IGLESIAS DEL NUEVO TESTAMENTO “Saludad… a la iglesia que está en su casa”

Algunos aspectos eclesiológicos que algunos líderes de las Iglesias de Cristo deberían conocer

Emilio Lospitao

http://restauromania.wordpress.com

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN.................................................................................... 3

I

La iglesia en Jerusalén ............................................................. 6

II

La iglesia en Antioquía .............................................................. 8

III

El apostolado de la circuncisión ............................................... 14

IV

El apostolado de la incircuncisión ............................................. 17

V

Lecciones de un concilio .......................................................... 20

VI

Restauración y exégesis bíblica ................................................ 24

CONCLUSIÓN ..................................................................................... 29

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INTRODUCCIÓN Estos “aspectos eclesiológicos que algunos líderes de las Iglesias de Cristo deberían conocer” ya han sido publicados en ¡Restauromanía…? (2ª época). Aquí, simplemente, los estamos reuniendo en un volumen con el objeto de que el lector pueda seguir su lectura sin necesidad de abrir varios boletines. Hemos aprovechado para hacer algunas correcciones de forma, como es lógico, pero el fondo está íntegro tal como fue publicado en su día. La cuestión de todo lo que aquí exponemos tiene como foco principal el concepto de “la” iglesia primitiva que, en general, tienen la mayoría de los líderes de las Iglesias de Cristo, desde que salen de los Centros de Formación Teológica. Los alumnos terminan sus licenciaturas con esta noción sobre la iglesia. Este concepto se suele expresar con una frase repetitiva en la literatura del Movimiento de las Iglesias de Cristo: “somos la iglesia que fundó Cristo en el año 33 d.C.” Esta noción se deriva de la convicción axiomática de que la iglesia de la que habla el Nuevo Testamento fue una comunidad homogénea, monocolor en la forma y en el fondo, unánime en la doctrina y en la piedad. Este axioma, como veremos en estos “aspectos eclesiológicos…”, parte de una idea teórica, idealista y nostálgica. De ahí, el sueño de “restaurar” la Iglesia del Nuevo Testamento. Pero, a la luz del testimonio de la escritura neotestamentaria, la realidad de lo que fue el cristianismo primitivo, como fenómeno socio-religioso, convierte a la pretendida “restauración” en un mito1 más de los muchos que enseñamos en las Iglesias de Cristo. La primera gran e incuestionable novedad que hallamos en el Nuevo Testamento es que “la” Iglesia en realidad la formaban “dos” grupos muy diferentes: uno judeocristiano y otro gentil. El primero (la iglesia primitiva), que siguió practicando las “costumbres” judías (La Ley) y, el segundo, de origen gentil, que no practicó nada de la Ley, salvo algunos preceptos de la misma que los judeocristianos les impusieron (Hechos 15:28-29; 21:25). Esta realidad cuestiona inequívocamente la noción de “una” Iglesia monocolor y única, la cual suponemos que hay que “restaurar”. Si queremos de verdad “restaurar” una iglesia apostólica, tenemos primero que determinar cuál de las dos deseamos “restaurar”, si la de Jerusalén o la de Antioquía. A qué grupo cristiano queremos seguir, a los del “evangelio de la circuncisión”, o a los del “evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7-8), ambos coetáneos y legítimos. Nunca, en mis primeros años de aprendizaje en la iglesia, escuché hablar de la paradoja de “dos” iglesias apostólicas. Sí escuché del problema de los “judaizantes”, pero esto es otra historia. Creemos que nunca sale más fortalecida la fe y el compromiso cristiano que cuando investigamos sin cortapisas y sin prejuicios. La verdad –dijo Jesús- nos hace libres. ¡Así pues, sintámonos libres! 1

El lector puede bajar este tema en: http://restauromania.files.wordpress.com/2009/07/mitos1.pdf

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A este “mirar para otro lado”, y pasar por alto estas dos diferentes comunidades en el estudio del libro de los Hechos, hemos de sumarle otro elemento no menos importante, que tiene que ver con la fuente misma: las escrituras que forman el Nuevo Testamento. Es paradigmático el concepto de “palabra de Dios” para referirse a la Escritura (tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento) como si éstas hubieran sido dictadas por Dios, “palabra por palabra”, al margen del contexto histórico de los eventos así como de las personas a través de los cuales Dios se ha revelado. Sabemos que en la mente de muchos cristianos, entre ellos líderes y maestros de iglesias, conciben el testimonio bíblico con esa categoría. Este concepto de “palabra de Dios”, como se concibe en el marco del “fundamentalismo”, tiene su propio itinerario en el tiempo, que está estrechamente relacionado con la historia del Canon de la Escritura. Durante este itinerario (que duró casi cuatro siglos para el Nuevo Testamento), las escrituras de Pablo, de Pedro… se convirtieron en “Escritura Sagrada”. A partir de aquí, las palabras de Pablo, de Pedro… se han convertido en “Palabra de Dios”, de manera aséptica, al margen de su propio contexto histórico. No estamos cuestionando la “revelación de Dios en la Historia”. Creemos en la proposición del autor de la carta a los hebreos (Hebreos 1:1-2). Lo que cuestionamos es el valor aséptico (sin contacto con la realidad histórica profana) que se le otorgan a estos escritos, y el valor “extra histórico” (ajeno a la historia) que se les da, como si Dios hubiera hablado desde el Olimpo mirando al infinito. Creemos que la exégesis y la hermenéutica para tratar los textos bíblicos no deben ser diferentes de los que se usan para cualquier otro texto literario; es decir, su exégesis e interpretación debe contar con el contexto social, político e institucional de la sociedad donde Dios se ha revelado. Dios se ha revelado “en” la Historia, y sólo en este contexto histórico tiene sentido su revelación. La iglesia, como movimiento socio-religioso, se desarrolló y se institucionalizó en el marco de una sociedad específica y concreta, y nada de ese entorno le fue ajeno; al contrario: ese entorno le dio forma, sentir…; su estructura, su organización y su desarrollo tienen como analogías las instituciones sociopolíticas de la sociedad que la vio nacer. Solo un detalle significativo: las iglesias del Nuevo Testamento fueron “iglesias domésticas”, tenían como lugar físico natural el hogar (la casa). La estructura social y organizativa de la iglesia siguió la estructura y la organización de la “familia” (la casa) de la época del Nuevo Testamento, que era patriarcal. Como en cualquier manual de costumbres y organización de la época, las cartas apostólicas se remiten a los tres códigos básicos que vertebraban la sociedad y la familia de aquella época: relación amo-esclavo; relación hombre-mujer; y relación padre-hijos (Efesios 5:21-6:9; Colosenses 3:18-22; etc.). Pablo no está revelando nada nuevo, ya lo escribieron antes otros, por ejemplo, Aristóteles (Rafael Aguirre, “Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana” – Ensayo de exégesis sociológica del cristianismo primitivo -2009).

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El estudio y la comprensión de la iglesia que encontramos en el Nuevo Testamento pasan inexorablemente por el estudio y la comprensión de la sociología de la época del Nuevo Testamento.

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I LA IGLESIA EN JERUSALÉN 1. Nacimiento de la iglesia En la primera fiesta de pentecostés, posterior a la celebración de la pascua en la que Jesús había instituido la “Santa Cena”, se manifestó el Espíritu Santo sobre el grupo de discípulos que estaba reunido en el aposento alto en Jerusalén (Hechos 1:12-26). Según se cree, corría el año 33 de la era cristiana. Este suceso fue el punto de partida para la proclamación del evangelio (Hechos 2). Como respuesta a este primer sermón predicado por el apóstol Pedro, se convirtieron “como tres mil personas”. Durante aquellos días, varios miles de personas más creyeron en la Buena Nueva (Hechos 4:4). De Jerusalén la noticia pasó a Samaria y a Galilea donde hubo más conversiones (Hechos 9:31). Durante un tiempo indefinido (por lo menos hasta el martirio de Esteban), todas las personas convertidas al evangelio procedían del judaísmo. La iglesia “primitiva” la componían exclusivamente personas judías. 2. Una iglesia teológicamente en germen Contrario a lo que nos pueda parecer, el primer sermón de Pedro no sólo fue dirigido a judíos: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel…”, sino exclusivamente a los judíos: “porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos…” (Hechos 2:36-39). De Hechos 10:1–11:18 se deduce que los líderes fundadores de la iglesia no tuvieron al principio ninguna predisposición para predicar el evangelio a los gentiles. Para anunciar el evangelio a un gentil (¿el primero?), Pedro tuvo que ser previamente aleccionado tanto teológica como psicológicamente: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo” (Hechos 10:28). ¿Cuánto tiempo pasó desde el día de Pentecostés hasta este acontecimiento? Los judíos cristianos que salieron de Jerusalén por causa de la persecución desatada a raíz del martirio de Esteban “pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no hablando a nadie sino sólo a los judíos” (Hechos 11:19). De hecho, cuando Pedro, finalmente, se avino a predicar a un gentil, y esta noticia llegó a Jerusalén, aquí disputaron con él “porque había entrado en casa de hombres incircuncisos, y había comido con ellos” (Hechos 11:1-3).

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Sólo después de que Pedro les explicara cómo sucedieron las cosas, exclamaron: ¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18). Obviamente, hasta esa fecha predicar a un gentil era un gesto contrario a los prejuicios étnicos y religiosos del cristiano judío, ¡aun los Apóstoles! Lo cual plantea una paradoja no exenta de otros problemas que aquí omitimos apuntar. 3. Perfil religioso de la iglesia en Jerusalén La iglesia primitiva, la que había nacido en Jerusalén el día de pentecostés, la única iglesia de Cristo existente hasta la predicación a los gentiles, estaba compuesta por hombres y mujeres judíos. Según los textos bíblicos, aparte de los sacrificios del templo que tipificaban el sacrifico de Cristo en la cruz (Hebreos 9:11-14), esta iglesia primitiva continuó practicando todos los rituales del levítico que tenían que ver con la piedad religiosa judía. Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración (Hechos 3:1); Pablo continuó practicando los ritos y guardando las fiestas judías (Hechos 18:18, 21; 20:16); los “millares de judíos” que habían creído en Jerusalén “todos eran celosos por la ley” y este celo significaba “andar ordenadamente” (Hechos 21:20-24). La expresión “millares” indica que los “fieles de la circuncisión” no fueron algunos cristianos judíos excéntricos y aislados, sino la multitud de creyentes, la iglesia toda, incluidos los líderes, es decir, Jacobo y los ancianos (Hechos 21:17-20). Esto ocurría al final del tercer viaje misionero de Pablo, sobre el año 58 ó 59 d.C., unos treinta años después del primer sermón cristiano. Era tan importante para estos judíos cristianos (la iglesia primitiva) guardar estas cosas, que la resolución del conflicto que se dirimió en el “concilio” de Jerusalén, “impuso” a los gentiles cristianos guardar “ciertas” cosas de la ley (Hechos 15:28-29). De hecho, el conflicto que motivó dicho concilio fue la tensión que se había originado entre los judíos cristianos y los gentiles cristianos al aceptar éstos el evangelio, pues mientras que los cristianos gentiles no guardaban ningún precepto de la ley, los judíos cristianos seguían fieles a la misma ¡incluida la circuncisión! ¡Y así era la iglesia primitiva del año 33 d.C.!

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II LA IGLESIA EN ANTIOQUÍA DE SIRIA 1. Nacimiento de la iglesia Aun cuando el primer gran bum misionero fue sin duda el ocurrido el día de Pentecostés, en Jerusalén, con tres mil almas obedientes al evangelio (algún tiempo después, varios miles más se unieron al movimiento cristiano), no obstante, la primera misión entre los gentiles (aparte del centurión romano – Hechos 10) fue llevada a cabo por discípulos (judíos helenistas) procedentes “de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (Hechos 11:19-20). Estos “evangelistas” habían salido de Jerusalén huyendo de la persecución que hubo con motivo de Esteban (Hechos 8:4; 11:19). Sin duda, el hecho de ser judíos de la diáspora, con una mentalidad posiblemente más abierta, facilitó el acceso a los gentiles para hablarles de Jesús el Cristo. El resultado de hablar la palabra también a los griegos fue que: “la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor” (Hechos 11:21). Lucas resume este evento misionero diciendo: “Y una gran multitud fue agregada al Señor” (Hechos 11:24b). ¡Había nacido la primera iglesia de origen gentil! Si la iglesia de Jerusalén fue la iglesia “madre” entre los judíos, la iglesia de Antioquía se convirtió en la iglesia “madre” entre los gentiles. Pero la iglesia “primitiva” propiamente dicha fue la iglesia de Jerusalén, donde nació el movimiento cristiano. 2. Pablo y la iglesia en Antioquía La noticia del nacimiento de esta iglesia entre los griegos llegó pronto a Jerusalén cuyos líderes (los Apóstoles – Hechos 8:1) enviaron a Bernabé, el cual enseguida percibió la importancia de lo que estaba ocurriendo en la tercera ciudad del Imperio. Así pues, sin demora, Bernabé se dirigió a Tarso en busca de Pablo, y vueltos ambos a Antioquía “permanecieron allí todo un año con la iglesia, y enseñaron a mucha gente” (Hechos 11:22-26). Pablo no fundó esta iglesia (tampoco Pedro), pero fue una pieza fundamental para su crecimiento y su visión misionera (Hechos 13:1-3). Después de su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé “continuaron en Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros muchos” (Hechos 15:35). Después del segundo viaje misionero, el Apóstol todavía estuvo en esta ciudad “algún tiempo” (Hechos 18:23). Este “algún tiempo” fue la última vez que Pablo estuvo en Antioquía, pues finalizando el

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tercero y último viaje misionero, y deseando ir directamente a Jerusalén para estar allí en la fiesta de Pentecostés (Hechos 20:16), se cumplieron las advertencias proféticas que durante su viaje se le fue anunciando: su apresamiento en Jerusalén (Hechos 21:4, 10-11). Desde Jerusalén (tras una estancia de dos años de cautividad en Cesarea –Hechos 23:23-35; 24:27), Pablo fue llevado a Roma para comparecer ante César, a quien el Apóstol había apelado (Hechos 25:10-12). 3. Antioquía de Siria, sede de la más grande empresa misionera del tiempo apostólico. La iglesia de Antioquía de Siria, primera iglesia entre los gentiles, se convirtió en el “cuartel general” de los tres viajes misioneros del apóstol Pablo (Hechos 13:1-3; 15:35-36; 18:22-23). Es decir, no fue en la iglesia de Jerusalén donde surgió la iniciativa de llevar la palabra “hasta lo último de la Tierra” (Hechos 1:8), sino en la iglesia de Antioquía, una iglesia gentil, otrora contendiente con la iglesia judeocristiana de Jerusalén. [Un líder de la segunda generación en esta iglesia, y posible discípulo directo de Pablo, fue Ignacio de Antioquía (40-107 [113?] d.C.), obispo a la sazón hasta su martirio en tiempo del emperador Trajano por negarse a adorar a los ídolos. Se conocen 13 cartas atribuidas a él dirigidas a las iglesias, entre otras, de Roma, de Filipos, de Éfeso…; una literatura de gran valor histórico y exegético]. 4. Perfil religioso de la iglesia en Antioquía de Siria Tres elementos significativos sugieren que la iglesia surgida en esta ciudad (como en todas las demás en el mundo gentil) sería muy diferente a la de Jerusalén: a) La composición multicultural de su población: griegos, romanos, sirios y judíos [la diáspora judía estaba presente en todas las ciudades importantes del Imperio. Ver Hechos 13:14; 14:1; 17:1; 18:4; 19:8; etc.]; b) La naturaleza socio-religiosa de los “evangelistas” que predicaron la palabra allí: judíos de Chipre y de Cirene; o sea, helenistas; y c) Las personas que lideraron la iglesia durante el primer año: Bernabé y Pablo (Pablo y Bernabé). El choque entre discípulos judíos y discípulos gentiles comenzó cuando arribaron desde Judea algunos “misioneros” judíos enseñando que “si no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no podían ser salvos” (Hechos 15:1). Fue tal la discusión de Pablo y de Bernabé con estos “misioneros” de Judea, que dispusieron subir a Jerusalén para tratar esta cuestión “con los Apóstoles y los ancianos” (Hechos 15:2). Este encuentro en Jerusalén, y la dura discusión que se llevó a cabo acerca de la observancia de la ley, marcó un antes y un después en el cristianismo primitivo. La Iglesia judeocristiana (primitiva) seguiría observando la ley, mientras que la Iglesia gentil sólo observaría “algunas cosas necesarias” de la ley” (Hechos 15:2829; 21:25).

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Lucas, un gentil convertido al cristianismo, y colaborador de Pablo durante muchos años (ver Hechos 16:10 sig.; 16:19-40; 20:5-21:18; 27:1 sig; 27:1-28:16; Colosenses 4:14; etc.), cuando escribe el libro de Hechos, desde la perspectiva del tiempo, parece referirse a la Iglesia judeocristiana primitiva como “los fieles de la circuncisión”. 5. Los “fieles de la circuncisión” Esta referencia a los judeocristianos, sin embargo, nos obliga a hacer un análisis más detallado de su contenido. A la luz del libro de Hechos, y algunas referencias de las epístolas paulinas, la frase “los fieles de la circuncisión” puede abarcar conceptos distintos no sólo desde un punto de vista literario, sino desde una perspectiva histórica del cristianismo primitivo. a) “Los fieles de la circuncisión” como grupo judaizante dentro del cristianismo primitivo Desde un punto de vista socio-religioso, se hace notorio un grupo de fieles cristianos a los que se le denomina “los de la circuncisión” (Gálatas 2:12; Hechos 11:2) o, más bondadosamente, “los fieles de la circuncisión” (Hechos 10:45). Aunque también, despectivamente, se hace referencia a ellos como “[los] contumaces y engañadores… de la circuncisión” (Tito 1:10); pero este uso desdeñoso tiene un contexto tardío en la historia del cristianismo, especialmente en las epístolas pastorales; pero no es este concepto el que nos proponemos desarrollar aquí. En efecto, el artículo determinativo plural “los” parece indicar a un grupo de personas dentro del conjunto de las iglesias (de Jerusalén, de Judea o, incluso, de la diáspora), aun cuando no formaban un grupo disidente ni estaban al margen de la Iglesia oficial, sino que formaba parte de ella. Que estos “fieles de la circuncisión” no formaban un grupo disidente de la Iglesia oficial lo muestran dos hechos notables: 1) Los “fieles de la circuncisión” que fueron a Antioquía eran uña y carne con Jacobo, una columna de la iglesia de Jerusalén, pues fueron allí a instancia de él. Además, debieron gozar de una representación social y religiosa bastante importante dentro de la Iglesia de Jerusalén, pues estos “fieles” hicieron caer a Pedro (y a los demás judíos e incluso a Bernabé) en la tentación de actuar hipócritamente con los gentiles, actitud que Pablo reprochó públicamente después (Gálatas 2:11-14). 2) Los discípulos judíos de Hope que acompañaron a Pedro hasta Cesarea, a casa de Cornelio, pertenecían a este grupo de “fieles de la circuncisión”. El apelativo “fieles” que usa Lucas para referirse a estos discípulos judíos significa que eran “cristianos fieles” que, no obstante, seguían observando los preceptos de la ley (Hechos 10:45).

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b) “Los fieles de la circuncisión”, como cuerpo eclesial dominante en Palestina “Millares de judíos… todos celosos por la ley” No obstante de lo dicho más arriba, es también notorio el hecho de que en la iglesia de Jerusalén eran “millares” los judíos que habían creído, y, además, todos eran “celosos por la ley” (Hechos 21:20). Es decir, cuando Pablo llegó a Jerusalén, al final de su tercer viaje misionero (año 58 ó 59 d.C.), el grupo de “los de la circuncisión” parece ser la totalidad de la iglesia. Lucas, en este relato, no usa ningún artículo determinativo para referirse a algún grupo en particular, sino una expresión que aglutina a la multitud de judíos creyentes que formaban la iglesia: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley”. La relación entre “todos son celosos por la ley” y “los fieles de la circuncisión” parece tener una equivalencia bastante obvia. c) “Los fieles de la circuncisión” como “la Iglesia judeocristiana” vs “la Iglesia gentil” Esta es una tercera vía de comprensión y, quizás, la mejor desde la exégesis de los textos y desde la historia de la iglesia. Hemos de tener en cuenta que Lucas escribe Hechos desde la perspectiva del tiempo. El libro de Hechos vio la luz allá por los años 65-70 d.C. Lucas era un convertido del gentilismo y escribió gran parte de este libro a partir de informaciones ajenas, que fue armonizando como mejor creyó. No obstante, conocía de primera mano las secuelas de la tensión histórica entre judíos y gentiles en la Iglesia. De hecho, él pertenecía cultural e históricamente al grupo del evangelio “de la incircuncisión”. Desde esta perspectiva en el tiempo, Lucas se puede estar refiriendo a la Iglesia primitiva judeocristiana, como “los de la circuncisión” en contraste con la Iglesia post-primitiva gentil, “los de la incircuncisión”. Este concepto parece ser el más acorde con los textos bíblicos y, sobre todo, con la historia de la iglesia primitiva. 6. El concilio de Jerusalén, una mirada retrospectiva en el tiempo Según la conclusión del concilio llevado a cabo en Jerusalén sabemos que la obligatoriedad o no de la circuncisión para los gentiles no fue el único tema que se discutió en dicho concilio, pues en el consenso que devino de la reunión se “impuso” a los discípulos gentiles algunas observancias de la ley excepto la circuncisión. ¿Qué implica que los apóstoles y los ancianos tuvieran que discutir en un concilio si los gentiles tenían o no que observar la ley?

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a) En primer lugar, implica que alguno de los grupos contendientes estaba guardando la ley, y este grupo obviamente era el formado por los judíos cristianos de Jerusalén. El hecho de que a esos “misioneros” de Judea no se les hubiera “dado orden” desde Jerusalén para enseñar (e imponer) a los gentiles a que guardaran la ley, no significa que la iglesia de Jerusalén no estuviera guardando la ley, sino que “no habían dado orden de que los gentiles la guardaran”. ¿A qué, si no, la celebración de un concilio para debatir si los gentiles debían observarla o no? b) En segundo lugar, este concilio pone de relieve que, si bien los gentiles estaban exentos de observar cualquier precepto de la ley, los judíos que habían creído en Jerusalén al principio no pensaban igual. Fue la reflexión teológica (“mucha discusión” – vr. 7) en este concilio lo que aportó luz para comprender que era posible el evangelio “sin” la observancia de la ley. Para ello fue necesario reinterpretar lo que había ocurrido en casa de Cornelio: “Varones hermanos, vosotros sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones, les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros…” (Hechos 15:7-12). Aquí podríamos reescribir lo que Jesús, años antes, había dicho a Pedro: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). ¿No fue el Espíritu Santo quien aleccionó a Pedro para que fuera a casa de un gentil a predicarle el evangelio (Hechos 10:9-20)? ¡Cosa que Pedro no hubiera hecho antes! c) En tercer lugar, este concilio pone en evidencia también que los gentiles de Antioquía que habían creído en el evangelio no quisieron “parecerse” a la iglesia “primitiva” de Jerusalén, nacida en el día de Pentecostés (¡Qué diferente con la obsesión de algunos líderes de las Iglesias de Cristo, que quieren a toda costa “parecerse” a la iglesia primitiva de Jerusalén!). En realidad, dicho concilio fue una protesta en toda regla de los cristianos gentiles porque no querían ser “como” la Iglesia Madre, la única conocida hasta entonces, la originaria. Así pues, esta iglesia gentil, tras el acuerdo del concilio, vino a ser una Iglesia post-primitiva, y litigante con el perfil religioso judeocristiano (la iglesia propiamente primitiva). d) En cuarto lugar, este concilio sugiere que el movimiento de Jesús no tenía ningún “modelo”2 de iglesia: todo se fue estructurando sobre la marcha. Pero ampliaremos más detalles de este concilio en un capítulo aparte. 2

Sobre este tema, ver Mitos (La Iglesia tiene un modelo): http://restauromania.files.wordpress.com/2009/07/mitos1.pdf

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7. La Iglesia post-primitiva, nuestro referente A partir de este concilio, y aclarada la cuestión de la ley (Hechos 21:24-25), coexistieron dos grupos de cristianos (Iglesias) con idiosincrasias diferentes y observando preceptos religiosos distintos: los cristianos primitivos (judíos) observando la ley (Hechos 21:17-24); y los cristianos gentiles, guardando sólo algunas “cosas necesarias” de la ley (Hechos 21:25). Esta realidad socio-religiosa, que se originó cuando el evangelio traspasó las fronteras físicas e ideológicas de Palestina, demarcó una misionología con matices diferentes la cual el Apóstol de los gentiles definió como “el evangelio de la circuncisión” y “el evangelio de la incircuncisión” (Gálatas 2:7). Pero de esto hablaremos más adelante. 8. Una primera lección que los líderes de las Iglesias de Cristo deberían aprender Los líderes de la Iglesia de Cristo no somos exactos cuando enseñamos que nuestra Iglesia quiere parecerse a “la” iglesia primitiva originada el año 33 d.C. en Jerusalén. Este simplismo sólo convence a los ingenuos. Los maestros que enseñan este simplismo, y lo “venden” como una seña de identidad de la iglesia de Cristo genuina, lo hacen desde sus románticos anhelos, pero no desde el estudio crítico de la información que ofrece el texto bíblico. La iglesia primitiva fue observadora de la ley (¡Antiguo Testamento!). En el fondo, lo que deseamos es “parecernos” a la iglesia post-primitiva, la que surge en el mundo gentil (con el liderazgo del Apóstol de los gentiles y con el “evangelio de la incircuncisión”), pero no sabemos – o no queremos– deshacer este nudo gordiano.

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III EL APOSTOLADO DE LA CIRCUNCISIÓN (Gálatas 2:6-9)

1. La Iglesia judeocristiana El término judeocristiano, como tal, no aparece en el Nuevo Testamento; aquí encontramos dicho concepto con el nombre de "los de la circuncisión". El término judeocristiano es una creación de la ciencia moderna acuñado en el siglo XIX para designar a los discípulos de Jesús que, a sabiendas, habrían querido permanecer cercanos al judaísmo. Estos se dividen en dos grupos, según su lengua materna: arameo-hebreo, por un lado, y griego, por otro (Hechos 6:1). Se puede distinguir incluso entre los judeocristianos de Judea y los de la diáspora. El término judaizante, igualmente, es una referencia más marcada de aquellos discípulos que, además, querían imponer la ley de Moisés a los gentiles (Jean-Pierre Lémonon). Así pues, cuando hablamos de la “iglesia judeocristiana” nos estamos refiriendo a la única iglesia existente durante al menos la primera década del cristianismo, la iglesia “primitiva” (anterior a los primeros gentiles cristianos). Todos los discípulos de la iglesia “primitiva” eran judeocristianos y siguieron guardando las “costumbres” de la ley (Hechos 15; 21: 17-25). Esto es comprensible si pensamos que los judíos que creyeron en Jesús no dejaron de ser judíos, tanto los residentes en la región de Palestina como los de la diáspora. Tras ellos había siglos de leyes y tradiciones sociales y religiosas que marcaban un estilo de vida desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Por qué tendrían que romper, de un día para otro, con toda esa carga emocional, psicológica, familiar, social y religiosa? ¿Por qué tendrían que abandonar la señal del pacto de Dios con Abraham: la circuncisión (Génesis 17), la fiesta que conmemoraba la liberación de la esclavitud egipcia: la pascua (Éxodo 12) y las reglas alimentarias, de santidad... (Levítico 11-sigs.)? Todo esto, según la teología de Pablo, en la nueva dispensación de la gracia, no era necesario guardar para ser salvo, pero guardarlo era compatible con la fe que salva, al menos para los judíos que creían en el evangelio. Otra cosa diferente son los judaizantes; es decir, aquellos judeocristianos que además de guardar la ley querían imponerla a los gentiles. Pablo, con la definición de “el apostolado de la circuncisión” estaba haciendo un reconocimiento del estilo de vida religioso de los discípulos judíos que seguían guardando la ley (Gálatas 2:7-8).

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2. Guardar la ley: identidad de la iglesia primitiva Nuestra educación religiosa nos impide asumir que la “iglesia primitiva” era enteramente judaica, apegada a la ley; y que continuó siéndolo incluso después del concilio de la concordia (Hechos 15), de manera paralela y contemporánea a la iglesia que surgió en el mundo gentil. Esta iglesia primitiva, apostólica, única, fundada el día de Pentecostés, fue la iglesia a través de la cual el Espíritu Santo se hizo presente: con dones de lenguas (Hechos 2), con los milagros (Hechos 3:1 sigs.; 5:12 sigs.; 9:40 sigs.; etc.), en la oración (Hechos 4:31), en la imposición de manos (Hechos 8:14-19), fortaleciendo las iglesias (Hechos 9:31), etc. Fue tal su autoridad y su convicción, que afrentó un concilio para discutir la necesidad o no de que los gentiles guardaran la ley. La conclusión a la que llegaron fue que los gentiles sólo deberían cumplir con algunos preceptos de la ley. Los líderes presentes en dicho concilio no fueron subalternos, sino los apóstoles y los ancianos de la iglesia de Jerusalén (Hechos 15:2). Además, para estos líderes de la iglesia primitiva, guardar la ley era “andar ordenadamente” (Hechos 21:24). 3. Pedro y Pablo: la confirmación de dos ministerios Pablo, tras su conversión, se destacó como un líder excepcional en el campo gentil, para cuyo apostolado había sido llamado (Hechos 26:16-18). Después de una carrera misionera productiva fuera de Palestina, quiso compartir con los que eran considerados "columnas" de la iglesia de Jerusalén (Pedro, Jacobo y Juan) lo que había estado enseñando entre los gentiles. Es obvio que en este encuentro también Pedro, como líder prominente entre los otros apóstoles, compartiera qué enseñaban ellos entre los judíos. Ambos, Pedro y Pablo, eran conscientes de las diferencias de sus ministerios por causa de los campos distintos de misión; por ello, y por mutuo acuerdo, demarcaron dos áreas geográficas-culturales de trabajo: Pedro (y los demás de la circuncisión) seguiría desarrollando su ministerio entre los judíos, y Pablo haría lo propio entre los gentiles, como había venido haciendo: “pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en [Pablo] para con los gentiles” (Gálatas 2:69). El concepto que subyace en la reflexión de Pablo en Gálatas 2:7-8 es nada más y nada menos que el telón de fondo sobre el que se desarrolla la historia del cristianismo primitivo, con una Iglesia judía que seguía guardando la ley y una Iglesia gentil exenta de guardar dicha ley (salvo algunos preceptos donde coexistían gentiles y judíos). El concilio de Jerusalén pone en evidencia la existencia de estas dos iglesias sincrónicas: la judeocristiana y la gentil. Hechos 15 y 21:17-25 refleja sólo la punta del iceberg de esta realidad. En nuestros estudios bíblicos, pasamos de puntillas

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por este cuadro histórico que nos muestra el libro de los Hechos, además de no diferenciar las dos Iglesias: la de la circuncisión y la de la incircuncisión. 4. Exclusión progresiva de la Iglesia judeocristiana Ya hemos dicho que en el cristianismo primitivo la coexistencia de una iglesia judeocristiana y otra gentil fue compatible (Gálatas 2:7-9). En el concilio de Jerusalén se selló la concordia entre estas dos Iglesias (Hechos 15:1-35; 21:17-25). No obstante de que esto fue así, el tiempo fue mostrando que esa fraternidad, en cuyo consenso fue partícipe el Espíritu Santo (Hechos 15:28), se fue viciando y, finalmente, degradando hasta casi el odio en la medida que la Iglesia helenista fue adquiriendo protagonismo, mayoría y reconocimiento, ¡al precio de ir perdiendo el vínculo con sus raíces naturales! - ver Romanos 11:11-24. Todo parece indicar que del rechazo a lo “judaizante” se pasó al rechazo de lo “judeocristiano” y de esto al rechazo a todo lo que olía a “judío”. En efecto, a finales de la “época apostólica” ya se perfila cierta intransigencia con "los de la circuncisión” (los que observaban la ley); el autor de la pastoral, cansado de ellos, los incluye en el grupo de “contumaces, habladores de vanidades y engañadores” (Tito 1:10). Más tarde (año 110), Ignacio de Antioquía escribía a los magnesios: “Es absurdo apelar al nombre de Jesucristo y después vivir a lo judío; no es el cristianismo el que creyó en el judaísmo, sino el judaísmo el que creyó en el cristianismo, donde se han reunido cuantos creen en Dios” (“El primer siglo cristiano”, Ignacio Errandonea S.I.). No es ahora el momento para discutir la declaración de este mártir de Jesucristo, pero sus palabras nos acercan al sentir que la Iglesia helenizada iba asumiendo acerca de los judeocristianos. ¡El espíritu del concilio de Jerusalén se estaba olvidando! Tenemos que esperar un poco más, a mediado del siglo II, para escuchar al obispo de Asia Menor, Melitón de Sardes, el pernicioso dicho que llegaría a demostrarse en la historia posterior como muy nefasto: “Oídlo todas las estirpes de los pueblos, y vedlo: Un asesinato jamás sucedido antes tuvo lugar en Jerusalén […]. Dios fue asesinado, el Rey de Israel fue eliminado mediante la diestra de Israel”. Nacía así el reproche de que los judíos son asesinos de Dios. Aquí no se apuntaba ya a convertir a los judíos, sino a combatirlos (“El Cristianismo”, Hans Küng). Todos conocemos la historia del antisemitismo en Europa que llegó a su clímax con el Holocausto. Antisemitismo del cual el cristianismo de occidente no fue ajeno. Según los estudiosos, no existe mucha información directa sobre la “Iglesia judeocristiana” tras la guerra del año 70; y la información que hay procede de reseñas de apologistas cristianos de los siglos II, III y IV, como Justino, Tertuliano, Ireneo, Eusebio, etc. Reseñas que pertenecen a la historia que escribió la Iglesia vencedora.

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IV EL APOSTOLADO DE LA INCIRCUNCISIÓN 1. Judaizantes: la gota que colmó el vaso Si de entre los judeocristianos, los judaizantes no hubieran impuesto la ley a los gentiles, probablemente hubiera ocurrido estas dos cosas: a) La iglesia judeocristiana habría tenido más posibilidades de subsistir en el tiempo y en el espacio, al menos en el entorno judío, que era su especial horizonte misionero (Gálatas 2:9); b) Y, por lo tanto, en ausencia de esta polémica, hoy no tendríamos desarrollada la doctrina de la gracia como Pablo la desarrolló en sus cartas con motivo de dicha polémica. Es decir, por un lado, la “Escritura” neotestamentaria hubiera sido otra diferente; y, por otro, la historia de la Iglesia hubiera sido, quizás, menos "monolítica”. Pero esto sólo es una especulación. Según las cartas de Pablo, especialmente la dirigida a las iglesias de Galacia, los judaizantes fueron “misioneros” muy activos, no sólo en el entorno judeocristiano, donde se sentirían como peces en el agua, sino también en el campo de misión gentil: aquí como intrusos (ver Gálatas 3:1 ss.; 5:1-12). Esta polémica, que a nosotros nos ha llegado de forma literaria, debió de haber sido una enconada, viva y persistente lucha apologética entre las comunidades gentiles, evangelizadas y adoctrinadas por Pablo y sus discípulos, y los maestros (incluso comunidades) judaizantes; después, incluso con los judeocristianos por el hecho de que estos también observaban la ley. Con el tiempo, esta encarnizada apología se fue convirtiendo en una inevitable enemistad más allá de la simple dialéctica, según vemos en la literatura patrística (Ignacio de Antioquía, Justino, etc.). 2. El apostolado de la incircuncisión: cristología sin fronteras El vocablo “incircuncisión” nos lleva mentalmente al principal artífice de la teología cristiana y autor literario de la mayor parte del Nuevo Testamento: Saulo de Tarso (Pablo). Desde su experiencia en el camino hacia Damasco, el Apóstol de los gentiles había adquirido la noción de que la buena nueva (el evangelio) era un don gratuito, de ámbito universal y al margen e independiente de la ley judía (Gálatas 1:11-12). Por otro lado, su vocación era indiscutible y especialmente hacia los gentiles (Hechos 26:16-18). Con mucho orgullo Pablo se autodefinía como “apóstol de los gentiles” y, por lo tanto, “honraba su ministerio” (Romanos 11:13). Y

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aquello que fue tan difícil de entender al principio para los judeocristianos – judaizantes o no-- (ver Hechos 11:1-2, 18), Pablo dice que era un misterio escondido que le fue revelado a él: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y coparticipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:1-6). Pedro, después de su experiencia con la conversión de Cornelio (Hechos 10), llegó a la misma conclusión (Hechos 15:7-11). En la epístola a los Gálatas tenemos una exhaustiva exposición teológica del evangelio (de la gracia); su objetivo: además de exponer cuál era el mensaje que predicaba entre los gentiles, ilustrar tanto a gentiles como a judaizantes, especialmente a estos, la suficiencia y la superioridad de la fe sobre las obras de la ley en orden a la salvación: “sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado… pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo” (Gálatas 2:16-21). Por ello, imponer la ley como requisito para ser salvo suponía “volver a lo que era figura y sombra de los bienes venideros” (Colosenses 2:16-17; Hebreos 10:1). Distanciarse de los judaizantes, por lo tanto, no sólo era una necesidad teológica, sino un camino sin retorno; el evangelio de la incircuncisión tenía como vocación y meta primeramente a los incircuncisos sin excluir a los circuncisos (Gálatas 5:6). Ahora bien, ¿cómo entendemos la polémica con los judaizantes? ¿Cuál es la amplitud de esta polémica en el contexto del cristianismo primitivo? ¿Quiénes la motivaron? ¿A quiénes iban dirigidas las amonestaciones de Pablo? ¿Está Pablo condenando a todos los que observan la ley o algunos aspectos de ella? ¿El hecho en sí de observar algún aspecto de la ley les convertía en un “enajenado de la gracia”? ¿Pervertían el evangelio por el hecho de observar la ley como estilo religioso de vida? ¿…? 3. Dos observaciones importantes que matizar a) “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis” (Gálatas 5:4). Pablo no está diciendo que todos los que observaban la ley estaban “desligados de Cristo” (y caídos de la gracia), sino aquellos que buscaban justificarse por las obras de la ley. Esta obviedad es evidente, además de la gramatical, por estas dos razones socio-religiosas: Primera: en el concilio de Jerusalén dejaron claro que, aun cuando los gentiles no necesitaban observar la ley, ellos, los judeocristianos, sí la guardarían: “Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley […] Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada

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de esto…" (Hechos 21:20, 24-25). Porque los judeocristianos no guardaban “esto” (la ley) para salvarse; luego ellos no estaban desligados de Cristo ni "caídos de la gracia". Segunda: Pablo observaba la ley de manera ordinaria sin presión de nadie (Hechos 18:18, 21; 20:16); y en casos puntuales, con un propósito (1 Corintios 9:20). Pero Pablo tampoco estaba desligado de Cristo. Se supone que tampoco estaba contradiciéndose. b) “quieren pervertir el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:6-10). Este texto es la introducción mediante la cual Pablo va a exponer teológicamente su evangelio de la gracia, cuyo contexto es precisamente la labor proselitista de los judaizantes que habían llegado a las iglesias fundadas por el Apóstol (Gálatas 3:1-5). Como deducción coherente con el punto anterior, los judeocristianos no podían ser los que estaban pervirtiendo el evangelio, pues Pablo siempre tuvo una buena conexión con ellos (Hechos 21:21-24; Gálatas 2:7-9), sino los que iban imponiendo la ley como requisito para ser salvos: los judaizantes. Es decir, practicar la circuncisión, como rito socio-religioso y señal del pacto con Abraham; observar las fiestas judías que celebraban la relación de Dios con el pueblo judío; o seguir las reglas alimentarias y de santidad, etc., por parte de los judeocristianos, como estilo de vida religioso, no suponía competir con la gracia ni adherirse a otra alternativa diferente de ella. La observancia de la ley, en este sentido, es una expresión piadosa ancestral de los israelitas, "de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Romanos 9:4). Si esto es así, ¿qué implicaciones puede tener en un análisis crítico de la pedagogía "Nuevo Testamento versus Viejo Testamento" que siguen algunos líderes de las Iglesias de Cristo para concluir con ciertas doctrinas excluyentes? Si los discípulos judíos del primer siglo podían compatibilizar la observancia de ley –incluida la circuncisión- con la gracia, ¿no pueden seguir observándola los judíos del siglo XXI cuando aceptan a Jesús como Mesías? Más aún: ¿no podríamos nosotros, gentiles, observar voluntariamente las costumbres judías, por ejemplo, las fiestas? ¿No tendríamos, entonces, que revisar ese concepto de “eso pertenece al Antiguo Testamento” como si ello fuera incompatible con el evangelio, con la gracia y, por lo tanto, con la iglesia?

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V LECCIONES DE UN CONCILIO (Hechos 15)

La primera reunión de carácter extraordinario que llevó a cabo la iglesia primitiva fue con motivo de la disputa que se originó cuando los gentiles engrosaron las filas de la incipiente comunidad cristiana. Los gentiles no sintieron ninguna necesidad de observar normas y costumbres judías las cuales les eran ajenas. Por el contrario, para los judeocristianos esta omisión supuso un grave obstáculo para mantener una aceptable comunión con ellos. Es más, creían que observar la ley era una obligación. Para resolver este problema, que surgió además de manera inesperada (Hechos 11:18), se reunieron los interesados en Jerusalén para discutirlo. Así pues, las causas que motivaron dicha reunión (en adelante, “concilio”) fueron básicamente dos, una de carácter doctrinal y otra, derivada de ésta, de carácter pastoral: a) ¿Debían los gentiles que creían en el evangelio guardar la ley de Moisés y por ende la circuncisión? b) ¿Era posible confraternizar con gentiles convertidos al evangelio que no observaban dicha ley? 1. El aspecto doctrinal Los judeocristianos (la iglesia apostólica primitiva) continuaron observando la ley, incluida la circuncisión. Y aun cuando los dirigentes de la iglesia de Jerusalén "no les dieron órdenes" para imponer la ley a los gentiles que estaban creyendo en el evangelio, no obstante, fueron maestros jerosolimitanos quienes instaron a los gentiles en Antioquía de Siria que "si no se circuncidaban conforme al rito de Moisés, no serían salvos" (Hechos 15:1). Anterior a este concilio, Pablo había estado predicando a los gentiles el evangelio al margen de cualquier práctica religiosa judía (Hechos 17:1634). El énfasis de su predicación entre los judíos de la diáspora consistió precisamente en que dejaran de poner su confianza en la observancia de la ley de Moisés y creyeran en Aquel a quien Dios había puesto por expiación por los pecados (Hechos 13:13-29). Esta prédica de Pablo parece que llegó a Jerusalén tergiversada, pues allí algunos le reprocharon haber enseñado a los judíos de la diáspora a "apostatar de Moisés" (Hechos 21:21). No obstante, Pablo, aun cuando él mismo seguía observando la ley (Hechos 18:18-21; 21:26), se opuso enérgicamente a dicha imposición. Por ello, percatándose de la gravedad del asunto, la iglesia de Antioquía "dispuso que subiesen Pablo y a Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y los ancianos, para tratar esta cuestión" (Hechos 15:1-2), la cual no estuvo exenta de debate y "mucha discusión" (Hechos 15:7).

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2. El aspecto pastoral El estilo de vida judeocristiano, fundamentado en la observancia de la ley, chocaba con el estilo de vida gentil, los cuales no observaban ningún precepto de la ley. Generalmente, la carne que se compraba en las tiendas en cualquier ciudad del mundo greco-romano procedía de animales que previamente habían sido sacrificados a los dioses. Esto creaba una situación de exacerbado escrúpulo para los judeocristianos en la comunión con los creyentes gentiles que compraban y comían dicha carne (ver 1 Corintios 8:10). En la cultura mediterránea (obviamente gentil) se usaba la sangre procedente de los animales sacrificados como aditivo de los alimentos, como hoy todavía se sigue haciendo. No obstante, la costumbre judía, según los preceptos levíticos, no permitía comer carne de un animal con su sangre; es más, la sangre del animal sacrificado debía ser derramada en tierra y bajo ningún concepto podía usarse excepto para los rituales establecidos en dicha ley (Levítico 17). Por ello, estaba prohibido comer los animales muertos sin desangrar, como el caso de los ahogados (o sea, los que morían por asfixia, sin importar el medio). 3. Resolución del concilio Superado el aspecto doctrinal, había que buscar un consenso mínimo para favorecer la fraternidad entre judíos y gentiles, el aspecto pastoral. El escollo principal se había salvado: no hacía falta que los gentiles guardaran la ley de Moisés (como hacían los judeocristianos), pero deberían "abstenerse" de ciertas cosas de dicha ley: "Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre" (Hechos 15:19-20). Los gentiles aceptaron este “consenso de mínimos” y la unidad de la iglesia fue salvada. ALGUNAS LECCIONES DEL CONCILIO 1. Los cristianos judíos no excluyeron totalmente la ley Ya está dicho más arriba: la iglesia neotestamentaria no hizo una división estricta entre lo que nosotros llamamos Antiguo y Nuevo Testamento. Para los judeocristianos la ley seguía siendo su principal referencia para la piedad cotidiana; y lo mismo habría que decir de la Escritura que usaban, que era el Antiguo Testamento. Entre los muchos aspectos referentes a la ley, guardaban las fiestas, las prácticas higiénicas, sanitarias y alimentarias, además de la circuncisión. Nada de esto era –ni es– una obligación para los gentiles convertidos al evangelio. Tampoco la obligación de observar la ley, que los judeocristianos se habían autoimpuesto, era un requisito para la salvación, ni para ellos ni para los gentiles, ¡pero tampoco estaba prohibido

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observar la ley como simple estilo de vida! La polémica de Pablo (Gálatas, etc.) estaba dirigida contra los judaizantes, quienes querían imponer la ley como requisito para la salvación, pero esto es otra cosa. 2. Los cristianos judíos fueron abiertos a redefinir su perfil teológico Los judeocristianos, al principio, tuvieron un concepto de sí mismo exclusivista: no creían que el "arrepentimiento para vida" fuera también para los gentiles (Hechos 10:44-48; 11:1-18). Como lastre de este exclusivismo llegaron a creer que los gentiles, valedores de las buenas nuevas, debían guardar la ley de Moisés. Este concepto errado fue la causa principal que dio lugar al concilio. No obstante de esta convicción, mediante "mucha discusión" durante el concilio, los judeocristianos llegaron a entender que era posible el evangelio al margen de la ley de Moisés para el no-judío. Es decir, a pesar de su convicción judaica, la iglesia de Jerusalén estuvo abierta a los cambios que suponía el evangelio sin la ley. Esta novedad teológica debió exigirles mucha reflexión, toda la reflexión que se deduce de la "mucha discusión" previa a las conclusiones. Conclusiones que cambiaron el perfil del cristianismo en el mundo occidental (Hechos 21:1725). Este espíritu aperturista está implícito en la reflexión de Pedro: "Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar?" (Hechos 15:10). ¡Pero Pedro tuvo que pasar antes por un proceso traumático para entenderlo así (Hechos 10:28)! ¿Fue la reflexión de Pedro un "abaratamiento" del evangelio judeocristiano para alcanzar a los gentiles? ¡No! ¿Estamos nosotros preparados para hacer la misma reflexión en el intento de alcanzar a la sociedad del siglo XXI, cada día diferente por los procesos de cambios, con el mensaje de Cristo? 3. Tanto los cristianos judíos como los cristianos gentiles aceptaron la pluralidad En principio, la frase "no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias", implica el reconocimiento de dos comunidades cultural y religiosamente distintas: una gentil, que solo debería observar algunos preceptos de la ley (para facilitar la fraternidad con los judeocristianos); y, otra, judeocristiana, que seguiría observando la ley. Esto es irrebatible (Hechos 21:17-25). No obstante, era tan importante lo QUE les unía, que a los judeocristianos no se les pasó por la cabeza la idea de que tenían que separarse y darse a conocer con "denominación de origen". A pesar de sus diferencias culturales y religiosas, tenían un mismo mensaje que predicar: ¡Cristo crucificado por los pecados y resucitado para justificación (Romanos 4:25)! Ciertamente, esta pluralidad concreta se habría prolongado en el tiempo si la provincia romana de Palestina hubiera conservado su estatus político (que encontró su fin en el año 70), pues la iglesia judeocristiana habría permanecido robustecida con sus matices judaicos, diferentes de los

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matices de la iglesia gentil, que se expandía por todo el orbe hacia Occidente. 4. Tantos los cristianos judíos como los cristianos gentiles fueron tolerantes Un aspecto muy importante a considerar es que los judeocristianos, por su parte, lejos de ofuscarse, se avinieron a una "negociación" positiva después de "mucha discusión" en el concilio. Reconocieron que no debían imponer la ley a los gentiles que se convertían a Dios (que ellos sí observaban). Tampoco apelaron a sus raíces étnicas para exigir algún reconocimiento exclusivo sobre los gentiles. Los gentiles, por su parte, tampoco usaron su distanciamiento cultural respecto a la ley de Moisés para emanciparse de los judeocristianos y reclamar para sí alguna distinción religiosa diferente. Antes bien, aceptaron la "carga" impuesta por los líderes judeocristianos. Unos y otros condescendieron recíprocamente para salvar la unidad de la iglesia por encima de la uniformidad. [No obstante de esta prístina aceptación de la pluralidad y tolerancia entre los cristianos judíos y los cristianos gentiles, pasado el tiempo, el cristianismo emancipado de su cuna cultural y geográfica, y expansionado hacia Occidente, subestimó, discriminó y, finalmente, represalió al cristianismo de Oriente simplemente porque éste persistió en guardar la ley como estilo de vida… ¡Se había echado la semilla del antisemitismo!].

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VI LA RESTAURACIÓN Y LA EXÉGESIS BÍBLICA 1. Sumario Hasta aquí, hemos expuesto la pluralidad religiosa del cristianismo primitivo que, no obstante, fue compatible con la unidad. Esta pluralidad religiosa que vivió el cristianismo primitivo, durante la época apostólica, además de ser un fenómeno socio-religioso no fuera de lo normal, es un laboratorio lleno de datos positivos para cualquier pluralidad posterior. No-fuera-de-lonormal porque la iglesia tiene una dimensión humana, está compuesta por personas con criterios personales y puntos de vista diferentes. La experiencia de Hechos 15 (judeocristianos y gentiles) así lo muestra. Un laboratorio-lleno-de-datos positivos porque expone posibilidades para enfrentar diferentes puntos de vista sobre la eclesiología y la praxis religiosa sin fragmentar el cuerpo de Cristo: en la primera controversia del cristianismo todos condescendieron en algo y todos reclamaron algo (Hechos 21:20-25). Que con el consenso que lograron respondieron a la oración de Jesús (Juan 17), está corroborado por la implicación del “Espíritu Santo” en dicho consenso, según la apreciación de Lucas (Hechos 15:28). Lo contrario de esta pluralidad, o sea, un grupo religioso monolítico, de pensamiento único, hubiera sido muy sospechoso desde un punto de vista socio-religioso. De hecho, cuando este pensamiento único se creyó una realidad materializada, la Iglesia se convirtió en una agencia manipuladora, inquisidora e intransigente. Sólo hay que echar un vistazo a los siglos posteriores para contemplar el despotismo de los grupos mayoritarios contra los minoritarios: a estos últimos siempre les tocó huir so pena de sufrir la cárcel e incluso la muerte por disentir (Pensemos en los “puritanos” que huyeron de Europa hacia el Nuevo Mundo o de los autoexiliados de la Ginebra de Calvino, por citar sólo a “los más próximos”). Lo cual indica que, a pesar de la oración de Jesús por la unidad, la Iglesia estaba avocada a la unidad dentro de la pluralidad. La historia así lo confirma. Cuando hablamos de “pluralidad” no nos estamos refiriendo a ningún sincretismo religioso. Nos estamos refiriendo a la libertad de pensar diferente dentro de la Unidad de Efesios 4:1-6. El intento, pues, de aquellos que se jactan de ser la “verdadera” iglesia porque todos piensan y creen lo mismo y de la misma manera, es probable que arrastren el silencioso estigma característico de las sectas. En el escueto análisis de esta pluralidad religiosa que venimos exponiendo, perteneciente a la época apostólica, hemos eludido a propósito otras corrientes teológicas de la misma época, libres por otro lado de sospechas:

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Santiago, Juan, Pedro, Pablo…donde 1 Corintios 1:10-17 es sólo la punta del iceberg. Es más correcto hablar de “las” iglesias del Nuevo Testamento (“Las iglesias que los apóstoles nos dejaron” – Raymond E. Brown, entre otros estudiosos). Los lectores de ¡Restauromanía…? ya habrán percibido que, desde la autocrítica que venimos desarrollando en este boletín, intentamos, por un lado, señalar la innecesaria exclusión y/o división de la fraternidad que suele ocurrir entre las Iglesias de Cristo, por motivos de poca importancia la mayoría de las veces; y, por otro, criticar constructivamente esos motivos cuando, desde nuestro punto de vista, nos parecen pueriles. Pero también hacemos una apología sobre temas de mayor calado. 2. ¿Restaurar, qué? El Movimiento de Restauración comenzó con muy buenas intenciones, las mejores intenciones: volver al modelo de iglesia de la época apostólica. ¿Pero sabían lo que decían? Gracias a la aportación que los estudios sociológicos ha ofrecido a la exégesis del Nuevo Testamento, conocemos mejor no sólo cómo era la sociedad y la familia de aquella época, sino cuáles fueron las bases y las estructuras desde la cuales se desarrollaron y se institucionalizaron las iglesias que encontramos en el Nuevo Testamento. Las iglesias del Nuevo Testamento tuvieron como espacio físico el hogar, las casas… ¡eran iglesias domésticas! El modelo de la familia patriarcal fue básicamente el modelo de la iglesia. A partir de este fundamento, podemos entender mejor el roll de los ministerios y, especialmente, el de la mujer. Algunas iglesias se formaron mediante la conversión del paterfamilias, que arrastraba, en muchos casos, a toda la familia a dicha conversión (mujer, hijos, esclavos, dependientes, parientes… que convivían bajo el mismo techo); es típica la frase “fulanito y su casa” para referirse a la conversión del paterfamilias, como el caso de Crispo (Hechos 18:8; ver también 16:3234). También es típica la frase “la iglesia que está en su casa” (Romanos 16:5; Colosenses 4:15). Es un proceso natural que quien albergaba a la iglesia en su casa se constituyese en su líder. Por eso, quien no sabía gobernar “su casa”, ¿cómo iba a gobernar la “casa de Dios”, la iglesia (1 Timoteo 3:5)? Puede deducirse claramente esto por la designación que Pablo se refiere a ellos: A Filemón, a Priscila y Aquila, los designa como “colaboradores”, sunergos (Filemón 1; Romanos 16:3). En el caso de la “casa de Estéfanas” ésta fue las primicias de Acaya. Su “casa” (su familia) constituía una iglesia doméstica de la cual él, como paterfamilias, era su líder natural. Es interesante observar que se nombre a Priscila antes que a Aquila, una pareja que solía reunir en su casa a una iglesia doméstica (Romanos 16:3-5), a los cuales, como hemos visto más arriba, Pablo los llama “colaboradores” tanto a él como a ella. Priscila, además, tomaba parte activa y prioritaria en la enseñanza (Hechos 18:24-26). ¿Tomaron conciencia los restauradores de este tipo de iglesia, del marco físico y social

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donde se desarrollaron y de la influencia que tuvo este marco en la organización y el estatus socio-religioso de la misma? Restaurar “la” iglesia del Nuevo Testamento, sin matizar, va más allá de la utopía: raya con el absurdo. Una cosa es volver al núcleo teológico del cristianismo del primer siglo, y otra muy diferente es querer mimetizar “la” iglesia primitiva. Lo primero es lo que muchos reformadores han intentado a lo largo de la Historia, unos más acertados que otros. Lo segundo origina más problemas de los que quiere resolver; en parte porque la información que tenemos en el Nuevo Testamento es parcial en muchos aspectos y nula en otros, además de la heterogeneidad de las iglesias como ya hemos apuntado (judeocristianas y gentiles); y en parte porque existen proposiciones transversales, de naturaleza sociológica, propias del entorno cultural e institucional de aquella época (como ya hemos dicho), que afectaban a la iglesia neotestamentaria pero no a la iglesia del siglo XXI (el estatus de la mujer, por ejemplo). Lo primero que debemos tener en cuenta acerca de la fuente de información para la restauración –el Nuevo Testamento–, es que fue escrito la mayor parte de él como respuesta a situaciones particulares y específicas de las iglesias de aquella época y de aquel entorno socio-cultural e institucional. El Nuevo Testamento no previó las situaciones de la sociedad del siglo XVIII, cuando se originó el Movimiento de Restauración, y menos aún las situaciones del siglo XXI. El Nuevo Testamento no es un manual que conteste todas las preguntas que cualquier sociedad, siempre en procesos de cambios, puede plantear. No estamos diciendo que el Nuevo Testamento sea ineficaz para responder a las necesidades espirituales del hombre y de la mujer de hoy. El ser humano no ha cambiado en su ser interno, pero la sociedad donde vive, sus instituciones, sus leyes y sus convencionalismos, sí. Lo que queremos decir es que vivimos en un entorno social, político, jurídico, económico, cultural… diferente. Este nuevo entorno social exige nuevas dinámicas de desarrollo humano que afectan directamente al desarrollo de la iglesia en sus diferentes ministerios, lo que significa que tenemos que adecuarnos a esas nuevas dinámicas aun cuando no tengamos “ejemplos aprobados” o “mandamientos expresos”. ¿Dónde está el “ejemplo aprobado” para que los “ministros de culto” estén catalogados y reconocidos como tales ante un organismo oficial del Estado? Es decir, podemos restaurar la “doctrina” de la iglesia primitiva a la luz de Efesios 4:1-6; en cierto sentido, hasta la organización de la iglesia (Ancianos, Diáconos, etc.) y, muy relativamente, el orden del culto; también los dos “sacramentos”: el bautismo y la “santa cena”; la escatología: la resurrección, que es la esperanza cristiana... ¡Todo lo demás, relacionado con la vida y el desarrollo de la iglesia en este mundo, necesitaremos una sintonía con él para la cual no tenemos ejemplos en el Nuevo Testamento! Lo que sí sabemos es que los líderes cristianos apostólicos se acomodaron al estatus social y político

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de su época: relación amo-esclavo; relación hombre-mujer y relación padre-hijos (citado más arriba). Como consecuencia de estos “entornos” tan diferentes (el del siglo primero y el del siglo XXI), el Nuevo Testamento tiene muchos silencios a las muchas preguntas que hoy podemos formular. De hecho, muchas controversias de la restauración se originaron por esos silencios de la Escritura; por ejemplo: sociedad misionera sí, sociedad misionera no; instrumentos musicales sí, instrumentos musicales no; etc. En los años de la restauración, los que luego fueron definiéndose como “conservadores” apelaron (apelan) a la literalidad del texto bíblico y sólo al texto bíblico. Los que luego fueron definiéndose como “liberales” percibieron que esa hermenéutica se convertía en un “corsé” que producía lo opuesto de lo que deseaba, es decir, originaba más divisiones que unidad en la fraternidad. Los “discípulos de Cristo” se apercibieron a tiempo de que ese literalismo les conducía al fanatismo religioso. 3. ¡Restauromanía..?, un poco más allá Desde ¡Restauromanía…? vamos un poco más allá en cuanto a la hermenéutica se refiere. En efecto, creemos que el literalismo además de ser un “corsé” que contradice a veces el espíritu del texto bíblico, se convierte en un callejón sin salida en el quehacer teológico. La lectura acrítica que el fundamentalismo hace del texto bíblico se pasa de lo supuestamente “reverente” a lo declaradamente “irrespetuoso” hacia el texto bíblico. Irrespetuoso, porque no es consecuente con su hermenéutica literal, cayendo en incoherencias y contradicciones muy objetivas.3 Por ello, creemos que las divisiones y las contradicciones de nuestra fraternidad, hoy, desde nuestro punto de vista, radican básicamente en tres aspectos: en el fundamentalismo de la hermenéutica; en la subestima de la crítica del texto bíblico; y en la incoherencia de no llevar a la práctica dicha hermenéutica con todas las consecuencias. a) El fundamentalismo de la hermenéutica, porque deriva del axioma de que el texto bíblico es la “palabra de Dios” de manera aséptica; es decir, al margen de cualquier contexto social, cultural e institucional de la época de los hagiógrafos. Es como si Dios hubiera hablado desde el Olimpo de manera atemporal y “mirando hacia otro lado”. Por eso se citan los textos al margen de cualquier exégesis histórico-crítica. Es así porque así lo dice el texto bíblico, y punto. Ciertamente, pensamos que para recitar textos bíblicos, salvo buena memoria para recordarlos, o una buena concordancia, no hace falta mucha formación teológica. Sin embargo, no subestimamos la lectura y el estudio de la Biblia (endogamia bíblica); pero creemos que esta 3

Sobre este tema, más información en http://restauromania.files.wordpress.com/2009/12/rest2epoca_0071.pdf

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lectura de la Biblia debe ir acompañada de un estudio “acerca de ella” (exogamia bíblica), es decir, una formación extra bíblica que nos permita situar (poner en escena) el texto bíblico. Sin esta “puesta en escena” no hay exégesis bíblica; salvo una recitación de textos. b) En la subestima de la crítica del texto y la historia del mismo. Teniendo en cuenta el concepto axiomático que se tiene del texto bíblico (texto=palabra aséptica de Dios), es lógico que dicha crítica se entienda como un insulto hacia el autor de dicho texto: Dios. No obstante, por el contrario, creemos que la ausencia de esta crítica se convierte en una falta de respeto hacia el texto bíblico, hacia la razón y hacia el intelecto humano, dones exclusivos de quienes hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. c) En la incoherencia, porque, a pesar de la lealtad que debe a la exégesis semántica y literalista que supone el fundamentalismo, cuando interesa, se introduce una hermenéutica “comodín” que sí contextualiza el texto bíblico [un ejemplo: el uso del velo (1 Corintios 11:2-15)]; o simplemente se relativiza el contenido del texto de acuerdo a otros intereses, más ideológicos que exegéticos, lo cual supone una “infidelidad” al axioma antes referido. ¿En cuántas Iglesias de Cristo, por ejemplo, se "unge con aceite" a los enfermos (Santiago 5:14)? A esta incoherencia hemos de añadirle la particular manera de interpretar los textos bíblicos según unos principios de antemano establecidos, tales como el “mandamiento expreso”, el “hecho aprobado”, etc., que sólo el expositor sabe cuándo y en qué texto se debe aplicar un principio u otro, resultando muchas veces en otras incoherencias más. Recordamos al lector que la “puesta en práctica” de la restauración, según estos principios, le acarreó muchos dolores de cabeza a Alexander Campbell, encargado de ese cometido: ¡sin éxito!

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CONCLUSIÓN El breve análisis que hemos intentado desarrollar en las veintitantas páginas que preceden, en ninguna manera agota el material referente a la naturaleza, desarrollo e institucionalización de la iglesia que salió del movimiento de Jesús. Estas notas no pasan de ser un simple incentivo para que los estudiosos de la Biblia y de la historia de la Iglesia profundicen más en dichos tópicos. La bibliografía para adentrarse en esta clase de estudios es abundante, y cada día se publican más obras con ensayos y estudios especializados en la exégesis de los textos bíblicos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. El maestro de la Biblia no puede escatimar tiempo y recursos para conocer cada día mejor el entorno físico, cultural, histórico e institucional donde se escribieron los textos que cada domingo enseña a la comunidad que espiritualmente dirige y a la cual instruye en el Libro. No basta leer y recitar textos bíblicos, y añadir buenos pensamientos en relación con ellos, en el estudio de la Biblia; es necesario analizar qué, cuándo, a quién y por qué se dijo lo que dice el texto. Solo así podemos desarrollar una mejor exégesis de ellos, y solo así podemos extraer las mejores lecciones que el texto sugiere para el hombre y la mujer de nuestro siglo.

El autor Verano de 2011

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