Steyr  —¿Me ha preguntado qué estoy buscando? Busco la luz, especialmente allí donde se supone

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Carina Jielg

Insomnio en Steyr

H

abía perdido la cuenta del tiempo que llevaba mirando fijamente los puntos que formaba la luz de la farola a través de la persiana de la ventana en la pared de su habitación. El reloj marcaba las 2:34. Se levantó de la cama. Desde que Albert se había marchado con sus amigos a navegar por Grecia, no podía dormir. Ya en la calle, sintió el agradable frescor de la noche primaveral. Giró a la izquierda y subió hacia la iglesia parroquial. La oscuridad la envolvió al abandonar el haz de luz de la farola. Esta misma oscuridad y el silencio la pusieron en estado de alerta, aunque no tenía miedo. Unos minutos más tarde, llegó a la iglesia parroquial. Bajo la pobre luz de las farolas, el edificio daba la impresión de ser más sólido y antiguo. Para poder ver la torre, que se elevaba hacia el cielo nocturno justo enfrente de ella, tuvo que inclinar la cabeza hacia arriba. De repente, un hombre con una larga capa y un sombrero singular, en forma de pico, salió de la iglesia. El hombre bordeó la mampostería del potente contrafuerte,

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De repente, un hombre con una larga capa y un sombrero singular, en forma de pico, salió de la iglesia

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desapareció en un nicho, volvió a salir y se dirigió hacia la Plaza Mayor. María le siguió por el callejón parroquial. Cuando llegó a la Plaza Mayor, en la que se encuentra el monumental Ayuntamiento, le perdió la pista. Reinaba el silencio. Alzó la vista hacia el iluminado Ayuntamiento, un imponente edificio rococó que se eleva sobre la bonita hilera de casas de la Plaza Mayor. Eran muy peculiares, hacía mucho tiempo que no se fijaba en ellas, pensó al clavar la vista en las figuras de tamaño natural de la balaustrada, sobre el techo. Se trataba de cuatro mujeres. La primera, con la espada y la balanza, debía representar a la justicia, por lo que sabía María. La segunda llevaba en el pie una cadena con una bola de hierro y simbolizaba el castigo, la tercera sostenía una vasija y la cuarta un libro. Las cuatro damas parecían concentrarse en ella, como si le hablaran, como si la estuvieran mirando. Es sólo un efecto óptico, pensó María, aquí no hay nadie, dio media vuelta y volvió a casa. A la noche siguiente, María seguía sin poder dormir. De nuevo, algo hizo que bajara a la calle y volvió a encontrarse con la singular figura en el mismo sitio que la noche anterior, delante de la iglesia parroquial. Esta vez, también pudo seguirla hasta la Plaza Mayor. La descubrió delante de la Bummerlhaus, el símbolo de la ciudad, mientras se escondía en la entrada del Ayuntamiento, que está enfrente. El hombre le dio la espalda y alzó la vista para contemplar la fachada de la casa, que debe su nombre a una curiosa representación: el escudo del antiguo “Hostal del león dorado” estaba decorado con un perro pequeño y gordito. La expresión

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“Bummerl”, que en Steyr significa perro pequeño, ha estado siempre unida a la casa, como mínimo desde hace quinientos años. María se arriesgó a pasar de la entrada del Ayuntamiento a la fuente. Desde aquí pudo ver como la sombra nocturna seguía su camino por la Plaza Mayor, para pararse de vez en cuando ante una de las extraordinarias casas de la alta burguesía de estilo gótico, barroco o renacentista. Parecía interesarse por la mampostería, los portales, los salientes del techo y los oscuros nichos de las ventanas, puertas o paredes. Una y otra vez, se agachaba o torcía la cabeza siguiendo el ritmo de una danza que María no lograba entender. En la Sternhaus, giró la cabeza hacia la pared de la casa. Simbolizaba el comercio con hierro, que antaño enriqueció a la ciudad de Steyr. La casa era increíblemente alta y detrás de la parte superior se escondía un tejado de dos vertientes. Algún ser de gran tamaño y de color negro se movió junto a María, casi llegó a tocarla. Notó como su corazón latía aceleradamente. ¿La habría visto la sombra? Se dio la vuelta y pudo ver cómo su abrigo desaparecía bajo las arcadas del Meditzhof. Contrariada, volvió a casa. Al día siguiente, un sábado, había mercado en la Plaza Mayor. Mientras compraba, a María le pareció ver como las cuatro damas del Ayuntamiento le guiñaban el ojo. A la luz del día habían perdido el aire amenazador y más bien las consideró como aliadas en todo el asunto de la sombra nocturna. María estaba de buen humor, incluso le pareció que los ángeles de la Sternhaus le regalaban una sonrisa.

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Autor Carina Jielg es periodista especializada en cultura de la emisora de radio y televisión

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A la noche siguiente, algo cambió. ¿Quizás porque la luna era casi llena y su luz despojaba a la noche de su negrura? Se apoyó en la entrada del patio parroquial y esperó la llegada de la sombra. Cuando de repente oyó una voz junto a ella, se quedó sin respiración. —¿Por qué me sigue? —dijo la voz—. Soy el sereno. Para ser más exactos, represento el papel de los serenos que antaño se ocupaban de que por la noche reinara el silencio y el orden y de que hubiera luz en las calles, ante los turistas que realizan rutas nocturnas guiadas por la ciudad. —Si como sereno guía a los turistas, ¿por qué luego se dedica a vagar solo por la ciudad? ¿Qué está buscando? —se atrevió a preguntar María. No obtuvo respuesta. En lugar de eso, la sombra desapareció, aunque María no tardó en alcanzarla. Desde la Plaza Mayor, se dirigió a los puentes. —¿Me ha preguntado qué estoy buscando? Busco la luz, especialmente allí donde se supone que no la hay. Normalmente, la luz es aquello que se ve. Y lo que se ve es lo que está a la luz. Cada noche, durante la visita guiada, muestro a los turistas los monumentos bien iluminados. ¿Pero qué ocurre con ellos cuando no hay luz? Miro en la oscuridad, espero hasta que mis ojos pueden ver y entonces escucho lo que la ciudad tiene que contarme.

ORF en Vorarlberg.

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María empezó a comprender. Por primera vez, contempló los edificios, las plazas, las fuentes y los patios interiores en medio de la oscuridad y fue como si no los hubiera visto antes. ✤

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