una buena base para la ocupación de bienes comunales y así aprovecharse de los pastos y de la madera de brañas y montes. Iniciaron pleitos de incorporación a la Corona en el siglo XVIII el concejo de Allande y los cotos de Poreño, Figueras y Tormaleo y Luiña. Lo consiguieron los dos últimos cotos, incorporándose a la Corona en los años 1776 y 1782, respectivamente. En 1811 se produce la disolución del régimen señorial. Aprovechan los pueblos para no pagar tributos, pero la nobleza consigue cambiar señorío por propiedad y transformar derechos en rentas, lo que resultó muy perjudicial para el campesino no sólo en Asturias sino en el conjunto de la corona castellana. Los pescadores Debemos destacar, en primer lugar, los gremios de mareantes, institución que enmarca y organiza la pesca marítima y atiende a los pescadores. Por otro lado, en el sector pesquero tenemos la Matrícula de Mar, establecida por el Gobierno en 1748. Por las ordenanzas de este año, se estipulaba la inscripción de pescadores y marineros como matriculados, los cuales debían estar disponibles para los servicios de la Armada desde los 16 a los 60 años siempre que fueran levados. Hubo matriculados que pasaron muchos años en la Armada y el gobierno no prestó suficiente atención a jubilados, inválidos y viudas. En su informe de 1781 sobre la pesca en Gijón, D. Tomás Menéndez Jove denuncia la mendicidad que se veían obligados a practicar a menudo los pescadores y cómo el gremio pagaba su entierro. También comenta su descapitalización; ya no tenían ni aparejos de su propiedad, hecho que mermaba su participación en los beneficios de la pesca, al mismo tiempo que dificultaba las tareas de salado y secado del pescado que antes realizaban. La Matrícula de Mar fue muy criticada, considerada como la causa principal de la decadencia de la pesca asturiana y cántabra, al mismo tiempo que de la miseria de muchos matriculados y sus familias. Aparte de estos inconvenientes, el sistema producía fuertes tensiones sociales en las villas marineras, ya que muchos pescadores, conocidos como terrestres, renunciaban al oficio y no se inscribían con el fin de no ser levados por la Armada, aunque seguían practicando clandestinamente la pesca fluvial o el marisqueo.

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Nos consta el descenso del número de barcos, así como de los hombres de mar, que pasan de 1938 en 1752 a 1365 en 1781. Asturias tenía menor proporción de pescadores y más problemas de pesca que Galicia y el País Vasco. Para lograr la recuperación del sector pesquero claman algunos contra la falta de libertad de pesca a través de diversas representaciones al rey. Hasta Jovellanos, que consideraba en 1782 la Matrícula de Mar «un mal necesario», dice en 1793 que «el mejor camino de multiplicar los marineros es conceder la libertad absoluta de pescar y navegar a todo el mundo». El Gobierno de Carlos III va a dedicar mucha atención al sector pesquero cantábrico, ya que era muy positivo para la potenciación de la industria, del comercio y de la marina mercante y para la disminución del número de desocupados. Preocupaba a Antonio Sáñez, comisionado por Floridablanca, según su memorial enviado desde Santander en 1781, el consumo masivo que había en España de bacalao del Noroeste de Europa, ya que su compra desequilibraba la balanza comercial. Para evitarlo, se trataba de encontrar técnicas de conservación de pescados que pudieran hacer competitivas en el mercado nuestras conservas. Nos constan las diversas medidas tomadas desde los años sesenta a los ochenta, primero por Campomanes y luego por Floridablanca, pero no lograron parar finalmente el deterioro de la pesca y la miseria de los pescadores. No llegaron al fondo de los problemas, que eran muchos, entre ellos la falta de libertad de pesca, escasez de marineros y pocos capitales y conocimientos técnicos. Los artesanos Para analizar las condiciones de trabajo de los artesanos asturianos, debemos decir, en primer lugar, que la producción manufacturera en Oviedo y las principales villas, especialmente Gijón y Avilés, se organizaba a veces en torno a un taller, bajo el mando de un maestro, integrado por algunos oficiales y aprendices; otras veces era una pequeña empresa de carácter familiar. En ambos casos, los talleres estaban enmarcados en un gremio, que era tanto una asociación de defensa corporativa como el medio de encuadramiento institucional de los artesanos. Según Gonzalo Anes, a fines de los años setenta los artesanos no tenían en Oviedo ordenanzas de policía a que someterse y trabajaban con libertad; parece que en esos años no había en los gremios ovetenses el exclusivismo en el trabajo tan frecuente en otras partes. Sabemos que, en 1770, varios gremios de la ciudad hacían festividades a sus expensas: el de carpinteros, canteros y albañiles a San José, el de sastres a Nuestra Señora de la Balesquida y el de zapateros a Santiago apóstol. Igualmente, en Avilés tenían cofradía con festividad señalada los gremios de caldereros y ferreros, zapateros, alfareros, sastres, carpinteros y canteros, además del gremio de mareantes.

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La jerarquización de los artesanos dependía de su categoría: su nivel social oscilaba entre los sectores intermedios y las clases populares de la localidad, según su condición de maestros u oficiales. También la rentabilidad o el salario variaba según el tipo de oficio —alimentación, alfarería, construcción, madera, zapatería y cuero, textil y confección, minería, metalurgia—. En ningún caso integraban los artesanos la oligarquía local, ya que los cargos municipales quedaban reservados con exclusividad a la capa más alta de la nobleza. Sabemos que en Oviedo los oficios podían nombrar solamente sus examinadores y veedores. La endeblez de la industria y del comercio asturiano es la causa de la escasa urbanización y del carácter rural de nuestra región. Por ello, más que una industria agremiada lo que domina en la mayor parte de los municipios asturianos es una manufactura dispersa de carácter rural en manos de campesinos que ejercían un oficio durante los meses de descanso del trabajo agrario. El pequeño campesino lograba con esta actividad un complemento a sus escasos ingresos agrarios. Las economías familiares usaron en el mismo sentido el trabajo de las mujeres. El progreso que supuso para su emancipación la incorporación al mundo del trabajo es un hecho que hay que relacionar con los valores ilustrados. Campomanes trató de impulsar muy especialmente las manufacturas de lienzos con el fin de elevar el nivel de vida de los campesinos asturianos y gallegos. Este tipo de manufactura, realizada con una tecnología mediocre y una mano de obra no cualificada, estaba orientada sobre todo a los mercados locales. Por iniciativa de empresarios privados van a crearse pocas instalaciones de carácter fabril con éxito duradero en la Asturias de los últimos años del siglo XVIII. Entre ellas podríamos citar varias en Oviedo, Gijón y Avilés —sobre todo de loza «a la inglesa» y de curtidos—. Aparte de la falta de conocimientos, los capitales disponibles eran pequeños pues los beneficios obtenidos por los comerciantes asturianos eran escasos y las inversiones las hacían a menudo en bienes rústicos. También faltaba espíritu empresarial; debemos destacar que muchas de las iniciativas procedían de extranjeros, entre ellos varios irlandeses. Por otro lado, tampoco la nobleza y la Iglesia invierten en la industria sus rentas procedentes de la agricultura. Por todo ello, ante la necesidad de renovación en unas décadas que eran claves para el despegue industrial, fue capital estatal el que abordó varias experiencias textiles, mineras y metalúrgicas, que también terminaron fracasando. Comerciantes y profesionales Para el gobierno ilustrado de Carlos III, el comercio era la piedra angular de la regeneración económica. Los decretos de libertad de comercio de 1765 y 1778 van a traer el fin de un excesivo reglamentismo económico, favoreciendo el desarro-

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Memorial: Memoria política económica sobre los medios de restablecer la decadencia de los labradores. Presentado a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Ciudad de Oviedo Hacia 1780, Oviedo Real Instituto de Estudios Asturianos. Oviedo

llo del comercio y el aumento del número de comerciantes tanto mayoristas como minoristas con tienda abierta. A mediados del siglo XVIII, el comercio interior se realizaba sobre todo en ferias y mercados. Un buen indicador de la situación es que el comercio de cereales estaba en buena medida en manos de los grandes rentistas nobles y eclesiásticos, que colocaban los granos directamente en el mercado y se lucraban durante las crisis de subsistencias. El centro de gravedad de la actividad comercial estaba en los núcleos urbanos, sobre todo en la capital, Oviedo, y en las villas portuarias más importantes, Gijón

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Fotografía de la fachada del Real Hospicio de Oviedo, (actual Hotel Reconquista) Mediados del siglo XVIII Fundado por Gil de Jaz, el Hospicio de Oviedo se convirtió en instrumento al servicio de la política reformista aplicada a la beneficencia: frente a la limosna y la caridad, se pretendía dar formación y empleo a la población desocupada y marginal.

y Avilés; también en la costa occidental —Luanco y Puerto de Vega sobre todo—. Los comerciantes mayoristas tenían negocios diversos: asientos de madera y carbón con la Armada, administración y arrendamiento de impuestos reales, municipales o de abastos públicos, importación y exportación de diversos productos, algunos de producción propia. Participaban menos en actividades financieras y evitaban los riesgos, siendo escasa su participación en el armamento naval y en los seguros marítimos, por ejemplo. A Jovellanos le preocupa la escasez de capitales de nuestros comerciantes y ve como problema a superar el que los extranjeros intervengan en el comercio beneficiándose de la posesión de navíos propios. En los años setenta, en una representación al rey, el Principado se quejaba de que eran los ingleses los que llevaban a Andalucía en sus barcos las avellanas, las duelas y la sidra asturianas. La burguesía mercantil era poco importante en Asturias en cuanto a número y a capitales invertidos. Los comerciantes formaban pequeñas empresas a menudo

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familiares y no obtenían grandes beneficios; a mediados de siglo pocos superan los 5.000 reales de utilidades, según datos del catastro de Ensenada. Más escaso aún es el beneficio logrado por los comerciantes minoristas y por los arrieros. La debilidad del comercio en Asturias, tanto interior como exterior, es la propia de una economía atrasada. Además de la escasa demanda interna, los productos a exportar son pocos, sobre todo agrarios —frutos secos, madera, carbón—; los manufacturados aún son más escasos, limitados prácticamente a algunos lienzos y conservas de pescado y a unos pocos productos de cobre y hierro. La importación, tan necesaria, de productos de economías complementarias, castellanos —granos, vino— y andaluces —aceite, sal, vinagre—, así como el comercio de reexportación se veían seriamente condicionados por las malas comunicaciones. La ansiada carretera a León aunque se comenzó en 1769 sufrió demoras y se realizó con una excesiva lentitud, no llegando a terminarse hasta la década de 1820. Las dificultades también afectaban al comercio marítimo dada la mala situación de los puertos, muy descuidados. El Gobierno central y la Junta General del Principado van a atender de modo preferencial al puerto de Gijón, que se convertirá en el principal puerto asturiano, aumentando el número y la importancia de sus comerciantes y desplazando a otros puertos, como los de Avilés y Puerto de Vega. Pero Gijón, a pesar de que recibe habilitación para comerciar con Indias en los años 1765 y 1778, no va a sacar partido de este comercio por diversos motivos, sobre todo por la escasez de cargamentos de retorno. Jovellanos intentó, sin éxito, la creación de un Consulado en Gijón. A pesar del escaso tráfico indiano, hay que destacar el comercio de cabotaje a lo largo del Cantábrico y el realizado con el norte de Europa, de donde traían hierro, cobre, vino, lino y granos. Los más activos eran los puertos del occidente asturiano. Los comerciantes a menudo se instalaron en Galicia —Ribadeo, La Coruña, Santiago—, donde había más actividades y negocios. En general, tendieron a no arriesgar sus capitales y compraron tierras; también construyeron palacios, conciliando el negocio mercantil y la ostentación nobiliaria. Los capitales del comercio apenas dieron lugar en Asturias a experiencias fabriles duraderas, como ya dijimos, por lo que los comerciantes asturianos no ponen las bases de la industrialización de la región. No hay que perder de vista que las continuas guerras de Carlos IV con Inglaterra y Francia también dificultaron el despegue económico y trajeron malos tiempos para los comerciantes, ya que entorpecieron el tráfico comercial con las colonias. Por debajo de los comerciantes mayores, estaban los mercaderes dedicados a la venta al por menor, con menos beneficios y peor consideración social. Eran más numerosos en las principales poblaciones, mientras que en pueblos y aldeas

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las tiendas se limitan a estanquillos y tabernas, que nos permiten observar la importancia del consumo de vino y de tabaco en estos tiempos. Finalmente, tenemos que citar a los profesionales relacionados con servicios diversos, unos al Estado o al municipio —administradores, escribanos—, otros de la vida privada —médicos, maestros—, con muy diferentes niveles de preparación, de salario y de prestigio social. Pobreza y beneficencia Como hemos podido ver, el sistema social de fines del Antiguo Régimen era muy desigual como consecuencia del escaso desarrollo económico y de una distribución de la renta muy desequilibrada. El aumento de la pobreza en la sociedad asturiana, bien visible ya durante el reinado de Carlos IV, es bien expresivo del fracaso final del proyecto ilustrado. En el límite entre el trabajo y el paro, al borde de la subsistencia e incluso de la miseria, están las capas más humildes, que incluyen los sectores más bajos del campesinado; también algunos artesanos, asalariados, servicio doméstico y otros empleos de escasa consideración social, sobre todo en la ciudad y villas importantes. Este amplio sector es un proletariado en formación, en situación muy precaria. Jovellanos expresaba así el problema social en Asturias: Se quiere que haya muchos labradores y no que los labradores coman y vistan; que haya muchas manos dedicadas a las artes y oficios, y que los artesanos se contenten con un miserable jornal. Estas ideas me parecen un poco chinescas; ponen al pueblo, esto es a la clase más necesaria y digna de atención, en una condición miserable; establecen la opulencia de los ricos en la miseria de los pobres (Cartas a Ponz, Carta sobre la Agricultura, hacia 1795). Muchas personas estaban en una situación de paro, pobreza y, a veces, mendicidad. La tradicional beneficencia en manos de la Iglesia es insuficiente debido al aumento de la pobreza. Obispo, cabildo catedralicio y conventos dan limosna y comida a muchos pobres, sobre todo en Oviedo, donde se concentran más instituciones asistenciales. Además había en el conjunto de Asturias casi 200 fundaciones de obras pías de particulares, con finalidades diversas: dar limosnas, dotes para casar doncellas, escuelas, etc. —datos de 1774, aportados por Lidia Anes. Con la Ilustración, se ponen las bases de una beneficencia laica, que implicará a la Audiencia, a la Junta General, a los gobiernos municipales, a la Sociedad Económica de Amigos del País. Desde la óptica ilustrada, huérfanos, ancianos, enfermos y viudas eran los verdaderos pobres y con ellos se ejercía la caridad. Por otro lado, los

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ilustrados critican la ociosidad sin darse cuenta de que el trabajo no era a menudo una opción personal; con los vagos se adopta una política reeducativa, se les recoge y se les obliga a trabajar. Estas ideas se aplican sobre todo en el Real Hospicio, creado en 1752 en Oviedo, que va a contar con buenos fondos —unos 450.000 reales—; va a ser lugar de recogimiento de expósitos, ancianos y otros mendigos, al mismo tiempo que un centro de trabajo —fábrica de calcetas y crehuelas desde 1779— para colocar a los parados y reeducar a los vagos. Además, en 1781, las ordenanzas establecen la creación de una Junta de Caridad en la ciudad de Oviedo en la que participan las instituciones laicas y eclesiásticas; será clave en la gestión de la nueva beneficencia y estará en íntima colaboración con el Real Hospicio. Se hizo un gran esfuerzo en buscar dinero para atender a los pobres —suscripciones y donativos de particulares e instituciones—; especialmente activa fue la Sociedad Económica desde su creación en 1780. Debemos resaltar el enorme esfuerzo que supuso el reparto de comidas económicas en Oviedo —más de 350.000 raciones— durante la grave crisis de subsistencias de 1803. Para terminar, podemos decir que la conflictividad social fue abundante, principalmente en el campo, canalizada por vía judicial, como ya pudimos ver. La subida de precios, sobre todo en los años de crisis de subsistencias, fue causa de algunas tensiones y revueltas en las grandes poblaciones, como en Oviedo y Avilés en 1765. También, la escasez de granos en Gijón en el año 1789 llevó al asalto de algún granero. bibliografía ANES ÁLVAREZ, Gonzalo, Economía y sociedad en la Asturias del Antiguo Régimen, Barcelona, 1988. ANES FERNÁNDEZ, Lidia, Pobreza y beneficencia en Asturias en la segunda mitad del siglo XVIII, Oviedo, 2000. CARRETERO SUÁREZ, Helena, Avilés, una villa marítima a fines del Antiguo Régimen, Memoria de Investigación inédita, Valladolid, 2009. FAYA DÍAZ, María Ángeles (coord.), La nobleza en la Asturias del Antiguo Régimen, Oviedo, 2004. FAYA DÍAZ, María Ángeles y ANES FERNÁNDEZ, Lidia, Nobleza y poder en la Asturias del Antiguo Régimen, Oviedo, 2007. FRIERA ÁLVAREZ, Marta, La Junta General del Principado de Asturias a fines del Antiguo Régimen (1760-1835), Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, Consejería de Educación y Cultura/KRK Ediciones, 2003. OCAMPO SUÁREZ-VALDÉS, Joaquín, Campesinos y artesanos en la Asturias preindustrial, 1750-1850, Oviedo, Silverio Cañada Editor, 1990. PERIBÁÑEZ CAVEDA, Daniel, Comunicaciones y comercio marítimo en la Asturias preindustrial, 17501850, Gijón, Junta de Obras del Puerto, 1992.

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