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LUCIA.NO RIVERA Y GARR.1DO

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política del país continuó presentando un aspecto se-

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rio, no pude proseguir por entonces en ningún estudio, pues el difícil orden de cosas que alcanzamos, con motivo de la prolon.$ación de la guerra en el Cau" ea, impedía el restablecimiento de los colegios en la capital. N o se pensaba en otra cosa que en movimiento de tropas, campamentos y batallas; por lo que en mi condición de adolescente a quien los asuntos políticos no interesaban en gran manera, me vi forzado a pennanecer en inacción, contraído únicamente a la lectura, que entonces, como siempre, fue consuelo de mis pesares, sostén de mis vacilaciones, estímulo de mi vida intelectual. Cuando la lectura fatigaba mi mente, cerraba el libro o doblaba el periódico, y entornando tras de mí la puerta del cuartucho que me servía de habitación, me encaminaba hacia las alturas que dominan el barrio de Belén ... Como si las tuviera presentes, recuerdo ciertas callecitas de esos lados, formadas por cabañas y chozas pajizas, encerradas dentro de !:crcadillos de ramas secas, entre cruzadas, en 12s cuales se enredaban ..l)rOfUSanlcntc, hasta [o.rrnar elIlparrado, los verdes festones de los curubos y los bejucos rojizos de las suaves y fragantes madreselvas. Por allí se iba a la fábrica de loza del señor Leiva. El silencio y la soledad de aquellos sitios apacibles, adonde apenas si alcanzaba a llegar el rumor lejano de la gran ciudad; los aromas silvestres que exhalab;;:n esas humildes arboledas de cerezos, duraznos y borracheras, y la rusticidad y sencillez cuasi campesinas de los habitadores de es] rnod;¡. - - .., v habréis descubierto los medios misteriosos en virtud de los cuales surgió en el corazón de Isaacs el germen grandioso de esa obra imperecedera, verdadero monumento de la literatura sentimental. Si Isaacs no hubiera padecido tanto; si la desgracia no se hubiera ensañado en él y en los suyos; si la muerte no hubiera producido esas desgarraduras terribles que laceraron su alma; si el alejamiento de la patria no le hubiera permitido comprender con tan absoluta perfección las magnificencias de la naturaleza caucana, porque, como él lo dijo, "las grandes bellezas de la creación no pueden a un tiempo ser vistas y cantadas", acaso no habría hecho un verso nun1.

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ea, ni María habría surgido de su lira de oro: ¡esos cantos y ese poema de inmortal belleza, sólo con lágrimas pudierón escribirse!

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* * JPo~ los años de 1854 a 1856 vivía en S."''", ciudad rica e importante del departamento de Antioquia, un joven hermoso e inteligente a quien daré el nombre de Samuel. Miembro de una familia distinguida: de la comarca, había recibido una educación esmerada y sobresalía por el amor· a sus padres y la manera decidida con que comprendía la ley del trabajo, cualidades que acentuaba un temperamento fogoso y muy impresionable. No había cumplido Samuel veinte años cuando, consecuente con el modo de ser que había recibido de la naturaleza, concibió una de esas pasiones absorbentes que llenan la vida de un joven hasta desbordarIa y hacen del amor un culto fanático que acaso no se extinga con la muerte. Bien explicaban el carácter de aquella pasión las prendas singulares. de la mujer, mejor dicho, la niña, que la había inspirado. Rosa parecía buena como un ángel y~ en armonía con su espléndido nombre, era bella como sólo saben serIo . esas doncellas hebreas nacidas en las montañas antioqueñas, cuya tez morena luce con los matices de la perla, y en contraste con ella brillan rasgados ojos negros, sombreados por sedosos cabellos de negrura mayor. En los albores plácidos de aquel amor de niños, Samuel se creyó correspondido; pero m~y pronto asaltóle dolorosa sospecha de que los nobles, sentimientos que daban vida a :¡u alma no eran participados sin-

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ceramente por la que los había hecho nacer, no obstante las dulces sonrisas y las miradas tiernas con que en un principio, por vituperable espíritu de coquetería, habían sido acogidas sus ardorosas manifestaciones. Desde ese instante empezó para el vehemente joven una existencia de contrariedad. El correr del tiempo llevó a su alma entristecida la persuasión desoladora de que su amor, su noble amor, era un amor sin esperanza; y fúnebres pensamientos cruzaron por su mente, como relámpagos de la tempestad de su corazón. ;jEn semejante estado de ánimo concurrió Samuel a un gran baile, al cual asistía también la motivadora de sus tormentos; y allí en ese foco ardiente de goces mundanos, en medio de luces y flores, perfumes y armonías, cuando todo hablaba de vida y de placer, de juventud y amor, el frío desdén con que Rosa, por intempestiva veleidad de coqueta, acogía la purísima pasión de su alma nueva y generosa, le hizo perder para siempre la fe en la dicha. Enajenado por la cruel decepción, creyó ver en la conducta versátil de su amada la prueba irrecusable de su amor por otro hombre, y el horrible tormento de los celos se enseñoreó como un tirano en su afligido espíritu. Cuando el joven se retiró de aquella fiesta, que pa· ra él había sido el funeral de su ventura, llevaba impresa en el semblante la revelación de un propósito siniestro ... ¡Oh! ¡Si él hubiera abierto su alma a un padre, a un hermano, y hubiera abrevado en las fuentes del consuelo, que sólo puede ofrecer un seno amigo! ... Pero, débil para resistir la terrible contrariedad de su destino, asilóse en su dolor, doblegóse ante el soplo im.petuoso de la desgracia; y, perdida la fe, muerto

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el valor, sumido en la desesperanza, como Manuel Acuña, el desdichado vate mexicano, puso fin a su breve existencia disparándose una pistola en el corazón. El dolor de la familia de .satnuel fue uno de esos dolores que no pueden describirse en cuatro frases convencionales: ¡los que tienen hijos podrán comprenderlol Obligada por las tremendas prescripciones establecidas para esos graves casos, la autoridad eclesiástica no pudo consentir en que el cadáver del suicida fuese sepultado dentro de recinto bendito, por lo cual la huesa fue excavada a muy corta distancia del cementerio, donde acaso reposen aún los despojos mortales del desgraciado joven. . . .Años después, llevado a Antioquia por los diversos accidentes de la guerra que ensangrentó el país en 1860, Jorge Isaacs, ignorado aún, visitaba la hermosa ciudad !londe se efectuó el triste suceso que he ' referido en las líneas precedentes. En uno de los paseos vespertinos que solía dar por los alrededores de la risueña y simpática población, encontróse el f~turo autor de María con un caballert> amigo suyo y compañero de armas, quien lo condujo hasta el cementerio, situado a menos de medio cuarto de legua del poblado. -He observado, dijo Isaacs a su amigo, deteniéndose en frente del sagrado lugar, que usted gusta de visitar solo, con frecuencia, este sitio; y descubro en su semblante la impresión de profunda tristeza que tales visitas dejan en el alma de usted. -No se ha equivocado usted, amigo mío, respondió el caballero; y señalándole un punto del terreno donde el suelo apareciFl deprimido, ~ corta distancia y'

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fuera del circuito del cementerio, agregó: allí está sepultado el cadáver de un ser desgraciado a quien amé mucho; y cuando visito estos lugares, el recuerdo de aquella persona querida, unido al del triste fin que tuvo su corta vida, destroza cruelmente mi corazono Vivamente excitada la curiosidad de Isaacs por las palabras de su amigo y conmilitón, instóle con empeño para que le refiriera la historia a que se contraían sus penosos recuerdos, a lo que accedió aquel caballero, sin ocultar ninguno de sus lamentables pormenores. Esa historia era la de Samuel. Cuando hubo terminado la triste relación, se acercó Isaacs, conmovido y mudo, al sitio donde yacían los restos del desventurado joven, y contempló con profunda tristeza aquel ignorado rincón de tierra ... En seguida sacó de su cartera un lápiz, y escribi6 sobre el muro, en la parte que miraba hacia la sepultura, las siguientes estrofas: I

"Vo vine de tu huesa abandonada A llevar por recuerdo algunas flores; La virgen de tus últimos amores Sus lágrimas, voluble, te negó. "Fuera del santo sepulcral asilo Huella tu fosa indiferente el hombre; Una cruz te negaron, y tu nombre .... ¿Qué importa el mundo si perdona Dios?"

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* * Mencioné antes a Camilo y debo decir unas pocas palabras con relación a esa obra, inédita aún. Camilo es una novela extensa en la cual trabajó Isaacs mucho$

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afíos y que, en el sentir de literatos muy expertos que lo conocen, es, si no superior a María como obra de sentimiento -porque "la ternura no tiene sino una sola edición", como con tanto acierto como espiritualidad lo'dijo el señor D. Juan de Dios Uribe- sí muy notable por el movimiento dramático de una 'acción animadísima, y por las magníficas descripciones de tipos y paisajes caucanos, sin hablar del levantado alcance que, segun se asevera, tiene la obra en el campo de la especulativa social. Cuanto a condiciones de estilo y unción psicológica, dícese que predominan en ella y la enaltecen las mismas cualidades eminentes' que hacen de María "la biblia de nuestra literatura", segun la expresión del inteligente escritor D. Isidoro Laverde Amaya. Afirman personas doctas que han leído el manuscrito, que hay en Camilo escenas capitales de un efeto grandioso. Entre otras que he oído elogiar como episodios dramáticos de gran valor, se habla de la admirable composición en que una pobre muchacha del pueblo, voluntaria del ejército nacional, al ver que en lo más fragoso de reñida batalla cae herido de muerte el compañero de su humilde cuanto agitada existencia, poseída por el noble furor de una justa venganza, recoge el fusil humeante que acaban de soltar las moribundas manos del soldado y, oculta tras de vetusto vallado de piedra, de una hermosura trágica como la del ángel de la desesperación, hace fuego sin descanso sobre el enemig9 hasta causarle irreparable daño y hacerle pagar caro la sangre del amante muerto. Aseguran que nada iguala a la fogosa expresión del estilo empleado por Isaacs para describir la magistral escena, épico incidente que inspiró al malogrado artista Alberto Urdaneta uno de sus me·

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jores y más encomiados cuadros. Entre los personajes del libro figura un mudo, del cual dicen primores los que conocen la estructura completa de Camilo; mudo que viene a dar a ciertos pasajes de la obra el cO&

El distinguido sacerdote mexicano D. Vicente F. Abundis, me. decía en carta dirigida de Ciudad Victoria (Tamaulipas) en el mes de septiembre de 1895: ••... Doce años hace que leí, por primera vez, a María; de entonces a esta fecha más de seis veces he vuelto a leer sus páginas, y las mismas sensaciones, la misma congoja, el mismo dolor en mi corazón he sentido, hoy que tengo treinta años, que en aquellos primeros días de mi juventud. "IOh señor! Naci mexicano, pero siento en mi alma amor intenso por ese bello suelo de Colombia ... Mil veces dichoso usted que ha contemplado el sitio ben· decido que inspiró a Isaacs su libro ... Quisiera respirar el perfumado ambiente del Valle del Cauca, oír el dulce murmullo del Zabaletas, extasiarme ante ese panorama que he soñado tantas veces... "En México ha sido llorada la muerte del autor de María como la de Gutiérrez Nájera; como quizás no lo sería la' de muchos de sus hijos eximios ..• ¡Ah! No alcanza usted, señor, a comprender, cuán popular y querido es aquí el nombre de su ilus.tre compatriota de usted. ¿Tendremos la ventura de deleitamos algún día con las obras que, según ha afirmado la prensa de México, dejó inéditas el insigne escritor? ..•• La misma interrogación se oye incesantemente en boca de los innumerables amigos y admiradores del más tierno de los poetas colombianos. Es de presu- ' mirse que los dignos herederos del ilustre Isaacs, no privarán por mucho tiempo a la amistad y a las letras del goce de tan inefable satisfacción. "Nos parece que la vida de Isaacs no puede ser ~s· tudiada con prescindencia de su obra, ni 'las fases de ésta sin ver qué sol, 'en cada etapa de su agitada pere~in¡l.~i91'l,i.~w.i:qº s~ frente, si el ~ol ~rdiente de l~

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juventud o el sol pálido del último invierno", dice el más espiritual y profundo de los analizadores del carácter literario del autor de María, D. Diego Mendoza. "Cuando toda la obra de Isaacs sea conocida, del público, y, así, haya pasado por la prueba decisiva, se verá si la flor vale más que el fruto, o el fruto más que la flor, o si uno y otra, a la luz y al calor de su estación, tienen unos mismos quilates; si Fania es superior a María, o si las dos creaciones son perlas arrancadas por un mismo buzo, madréporas de diferentes edades en mares que se comunican por corrientes misteriosas." (1).

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Era aún adolescente y las cosas del mundo se presentaban a mis ojos veladas por una especie de niebla luminosa que las hada aparecer doblemente seductoras y amables, cuando tuve la dicha de visitar el territorio antioqueño; y por este motivo, en mi mente quedó fijo el vigoroso y poético recuerdo de aquella región de estructura singular, tan distinta por su conformación y por sus condiciones etnográficas del suelo hermoso en donde plugo a Dios hacerme ver la luz primera. Aquel recuerdo, embellecido con la mágica aparicncia que los albores de la juventud saben prestar a todos los objetos -así a los países que re· corramos en esa edad feliz, como a la mujer preferida que recoge amorosa las primicias de nucstro corazónvivc en mí con caracteres imborrables. Acá en mi mcmoria se refleja vivaz la imagen de una comarca extensa y montañosa, cruzada en dife(1)

Diego Mendoza: Segunda lectura de "Maria".

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rentes direcciones por estrechos valles en cuyas cuencas clamorean espumosos torrentes o caudalosos. ríos, encajonados entre verdes faldas, tendidas unas como los paños de un vestido reg~o,empinadas otras como lienzos de gigantesca arquitecturp1(. dll,!!', ',,\i!~,d V laboriosa: una perla que, ell:arse entre el follaje "pretado de la arboleda; y algu. nos pato:; y gallinas, un cochinilo gruñón y otros anímales domésticos vagaban por los alrededores. Mas, ¿en dónde encontraría hoy tintas adecuada5

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para pintar al través de lejano recuerdo esos rústicos paisajes con sus misteriosos atractivos? .. ¿Quién me prestaría la paleta que contuviera los suaves o vigorosos colores de esa selva virgen, los. poéticos matices del cielo sereno y azul, el brillo de las flores silvestres, la apacibilidad de esas chozas medio perdidas en las verdosas sombras de la pomposa vegetación que las rodea? .. At fin nos internamos bajo el follaje fragante de una arbolada de burilicos, vegetal espléndido que así participa de la hermosura del tamarindo como del vigor y la elegancia del gualanday, y diez minutos después avistábamos la posesión de Tomás. Rodeada por alto y frondoso bosque se extendía una dehesa cubierta de guinea} entre cuyas profusas macollas se solazaban unas cuantas vacas con cría. Se .parábala del camino público una cerca de guádua, hecha en forma de tejido e interrumpida hacia la mitad de su extensión por una puerta de golpe con techumbre de paja. En el fondo de la dehesa e inmediatos a la selva, se levantaba la cabaña, dividida del pastal por una talanquera bastante elevada, los corrales y un hermoso huerto en donde sobresalían las copas amenas de algunos mangos, naranjos, madroños y pomos. El Guadalajara corría a corta distancia, haciendo oír el rumor grato de sus corrientes, El trapichito no se veía desde la cabaña, pues se hallaba situado en . el corazón del bosque, al lado de los cañaverales. -Allá está Luisa aguardándonos, dijo Tomás al reconocer a su mujer desde lejos. En efecto, asida de la cerca, la gallarda mulata observaba hacia el lado del camino, formando pantalla con la mano abierta, a la altura de las cejas"para ver mejor.

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La vivienda de La Ramada era una aseada cabaña de bahareque y paja, dividida en tres departamentos, así: al oriente, el aposento o dormitorio; en el centro, la salita; y mirando al oeste, la quesería. Estas tres piezas se comunicaban entre sí; y la salita tenía puerta para el interior, así como el aposentillo y la queseria tenían ventanas que daban al huerto. Hacia la parte que miraba a la entrada de la finca había un corredor angosto, de piso desigual, en el cual se veían algunos troncos de {u-bol toscamente labrados, que servían de asientos; un pilón de jigua para quebrar maíz, con dos manillas -pues esa operación suelen ejecutarla dos personas simultáneamentey en las guaduas que hacían de pilares se hallaba extendido un lazo de cerdas para abrir la ropa húmeda. En las paredes se veían algunos garabatos, en los cuales colgaba Tomás las guacas, pieles, maneas y demás enseres de vaquería. Detrás de la casa se encontraba la cocinita, y alrededor de ella una hermosa huerta en donde se producían con abundancia y feracidad verdaderamente tropicales, cebollas de varias clases, eulantro, perejil, el oloroso poleo, la fragante yerbabuena, el orégano enrizado, la arábiga albahaca y un sinnúmero de flores, entre las que descollaban como soberanos de aquella corte de aromas y colores, los claveles y las rosas, los jazmines y las azucenas. El aseo más extremado lucía hasta en los últimos rincones, pues Luisa, aunque pobre y humilde hija de la gleba, era lo que se llama una señora de casa. Los muebles -si es que tal nombre hubiera podido darse a las rústicas tarimas de guadua y a las raíces de la misma colosal gramínea que decoraban las piezas- no tenían un átomo de polvo; y, como ellos, brillaban por su limpieza todas las vasijas de que hacía

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uso la hacendosa muchacha en el ,desempeño de sus oficios. -Ya se demoraban ustedes mucho, dijo Luisa cuan· do llegamos al corredor. ¡Buenos días mi señora! ¡Buenos días ña Prudencia! ¿A ver, qué tal viaje han traí· do? ¡Buenos días, señor! ¿Qué tal, comad~ita? -Buenos díaS',Luisa. -Buenos días, hija. -¿Cómo está, comadre? -¿Qué tal, negrita? -Entren. y siéntense. Tan estrecho que está esto aquí. .. '¡Jesús! ¡Ave María Purísima!. .. ¿Muy cansados están? .. -:-¡No! ¡Si es un paso de· aquí a la ciudad! . Todos entramos. Yo me senté en un banquito de los que había en el corredor; mi madre se colocó a mi lado; ña Prudencia y Tomás siguieron para la cocina, y Elena dijo a Luisa, que no sabía 'cómo mani· festar su contento: -A ver, comadre, yo quiero ver a mi ahijado: ¿dónde está? Elena se refería al hijo de Tomás y de Luisa, a quien mi buena hermana había servido. de. madrina. -Entre, pues, para acá, comadre, porque ese zambo es un perezoso; ¡conque está durmiendo todavíal agregó la m~lata riéndose y dejando en descubierto los dientes más lindos del mundo. Las dos muchachas entraron en la a1cobita que, co- . mo antes dije, tenía una rejilla, ironía de ventana, que daba al huerto. A favor de la luz que entraba por ella, se veían: la barbacoa que hacía de lecho nupcial; una percha en donde Luisa tenía colgadas.sus m~jores enaguas, pañolones y camisas; el baulito de {;~d.rOIql.\.e ~art;lélg¡¡,lºs trapitos d~ ~ristiaIlar de TeJ-

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más; algunas petacas de paja, con las ropitas del chico, la más grande, y otras con cigarros, algodón en rama y chismes de costura; dos o tres calabazos colgados del bahareque, los cuales contenían semillas o específicos vulgares; y cerca de la tarima de los esp~· sos, una cunita de carrizos pendiente con un lazo de una vara flexible de árbol de mate, que estaba asegurada en la techumbre. Acercáronse a la cunita las dos jóvenes; y levantando Luisa con mucho cuidado el mosquitero de muselina ordinaria que cubría a su hijo, dijo a Elena muy quedo, casi en el oído: -¡Véalo, comadre, está tan gordo que parece una lechona! -De veras, comadre, dijo mi hermana en el mismo tono de voz y contemplando con afectuosa sonrisa al mesticito, que dormía a más y mejor: ¡está celebrísimo este patojo! -Pues la buena mano suya, comadrita ... Al rumor de las voces despertó el chico, que llevaba el mismo nombre de su padre; y viendo un rostro extraño cerca de la cuna, puso el grito en el cielo. -¡Qué es eso, Tomasito!, exclamó Elena, sacando de entre sus aseados y tibios abrigos al mulatito, que la miraba con ojos sorprendidos, y sosteniéndolo en los brazos, en alto, como para verlo mejor: ¿qué es eso, mi hijo, ya no conoce a su madrina? .. -¡Si es tan jJe170, comadre! ¡Si lo oyera se lo comería! Conque ya conoce al taita desde lejos y lo llama ... -¡Qué le parece! -¡Pero no se moleste. comadrita de mi vida! ¡écheme acá ese negro, no vaya a ser que haga alguna de las suyas! ... A la sazón el mulatito se había tranquilizado y se

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entretenía jugando con uno de los zarcillos de la joven. -Déjemelo, comadre. -Pues ahí se 10 dejo, que allá me está llamando ña Prudencia, para que apure el almuerzo. Por el gusto de estar conversando con usted, lo había olvidado. Tan tarde que es ya, y cansados que estarán y con algo de hambre ... ¡Jesús! ¡Ave Maríal Esto 10 dijo ya en vía para la cocina. Tomasito se durmió de nuevo, y Elena lo acostó con blandura en la cuna, meciéndolo suavemente por algunos instantes. En ese momento abrió las dos puertas del corral un muchacho de diez a doce años, que acompañaba de ordinario a Tomás. La cerca que formaba el corral era de las que llaman de colgado; es decir, de latas o rajas de guadua, sostenidas Ct trechos iguales con bejuco, de estacas delgadas de ciruelo de perro que, por lo común, sobresalen una cuarta del cercado. Un coposo guásimo sombreaba el corral. Tomás había recogido las vacas y las encaminaba a: aquel sitio, porque ya estaba pasándose la hora de ordeñar . . Los terneros separados de las madres desde la tarde anterior, daban carrerillas d~l lado opuesto de la cerca, lIamándolas con sus lastimeros balidos, a los cuales respondían ellas bramando sordamente. De dos en dos iban entrando en el corral; reconocíanlas al punto sus hijos, y se les acercaban, triscando con alborozo; pero Tomás y su ayudante los separaban, manteniéndolos atados a cierta distancia. Maneaban igualmente las vacas; limpiábanles el polvo de las ubres con el extremo peludo de la cola, y sobre' la marcha las ordeñaban. La leche caía en chorros ,sobre

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