HACIA UN DIÁLOGO CON EL ATEO

NORBERT GORRISSEN HACIA UN DIÁLOGO CON EL ATEO La existencia de creyentes es el único hecho que mueve a los ateos a interrogarse sobre los problemas ...
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NORBERT GORRISSEN

HACIA UN DIÁLOGO CON EL ATEO La existencia de creyentes es el único hecho que mueve a los ateos a interrogarse sobre los problemas de la fe. El creyente, por otro lado, se da cuenta de que no puede acudir a la apologética del consentimiento universal para demostrar el valor objetivo de su fe, dado el carácter masivo del ateísmo contemporáneo. De ahí la necesidad, no de una apologética, sino de un diálogo. El autor pone las bases previas para iniciar este diálogo, estudiando lo que nos separa y lo que nos une. Notes pour un dialogue avec L’athée, Revue diocésaine de Tournai, 21 (1966) 253-280

LO QUE NOS SEPARA DEL ATEO Preguntas que nos formula el ateo Dios ¿para qué sirve? Las ciencias modernas, como el psicoanálisis, la psicología, la historia de las religiones, las ciencias exactas, llegan a la conclusión de que Dios ya no es útil para explicar el mundo. Hay otras maneras de aclarar más satisfactoriamente los enigmas del mundo. La ciencia no tiene necesidad de plantearse el problema de lo trascendente. El pueblo, por otro lado, a medida que eleva su nivel cultural, va desmitizando su idea de Dios hasta llegar a plantearse la pregunta radical sobre la actitud religiosa en sí misma. Sin duda, podemos decir que todo ello es una prueba peligrosa, pero, a largo plazo, purificarte. Para adorar al verdadero Dios, el hombre debe reconocer la falsedad de los ídolos. Y ¿el mal? El mal es un hecho. El mal hiere al inocente y al culpable. ¿Cómo puede compaginarse la existencia de un Dios bueno y todopoderoso con el mal? Esta cuestión propuesta modernamente por los ateos es una cuestión clásica en la historia de la humanidad. Ya Job, Jeremías, los Salmos y, sobre todo, el Eclesiastés se lo planteaban. El mal y la injusticia escandalizan a los autores bíblicos. Sólo a la luz de la muerte y resurrección de Cristo puede clarificarse el problema del mal. Cristo ha transfigurado el sufrimiento y la muerte convirtiéndolos en semilla de vida eterna. Pero el ateo rehúsa acudir a esta explicación, incomprensible fuera de la fe. ¿Quién es Dios, revelado en el misterio? Es la pregunta más profunda. El creyente dice que los cielos pregonan la gloria de Dios. Al decir que la existencia de Dios es demostrable y su esencia un misterio parece yuxtaponer un racionalismo a un agnosticismo. El teísta dice que el mundo abunda en razón ya que es el testimonio de Dios y, por otro lado, el mundo está privado de razón: la ciencia y la conciencia dejan abiertos unos vacíos de absurdos y sin sentidos. De ahí

NORBERT GORRISSEN deducirá el creyente que Dios existe. El creyente toma como premisas la presencia y la ausencia de Dios para fundar su fe. Nos encontramos ante el problema de la trascendencia y de la inmanencia de Dios. Nuestra relación a Dios no puede compararse con ninguna relación humana. Dios es inmanente y trascendente a nosotros. Quizás podría ilustrarlo el símil del juicio de valor de un hombre. La fuente de todo valor es inmanente y trascendente al hombre: inmanente, pues yo no soy fuente de los valores en función de los cuales me juzgo; trascendente, pues yo debo permanecer libre en mi juicio. Pero no basta dilucidar la cuestión a nivel de los juicios, hay que ir hasta la acción. Obrando es como nos acercamos más a Dios. San Pablo dice claramente que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la c umplen (Rom 2,13-15). Y a su vez (Rom 1) reprocha a los paganos de no haber reconocido a Dios en sus obras. Son inexcusables porque el camino que debe naturalmente llevarnos a Dios pasa por el hombre mismo, imagen de Dios. Ciertamente, el mundo no es siempre agradable, el mal existe. De ahí se sigue que Dios existe, porque el hombre debe luchar contra este mal, junto con Cristo que "ha pasado haciendo el bien". La fe que el hombre debe tener en sí mismo y en los demás se oscurece fácilmente al observar (Ecl 3,18) que los hombres son bestias los unos para con los otros. Aquella fe debe ser reemplazada por la fe en el Hombre-Dios. Instintivamente el hombre siente que hay en él una insatisfacción profunda, una exigencia de superación, una ley de progreso a la cual debe ser fiel, si quiere obrar como hombre. Las exigencias de justicia, de verdad y de amor son incoercibles, son llamadas de Dios, dirá San Pablo comparando la desobediencia de los judíos con la de los paganos. Sin la ayuda de la gracia somos incapaces de corresponder, "pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos de misericordia" (Rom 11,32). Este misterio de inmanencia y trascendencia vivido, lo llamamos "fe natural" en Dios; poco importa el que sea o no consciente. San Bernardo ve en la libertad una imagen de Dios, reflejo de la divinidad. Es como un rayo de sol que se filtra por la rendija de una ventana e ilumina pobremente la habitación oscura; fuera hay claridad. Inmanencia y transcendencia no son contradictorias, sino complementarias. Son las dos caras de nuestra relación con Dios: nuestro creador y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo. El supremo grado de libertad, dice el P. Congar, no es la autonomía, sino la perfecta teonomía: Dios, siendo transcendente, se inmanentiza en nosotros, y nos mueve a obrar sin violencias.

Preguntas que formulamos al ateo ¿Quién de entre vosotros tiene razón? Los ateos están de acuerdo en afirmar que ha comenzado el reino del hombre puesto que Dios ha muerto: Pero ¿qué es el hombre? ¿qué papel tiene en el universo? ¿qué derecho debe hacer valer para reemplazar a Dios? ¿qué aporta él al mundo para

NORBERT GORRISSEN hacerle olvidar a Dios? Basta comparar Marx, Sartre y Nietzsche, para convencerse fácilmente de que sus ensayos son muy divergentes, por no decir contradictorios. Para los marxistas el mundo tiene un sentido, el hombre un destino, el futuro un término; idea que se identifica con el acontecimiento de la perfecta sociedad comunista. El mundo nuevo será fruto del trabajo del hombre; la omnipotencia creadora del hombre sustituirá a Dios. Para los existencialistas es todo lo contrario, el mundo no tiene sentido. Es el mismo sinsentido quien lo rige. El hombre es proyecto de ser Dios. Pero este proyecto es irrealizable y absurdo. El sentido del hombre no está en el futuro, sino en el presente. El hombre se constituye como tal en el mismo acto de libertad. Pero nosotros somos incapaces de escapar a la existencia, de liberarnos de la finitud y de alcanzar la plenitud total. Para Nietzsche el superhombre reemplazará a Dios. Este hombre no es el proletario marxista sino el aristócrata, el que se escapa de la masa. ¿Quién tiene razón? Los ateos, pues, no deben sorprenderse de que rehusemos abandonar nuestra fe en Dios por el mito del hombre. ¿Llegáis al fondo de las cosas con vuestras explicaciones? Si Dios no existe, ¿de dónde proviene esta noción de divinidad y de sagrado, de experiencia religiosa atestiguada en civilizaciones tan diversas ? Ellos responden que si el Absoluto y único se manifiesta de formas tan diversas, ¿cómo puede, en medio de tantas representaciones, prácticas mágicas, salir indemne la santidad de Dios? Si Dios es verdaderamente el Absoluto, ¿cómo puede entrar en relación con el hombre? ¿no significa el Absoluto por definición, sin lazos? ¿Por qué se revela de manera diferente a cristianos, mahometanos e hindúes provocando el que se peleen entre ellos para hacer triunfar su dios? Sin embargo, no se dan cuenta de los condicionamientos sociológicos a que está sometido el sentimiento religioso. En la misma historia del cristianismo aparece el Dios de los cristianos definido con matices diversos en la Iglesia primitiva, en la Edad Media, en el Renacimiento... El hombre, a lo largo de su historia, ha divinizado diversos elementos, pero, como se pregunta el P. De Lubac, ¿por qué esta tendencia a objetivar la idea de Dios? La idea de Dios es una intuición, es decir, un descubrimiento personal que se levanta de todo nuestro ser. ¿No hay ninguna otra cosa en el fenómeno religioso? ¿Puede la fe superar la religión entendida en el sentido de una separación de lo sagrado y lo profano, de una praxis autoritaria, de un saber objetivado, de sentimientos protectores y conservadores de la existencia?

NORBERT GORRISSEN A lo largo de la Biblia se va percibiendo un progresivo discernimiento de la fe y de la religión. Hay un proceso de desacralización de la existencia: Yahvé es un nombre impronunciable, la predicación va dirigida contra el culto a la imagen. El rey y otras instituciones, que en el oriente tenían carácter divino, son reducidas a meras funciones profanas. El kerigma cristiano, la predicación de la cruz, prolonga la predicación judía con el anuncio de un acontecimiento, que de golpe se sitúa a un nivel de posibilidad de comunicación, de posibilidad de palabra, de cambio de los signos, de totalizar la historia en un sentido de esperanza y gloria. Las cartas de San Pablo a los Romanos, Gálatas y Hebreos (Cap 11) subrayan la importancia de la dialéctica fe-religión, al exaltar la fe de personajes como Abel, Henoc y Melquisedec, que eran paganos, por no formar parte del pueblo escogido. El Vaticano II propugna una respuesta al ateo a través de una fe operante, en el seno de las estructuras de la religión. Sin, la fe, las obras y estructuras se degradan, y sin obras la fe está muerta. El anuncio de la muerte y resurrección de Cristo ayuda al cristiano a descubrir en la historia el sentido sobre el sinsentido: donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia, dirá San Pablo. Ser cristiano es descifrar los signos de esta sobreabundancia. El cristiano la percibe no por voluntad desesperada, sino por reconocimiento del sentido que se ha mostrado en los acontecimientos que la Escritura proclama. Pero la fe no sólo nos permite adivinar el sentido de las cosas, sino que nos debe llevar a amar a Dios en espíritu y verdad. El testimonio de nuestra vida total será el signo perceptible para el ateo, y le revelará una nueva dimensión del hecho religioso.

Conclusión Las preguntas del ,ateo moderno son preguntas de siempre. Tienen siempre como núcleo la relación del hombre con Dios, el absolutamente otro y el creador inmanente. La presencia de Dios en el seno de la ausencia crea en nosotros la necesidad de la espera de su venida. Para subrayar lo que nos separa de los ateos podemos establecer dos niveles de preguntas: desde el punto de vista explicativo: ¿en qué medida las ciencias humanas pueden dar razón del hecho religioso, del origen de la idea de Dios? Desde el punto de vista comprehensivo: ¿en qué medida las ciencias humanas pueden iluminar el misterio de la relación personal con Dios en la fe? La intención de las manifestaciones religiosas escapa a las ciencias modernas. La intención, que excede su propio condicionamiento, es la fe. Dos frases de San Juan resumen estas ideas: "Amémonos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios" (1 Jn 4,7), "Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo, y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe" (1 Jn 5,4).

NORBERT GORRISSEN LO QUE NOS UNE AL ATEO En el encuentro de hombre a hombre En primer lugar, nos une al ateo el hecho banal de ser hombre como él, proponernos las mismas cuestiones, compartir las mismas angustias y responder a la misma pregunta: ¿qué es el hombre? El diálogo con el ateo, dice Dubarle, no es un diálogo con el representante de la tesis contraria, a quien tendré que convencer con una argumentación o aceptar en silencio hablando de otra cosa. En el fondo de su tesis adversa hay algo común: una pregunta viva y fraternal que se puede colocar bajo el signo de la amistad más real y profunda. Una súplica del hombre al hombre. Pero debe evitarse creer en una posibilidad de encuentro más allá del cristianismo y del ateísmo, como si los dos estuvieran ya superados por la historia. No se trata de un abandono de nuestras convicciones, sino de una búsqueda común. Ni siquiera se trata de una tolerancia que nos repliega sobre nosotros mismos y nos hace indiferentes con respecto a los otros. La vía común es la vía del amor. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas, quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza (1 Jn 2,9-10).

En la experiencia vital ¿Para qué hacerse cristiano? Los cristianos no son mejores que los otros, y, a veces, incluso peores. Isaías ya constataba este hecho (63, 17-19). Y San Pablo (Rom 7) plantea el mismo problema, como se lo plantea el hombre de hoy. Y es que la presencia de Dios no cambia nada y lo cambia todo. No cambia nada: permanecemos hombres débiles, impotentes, seguimos inmersos en medio de un mundo pecador. Las ciencias psicológicas modernas no encuentran en nosotros la fe. Los cristianos no son mejores que los otros. Clasificar a los hombres en creyentes y no creyentes es algo utópico. Cambia todo en nosotros: pero en fe y en esperanza. Como el pan en la consagración y al niño en el bautismo. Sin embargo, todo está transformado al estar incorporado al Cristo resucitado y glorioso. Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella, también nosotros poseemos las primicias del espíritu ... porque nuestra salvación es objeto de esperanza; y esperanza de una cosa que se ve no es esperanza ... (Rom 8, 22,24). Así, pues, nosotros somos ateos y cristianos. Ateos en la medida en que no constatamos cambio, y cristianos en la medida en que proclamamos nuestro cambio radical en el acontecimiento de Pascua. Debemos afirmar con el P. Loew que, a la ausencia de Dios que nos rodea, es necesario responder siendo buscadores de Dios. Ahí radica la importancia en el mundo de hoy de las órdenes contemplativas. San Benito da como criterio de vocación monástica la búsqueda verdadera de Dios.

NORBERT GORRISSEN En la búsqueda de Dios El incrédulo rehúsa a Dios, pero nosotros sabemos que Dios le busca a él. La voluntad salvífica universal es una verdad clara en la Escritura. Sin embargo, después de veinte siglos de cristianismo, la cristiandad sigue siendo una minoría. Dios nos busca a nosotros, pero los caminos que nos llevan a Él son infinitamente variados. San Pablo se plantea estos problemas en la carta a los Romanos, en particular en los capítulos 9-11. Frente al rechazo del pueblo escogido, se pregunta si Dios ha sido infiel a sus promesas. Responde: así como vosotros fuistéis en otro tiempo rebeldes contra Dios, mas al presente habéis conseguido misericordia a causa de su rebeldía, así también ellos al presente se han rebelado con ocasión de la misericordia otorgada a vosotros, a fin de que también ellos consigan ahora misericordia. Pues Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar de misericordia. ¡ Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Rom 11, 30-34). El encuentro con Dios se opera en el interior del hombre. Para ello se requiere la fe, don de Dios libre y gratuito (Rom 9,12-14), signo de su trascendencia. El creyente no debe tener la actitud satisfecha del propietario, sino la de las vírgenes prudentes, y reavivar continuamente la esperanza no por el desprecio de las cosas presentes, antes bien por el cuidado de perfeccionarlas sabiendo que ellas gimen hasta la liberación definitiva. El incrédulo debe compartir el tormento de sus hermanos, sabiendo que puede y debe trabajar para que haya más paz, más justicia en este mundo, en la línea de Juan XXIII y el Vaticano II: En esto se deben hermanar creyentes y no-creyentes. Debemos, como dice Teilhard de Chardin, abrirnos hacia lo alto y hacia adelante en un horizonte que da al hombre la fuerza y el gusto de continuar la ruta en medio de las dificultades y errores. Si nuestra fe nos hace cerrar los ojos a la injusticia social por ser salario del pecado original, nos hace rehusar los compromisos temporales porque hay que despreciar la tierra para ir al cielo, los ateos tienen razón al decir que la fe es una evasión, una solución fácil, una claudicación ante las exigencias de la vida. Al mismo tiempo, los ateos, al luchar contra el mal y la injusticia, llegan a la perfección de su ateísmo. Dios está muerto, si es el Dios-Hombre muerto en la cruz. El ateo va hasta el Viernes Santo e ignora la Pascua. Como dice Dostoievski, el ateo perfecto está en el penúltimo peldaño de la escala de Jacob que lleva a la fe. Sólo el testimonio vivo de nuestra fe en Cristo resucitado pueda dar testimonio del verdadero Dios, sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con nosotros (2 Cor 4, 13-14).

Conclusión Cristianos y ateos se descubren tal como son, muy diferentes de lo que creían ser. Preocupados por construir un mundo nuevo, quieren creer en el hombre. Los cristianos saben que el hombre es creado a imagen de Dios y hermano de Cristo. ¿Por qué lo ignora el ateo? Dios se revela profundizando en él el vacío de la ausencia para estimular su búsqueda: la inquietud de muchos jóvenes de países comunistas parece confirmarlo.

NORBERT GORRISSEN Ateos y creyentes nos necesitamos mutuamente, nos ayudamos en nuestra búsqueda común. Unos para otros somos una exigencia, una llamada, unos sujetos de pregunta, una fuente de purificación, testigos de lo más serio de la vida y la prueba de la esperanza humana universal. Ateos y creyentes sufrimos el escándalo del mal y nos quedamos sin palabra. Vivimos el drama de la ausencia de Dios, e intentamos andar juntos en la noche que sólo la fe puede iluminar. Ateos y creyentes estamos unidos por la esperanza en el futuro de la humanidad. Gandhi es un modelo de vida entregada al diálogo, a través de todo y contra toda esperanza, gracias a su fe en sí mismo, en el hombre y en Dios, lema de todo hombre de buena voluntad. Fe en sí mismo: conociendo las posibilidades, límites, éxitos y fracasos de nuestra condición humana, que nos deben llevar a la oración; pues la tarea de la salvación del hombre nos sobrepasa. Fe en el hombre: amor, fraternidad, estima mutua, perdón, confesión de nuestros errores, diálogo siempre a punto de romperse. Fe en Dios: pues Dios es amor y el amor se alimenta de invocación y perdón. El amor es la gran energía cósmica que debe levantar el mundo hasta Cristo, Alfa y Omega, para llevar todas las cosas a su Padre, como dice la Constitución sobre la Iglesia y el mundo actual. La Iglesia ha tomado conciencia de ser levadura en la masa (Lc 13,20) que debe fermentar desde dentro con cambios vitales, y no como un poder frente a otros poderes para reducirlos por la fuerza de las armas o de los argumentos. Tradujo y condensó: FRANCISCO XICOY