Jerathel y el hombre

La encontraron escondida detrás de un contenedor, en un callejón sin salida. No tenía más que siete u ocho años. Estaba echada en el suelo hecho un novillo y tenía la cabeza escondida entre los brazos, desprovista de cualquier prenda de vestir. Cuando los agentes del ejército de tierra la encontraron, estaba asustada y al verlos, se levantó de un salto e intentó escapar, sin suceso. A pesar de la explosión, no tenía herida alguna. La acorralaron en una esquina al final del callejón. Tenía el pelo muy largo, de un rubio intenso. Sus grandes ojos tenían un azul profundo. El capitán Manuel Sahueso, del tercero batallón, se acercó muy despacio y le extendió la mano. La niña, sin embargo, lo miró a los ojos y el capitán sintió, en aquel momento, una fuerte presión en el cerebro, como si una fuerza mayor, le intentara penetrar en su masa cefálica. El hombre cayó de rodillas, aunque no desvió la mirada ni retiró la mano. Sólo entonces, la niña la cogió. Inmediatamente el capitán se recuperó misteriosamente, se levantó y la cogió en brazos. A pesar de que tenía el peso de un cuerpo adulto, Sahueso aguantó y la llevó al camión de recuperación de heridos, donde muchas personas con lesiones diversas se quejaban. Una vez lleno el transporte, los llevaron a todos al hospital, donde la mayoría llegaron con sus heridas cicatrizadas y en perfecto estado de salud. Nadie supo explicar que había pasado en el transporte durante el trayecto.

Dos horas antes: Se había armado la tormenta más violenta del siglo. Rayos y relámpagos caían sobre la capital, destrozando todo lo que alcanzaba y el fuerte viento barría las calles. Las sobrecargas habían dejado muchas ciudades sin energía eléctrica y muchos locales 1

Jerathel y el hombre explotaron. Cuando comenzó a granizar, el hielo que caía tenía el tamaño de pelotas de tenis y la velocidad con que impactaban era enorme y destrozadora. Por todos los lados, había personas desplomadas, bañadas en sangre, coches reventados y árboles quemados por los rayos. Hubo un momento en que la tormenta aumentó y el granizo era mayor, fue cuando cayó un pedazo del cielo en forma de hielo. Debería tener un metro y medio de diámetro. Impactó justo en medio de la plaza, delante de la biblioteca. La onda expansiva y el impacto provocaron el escape de gas de las tuberías subterráneas, causando así una explosión monumental. Inmediatamente, después de este suceso, la tormenta se disipó, los rayos y relámpagos cesaron y todas las nubes oscuras se esfumaron. Silencio, todo era silencio. Se activaron la alerta roja. Inmediatamente el ejército de tierra comenzó a actuar y tomó el frente en las misiones de rescate. Llegaron a la zona cero en cuatro minutos y medio. Para entonces el sol había vuelto a brillar. En un kilómetro en la rotonda de la zona cero, no encontraron supervivientes, solo a ella, la niña asustada.

En el hospital: La Dra. Cristina Sariego Fernández, pediatra, fue quien atendió a la única superviviente del desastre. Extrañó que su cuerpo tan pequeño y frágil, aguantara tamaña catástrofe y saliera ilesa de todo aquello. Nin un solo rasguño, nada. Observó que no hablaba y pensó que estaría en shock, porque no era sorda. La sedó y la envió a una habitación. La quería dejar en observación durante veinte cuatro horas.

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Jerathel y el hombre —Seguramente vio a su familia perder la vida y estará en shock —explicó a los agentes del gobierno—. La dejaré en observación hasta que encontréis su familia y alguien pueda hacerse cargo de ella. En aquel momento, un enfermero le entregó los resultados de los análisis de la paciente. La Dra. Sariego se disculpó y se retiró a su despacho. Según iba mirando los resultados, sus ojos iban abriendo de par en par. Salió corriendo y fue al laboratorio, donde repitió, ella misma, todos los análisis. Confirmó que no había errores. Entonces decidió visitar a la paciente. Llegó delante de la puerta cerrada, donde un centinela de guardia le pidió su identificación. Abrió la puerta despacio y entró, cerrándola en su espalda. Una vez más, sus ojos fueron testigos de algo sorprendente. La niña estaba dormida, pero a dos cuartas sobre la cama. Su pequeño cuerpo emitía una leve luz brillante. Se acercó y la tocó en la frente. Pudo sentir como una energía le tomó el cuerpo y sintió una oleada de paz en su interior. Sin razón aparente, comenzó a llorar. Entonces la niña abrió los ojos y le sonrió. —¿Quién eres? —preguntó la médica. No hubo respuesta. —Tienes la anatomía perfecta —dijo—. No posees virus, ni enfermedad alguna. Eres simplemente, perfecta. Tampoco ahora hubo respuesta por parte de la niña, que se limitó a levantar la mano y acariciar el rostro de la doctora que entendió que no debería revelar este secreto a nadie. Pasado dos días, le visitó los responsables del gobierno. Querían saber el estado de la única superviviente. —No creo que sea viable sacarla del hospital —sugirió la Dra. 3

Jerathel y el hombre —Debemos llevarla al centro médico de la base, donde médicos especialistas podrán ayudarla —dijo el hombre mayor—. Como comprenderás, Dra., es la única testigo que tenemos para saber que pasó en la zona cero. La Dra. intentó explicar que la niña no hablaba, parecía débil y confusa. El hombre más joven le sugirió a su superior que la Dra. Sariego debería acompañar a la niña, ya que había sido ella que la había atendido desde un principio. El hombre mayor aceptó la propuesta y así, tanto la Dra. como su paciente, fueron trasladada al centro de estudios del ejército.

En el hospital de la base secreta: La Dra. Sariego, pasaba veinte cuatro horas con la niña y comenzó a enseñarla a hablar. Le explicaba todas las cosas de nuestro mundo, pues tenía la idea fija de que, aquella criatura no pertenecía a la raza humana. Sin embargo, después de algunas semanas, los responsables por el proyecto comenzaron a exigir resultados. —No puedo adelantar los acontecimientos, podría ser perjudicial a la niña —explicó la Dra. a sus supuestos superiores. Fue en un día normal que, al estar en clase de aprendizaje, la Dra. se cortó la mano con un cristal roto. La sangre emanaba de su mano sin parar. La niña se acercó y con su pequeña manita, que adquirió una leve luz brillante, le tocó la herida que se cicatrizó al momento. Asustada, la Dra. se apartó de la pequeña criatura, pero entonces pasó lo más increíble. —No tengas miedo —pronunció la pequeña—. No te haré daño alguno. Solo quiero amar.

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Jerathel y el hombre La Dra. Sariego no podía dar crédito a lo que acabada de oír. Después de tantas semanas de aprendizaje, la pequeña criatura, pronunciaba las palabras con total perfección. Se acercó y se sentó delante de ella. —¿Quién eres? —preguntó recelosa. —He venido a este mundo para amar al prójimo. No debo matar, ni dañar a nadie. Sólo amar y de esta manera, enseñarles el significado de este sentimiento. —¿Quién eres en la realidad? —volvió a preguntar la Dra. La niña, en aquel momento, se dejó mostrar. Se transformó en una luz intensa y tan brillante que la cegó. Luego le tocó el rostro y ésta pudo sentir lo cálida que estaba la mano de la pequeña. —Me llamo Jerathel y fue enviado a la Tierra, con la misión de ayudar al hombre a encontrar el camino de vuelta. A cada cierto tiempo, nuestro Padre envía a uno de sus hijos a la Tierra, a vivir entre los hombres —hizo una pausa—. El trabajo es arduo, pero la compensación son las almas que conseguimos recuperar. El sol debe volver a nacer cada día con el propósito de dar vida. Y debo despertar cada día con el propósito de salvar a los hombres perdidos. La Dra. ya no estaba asustaba. Había comprendido que tenía delante un enviado de los cielos para ayudar y salvar. Las lágrimas le caían por la mejilla, tamaño era el amor que sentía. Una paloma entro en la habitación y revoloteó sobre sus cabezas. Luego se posó en el hombro de Jerathel. La Dra. Sariego miró a las ventanas y certificó que estaban cerradas, entonces volvió a mirar a niña con aire interrogativo. —No necesitan una puerta abierta para entrar. La paz penetra donde ella desea — dijo la pequeña. 5

Jerathel y el hombre Entonces la puerta se abrió de sopetón y entraron cuatro soldados. —La llevaremos al laboratorio por órdenes del Mayor Dr. Gordon Smith —dijo el primero. La Dra. se levantó de un sobresalto y se interpuso en el camino. —No pueden hacer esto, no saben a que se están arriesgando. El soldado ordenó a los otros dos que sujetasen a la Dra., mientras que él y el otro cogían a la niña por el brazo. Antes de salir, paró y se dirigió a la Dra. —Su trabajo aquí se ha acabado. Tenemos todo grabado en cintas —luego se dirigió a los dos hombres que apresaban a la Dra.—. La lleven a la salida y luego se deshagan de ella. La Dra. Sariego les gritaba y luchaba para liberarse, pero fue todo en vano. Mientras tanto, Jerathel era conducida a una nueva sala, donde la esperaba un equipo infinito de hombres y mujeres, todos médicos y científicos. La Dra. Sariego fue llevada a una sala sin ventanas y allí fue olvidada. Jerathel fue expuesta a todo tipo de pruebas. Incluso le abrieron la cabeza para estudiarle el cerebro. Sí, Jerathel había fracasado. Mientras se dejaba estudiar por los científicos, dentro de una base secreta, afuera las guerras terminabas con la raza humana, pero también con los recursos naturales de nuestro planeta.

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