Iban Cayendo las Estrellas

Andrés Briseño Hernández Iban Cayendo las Estrellas y otros cuentos Obra ganadora de los III Juegos Florales Ramón López Velarde Segunda Edición e ...
29 downloads 0 Views 502KB Size
Andrés Briseño Hernández

Iban Cayendo las Estrellas y otros cuentos Obra ganadora de los III Juegos Florales Ramón López Velarde

Segunda Edición

e

á g o r a E D I T O R I A L m x

1

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni el registro en un sistema informático, ni la transmisión bajo cualquier forma o a través de cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación o por otros métodos, sin el consentimiento previo, específico y por escrito, de los titulares de los derechos.

© 2014 Andrés Briseño Hernández Derechos Reservados © De esta edición: Ágora Editorial MX Derechos Reservados © Imagen de portada: Andrés Briseño Hernández Derechos Reservados Editor: Adrián Franco Segunda Edición: Junio de 2015 Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico

e www.agoramx.com 2

á g o r a E D I T O R I A L m x

[email protected]

A Isabel

3

4

Índice Iban Cayendo Las Estrellas 7. Prólogo 15. Iban Cayendo las Estrellas 27. El Tesoro de Eleazar 45. Despertar entre Agujas 51. El Viaje 67. Refrescos en Bolsita para Niños con Agujeros en el Pantalón 73. El Perro de Don Pablo 81. Elu

5

Otros Cuentos 89. Chiapa de Corzo 95. El Circo de las Sanaciones 103. Esto Fue lo que No Sucedió 107. Soy el Diablo 109. La Dominga 139. Golondrinas 13

6

Prólogo –Gol– dijiste exhausto y tranquilo luego de una vuelta olímpica sin tanques y sin laderas. Miraste entonces por primera vez a la niña que, con su refresco en la mano, te regaló una sonrisa de su boca chimuela. Andrés Briseño Hernández, “Refrescos en bolsita para niños con agujeros en el pantalón”

U

n prólogo es una ventana a través de la cual el lector degusta un fragmento de un universo literario, una cartografía, una rayuela al modo de Cortázar, en que se revela un posible itinerario de lectura. En él mismo transitan desdibujados los personajes y sus circunstancias, así como la pluma de su demiurgo y las voces literarias que ahí convergen. Este tipo de discurso, como un faro, proyecta luz sobre espacios determinados, pero deja en penumbra la mayor parte del océano para que, finalmente, el lector, como en su momento el prologuista, navegue entre las palabras. Así, el presente se arma como una cartografía de lo grotesco en Iban Cayendo las Estrellas de Andrés Briseño Hernández, antología merecedora del primer lugar de los III Juegos Florales “Ramón López Velarde”. Briseño Hernández, oriundo de la tierra de López Velarde, de aquel Jerez exaltado por la religiosidad de sus matronas, la hidalga nobleza de sus hijos, “las rosas de la plaza, los aros de los niños y los flecos de seda de los tápalos”, refleja el terruño a través de personajes de7

gradados: un músico profesional que toca un contrabajo en un cuarteto que interpreta composiciones norteñas, un tatuaje que sufre por habitar en un ser efímero, un chiquillo gordo junto a una niña chimuela, un joven semental jorobado y asmático, entre otros. El libro se conforma por siete cuentos cuyos temas, personajes, espacios y narradores son divergentes, sin embargo, semejantes en la representación de lo grotesco a través de un estilo caracterizado por las yuxtaposiciones y el uso de un lenguaje coloquial. Las palabras caen vertiginosamente como canicas, la rapidez de los relatos llega a ser tal que hay fragmentos que carecen aun de puntuación: “’corrí como si todo yo fuera piernas jadeos falta de resuello desesperación angustia escape libertad pies presurosos de entre la multitud salieron el borracho y Esther ‘¡Agarren al de la chamarra verde, es un asesino!’”. Para Mijaíl M. Bajtín, lo grotesco se define como “la im1 perfección eterna de la existencia” , ya que se conforma de 2 “imágenes exageradas e hipertrofiadas” , se identifica por degradar, corporizar y vulgarizar. Rebajar, en este sentido, consiste en acercar a la tierra, en poner en comunión lo sagrado con lo profano, en modificar la percepción de lo estético. El héroe grotesco rompe con la imagen clásica, ya que no se impone como un ser perfecto e impertérrito, sino deforme. El casco es permutado por un bacín. Hay dos tendencias, según el teórico ruso, de lo grotesco: la carnavalesca y la moderna o romántica. En la primera, la degradación da paso a una regeneración. “Al degradar, se amorta3 ja y se siembra a la vez, se mata y se da a luz algo superior.” Aquí la inversión del mundo hace que lo mundano y lo divino convi1 Bajtín, Mijaíl M., La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, Alianza, México, 1990, p. 35. 2 Idem, p. 23. 3 Idem, p. 25.

8

van; a través del humor lo caótico destrona al orden. Mientras la segunda carece de esta ambivalencia; el grotesco romántico es “un grotesco de cámara”, en que el individuo se presenta como un ser deforme, fragmentado, aislado, que sobrelleva la existencia. Los relatos de Iban Cayendo las Estrellas oscilan entre lo carnavalesco y lo romántico. En seguida se varará en los distintos relatos en busca de lo grotesco. Lo carnavalesco se halla en “Refrescos en bolsita para niños con agujeros en el pantalón”, “Elu” y “El perro de Don Pablo”. En el primero, una voz narrativa en segunda persona, que interpele a los personajes como pepe grillo: “tú te viste envuelto con la polvareda que formó la carrera de los otros”, relata las vicisitudes que sufre un chiquillo panzón al ser escarnio de otros y cómo una niña pecosa y chimuela lo rescata. Aquí el juego de máscaras se presenta, por un lado, al invertirse los papeles: Dulcinea rescata a su caballero más que andante rodante; por otro, al elevar al rango de héroes a personajes maltrechos. En “Elu” la narradora protagonista, una de las muchachas más populares de su escuela, se enamora de Eleuterio, un estuche de desperfectos: jorobado, asmático e idiota. Cuando logra confesar lo que siente, el jorobado se trasfigura en un feroz amante equipado con atributos de “candente longitud”. Por una caída literal del destino, se descubren los encuentros apasionados de la dispareja. Tras este evento la narradora pasa del rango de la más deseada a la güila que descubrió al ahora codiciado semental. Al deambular por este relato, lo grotesco se manifiesta en la mudanza de los valores estéticos: el adefesio ocupa el sitio del seductor. Además, como otro rasgo del grotesco carnavalesco, se entra en comunión con los órganos genitales, el apreciado atributo de Elu. Asimismo, en el tercer cuento el narrador apodado Huevo Quemado se enfrenta al terror de la calle, el perro de 9

don Pablo, que goza al insertar los colmillos en los transeúntes. Sólo Huevo se ha salvado. Tras días de penuria en que el joven evade al can, éste decide pelear. Sorpresivamente, después de embestir a su víctima, el perro, en lugar de morderla, la lame. El toque irónico con que cierra este relato modifica al perro y, por ende, lo degrada, pero a la vez lo exalta, en una mutación de fiereza a ternura. La tendencia moderna se encuentra en “Iban cayendo las estrellas” y “El viaje”, ya que en ellos viven individuos disociados, que sufren la náusea de Sartre. En el primero, un joven sufre el peso de su contrabajo como reflejo del fracaso, de su descenso de intérprete de Mozart a miembro de un cuarteto llamado los Gorriones de la Sierra, que toca música norteña, encabezado por su primo. La liberación llega cuando en una fiesta al tratar de huir con una muchacha, asesina al prometido de la misma. Durante su estrepitosa fuga, permanece impertérrito ante la muerte de sus compañeros y la destrucción de su contrabajo como los personajes de Camus. “Había hecho pedazos por fin el contrabajo y había recibido a cambio los desechos de una vida: la mía.” En “El viaje”, un relato en que se juega más que en los anteriores con la estructura, hay un vaivén entre los recuerdos y el presente de Andrés, un niño que a causa de un dolor en la cabeza está en el hospital, un lugar frío, extraño, ajeno al protagonista. A lo largo de la yuxtaposición de imágenes, el lector se percata de la degradación del héroe; de ser una tortuga ninja que lucha en contra de los niños que se burlan de su hermano o escuela, de contemplar la lluvia en Sarabia, en casa de sus abuelos, se muda a una marioneta tras una vitrina: “¿De qué sirve un niño que ya no juega?... Es como una cosa muerta.” Dentro del mapa sólo restan dos puntos: “El tesoro de Eleazar” y “Despertar entre agujas”, cuentos que se alejan de los anteriores tanto en su estructura como en el abordaje de lo 10

grotesco. En ellos hay una fusión entre lo carnavalesco y lo romántico. Dentro de “El tesoro de Eleazar”, cuatro individuos, en distintos momentos, se ven seducidos por una voz a buscar de un tesoro, el rumor resulta tan incesante que lleva a la locura a los personajes y a que asesinen. A lo largo del texto, los saltos temporales y el cambio de voz narrativa provocan que el lector permanezca expectante al no saber quién habla, quién comete los diversos asesinatos y en qué momento. Al final uno de los hombres logra obtener el tesoro, mientras los otros, alienados por la voz, mueren. Por la temática, el relato se acerca a la tradición oral, a las leyendas; por su estructura, a la literatura experimental. La alienación que lleva a la muerte junto con la voz sombría es un indicio del romanticismo grotesco. “Despertar entre agujas” se arma como una muñeca rusa, un cuento que dentro de sí alberga otros microrrelatos. Un hombre incapaz de contar sus sueños decide tatuarlos en su piel; su cuerpo se convierte en un universo, como en El Hombre Ilustrado de Bradbury, habitado por seres sin rostro, por un señor que en vida prepara cada detalle de su funeral y en muerte su cuerpo es enterrado en la fosa común, por unos asaltantes que realizan un crimen tan perfecto que resulta insípido, por un tatuaje que sufre por permanecer anclado a un mortal, por un individuo incapaz de contar sus sueños. El cuento es como una víbora devorándose a sí misma, morada por personajes degradados, asfixiados por la vida. “’En el grotesco no hay temor a la muerte, sino a la vida’”.4 Iban Cayendo las Estrellas tiene una orografía grotesca en que, como en Rulfo, convergen formas literarias tradicionales con vanguardistas. Ahí se entrevé el terruño jerezano a través de tiendas en las que “sólo venden aire y recuerdos de antes”, de pueblos alejados en que quema el frío, de Sarabia, de Zacatecas con sus subidas y bajadas, de hombres de sombrero y 4

Idem, p. 50.

11

bigote, de un léxico coloquial: “Seguro, muchachos, ustedes no se agüiten y verán que salen bien rayados.” La compilación es resultado de las andanzas del autor. Por ser licenciado en Letras, deambula sobre diversas obras literarias; por la influencia de su abuelo, un trovador nato, ama la palabra, la ficción, como un medio para viajar y crear lugares inexistentes, para conocer al hombre. Se invita, entonces, al lector a recorrer este paraje. Irma Guadalupe Villasana Mercado

12

Iban Cayendo las

Estrellas

13

14

IBAN CAYENDO LAS

ESTRELLAS

H

acía frío. Nos apretujábamos unos con otros en la esquina solitaria. Los instrumentos dormían al lado nuestro, entumidos. –Ni las moscas –dijo mi primo–. Con este pinche frío no vamos a conseguir jale. Miré a mi primo hecho bola dentro de la chamarra: levantaba una pierna y luego la otra para calentárselas. Me había invitado a tocar con ellos. Les faltaba quién tocara el contrabajo en su grupo norteño. –Te tocó mal día para empezar, primo –soltó la voz soplándose las manos–. A ver si sacamos aunque sea para los frijoles de mañana. Sentí pena de mí mismo al escuchar esas palabras: los frijoles de mañana. No era lo que imaginaba para mi futuro. Tanto esforzarme estudiando música para acabar en un cuarteto de entumidos, esperando trabajo como quien pide limosna.

15

Andrés Briseño Hernández

–Yo creo que tu Mozart nunca se vio en estas circunstancias con ese roperote en las manos ¿verdad, primo? Sonreí sin ganas a su chiste pendejo, pero no dejé de imaginarme a Mozart burlándose de mí: “Qué tal, señor concertista, ¿aquí empieza su gira por Europa?” Si tan sólo estuviera con músicos de verdad. Pero ni en esta esquina ni entre los otros grupos que esperaban cliente, podía encontrar alguno. –Ándale, ya chingamos. Frente a nosotros se plantaron dos hombres maduros, enfundados ambos en botas de no sé qué piel exótica, con cinturón piteado y sombrero. –¿Cuánto por una tocadita aquí en San Antonio? –dijo el más alto. –¿Dónde queda eso, patrón? –contestó mi primo para hacer el cálculo del precio con los dedos. –Aquí cerquita –terció el otro, tras un bigote espeso y una barriga prominente– pal rumbo del Niño Jesús. –Pos que sean dos mil pesos, patrón… ora traemos profesionales. Los dos rancheros quedaron de acuerdo con el precio sin importarles mucho el nuevo comentario idiota de mi primo. Los vi enfilarse a la camioneta en la que nos llevarían y nosotros los seguimos. Además de mi primo, que tocaba el acordeón, completábamos el grupo Esteban, Julio y yo. El primero tocaba la guitarra, y el segundo, un chiquillo de 14 años, medio tocaba la tarola. Nos trepamos a la caja de la camioneta y nos acomoda16

Iban Cayendo las Estrellas

mos como pudimos. Esteban y yo nos recargamos en el vidrio trasero, y los otros dos en nosotros. Apenas arrancó la camioneta nos dimos cuenta de las verdaderas dimensiones del frío. Chiflones helados nos traspasaban las ropas como agujas, como las notas estridentes del acordeón de mi primo dentro de las orejas. –También es mi primer día, mi mamá estaba muy contenta –dijo Julio mientras se acercaba a mí temblando. Entonces caí en la cuenta de que sólo traía un suéter y traté de cubrirlo del viento con las orillas del abrigo: una chaqueta verde limón con barbas de cuero estilo el Piporro que mi primo me había prestado. Al cabo de un rato descubrimos que el rancho al que íbamos no estaba tan cerquita como nos dijo el hombre. Hacía mucho que a nuestro alrededor no había más paisaje que huizaches y potreros alumbrados por la luna. –¡Cómo serán hijos de la chingada estos cabrones! Les hubieras cobrado más por el viaje –gritó Esteban para que lo oyeran los de adentro. Los de la cabina siguieron como si nada, contándose cosas que nosotros no oíamos pero que de seguro eran chistes porque soltaban la carcajada y se retorcían. Luego de un rato, la camioneta se orilló y el de grandes bigotes se bajó al orinar. –Ya merito llegamos, no se apuren, van a ver qué sorpresota se lleva la paloma con este bailecito. Es cumpleaños de mi prometida. –Yo creo que vamos a tener que cobrarles otro poquito, patrón, esto está muy lejos –dijo tímidamente mi primo para no aguarle la felicidad al viejo.

17

Andrés Briseño Hernández

–Seguro, muchachos, ustedes no se agüiten y verán que salen bien rayados. El hombre subió a la camioneta y seguimos entre brechas cerca de veinte minutos más hasta que llegamos a un pequeño caserío de adobe. Ahí ya nos esperaban. Al lado de una casa estaba un enorme patio regado y barrido, iluminado por dos lámparas que daban una luz amarillenta. Alrededor habían sillas y bancos. Más atrás, junto a una fogata, un cazo lleno de cervezas. –Arránquense con la de Flor de Capomo. Buscamos el cobijo de una barda y empezamos a tocar. A pesar del frío, como por arte de magia, las sillas y los bancos se llenaron de mujeres. Del grupo que se formó cerca de la fogata se desprendieron algunos para sacar a bailar a las muchachas. Mi primo comenzó la canción con una entrada que según él se la había aprendido a los Tigres del Norte. –Ah, cómo serás payaso –dijo Esteban entre carcajadas. Julio ni se reía, temblaba tras la tarola sin apartar un momento la vista de mi chamarra. Yo tocaba sin ganas; hacía sonar las cuerdas casi con odio. Un odio agudo que me llenaba la cabeza. ¡Pinche rancho! ¡Pinche primo! ¡Pinche frío de mierda! –¡Un aplauso para la cumpleañera! El grito me sacó de mis enojos. De la puerta de la casa vi salir a la del cumpleaños. Era bonita. Endemoniadamente bonita. Traía el pelo suelto que le llegaba a los hombros. Llevaba un vestido de flores, ligero a pesar del frío. Sus zapatos guardaban dos pies pequeños y delicados. Caminó hacía el hombre de los bigotes, y le dijo “Gracias, Everardo”. Él la envolvió con su cuerpo mantecoso y trató de besarla. Los ojos de la muchacha 18

Iban Cayendo las Estrellas

no pudieron ocultar la repulsión que le causó el abrazo y se cerraron con fuerza. Luego que logró zafarse, volteó hacía nosotros y su mirada se detuvo un momento en mí, pude darme cuenta, no había ninguna duda. Ahora sus ojos estaban bien abiertos. Supe entonces que de ese rancho insignificante no me iba a ir sin nada. Van a ver cómo sí salgo bien rayado, pensé. El baile parecía no terminar. En parte porque la gente no mostraba ningún interés en irse, y en parte por mi primo, que más de una vez empezó de nuevo la canción en turno porque se equivocaba en el inicio. Las manos me sangraban por el contacto con las cuerdas frías, los pies los sentía como un hielo luego de tantas horas parado. Lo único que sentía arder era el corazón, aunque me dé pena el decirlo, cada que ella se volvía para mirarme. ¿Quién iba a decir que entre tanto ranchero me encontraría esa flor tan de merecerse? El problema era el prometido. Para esas horas se había tomado una botella entera de mezcal del más corriente, y detonaba la pistola cada que tocábamos una canción que le gustaba. Entre pieza y pieza se nos acercaba con su aliento de briago y nos decía: –¿Verdad que la fiesta está chingona? Quién viera a mi novia tan contenta, apenas ayer tratamos el matrimonio su papá y yo… Pero tómenle a su vasito, no se me queden atrás… Qué sorpresota le he dado a la palomita…Chulada: venga pa que salude a los músicos que vinieron de tan lejos… Ándele, no sea así, salúdelos. Ella se acercó despacio. Musitó un leve “gracias por venir” y nos tendió la mano. –No tiene por qué agradecer, señorita, los Gorriones de la Sierra estamos para lo que se le ofrezca.

19

Andrés Briseño Hernández

Por primera vez no repliqué el nombre idiota que le había puesto mi primo al conjunto. Solamente me limité a responder al saludo de ella. Tomé su mano, y en el apretón le dije lo que quería que supiera. Ella me respondió con la mirada lo que yo quería saber. Se llamaba Esther, lo supe de la boca de dos señoras enrebozadas que comentaban lo bonita que era. También supe que cumplía diecisiete años y que vivía sola con su padre. Entre canción y canción, mientras trataba inútilmente de separarse del gorrudo, volteaba a verme y me sonreía a escondidas; yo le respondía igual, a la espera de cualquier oportunidad para hablar con ella. El momento llegó en uno de nuestros descansos. Las parejas que bailaban se sentaron; el bigotón, ahogado en alcohol, se dejó caer en una costalera. Entonces Esther me hizo una seña con los ojos hacia el corral. –Voy a mear –dije. Di vuelta a la casa por el lado contrario al que se fue ella. La encontré junto a una tazolera, caminé con sigilo para que nadie en el baile se diera cuenta. Cuando la tuve enfrente, me acerqué a sus labios y le di un beso, ella me lo respondió temblando. Su cuerpo estaba tibio, como lo había imaginado. –Llévame contigo –me dijo la muchacha–. Libérame de este rancho, y de ese hombre. Por irme de aquí soy capaz de lo que sea. Le dije que sí sin desearlo, sin sentirlo de veras. Al principio creí que lo hacía por sus ojos, luego supuse que lo hacía por librarla del ranchero. No lo hice por ninguna de esas razones. 20