IDENTIFICACION DE UNA HIJA CON SU MADRE MUERTA*

IDENTIFICACION DE UNA HIJA CON SU MADRE MUERTA* por Marie Bonaparte (Pad,) 1. ALUCINACIÓN DE LA CIGÜEÑA. Tenía yo cuatro años y estando en Parí...
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IDENTIFICACION DE UNA HIJA CON SU MADRE MUERTA* por

Marie

Bonaparte

(Pad,)

1.

ALUCINACIÓN

DE LA CIGÜEÑA.

Tenía yo cuatro años y estando en París, una mañana del mes de septiembre, al día siguiente de nuestro regreso del mar, tuve de golpe al des-' pertarme una violenta hemoptisis. El médico diagnosticó una "congestión pulmonar". Los pulmones estaban tan obstruídos, mi estado 'era tan grave, que el médico declaró al atardecer que seguramente no pasaría esa noche. Mi abuela paterna que me criaba -mi madre había muerto al nacer yotelegrafió a mi padre, que viajaba por los Balcanes, para que volviera. Pero pasé la noche y me desperté a la mañana siguiente. Mi padre, a su regreso, volvió a encontrar a su hija única y bastaron unos meses pasados en el sur de Francia para curarme definitivamente. No conservé memoria del vómito de sangre, a pesar que mis primeros recuerdos se remontan a una época anterior a mis cuatro años. Aún más, durante toda mi infancia ignoré que hubiera escupido sangre. Mi abuela y las mujeres de edad madura que me cuidaban,así como nuestro médico de ideas anticuadas, me rodeaban de cuidados excesivos y absurdos; me privaban de aire, de salidas durante el invierno, prohibiéndome hasta lavarme las manos con agua fría. "Ya saben lo que pasó -murmuraban-o ¡Con tal que no sea como la madre!" Pero 10 que había sucedido nadie lo repetía: a los de afuera, por temor que me creyeran enferma "de los pulmones" y a mí, para no asustarme. Por supuesto que todo este misterio rodeando un sombrío y nebuloso acontecimiento que oprimía mi vida, sólo conseguía precisamente aterrarme. Recordaba sin embargo algo, un acontecimiento fantástico; extraordinario. Una mañana, cuando era muy pequeña todavía -tendría alrededor de cuatro años-, al despertarme, acostada sobre la es•• Traducido y reproducido de, la "Revue Francaise de Psychanalyse".

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palda, en mi camita, había visto, bajo las cortinas de muselina blanca que la sombreaban, colocado justo sobre mi bajo vientre, un pájaro radiante, alto y grande, adornado con todos los colores del arco iris. Estaba de pie sobre una sola de sus largas patas y me miraba, con la cabeza un poco de costado; tenía un pico enorme, ancho, largo y puntiagudo ¿Se parecía a una garza, un ibis, un flamenco, un marabú, una cigüeña o una grulla? No hubiera podido decirlo. Ignoraba además entonces, el nombre de la mayoría de estos pájaros. Pero jamás había visto nada tan hermoso como ese pájaro irisado de mil colores, ni jamás tampoco nada tan terrible. La magnífica y terrorífica visión se había desvanecido en seguida; yo pasé todo el día, los cortinados bajos, en la oscuridad de mi camita, porque estaba muy enferma, y recuerdo las voces y los pasos amortiguados de las personas mayores en las otras habitaciones, que me parecían tan lejanas, tan lejanas como si ya me hubiera encontrado en otro mundo. Fué con motivo de la visión de este gran pájaro que aprendí el significado de la palabra "alucinación". Había contado lo ocurrido. Al despertarme del todo, y ver desvanecerse en el aire los contornos irisados del pájaro percibí perfectamente que no era real, y se me dijo que una visión, que se parecía a un sueño pero que se percibía despierta, se denominaba con la extraña palabra "alucinación". Pero el gran pájaro, que me parecía mensajero de un país misterioso y terrible, debía guardar mucho tiempo su secreto. Fué recién este año 'en el curso del análisis que desde hace dos vengo realizando con el profesor Freud cuando aprendí cuál era su mensaje. Daré en el orden que aparecieron las dos principales cadenas de asociaciones que condujeron a descifrar el enigma del pájaro. IQ

El pájaro era un enorme zancudo parado sobre una de sus dos patas.

Había ido la víspera al zoológico, precisamente al día siguiente de nuestro regreso de la playa. Estaba yo entonces en un período de desafío caprichoso: al volver de Dieppe, no habían podido conseguir, hasta nuestra llegada a París, quitarme de la ventanilla abierta del vagón, donde yo aspiraba el viento de la noche y el olor del tren con una salvaje voluptuosidad. Igualmente al día siguiente, en el jardín zoológico, no conseguían sacarme del lugar donde, clavada por la admiración, observaba a través de los barrotes de sus rejas, las danzas curiosas que realizaban las cenicientas o copetudas grullas. De ahí dedujeron que "había tomado frío" en la ventanilla del tren

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y 'en la tierra húmeda del jardín zoológico y de allí mi congestión pulmonar y mi hemoptisis. . En el jardín zoológico había sin duda en esa época un marabú y seguramente también, dentro de sus jaulas, los flamencos rosados de Egipto cuyos colores me encantaban. Hubiera podido quedarme horas contemplándolos, una de sus finas patas sumergidas en el agua de su pequeño estanque, la otra recogida bajo el ala, donde a veces desaparecía la cabeza y hasta el cuello. Además creía en esa época que se llamaban ibis.. Pero la víspera de mi enfermedad fueron las grullas las que me fascinaron. Ignoraba entonces hasta su nombre; las tomaba en esa época por una especie de cigüeña y no fué sino mucho más tarde, al volver a ver sus danzas, cuando las reconocí. Tampoco había visto nunca verdaderas cigüeñas, pero si oído hablar de ellas. Fué sin duda a mi institutriz, una irlandesa casada con un alemán y que entró a nuestra casa en aquella época. Empezaba a enseñarme el inglés y el alemán y me explicaba las láminas. de los libros. En uno de éstos, que probablemente ya tenía antes de su llegada, había sobre la página de la derecha un grabado de colores que aun tengo ante. mi vista. Representaba un pueblo de Alsacia y en lo, alto de una chimenea,enprimer plano, una, cigüena parada sobre una pata. Me habían dicho al mostrármelo -mi institutriz y otros antes de ella- que las cigüeñas tenían la misión extraordinaria de traer los niños. ¡Cuánto hubiera deseado ver cigüeñas sobre las chimeneas! Pero sobre las chimeneas de las casas de París no las había nunca -habría sido. necesario ir hasta Alsacia- y no me quedaba otra alternativa que tomar por cigüeña las grullas del jardín zoológico. El gran pájaro tenía todos los colores del arco iris. Este punto resulta más enigmático. Las cigüeñas, en efecto, no poseen el plumaje coloreado, como tampoco lo tienen ninguno de los grandes zancudos en los cuales yo hubiera podido pensar: grullas, garzas, marabú ni aun el flamenco, rosado. Por más que en esa época yo denominara al flamenco "ibis", lo cual se parece a "iris", no creo haber conocido a los cuatro años el nombre mitológico del arco iris. Pienso, en primer lugar, respecto a las irisaciones. maravillosas del gran pájaro, en el verdadero arco iris, que parece descender del cielo, apoyarse sobre la tierra y penetrarla. Me encantaban, siendo niña" el cielo, los astros y los meteoros. Pienso después en una especie de petirrojo que los romanos del Bajo Imperio, según dicen miraban morir, para gozar' 29

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antes de comérselos, de todas las irisaciones por las que pasaba en el curso de su agonía. Un horrible refinamiento me parece este relato. Pero lo leí mucho más tarde. A los cuatro años lo ignoraba todavía.

y de pronto surge el recuerdo; una cosa de la que seguramente había oído hablar cuando tenía cuatro años. Y era esto: que mi madre, ese ser ideal de encanto y de dulzura que me ponderaban y que llevaba mi mismo. nombre, María, había muerto al darme la vida. Mi madre muerta yo también creía haberla visto. En el salón existía una gran acuarela donde mi madre aparecía, acostada sobre su cama, vestida de blanco como una novia y pálida, muy pálida. Ese cuadro podía verlo todos los días. Mi madre había muerto un mes después de mi ~acimiento, la noche del primer día en que se levantó. Fué de una embolia, palabra que me parece haber conocido siempre. Tuvo apenas tiempo de acostarse y de llamar a mi padre diciendo que se moría. Para mí ese era el resultado de haber sido madre, y de otro motivo más. Mi madre había conocido a mi padre en casa de una dama rusa que a veces me llevaban a visitar; estaba siempre acostada, pues según decían tenía "un hongo en la cabeza". Me parecía muy hermosa, en su cama adornada de encajes, y fumando sin cesar cigarrillos perfumados. Esta señora -según contaba mi abuela frecuentementehabía recibido' como agradecimiento de la joven pareja, un regalo. Pero como no se podía "dar" a esta señora dinero, mi madre y mi padre le habían "comprado" una de sus más hermosas joyas que pagaron unos cien mil francos. Mi abuela hablaba a· menudo de esa alhaja como si pensara que no valía ese precio; era un ópalo grande como un huevo y rodeado de hermosos diamantes. Yo no había vis~ to nunca esa alhaja, porque todas las de mi madre que yo había heredado, estaban guardadas hasta mi mayoría de edad en el Banco, lugar misterioso y lejano. Pero ya había oído hablar de ellas a los cuatro años, cuando me llevaban a visitar a la señora rusa, o cuando mi abuela, que me mostraba a veces sus joyas, me había hecho notar entre ellas un ópalo. El gran ópalo de mi madre estaba revestido para mí de una auréola mágica sobre todo porque las mujeres que me rodeaban contaban respecto a él otra historia. Este relato recordaba los cuentos donde interviene un hada maléfica. Decían que el ópalo es una piedra que trae desgracia. Ese ópalo, comprado por mi madre al casarse, le había traído desgracia: murió al tener su primer hijo. Sin embargo ¡cuánto había deseado ser madre! Casada a los veinte

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años, tuvo que esperar más de uno antes de saber que lo sería. Se desesperaba pensando que nunca lo conseguiría. Yo había llegado y ella a los veintidós años se moría. Hasta mi abuela comentaba que era curioso pensar que mi madre poseyera ese enorme ópalo si, como algunos opinaban, era completamente falso (que esa piedra trajera desgracia. He aquí lo que yo oía decir desde mis cuatro años, pues se hablaba de ello a menudo en casa. También oí otra cosa. Mi madre había sido «débil del pecho" y escupía sangre. A pesar de que mi abuela decía que el médico aseguraba que eso «provenía de la garganta" habiendo sufrido mi madre de «granulaciones" la gente no dejaba de murmurar: Mi madre escupía sangre; esto fué con seguridad lo que oí decir antes de mis cuatro años, pues este asunto estaba a la orden del día en casa, inmediatamente después de su muerte. La alucinación del gran pájaro irisado comienza a despejarse. Si, por una parte el pájaro tenía un simbolismo general; la cigüeña, el pájaro fálico que trae los niños, por otra parte -tenía un simbolismo mío particular- el pájaro irisado, cuyos colores de arco iris recuerdan los del ópalo, grande como un huevo, que trajo desgracia a mi madre. Yo nunca había visto ese ópalo pero como dije antes seguramente vi otro, pues mi abuela al mostrarme sus alhajas me había hablado de él, al verme mirar otro más pequeño, cuyos mágicos reflejos había admirado con interés y terror, Mi padre viudo a los veinticuatro años, no se había vuelto a casar, -nunca lo hizo- vivía con su madre que me criaba. Inútil es decir que, a los cuatro años, él era mi único y loco amor. Lo veo -y esto es un recuerdo aún anterior- en su uniforme de oficial, alto y delgado, y yo que entonces sólo tenía tres años -pues él después abandonó el ejército- apretando con mis bracitos, su pierna vestida con el pantalón rojo, 'en amoroso furor; Lo adoraba; cuando se iba de viaje tenía el corazón deshecho y no vivía sino en la esperanza de su vuelta. Y hoy sé, que si seguía con una mirada tan nostálgica, en el Bois de Boulogne los coches de los recién casados que iban como era costumbre en ciertas clases sociales a almorzar al restaurant de la cascada, era porque deseaba estar en su lugar, con mi padre como marido a mi lado. Este es en realidad el sueño clásico de las niñas, que muchas expresan abiertamente. Recordaba también el día en que cumplí mis cuatro años. Me veo todavía sola, una tarde tórrida -nací el 2 de julio-, en la gran biblioteca de

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mi padre, esperando la visita del "barón Filoxera" un viejo mucano de mi abuelo materno, célebre en la familia porque se creía el inventor incomprendido de un remedio infalible contra la filoxera que entonces destruía los viñedos. Me traía todos los años un ramo blanco, envuelto como se usaban entonces en un encaje de papel, igual que los que llevaban en sus manos las novias que yo envidiaba, cuando las veía dentro de sus coches en el bosque, dirigirse a la cascada. Ese ramo blanco tenía un perfume delicioso parecido al de los azahares, porque julio es la estación de los lirios y de las tuberosas. Esperaba pues en la biblioteca con grandes ventanales, la visita y el ramo del barón Filoxera. Venía siempre acompañado con su hija, a quien yo envidiaba el poder salir sola con su padre, cosa que jamás me ocurría a mí; me decía "¡hoy tengo cuatro años, qué vieja soy!" y la sensación de mis años me aplastaba. Es que seguramente ese sentimiento era la expresión disfrazada de un deseo; ser bastante vieja, bastante grande para por fin poderme casar con mi padre; bajo este recuerdo se esconde toda la envidia que sienten los niños hacia las personas mayores ante la impotencia de sus violentos deseos. Así a los cuatro años, como es la regla, estaba alcanzando el apogeo de mi complejo de Edipo. Pero era una niña a quien el destino 'había' reaíizado en parte sus deseos inconscientes. En efecto habiendo muerto mi madre, el lugar envidiado, que otras niñas ven ocupado al lado del padre amado, para mí estaba vado. Estaba mi abuela, a quien yo no quería a pesar de sus grandes cualidades, porque era dura y -hoy lo sé muy bien- sobre todo porque mi padre, que era un hijo amante y sumiso, la quería demasiado. El sitio de mi madre estaba vacío, y yo podía, más fácilmente que otras niñas, soñar con ocuparlo. Pero la identificación con la madre encontraba en cambio una condición que no existe para las otras niñas cuya madre es la rival viva: la muerte. La' muerte, ya sabemos que no existe para el inconsciente; el yo .al desarrollarse, se hace de ella una idea cualquiera. La muerte para el inconsciente es el sueño, el reposo, u otro mundo, pero no es la muerte misma, cuya noexistencia no podría ser presentida por un vivo. Es lo que permite al inconsciente servirse del motivo de la muerte, cuando la realidad exterior se la trae, y de erotizarla. La concepción sádica del coito, tan común en el niño, ya sea porque ha observado el coito de personas mayores o ,lo haya tan sólo presentido por una especie de memoria filogénica, lo ayuda a apro-

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ximar las ideas del amor a las de la muerte y esa aproximación, parte es rnuybuscada biológica:

que por' otra

por los poetas, está muy de acuerdo con la realidad

la muerte, en muchas especies de animales, es el precio del amor,

y en todo 10 que; vive, si tia hubiera la muerte, no podría.existir ..: Por cierto, estas teorías filosóficas no poblaban

el amor.

mi cerebro' de cuatro

años. Pero en cambio hechos precisos concretaban

mis deseos.restar

lugar de la mujer de mi -padre y por su causa ~extraña

en el

fuente de placeres-s-,

como mi madre,' morir.

y he aquí que el destino me trae la realización del-más mis deseos. Como mi madre, una mañana' al despertame del inconsciente

profundo

de

«escupo sangre".

Entonces

las pulsiones profundas

crean el fantasma

cinatorio:

la cigüeña me trae, como ami madre, por fin, un hijo de mi pa-

dre; a mi vez soy su mujer, su amada y por él, madre:

alu-

Y la cigüeña aparece

"opalizada" tal como lo fueron para mi madre el matrimonio y 'la maternidad; vale decir, que trae con el niño, fruto del amor, tarribién la desgracia, la muerte .. Otros dos rasgos del pájaro son particularmente

rev~ladores:

me mira

con la cabeza un poco de costado y tiene un pico enorme, ancho, largo y puntiagudo,

como un marabú.

Mi padre, que era muy miope, me observaba'

a menudo así de costado; por encima de sus lentes. Era esta postura característica de su cabeza la que tenía el gran pájaro irisado. pico largo, ancho y 'puntiagudo entonces zoo16gio.

se parece

ignoraba el nombre pero El marabú

que

Por otra parte el

al del marabú,

debía

pájaro del que

de haber visto en el jardín

tiene un aire grave de sabio estudioso.

tarde, mi marido, bromeando

gentilmente,

Mucho

más

decía a mis hijos cuando pasaba

con ellos delante de la jaula del marabú en el jardín zoológico «miren a su abuelo".

Porque mi padre era un "sabio".

laboriosa, que había aprendido no pronunciaba

a él, a su vida

esa palabra, que me parecía sagrada y que

sino con veneración.

Pero, por otra parte el pico grande

del pájaro es un clásico signo fálico. mente ya ha percibido la diferencia que en esta alucinación,

Era refiriéndose

Un niño a los cuatro años general-

de los sexos, y es precisamente

tanto en el sujeto -yo

misma-

curioso

como en el objeto

proyectado, el espectro del pájaro, la acentuación sea llevada sobre el erotismo oral. El desplazamiento general de la libido de abajo hacia arriba es evidente:

a pesar que el gran pájaro .esté colocado sobre mi bajo vientre y

parado en una sola pata, lo que impresiona en él es ese gran pico; amenaza-

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dar, como lo que impresiona en mí es escupir sangre por la boca; la herida oral. Sólo que en el recuerdo-encubridor, en el gran pájaro proyectado fuera de mí alucinatoriamente, mi memoria, podríamos decir.. ha obtenido el permiso de conservar la visión del pico imponente, mientras que en la que corresponde a la herida de mi propio cuerpo, la visión demasiado pavorosa de mi propia sangre en la palangana ha sido reprimida y esto en forma definitiva.Nunca me hablaron de mi hemoptisis durante mi infancia, pero cuando, mas tarde, en-mi adolescencia, me revelaron' por .fin como un misterio terrible, el gran secreto del vómito de sangre de los cuatro años, esta revelación fué incapaz de despertar en mí el menor recuerdo. N o fué sino después que tuve idea del lazo que podía unir mi hemoptisis al recuerdo, más grave y antiguo en mi vida, de la enfermedad y de la alucinación de la cigüeña que formaba parte de él. El gran pájaro fué entonces evocado bajo el imperio del más profundo de mis deseos: la identificación con mi madre muerta al darme a luz. De allí, los dos efectos mezclados que acpmpañaroB la alucinación:. el terror por. una parte, por la otra el. intenso go~e estético; El terror .pertenecía' al yo, espantado por la violencia de sus deseos y sin duda por un sentimiento de culpabilidad originado porque yo había "matado" a mi madre y ·queeso traer~a represalias; pero mucho más fuerte que el terror era el goce estético de labelleza del gran pájaro irisado, goce que fué la .primera gran .impresió~ estética de mi vida. Era tan hermoso ver mi más profundo deseo realizado, ser por fin la mujer del padre amado, ser madre a través de él, ver la cigü~ña t!aerme, como a mi madre, un niño, que aceptaba a mi vez, la muerte con un corazón colmado de felicidad. Sin embargo algo esencial faltaba a esa felicidad. He hablado antes de los pasos que oía lejanos, muy alejados, ir y venir en las demás habitaciones ·y corredores, en la oscuridad de mi cuarto durante mi enfermedad. He comprendido por fin este año (1929) por qué ese recuerdo es el-único que . ·ha quedado en. mi memoria, en relación directa con mi. enfermedad. El recuerdo de esos.pasos lejanos en las otras, habitaciones y corredores está coloreado para mí de una melancolía intensa. Estar muy enferma y acostada en un cuarto oscuro, mientras otros van y vienen en otras habitacienes, me parece todavía la melancolía, la nostalgia p0r excelencia. o

.

.

.

y es que entonces mi oído infantil se aguzaba hacia los pasos errantes de los corredores con la esperanza de percibir un paso,. uno solo; pero las

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horas lentas -que quizás fueran para mi las últimas- pasaban, la luz del día se apagaba y el paso pesado de mi padre -que siempre calzaba botasno resonaba para mí, Mi madre, ella, al sentirse morir había llamado ¡Rolando; me muero! y mi padre había acudido. Murió tomada de su mano. Yo a mi vez estaba moribunda, ¡y mi padre no acudía! Cuando volvió de los Balcanes llamado por el telegrama de mi abuela, ya estaba salvada, y fué por eso que su retorno me decepcionó; conservo de ello un vago recuerdo: Volvía demasiado tarde. El inconsciente ignora el tiempo y no tiene en cuenta la duración del viaje 'en ferrocarril, y algo en mí no perdonó jamás a mi padre su ausencia en mi "lecho de muerte". Il.

LA FOBIA DE ANUBIS.

Esta visión del gran pájaro ha quedado como el más radiante recuerdo de mi infancia. Para cualquiera que ignore las leyes del inconsciente que nos ha revelado el psicoanálisis, parecerá curioso que el más hermoso recuerdo de-mis-psimeeos- años sea el que recubre -recuerdo-encubridorel hecho, que ese día estuve en peligro de muerte. Pero acabamos de ver que la muerte tenía otro significado para mi imaginación infantil que el que tiene para un pensamiento adulto, y era que humilde y sencillamente se había puesto al servicio de mis ardientes deseos de amor, para por fin realizarlos. Es asimismo que el elemento más terrorífico de mi alucinación, la "opalización" de la cigüeña -por una suerte de negación de transformación del afecto- se vuelve el elemento más fascinador, el más estético. Más tarde, en la época más gris del período de latencia, el mismo amor del padre y la misma aspiración a identificarme a mi madre muerta, perdieron sus irisaciones primitivas y tomaron un color más sombrío. Ya en San Remo, adonde me llevaron para mi convalecencia a principios del año siguiente, tuve otra "visión", o mejor dicho fantasmagoría, que no tenía la misma belleza. Un terremoto ese año conmovió a todo el litoral. A las cinco de la mañana me sacudió en mi camita el primer temblor, y al despertarme, todavía semidormida he aquí lo que vi "en pensamiento": un lobo, que trepaba por una escalera apoyada 'en mi ventana y que sacudía la casa. Grité: "¡el lobo!" Ya llegaban para bajarme al jardín, por temor a que se derrumbara la casa, y me veo todavía allí cerca de los naranjos cuyas frutas doradas tanto me gustaban, oyendo contar cómo, durante los

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temblores, la tierra a veces se abría, y que entonces se desaparecía dentro de la hendidura que volvía a cerrarse inmediatamente. Así había sido enterrada viva una mujer. Entonces me puse a mirar la tierra a través del pedregrullo del camino, con el terror, casi con la atracción, de la catástrofe que podía ocurrirme. Pero fué más tarde, al contar alrededor de ocho años, cuando mis "imaginaciones" se volvieron realmente sombrías. El lobo continuaba obsesionándome a través del cuento de Caperucita Roja, donde devora primero la abuela -seguramente no me hubiera desagradado verlo devorarse a la mía- y luego la nieta. Pero el lobo era un animal encantador, domesticado, al lado de la figura lúgubre que vino entonces, a los ocho años a obsesionar mis sueños. Mi padre era librepensador y también así mi abuela. Prohibieron a mi vieja niñera el hacerme rezar. Lo hacía sin embargo, y yo rezaba de noche, temblándome el corazón ante el temor de que mi abuela abriera la puerta, como otros niños tiemblan al robar dulces. Era siempre a mi madre a quien mi niñera me hacía dirigir mis rezos, a mi "rnamita". Mi sentimiento religioso encontraba también alimento en otras cosas. Adoraba la mitología, presintiéndole mil afinidades conmigo mismo. Y un día, hojeando un libro de mitología egipcia, a los ocho años, descubrí en un grabado a Anubis, el dios sombrío, con cabeza de chacal "velador de muertos" y delante de él, extendida, una momia sobre una mesa de piedra. Desde ese instante Anubis se adueñó de mi imaginación, y cada noche apenas acababa de acostarme de espaldas en mi camita (en la posición de la momia) se apoderaba de mí un loco terror de que Anubis, el chacal, velador de muertos, comenzara a aullar en la noche y se apareciera al lado de mi cama, en toda su terrible majestad. La fobia de Anubis era aún más irracional en apariencia de la de otros animales en otros .'niños: el Juanito de quien Freud cuenta la historia, pudo haber sido mordido por el caballo que temía, mientras que no había ninguna probabilidad de que Anubis se apareciera realmente' delante de mi cama. La fobia de Anubis aterrorizó muchos años de mi infancia, sin que jamás osara confiársela a nadie. Me había atrevido a los cuatro años a contar mi alucinación de la cigüeña pero no me atrevía ya, a los ocho años, a revelar la fobia de Anubis. Mis represiones se habían hecho más grandes, como también la lucha contra ellas, y para explicar esta nueva actitud, tendría que analizar toda esta vieja fobia de Anubis, lo que nos llevaría muy lejos.

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Lo que es seguro es que, yo no comprendía absolutamente nada de la fobia de Anubis. No había establecido entonces el lazo entre la momia de la imagen y el cuadro de mi madre en el salón, ni con el relato que había oído contar cien veces: que mi madre había sido "embalsamada" -como las momias- y que aunque más tarde supe que era inexacto, lo creí toda mi infancia. Comprendía menos todavía, que a mi vez era yo la momia. Nunca me rozó la idea de que si Anubis venía a asustarme cada noche cuando ya es'taba acostada de espaldas en mi cama, era porque yo realmente representaba la momia. Yono percibía conscientemente en la pareja de la fobia, Anubis y la momia, sino al primer personaje, sin reconocer por otra parte, por supuesto, quién era realmente: mi padre parado al lado' de la muerta. La madre muerta, con la que yo me identificaba, quedaba inconsciente como concepto y como imagen; constituía una representación inconsciente integral. Este hecho podría asemejarse al olvido que a los cuatro años, cuando mi hemoptisis, eliminó la representación de la sangre, de mi yo escupiendo la sangre como mi madre, mientras que subsistía sólo la imagen, recuerdoencubridor, de la cigüeña irisada, el gran pájaro paterno fálico, parado sobre una pata. La fobia de Anubis se, manifestaba también, en parte por lo menos, 'en la forma oral, como lo había hecho antes, más completamente toda,vía la alucinación de la cigüeña. El chacal, en efecto, se alimenta de carnes muertas, y en mi inconsciente, Anubis :-que representaba a mi padre- era, a la vez, velador y devorador de muertos o, mejor dicho, de ,"muertas". Guardé también durante toda- mi infancia, muy en el

fondo de mí

misma, otro secreto recuerdo. Me imaginaba haber visto realmente a mi madre muerta, pero lo callaba celosamente; nadie debía saberlo. Fué en Dieppe al borde del mar, lugar del que guardaba la nostalgia. Porque des-pués de mi hemoptisis me habían llevado alí una' sola vez y, con el pretexto que el mar no me convenía y que ese útimo año casi me había' desmayado 'sobre las rocas, habían vendido la casa que allí teníamos heredada de mi 'madre. Había pues guardado la nostalgiade Dieppe y de los caramelos de .azúcar de manzanas que me daban pasando por la estación de Rouen y que -chupaba con delicias' y terror por haber oído el cuento de un chico que se había atravesado la lengua con un caramelo de ésos. Subsistió, sobre todo

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en mi pensamiento,

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un cuadro que me encantaba

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y me deshacía el corazón

de nostalgia, ahora que ya no íbamos al mar: en la cumbre de una callecita estrecha, que trepaba lentamente

el ómnibus de la estación, el mar aparecía

de pronto entre los muros arrimados de las casas, el mar, retazo de verdeazul, salpicado de velas blancas. Pero Dieppe

era un lugar sagrado por un recuerdo

En la .iglesia sombría, encontrado

Esto, tal vez no lo volvería a ver jamás.

frecuentada

por los pescadores,

un día, siendo muy pequeña,

sobre un reclinatorio,

más maravilloso

aún.

¿no me había yo

sola, con mi madre arrodillada

vestida de negro implorando

la ayuda de Dios, inmó-

vil, muda, pálida como una estatua de cera o, mejor aún, como una muerta? Ese fantasma,

en cuya realidad

creí toda mi infancia,

lo guardaba

ence-

rrado en el fondo de mí misma como un precioso tesoro que nadie debía descubrir

o destruir.

Un sueño de mi infancia que se repetía tenía también que ver con el mar. Empezaba

siempre así: estaba en un cuarto y oía subir gente por la

escalera; eran hombres.

No podía escaparme

zaba por la ventana abierta.

por ella. Entonces

me lan-

Volaba, volaba por encima de un jardín; con

un esfuerzo me elevaba sobre los grandes árboles que lo bordeaban cimas rozaba con mis pies al pasar volando, grandes llanuras en cuyo horizonte

y cuyas

y mi vuelo proseguía

sobre

muy lejos, se veía brillar el mar y mi

vuelo se aceleraba a medida que me aproximaba

a él; me sentía como em-

pujada de atrás por el viento; cosa extraña, atroz, todo el cielo se volvía blanco y mis ojos deslumbrados cerrarse.

al mismo tiempo perdían

En un vuelo vertiginoso

la facultad

de

llegaba a una primera laguna, la pasaba;

luego una estrecha faja de tierra y otra laguna y así seguía con el cielo siempre blanco y mis ojos dolorosamente zaba el mar abierto.

Entonces

abiertos, hasta que por fin alcan-

mi vuelo perdía poco a poco su impulso, la

fuerza que me sostenía desfallecía, y bajaba, bajaba a pesar de mis esfuerzos desesperados hasta la cresta de las olas donde ya mis pies se mojaban. recía que inmediatamente

el agua me absorbía; era aspirada desde el fondo;

sentía el agua fría en mis rodillas, mis caderas, mi cintura, desaparecían ahogándome,

y pa-

y en el momento me despertaba

en que el agua salada entraba

con una espantosa

mis hombros en mi boca

angustia.

¡Cuántas noches he gemido bajo esa pesadilla donde el mar, eterno símbolo materno,

me fascinaba para luego tragarme,

gusto salado del agua que llenaba

para incorporarme!

mi boca era tal vez el recuerdo

Y el incons-

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ciente, imborrable, de la sangre desabrida y salada que el día de mi hemoptisis casi me costó la vida. Hablando de mar debo anotar tambiénun recuerdo de mi período de latencia referente á mis"conocimientos de geografía. Adoraba esta materia porque mi padre se dedicaba a esos estudios. De todos los mares cuyos nombres aprendí, ninguno me sedujo, me deslumbró ni me inspiró tanto el deseo de verlo. unido al de bañarme en él como el "mar Muerto". Este mar extraño tan salado que ningún pescado puede vivir :il él,' según decían, y donde se flotaba sin poder nunca hundirse, tal era su grado de salazón, este mar "embalsamado" como las momias en su baño. de natrón, mefaseinaba sin que yo supiera por' qué. Hoy sé que el inconsciente acostumbra a esos juegos de palabras de aspecto absurdo, extraños y llenos de un profundo sentido. También en el mar Muerto yacían enterradas dos ciudades criminales cuyos nombres de un sonido extraño y terrible me inspiraban una atracción mezclada de espanto. Sabía muy bien, aunque ignorando de qué se trataba, que Sodoma y Gomarra habían sido castigadas por pecados misteriosos, espantosos que los niños no debían conocer. ¡No decían que la mujer de Loth, tan sólo por darse vuelta a mirar las ciudades malditas había sido convertida en una estatua de sal que yo veía en mi pensamiento, pálida y blanca como una muerta! Había algo en ellas que no se debía saber ni mirar.. Mi madre -esto permanecía en mi inconsciente- tal vez también había muerto por causas o faltas misteriosas que se ocultan a los niños. ¡Y la sal! La sal me parecía como una substancia sagrada, temible. La lectora de mi abuela, cuando derramaba sal sobre la mesa, la tiraba por encima del hombro como un gesto de conjuración. Mi padre me prohibía imitarla, a fin de enseñarme a menospreciar las supersticiones y yo, aparentemente, lo hacía. Pero interiormente las cosas eran distintas; las cristalizaciones de sal que imaginaba en las costas del mar Muerto brillaban mágicamente. Y las irisaciones maravillosas que mi imaginación creaba, recordaban sin duda a mi inconsciente el ópalo, el ópalo realmente fatídico que continuaba durmiendo en el Banco, en el fondo de un cofre. IIl.

EL

FANTASMA

DE LA TUBERCULOSIS.

Aunque mi síntoma de tuberculosis infantil nunca se manifestara, el ópalo desde el fondo del cofre donde estaba guardado continuaba ejerciendo su funesto poder. Así, a los diecisiete años después de un penoso

DE UNA HIJA CON SU MADRE MUERTA

IDENTIFICACIÓN

período

de conflictos

sobrevenidos

al salir de mi adolescencia

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y durante

el cual hice la vida muy penosa a mi padre, tan amado sin embargo -tales son nuestras ambivalencias-e-,

se produjo

una reacción de ternura

hacia él.

Pero al mismo tiempo una idea nació y se arraigó en mí poco a poco: creía estar tuberculosa

como mi madre y que me lo ocultaban.

seguida toda clase de síntomas que confirmaban me engañaban, antigua

Descubrí

en

esta idea. Pensé que todos

mi familia y los médicos que no me decían nada; sólo una

sirvienta

que estaba en casa desde que yo tenía cinco años, una

vieja córcega abnegada y obtusa, que durante mi infancia había exaltado en mí el culto

de mi madre muerta,

sólo ella, mirando

mi cara demacrada,

meneaba la cabeza con los ojos llenos de lágrimas y murmurando: pre lo he temido."

Y yo lo sabía. N o me hacía ninguna

suerte; estaba atacada por la tuberculosis iba a morir como mi madre. cuatro años?

ilusión sobre mi

y apenas pasados los veinte años

oído decir lo que me ocurrió

a los

¿Me habrían ya revelado lo de la hemoptisis, que pesó sobre

toda mi infancia, revelación antes.

¿Habría

"Siem-

encerrándome

en la casa? Creo poder

decir que esta

me fué hecha a los dieciséis años, por lo tanto

Los médicos dieron respecto

cerrados,

como lo sabemos,

al mío su medida.

Mi médico

poco tiempo

a los problemas de cabecera,

psíquicos

que sin em-

bargo me quería mucho, empezó a tratar, con un desprecio cada vez mayor, mis ideas mórbidas,

lo que no hacía sino exasperarme

yanclarme

más en

ellas. Cada vez que trataba de hablarle de este tema me mandaba "a pasear", como vulgarmente Así pasaron

se dice. tres años, durante

el fantasma de la tuberculosis. cho, a veces estaba oprimida, apetito y durante confirmaban

el invierno

mis ideas.

los cuales viví llevando

dentro

Sentía una pesadez en todo mi costado dereme ponía

anémica,

sufría constantes

adelgazaba,

faringitis

y traqueítis que

Las consultas se habían repe-

tido con varios especialistas y siempre con el mismo resultado: Yo me inclinaba

no tenía

Y me decía: o los médicos son demasiado tontos

o descuidados para ver claro, o me engañan. nada.

de mí

no tenía

más bien a creer que los médicos me engañaban.

Tuve entonces el deseo de estudiar medicina, pero mi padre se opuso, diciendo que eso me perjudicaría seguida:

para mi futuro matrimonio.

Me sometí en

¿para qué luchar? Estaba demasiado enferma para ir a la facultad

y, además, la idea de desobedecer a mi padre no podía entonces ¡ni rozarme!

286

MARIE RON APARTE

Sin embargo no estaba ni descorazonada, ni triste. Nunca trabajé tanto como entonces, pero en casa. Fué para mí un período intelectual heroico. Levantada en invierno antes del amanecer, a veces a las cinco, estudiaba hasta la noche encerrada en mi cuarto de estudio, geometría, geografía, historia, las ciencias naturales, la filosofía, la literatura francesa y alemana. No iba al liceo pero trabajaba en mi escritorio, como mi padre en el suyo, con un ardor desenfrenado del que me enorgullecía, pues me parecía aún superior al de mi padre. Estaba orgullosa de poder hablar con él durante les almuerzos de mis estudios científicos. Si él despreciaba la literatura y el arte que yo admiraba, amaba por lo menos mis gustos científicos. Tenía entonces la juvenil ilusión de conquistar el mundo por la fuerza de mi espíritu, Recuerdo ciertas auroras de invierno en mi solitaria sala de estudios en el último piso de nuestra casa que dominaba la ciudad, mientras mi lámpara palidecía y se levantaba, en el horizonte de París, justo delante de mi ventana, un sol rojizo que me parecía igual a la exaltación de mi corazón. Tal vez muriera joven, pero ¡qué importaba! Nunca había sido tan feliz. Fué en ese momento además cuando nació en mí una nueva fobia. No podía' estudiar medicina pero me apasionaba todo lo que a ella se refiriese. Tenía una preferencia por la anatomía y quería aprenderla por su base: el esqueleto. Mi padre tenía en su biblioteca un pequeño esqueleto que le habían regalado': pertenecía a una diminuta hindú que había muerto, a los veinte años, de tuberculosis. Además, al lado del esqueleto, bajo un globo de vidrio, estaba su máscara descarnada. Rogué a mi padre me dejara subir el pequeño esqueleto a mi cuarto para estudiarlo a gusto. Pero había en mi ruego otra razón: tenía en el fondo mucho miedo del esqueleto y quería forzarme a acostumbrarme a él. Porque presentaba, agregados a mis fenómenos de angustia y conversión, numerosos síntomas de obsesión que me, empujaban siempre a dominarme, a vencerme, a hacer siempre las cosas que más temía. No trato aquí estos síntomas, habiendo aislado en este relato únicamente lo que se refiere a la identificación con mi madre muerta, con el fin de presentar una visión de conjunto. Instalado el pequeño esqueleto, colgado de un gancho en mi cuarto de estudio, me puse a estudiarlo. Tenía a veces deseos de descolgarlo, para medirlo comparando conmigo su pequeña estatura. ,Mi madre había sido también mucho más baja que yo, y había muerto a los veinte años como

IDENTIFICACIÓN

la joven hindú. tumbrarme

DE UNA HIJA CON SU MADRE MUERTA

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Pero todas estas confianzas con el esqueleto lejos. de acos-

a él, tuvieron

este resultado:

el esqueleto se me aparecía' ahora

casi todas las noches. En sueños pasaba a su lado .. : extendía, él la mano' y me prendía como para agarrarme. O bien bailaba delante mío,' luego venía hacia mí y yo me despertaba

presa de una espantosa angustia.

renacía el viejo terror infantil de la venganza póstuma ella el pequeño esqueleto de la joven tuberculosa

Así,

de' mi madre.

Era

muerta a los veinte años,

Había subido desde, su puesto en la biblioteca. de mi padre para castigarme por habérselo quitado.

Y ahora que yo estaba tuberculosa

cada noche a recordarme

como ella venía

que debía seguida a la tumba, lo que era a h1 vez

mi terror y mi deseo. Viendo que, a pesar de que los meses pasaban, yo no me "acostumbra-' ba" al pequeño

esqueleto y, aunque ignoraba

que lo que permanece

en el'

inconsciente es inaccesible al desgaste, no, me obstiné y acabé por bajar el esqueleto a la biblioteca. Y, sin embargo,

continuó

obsesionando

bajando en busca de mi padre, tratando Pero al pasar, el pequeño continuaba

mis sueños.

Me veía en ellos

de reunirme con él en la biblioteca.

esqueleto me tocaba con su mano extendida.

viviendo con mis pesadillas, y no me hubiera

Y

animado al caer

la tarde, ni aún en pleno día, a bajar sola a la biblioteca. Es que esta fobia era un maravilloso ~endeneias de mi inconsciente:

compromiso

entre dos poderosas

ser mi madre muriéndome

satisfacía la parte más positiva de mi complejo

de Edipo:

como ella, lo qué' el amor por mi

padre; y ser castigada de muerte por mi madre, como represalia por la que yo le había causado, lo que satisfacía, en la otra parte de mi complejo Edipo, el sentimiento inconsciente de culpabilidad unido a él.

de

Mi padre me había regalado a los diecisiete años los cuentos de Edgar Poe, traducidos

potBaudelaire,

empecé en el campo ese verano a leerlos

leí Doble crimen en fa calle de la' Morgue, La carta robada" El escarabajo de oro, los tres cuentos que mi padre admiraba y que no . me impresionaron mayormente, Pero habiendo empezado Ligeia, mí de rioche.

Primero

cuento que mi padre no apreciaba, fuí presa de un espanto tal con la descripción idel cadáver viviente y vengador de la mujer, que no lo pude terminar.

Abandoné

no podía: soportar,

el libro terrorífico. yo que sin embargo

Había algo en él cuya naturaleza me había deleitado

táculo de las tragedias desde los trece años -Hamlet

con el espec-

o Edipo

Rev-«. No

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MARIE RON APARTE

me podía familiarizar con los cuentos de Poe como tampoco con el pequeño esqueleto: comprendía que cuanto más lo leyera mayor sería mi terror; tenía sin duda otros cuentos tan horrorosos como el de Ligeia 'y que me 'convenía evitar. Y durante veinticinco años de mi vida no abrí un libro donde pudiera encontrarse un cuento de fantasmas, sobre todo si eran femeninos. Porque pronto me apercibí de que las muertas me inspiraban mucho más temor que los muertos. Y eran las muertas que merodeaban en los cuentos de Poe las que: me apartaban de sus obras. Recién me animé a volver a leer Ligeia durante el curso de mi análisis y ¡con qué recaída de terror! con el objeto de aprender a conocer el enigma de mi espanto. Cuando Ligeia apareció desenmascarada ante mis ojos como lo que era para mí: la madre vengativa que volvía a ocupar su lugar al lado del padre, usurpado por Rowena=yo, perdió de pronto con su misterio todo su espanto. Fué tal vez uno de los más interesantes resultados terapéuticos de mi análisis. Al llegar a los veinte años, edad del casamiento de mi madre, mi "enfermedad" se agravó de pronto. Empecé a adelgazar, a. desmejorar a ojos vistas. Y mis dolores de garganta, interrumpidos, amenazaron ese invierno con volverse crónicos; tuve a veces mucosidades sanguinolentas en la faringe. Decían: "«es hereditario», tiene «granulaciones» como su madre, eso era lo que le hacía escupir sangre". Hice tanto y tan bien, adelgacé, me puse pálida, desmejoré, tomé tal aspecto de enfermedad que mi padre y mi abuela, aunque más no fuera por cambiar mi cara que hubiera asustado a las gentes ya mis festejantes, decidieron, siguiendo el consejo de los médicos, mandarme al Mediodía para tonificarme, para curar mi "anemia", porque así denominaban clínicamente a mi enfermedad. Era mi mayor deseo. No había vuelto al Mediodía -región donde creció mi madre- desde que tenía cinco años y allí me había curado después de mi hemoptisis. Pero lo reconocí como si lo hubiera dejado la víspera y no hay palabras para describir mi deslumbramiento al volver a ver las palmeras, los eucaliptos, los naranjos, los limoneros y los aromas amarillos y perfumados que parecen flores de sol. Volví al aire libre; por mi propia voluntad me sometí a una sobrealimentación espantosa que me llevó al borde de la obesidad. Después comí menos y habiendo, felizmente, adelgazado sólo conservé mi buen aspecto. Pero tuve que volver cuatro inviernos seguidos sin creerme todavía curada. Era necesario para ello una condición, que tanto los médicos como yo

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ignorábamos: haber pasado cierta época de mi vida. No podía curarme de mi fantasma de la tuberculosis hasta haber pasado los veintidós años, edad en que había muerto mi madre. Antes no hubiera podido casarme. Mi terror del embarazo y del parto eran entonces demasiado intensos, era necesario que por lo menos ese peligro preciso fuera conjurado, que la fecha fatídica ya, hubiera pasado. Y el fantasma de la tuberculosis era un 'cornpromiso que me protegía, por un lado, del matrimonio efectivo, del embarazo, de la suerte real de mi madre, y también de la infidelidad a mi padre; porque me guardaba fiel, por otra parte al amor punitivo por mi .padre y realizaba, como otrora la alucinación de la cigüeña, mi más profundo deseo: la identificación con la madre envidiada, en la infancia hasta más allá de la muerte. Cuando cumplí creo que los veintiún años, las alhajas de mi madre volvieron solemnemente del Banco donde dormían desde su muerte y me fueron entregadas; y de todo lo que contenía el cofre; nada. atrajo tanto mis miradas como el gran ópalo. Su aspecto por otra parte me había decepcionado. En primer lugar no tenía la forma de un huevo como yo lo había soñado tantos años, y lo que más convenía a mis deseos inconscientes, sino que tenía la forma de un corazón. Además, no teniendo en cuenta los diamantes que lo rodeaban, no tenía tampoco el tamaño de un huevo de gallina como soñé tanto tiempo, sino que era apenas un poco más grande que un huevo de paloma y sus irisaciones eran demasiado lechosas, menos vivas por cierto que las del gran pájaro, con el cual por otra parte no se me ocurría entonces establecer una comparación. En resumen, el gran ópalo, visto con mis ojos de veinte años, me decepcionaba. Lo dejé a un lado y no lo usé porque encontraba que esa vieja alhaja rusa era demasiado pesada para el gusto moderno; así racionalizaba mis sentimientos. Entretanto, habiendo ya cumplido mis veintidós años, mi padre me dijo: "El tiempo pasa, ya has cumplido veintidós años y sin ningún casamiento en perspectiva a causa de tus estúpidas ideas de enfermedad imaginaria. Sería realmente tiempo de que te sobrepusieras, que te curaras de esas ideas absurdas." Así hablaba mi padre como si su inconsciente hubiera sabido que, en efecto, ya había pasado la fecha en que la realidad me permitía, por fin, desprenderme de él; del tierno y terrible fantasma que me ataba, a pesar mío, a su casa.

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MARIE

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IDENTIFICACIÓN

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VIeJOSrecuerdos me apenaba. Pero no pude resignarme a vender una de las piedras a pesar de que mi novio lo deseaba particularmente: el ópalo. Por más que insistió en que esa piedra no le gustaba, que decían que traía desgracia, que debíamos deshacernos de ella, rehusé obstinadamente. ¡Acaso mi padre no me había enseñado desde pequeña a despreciar las supersticiones! Vendimos pues los diamantes que lo rodeaban, pero el ópalo, con el pretexto de que no tenía valor me lo guardé. Un día, sin embargo lo quise volver a ver, creo que durante mi primer embarazo. Abrí mi caja de alhajas y lo busqué. Imposible encontrarlo .. El ópalo que trae mala suerte a las mujeres encintas y que yo había rehusado vender había desaparecido antes de mi parto; parecía que la suerte quería protegerme de cualquier manera. Tuve dos hijos y, a pesar de los terribles temores de mi padreen esos momentos, no morí de parto. Y habiendo pasado muchos años, cuando poco a poco tuve que perder la esperanza de ser madre por tercera vez, un día, sin saber cómo y creo que sin buscarlo, encontré el ópalo arrumbado en el fondo de una caja de cartón, tristemente envuelto en un pedazo de papel de seda. Pero desapareció en seguida de nuevo de entre mis cosas y de mi pensamiento ... hasta ayer en que volvió a aparecer en el curso de mi análisis en toda su radiante importancia. Creía además, hasta ayer todavía, haberlo perdido y fué recién esta noche, al preguntárselo a mi mucama que me recordó su existencia en la vieja caja de cartón. Y ahora, el gran ópalo, escondido durante tantos años en la sombra, puede volver a ver el día. Ha perdido por fin su fuerza subterránea y terrible, pues -y esto podría ser una divisa del psicoanálisislos espectros se desvanecen a la luz del día. Pero es necesario tener antes el valor de evocarlos a plena luz. CONCLUSIÓN.

He relatado mi alucinación de los cuatro años, de la cigüeña, y la fobia de Anubis que le sucedió, porque es difícil encontrar un mejor ejemplo de identificación materna, a través de la muerte, en función del amor soberano por el padre, en la edad del complejo de Edipto y los años subsiguientes. Le he agregado mi fantasma de la tuberculosis a los diecisiete años, porque tiene el mismo origen, derivado también de mi complejo de Edipo, revivificado por la pubertad, y que mi "caso" entre los diecisiete y veintitrés

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MARJE BONAPARTE

años demuestra, una vez más, la influencia de los complejos psíquicos sobre el estado somático y sobre el destino. Un análisis, trayendo a la luz del día el material patógeno reprimido, de haber sido posible entonces, me hubiera resultado más útil que todas las consultas médicas y las estadías en el Mediodía. Y se habrá podido observar en este ejemplo; la oposición tan frecuente de las actitudes conscientes e inconscientes en relación con la superstición, como por otra parte a la religión en general. Por más que mi padre quisiera retener mi mano cuando yo echaba por encima del hombro la sal que se había derramado, a pesar de que yo, identificándome con ese padre admirado, me imaginaba muy por encima de toda superstición y menospreciaba a la gente que lo era, mi inconsciente "creía" en la virtud terrible del ópalo. Mi alucinación de la cigüeña irisada no la había proclamado más claramente, que lo que debían de hacerlo más de veinte años después, las desapariciones y reapariciones de la piedra fatal según los acontecimientos de mi vida de mujer y de madre. Por una oposición análoga, yo que imitando a mi padre me proclamé llegada a la edad adulta, librepensadora, y no creía en la supervivencia de los muertos, conservé sin embargo el temor a los fantasmas, al punto de no poder leer un cuento de Edgar Poe, hasta que el análisis me libró de él. Así, en las profundidades arcaicas de nuestro inconsciente, continúan viviendo las viejas religiones de los hombres, aun cuando nuestro espíritu se ha elevado muy por encima de esas primitivas concepciones. Traducido

del francés por

ALICIA LARGUÍA.