Horizontes de Misericordia Propuestas para la Pascua. Como dice el Papa Francisco en el número 3 de Misericordiae Vultus, la bula por la que se ha proclamado un jubileo extraordinario de la misericordia en toda la Iglesia Católica, “hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre”. Uno de los momentos privilegiados para ello es la celebración de la Pascua, los tres días solemnes en los que la Iglesia contempla el misterio de la muerte y la resurrección de Jesucristo. En el número 2 de MV dice que “Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación. Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre no obstante el límite de nuestro pecado”. Es por eso que la propuesta para la celebración de la Pascua Juvenil en la Asociación estará centrada, precisamente, en la contemplación de esta misericordia de Dios manifestada de manera excepcional en la cruz de Cristo: “medicina de la Misericordia” como solía decir san Juan XXIII, fuente de alegría, escuela de discípulos, único puente entre Dios y el hombre. Como el vigía sube a la altura para otear el horizonte, así el amor de Dios se subió a la cruz para ver venir de lejos al hombre y salir a su encuentro. La cruz es, pues, la altura del amor desde donde se ve el horizonte por el que el hombre deambula. La Pascua se convierte así en:

Una y otra vez, en la Sagrada Escritura la naturaleza de Dios aparece describa bajo el binomio “paciente y misericordioso”, y es que “la misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo... Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón” (MV, 6). La Pascua será así uno de los motivos por los que, como en la recitación del salmo 136, podremos entonar: “porque es eterna su misericordia”.

1. Jueves santo: el horizonte del Padre Bueno. “En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón” (MV, 9).

1.1. Misericordiosos como el Padre. Celebración Penitencial. Imagina los detalles que el evangelio del Buen Padre no precisa pero que no cuesta trabajo intuir en la narración: el dolor del padre ante la marcha de su hijo y la grandeza de su corazón al hacer lo que le pedía, su amor incondicional a la hora de aguardar el regreso de su hijo, la alegría con la que cada día salía a la colina cercana a su casa para otear el horizonte y la esperanza con la que regresaba al anochecer diciéndose “mañana volverá”. Este es el marco de referencia que hay que contemplar cuando nos acercamos a la exhortación que el mismo Jesús hace a cada uno de sus discípulos: “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36). 1.2. Misericordiosos como el Celebración de la Cena.

Hijo.

La experiencia del perdón que hace brotar ríos de alegría y júbilo en el corazón del hombre se hace banquete en la celebración de la eucaristía, otra atalaya desde la que hay que contemplar el horizonte por el que el hombre se mueve. La escena del padre bueno con el hijo pródigo culmina en la celebración de un banquete en el que todos, incluido quien el hermano mayor que se siente ofendido, están invitados y tienen su lugar. Y es que el carácter distintivo de la nueva humanidad redimida por Cristo es la plenitud del amor fraterno. El amor fraterno tiene como referente el amor de Dios manifestado en Cristo, no hay otra medida del amor humano que el amor divino, y el amor de Dios se expresa de manera excelente en la eucaristía, pues la eucaristía es el don de sí mismo que hace Jesús. Participar en la eucaristía, acercarse al momento de la comunión, convierte los corazones e infunde en ellos la capacidad de amar como nos ha amado Jesús. 1.3. Respuestas de misericordia. La Hora Santa. “La misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus verdaderos hijos. Así entonces, estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia” (MV, 9). La Hora Santa, celebrada en la quietud de la noche, en el momento de mayor debilidad del Señor, es la ocasión privilegiada para dar cada uno su respuesta de amor. Que en mitad de su sufrimiento aún tenga en su corazón el deseo de estar con nosotros ha de hacernos sentir privilegiados. La Hora santa no es entonces un sacrificio, ¡es una gracia! Él se fija en nosotros y su corazón se llena de ternura y misericordia; y proyecta sobre cada uno de nosotros ese amor del que tantas pruebas nos ha dado: En En En En

tu soledad, Él se hace presencia. tu silencio, Él se hace Palabra. tus recelos, Él se hace confianza. tus miedos, Él se hace refugio.

En tus extravíos, Él se hace Camino. En tus dudas, Él se hace Verdad. Y en tu pecado y en tu muerte, Él se hace Vida.

2. Viernes Santo: el horizonte desde la cruz. Se ve bien desde la cruz. Elevado en la cruz, en el momento de su Hora, Jesús mira hacia abajo y ve a su madre junto al discípulo amado. Se ha abierto paso entre la multitud congregada para el espectáculo. ¡Qué dignidad en su rostro no tuvo que ver aquel soldado que preguntó quién era! Es su madre, le contestaron. Y dejó franco el paso. María, apoyada en Juan, se detuvo al pie de la cruz. La sencilla escena que nos narra Juan va más allá de una preocupación filial por el destino de una viuda que ve morir a su hijo. En Juan todo tiene un significado más profundo. No es casualidad que allí estén precisamente los dos, Dios los ha guiado por caminos distintos hasta el mismo monte, y ahora, “ante la cruz, hace que se crucen y encuentren para siempre la madre y el discípulo, para dar así sentido (salvación) a todo el conjunto de esta historia” . De la madre (lo antiguo) y el discípulo (lo nuevo) habrá de nacer la Iglesia. La cruz les une, “antes podían hallarse separados, cada uno por su lado, aunque siguiendo al mismo Cristo. Ahora que él se va los dos se juntan: la ausencia poderosa de Jesús les empieza a unir de tal manera que ellos deben arrojarse uno en los brazos del otro”. Ésa es la voluntad del Señor: lloran las mujeres, miran desde lejos los demás discípulos, pero sólo María y el discípulo amado, entregándose y aceptándose mutuamente, pueden alumbrar lo nuevo, recrear el Universo, abrir las puertas al nuevo pueblo de Dios, nacido de la cruz. Y para cada uno de ellos tiene una palabra. 2.1. Palabras de Jesús para cada situación del hombre. Viacrucis. El misterio de la cruz es tan grande, que nunca lo agotaremos. El misterio de la cruz es tan piadoso, que de él nunca nos cansaremos. El misterio de la cruz es tan nuestro, tan humano y tan cercano, tan vivo y tan actual, que siempre lo comprenderemos. El misterio de la cruz es tan divino, que nunca lo terminaremos de entender. La cruz está hoy ahí, en el centro de la Iglesia y en el centro del corazón, para ser venerada y querida. Pero no la cruz sola. La cruz sola es insufrible y temible. Lo que está ahí, en el centro, es la cruz de nuestro Señor Jesucristo, o nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Así todo cambia. Con Cristo la cruz se ilumina. Cristo es el único que puede dar sentido y gracia a la cruz, a la suya y a la nuestra, a todas. Al seguir los pasos de la cruz (viacrucis), los que están fundamentados en el evangelio, nos fijaremos solamente en algún detalle, alguna palabra, una sencilla pincelada, sea de luz o de tiniebla, o ambas a la vez. Jesús fue siempre el caminante, estar con Jesús significa, pues, caminar con él. El viacrucis también exige movimiento, desplazamiento, caminar tras la cruz. Es conveniente, por lo tanto, recordar el sentido de “peregrinación” que el viacrucis tiene. Recordemos lo que el Papa Francisco escribe sobre la peregrinación en el número 14 de la bula Misericordiae Vultus a fin de iluminar también las estaciones de nuestro viacrucis: “La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. [...] también la misericordia es una meta por alcanzar que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión”.

2.2. La respuesta del hombre. Adoración de la cruz. La cruz es la grandeza y el bochorno más impresionante para los cristianos. Pero no nos gusta pensar, ni cargar, ni contemplar la cruz de Cristo. Preferimos cerrar los ojos, marcharnos, olvidar. Nos molestan la cruz y el dolor, nos duele que el resultado de nuestra acción esté recriminándola. Por eso, los hombres de ayer y de hoy preferimos callarnos y no mirar de frente a la cruz de Cristo. Y es así porque muchos de nuestros triunfos humanos han sido conseguidos a costa de levantar mil cruces, en las que hemos clavado a los demás. El triunfo del dinero, del poder, del lucro, de la fama, del egoísmo, ha costado sangre de muchos... No nos atrevemos a mirar a la cruz de Cristo porque en ella vemos otras muchas cruces. La actitud de un cristiano ante la cruz del viernes santo no puede ser ni de indiferencia ni de cobardía, ni de evasión ni de miedo. Cristo no nos guarda rencor, como tampoco se lo guardó a los que lo condenaron, a los que se burlaban de él. Su rostro ensangrentado, sus manos clavadas son un signo del perdón. Debemos mirar a la cruz en profundo silencio, con humildad, reconociendo nuestras propias culpabilidades. Debemos decir “gracias” desde el fondo de nuestro corazón. Pero si al mirar a la cruz nos reconocemos cómplices de otras cruces, culpables del odio, del egoísmo, de la injusticia, del sufrimiento de otros “cristos vivientes” de nuestro mundo y nuestra sociedad, seamos sinceros. Sólo quien está dispuesto a romper estas cruces puede no avergonzarse ante Cristo clavado en la cruz. Sólo quien acepta morir por la liberación de los demás puede decir que ha celebrado el viernes santo. El Papa en MV nos da unas pistas para articular la respuesta del hombre ante la cruz que hoy aparece en el horizonte. Él las comprende como “etapas de la peregrinación”, del caminar del hombre tras Cristo, y son las siguientes: No juzgar y no condenar. Si no se quiere incurrir en el juicio de Dios, nadie puede convertirse en el juez del propio hermano. Los hombres ciertamente con sus juicios se detienen en la superficie, mientras el Padre mira el interior. ¡Cuánto mal hacen las palabras cuando están motivadas por sentimientos de celos y envidia! Hablar mal del propio hermano en su ausencia equivale a exponerlo al descrédito, a comprometer su reputación y a dejarlo a merced del chisme. No juzgar y no condenar significa, en positivo, saber percibir lo que de bueno hay en cada persona y no permitir que deba sufrir por nuestro juicio parcial y por nuestra presunción de saberlo todo. Jesús pide también perdonar y dar. Ser instrumentos del perdón, porque hemos sido los primeros en haberlo recibido de Dios. Ser generosos con todos sabiendo que también Dios dispensa sobre nosotros su benevolencia con magnanimidad. Día tras día, tocados por su compasión, también nosotros llegaremos a ser compasivos con todos. Abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención. No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio.

3. Sábado santo: el horizonte desde la Gloria. Una de las escenas conmovedoras de la película La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson, es cuando Dios, ante la muerte de su Hijo, llora. En una escena que los cineastas llamarían “un picado” (toma de cámara desde arriba), Dios contempla el calvario y ve morir a su Hijo. Ante el sacrificio redentor de Cristo, ante la crueldad de unos y la indiferencia de otros, Dios derrama una lágrima que, al caer en tierra, lo sacude todo. El jueves santo nos ha hecho contemplar el horizonte a ras de suelo (la colina donde el padre se sienta a mirar el camino por el que ha de regresar el hijo), o por decirlo de otra manera, a la altura de una mesa: el banquete al que todos son invitados y en el que todos estamos llamados a seguir el ejemplo de servicio de Jesús en el lavatorio. El viernes nos ha hecho subir a otra altura para seguir mirando el horizonte, la altura de la cruz, y ver desde allí lo que es esencial, el camino que en peregrinación (viacrucis) conduce hasta el calvario. Allí la Palabra del Hijo de Dios nos interpela hasta el punto de pedirnos una sola respuesta válida: la adoración. El sábado santo nos da a otra perspectiva para contemplar el horizonte también desde la misericordia. Es el dolor del Padre, es el llanto de Dios, es su silencio que invita al silencio, y su amor que invita a la esperanza: la muerte no tendrá la última palabra porque la cruz no es derrota sino triunfo, muerte sino vida, fracaso sino gloria. El sábado santo, desde los ojos de Dios, como en un picado cinematográfico, contemplan el silencio del hombre para convertirlo en voz de alabanza, su dolor para transformarlo en alegría, su desesperanza para hacer fuerte en ella la esperanza... 3.1. El silencio de Dios, desierto del hombre. El sábado santo ha sido el día especialmente dedicado al silencio, a la reflexión pausada, a la interiorización del misterio de amor, de la inmensa misericordia de Dios. De muchas maneras puede enfocarse el tiempo de desierto, escuchemos como sugerencia lo que el Papa nos dice en MV, 15: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo

visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga ... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: «En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor» (Palabras de luz y de amor, 57)”. Las obras de misericordia tanto corporales como espirituales, integradas desde la perspectiva del final de nuestros días, nos da suficiente luz para plantear el tiempo de desierto en clave personal, a fin de hacer más intenso el silencio, más profunda la esperanza, más vivo el amor. En resumen, para ahondar en la vida espiritual de cada joven.

4. Gesto común. El Papa Francisco sigue escribiendo en MV, 16: “Este Año Santo lleva consigo la riqueza de la misión de Jesús que resuena en las palabras del Profeta: llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados de ella. La predicación de Jesús se hace de nuevo visible en las respuestas de fe que el testimonio de los cristianos está llamado a ofrecer. Nos acompañen las palabras del Apóstol: « El que practica misericordia, que lo haga con alegría » (Rm 12,8)”. ¿Qué gesto de consolación a los pobres podríamos hacer juntos?, ¿sería posible hacer una colecta especial para un proyecto concreto de COVIDE-AMVE o de nuestra comunidad misionera en Bolivia? ¿Podríamos hacernos responsables del mantenimiento durante un tiempo determinado de uno de los proyectos que se vienen realizando y que darían seguridad tanto a misioneros como a usuarios del proyecto?

5. Posible imagen. La imagen sería un paisaje donde se pueda ver perfectamente la línea que separa el cielo y la tierra. -

El miércoles santo colocaríamos el cartel con el paisaje, un gran mural, con el lema: “HORIZONTES DE MISERICORDIA:”.

-

El jueves santo colocaríamos una figura pequeña a la derecha del paisaje, en la línea que separa el cielo y la tierra, la de un hombre en negro, pequeño. Simboliza al hijo pródigo que regresa al hogar. Junto al lema del primer día colocaríamos la continuación: “la casa del padre” u otra frase que haga referencia al amor misericordioso del padre que aguarda desde es colina de su amor el regreso de su hijo.

-

El viernes santo colocaríamos una cruz grande, en el primer plano, clavada en tierra, en el cuadrante inferior izquierda, pero que llegue hasta la mitad del cielo. Sustituyendo al lema del jueves, colocaríamos el propio del día: “la cruz de Cristo”, u otra frase que haga referencia al amor de Cristo en la cruz.

-

El sábado santo pondríamos un sol naciente que se levanta sobre la línea del horizonte y que sirve de marco sobre el cual la cruz se dibuja. Sustituyendo el lema del viernes colocaríamos el del día: “la gloria de Dios”, u otra frase que haga referencia al amor de Dios que resucita a Jesús de entre los muertos.