Humberto Rivas ILUMINAR

Galería Hartmann del 17 de septiembre al 24 de noviembre de 2008

Luz sobre luz deslumbra, es necesario el silencio para escucharla. Esta frase, salida de otro contexto, parece adaptarse como una media al recorrido de Humberto Rivas como fotógrafo. En imágenes primerizas que hemos podido ver en su estudio, el sol y sus sombras son protagonistas de sus obras que con el paso de los años ceden su protagonismo a las penumbras y a la más sutil expresión de la luz. Asimismo se han ido depurando las líneas, se ha limpiado de información la escena y la obra se ha asentado en un lugar que ya identificamos como paisaje Rivas: lugares vacíos, silenciosos, exentos de anécdota y de acción, espacios humildes o sublimes que no ofrecen ninguna resistencia a la cámara, sólo piden un momento adecuado y Rivas en diálogo con estos lugares lo encuentra y nos lo muestra. En esta exposición hemos hecho hincapié en el negro, en lo oscuro, donde la luz puede ser oída nítidamente sin deslumbrar, sin mostrar más acontecimientos que el que ella provoca: penumbras donde el imaginario se lanza al encuentro de sensaciones primarias, originales, aquellas que la percepción y no la información, ni siquiera el conocimiento, nos desvelan. También sus retratos han ido evolucionando hacia lo oscuro y la luz que refleja el rostro es menos cruda, menos evidente. En esa lucha entre fotógrafo y modelo de que tanto habla Humberto Rivas, se intuye cada vez

más la minimización del esfuerzo por ganar y al mismo tiempo la ausencia de reto por parte del modelo; no es sumisión, es entrega, como si el fotógrafo ya supiera que el modelo sabe y los dos se encontraran, con toda su dignidad a cuestas en este acto, sin reticencias, sin necesidad de duelo, sin fricción. En esta exposición, que tiene lugar dos años después de su antológica en el MNAC, hemos querido mostrar algunas piezas poco conocidas del autor y otras aún inéditas junto con algunas a las que el tiempo está a punto de convertir en iconos dentro de su trayectoria. Quedan por desvelar magníficas imágenes para que tengamos tiempo de masticar ese primer plato antes de pasar al segundo. Mariona Fernández

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DE LA CONVENIENCIA DE MIRAR SIN PRISAS Las huellas de un relato Entender la fotografía como el rastro dejado por las huellas de luz sobre el papel (William Fox Talbot), sentir la toma fotográfica como un modo de restar una película de piel al retratado (Honoré de Balzac), o describir su mundo como un reino de las sombras (Makxim Gorki), son algunas de las metáforas que mejor ayudan a explicar la aparición de la imagen fotográfica sobre el papel, frente a su búsqueda y definición desde la pintura, añadiendo –y con frecuencia restando– materia. Con el nacimiento de la fotografía se reivindica lo leve, lo delgado, la epidermis como zona de debate y diferencia: una mínima capa en la que se inscriben, se imprimen los detalles a modo de huella, de sombra, de vida tatuada, de experiencia personal. No es otro el campo de trabajo de Humberto Rivas: fotógrafo de ojo inquieto, acostumbrado a viajar con sus preguntas convertidas en una forma de mirar, con una calma sólo aparente, en actitud siempre receptiva y empeñado en visitar el otro lado de la realidad, esas realidades cotidianas que la nutren y están tan próximas que muchos parecen empeñarse en no percibirlas. En Humberto Rivas, todo lo que aparece en la imagen estaba en el momento de la toma, y las huellas de luz son

huellas de tiempo: retrata paisajes sin figuras y figuras sin paisaje añadido, desnudas de artificio, sin otro apoyo que el efecto del tiempo sobre sus epidermis. Con este modo de trabajar, Humberto Rivas consigue referirse a la historia cotidiana y vivida, a la que deja rastros visibles en cada rostro, en cada paisaje. Alude al tiempo pasado de un modo neutro: mostrando desnudos los surcos en la piel, las texturas de una pared, las huellas de un relato que nos invita a completar. Humberto Rivas crea escenarios que podemos habitar. Sus fotografías son pequeñas (e intensas) síntesis de guiones cinematográficos. No son imágenes narrativas cerradas, pero despiertan el interés por la narración y ofrecen múltiples detalles a quien realmente quiere encontrarlos. Humberto Rivas es paciente, riguroso, muy autocrítico y un poco obsesivo en sus búsquedas. Pasea, mira, observa y se detiene ante las pruebas que el tiempo y la historia dejan sobre un rostro o en un paisaje: busca huellas, no bruscas heridas. En los retratos, un gesto o el paso del tiempo, la vida vivida; cuando se fija en un edificio en ruinas, éstas no son recientes, están integradas en un paisaje que ayudan a definir, son paisaje anónimo y muestran una extraña síntesis de lo ocurrido desde su grandeza hasta su inevitable –y tal vez lejana– desaparición. Si lo retratado es una habitación aparentemente vacía, mediante la composición y los juegos de 5

luz y sombra consigue llevar nuestra atención hacia un detalle –un objeto abandonado o un fragmento– desde el que imaginar una historia; si el motivo es un rincón o una pared, la fuerza de la imagen gira en torno a las texturas. Un rostro se vuelve, otro nos mira de frente y su actitud es similar a la de un edificio aislado, sobrio y elegante incluso en su abandono. Nada está retocado o maquillado, y la clave es el respeto a unas mínimas reglas técnicas, aparte de trabajar sin prisas y disponer de un ojo preciso, capaz de desvelar lo más oculto y conseguir que el sistema parezca sencillo. Humberto Rivas trabaja desde la fotografía, desde sus reglas y lenguaje, pero con absoluta libertad. Se reivindica como fotógrafo a secas (“solamente fotógrafos” era el encabezamiento de una célebre conversación suya con Bernard Plossu). En pleno auge de una fotografía digital con mucha información y detalle, sigue fiel a una práctica más cercana al misterio, pero sin ánimo de resistencia. Su estética es precisa, casi minimalista: luz y enfoque. Su visión, perfectamente central. Utiliza papel varitado y situaciones límite, con cielos casi blancos y sombras casi negras; y en esos casi, mil matices, mil sorpresas: el misterio. Para fotografiar los paisajes, escoge horas límite, horas de quietud aparente, de tiempo detenido, en las que son posibles las transformaciones, las apariciones. Julio Verne relató y Eric Rohmer tradujo a imágenes un fenómeno óptico (cuando el sol desaparece en el horizonte plano del mar, de sus últimos rayos sólo percibimos los colores verde y amarillo) entrelazado con una leyenda (si dos personas ven el rayo verde al mismo tiempo, se enamoran). Humberto Rivas se mueve en ese ánimo: pasea, vive, conversa siempre, piensa en voz alta o en silencio, dicen que anota referencias de posibles temas en libretas diminutas, y en esas horas en las que el día se resiste a cambiar, realiza sus tomas, buscando la densidad, saturar los tonos sin cerrarlos. Si la fotografía es película de piel, la suya crece por capas: como los árboles, como la naturaleza. Entramos en sus fotografías densas, casi 6

negras, como en una cueva, y es necesario aclimatar el ojo, la mirada, para distinguir entre los matices, para encontrar el sentido, para ver lo que allí ocurre. Hechas de tiempo, son fotografías cuyo disfrute lo requiere, junto a notorias dosis de curiosidad y cierta desconfianza ante la apariencia cerrada de lo que se ve. Hay fotógrafos que saben resolver esas imágenes ante las que todos nos sentimos autores, pues parten de visiones que identificamos como propias. Humberto Rivas consigue crear misterio sobre algo próximo, cercano, y lo hace sin añadirle retórica ni artificio, desde el lenguaje desnudo de la fotografía: realiza largas tomas, a veces une dos en un único negativo para conseguir más información, y el sistema le da un aire más irreal a la imagen, le añade misterio. Una teoría del retrato Lucio Fontana decía que el arte es eterno pero no inmortal; Humberto Rivas se detiene en las huellas que deja el tiempo sobre un rostro o un paisaje, consciente de que se ese modo transmite una visión de la historia nada doctrinal ni enfática: abierta pero cotidiana, y certera por vivida. Sus fotografías son conversaciones lentas, sin palabras: el fotógrafo se convierte en un espejo que observa, consciente de que con esa actitud y en ese clima, provoca la curiosidad de quien le mira; y el retratado, sintiéndose cómodo, accede a dar al fotógrafo lo que le pide (una complicidad, una mirada, una confesión), a veces sin saberlo pero nunca con gesto excedido. Como si ignorasen el juego, no hay actitud forzada en los retratados, incluso cuando, pasados los años, vuelven a sentarse tranquilos delante de la cámara. Muy alejada de estos planteamientos, Marina Abramovic propone a sus alumnos un ejercicio previo de autoconocimiento: sentados, durante una hora miran una pared pintada de un color primario, en un ejercicio que se repite cambiando el color (amarillo, azul, rojo); para continuar, “sentados en una silla, uno frente al otro, mirando al espacio que hay entre los ojos, intentando

no pestañear”. Humberto Rivas mira a sus modelos, los observa y les deja actuar, les da conversación y confianza: la clave está en la elección del motivo y del momento; y, como los buenos magos, en ejercer de psicólogo. El resultado es una serie de retratos silenciosos, casi intemporales (precisamente por estar hechos sumando las huellas del tiempo), en los que se unen las voces y los ecos. Con esa forma de trabajar esboza sin proponérselo una teoría, pues trata incluso los interiores como retratos: de frente, limpios, desnudos, cara a cara. En sus fotografías, Humberto Rivas retrata la historia de un personaje, un barrio, una ciudad: de sus cambios y transformaciones, de su fortuna vital, y lo concentra todo en una única imagen, haciendo visual lo vivido.

teja. Pasea sin cámara, busca el lugar y la luz adecuados antes de fotografiar, un último acto que prolonga, que simular detener. No existe encuentro azaroso sino lenta y minuciosa búsqueda. Sus fotografías son inabarcables: viajes en y con el tiempo. Ante ellas, un gesto resulta inevitable: acercarse y ajustar la vista (bajar las gafas); acomodar, acostumbrar la mirada. Porque las fotografías de Humberto Rivas dan en función del tiempo que les dediquemos. Y conviene no tener ninguna prisa. Miguel Fernández-Cid

Paisajes, edificios, ruinas, rincones El artista que representa un paisaje ofrece siempre su experiencia del mismo y su visión sobre cómo debe tratarse hoy un tema tan clásico. Cuando fotografía ruinas, Humberto Rivas es consciente de estar ante paisajes, en su visión postromántica, pero al añadirle intención e implicación no sólo estética, al añadirle sentido de la historia, su visión es socialmente comprometida y firmemente contemporánea. Confiesa que en las fotografías de ciudades busca representar el Buenos Aires de su infancia, su particular tiempo perdido. Tal vez por ello, sus fotografías de edificios resumen y evocan su historia y la de quienes los habitaron, como si se tratase del argumento de una novela de Manuel Mujica Lainez. Los paisajes que le atraen están hechos de tierra y agua, los edificios tienen escala humana: parecen humanos en su severidad, en su altivez, en su cansancio, en su agotamiento. No le seducen los rascacielos sino lo abarcable y medible, lo próximo, lo cercano: las orillas de los ríos, las ciudades dormidas; lo vivido antes que lo nuevo. Coda Humberto Rivas persigue la fotografía: la llama, la cor7

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Lara 2007

1981

Valle de Arán 1981

Bilbao 1999

Galicia 1983

Barcelona 1989

Córdoba 2004

La Alfândega 1994

La Alfândega 1994

Marta - 1991 Inge - 1991

Buenos Aires 1984

Buenos Aires 1984

Menorca 2005

Montmajour 1993

La Albufera 1985

1990 Louis - 1990

Javier 1999

Costanza 1995

Fabian 1990

Olga 1996

Londres 1978

Montmajour 1993

Mallorca 2002

Barcelona 1998

Coimbra 1994

1990

Germán 1998

Ken 1995

María 1997

Edu 1996

Porto 1994

Valle de Arán 1981

Buenos Aires 1990

Barcelona 1986

La Alfândega 1994

Edu 1996

Sra. 1992

Sr. 1992

Alberto 2002

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