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Estados Unidos y la guerra contra la Cuarta Guerra Mundial La intervención norteamericana en Medio Oriente es una faceta estratégica de la Doctrina Bush P OR Nor m a n Podhor e t z

Editor honorario de Commentary, en junio de 2004 recibió la Medealla Presidencial de la Libertad (EE.UU.)

¿ABANDONARÁ GEORGE W. BUSH en los próximos años la ambiciosa estrategia para pelear y ganar la “Cuarta Guerra Mundial” que él mismo diseñara, esto es la llamada “Doctrina Bush”? Para estar seguro, el propio Bush todavía la denomina como la “guerra contra el terrorismo” y no se ha animado a llamar al conflicto en que nos hemos sumergido desde el 9/11, como la “Cuarta Guerra Mundial”. (La “Tercera Guerra Mundial”, en esta cuenta, fue la Guerra Fría). No obstante, nunca dudó en comparar a la guerra contra el radicalismo islámico y las fuerzas que lo nutren y arman con las anteriores luchas contra el Nazismo y el Comunismo. Tampoco ha abandonado la idea de que, para alcanzar la victoria, tal como ella es definida en la “Doctrina Bush”, puede ser necesario un plazo tan largo como el que se requiriera para imponerse en la “Tercera Guerra Mundial” (que duró más de cuatro décadas desde que, en 1947, se promulgara la “Doctrina Truman”, hasta la caída del Muro de Berlín, ocurrida en 1989). Aún más que la “Doctrina Truman”, en su momento, la “Doctrina Bush” ha sido objeto de un feroz ataque por parte de sus enemigos domésticos desde el momento mismo en que fuera enunciada. Más tarde, cuando Bush comenzó a actuar efectivamente en función de ella, la ferocidad devino aún más intensa, alcanzando finalmente niveles record de vituperación durante la campaña presidencial. Pero, desafiando todo lo que se pusiera adelante, y a pesar de los problemas en Irak, que fueron una amenaza seria a su reelección, Bush, en rigor, nunca retrocedió un centímetro. En lugar de correr en busca de protección frente al ataque, se plantó y contragolpeó reafirmando su fe en la validez de la doctrina, así como su firme intención de aferrarse a ella en los próximos años. En consecuencia, dijo -una y otra vez- que mantendrá el rumbo en Irak; que seguirá tra14

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bajando por difundir la libertad en todo el Medio Oriente (con la reforma democrática como precondición para el establecimiento de un Estado Palestino); que continuará reservándose el derecho de disponer acciones militares preventivas contra todo lo que, en su mejor criterio, resulte peligroso para la seguridad de su país y que, de ser necesario, lo hará unilateralmente. ¿Por qué, entonces, atento a que ha sido reelecto en función de estas mismas promesas, puede ahora pensarse en que no las mantendrá? Y, ¿por qué -lo que es más extraño aún- lo que se escucha más seguido es que hasta estaría pensando en renegar de esas promesas? Porque, dice la respuesta que se escucha -le guste o no, sea su intención o no- simplemente no tendrá otra opción. Sea porque su empeño será superado por la constatación de que no tiene el respaldo político necesario para seguir empujando hacia adelante con la “Doctrina Bush”, porque ello no será posible en función de una cierta “ley” de la política democrática que se aplicaría a los segundos mandatos presidenciales o porque, como Irving Kristol dijera en su momento de los liberales que se convierten al neoconservadurismo, la realidad le va a propinar una golpiza.

La Guerra y los Valores Morales La noción de que la “Doctrina Bush” no tendría el respaldo sólido que necesita deriva de la muy publicitada Encuesta Nacional Electoral, a boca de urna. De acuerdo con ella, un número mayor de votantes (el 22% de la muestra) fueron motivados principalmente por su preocupación por los “valores morales” más que por ningún otro factor, y es entre estos votantes precisamente que Bush logró sus mejores resultados en contra de su oponente, John Kerry y a pesar de que él ganó claramente en un grupo menor (con el 19%) que estaba principalmente preocupado por el terrorismo, lo cierto es que perdió, por un margen aún mayor, en un tercer grupo más pequeño (del 15%), que eligió a Irak como su mayor preocupación. No es sorprendente, entonces, que los oponentes liberales del Presidente hayan interpretado los resultados de esa encuesta como que no ratifican la “Doctrina Bush”. Es precisamente por esto que ellos se plegaron al argumento de los representantes de varios grupos de la Derecha religiosa que sostiene que Bush ganó por el “factor de la fe” y por la fuerte movilización de los creyentes en torno “a la familia, incluyendo el matrimonio y la vida”. Ocurre que algunos de los comentaristas asociados con la Derecha religiosa están, ellos mismos, opuestos a la “Doctrina Bush”, lo que les genera un incentivo para tratar de minimizar el rol que la misma puede haber tenido en la victoria del Presidente. En rigor, los religiosos conservadores que apoyan la “Doctrina Bush” pueden haber facilitado inadvertidamente la labor de los opositores, tanto domésticos como extranjeros. Esto es, al reclamar para sí la “tajada del león” por lo ocurrido el 2 de Noviembre pasado han hecho un poco más fácil que las fuerzas que se oponen a la guerra puedan negar que la elección que tuvo lugar en esa fecha pueda entenderse como un referéndum en favor de la “Doctrina Bush”, que demostró tener el respaldo de una mayoría sólida del pueblo americano. 15

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El presidente George Bush anuncia su triunfo en las elecciones presidenciales el 3 de noviembre de 2004

Aún así, pese a su intensidad, este debate acerca de la importancia relativa de los valores morales y la “Doctrina Bush” puede originarse en una mala interpretación de las encuestas. Porque no es lógico pensar que la categoría vaga de los “valores morales” de aquellos que participaron en la encuesta se agota tan solo en las cuestiones del aborto y del matrimonio entre homosexuales. Por el contrario, lo más probable es que ellos hayan interpretado que esa categoría comprende, con amplitud, a la tradición cultural en general. Recientemente el novelista (y ex Secretario de Marina) James Webb ha argumentado convincentemente que esta cultura tradicional está en las raíces y aún alimenta a los grupos étnicos escoceses e irlandeses que conforman una proporción importante de la población de los llamados estados “rojos”. Se trata de un grupo, nos dice, cuyos miembros “defienden a la familia”; que “mide a los líderes en función de su fuerza y de sus valores personales”; que tiene una “tradición militar de dos mil años”; y que es “profundamente patriota, por lo que ha apoyado consistentemente cada una de las guerras que América ha peleado y se opone, con intensidad, al control de las armas”. Mirada desde esta perspectiva, lo que la encuesta en cuestión nos revela es que los votantes que tuvieron en cuenta los “valores morales” en los hechos endosaron las cualidades mismas que un líder debe tener en tiempos de guerra. Bush estaría entonces en lo correcto si concluye (como yo fuertemente sospecho que lo ha hecho) que esos votantes deben sumarse -y no descontarse- al porcentaje que lo apoyara en la cuestión del terrorismo. También estaría en lo cierto si infiriera que los que son “duros” contra la guerra deben de haber estado fuertemente representados entre el 15% para el cual Irak era la cuestión más relevante de la elección y que esto (así como la cobertura negativa que de esto hicieran los medios) explica porque perdiera por amplio margen contra John Kerry en esta franja particular de votantes.1 16

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En el 2000, Bush sorprendió a todos cuando decidió actuar con mucha firmeza, aún a pesar de haber perdido (cuantitativamente) en el voto popular frente a Al Gore. ¿Por qué entonces debiera ahora actuar de otra manera en la búsqueda de sus objetivos, luego de derrotar a John Kerry por tres millones y medio de votos, y después de recibir una muestra palpable de que el pueblo americano considera que él es el mejor hombre para el cargo de Comandante en Jefe cuando se trata de la guerra contra el terrorismo, esto es de la “Cuarta Guerra Mundial”?

Señales post-electorales Lo cual, subiendo la escalera de lo plausible, nos lleva a la segunda razón que ha sido sugerida para especular acerca de que el Presidente abandonará la “Doctrina Bush” en su segundo mandato. En un trabajo titulado “Gobernando Contra el Tipo”, Edgard N. Luttwak, del “Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales” nos asegura que: “los Presidentes reelectos tienden a desilusionar a sus más entusiastas seguidores, cambiando de dirección: si empezaron a la Derecha, viran hacia la Izquierda (o viceversa); se transforman en activos, si fueron pasivos; pasan a ser palomas, si fueron halcones; y en todos los casos convergen hacia el centro de gravedad de la política americana, así como hacia las tradiciones compartidas en materia de política exterior.” Para respaldar su tesis, Luttwak señala que Ronald Reagan fue menos halcón en su segunda presidencia que en la primera, mientras que Bill Clinton, después de descuidar el capítulo de la política exterior en su primer mandato, se zambulló en él una vez que fue reelecto. A diferencia de otros comentaristas, Luttwak no atribuye esos cambios de dirección a un “deseo por parte del Presidente de ser más querido, o de tratar de lograr la aprobación de los futuros historiadores”. En su opinión, la causa es la “entropía” o la “tendencia natural de las democracias de regresar a la moderación, antes que descarrilar”. En consecuencia, aún si Bush tratara de descarrilar, (esto es, si insiste en mantener la “Doctrina Bush”) una suerte de ley natural de la política norteamericana le impedirá hacerlo. Lo que vemos aquí es otra de las famosas “subestimaciones” de George W. Bush. Coincidiendo con cualquier crítico, o con cualquier habitante de los Ministerios de Relaciones Exteriores del mundo, Luttwak se equivoca al no reconocer al líder excepcionalmente fuerte que América ha encontrado en su Presidente, o al no advertir su audacia, su determinación y su tenacidad. Un político como Bill Clinton, que seguía a las encuestas, puede por ello haber regresado a la moderación, pero Bush, aún cuando es un político inmensamente hábil, no es -ni de cerca- un seguidor de las encuestas. Y aún cuando la “Doctrina Bush” ha sido inspirada e influenciada por Ronald Reagan, Bush seguramente transitará un camino diferente del que Reagan eligiera en su segunda presidencia. Durante la campaña, en el momento mismo en el que las cosas lucían tan mal en Irak que algunos de quienes antes eran sus entusiastas seguidores estaban abandonando el barco, y cuando los abusos en su contra habían asumido la fuerza de un huracán, se oyó decir a Bush “Recién estoy empezando”. Que efectivamente era así resultó evidente en el momento mismo en que fuera reelecto. 17

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De entrada, al retirarse de Falluja, habiendo desilusionado a sus seguidores más duros (incluyéndome a mí) en abril ordenó luego un asalto total contra esa plaza. Y dio asimismo la orden de ir adelante con operaciones del mismo tipo contra otros bolsones de la insurgencia que lucha por que nos retiremos de Irak y trata de impedir el proceso de democratización del país. Al mismo tiempo, Bush se movió con la misma fuerza contra la insurgencia en el seno de sus propia administración. Primero mandó a Porter Goss a la CIA, con un mandato claro de limpiarla de funcionarios que (además de suministrar información de inteligencia equivocada) estaban saboteando la “Doctrina Bush”. Enseguida fijó su atención en el Departamento de Estado. Bajo Colin Powell él también había debilitado la política presidencial, a punto tal que llegó a ser denominado el Departamento de Estado “más insubordinado de toda la historia norteamericana”. Lawrence Kaplan, de la Nueva República, suministra un conjunto de ejemplos obvios, de los que los más notables van contra la esencia misma de la “Doctrina Bush”. Cuando -escribe- el Presidente “propuso un plan ambicioso y concreto para promover la democracia en Medio Oriente” la burocracia del Departamento de Estado: “respondiendo a las objeciones de líderes árabes destiñó las eventuales propuestas, de modo de hacerlas irreconocibles…Y cuando, El Presidente Bush no es, en la víspera de la guerra en Irak, Washingni de cerca, un líder que ton distribuyó los argumentos para defender la posición de los Estados Unidos en el exguíe su accionar por lo que terior, varios embajadores en Medio Oriente dicen las encuestas enviaron cables de respuesta a Washington en los que advertían que ellos no iban a defender la alternativa de la guerra”.2 Al reemplazar a Powell por Condoleezza Rice, Bush envió un mensaje a ese Departamento en el sentido que esas actitudes, en más, no serían toleradas. Como su Asesora de Seguridad Nacional a lo largo del primer mandato, Rice era una dedicada funcionaria conocida como leal al Presidente y puede ahora confiarse en que ella pondrá en línea a la burocracia del Departamento de Estado, de modo de que apoye a las políticas del Presidente, en lugar de ponerse en contra de ellas. ¿Podrá? Algunos “expertos” creen que no. De hecho, Kaplan informa que varios ex-colegas de Rice estaban sugiriendo que ella “lejos de purgar las filas del Departamento de Estado” tratará de adaptarlos. Otros observadores, conscientes de que Rice afiló sus dientes en el gobierno bajo Brent Scowcroft -un líder de la escuela del “realismo” (sobre la que volveremos más adelante) y uno de los críticos más infatigables de la “Doctrina Bush”han expresado dudas acerca de cuan firme pueda ser el compromiso de Rice respecto del giro del Presidente hacia “las misiones americanas idealistas y rotundas”. De acuerdo con ellos, Edgard Luttwak señala que “Rice prestará seria atención a los europeos que no respaldaron la guerra de Irak”, lo que, según él, supone alejarse de la “Doctrina Bush”. 18

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Estas “señales”, sin embargo, tal cual son, solo parecen sugerir que habrá “cortesía diplomática”, sin ir más lejos de lo que el Presidente dijo cuando, a fines de noviembre pasado, señaló que “un nuevo mandato presidencial es una oportunidad importante para acercarnos a nuestros amigos”, o anunció que el primer “objetivo importante” del segundo mandato era el de construir “instituciones multinacionales y multilaterales efectivas” y apoyar “acciones multilaterales efectivas”. Que Bush estaba entonces haciendo un poco de “cortesía diplomática” ha sido reconocido por Dana Milbank, del “Washington Post”. El Presidente, informó Milbank, “dejó en claro que esa cooperación debería darse bajo sus parámetros y que no retrocedería respecto de las políticas de su primer mandato, que tanto habían enojado a algunos de sus aliados”. Más aún, la reverencia de Bush hacia las “instituciones multinacionales y multilaterales” contenía una clara reserva. Compartiendo el escenario con el Primer Ministro de Canadá, Paul Martin, Bush ..implícitamente retó a Canadá y a las Naciones Unidas, por no apoyar la invasión de Irak. “El objetivo de las Naciones Unidas y de las otras instituciones debe ser la seguridad colectiva, no el debate interminable”, dijo.”Por el bien de la paz, cuando esas organizaciones prometen que habrá consecuencias serias, ellas debieran ocurrir”.

El Sr. Blair viaja a Washington. Una señal aún más evidente de que en el segundo mandato no habrá retroceso alguno respecto de la “Doctrina Bush” y de que Rice no está más bajo la influencia de Scowcroft (si es que alguna vez lo estuvo) tiene que ver con la política respecto de Israel. Durante la campaña se rumoreó que si Bush era reelecto cambiaría de curso respecto de Israel. El pensamiento aquí era que tenía una deuda con el Primer Ministro británico Tony Blair que había arriesgado su propia carrera al apoyarlo en Irak, y que la moneda que Blair necesitaba para saldar esa deuda era que los Estados Unidos le pusieran más presión a Israel, siendo -al propio tiempo- más indulgentes con los Palestinos. Luego vino la muerte del líder palestino Yasir Arafat, en noviembre. A los ojos de Blair, y de casi todo el mundo, esto abría una excitante nueva oportunidad para recomenzar el muy demorado “proceso de paz”. Por eso Blair salió en dirección a Washington, en un viaje post-electoral cuyo propósito anunciado anticipadamente por él mismo, era el de obtener eso para Gran Bretaña. En diversas ocasiones previas en las que Bush, luego de aparentemente inclinarse hacia Israel, se dirigió al Estado Judío para que hiciera alguna cosa, se asumió que estaba tratando de ayudar a Blair (repagando en cuotas, digamos, su deuda hacia él). Pero, con independencia de si esto fue o no así, la situación cambió dramáticamente luego del 24 de junio del 2002. Habiendo advertido que bajo los parámetros de su propia doctrina no podía haber ningún proceso de paz creíble mientras los palestinos estuvieran bajo el régimen tiránico, cleptócrata y asesino que encabezaba Arafat, Bush condicionó el apoyo de su país al Estado Palestino al surgimiento de nuevos líderes que se dedicaran a la construcción de “instituciones políticas y económica nuevas, basadas en la democracia, en la economía de mercado, y en la acción contra el terro19

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rismo”. En el ínterin, Israel estaba justificada si se defendía militarmente y de otras maneras, incluyendo la construcción del muro de seguridad que construye el Primer Ministro Ariel Sharon. Bajo esta nueva dispensa, Bush o alguno de sus voceros pudo, de tiempo en tiempo, “retar” a los Israelíes por ir demasiado lejos. Pero no habría lugar ciertamente para los zigzags desde las luces verdes hacia las rojas, que caracterizaron su posición antes de que adoptara esta posición en la cuestión. En un esfuerzo por lograr que Bush cambiara nuevamente su curso, Blair lo visitó en noviembre con dos propuestas diseñadas para volver a presionar a Israel, mientras se relajaban las condiciones que el Presidente había puesto a los palestinos. Una de esas propuestas fue la de que Bush despachara un enviado especial a la región, y la otra, que convocara a una conferencia internacional. En contra de las evidentes expectativas de Blair, Bush rechazó sin embargo ambas propuestas. Lo hizo amable y gentilmente, pero las rechazó. La consecuencia fue que, lejos de ser “pagado” con moneda de presión sobre Israel, Blair regresó a su casa con las manos vacías, con excepción de las ponderaciones fervientes de Bush hacia él por haber participado en la deposición de Saddam Hussein. A pesar de lo que odio tener que coincidir con algo que haya dicho el Presidente de Francia, Jacques Chirac tenía razón cuando entonces señaló que Bush no le había dado nada a Blair para ayudarlo a calmar sus penas. Entonces, enviando una señal muy distinta de la que Edgard Luttwak imaginó que estaba escuchando, Condoleezza Rice mantuvo el rumbo. En una reunión con líderes judíos que tuvo lugar una semana después de que Blair regresara a Londres, ella confirmó con entusiasmo que el Presidente había rechazado ambas iniciativas. Inmediatamente después de esto, el Presidente una vez más recogió la pelota y corrió con ella: en su discurso en Canadá reiteró, en los términos más inequívocos posibles que estaba más comprometido que nunca con las condiciones que había fijado el 24 de junio del 2002 para apoyar la formación del Estado Palestino: “Alcanzar la paz en Tierra Santa es no solo cuestión de presionar a un lado u al otro sobre la traza de la frontera o la ubicación de un asentamiento. Esta estrategia ha sido probada, sin éxito, con anterioridad. Mientras negociamos los detalles de la paz debemos mirar al corazón del problema, que es la necesidad de que exista una Palestina democrática”. Lo antedicho respecto de la “entropía” y de la posibilidad de que Rice, una vez instalada en su nueva oficina, pueda regresar al tutelaje de Brent Scawcroft o transformarse en una nueva Colin Powell.

El Sr. Rumsfeld se queda en Washington Llegamos ahora, finalmente, a la más plausible de todas las razones que se han dado para predecir (o alentar la esperanza) que Bush en su segundo mandato se alejará de su propia doctrina. Esta puede sintetizarse en una sola palabra: Irak. 20

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La idea aquí es que Irak representa el primer gran “test” al que la “Doctrina Bush” debió someterse, y que ha resultado un fracaso miserable. Los retrógrados votantes de los “estados rojos” pueden haberse confundido por las mentiras de la Casa Blanca y del Pentágono, amplificadas por Rush Limbaugh y el Canal de Noticias Fox, pero todo aquel que sabe algo debiera ahora admitir que la política exterior de Bush está sepultada bajo los escombros de Bagdad y de las otras ciudades más pequeñas del triángulo “sunni”. Más allá de otras equivocaciones, este análisis está viciado por asumir implícitamente que, en lo más profundo de su corazón, Bush mismo habría admitido sus consecuencias respecto de Irak, en particular, y de la “Doctrina Bush”, en general y que -por ello- estaría dispuesto a inclinarse frente a la realidad y a actuar en consecuencia. No obstante, si Bush creyera efectivamente que Irak es un desastre, ¿por qué estaría dispuesto a mantener a Donald Rumsfeld como su Secretario de Defensa? Como arquitecto de la batalla de Irak, Rusmfeld ha sido responsabilizado de todo por quienes se opusieron a la invasión (y aún por algunos de quienes fueron sus abiertos partidaLa cuestionada invasión rios) y nos dicen ahora que todo allí ha salido mal. Ha sido acusado de equivocarse respecto norteamericana a Irak es del número de botas necesarias en el terreno; de el primer gran test al que no haber hecho nada para evitar los saqueos y el colapso del estado de derecho en general que habría sido sometida la siguiera a la caída de Bagdad; de no haber an“Doctrina Bush” ticipado, y luego manejado bien, la insurgencia que se desatara; de crear un clima que alentó el mal trato de los prisioneros en Abu Ghraib y de otros crímenes similares. En pocas palabras, “habiendo el Departamento de Estado ignorado la necesidad de contar con un plan para la post-guerra” (tal como dice el Washington Post, en su cometario respecto de la ratificación de Rumsfeld, lo que generalmente se dice de él) ha empujado al país en dirección a una gran debacle, que además ha desacreditado la viabilidad de las políticas cuya validez debía probar. Si Bush hubiera aceptado esta versión de cómo y por qué la batalla de Irak ha evolucionado hacia la situación actual, resulta impensable que pudiera haberse inclinado hacia la visión del asesor supuestamente responsable por todos los “errores” y “crímenes” cometidos, en lugar de abrazarse a Powell, el inteligente asesor putativo, cuya desoída opinión pudo, en cambio, haber evitado el desastre.

Insurgentes Considerando entonces todo lo antedicho, me siento seguro al predecir que Bush no modificará su rumbo durante su segundo mandato y que continuará con sus esfuerzos en pro de implementar la doctrina que lleva su nombre en todo el Medio Oriente y que, en pocas palabras, “se aferrará a sus armas, literal y figurativamente”, como sugiriera la revista “Time”, cuando lo designara como la “personalidad del año”. Me siento igual21

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El líder palestino Mahmood Abbas y el Presidente George Bush en el Salón Oval de la Casa Blanca

mente seguro en predecir que las fuerzas que se le opusieron, tanto en la región como en su propia casa, persistirán no obstante en su lucha por tratar de hacer descarrilar su gran proyecto. En Irak, los insurgentes -una coalición de saddamistas que se resisten a morir, facistas islámicos domésticos; y jihadistas extranjeros- tienen un objetivo simple. Tratan de obligarnos a irnos antes de que las semillas de la democracia que estamos ayudando a sembrar echen raíces firmes y empiecen a florecer. Solo así los insurgentes nativos pueden aspirar a recobrar el poder que perdieron cuando depusimos a Saddam; y solo así pueden los iraníes, sirios, y sauditas que han despachado o financiado jihadistas extranjeros, escapar de ser los próximos regímenes que sigan el camino de Saddam, según la lógica de la “Doctrina Bush”. Los déspotas que tiranizan a estos países saben todos perfectamente bien que un fracaso americano en Irak haría descartar el posible uso de la fuerza contra ellos. Saben que le quitaría a otras posibles medidas, no militares, su efectividad real. Y saben también que paralizaría a la ola de conversaciones reformistas que ha recorrido a la región toda desde la promulgación de la “Doctrina Bush”, que representa una amenaza sin precedentes a su propia permanencia en el poder político, de la misma manera que amenaza al poder religioso y cultural de los radicales islámicos. Pero la cuestión más importante es que los insurgentes y quienes los respaldan desde los regímenes despóticos vecinos saben bien que la batalla por Irak no será ganada ni perdida en Irak; será ganada o perdida en América. En esto están de acuerdo con el General John Abizaid, jefe del Comando Central de los Estados Unidos, que recientemente dijera a los reporteros, al recorrer Irak “Se trata de mantener el rumbo. Ningún esfuerzo militar de nadie será capaz de echarnos de la región” 22

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No llama la atención, entonces, que los insurgentes hayan estado orando por el triunfo de John F. Kerry -que todos asumían traería como consecuencia el retiro de las fuerzas americanas- o porque la reelección de Bush -respecto de la que no fueron engañados por ninguna encuesta de boca de urna, en el sentido de que significara el abandono de la “Doctrina Bush”- no resultara un golpe demasiado grande para ellos. Hay demasiado en juego en Irak para que ellos abandonen su lucha. Particularmente si tienen confianza en que todavía tienen una posibilidad de impactar en la opinión pública norteamericana, de modo de que concluya que no vale la pena continuar con este juego. El General Abizaid nuevamente dijo: “No tenemos nada que temer respecto de este enemigo, salvo su habilidad para generar pánico…y ganar una victoria frente a los medios.” Para tratar de alcanzar este tipo de triunfo -quizás inspirados en la estrategia que resultara tan bien para los nor-vietnamitas3- cuentan con las fuerzas que se oponen a Bush en su propia casa. Estas fuerzas son tan diversas como la coalición que lucha en Irak y están, a su propio modo, tan desesperadas como la coalición misma. Porque entienden también cuanto tienen que perder si la “Doctrina Bush” resulta generalmente considerada como que ha sido capaz de superar su primer gran “test”, en Irak.

Aislamiento, Derecha e Izquierda Consideremos, para empezar otra vez en el escalón más bajo de la escalera, a los “asilacionsitas” de la Derecha paleo-conservadora. Su argumento es que una conspiración “neo-conservadora” (esto es, judía), con funcionarios encaramados en la Casa Blanca y el Pentágono, está arrastrando al país contra sus propios intereses a un conflicto después de otro, con el solo objetivo de “hacer que el Medio Oriente sea más seguro para Israel”. Estas palabras surgen de la pluma del vocero principal de este grupo, Patrick J. Buchanan, que nos dice, en su estilo característico: ¿“Cui bono? ¿A quienes benefician estas interminables guerras que no tienen nada vital para América, salvo al petróleo que los árabes deben vendernos para poder sobrevivir? ¿Quién se beneficiaría de una guerra de civilizaciones entre Occidente y el Islam? Respuesta: una nación, un líder, un partido. Israel, Sharon, Likud.” Buchanan además pretende, sobre la base de una de las “fatwas” de Osama Bin Laden, que una de las principales razones de lo ocurrido el 9-11 fue “el apoyo, más allá de toda crítica, de los Estados Unidos al régimen de Ariel Sharon en Israel”. Esta pretensión ha provocado un comentario agudo por parte de James Taranto, del “Wall Street Journal”, en su página web sobre opinión: “Sharon fue electo como Primer Ministro de Israel en el 2001, tres años antes de la “fatwa” que, según Buchanan, condenó a su régimen ….El laborista Ehud Barak ganó la elección de 1999 y eso no detuvo a Al Qaeda, que igual atacó al “USS Cole” en octubre del 2000, aún cuando el Presidente Clinton estaba entonces empeñado en tratar de sellar un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos”. Además, 23

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“Los primeros ataques de Al Qaeda contra blancos norteamericanos fueron en Yemen, en 1992, y contra el “World Trade Center”, en 1993, en momentos en que el laborista Yitzhak Rabin era el Primer Ministro de Israel. Rabin llegó luego a un acuerdo con Arafat…Bin Laden no parece haberse aplacado por ello”. Los escritos de Buchanan, que transmiten un claro aire de anti-semitismo, han marginado ya a los paleo-conservadores asilacionsitas. Si la “Doctrina Bush” supera el “test” de Irak, habrá menos y menos oídos que estén dispuestos a escuchar lo que lucirá entonces como la ligereza que en rigor siempre fue. Lo mismo ocurre con los “aislacionistas” de la extrema izquierda. Estos, a la manera de sus antecesores del final de la década del 30, que se opusieron a la participación norteamericana en la II Guerra Mundial, han hecho causa común con los paleo-conservadores que están ubicados en el otro extremo del espectro político. Es verdad, el “aislacionismo” de la izquierda proviene de su convicción de que América es mala para el resto del mundo, así como el aislacionismo de la derecha proviene -a su vez- de su convicción de que el resto del mundo es malo para América. Sin embargo, las dos vertientes diferentes han convergido, y hoy fluyen tranquilamente por el mismo canal de oposición dura a todo lo que Bush ha hecho respecto de lo acontecido el 9-11. En los años anteriores al 9-11, Noam Chomsky, la contrapartida de Buchanan en la izquierda, había sido prácticamente olvidado. Después de adquirir prominencia en los 60, llegó a ser considerado como demasiado extremista -o quizás como demasiado transparente en su odio hacia América- como para servir a los objetivos de la “New York Review of Books”, a través de cuyas páginas había hecho sus primeras armas políticas. Pero después del 9-11 él encontró nuevamente una audiencia receptiva, a partir de su opinión de que América había “atraído” los atentados terroristas y de sus denuncias de que las respuestas a esos ataques eran nada más que la última etapa del imperialismo maligno del que, desde hace años, se viene acusando a los Estados Unidos. Como Buchanan, Chomsky seguirá siempre atacando a la “Doctrina Bush”, mientras tenga aire en sus pulmones. También lo hará Michael Moore y todos los otros izquierdistas duros que están atrincherados en Hollywood, en las universidades, y en la comunidad intelectual en general. Con la fijación de que América es la mayor fuerza del mal del mundo, ellos siempre pedirán perdón a, o tendrán relaciones -abiertas o tácitas- con déspotas totalitarios, sin que importe cuan asesinos son, siempre y cuando estén encolumnados en contra de los Estados Unidos. Para esta gente, según ellos mismos debieran reconocer, un éxito americano en Irak sería perder su contacto con la actual audiencia masiva y tener que regresar al “ghetto” sectario del que solo pudieron salir después del 9-11.

“Superhalcones” Sin ninguna audiencia masiva que perder esa no es precisamente una preocupación de los exponentes de otra línea de ataque a la “Doctrina Bush” que ha emanado de un vecindario de la Derecha, en el que la violencia límite se considera como la única manera de hacer la guerra y en el que la idea de exportar la democracia se considera como contraria a la visión política conservadora. Perteneciendo a la derecha, este vecindario de 24

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“superhalcones” está tan distante de los ambientes de los paleo-conservadores como de los reductos de la Izquierda anti-americana. El más prolífico de los exponentes de este tan particular grupo es Angelo M. Codevilla quien, en una serie de ensayos publicados en la “Claremont Review of Books”, ha acusado a la administración de Bush de desaprovechar la victoria por no haberse animado a recurrir a las “políticas enérgicas que pueden generarla”, por lo que consideran que la guerra, en rigor, se está perdiendo. En esa línea y en la misma publicación, Mark Helprin sostiene que hemos fracasado “en prepararnos adecuadamente para la guerra, declararla, definir rigurosamente al enemigo, decidir cuales serán los objetivos -disciplinados e inteligentes- de la guerra, subordinar la economía a la defensa común, y hasta en endosar las responsabilidades más Críticos ultraconservadores elementales del gobierno.” consideran que la Al cubrir con vergüenza a la idea de transformar “el mundo entero del Islam en un grupo de exportación de la estados democráticos” (Helprin), estos dos elo- democracia es contraria a cuentes y feroces polemistas son acompañados por el más moderado Charles R. Kesler, el editor los intereses del país de la “Claremont Review of Books”. Para que la democratización de los regímenes islámicos del mundo tenga éxito nos dicen que es necesario, como precondición, derrotar a los países del Islam, de modo de “someterlos completamente” y, luego, ocuparlos “por décadas, no solo por meses o años, sino por décadas” (Kesler). A pesar de que nuestras tropas tengan que “enfrentar y morir…indefinidamente para cumplir con esta misión…respecto de la que hay poco conocimiento y menos acuerdo” (Codevilla). De todos los ataques a la “Doctrina Bush”, este tipo de argumentos es el único que, creo, tiene alguna resonancia, por lo menos respecto de cómo se debe conducir una guerra. Uno puede no tener, en principio, ningún problema con la severidad por la que los “superhalcones” abogan y hasta estar de acuerdo con que ella probablemente sea efectiva. El problema es que cuanto más de cerca se examina esta posición, se ve más claro que ella esta fatalmente infectada por la enfermedad de la utopía, la misma que usualmente llena a este tipo de críticos con revulsión y miedo. Cuando estos críticos prescriben la guerra total -con movilización doméstica también total y dureza total en el campo de batalla- postulan un mundo que no existe, al menos en América, ni en ningún otro país democrático. En la medida en que ellos se dignen contemplar a la América que si existe, solo advierten sus imperfecciones y sus defectos y éstos, junto con las limitaciones que impone el carácter de la nación a los líderes que ella elige es lo que Codevilla describe, sarcásticamente, como “el más bajo común denominador en la fuerzas políticas de América”. Pese a ello, mientras Codevilla puede, escribiendo en su oficina, postular la supresión dura de esas limitantes, nadie que se siente en la Oficina Oval tiene la posibilidad de 25

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hacerlo. Aún así, el asombro no es -en contra de lo que cree Codevilla- acerca de cuan “irresoluto” o “inepto” a resultado Bush, sino cuan lejos ha sido capaz de ir y cuanto a podido ya obtener pese a esas limitaciones y alrededor de esas imperfecciones. Respecto de la democratización, Kesler está por supuesto en lo cierto: no es una cosa fácil de lograr y no es algo que pueda alcanzarse de la noche a la mañana. Pero reconocer esta verdad está muy lejos de sugerir ella que no puede lograrse, a menos que las condiciones más duras sean impuestas. El escéptico conservador Kesler sermonea con textos de Montesquieu y John Adams, lo que está bien en abstracto; en la práctica, sin embargo, no hace falta consumir décadas para poner en marcha el proceso, limpiar el terreno y sembrar la semilla, y ayudar a regarla, de manera que florezca y crezca. A diferencia de los otros opositores a la “Doctrina Bush”, los “superhalcones” no se mueven por miedo a ser desacreditados por el éxito que esa doctrina pueda alcanzar, porque les cuesta mucho imaginar que una estrategia edificada, creen, en tantas premisas falsas y en tanta timidez y debilidad, pueda llegar a ser exitosa. Por esto cabe esperar que ellos sigan criticando duramente a esas políticas, sin que nada les importe.

Los liberales internacionalistas Alejándonos ahora de los márgenes y acercándonos en cambio al centro llegamos a un vecindario habitado por el “establishment” de la política exterior. Aquí -en entidades como el “Council on Foreign Relations”, la “Brookings Institution”, y el “Carnegie Endowment”, rodeados de la poblada comunidad de las organizaciones nogubernamentales- viven los liberales internacionalistas, con su prácticamente religioso compromiso para con las negociaciones, como la mejor, o ciertamente la única forma de resolver los conflictos; su fe inagotable en las Naciones Unidas (que, tercamente, persisten en ver como el gran instrumento de la seguridad colectiva, aún cuando su conducta esté marcada por una “falta de voluntad de tomar acciones serias para prevenir la violencia mortal”4; y su correspondiente desconfianza en el uso de la fuerza militar. Entre sus más sofisticados exponentes están: Stanley Hoffmann, de Harvard; Charles A. Kupchan, del “Council on Foreign Relations”; y John Ikenberry, de Georgetown. Bajo Jimmy Carter (cuyo Secretario de Estado, Cyrus R. Vance, era un miembro devoto de esta escuela) y, en menor medida, bajo Bill Clinton, los liberales internacionalistas estaban en el corazón mismo de la política exterior. Pero, a pesar de que George W Bush les ha tirado uno o dos huesos retóricos, y les ha hecho el favor de hacer un par de reverencias ceremoniosas a las Naciones Unidas, lo cierto es que él prácticamente ha dejado de lado al grupo de liberales internacionalistas. Sin demasiado disimulo. Como dijera en su discurso en West Point, del 1° de junio del 2002. “No podemos defender a América y a nuestros amigos deseándoles simplemente lo mejor. No podemos poner nuestra fe en las palabras de los tiranos que firman solemnemente tratados de no proliferación, para luego violarlos sistemáticamente”. Los liberales internacionalistas no fueron lerdos en advertir qué es lo que había para ellos en frases como esa. Mientras Kupchan, que pensó que un conjunto de otras fuerzas ya 26

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los había debilitado con anterioridad, afirmó rotundamente que la “elección de George W Bush sonó como alarma mortal para el liberalismo internacionalista” (definido por él como “un internacionalismo moderado y centrista, que administra el sistema internacional en base al compromiso, al consenso, y a las instituciones internacionales”), Ikenberry, por su parte, acota que, gracias a esto, los liberales internacionalistas han quedado reducidos a ser una cámara doméstica de eco de los franceses y alemanes. Todo lo que parecen ser capaces de hacer es contar las maneras en que la invasión “unilateral” de Irak habría dañado la posición internacional del país -a su prestigio, credibilidad, acuerdos de seguridad, y a la buena voluntad de los otros países” (Ikenberry). Desde que se niegan siquiera a preguntarse si los atentados del 9-11 exigieron una “reorientación” -esto es, si demostrado que fuera que las “herramientas y doctrinas del (viejo) sistema han perdido utilidad” y deben ser reemplazadas por un “nuevo conjunto de reglas para manejar las amenazas emergentes a la seguridad internacional”- solo pueden esperar que todo revierta al “status quo ante”. Este sueño, según Stanley Hoffmann, puede todavía ser alcanzado dejando de lado la “Doctrina Bush”, retirando a las fuerzas de Irak, lo que “traería aparejada la reconciliación con nuestros amigos y aliados, sorprendidos por el reciente unilateralismo de Washington, así como por su repudio de las obligaciones internacionales, por lo que hay mucho que hacer para restaurar…la credibilidad americana y su “poder blando” frente al mundo”. A diferencia de Hoffmann, ni Ikenberry ni Kupchan anticipan un futuro rosado para el credo que compartiera, aún en el altamente improbable caso de que la “Doctrina Bush” fuera abandonada. Si, no obstante, esa doctrina fuera confirmada por los resultados en Irak, todos ellos temen -con razón- que sea casi imposible, en palabras de Kupchan, “regresar a los Estados Unidos a una expresión liberal del internacionalismo”. O, yo agregaría, traer nuevamente a sus exponentes al centro del “establishment” de la política exterior.

Los “realistas” De todos los grupos que conforman la coalición que se opone a la “Doctrina Bush”, el que más tiene que perder es el de los llamados “realistas”.6 La perspectiva “realista” está edificada sobre dos principios relacionados entre sí. El primero es que, en las relaciones internacionales, el gran desideratum es la estabilidad, la que solo puede alcanzarse mediante un adecuado equilibrio de fuerzas. Derivado de éste, hay un principio antiguo, que se remonta al siglo XVI cuando permitiera la más o menos pacífica coexistencia entre los siempre adversarios principados Católicos y Protestantes. En su enunciado original, este principio se expresaba con la fórmula latina “cuius regio eius religio” (la religión del gobernante es la religión de la región). Traducido a términos seculares, sostiene que el carácter interno de un estado soberano es estrictamente de su sola incumbencia y que solo cuando sus acciones se trasladan e impactan más allá de sus fronteras ellas pueden ser objeto de preocupación para cualquier otro estado. 27

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En contraste con la postura de los liberales internacionalistas, los “realistas” no temen recurrir al uso de la fuerza. Pero, bajo sus propios preceptos, la fuerza solo se justifica cuando ella se usa para repeler esfuerzos agresivos de otros estados que procuran modificar un anterior equilibrio de fuerzas, por lo que hacer la guerra para “cambiar regímenes” está mal, y es insano. Un buen ejemplo de estas nociones en concreto fue la primera Guerra del Golfo, cuando el padre de George W. Bush, con Brent Scawcroft como Asesor Nacional de Seguridad, recurrió a la fuerza para repeler la invasión de Kuwait, pero se detuvo allí y no removió a Saddam del poder en Irak. Hasta el 9-11, los “realistas” indudablemente constituían la línea de pensamiento más influyente en el mundo de la política exterior, con todas las otras consideradas como inocentes o peligrosas, o ambas cosas (pese a que alguna concesión condescendiente podía hacerse ocasionalmente a los liberales internacionalistas). No es ir demasiado lejos afirmar que para cualquiera que tenga alguna importancia en ese mundo, sea un teórico o un práctico, la perspectiva “realista” era axioPara los realistas hacer mática. Por lo que fue adoptada por el propio la guerra para cambiar George W. Bush, antes del 9-11. Pero el 9-11 el “realismo” más o menos reflexivo de Bush regímenes era incorrecto, fue tan golpeado que cayó envuelto en llaal menos hasta el 9-11 mas, a la manera de las Torres Gemelas. Bush no ocultó su repudio al “realismo”, ni anduvo con vueltas, cuando dijo “Por décadas, las naciones libres toleraron la opresión en Medio Oriente en función de la estabilidad. En la práctica, este enfoque trajo poca estabilidad y mucha opresión, de manera que yo he cambiado esta política”. Eso terminó con el primero de los preceptos básicos de la perspectiva “realista”. Y Bush fue igual de claro -casi brutalmente- en dejar sin efecto la prohibición de usar la fuerza para modificar el carácter interno de otros estados: “Algunos que se autodenominan “realistas” cuestionan que la propagación de la democracia en Medio Oriente sea algo que nos pueda preocupar. Pero los “realistas”, en este caso, han perdido contacto con una realidad fundamental: América ha estado siempre menos segura cuando la libertad está en retroceso; América está siempre más segura cuando la libertad está en marcha.” Adiós, entonces, a “cuius regio eius religio”, también. Lo que Bush transmitía es un cambio revolucionario en las reglas de juego de la cuestión internacional. Para comprender el significado total de este cambio, debemos comenzar por reconocer que la invasión de Afganistán fue solo una aplicación parcial de esta doctrina. Porque los terroristas que nos atacaron estaban basados en Afganistán y actuaban bajo la protección y con el apoyo del régimen del Talibán en ese país, por lo que atacarlos no fue una acción “preventiva”. Fue una “represalia” convencional dispuesta contra un agresor nada convencional: nos golpearon y nosotros devolvimos el golpe. 28

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Como no era nada nuevo, la invasión en sí misma no fue objeto de oposición, en principio, por parte de los “realistas” (pese a que muchos de ellos pensaron que era una locura creer que podíamos ganar, cuando tantos otros ejércitos, el más reciente de los cuales fuera el ruso, cayeron derrotados). Pero la operación en Afganistán comenzó a entrar en conflicto con la perspectiva “realista” cuando fue más allá de simplemente derribar al Talibán y le agregó su reemplazo por un gobierno que -en cambio- se comprometiera con la democracia. No obstante, la crítica principal de los “realistas”, llegado a este punto, tomó una formulación prudente: nuestro objetivo político, dijeron, fue aún menos realista que nuestros esfuerzos militares. Esto sugiere que fueron más lentos que los liberales internacionalistas en reconocer que es lo que Bush les había puesto por delante. Probablemente porque no fueron capaces de concebir que Bush hablara en serio, cuando sugería que era necesario reconfigurar el carácter político de toda la región, y porque se consolaban pensando que Afganistán era tan solo una sobrerreacción a los sucedido el 9-11. Si fue así, pronto perdieron la tranquilidad frente a la invasión a Irak. Y aún así, pasó un rato antes de que los “realistas” sintieran toda la fuerza del vendaval que George W. Bush había desatado. Lo que causó la demora adicional fue que el debate respecto de Irak tuvo un enfoque casi exclusivo sobre la particular cuestión de las armas de destrucción masiva.

Las armas de destrucción masiva versus el secado de los pantanos Cuando Bush acusó a Saddam Hussein de negarse a entregar sus armas de destrucción masiva estaba actuando, en buena fe, sobre la base de la información de la CIA -y de todas las demás agencias de inteligencia del mundo- que le aseguraba que ese era el caso. También actuó de buena fe cuando advirtió que Saddam podía poner esas armas en manos de los terroristas y cuando invocó este peligro como justificación anticipada de su nueva política preventiva. (“Si tenemos que esperar que las amenazas se materialicen plenamente, tendremos que esperar demasiado tiempo”). Pero iba a pagar un alto pecio por poner el énfasis en la cuestión de las armas de destrucción masiva. No sólo por el hecho de fracasar en la búsqueda de las mismas es que se dañó fuertemente la justificación para la invasión de Irak; quizás más dañoso es el hecho que ese énfasis oscureció las razones de largo plazo para la invasión. Por cuanto el objetivo inmediato era ciertamente el de desarmar a Saddam Hussein, el objetivo más amplio era el de “secar los pantanos”, creados sea por déspotas religiosos, como en Afganistán, o por tiranos seculares, como en Irak, que eran, en la visión particular de Bush, el caldo de cultivo para el terrorismo en el gran Medio Oriente. Esos pantanos no podían secarse armando a los regímenes duros bajo los que operaban. Era necesario, en su visión, reemplazar a esos regímenes por personas elegidas, que pudieran satisfacer las esperanzas de “los pueblos de las naciones Islámicas que quieren y merecen las mismas libertades y oportunidades que los pueblos de cualquier nación”. Todo esto despareció del debate sobre Irak en los meses que precedieron a la invasión. No obstante, los “realistas” advirtieron que estaban equivocados al considerar a Afganistán como un caso aislado, y que el desarme de Saddam no iba ser todo lo que con la invasión 29

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de Irak se procuraba. Pese a todo, tuvieron que convencerse del hecho, increíble para ellos, de que Bush no había estado haciendo ruidos meramente retóricos cuando decía que su objetivo estratégico último era el de empujar a todos los estados del gran Medio Oriente -a cada uno de ellos- en dirección a la democracia. Peor aún, no era posible disuadirlo con argumentos como los que los asesores cercanos de su padre, como Brent Scowcroft y James Baker, que le decían que era un error invadir a Irak. Con el cerebro lavado (como los “realistas” y muchos otros concluyeron) por los ideólogos neo-conservadores que habían entrado en su cerebro se rehusó a reconocer que el obstáculo más grande para resolver todos nuestros problemas era Ariel Sharon y no Saddam Hussein. Y permaneció impenetrable respecto de quienes le aseguraban que llevar adelante su nueva doctrina de la democratización desestabilizaría a la región. (enojándolos, les respondió que es lo que exactamente trataría de hacer) y que ello aumentaría, en lugar de disminuir, el peligro del terrorismo. Una nota interesante de la ofensiva de los realistas en contra de la “Doctrina Bush” es que ella no contó con los servicios de Henry Kissinger, el líder universalmente admitido de esa escuela. Casi todos sus discípulos –incluyendo a algunos prominentes ex-asociados suyos en la administración de Nixon y Ford, como Scowcroft y Lawrence EagleburEn Afganistán e Irak, el ger (quién luego fuera, él mismo, Secretario objetivo de Bush es “secar de Estado bajo la administración del primer George Bush) se alinearon en contra de la inlos pantanos” donde se vasión de Irak. Pero Kissinger mismo, descultiva el terrorismo pués de dudar un poco, se pronunció en favor de usar la fuerza contra Saddam; y, luego de que la batalla comenzara, se mantuvo firme en que había que seguir adelante y ganarla. En fuerte contraste con sus menos flexibles estudiantes, Kissinger comprendió que lo que estaba en juego en el gran Medio Oriente era la propia credibilidad americana, y que la pérdida de la misma podría ser la peor amenaza imaginable para la estabilidad que los “realistas” creían perseguir. Atento a su concepción particular de Irak, y a pesar de que era fuertemente escéptico acerca de las posibilidades de corto y mediano plazo de la democracia, tanto en Irak, como en la región en general, Kissinger no sumó su voz a la de la campaña en contra de la “Doctrina Bush” que fuera armada por otros “realistas”, en los innumerables artículos y libros que de ellos manaron7. Estas polémicas, como las de los liberales internacionalistas, fueron más moderadas, en su tono, que las de los aislacionistas, pero, en sustancia y bajo la superficie, no eran ciertamente menos apocalípticas.

Postulando la derrota Esto aparece con gran claridad en una larga nota bibliográfica que cubre algunos trabajos que atacan a la “Doctrina Bush” y fueron publicados antes de la elección por una mezcla de autores “realistas” y liberales internacionalistas, que en su mayoría pertenecen al mundo de 30

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la academia.8 Titulada: “Una Guía de Política Exterior para Disidentes” y publicada por el “World Policy Journal”, ella fue escrita por David C. Hendrikson, un profesor de ciencia política del Colorado College y miembro de la “Coalición por una Política Exterior Realista”. Hendrikson comienza por colocar implícitamente todas las cosas que América hizo bajo George W. Bush a la par de las iniquidades de la Unión Soviética bajo Stalin, desde “los horrores de la colectivización, los juicios-espectáculo, el devorarse a los hijos de la Revolución en purgas y asesinatos” hasta el “pacto nazi-soviético” de 1939. Atento a que todo esto provocó que muchos comunistas, en otros lugares, perdieran su fe en la benevolencia de la Unión Soviética, también lo de Bush lo hizo con los “realistas” y los liberales internacionalistas reseñados por Hendrikson: “la propia enormidad de lo que la administración Bush está tratando de hacer a provocado una reevaluación fundamental en la creencia de que los Estados Unidos era esencialmente, y a pesar de sus imperfecciones, una fuerza tremenda para el bien en el mundo. Para ellos, así como para este autor, esa creencia está ahora en grave duda” Respecto de lo que todo lo que uno puede decir es que si, en razón de las “propensiones non santas” de la “Doctrina Bush”, el fin de América como fuerza para el bien cae sobre nosotros, lo hará a través de un ataque terrorista con armas de destrucción masiva, y que ese ataque es mucho más probable que ocurra si se impide que esas “propensiones non santas” actúen que si ellas siguen su curso. Pero lo que es cierto es que si esas “propensiones non santas” tienen éxito, los “realistas” (como los liberales internacionalistas) se enfrentarán al probable fin de “su” mundo. Sus ideas serán dejadas de lado, por falta de realismo, y su posición sufriría así un golpe mortal. Antes del 2 de noviembre, algunos “realistas” temieron que la reelección de Bush, en palabras de Hendrikson, “confirme y ratifique los cambios revolucionarios que él ha introducido en la estrategia de los Estados Unidos”. Habiéndose calmado bastante desde entonces, ahora esperan poder evitar el apocalipsis a través de otra alternativa que algunos de ellos se plantearon antes del 2 de noviembre, porque “una vez que el celo revolucionario entre en colisión con la realidad…las políticas de Bush…terminarán en lágrimas”. Uno solo puede admirar la candidez de Hendrikson al admitir lo que generalmente se niega terminantemente: esto es que aún muchos de los principales “realistas”, con muchos liberales internacionalistas, están postulando la derrota americana. Desde que la acción directa no es su estilo, ellos no habrán de participar en las “manifestaciones masivas y en desobediencia civil” que propone Tom Hayden, quien aconseja seguir el libreto del movimiento de “paz” de los 60 (del que fuera uno de sus principales organizadores) como la manera de forzar nuestra salida de Irak. Pero tampoco se sentarán a mirar como la “dura realidad” empuja a que la “Doctrina Bush” termine en lágrimas. En lugar de salir a las calles, los “realistas” y los liberales internacionalistas regresarán a sus procesadoras de palabras y redoblarán sus actuales esfuerzos para que la opinión pública se vuelva en contra de la “Doctrina Bush”. Lo harán principalmente tratando de demostrar, una y otra vez, que la doctrina está ya fracasando en su primer tropiezo con la realidad, en Irak, entonces. 31

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Todas las noticias “que coinciden con nuestra perspectiva” En el camino, ellos recibirán más que una pequeña ayuda por parte de sus aliados de facto en los flancos de la política y de sus acólitos desde los medios, como Chris Hedges, del New York Times, escribiendo en esta ocasión en la revista bibliográfica del New York Times, apenas unas semanas antes de la reelección de Bush: “Estamos perdiendo la guerra en Irak. Ha habido un aumento sostenido de los atentados de los insurgentes contra las fuerzas de la coalición…Somos un país aislado y desconfiado. Somos tiranos respecto de otros más débiles que nosotros. Hemos perdido de vista nuestros ideales democráticos”. Como Hedges, los distintos grupos de la coalición anti-Bush continuarán con pronunciamientos como éste (el más asombroso de los cuales es el de Hedges, cuando dice que una política en cuyo centro está la diseminación de la democracia implica que “hemos perdido de vista nuestros ideales democráticos”). Como Hedges, también ellos usufructuarán cada mala noticia, cada secuestro, cada decapitación, y cada bomba que explote en Irak. Y si, por una casualidad la noticia no es lo suficientemente mala, la exagerarán en sus dimensiones o desfigurarán su significado. Esto es exactamente el juego que han estado jugando desde que fuimos a Irak. Por ejemplo, cuando el saqueo explotara en Bagdad, inmediatamente luego de que la ciudad cayera en manos de las tropas americanas, en abril del 2003, los opositores a la guerra le echaron la culpa al Pentágono. Pero, como casi nadie se dio cuenta, este pudo haber sido el primer caso en la historia de la guerra en que el saqueo no lo hicieron las tropas invasoras, sino la población local, actuando además en contra de los deseos mismos del propio ejército invasor10. Un caso aún más notorio de cómo las malas noticias han sido exageradas y distorsionadas fue el del escándalo de Abu Ghraib, donde algo así como una media docena de guardias americanos infligieron humillaciones -en su mayoría sexuales- a unos pocos prisioneros iraquíes. No obstante, el Senador Edward M. Kennedy igualó a Abu Ghraib con las cárceles de Saddam Hussein, en las que un número desconocido de prisioneros fue torturado y asesinado; el ex Vicepresidente Al Gore las comparó con el Gulag de Stalin, donde literalmente millones murieron de hambre y enfermedades y el financista George Soros nos dijo que habían sido tan condenables como los propios atentados del 9-11. Un ejemplo más reciente de exageración y distorsión apareció en una nota, en el Washington Post, de Brian Gifford, un investigador de la Universidad de California. Según Gifford, “concentrarse en cuán bajas han sido hasta ahora nuestras bajas…sirve para racionalizar la continuidad de la guerra y nos impide, como nación, confrontar las realidades de las condiciones en Irak” Este reclamo -que las bajas en Irak no han sido proporcionalmente bajas, en función de los estándares históricos- es simplemente ridículo (basta comparar los 6.600 hombres que murieron en el “Día D” solamente, en la Segunda Guerra Mundial, con los aproximadamente 1.000 muertos en combate en todo lo que va de la batalla de Irak) y además pronto se descubrió que el mismo estaba edificado sobre estadísticas falsas y errores matemáticos.11 32

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Luego vinieron, en la cresta de la ola de distorsiones y derrotismo, dos documentos clasificados y bastante negativos que fueron filtrados por la CIA al New York Times. Dejemos de lado que la Agencia había ya estado filtrando apreciaciones mórbidas sobre la situación en Irak y aún autorizando ataques directos a la “Doctrina Bush”.12 Dejemos de lado que el nuevo Director de la Agencia, Porter Goss, había recién distribuido un memorando en el que instruyó a los empleados de la CIA a no “identificarse, apoyar, o liderar oposición ni a la administración, ni a sus políticas”. Dejemos de lado que estos últimos informes contenían las opiniones de algunos funcionarios con las que otros funcionarios que estaban en el escenario tenían fuertes desacuerdos. Dejemos de lado que la CIA había estado totalmente equivocada acerca de casi todo lo que tiene que ver con Irak, desde la cuestión de la posesión de las armas de destrucción masiva, hasta el rol de Ahmad Chalabi.13 A pesar de todo eso, los dos nuevos informes de esa agencia fueron tildados de “una evaluación sin distorsiones” en “temas de política, economía y seguridad” que evidentemente era más creíble que la optimista “imagen pública difundida por la administración Bush”. El ex vicepresidente Al Al propio tiempo que la coalición anti-Bush continúa exagerando las malas noticias, a través Gore comparó las torturas de distorsiones y exageraciones,14 ella simultá- en Abu Ghraib con los neamente sigue ignorando las buenas noticias que provienen de Irak. Nada se oirá desde esos Gulags de Stalin sectores acerca de los progresos que se hacen en la puesta en marcha de un sistema político libre; o en la reconstrucción de la economía; o en el regreso al respeto a la ley en la mayor parte del país, pese a que las medidas más agresivas contra la insurgencia se tomen en el triángulo Sunni.15 Como esas cosas no caen bien a la coalición contra la guerra en Irak, no califican entonces como “dura realidad”. Al tiempo que escribo estas palabras, algo así como un mes antes de las elecciones que se realizarán en Irak, la insurgencia está intensificando su campaña asesina para asustar a la gente para lograr que no concurra a las urnas y obligar a posponer las elecciones. Mi estimación es que esos ataques terroristas (que en un solo día, en diciembre pasado, costaron la vida de 60 iraquíes) no tendrán éxito y que, aún si lo tuvieran, la prórroga de la fecha de las elecciones no será indefinida y las elecciones tendrán lugar, más temprano que tarde.16 Supongamos, entonces, (como yo lo hago) que en un año aproximadamente, una coalición debidamente elegida está en el poder en Irak; que ella es guiada en su actuar por una constitución que garantiza la libertad política y los derechos de las minorías; que la economía está mejorando; que los soldados y policías iraquíes se han hecho cargo de las principales responsabilidades respecto de una insurgencia severamente debilitada; que el número de efectivos norteamericanos ha sido reducido al tamaño requerido para conformar una fuerza de respaldo; y que menos y menos americanos están resultando muertos o heridos. ¿Entonces qué? ¿Podrán los “realistas” y sus aliados liberales desdibujar esta realidad? ¿Los llevará por delante la realidad? 33

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Yo creo que no. Creo que frente a un éxito en Irak harán lo mismo que hicieron cuando Hamid Karzai jurara como presidente de Afganistán, el pasado mes de diciembre. En un informe acerca de cómo la prensa cubriera esta historia, Peter H. Wehner, de la “Oficina de Iniciativas Estratégicas” de la Casa Blanca nos recuerda lo que los “realistas” siempre dijeron de Afganistán: que “es demasiado atrasada; facciosa; medieval; y fanática, religiosamente hablando; y demasiado difícil de gobernar como para jamás poder moverse en dirección a la democracia”. Sin embargo, tan solo tres años después de la guerra para liberar a Afganistán del horrible régimen del Talibán, “una elección libre tuvo lugar y un moderno y civilizado y pro-americano Presidente se ha hecho cargo”. Wehner describe, entonces, como los medios se refirieron a ese “importante evento”: “El New York Times publicó la historia en su página A8. El Washington Post, en su página A13. USA Today tenía una mención breve, en su página A5. El Los Angeles Times publicó la historia, en su página A3.” El solo hecho de esconder la historia no fue suficiente para el Wall Street Journal (cuyo punto de vista es mucho más cercano al del New York Times y al del Washington Post que a la posición conservadora que tiene la página editorial de ese propio medio). La cobertura de éste, en la columna de “Qué es noticia”, consistió en incluir solo una mención, de una línea, “Karzai juró como presidente”, seguida inmediatamente de esta otra: “Rebeldes del Talibán atacaron una base militar cerca de la frontera con Paquistán, matando cuatro soldados. Las fuerzas de los Estados Unidos mataron a dos atacantes”. Y el Los Angeles Times eclipsó al Journal, al referirse a cuanto opio está siendo todavía producido en Afganistán. El columnista sindicado, Charles Krauthammer, lo sintetizó así: “Lo que ha pasado en Afganistán es nada menos que un milagro…Y que tienen los liberales que decir acerca de este logro singular de la administración Bush? Que Afganistán está cultivando amapolas. Notable. Es esto una noticia? “Afganistán cultiva amapolas” es como decir que el sol sale por el este. “Afganistán inagura un presidente electo democráticamente”, a su vez, es decir que el sol sale por el oeste. Afganistán siempre cultivó amapolas. ¿Qué debiera hacer el Presidente Bush? ¿Enviar a 100.000 soldados para erradicar las amapolas, e incitar a una rebelión popular?” Concluyendo que “Afganistán es el primer país graduado por la “Doctrina Bush”, que postula llevar la democracia a lugares bastante hostiles, Krauthammer se lamenta que, en lugar de ser aplaudida como una instancia que debe celebrarse, ella ha sido denigrada o enterrada en el pozo de la memoria. No, sin embrago, por el propio Hamid Karzai, que dijo las siguientes palabras que no fueran mayormente cubiertas por los medios, el día de “su graduación”: “Todo lo que hemos alcanzado en Afganistán -la paz, la elección, la vida que los afganos hoy viven en paz, los niños que van a las escuelas, el comercio, el hecho de que Afganistán sea nuevamente un miembro respetado de la comunidad internacional- proviene de la ayuda norteamericana. Sin esa ayuda, Afganistán estaría aún en manos de terroristas; destruida; sumida en la pobreza; sin niños llendo a las escuelas para ser educados. Estamos muy, muy agradecidos, para ponerlo en las palabras 34

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simples que conocemos, al pueblo de los Estados Unidos de América por habernos entregado este día.” Mucho antes de ese día de “graduación”, por supuesto, los enemigos de la “Doctrina Bush”, que apostaban a que ella se estrellaría e incendiaría, estaban ya trasladando todas sus fichas desde Afganistán hacia Irak, que -para ellos- lucía como un apuesta más atractiva. Ahora, con tanto en juego respecto del fracaso en Irak, no se dejará de hacer ningún esfuerzo de modo que allí hasta una victoria sea definida como una derrota. ¿Imposible? Miren la historia que sigue, acerca de la ofensiva Tet, que montaran los comunistas en Vietnam, en 1968.

La Lección de Tet En ese momento, funcionarios americanos habían sostenido -y existía evidencia que los respaldaba- que la ofensiva Tet había concluido con la derrota de los nor-vietnamitas y de sus aliados del Vietcong. Pero la impresión casi universal creada por la cobertura de la prensa y de la televisión fue, en cambio, la de una de derrota para los sur-vietnamitas y los americanos. En cada instancia la situación fue entonces deformada mediante historias y descripciones que apuntaban a confundir y que hasta contenían abiertas falsedades. Los medios continuaron describiendo los éxitos de Hanoi, aún luego de que el asalto del Norte a las ciudades sur-vietnamitas había fracasado; hablaron de zonas rurales que habían caído en manos de los comunistas que, en los hechos estaban en manos de fuerzas americanas y sur-vietnamitas; dijeron que las tropas sur-vietnamitas que estaban en las provincias no querían luchar, cuando en realidad no querían ceder sus posiciones; y de cosas similares. Para rematar todo, cuando el comandante americano, el General William Westmoreland, o el Presidente Lyndon Jonson, o cualquiera de sus voceros, trataban de contrarrestar esas falsas impresiones, los ridiculizaban por “cantar las mismas viejas canciones” de progreso y optimismo que ya los habían expuesto como un “conjunto de mentirosos.”17 El mismo triunfo de la ilusión sobre la realidad es lo que los enemigos de la “Doctrina Bush” están tratando desesperadamente de obtener si (y cuando) Irak demuestre ser un éxito. Por supuesto, las cosas son un poco diferentes ahora. En 1968, cuando Walter Cronkite, hablando en su característico lenguaje solemne, desde la timonera de CBS Evening News, endosó la visión que el Tet había sido una derrota para nosotros, Johnson se dio cuenta de que ya no había nada que él pudiera hacer para contrarrestar esta abierta falsedad, y que él mismo estaba prácticamente terminado. Pero ahora con la aparición de alternativas como los programas de comentaristas de radio; Fox News; etc, cuando el sucesor de Cronkite en el 2004, Dan Rather, trató de desprenderse de haber dicho una falsedad respecto de George W. Bush, fue él y no George W. Bush el que advirtió que estaba terminado. Aún esto no necesariamente quiere decir que un éxito en Irak será invulnerable a un trato de la “Doctrina Bush” por parte de las fuerzas anti-Bush, similar al que, en su momento, se diera a la ofensiva Tet. Habrá seguramente más que suficientes historias paralelas a las 35

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de las “amapolas” y a las de los “rebeldes Talibanes” de Afganistán, que estarán disponibles para ser usadas. Aún así, bajo las circunstancias actuales, será mucho más difícil que ello ocurra como ocurriera en 1968, respecto del Tet. Puede ser que hasta suceda que, como en el caso de Dan Rather por oposición al de Walter Cronkite, sean los atacantes y no Bush los que terminen desacreditados. Si esto fuera así, ¿tirarían la toalla? Jamás en la vida. Admitir que se equivocaron respecto de la “Doctrina Bush” sería igual que declararse en quiebra intelectual y política, admitiendo que todas sus ideas acerca del orden internacional y del rol que los Estados Unidos debieran jugar en los asuntos del mundo valen hoy tanto como la moneda de la Confederación. Lo que nos trae de regreso a las predicciones de un cambio de posición de la administración en éste, su segundo mandato. Si, en los hechos, no hay retirada de Irak, los “realistas” y demás van a tener que retirarse a posiciones bien distintas. Es precisamente en ellas que los realistas en particular, respecto de amenazas tales como las de Corea del Norte e Irán, están preparados para abrir un nuevo frente en contra de la “IV Guerra Mundial”.

Ingresemos a Irán y Corea del Norte. Podemos encontrar un anticipo de cómo este re-despliegue polémico esta siendo realizado en una nota de David E. Sanger, del New York Times, de comienzos de diciembre pasado, con el título de “Las Visiones de los Halcones pueden ser Prematuras”. Sería, dice Sanger: “arriesgado apurarse a concluir…que un segundo mandato de la administración Bush, liberada de la cautela de Colin Powell, llevaría a los Estados Unidos a una serie sin fin de enfrentamientos con el mundo, empezando con enfoques belicosos para controlar las ambiciones nucleares de Irán y Corea del Norte…hace ya mucho tiempo que la expresión: “Eje del Mal” saliera de los labios del Presidente. Y durante la campaña electoral quedó claro de las palabras y acciones del Presidente que los límites del poder americano han empezado a sentirse en la Casa Blanca.” Atando bien todo, en conjunto, Sanger y sus fuentes atribuyen esta nueva actitud de cautela a nuestra experiencia recienteen Irak: “Irak ha hecho más difícil ser halcón en esta Casa Blanca…porque ha atrapado a las tropas de combate americanas y magnificado la necesidad de actuar con recursos militares limitados….El resultado es que “que podemos haber cercenado la tendencia a ser halcones, por un rato”, dijo Daniel Benjamín, que trabajara en el Consejo Nacional de Seguridad bajo el Presidente Clinton…Habrá “muchas oportunidades para sonar como halcón” respecto de Corea del Norte e Irán, dijo Benjamín, pero el Sr Bush tiene opciones limitadas, en ambas partes”. Apoyando a Benjamín aparece Ivo H. Daalder, de la “Brookings Institution”, al que Sanger cita como asegurando que no hay forma de que Bush pueda detener a Irán en su objetivo de adquirir armas nucleares, ni a Corea del Norte del suyo de desplegarlas: “En cambio, el podrá hacer menos en el segundo mandato, y tendría que aprender a 36

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vivir dentro de nuestras limitaciones”, dijo el Sr. Daalder, aún cuando esto importe tolerar una capacidad nuclear que el Sr. Bush dijo sería inaceptable tanto para Corea del Norte, como para Irán”. Hasta el propio Pat Buchanan, de pronto cruzando de bando, como si fuera un “realista”, entra en este tema particular: “lo que probablemente este ocurriendo sea esto: mientras no hay ciertamente escasez de planes dentro de los neo-conservadores para una Pax Americana, el Presidente Bush está chocando contra la realidad, un ejército americano atado a un Irak sangrante; los costos crecientes de la guerra; déficits altísimos; un dólar que se hunde; y la carencia de aliados que deseen pelear junto a nosotros o siquiera ayudarnos. Esta enfrentado con un dilema “a la Vietnam”.” Pero, como en la teoría de la “entropía” de Edgard Luttwak, estas predicciones “subestiman” la decisión y la seriedad de intenciones que Bush tiene. Ellas tampoco tienen en cuenta cuan lejos la “Doctrina Bush” ha llegado ya, más allá de los límites que ellos estaban seguros iban a impedir la implantación de la democracia en Afganistán, y como algunos hipotéticos límites están siendo ahora derribados en Irak. Si Bush se mantiene en las suyas, no aceptará estas argumentaciones respecto de Irán, ni de Corea del Norte. ¿Pero son solamente palabras, o estamos enfrentando una “dura realidad” respecto de estos dos países? Con relación a Corea del Norte, la barrera que muchos de los “realistas” ven es menos militar que política (esto es, que el uso o la simple amenaza de usar la fuerza puede despertar toda suerte de problemas con los surcoreanos, que desean un “enfoque más conciliatorio”). Respecto de Irán, por otra parte, el consenso -que incluye entre sus oponentes hasta a muchos (¿casi todos?) los entusiastas de la “Doctrina Bush”es que no existe una buena opción militar. Porque, a diferencia de la planta nuclear de Osirak, en Irak, que presentaba un blanco jugoso para las bombas israelíes en 1981, las instalaciones nucleares iraníes están dispersas por todas partes y, para hacer las cosas más difíciles, o han sido enterradas en lo profundo de la tierra, o cuentan con el escudo de la población civil que está viviendo en su derredor. Pero, digo, ¿puede ser cierto que no existan opciones militares para impedir que Irán ponga sus manos en las armas nucleares y que Corea del Norte despliegue o amenace con desplegar las que efectivamente tiene? ¿Puede ser cierto que la nación más poderosa de la tierra no sea capaz de diseñar y ejecutar una estrategia para evitar algo muy cercano al peligro mortal? Sin ser general, ni hijo de general, no conozco como se diseña esa estrategia. Tampoco niego que sería mejor si pudiéramos alcanzar nuestros objetivos sin tener que tirar un solo tiro. Pero como dice el viejo adagio: tengo un puente que vender a cualquiera que quiera creer en los acuerdos fariseicos recientemente negociados con los insanos línderes de Corea del Norte y con la “mullocracia” de Teherán, o en los exabruptos impotentes del Consejo de Seguridad. Por la forma en que George W. Bush está hablando últimamente, uno puede concluir que desea hacer una oferta por mi puente y que no ha olvidado el párrafo que antes citara, que tanto preocupa a los liberales internacionalistas, que vale la pena citar una vez más: 37

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“No podemos defender a América y a nuestros amigos deseando que ocurra lo mejor. No podemos poner nuestra fe en manos de las palabras de los tiranos, que solemnemente han suscripto los tratados de no-proliferación y sistemáticamente los violan”. Pese a todo, dudo mucho que Bush haya, de pronto, descubierto que hay razones para “desear que ocurra lo mejor”, o para creer en “las palabras de los tiranos”. Para mi es mucho más probable que, en lugar de respaldar el enfoque europeo respecto de Irán y las negociaciones de los seis países que trabajan respecto de Corea del Norte, él esté caminando ya la última milla diplomática, exactamente como cuando gastara tantos meses y tanta energía para procurar que las Naciones Unidas endosaran la invasión a Irak. Mientas hace este ejercicio, simultáneamente esta tratando de ganar algo de tiempo, para que la situación en Irak se calme. En Corea del Norte no parece haber una alternativa de solución diplomática, ni política. Pero en Irán puede haber una alternativa en que la oposición aspire a sacarse de encima a la “mullocracia”, para reemplazarla con un gobierno democrático. Debe admitirse que A diferencia de Irán, en esos opositores son también nacionalistas iraníes y que bien pueden, en su momento, Corea del Norte no parece reclamar el derecho a fabricar armas nucleahaber lugar para una res. Pero si Irán dejara de ser un promotor del terrorismo y un enemigo de los Estados solución diplomática o Unidos, su posesión de un arsenal nuclear no política en el corto plazo presentaría un peligro inminente. De allí que esté en nuestro propio interés el estimular un levantamiento interno en Irán si la oposición tiene la fortaleza necesaria y si hubiera una forma efectiva de apurar las cosas. Que no hay dudas acerca de la fuerza de la oposición, ni de nuestra capacidad de ayudar, ha sido el mensaje constante de Michael Ledeen, del “American Enterprise Insititute” (AEI), cuyos innumerables artículos sobre esta cuestión en la “National Review Online” siempre terminan con una frase “Más rápido, por favor”. He aquí, en síntesis, su visión: “En Irán hoy más del 70% de la población es abiertamente hostil al régimen, tiene sed de democracia y libertad, y corajudamente apoya la “Doctrina Bush” que postula aportar democracia a la región toda. Si pudimos voltear a la Unión Soviética inspirando y apoyando a un porcentaje pequeño de su pueblo, es seguro que las probabilidades de una revolución exitosa en Irán son aún mayores. Por simple orden de magnitud.” Algunos de los colegas de Ledeen en al AEI, junto con muchos otros partidarios de la “Doctrina Bush”, están en abierto desacuerdo. Porque sostienen que el régimen de Teherán no es, ni de cerca, lo débil que se cree y porque la oposición ya no es lo prometedora que en algún momento lucía. Pero aún si tuvieran razón, es difícil advertir cual sería el daño que seguir el consejo de Ledeen pudiera hacer, con la probabilidad de que -quizáspudiéramos tener una sorpresa tan agradable en Irán como la que, en su momento, tuvimos en la Unión Soviética, cuando ésta empezara su implosión interna.19 38

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Si un levantamiento interno no fuera la alternativa nos quedaría una sola opción distinta de la de una acción militar preventiva: quedarnos parados mirando (mientras nos engañamos a nosotros mismos, respecto de acciones diplomáticas vacías) como el líder mundial de la propagación del terrorismo adquiere armas nucleares que puede, luego, entregar a los terroristas que protege, para ser usadas en contra del “Gran Satán”. Hay algunos que han comenzado ya a plantearse esta eventualidad y han resucitado entonces la vieja doctrina de la “destrucción mutua asegurada” (a la que usualmente se denominaba, durante la III Guerra Mundial, con el acrónimo “MAD”). No es necesario perder el sueño con la posibilidad de que Irán pueda equipar a sus terroristas favoritos con armas nucleares, nos dicen; los “mullahs” seguramente no lo harían por temor a que, si esas armas fueran utilizadas, ellos mismos serían vulnerables a nuestras represalias nucleares. El problema obvio que este enfoque tiene es que el gobierno de Irán negaría tener absolutamente nada que ver con el ataque del terrorismo en contra nuestro. Tampoco puede esperarse que nuestras agencias de inteligencia, que se quemaron tan rápido respecto de Saddam, puedan rápidamente demostrar la responsabilidad de los iraníes. Bajo este plausible escenario, sería realmente demencial poner nuestra fe en manos de la alternativa “MAD”.

Con el viento en la espalda de Bush Durante la campaña presidencial, George W. Bush se comprometió a que nunca dudaría en poner en marcha acciones preventivas, cada vez que creyera que ellas fueran necesarias para proteger y defender a su país. También prometió que no iba a someter su decisión al “test global” que John Kerry, en cambio, dijo que iba a procurar y, además, sugirió que no iba a ser desalentado por encuestas de opinión o presiones de los enemigos de la “Doctrina Bush”, domésticas o extranjeras. De lo cual, en mi opinión, surgen cuatro conclusiones. La primera es que Bush hará todo lo posible para cumplir con su promesa y se moverá para ello con toda la velocidad que sea posible desde Irak a Corea del Norte e Irán (con, cabe desear, una parada corta intermedia en Siria que ha estado despachando “jihadistas” terroristas y armas a través de la frontera con Irak y que presenta muchos menos obstáculos respecto de las acciones militares). La segunda es que, con relación a Irán, del mismo modo que antes respecto de Irak, la cuestión de las armas de destrucción masiva es solamente la causa (“casus belli”) inmediata y próxima. El objetivo estratégico, según define y manda la receta contenida en la “Doctrina Bush” para el gran Medio Oriente es el de secar un pantano más en el que se cría y nutre a terroristas islámicos. ¿Está Bush listo a proceder de esta manera y por estas razones? Creo, tercero, que sí lo está. Pero, cuarto, también pienso que los obstáculos que deberá superar en el plano doméstico son más formidables que los que deberá atender más allá de los mares, en el terreno. Luego de un período breve de hacerse los ofendidos, los integrantes de la coalición de fuerzas que se alinearon en su contra el 2 de noviembre, se han despegado y son ahora más peligrosos que un tigre herido. Tan decididos están a destruir a la “Doctrina Bush” que son capaces de vencer a alguien tan firme como Geroge W. Bush. 39

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Los jefes de estado de EE.UU. y de Rusia durante la cumbre de la APEC de noviembre de 2004

Tampoco están las apuestas a favor del Presidente, aunque sea solo porque tiene, por el momento, menos defensores que atacantes en el mundo de las ideas, que están activos en la coalición que opera en su contra. Pero hay que considerar también en la ecuación a los más de 61 millones de americanos que, con sus votos, lo reinstalaron en la presidencia el 2 de noviembre. Yo inicié estas consideraciones argumentando que, al votar por él, estos numerosos millones de almas que constituyen una mayoría clara de la ciudadanía, expresaron su confianza en el autor de la “Doctrina Bush” como la persona adecuada para liderarnos en tiempos de guerra. Ahora quiero concluir considerando algo que Harry Truman, un líder con en el que Bush tiene mucho en común, dijera en cierto momento de la “III Guerra Mundial” parecido al que ahora hemos llegado en la “IV Guerra Mundial”: “Lo que una nación puede hacer o debe hacer empieza con la disposición y capacidad de su gente para afrontar el costo”. Es cierto, el peso de afrontar la “IV Guerra Mundial” es distinto del que los americanos debieron pagar en la “III Guerra Mundial”. Pero también el peso de la “III Guerra Mundial” fue diferente del de la “II Guerra Mundial”. De alguna manera, las cosas son para nosotros más fáciles de lo que ellas fueron para quienes debieron afrontar esas otras dos guerras. Esta vez no hay servicio militar obligatorio; no hay escasez, ni racionamientos; y los impuestos no han sido aumentados. Pero tenemos más razones para estar ansiosos respecto de la seguridad en nuestra propia casa, lo que ninguno de nuestros enemigos, hasta ahora, había logrado provocarnos. Además, de cara a un conflicto que bien puede durar dos o tres décadas, los americanos de esta generación están llamados a ser más pacientes que lo que fuera “la generación más grande”, la que afrontara la “II Guerra Mundial”, que duró cuatro años; y estamos enfrentando a un enemigo más huidizo que los comunistas, por lo que el pueblo americano de hoy necesita más perseverancia que sus antecesores que debieron, además, luchar 40

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la “III Guerra Mundial” por espacio de 47 largos años. Por cierto, en esta cuestión la generación que enfrenta a la “IV Guerra Mundial” tiene una labor aún más difícil que la de sus predecesoras. Durante la “II Guerra Mundial” no había casi ningún sentimiento derrotista que flotara en el aire, ni siquiera cuando debimos enfrentar derrotas reales, y sufrimos muchas, especialmente en los primeros años. Tampoco había fijación alguna con los errores cometidos por Roosevelt y Churchill, quienes -a pesar de ser grandes hombres- cometieron muchas equivocaciones. Y lo que es más, algunos de sus errores fueron tan grandes y costosos que, comparados con aquellos de los que ahora se acusa a Bush y Rumsfeld lucen insignificantes, aún cuando aceptáramos que los críticos de hoy están en lo cierto en todo lo que dicen. Piénsese solamente -para poner un solo ejemplo- en los increíbles errores que costaron 20.000 vidas americanas en la batalla del Bulge. No obstante, lo principal que cada uno de nosotros sabe y recuerda de este terrible episodio es que el comandante americano respondió a la exigencia de rendición alemana con una palabra: “idiotas”.20 En la “III Guerra Mundial”, en contraste, aparecieron algunas señales de derrotismo a partir de las críticas de la Izquierda y de la Derecha, por igual. Lo que fuera reforzado por enojosas recriminaciones respecto de si, como, o cuando alguna batalla debió de haberse peleado. Y las batallas en disputa no eran tan solo militares, como en Corea o (en mucha mayor medida) en Vietnam; eran también políticas, y en los debates apasionados en temas como el del control de las armas y la llamada “détente”; y hubo, además, debates ideológicos en cuestiones tales como si el enemigo era el expansionismo soviético en particular, o el comunismo, en general. La “IV Guerra Mundial” está ya marcada por su propia versión de estas cuestiones.(¿“Por qué estamos en Irak?”; “¿Quién es exactamente nuestro enemigo?”; “¿Hay, realmente, una amenaza terrorista?”). Pero en la cobertura televisiva de 24 horas que hoy existe, las fuerzas que promueven el derrotismo tienen un arma mucho más poderosa para magnificar todo lo que salga mal o para lograr que parezca haber salido mal. El que apoye la “IV Guerra Mundial” puede protestar todo lo que quiera acerca de estas condiciones, pero son las que prevalecerán cuando sea peleada, si es que es pelada. La consecuencia es que estamos ahora frente a una posibilidad de enfrentar al derrotismo mucho mayor que en la “III Guerra Mundial”. Antes de que entráramos en la “II Guerra Mundial” hubo muchas dudas acerca de si teníamos, o no, la capacidad para enfrentar a enemigos tan disciplinados y fanáticos como la Alemania Nazi y el Japón Imperial. Y en la “III Guerra Mundial” líderes anti-comunistas como Whittakers Chambers y James Burnham estaban seguros que nos faltaba estómago, corazón, voluntad y picardía para enfrentar a la Unión Soviética y a sus aliados y simpatizantes. Para Chambers, éramos el “lado perdidoso”, y para Burnham éramos suicidas por nuestra debilidad y supeficialidad. Se equivocaron porque, como señala Charles Horner, del “Hudson Institute”, no anticiparon la capacidad de resistencia que había en la ciudadanía americana y en sus líderes.21 Hoy hay dudas y temores similares, por todas partes. Aún entre quienes -como yo- apoyan la “Doctrina Bush”, murmurando que hemos 41

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derivado hacia resultar demasiado blandos, indulgentes y a estar demasiado centrados en lo nuestro como para enfrentar a un desafío complicado. Excepto por cuestiones ocasionales, yo nunca compartí esas dudas o temores antes del veredicto del 2 de noviembre, las que han sido, estoy persuadido, despejadas ahora por el claro mensaje del pueblo americano, cuando decidiera mantener a George W, Bush por cuatro años más en la Casa Blanca. Por esto sostengo (para decirlo una vez más) que el notable liderazgo que este Presidente ejerce -como el sorprendente liderazgo que desplegara Harry Truman antes que él, cuando enfrentáramos al mundo comunista) tiene el viento en la espalda mientras continúa luchando contra el terrorismo islámico y su viciosa armada terrorista: una lucha cuyo objetivo es el de diseminar la libertad y cuyo éxito traerá mayor seguridad y gran prosperidad, no solo al pueblo de esta nación y no solo a los pueblos del gran Medio Oriente, sino también al pueblo de Europa y más allá, a pesar del hecho lamentable de que muchos de ellos todavía parecen no desear saberlo ■

NOTAS 1 La misma diferencia apareció en una encuesta de Washigton Post-ABC News realizada en diciembre. Por una parte, el Post informó: “El principal activo político del Presidente, la confianza pública en su liderazgo sobre el terrorismo permanece intacto” y “una pequeña mayoría” también dijo que la guerra en Irak había contribuido a la seguridad a largo plazo de los Estados Unidos. Por la otra, una proporción mucho mayor pensó que esos avances se habían logrado a “un costo inaceptable, en materia de bajas militares”. Y, sin embargo, “Una mayoría amplia de americanos…apoyaba el mantenimiento de fuerzas militares en Irak hasta que “el orden civil fuera reestablecido”; aún a costa de continuas bajas americanas”. Aún más significativamente, el día en que 22 personas, incluyendo 13 soldados americanos, fueran asesinadas con ataques suicidas en su base de Mosul, una título del New York Times decía: “Continuar la lucha es la única opción, dicen los americanos”. 2 Evidentemente no es una picardía desconocida para la burocracia la de proyectar esos cables en Washington. Luego, ellos se ponen en manos de embajadores en el exterior, quienes los firman y envían a Washington, como si fueran informes preparados desde el escenario local. No sería sorpresivo si esto fuera lo que pasó en estos casos. 3 Bui Tin, que sirvió en el estado mayor del ejército de Corea del Norte, le dijo al Wall Street Journal, luego de su retiro, que el movimiento anti-guerra en los Estados Unidos era “esencial para nuestra estrategia”. 4 Esto, sorpresivamente, está escrito en el informe del “Panel de Alto Nivel sobre Amenazas, Desafíos y Cambios” recientemente emitido por las Naciones Unidas. 5 La cita es de una pieza muy interesante escrita en el Wall Street Journal por Raja Mohan, profesor de estudios sur-asiáticos en la Universidad Jawaharnal Nehru, en Nueva Delhi, quien explica por qué la India, a diferencia de Alemania y Francia y de los liberales internacionalistas en los Estados Unidos, es una entusiasta partidaria de la “Doctrina Bush”. 6 El término deriva, por supuesto, del alemán “realpolitik”, que en si mismo no transmite tan bien la impresión, como la palabra inglesa “realismo”. 7 Es interesante destacar que Hans J. Morgenthau, que era el líder del “realismo” académico de los 50, atacó violentamente a Truman por no reconocer los límites del poder americano. Morgenthau denunció a Truman como mentiroso y demagogo, y predijo que terminaría en la desgracia. Kissinger no está cayendo en este error respecto de Bush. 8 Incluyen, entre otros, “America Unbound: the Bush Revolution in American Foreign Policy”, por Ivo Daalder y James M. Lindsay; “Fear’s Empire: War, Terrorism, and Democracy”, por Benjamin R. Barber; y “Rogue Nation: American Unilateralism and the Failure of Good Intention”, por Clyde Prestowitz. 9 Le debo esta cita a Chris Wieskopf, del American Enterprise Institute, que la acuñó en una obra, reproduciendo el famoso lema del New York Times (“Todas las noticias que es bueno imprimir”). 10 También es cierto que el número de piezas arqueológicas robadas en el Museo Nacional de Irak no fue, como repetidamente se informó, 17.000, sino apenas 1.000 y que muchas de estas últimas eran reproducciones. 11 La revelación fue hecha por Donald Sensing y su nota fue publicada en el sitio RealClearPolitics.com 12 El más notorio fue un libro escrito con el seudónimo “Anónimos” por el analista de la CIA Michael Scheuer, que luego fuera autorizado por sus superiores. 13 Comentando su experiencia como miembro de la Comisión 9-11, el ex Secretario de Marina, John Lehman, escribió que había sido sor-

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AGE N DA I N T E R N AC I O N A L N º 4 La Cuarta Guerra Mundial prendido por muchas cosas que la investigación descubriera, pero no por lo que aprendió acerca de la CIA “Aquellos de nosotros que habíamos servido en el gobierno sabíamos que uno puede esperar que la comunidad de inteligencia esté equivocada respecto de su apreciación de muchas de las amenazas potenciales”. 14 Para no mencionar inventos, uno de cuyos ejemplos es citado por Gabriel Schoenfeld, en el número de diciembre del 2004 de COMMENTARY. Schoenfeld nos dice que Seymour Hersh había descrito una atrocidad que recordaba a My Lai (que Hersh descubriera como reportero en Vietnam, sobre la que construyó su reputación) No hay prueba alguna que permita corroborar esta alegación. 15 Refiero a cualquiera que esté interesado en documentación de detalle al australiano Arthur Chrenkoff que regularmente publica noticias sobre las dos últimas semanas en Irak en su sitio chrenkoff.blogspot.com. El departamento editorial del Wall Street Journal también publicó esos informes en su sitio. Hay un número creciente de sitios, en la misma Irak, que describen cual es la normalidad diaria iraquí, la que es totalmente diferente de la que se pinta en nuestros medios. 16 Cuando en una encuesta a 5.000 iraquíes se preguntara, el 15 de diciembre, en y en los alrededores de Bagdad: “¿Apoya Ud. la postergación de las elecciones?”, el 80% de ellos dijo que no, y solo el 18% dijo que sí. Cuando se les preguntara: “¿Cree Ud que las elecciones deben hacerse en la fecha programada?”, el 83% de ellos dijo que sí y tan solo el 13% dijo que no. La encuesta del Washington Post-ABC News, citada más arriba, delató una menor mayoría entre los americanos, quienes a pesar de ser escépticos acerca de lo que las elecciones conseguirían, también querían que ellas siguieran adelante. 17 Más detalles acerca de cómo la prensa cubrió la cuestión del Tet pueden encontrarse en “Big Story”, de Peter Braestrup, una obra de dos tomos. 18 He tomado prestada esta imagen del mismo Buchanan, que la utilizara en su alocución a la Convención Nacional Republicana, en 1992. 19 Una estratégica práctica acaba de ser propuesta por el “Comité sobre Peligro Real”, del que formo parte. 20 Tim Cavanaugh, en el website de la revista Reason, ofrece un resumen parcial de otros papelones. “Infantes de Marina americanos fueron despedazados en Tarawa porque las acciones de pre-bombardeo de la isla fueron deficientes. Cientos de paracaidistas fueron muertos por armas anti-aéreas americanas durante los aterrizajes en Italia - por esto toda la campaña fue una obvia pérdida de tiempo, recursos y vidas que impidió a los Aliados occidentales involucrarse seriamente en la guerra hasta mediados de 1944. (Si alguien mereció ser removido fue Winston Churchill, cuya obsesión imperial con el bajo vientre del Mediterráneo nos llevó a desastres en ambas guerras mundiales. A fines de 1944, los comandantes aliados fracasaron en anticipar que los alemanes atacarían a través de Bélgica, a pesar de que lo habían hecho en 1914 y en 1940. Abusos y asesinatos de prisioneros, ataques a civiles y bombardeos indiscriminados eran comunes. En una semana cualquiera, la Segunda Guerra Mundial ofreció más catástrofes que nada de lo que se ha visto en la post-guerra de Irak.” 21 “Why Whittaker Chambers Was Wrong”, en COMMENTARY, de abril de 1990.

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