rio a n te n ice b al ci e esp R E V I S T A  D E L

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G. P. I. 25 de Mayo 2010 | El Pellegrini del Año | Historia de la Peña de Golf | Fútbol: copas Bicentenario | Ajedrez: Guillermo Martínez | Castillo de Mandl

JOCKEY CLUB comisión directiva PRESIDENTE Bruno Quintana SECRETARIO GENERAL Diego Norberto Quirno TESORERO Marcelo Condomí Alcorta

COMISIóN DE CARRERAS

COMISIóN DEL INTERIOR

PRESIDENTE Emilio Raúl Dumais

PRESIDENTE J. Esteban Cornejo Murúa

SECRETARIO Edgardo A. Garat

SECRETARIO Guillermo Strada

VOCALES Guillermo M. Álvarez Fourcade Juan Carlos Bagó Horacio Walter Bauer Carlos H. Blaquier Carlos María del Carril Hernán Ceriani Cernadas Juan Carlos Echeverz

VOCALES Daniel C. L. Funes de Rioja Juan de Ganay Tomás González Álzaga Diego M. Ibarbia Iván Didimo Posse Molina Marcos F. Roca Julio Sánchez Sorondo

VOCALES SUPLENTES Carlos Alberto de Corral Ricardo Garat Roberto Enrique Hornos Julio V. Uriburu (h.) Patricio Edmundo Weiss

carta del presidente

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 través de estas líneas quisiera agradecer a todos los que de alguna manera contribuyeron, a lo largo del año, a la realización de los distintos actos conmemorativos del Bicentenario de la Revolución de Mayo, en todos los ámbitos del Jockey Club. El hipódromo de San Isidro fue engalanado y abrió sus puertas a toda la comunidad para el festejo central. Asistieron más de 60.000 personas, que presenciaron el Gran Premio Internacional 25 de Mayo, y disfrutaron del magnífico espectáculo de canciones y danzas folklóricas de grupos venidos de todo el país a mostrar sus destrezas criollas, así como actividades infantiles, exhibición de autos y carruajes antiguos, desfile de agrupaciones gauchas, y las tradicionales bandas militares. En el golf, se disputó la Copa Bicentenario para damas y caballeros. En el Campo de Deportes, tuvieron lugar el Torneo de Fútbol del Bicentenario (Copa 25 de Mayo) y competencias similares para tenis y hockey. Con igual finalidad, se programó un campeonato de polo para socios ex jugadores, que el público podrá disfrutar desde las recientemente remozadas tribunas. Intensa fue la actividad desarrollada en la sede social del Club: la Copa Bicentenario de Espada y Sable por Equipos fue organizada por nuestra Sala de Esgrima, mientras que la de Ajedrez preparó un encuentro literario acerca de la relación entre ajedrez y literatura. En el área cultural, la Comisión de Biblioteca organizó el certamen “Premio Jockey Club de Ensayo Histórico sobre los antecedentes, acontecimientos, protagonistas y consecuencias de los sucesos de Mayo de 1810”. Entre múltiples manifestaciones culturales, hubo gala musical en el mes de abril, conferencias históricas en mayo, y próximamente editaremos un libro conmemorativo del Bicentenario. En el marco de estas expresiones alusivas a la Patria, agasajamos a delegaciones de diversos países, que vinieron a honrar los actos conmemorativos con su presencia. El Bicentenario de la Revolución de Mayo de 1810, y todos los actos y festejos realizados en nuestra institución en torno a esta fecha insigne, deberían ser motivo de inspiración para reflexionar sobre los distintos momentos que vivió la Patria, y contribuir a fortalecer nuestro sentimiento hacia ella. Muchas gracias Bruno Quintana

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Jockey Club Revista para Socios del Jockey Club

Staff

Índice

Director

Alejandro Ramos Mejía colaboran en este número:

Xavier Prieto Astigarraga Gastón Saiz Roberto D. Müller Marysol Antón Miguel Brascó Julie Bergadá

Arte Salvador Curutchet Fotografía

06 Carreras: las distinciones C. Pellegrini 18 Golf: Copa Bicentenario 28 Campo de Deportes 54 Biblioteca: un libro en homenaje al Bicentenario 56 Reciprocidad: el Rand´s Club en Johannesburgo

Archivo Jockey Club

Corrección María Hilda Sáenz TAPA

Carlos E. Pellegrini: "Fiestas Mayas", litografía coloreada perteneciente al álbum Recuerdos del Río de la Plata (Buenos Aires, Litografía de las Artes, 1841). Producción General: ARMediciones www.armediciones.com.ar Propietario: Jockey Club A. C. Av. Alvear 1345 (1014) Ciudad A. de Buenos Aires Hecho el depósito que marca la ley Nº 11.723. Registro Propiedad Intelectual Nº 852525 Impreso en 4 Colores S. A.

estilos 60 El Castillo de Mandl

sumario 10

Carreras

EL G. P. INTERNACIONAL 25 DE MAYO El alazán Fuego e Hierro venció en la tradicional carrera de grupo I, con la que el hipódromo del Club celebró el Bicentenario del primer gobierno patrio. En una jornada brillante, hubo más de 60.000 espectadores y numerosas atracciones. El broche de oro fue un gran recital del cantante folklórico Chaqueño Palavecino. La argentinidad estuvo a tope en un día histórico para la

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Nación, y también para el Jockey.

Golf

LA PEÑA DE GOLF: UNA APUESTA A LA AMISTAD QUE AÚN CONTINÚA Comenzó a fines de la década del 50 bajo el nombre de La Polla de los Jueves, y hasta tuvo su propio estatuto. Hoy continúa vigente esta singular iniciativa de golfistas fanáticos. Muchos relatos se entrelazan para revelar esta gran historia cuyo escenario y

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protagonista es el golf.

Ajedrez

LITERATURA EN BLANCO Y NEGRO En el mes de abril y por iniciativa de la Sala de Ajedrez, visitó el Jockey Club el escritor Guillermo Martínez, quien, en una agradable y concurrida velada, se refirió a dos temas que lo apasionan: ajedrez y literatura. Autor de cuentos, novelas y ensayos, ha recibido varios premios literarios. Es doctor en Matemática y juega al ajedrez desde muy pequeño. Una de sus novelas, Crímenes imperceptibles, fue llevada al cine.

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Suplemento Especial

LA PIRÁMIDE DE MAYO: TESTIGO DE 199 AÑOS DE NUESTRA HISTORIA Para rendir un adecuado homenaje al Bicentenario de la Revolución de Mayo, nada más apropiado que evocar cómo celebraron el primer aniversario de esa gesta incomparable quienes fueron sus protagonistas; aquellos pocos hombres que, con su acción, escribieron las primeras páginas de nuestra vida independiente.

carreras

las distinciones carlos pellegrini

La fiesta anual de los mejores No sorprendió Edwin Talaverano al ganar el premio Pellegrini del Año: el jockey peruano había monopolizado las tres carreras de grupo I de la serie internacional de diciembre, algo jamás conseguido antes. Como si fuera poco, también obtuvo la estadística de clásicos. Y eso que dice que es aburrido... 6

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l Pellegrini del Año es para el jockey que ganó el Carlos Pellegrini, el Anchorena y el Unzué, algo nunca logrado en las treinta jornadas internacionales, y vencedor de la estadística de clásicos de 2009. Señores, el Pellegrini del Año es para este gran jockey, Edwin Talaverano”. La presentación de Bruno Quintana fue solemne pero no sorpresiva: el peruano había descollado meses atrás, cuando en diciembre consiguió lo que nadie. Casi como una triple corona en una sola tarde. Será cosa difícil de igualar aquello de imponerse en una misma reunión en la carrera de fondo, la de milla y la de recta más importantes de una temporada. Por eso, la decisión del Presidente del

Gentileza: Hipódromo de San Isidro

Pág. 6: Bruno Quintana entrega a Edwin Talaverano el Pellegrini del Año. Arriba: el Haras Firmamento recibe en manos de su titular, Dr. Juan Carlos Bagó, el premio al Criador del Año.

Jockey Club no podía dar lugar a mucha discusión: lo de Talaverano había sido histórico. Y si a alguien le quedaba alguna duda, allí tenía el lauro de máximo triunfador en pruebas jerárquicas para ayudarlo a definirse. Colosal año, en efecto, del ganador del Gran Premio Internacional Carlos Pellegrini (2400 metros) con Interaction, del Joaquín S. de Anchorena (1600) con Maruco Plus, y del Félix de Álzaga Unzué (1000) con Llorón Cat. Pero hay más: el piloto que corría en Monterrico conquistó también el Gran Premio Jockey Club (2000) a bordo de Interaction, y el Copa de Plata (2000, hembras) sobre el lomo de Kalath Wells. Por ende, se adjudicó las cinco competencias más relevantes del calendario en el escenario más trascendente del país, el de San Isidro. ¿Alguien lo igualará alguna vez? El reconocimiento a Talaverano resultó el punto culminante de una noche especial de las distinciones Pellegrini, que cada año tienen su fiesta en el tattersall del hipódromo del Club. En este caso se celebró el 20 de mayo, en plena restricción a los traslados de

caballos en Buenos Aires por el brote del virus de arteritis viral equina. Sin embargo, la reunión tuvo aun más brillo que el habitual. Y por momentos desbordó de sensibilidad. Como cuando Quintana se

dirigió a Lorena Torres, la aprendiz que pasó casi diez meses en coma, y le dijo: “Estás dándonos clases de superación”, a lo que ella contestó: “No voy a correr más, pero los caballos seguirán siendo

Los éxitos y lo que falta En la reunión de las distinciones Pellegrini no faltó el repaso de logros y de materias pendientes. En palabras de Quintana, hubo valiosa presencia argentina en foros internacionales, un importante encuentro de laboratorios de control de sustancias prohibidas, una mejora del canal hípico, actividades solidarias, un nuevo centro de cómputos y software, un crecimiento del 9% en las apuestas; a la vez, inquietud por la menor participación del turf en el juego provincial. “Centramos nuestros esfuerzos, al igual que en 2008, en mejorar la infraestructura”, destacó el Presidente del Club, que, por su investidura, es el encargado de dirimir el dueño del premio Pellegrini del Año. En cambio, quienes seleccionan a los vencedores en las 17 ternas son profesionales y periodistas de la actividad. La lista es la siguiente: Asociación Cooperativa de Criadores de Caballos S. P. C. Ltda.; Asociación de Periodistas de Turf de Buenos Aires; Asociación de Propietarios de Caballos de Carrera; Asociación Gremial de Profesionales del Turf; Círculo de Propietarios de Caballerizas S. P. C.; Criadores Argentinos del Sangre Pura de Carrera; los diarios Crónica, La Prensa, Clarín y La Nación; las revistas Palermo, Puros de Carrera, Informe Turf, Todo a Ganador, Turf Diario y Argentina Turf Magazine; y los programas televisivos Revista del Turf, Campana de Largada y Turf x 3.

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carreras

Todos los ternados MEJOR DOS AÑOS HEMBRA Ishitaki

Leading the Way True Passion

MEJOR DOS AÑOS MACHO Interaction San Livinus

Enak

MEJOR TRES AÑOS HEMBRA Kalath Wells La Charmante

La Severa

MEJOR TRES AÑOS MACHO Interaction

Don Valiente

Storm Chispazo

MADRE DEL AÑO Inter Rails

La Gran Portada Queen Tango

MEJOR YEGUA ADULTA Cayaya

Ollagua

Dando Amor

YEGUA DEL AÑO Kalath Wells

Dando Amor

Ricardo Garat entrega el premio Jockey del Año a Edwin Talaverano.

mi pasión”, respuesta que puso de pie e hizo aplaudir a toda la concurrencia. O como cuando Juan Carlos Bagó, que recibió su séptimo Pellegrini por Haras Firmamento como criador, recordó “al maestro con cariño”, en una cálida evocación de Hernán Ceriani Cernadas, fundador de La Quebrada. De todos modos, los fanales de la velada se centraron en el gran hombre de la noche. Nadie tuvo dudas de que sería Talaverano, salvo... el propio galardonado. “Fue una noche impresionante. No esperaba ser el Pellegrini del Año. Es un orgullo. Algo importante en mi carrera”, manifestó el jockey. Tanto valoró el reconocimiento que destinará un lugar especial para la estatuilla. “Será el premio principal. Y voy hacer como una herradura para colocarlo en el medio de mis otros trofeos”. Finalmente, comentó en tono humilde: “Soy un poco aburrido para estas cosas, pero estoy emocionado...”. Si Edwin es aburrido de saco y corbata, poco importa. El espectáculo lo da en las pistas. Xavier Prieto Astigarraga

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MEJOR VELOCISTA Llorón Cat Qué Vida Buena

Crazy Plus

MEJOR MILLERO Maruco Plus

El Garufa

Snapy Halo

MEJOR FONDISTA Interaction Life of Victory

Calidoscopio

MEJOR CABALLO ADULTO Life of Victory

City Banker

Maruco Plus

JOCKEY DEL AÑO Pablo G. Falero

José R. Méndez

E. R. Talaverano

ENTRENADOR DEL AÑO Carlos

Juan Carlos

Alfredo

Daniel Etchechoury Etchechoury (h.) Gaitán Dassié

PADRILLO DEL AÑO Easy Along

Bernstein

Orpen

CABALLERIZA DEL AÑO Haras Futuro

El Gusy

Rubio B.

CABALLO DEL AÑO Interaction

Kalath Wells Life of Victory

CRIADOR DEL AÑO Haras

Haras La Quebrada Haras Orilla del

Firmamento

Esteban Cornejo Murúa entrega a Alfredo Gaitán Dassié el premio al Entrenador del Año.

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Monte

MENCIÓN ESPECIAL sección Carreras del diario La Nación

gran premio internacional 25 de mayo

En San Isidro, la Patria festejó a lo grande... El alazán Fuego e Hierro venció en la tradicional carrera de grupo I, con la que el hipódromo del Club celebró el Bicentenario del primer gobierno patrio. En una jornada brillante, hubo más de 60.000 espectadores y numerosas atracciones. El broche de oro fue un gran recital del cantante folklórico Chaqueño Palavecino. La argentinidad estuvo a tope en un día histórico para la Nación, y también para el Jockey.

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l importante número de personas que expresaron su argentinidad en las calles de Buenos Aires el 25 de Mayo, hay que agregar unas 60.000 que dieron vida al hipódromo de San Isidro en aquel agradabilísimo martes del Bicentenario

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del primer gobierno patrio. Como los de aquella del centro porteño –la mayor concurrencia de la historia nacional–, estos ciudadanos disfrutaron números musicales y atracciones varias y se sintieron más celestes y blancos ese día. Así, por ejemplo, cuando escucha-

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ron a las bandas de diferentes fuerzas de seguridad, presenciaron las actuaciones de los grupos folklóricos de canto y danza o comieron locro y empanadas, dos de los alimentos más típicos de esta tierra. Y cuando –los más chicos– asistieron a obras de teatro alusivas al tiempo de la colonia y la posterior autonomía criolla. Claro que, si de jornada de hipódromo se trata, el corazón está en las carreras. Y, lógicamente, aquel fue el día del Gran Premio 25 de Mayo, la competencia más importante del primer semestre en el circo hípico del Jockey Club, con una multitud propia de las grandes celebraciones en San Isidro, superada en magnitud solo para el Gran Premio Carlos Pellegrini. Como siempre, se tuvo muy en cuenta a los niños, que pudieron, entre las 14 y las 20, en el salón Tattersall, deleitarse con juegos para chicos de 4

Fotos: Hipódromo de San Isidro

carreras

El intendente de San Isidro, Gustavo Posse, y el Presidente del Jockey Club en la premiación del G.P.I. 25 de Mayo 2010.

a 14 años. Lo más sustancioso, claramente, estuvo en la obra Personajes con historia de 2010, puesta en escena por el Grupo de Teatro Infantil y el coro de la Escuela San Martín de Tours, y cuyo núcleo consistía en las entrevistas que tres periodistas realizaban a próceres al día siguiente de la crucial Revolución de Mayo. Entre las actividades que abundaron en tan célebres feriado y escenario hubo exhibiciones de autos y carruajes; destrezas hípicas; una muestra de decoración de carrozas de época; otra, frente a la tribuna oficial, de obras de arte, que incluyó caballos en tamaño real elaborados por Ricardo Fanelli y Juan Pablo Deplá. Lo más extendido, de todos modos, fue la música, que tanto gusta a la gente. Las bandas presentes fueron las del Grupo de Artillería 1 Brigadier General Tomás de Iriarte, la de la Policía Federal Argentina y la del Regimiento de Infantería 1 de Patricios. Y actuaron numerosos exponentes del folklore, uno de los géneros musicales por antonomasia del país: Academia Folklórica La Media Caña, Ballet El Ceibal, Ballet Huaico Hondo y Ballet Udaondo, y los conjuntos Yuchan, Raúl Palma y Los Colorados. Todo, con el ya habitual apoyo del Gobierno municipal

de San Isidro, cuyo intendente, Gustavo Posse, es un infaltable en las grandes citas hípicas del Jockey. Uno de los momentos más coloridos y que los pequeños gozan más que nadie fue la siempre vistosa suelta de palomas. Estuvo a cargo de la Federación Colombófila Argentina y ocurrió pocos minutos antes de la carrera central, el punto turfístico por excelencia. Como para estar a tono, la prueba había recuperado su valioso rango de internacional, es decir que prescribía peso por edad, con descargo de dos kilos para las yeguas, y estaba abierta a todo caballo de tres años y más edad oriundo de cualquier país. El salto de categoría fue de la mano con el incremento de los premios, por cierto bien suculentos esta vez: 434.000 pesos en total, de los cuales 280.000 eran para el ganador, 70.000 para el escolta, 42.000 para el tercero, 28.000 para el cuarto y 14.000 para el quinto. Sin embargo, una circunstancia poco afortunada impidió la presencia de ejemplares extranjeros: la restricción de circulación de caballos por Buenos Aires, a raíz de un brote de arteritis viral. No intervinieron representantes foráneos, entonces. Sin quererlo, la competencia se hizo más albiceleste

Fuego e Hierro.

en un día patrio, con doce inscriptos locales. Terminaron corriendo nueve, aunque la cifra más bien baja de participantes no anuló la calidad de la oferta. Estaba el gran Life of Victory, nada menos que el campeón del Pellegrini de 2008. También, Calidoscopio. Y Brave Halo, además. No obstante, el favorito para los apostadores era Fuego e Hierro, que venía de triunfar el 24 de abril en el clásico Porteño, de grupo III y 2400 metros, en la misma pista. Volaron las palomas y se largó el show principal de la tarde. Los 2,4 kilómetros eran sobre un césped desfavorable, por húmedo –producto del clima– y alto –consecuencia de la resiembra del 19 de abril–. Un poco por eso, y bastante por el esquema de carrera que se dio, el tren de marcha resultó lentísimo: 29”11/100 para los primeros 400 metros, 56”74/100 para los 800 (27,63” para los segundos 400), 1’23”65/100 para los 1200 (26,91”). Media distancia cumplida y más que carrera parecía que había paseo. Como si nadie quisiera ser el puntero. Y el que lo era, Brave Halo, a falta de rivales que lo atoraran, avanzaba despacio, como reservando energía para el lapso de la definición. Tan atípico era el desarrollo que Life of Victory, un atropellador, se ubicaba nada menos que segundo, a tres

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Una multitud colmó las tribunas del hipódromo de San Isidro.

El Chaqueño Palavecino fue el gran animador de la jornada.

cuerpos en la recta opuesta, y apenas detrás, Fuego e Hierro, un tercer alazán a quien el mapa de la carrera le cuadraba bien para su plan. El tiro derecho final, allí donde todos aceleran si les quedan fuerzas, planteaba viento en contra. No obstante, los parciales mejoraron muchísimo: 23,84” entre los 1200 metros y los 1600 (1’47”49/100 totales hasta entonces), 24,11” de los 1600 a los 2000 (2’11”60/100) y 24” para los últimos cuatro hectómetros. En ellos cambió de líder la justa. Fuego e Hierro había superado ya a Life of Victory antes de que completaran la curva y se lanzó a la vanguardia. Brave Halo, aún fresco, resistió. Fue un cabeza a cabeza hasta a 150 metros del disco, con el ex vencedor del Pellegrini cerca de ambos y listo para aprovechar cualquier flaqueza. No las hubo por parte de Fuego e Hierro, que traccionó con más vigor que nadie y llegó a la meta con dos largos de ventaja sobre Life of Victory y dos más respecto a Brave Halo. Así, arribaron en el orden inverso al que habían mantenido en buena porción de la prueba. Poco importó que el tiempo total, de 2’35”60/100, estuviera unos 11 segundos por encima del de un Pellegrini normal; puso contentos a muchos el potrillo ganador. Por ser el más elegido en las

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Los bailes tradicionales, una muestra de argentinidad.

boleterías y por finalizar primero hizo bramar a gran parte de la concurrencia en las zancadas definitorias. Y dio a sus propietarios y grupo de trabajo la satisfacción que tanto esperaban, luego de varios arrimes y amagues en compromisos trascendentes. Se trató de su victoria más relevante, en una campaña ciertamente reluciente: sobre veinte salidas consiguió cinco éxitos, y tres de ellos de categoría clásica. Si de reluciente se habla, es oportuno señalar la racha de Edwin Talaverano. El piloto que condujo a Fuego e Hierro extendió con él su seguidilla de grandes triunfos, que hizo cúspide en la serie internacional del Gran Premio Pellegrini 2009 y que le valió la distinción Pellegrini del Año por parte del ambiente del turf. “Todos los grandes premios son especiales, y esta vez tenía un plus, porque al hipódromo vino muchísima gente”, valoró el peruano al destacar la masiva afición que movió 2.950.000 pesos en apuestas. El jockey hizo doblete en el 25 de Mayo, pues lo había obtenido doce meses antes a bordo de la hembra Escamonda, por una cabeza. ¿Contra quién? Nada menos que... Life of Victory, una suerte de bisubcampeón de esta carrera. Mención de honor

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para el alazán tostado, que con siete años de edad en la primera mitad de 2010 se mantenía vigente, tras su gran conquista de 2008, el Pellegrini. Fue el último en ganarlo antes de Interaction con Talaverano. El jinete limeño, en cierto modo, imprimió en este Gran Premio 25 de Mayo ese toque de internacionalidad que faltó entre los caballos. Y a la vez quitó algo de argentinidad en el resultado. Pero el rasgo reapareció poco más tarde, en la actuación del folklorista Chaqueño Palavecino. Apenas concluida la reunión, el carismático cantante se presentó con diez músicos en un escenario montado frente a la tribuna popular. Casi nadie se había ido del lugar. Claro: no es cosa de todos los días poder concurrir gratuitamente a un recital semejante. Constituyó un brillante cierre para una jornada memorable en San Isidro, la del Bicentenario de aquella gran efeméride nacional. Ese 25 de Mayo, el del año 1810, instauró en el virreinato un germen independentista grabado a fuego y fuerte como el hierro. Dos siglos después, el Gran Premio 25 de Mayo tuvo esos mismos elementos. En forma de caballo, claro. De caballo campeón. Xavier Prieto Astigarraga

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postales del 25 de mayo

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postales del 25 de mayo

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GOLF

COPA BICENTENARIO

Seis para triunfar

Manuel Vidal, Marcos Paz, Alberto Lóizaga, Julio González Bernaldo, Santiago H. Crespo e Ignacio Rosner trazan su propio perfil como jugadores y cuentan sus fórmulas para la victoria. 1 8

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El Club House del golf.

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Archivo Jockey Club

El green del hoyo 14 de la Colorada.

Alberto Lóizaga (10-12): “La meditación permite lograr una nueva conciencia”

Figura entre los nombres principales de la categoría scratch. Como si respetase una constante, Manuel Vidal exhibe su chapa de candidato en cada cita grande de la temporada del Jockey Club. Siempre está y muchas veces gana, como las cuatro copas del Club que se adjudicó en 1994, 1996, 1997 y 2002. Pero más allá de los trofeos que lucen en las vitrinas, ahora se permite disfrutar a pleno en las canchas Azul y Colorada. “A los 33 años, me divierto hoy más que antes, soy mejor jugador. Lo noto en las decisiones que tomo y en lo bien que la paso dentro del campo”, relata Manuel, que se llevó la Copa Bicentenario con un score de 68 el último día. “Está bueno porque es un torneo que se juega una vez cada 200 años”, bromea. Es scratch desde los 16 y practicó muchísimo desde aquellos tiempos para alcanzar el nivel actual. “Mirá que le metí, ¿eh?”, reconoce. Si bien ahora juega con menos frecuencia, se volvió más sabio en este deporte: “Estoy más seguro en cuanto a mis limitaciones y sé por dónde tengo que ir en cada hoyo”, apunta Manuel, que suele barnizar sus recorridos con gran precisión arriba del green. “Estoy rachero cerca de la bandera y hay que aprovecharlo”, asegura, con el deseo de prolongar su buen momento. No habrá que esperar mucho para tenerlo de nuevo en lo más alto.

No mira el leaderboard ni especula con números ni posiciones. Marcos Paz siente el golf de manera lúdica, aunque aparezca peleando palmo a palmo una copa como la del Bicentenario, donde finalmente se coronó en la categoría de 0-9. Para que no queden dudas, hay que escucharlo: “Juego para divertirme y después, una vez que termino la vuelta, veo cuánto hice. Es muy lindo ganar, pero la verdad es que no me cambia nada. Participo de los torneos más allá de la chance de obtener el título”, explica. Usualmente encuentra soluciones con el approach y putt, quizás recordando las primeras enseñanzas recibidas en las clases colectivas para chicos en la cancha de polo. Por entonces, Franco Marchioni era su guía golfística, aunque hubo un personaje decisivo: “Por mi papá Alberto, un gran entusiasta, empecé con el golf. Originalmente, a mí me gustaba el tenis”, comenta. Su amor propio y esa soltura para encarar cada vuelta lo condujo a lograr algunas proezas personales, como aquellos tres hoyos en uno. Los recuerda con humildad: “Fueron dos durante torneos (el hoyo 14 de la Azul y el 17 de la Colorada) y el restante en una vuelta común, en el 7 de la Azul, el año pasado”. En todas las oportunidades, en el hoyo 19 descorchó champán para todos los amigos… tal como indica la tradición.

Gentileza: Albert o Lóizaga

Gentileza: Marcos Paz

Marcos Paz (0-9): “Es muy lindo ganar, pero no me cambia nada”

Club Archivo Jockey

Manuel Vidal (scratch): “Hoy me divierto más que antes”

Definitivamente, el perfil de Alberto Lóizaga escapa del molde. Este médico clínico y psicoanalista observó que casi todos sus pacientes padecían de estrés y tensión. Entonces, un día comenzó a incursionar de lleno en las técnicas de meditación. Para ello viajó varias veces a la India, estudió a fondo el tema y escribió su segundo libro, Ser uno mismo en el golf. La obra es una suerte de guía espiritual para golfistas: “La meditación permite lograr una nueva conciencia de uno mismo, el costado afectivo, que se distingue del intelecto. Esto también se aplica en el golf para estar atentos al golpe y para que no nos distraigan nuestros propios pensamientos, tanto los positivos como los negativos”, explica Lóizaga, que comenzó a jugar a los 50 años (hoy tiene 64) y en su momento llegó a bajar el hándicap de 25 a 8. Fundador del Centro Actitudes que Sanan y pionero en el ámbito de la medicina mente-cuerpo, Lóizaga vivió una situación particular en la última Copa Bicentenario: “En el hoyo 18 estaba en dos golpes en el green y de repente me distraje. Haciendo el putt de práctica toqué accidentalmente la pelota. Me había quedado un putt de 5 metros, y si no hacía ese par me empataban. En lugar de ponerme de mal humor, procuré seguir con igual actitud, suelto, sin ataduras. Afortunadamente, visualicé el hoyo e hice el par”.

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GOLF

Julio González Bernaldo vibra con este deporte desde todos los ángulos posibles. A los 61 años es el subcapitán de la Comisión de Golf y durante mucho tiempo se desempeñó en la Comisión de Reglas de la AAG. Su labor es tomar exámenes de hándicap, redactar las reglas básicas y actuar como oficial de los torneos. Además, como buen ingeniero, le apasiona la tecnología de los palos y se da maña para cambiar varas y grips. Al margen de su triunfo en la categoría de 13-17, no oculta su orgullo por la generación de jugadores que representa al Club en los torneos Interclubes: “Manuel Vidal, Junior Sánchez Sorondo (h.), Diego Hernández, Gastón Morgan, Juan Ignacio Bialet y Agustín Hope, entre otros, andan muy bien como aficionados. A pesar de lo que le cuesta a cualquier chico empezar a jugar en el Club por la falta de espacio en las canchas, se armó una buena camada”, refiere con entusiasmo Julio. Tantos años en el ruedo lo llevaron a concluir que un jugador se hace a sí mismo a partir del conocimiento de su swing. Y pone el ejemplo de los profesionales: “Para alcanzar el éxito no hay que meterse en un laboratorio y corregir todo; al jugador solo hay que darle algunos consejos y dejar que este haga sus propios retoques con inteligencia. Sé que en Estados Unidos los profesores intervienen muy poco en el swing de sus dirigidos”.

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Ignacio Rosner (25-36): “Fue una mezcla de tozudez y jugar en el día adecuado”

La falta de continuidad y algún altibajo en su juego no lo amilanan. Santiago Crespo entiende el golf como un reto permanente que repercute en el temperamento y, por ende, en el score. Entonces, a los 44 años se entrega sin concesiones, aunque a veces sean más las frustraciones que las alegrías. “Hoyo tras hoyo renuevo ese desafío, y aspiro algún día a alcanzar un dominio del juego que me permita divertirme más seguido en la cancha sin la necesidad de recurrir a la ayuda de alguna cerveza”, bromea. Como el resto de los jugadores, padeció las condiciones cambiantes en la Copa Bicentenario: “Finalicé la primera jornada tercero, con 69 golpes, y al día siguiente amaneció con mucha lluvia, viento y frío. El Club no suspendió la copa ese día y salimos a la cancha junto con Ignacio Rosner, que venía primero en la otra categoría. Después de los 18 hoyos de la Azul, presenté una tarjeta con 109 golpes (neto), para así triunfar con 178”. Santiago desenfunda una llamativa anécdota familiar: “Siempre quise ganar una copa con mi padre de compañero. Hace algunos años jugamos un fourball a la americana y empleamos 59 golpes. Estábamos en el bar festejando un seguro triunfo y entró el Tolo Caprile para contarnos que había ganado con 58. Por suerte, el tiempo nos dio otra oportunidad y este año, con mi padre bastante retirado de las canchas a sus 85 años, nos dimos el gusto de ganar la Copa Enrique Bertolino".

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Gentileza: Ign acio Rosner

Gentileza: Santiago Crespo

Santiago H. Crespo (18-24): “Me di el gusto de ganar una vez con mi padre”

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Julio González Bernaldo (13-17): “En el Club se armó una buena camada”

Con descarnada honestidad, Ignacio se define de esta manera: “Nunca estuve del lado de los buenos. Lo mío es concentración, persistencia y desarrollar una rutina”. Con esa fórmula se impuso en la Copa Bicentenario en la categoría 25-36. “Fue una mezcla de tozudez y jugar en el día adecuado. Con Santiago Crespo nos dimos ánimo para salir a la cancha bajo ese temporal escocés; realmente llovía a mares”. Un hombre como Rosner, que toda la vida practicó deportes explosivos como el rugby y que fue atleta en carreras de aventura, no iba a retroceder ante ese complicadísimo panorama, con una cancha que al final de la jornada ya presentaba charcos. Sin embargo, reconoce las dificultades del golf: “No es un deporte de máxima intensidad como otros que jugué, pero exige mucho más de la cabeza y te obliga a manejarse con humildad. Hay que olvidar el error anterior y convencerse de que cada golpe es una nueva oportunidad”, reflexiona. Como todo triunfo trae aparejado un plus de confianza, Ignacio procura seguir su evolución golfística a los 52 años: “Me considero un jugador fuerte en el verano y trabajo para mejorar. En esta última copa tuve muy buenos síntomas, porque arranqué en el hoyo 1 con un birdie, algo inusual, metí un putt de 9 metros en el 7 de la Colorada y llegué en dos golpes en un par 5. Eso me entusiasma”. Gastón Saiz

GOLF

protagonistas

La Peña de Golf, aquella apuesta de románticos incurables

Alfredo Boly, Raúl González Llamazares y Luis Bilbao La Vieja, tres fundadores que siguen en carrera.

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ientos de relatos se entrelazan para revelar la gran historia del Jockey Club. Uno de ellos versa sobre la Peña de Golf del Club, a la que podría calificarse como una iniciativa de golfistas entusiastas o… un plan de románticos unidos por una sincera amistad. Este emprendimiento ha sido tan rico en anécdotas y vivencias que existe bibliografía sobre el tema. En noviembre de 2000, José Octavio Clariá Olmedo plasmó en varias páginas tanto el nacimiento y desarrollo de la Peña como

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su acta de fundación y los versos alusivos escritos por Pablo R. Gorostiaga. A su vez, el capítulo 21 del libro Hiel y miel, de Julio Avellaneda, describe con numerosos datos esta aventura que ya acumula cinco décadas de vigencia. Además, perdura el recuerdo vivo de Raúl González Llamazares, uno de los pioneros, cuya envidiable lucidez a los 86 años le permite rescatar muchísimos momentos con precisión de fechas y cifras. Entre 1957 y 1958 se sitúa el punto de inicio de este increíble proyecto.

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Foto: ARM

Comenzó a fines de la década del 50 bajo el nombre de La Polla de los Jueves, y luego hasta tuvo su propio estatuto. Hoy continúa vigente esta singular iniciativa de golfistas fanáticos.

El bar.

Surgió de un grupo de amigos que tuvo la intención de “cortar” la semana jugando al golf como una forma de obtener mayor rendimiento y, a la vez, dosificar energías. Originalmente se había elegido el miércoles como día intermedio, pero pronto se trasladó al jueves porque aquel espacio estaba ocupado por el Día de Premios para las mujeres golfistas. No se trataba de gente desocupada, sino de abogados, escribanos, médicos, contadores y profesionales de distintas actividades que oscilaban entre los 40 y 50 años.

Foto: ARM

Foto: gentileza Nené Sastre

Richard Sastre entregándole un premio a Osvaldo Arriola. Detrás, Luis Brea.

Isaías el Gordo Ramos Mejía.

Richard Sastre, Miguel Quinteros, Mario Goñi, Ramón Chozas, el “Peje” Serigós, Jorge Fauzón Sarmiento, Pepe Clariá y el "Alemán" Busch Frers, integrantes del grupo inicial, se volvieron expertos en eludir compromisos laborales los jueves, aunque no por ello alteraron sus obligaciones semanales. Malabares, que le dicen. El escenario de lo que pronto se daría en llamar La Polla de los Jueves fue originalmente el campo Municipal de Palermo. Clariá rememora en sus páginas: “Cuando se produce la recuperación del Jockey Club, y al tiempo la habilitación del golf para sus socios, el grupo dejó Palermo y trasladó sus actividades al Club. Allí se incorporaron enseguida otros amigos, como Raúl González Llamazares y Roberto Aldao. Esto ocurrió, seguramente, a mediados de 1959”. Con la posterior llegada de Julio Avellaneda, Alfredo Elizalde, Jorge del Carril, George Suárez y “Pilo” Villafañe se instrumentaron regularmente tres o cuatro four balls con una modalidad a la americana, y se pusieron en juego diversos montos de dinero todos los jueves. “En la polla poníamos 10 pesos,

turf. La idea era no solo medirse en los campos de golf o en mesas de paño con cubiletes, sino compartir la suerte de un pingo que competiría en las pistas de Palermo y de San Isidro. Como en varios momentos de la charla, a González Llamazares le brillan los ojos cuando trae a la mente la nobleza de aquel equino: “La compra del caballo, en 1962, fue muy divertida. Lo tomamos como un acto fundacional de la polla. Recuerdo que cada uno de nosotros puso 15.000 pesos para adquirir a Dudo, al que tuvimos prácticamente un año. Y, finalmente, cada uno obtuvo 17.000 pesos, ya que el caballo ganó una de sus primeras carreras en San Isidro por medio pescuezo y luego otra en pista de arena por… ¡once cuerpos! Por último, Dudo se vendió y se lo llevaron a Francia como caballo de salto. Así, quedó disuelta la sociedad Dudo S.R.L.”. Durante aquella temporada “turfística” de la polla, se organizaba un asado mensual en la casa de quien cuidaba el caballo, el señor Eduardo Génova, que tenía el stud detrás del hoyo 2 de la cancha Colorada. Fueron momentos únicos, porque Dudo ayudó a estre-

eran cifras simbólicas. Había algunos miembros a los que les gustaba jugar sus partiditos más o menos fuertes, pero en general eran posturas modestas que servían como estímulo”, apunta González Llamazares. Durante años dominó la informalidad a la hora de anotarse, sortear las parejas y confeccionar las salidas. Al respecto, escribió Avellaneda en Hiel y miel: “El sorteo reglamentario se hacía con un bolillero y a cada uno le correspondía el número de su arribo al bar. Mediante una ´pequeña prima´ señalada de antemano, el oficial del día practicaba la operación, seguida con gran interés, pues todos querían que les tocara en suerte un jugador pistolero”. Pero no solo de golf se nutría este grupo. También entusiasmaba el momento del copetín, el almuerzo, los naipes y el dudo, entretenimiento con dados. Este juego despertó tanto arraigo que normalmente había que agregar mesas auxiliares en el bar. Dudo, incluso, fue el nombre de bautismo de un caballo de carrera que los 21 integrantes de la polla adquirieron por sugerencia de Jorge del Carril y Julio Avellaneda, expertos hombres del

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Foto: Horacio Damianovich

GOLF

El bar del golf, testigo de mil historias.

EL ACTA FUNDACIONAL El 15 de diciembre de 1966, sesenta socios del Jockey Club firmaron un acta en la que se dejaba constancia de la fundación de la Peña de Golf como “Asociación Civil”. Veintidós artículos terminaron de darle forma oficial a este sueño golfístico-social. Los pioneros fueron: Roberto Aldao, Ricardo Álvarez de Toledo, Osvaldo Arriola, Julio Avellaneda, Alberto Becerra, Luis Bilbao La Vieja, Alfredo Boly, Jaime Braceras, Luis Brea, Eduardo Busch Frers, José Casal, Carlos Cademartori, Jorge S. del Carril, José Clariá Olmedo, Roberto Condomí Alcorta, Carlos Cossio, Edmundo Donnelly, Alfredo Elizalde, Miguel Etchegaray, Néstor Escasany, Cristian Finde de Salverda, Pedro Gandulfo, José Garrido, Fernán González Guerrico, Raúl González Llamazares, Mario Goñi, Archie Goñi, A. González Parente, Roberto Herman, C. Huff, Luis Iriarte, Luis Labarthe, A. Lauro Lagos, Luis Lamarca, Julio Martínez Medrano, Juan Mulleady, Juan Moy, Raúl Pizarro Miguens, Jorge Peña, Emilio Pereyra Iraola, Ricardo Quesada, Isaías Ramos Mejía, Juan F. Ramos Mejía, Federico Ramos Mejía, Luis Robirosa, Héctor Rodríguez Bidegain, Alfredo Rueda, Félix San Martín, Ricardo Sastre, Santiago Serigós, Néstor Solari, Eduardo A. Suárez, Jorge Suárez, Carlos Travers, Jorge Udaquiola, Eduardo Udaquiola, Atilio Viale del Carril, Carlos A. Vila Moret, Tomás Villafañe Tapia, Víctor Zemborain y Luis Zorraquín. Oscar G. Schveim, ex capitán de la Peña, estuvo ausente con aviso en la firma del acta.

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char la amistad de los fundadores y les imprimió una dosis extra de adrenalina por ser dueños de un caballo de carrera. De esa forma, la expectativa se mantenía siempre bien arriba. Pero los incentivos no se detuvieron allí: se instauró el Premio Desafío, que se disputó durante los cuatro jueves de septiembre de 1967 y para participar cada uno elegía libremente a un compañero. Ya no se trataba de apuestas simbólicas, sino de montos más elevados. “Fue un torneo que se armó con un sistema mediante el cual se formaban parejas y cada una se remataba”, apunta González Llamazares, justamente el ganador de este trofeo en compañía de “Balita” Udaquiola, la pareja más módica en el remate. De la recompensa que obtuvo, Raúl terminó donando la totalidad del monto, que se dirigió fundamentalmente a la iniciativa de la “Ayuda al Caddie”.

José Pepe Clariá Olmedo.

La Polla de los Jueves alcanzó tal grado de desarrollo y complejidad e involucró a tantos socios que decantó en La Peña de Golf del Jockey Club, con estatutos propios. Los dos primeros artículos de su reglamento respetaron la línea de la idea primigenia: “Cultivar y difundir la práctica del golf dentro y fuera de la institución” y “Estrechar vínculos de camaradería y amistad entre los socios del Jockey Club”. La presidió José Casal hasta 1977, año en que renunció y pasó a llevarla adelante José Clariá Olmedo. Valga la aclaración: también tuvo detractores el alumbramiento de la Peña. Ellos sostenían que funcionaba como “un club dentro de un club”, afirmación falsa según los fundadores. Sin embargo, el tiempo diluyó los cuestionamientos y, tras su oficialización, cesaron definitivamente. Uno de los grandes temas para los jugadores era la conservación del hándicap, casi como si fuese el pan de cada día. El 12 de septiembre de 1973 se dio un caso extraordinario en la cancha Azul: González Llamazares hizo hoyo en uno en el par 3 del 14. Lo acompañaban Luis Iriarte Udaondo y los hermanos Johnny e Isaías Ramos Mejía. Resulta que el “Gordo” Ramos Mejía empleó dos golpes

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Foto: gentileza Patricio Avellaneda

foto: gentileza familia Clariá Olmedo

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Julio Avellaneda.

en el mismo hoyo, pero como tenía un tanto de ventaja en ese par 3 de 140 yardas, también se apuntó un golpe, empatando el hoyo. Una coincidencia muy singular en el golf. Por supuesto, luego vendrían varias rondas de whisky, pagadas por Raúl, tal como indica la tradición. Además de la organización de los torneos internos de golf, los viajes se hicieron cada vez más frecuentes por las invitaciones de distintos clubes amigos. Los primeros destinos fueron Alta Gracia, Mendoza, Yacanto y Ascochinga. En mayo de 1968, las giras golfísticas tocaron Europa, con visitas al Club Puerta de Hierro de Madrid y el Real Automóvil Club de Londres. En ambos casos, el recibimiento resultó magnífico. Los periplos siguieron por Montevideo, el Mar del Plata Golf Club, Rosario Golf Club, Villa Allende y tantos otros lugares que fortalecieron la identidad de este proyecto. “La sensación con la Peña era que algo muy bueno siempre estaba por suceder. Había mucha inventiva, y por eso se fueron generando, gracias al golf, actividades y programas que abrieron muchas puertas. Hasta hubo sketches de teatro después de las entregas de premios”, rememora González Llamazares, que conserva el blazer con el escudo del

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grupo, diseñado con el dibujo de un palo de golf, dados a su alrededor y un pájaro. Aquellos legendarios shows artísticos eran armados y dirigidos por dos talentos, Mariano y Susana Herrera Sastre, que lograron festejadas representaciones y fomentaron la veta actoral de inesperadas “estrellas”. Asimismo, brillaba Pablo Gorostiaga, que encarnaba al poeta “Anastasio de la Polla”. En sentidas estrofas, describía con mordacidad e ironía el perfil de cada uno de los miembros de esta compañía de golfistas. Con otros nombres pero con el mismo espíritu, la Peña continúa hasta el día de hoy. “Se mantienen las costumbres de antes; las parejas para los torneos siguen sorteándose y siguen las giras a los ya tradicionales lugares, como Tandil, Yacanto, Paraná, etc.”, agrega con cierta melancolía Raúl, uno de los que siguió las huellas imborrables de la Peña. Aquello fue un proyecto de locos, una manera diferente (y más divertida) de vivir la vida. Gastón Saiz

campo de deportes

Homenajes del Bicentenario

El fútbol y el tenis también festejaron los 200 años

El altar de los trofeos del Bicentenario.

En vísperas del 25 de Mayo, un certamen en el Club reunió a 500 jugadores de seis categorías; en los courts, otro motivo para celebrar.

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os festejos por el Bicentenario también se manifestaron en el fútbol. En vísperas del 25 de Mayo, a lo largo del fin de semana del 22 y 23, se jugó un certamen alusivo en el que intervinieron nada menos que 500 jugadores de diversos clubes, con el dato distintivo de las entidades uruguayas Woodlands y Stella Maris. Muestra elocuente de la pasión con que se disputó es la final de los mayores de 50, jugada entre el Jockey Club y Atalaya, que se desarrolló bajo una lluvia torrencial sin que el clima

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desfavorable amilanara a los futbolistas. Finalmente, el título en esa división quedó para nuestro Club. Los equipos rosarinos del Jockey Club dominaron en tres categorías (Sub 15, Sub 18 y mayores de 40), y, entre los Sub 21 y en la categoría libre, se coronó CUBA. El sábado 22 por la noche se organizó un asado de agasajo, en el que participaron más de 200 comensales: se cantó el himno, hubo entrega de presentes y reconocimientos varios, y las bromas y cantos matizaron la cena de principio a fin.

Fotos: Archivo Jockey Club

Mucha actividad en el tenis.

Las autoridades del Club en el agasajo a los equipos invitados.

Julio V. Uriburu (h), Manuel Tasada (J. C. de Rosario) y Peter Laurence.

disputadas hasta aquí once fechas de un total de catorce, surgía al frente de las posiciones Barza, y San Pablo en el segundo puesto. Barza, a su vez, tenía el goleador (Guillermo C. Mansilla) y el arco menos derrotado.

Adrenalina pura.

Torneos internos En cuanto a la actividad interna, al cierre de esta edición faltaban completarse tres fechas para la finalización del torneo de menores Copa Otoño 2010. En la Categoría C lideraba Barcelona, que llevaba la valla menos vencida y, además, tenía como goleador a Federico Antonio Ojea. El inmediato perseguidor del equipo “catalán” era Real Madrid. En la Categoría D, Inter comandaba las posiciones con el arco menos batido, seguido de cerca por Roma, cuyo goleador era Joaquín Cantilo. En la Categoría

E, San Pablo figuraba en lo más alto y lo escoltaba Santos, que ostentaba la valla con menos goles en contra. ¿El máximo artillero de esta división? Iván Martín Valerga. En tanto, en la Categoría F, Arsenal y Manchester aparecían primero y segundo, respectivamente. En Arsenal, con menos goles en contra que cualquier otro conjunto, estaba al tope de los goleadores Juan Tomás Shaw de Estrada. En esa misma línea de efectividad lo acompañaba Santiago León (Manchester). En el fútbol de Veteranos Séniors,

Otras definiciones El equipo Sin Negras se consagró en la categoría de Veteranos, con la valla menos quebrada. El subcampeón fue San Bay, y el goleador del torneo, Alejandro M. Oyuela Renaudiere. Estos son los nombres del conjunto campeón: Gonzalo Hernández, Luis María Chavarri, Jorge Mendy, Federico Dellepiane, Fernando Arce Lastra, Gustavo Vayo, Alejandro M. Oyuela Renaudiere, César Pescio (h.), Diego Chavarri, Pablo Tasso, Javier Francisco Dellepiane, Rafael Larroca Irastorza, Gonzalo Vayo, Alejandro Cooke, Diego Wright, Antonio Lanusse, Emilio Muñiz Barreto y Pascual Zamora. Asimismo, hubo definiciones en la Categoría Mayores de la Copa Otoño 2010. Mónaco dio la vuelta olímpica y tuvo la valla menos vencida. El sub-

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Los chicos pusieron mucha garra.

campeón fue Montevideo 1050 y el goleador del torneo, Horacio Fernández Llorente (h.). El plantel “monaguesco” fue: Gonzalo Manuel Vayo, Fernando Romero Carranza (h.), Marcos Romero Carranza, Ricardo Estévez, Alejandro Estévez, Patricio Amespil, Fermín Castro Madero, Mateo Amespil, Guillermo Macera, Martín Shaw de Estrada, Emilio Muñiz Barreto, Antonio Lanusse, Rodrigo Posse Molina, Ramiro Gutiérrez, Ignacio Fernández Llorente, Exequiel Rodríguez Ezcurra, Emilio Massera, Sebastián Doyhambehere y Horacio Fernández Llorente (h.). En el fútbol de la división de Juveniles, el campeón de la Zona A fue La Biblio –incluso con el arquero menos vencido– y el subcampeón, La Magia. El que más festejó en la red rival por cantidad de conquistas fue Juan Bautista Garbers. La Biblio estuvo integrada por Nicolás Amorim, Daniel Elizalde, Luis María Fevre, Nicolás Copello, Santiago Ballester, Iñaki Zavalía Gahan, Felipe Collazo, Pablo Bouquet, Nicolás Canale, Thomas Wright, Mateo Demarchi, Juan Pablo Ekmekdjian, Tomás López Imiscoz, Sebastián Segura y Jaime O’Connor. A tono con su nombre, Gloria y Fiesta se coronó en la Zona B de los Juveniles, y con el arco menos vencido. El subcampeonato quedó para Julio Argentino

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Equipo menores de 18.

Roca y el máximo cañonero del certamen fue Emilio Julio Muñiz Barreto. Este es el listado de los campeones: Manuel Barros Moss, Francisco Marino, Nicolás Marino, Félix Blaquier, Alejandro Segundo Blaquier, Lawrence Daniels, Luis Anchorena, Emilio Muñiz Barreto, Antonio Lanusse, Marcos Ferrari, Jerónimo Leloir, Indalecio Videla, Santiago García Calvo, Tomás Corneille, Beltrán Urquiza Anchorena, Diógenes Urquiza Anchorena, Franco Iachetti, Sebastián Elías, Lucas Mac Donald y Felipe Mendizábal. Entre el 21 y el 22 de agosto está previsto participar en Rosario del Torneo General San Martín; allí se presentarán

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siete categorías (+50, +40, +32, Libre, Sub 21, Sub 18 y Sub 16). Por otra parte, el Club recibió una invitación para animar un certamen en Punta del Este junto con los locales Woodlands, Stella Maris, Santa Rita y el Jockey Club de Rosario. Será en diciembre y actuarán los mayores de 40. Tenis El tenis celebró el Bicentenario a su manera. En la categoría 2ª de dobles caballeros ganaron Horacio y Francisco Monsegur, y en la 3ª, Luis Ayarragaray y Juan Vaquer. En 1ª categoría había quedado pendiente una semifinal que enfrentaba a Santiago Estrada y

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un clÁsico: la copa Padres e Hijos

Equipo mayores de 50.

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Equipo Azul: Parados: Martín de Ancízar, Javier Arancedo, Roberto Arancedo, Marcelo White Pueyrredón, Ignacio Bunge (h.), Jorge de la María (h.). Abajo: Sebastián White Pueyrredón, Jorge de la María, Guillermo de Ancízar, Ignacio A. Bunge y Andrés White Pueyrredón.

Fotos: gentileza Marcelo White Pueyrredón

Alejandro Schindler vs. Martín Groppo e Ignacio Arambarri. El ganador iba a jugar ante Martín Cires y Matías Marolda. En Intermedia, estaba por disputarse la “semi” de Gonzalo Moreno Quintana-Miguel Bengolea vs. Eduardo Prassolo y Juan Jaureguialzo. El dobles triunfador chocará ante Ignacio y Juan Arambarri. En el doble damas de la Copa Bicentenario, Agustina Maschwitz y Mariana Anchorena se adjudicaron el trofeo de la Intermedia, y Paula y Geraldine Herbin se quedaron con la Categoría 2ª. Además, se disputó la Copa Integración para padres e hijos: en la categoría de Caballeros Sub 14, Carlos y Tomás Herbin superaron en la final a Facundo y Tomás Arrambide. En la de Caballeros Sub 18, Ernesto y Tomás Rusiñol vencieron a Luis y Santos Bengolea, mientras que en la de Mixtos Sub 18, Florencia y Carlos Herbin derrotaron a Elías y Luz Arambarri. La Copa Luis F. Urdaniz fue obtenida por el Equipo 4, conformado por Alejandro Sicardi (n.), Máximo Vigier, Carlos Moyano (capitán), Florencia Moralejo, Verónica Burs, Emilia Borthagaray y Patricia Sainz Trápaga. Por su parte, la Copa Single Veteranos tuvo a estos ganadores: Facundo Recondo (+30C), Nicolás Deym (+30B), Luis Cavanagh (+35B), Juan Hunter (+45B) y Gonzalo Moreno Quintana (+45A). Faltaban resolver las finales de la +30A entre Santiago Estrada y Martín Anchorena y de la

Equipo Blanco: Parados: Esteban Bossi, José María Macera, Felipe Llerena (h.), Aquiles Pirovano y Felipe Llerena. Abajo: Juan Ignacio Bossi, Mariano Bossi, Guido Macera, Rodolfo Aquiles Pirovano, Aquiles Ignacio Pirovano (h.) y Gonzalo Llerena.

+35A entre Gonzalo Moreno Quintana y Guillermo Soares Gache. Respecto de los torneos de menores, Ignacio Duggan festejó en el Single Preinfantiles y Felipe Marina lo hizo en el Single Infantiles. Actividades futuras El hockey también sostiene su actividad con el entusiasmo de un aprendizaje constante. En septiembre se le abrirá las puertas al Jockey Club de Rosario por la Copa Amistad y en octubre se realizará la edición Bicentenario de la Copa

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Carlos Casal, con la presencia del CASI, el SIC e Hindú. En los primeros quince días de noviembre, el cura párroco de Santa Rita realizará la bendición de aguas, antes de la apertura de las piletas. Y hacia fines de ese mes o en la primera semana de diciembre se hará la fiesta de fin de año del Jockey Club, en el campo de deportes. La temática será una sorpresa y, como siempre, tendrá excelente comida, baile y cotillón. La diversión estará garantizada. Gastón Saiz

sede social

AJEDREZ

Encuentro con Guillermo Martínez

Foto apertura: gentileza revista Apertura

Literatura en blanco y negro

En el mes de abril y por iniciativa de la Sala de Ajedrez, visitó el Jockey Club el escritor Guillermo Martínez, quien, en una agradable y concurrida velada, se refirió a dos temas que lo apasionan: ajedrez y literatura.

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uillermo Martínez nació en Bahía Blanca en 1962. Autor de cuentos, novelas y ensayos, ha recibido varios premios literarios. Es doctor en Matemática y juega al ajedrez desde muy pequeño. Una de sus novelas, Crímenes imperceptibles, fue llevada al cine por Álex de la Iglesia.

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En su charla en el Club, Martínez comenzó señalando que “el ajedrez, como la literatura, se lo debo a mi papá. Él era una persona de espíritu muy curioso. Después de graduarse como ingeniero agrónomo, estudió la carrera de Letras, de ahí viene su afición por la escritura y por contagiarnos la pasión por la lectura. También le gustaba la

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matemática. Y entre todos sus intereses estaba el ajedrez, que nos enseñó a mí y a mi hermano a una edad muy temprana; debe haber sido antes de los siete años, porque recuerdo muy bien el match entre Fischer y Petrosian. Papá se entusiasmó mucho con la llegada de Fischer a la Argentina. Aquella enseñanza incluía seguir las jugadas por la radio e intentar

Foto: archivo Jockey Club

Marcelo Condomí Alcorta, Guillermo Martínez y Hernán Huergo, delegado de Ajedrez del Jockey, en la presentación del escritor.

advertir cuál sería la jugada que vendría a continuación. Todo un desafío de entrecasa. Yo empecé a jugar muy chico en el Club Olimpo de Bahía Blanca donde había buenos ajedrecistas, un grupo de jóvenes que no se desempeñaba mal en los torneos nacionales. Recuerdo la visita de Fischer a Bahía Blanca: pidió veinte tableros iguales para una ronda de simultáneas, y desafió a los mejores ajedrecistas del sur de la Argentina. Él giraba alrededor de los tableros a una velocidad impresionante, casi no se detenía. Dentro de lo que eran los Torneos Evita, yo participé con mi escuela. El primer viaje que hice solo fuera de mi casa fue a Lincoln o a Junín, no recuerdo bien, a competir. Ahí quedé como tercer tablero de la provincia. Después viajamos a jugar el torneo nacional a Córdoba. Esa fue para mí una gran experiencia. Había chicos de todas las disciplinas. Fue justo en ese viaje que hice el viraje al tenis, y me perdieron para el ajedrez”.

Rastreando la construcción de un personaje En otro pasaje de su charla, el escritor rememoró: “Por aquellos años, yo jugaba al ajedrez contra uno de los chicos de la cuadra al que le ganaba con facilidad, y él, creo que para vengarse, me llevó a jugar con un primo suyo que se llamaba Galindo. Este era un chico bastante extraño, muy retraído, que había aprendido a jugar solo al ajedrez y vivía con su mamá en una casa oscura. Me ganó fácilmente, pero jugaba de una manera curiosa, de una forma que nunca había visto, muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado, pues las jugadas no eran las esperables. Jugaba de un modo indirecto. Detecté que era una mente ajedrecista, algo que rozaba lo genial. Le sugerí que se inscribiera para participar de torneos. Y en uno quedó segundo entre los mejores ajedrecistas de la ciudad, resultó una verdadera revelación. Este es el núcleo de lo que fueron después algunos rasgos de mi personaje en Acerca de Roderer.

Un chico que vive con la madre y que tiene esa forma particular de jugar. La novela es, en el fondo, una partida de ajedrez que se juega en el primer capítulo, y luego una revancha que se desarrolla a lo largo de toda la vida. No sabía cómo transmitir en mi novela esta rareza que había en el modo de jugar de mi personaje, quería imaginar cómo tenía que ser esa partida. Acá hablo para los ajedrecistas, yo ya soy un ex ajedrecista, así que si cometo algún error sepan disculparlo. Elegí la defensa Alekhine porque tiene una ambigüedad que me interesaba remarcar. El narrador juega peón cuatro rey (ya ven qué viejo que soy, para mí la manera de anotar es peón cuatro rey) y el adversario, las negras. Roderer ataca al peón con el caballo. Esta es la típica jugada que hace alguien que no

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AJEDREZ

sabe jugar demasiado al ajedrez y tiene ese afán de atacar aquellas piezas que se le ponen por delante, pero a la vez puede ser también el indicio de alguien que sabe una apertura relativamente sofisticada como es la defensa Alekhine. Yo quería mantener esa ambigüedad sobre el modo de jugar. Así, el narrador cree que está frente a un principiante y más tarde se da cuenta de que Roderer tiene, como Galindo, una manera extraña, indirecta de jugar, que representa ese genio potencial que luego está en la sombra durante el resto de la obra. Esta novela la escribí mucho tiempo después, cuando tenía 28 años. Sin embargo, hay una frase que dice que “para los escritores no hay años perdidos”, y creo que no hay tiempo en el sentido habitual. Cuando uno escribe surgen imágenes y recuerdos de tiempos muy diversos, y cuando yo ya había olvidado casi todo del ajedrez, y necesitaba hablar de la inteligencia, de la búsqueda del conocimiento, el ajedrez volvió para dar esa metáfora”. Preguntas finales Concluida la charla, Guillermo Martínez respondió algunas preguntas relacionadas con su actividad literaria.

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¿Aplicás conocimientos de matemática y ajedrez en la estructura de tus cuentos? –No estoy tan seguro, siempre me pregunto qué pasaría si quito de la solapa la información de que soy matemático, que es una etiqueta de la que ya me cansé. ¡Incluso agradecería que digan que soy ajedrecista!

En el Oriente se encendió esta guerra / cuyo anfiteatro es hoy toda la tierra./ Como el otro, este juego es infinito. Jorge Luis Borges, “Ajedrez” –Empecé a escribir de muy chico, entre los 14 y los 19 años ya había terminado mi primer libro de cuentos. El ajedrez o la matemática me han dado una facultad para esclarecer un poco más las tramas, para lograr cierta nitidez en las explicaciones, cierta articulación lógica más clara. Pero no en el modo en que a mí siempre se me ocurrieron las historias o en el modo en que yo las imagino, o la forma en que intento escribirlas.

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Cuando llegué a Buenos Aires pasé un tiempo por el taller de Liliana Heker, que tiene una formación en Física. Ello me resultaba muy valioso porque su forma de hablar de literatura era sumamente analítica. No había ningún desborde lírico, era muy minuciosa a la hora de detectar los errores, ubicar los problemas y sugerir soluciones. Era similar a la crítica desapasionada que se puede hacer de la comprobación de un teorema, y me sentía muy a gusto. Pienso el texto como un objeto fuera de uno, donde no necesariamente se juega quién es uno, los sentimientos de uno, sino cierto desapego que permite corregirlo y considerarlo como algo que puede ser modificado. ¿Estás preparando un nuevo libro? –Estoy terminando un libro de cuentos sobre sexo y muerte, Los reinos de la posición horizontal. Esperemos que salga antes de fin de año. También estoy escribiendo una novela muy distinta a todas las anteriores. Al menos, me interesa tener la ilusión de que estoy escribiendo siempre una novela diferente. Valeria Lago

archivo o nt e m le p su

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HOMENAJE DEL JOCKEY CLUB AL BICENTENARIO DE LA PATRIA 1810 – 2010

La Pirámide de Mayo: testigo de 199 años de nuestra historia Para rendir un adecuado homenaje al Bicentenario de la Revolución de Mayo, nada más apropiado que evocar cómo celebraron el primer aniversario de aquella gesta incomparable quienes habían sido sus protagonistas; aquellos pocos hombres que, con su acción, escribieron las primeras páginas de nuestra vida independiente. Por eso, nos dedicaremos a reseñar la historia de la Pirámide erigida en 1811 en la Plaza de la Victoria, recordatorio por antonomasia del movimiento revolucionario iniciado el 25 de Mayo de 1810. Por Roberto D. Müller

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odo comenzó en la sesión del Cabildo del 21 de marzo de 1811, cuando los integrantes del ayuntamiento de “la M. N. y M. L. Ciudad de la Santísima Trinidad Puerto de Santa María de Buenos Ayres” acusaron el recibo de una comunicación de la Junta Gubernativa, “en que exponiendo acercarse el beinte y cinco de Mayo en que se cumple felizmente el aniversario de la instalacion de la Junta y ser indispensablemente necesario hacer al publico un recuerdo del grande y primero dia de su regeneracion politica; havisa haver creido que solo vajo la direccion de este Excelentísimo Cavildo podrá conseguirse el digno complemento de las funciones publicas, que profundamente impriman en el corazon de nuestros com-

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patriotas la idea de conservar á cualquier costa la livertad de estas regiones, incita á que se hagan dichas diversiones en la inteligencia de que la Junta há dado ya el primer paso, encomendando la oracion de aquel memorable dia al Doctor Don Luis Chorroarin” [Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires, serie IV, tomo IV, Buenos Aires, Archivo General de la Nación, 1927, p. 425]1. El 26 de mayo, los cabildantes acordaron contestar por oficio a la Junta, asegurándole que contribuirían “con quanto esté de su parte á solemnizar un dia tan memorable, y digno de los recuerdos de la America del Sud”, disponiendo que, como ya se aproximaba el tiempo, debía nombrarse a los señores Manuel Aguirre, Ildefonso Paso, Juan Pedro Aguirre y

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Pedro Capdevila, para que se ocuparan de “las funciones todas, encargandoseles, como se les encarga procedan en ello con el mayor esplendor, y que sin perdida de tiempo formen un plan y lo hagan manifiesto al Cavildo, para resolver con arreglo á él y librar las providencias que fueren conducentes á la brillantéz con que se debe solemnizar un dia por tantos titulos memorable” [Ibíd., p. 432]. Eran aquellos tiempos por demás difíciles para la revolución iniciada un año antes. Los realistas amenazaban a las fuerzas patriotas desde diversos frentes. Montevideo era un centro muy fuerte de la reacción y la flota española sitiaba Buenos Aires. El Alto Perú había vuelto a 1 Los textos copiados de obras, documentos o periódicos antiguos los hemos reproducido en letra bastardilla, respetando la sintaxis y la ortografía originales.

caer en manos hispanas. En el Paraguay se producían severas derrotas, en tanto que se sucedían disensiones y fracturas en el seno del gobierno. Sin embargo, las autoridades, a pesar de semejantes peligros, o tal vez a causa de ellos, parecieron sentirse impulsadas a reafirmar los ideales revolucionarios y a festejar el primer aniversario de aquella jornada excepcional, como si con esa actitud reforzaran abiertamente su voluntad de luchar con todos sus medios para defender la libertad lograda, por la que se batallaba a diario en muy diferentes ámbitos geográficos. Fue así que, el 5 de abril, los diputados designados a esos efectos informaron “que tenian dispuesto levantar en media plaza una Pirámide figurada con jeroglíficos alusivos al asunto de la celebridad”, pero que habían consultado con “el inteligente” Juan Antonio Gaspar Hernández, quien había comunicado “que con corta diferencia podria gastarse lo mismo levantandola de firme” [Ibíd., pp. 443-444]. Se impone aquí que aclaremos algunas cuestiones que tienen que ver con la terminología en uso en aquella época, para poder comprender en su verdadero significado lo expresado en el párrafo anterior. Ante todo, cabe ocuparse del término “pirámide”, siempre tan discutido cuando se habla sobre el primer monumento con que contó la ciudad de Buenos Aires. Muchos autores, pensando seguramente en las egipcias, han señalado que, en realidad, no le cabría a la nuestra tal denominación, y que debería habérsela definido como una columna, cuando no como una aguja u obelisco. Sin embargo, de acuerdo con los usos propios de los siglos XVII, XVIII y comienzos del XIX, se solían llamar pirámides a estructuras muy similares a la que nos referimos, que cumplían un papel fundamental en el diseño de los catafalcos que en los templos se elevaban para honrar a un muerto ilustre. Prueba fehaciente de lo que decimos se puede hallar en la descripción del castrum doloris erigido en 1761 en la catedral de México en memoria de la reina María Amalia de Sajonia, el cual, de acuerdo con el testimonio de la época,

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comprendía un zócalo cuadrado, un primer piso en forma de barco, una urna y una pirámide rematada por las insignias regias y una escultura monumental de la Fama (ilus. 1). Podrá advertirse, a partir del antiguo dibujo que se conserva en la Biblioteca Nacional de México, que la parte superior del túmulo –al que se llamaba pirámide– guarda una cercana semejanza con nuestro monumento, y algo similar ocurre con el que se erigió en Valladolid (Michoacán) en 1804, en honor de Fray Antonio de San Miguel Iglesias, obispo de la ciudad, cuyo “tercer y último cuerpo estaba formado por una pirámide truncada con siete varas de alto y dos de base, en cuya parte superior se situó el cojín con los dos báculos y las dos mitras que poseyó el obispo”. Incluso en el túmulo que en 1808 se erigió en la iglesia del Espíritu Santo de la ciudad de Puebla, para las exequias de los fallecidos en la defensa de Buenos Aires, era una estructura piramidal la que coronaba el monumento, rematada con una composición de trofeos militares (ilus. 2) [Cfr. José M. Morales Foguera, Cultura simbólica y arte efímero en la Nueva España, Granada, 1991, pp. 239-240; 278-279, y 281]. Si bien estos ejemplos pertenecen al ámbito mexicano, abundan otros similares tanto en Europa como en América, y tampoco eran ajenos

al ámbito porteño, como quedó demostrado en las “famosas exequias y honras por los difuntos de su cuerpo, que murieron en la defensa de esta capital” llevadas a cabo por el cuerpo de marina en la iglesia de San Francisco, donde se erigió un imponente y “famoso” túmulo que también presentaba un perfil piramidal, de veintiséis varas de altura, iluminado con más de cuatrocientas luces “entre hachas y velas con primoroso orden colocadas” (ilus. 3) [Juan Manuel Beruti, “Memorias curiosas”, en Biblioteca de Mayo, Buenos Aires, Senado de la Nación, 1960, IV, pp. 36953696]. Estos ejemplos demuestran que no existía, por aquellos años, contradicción alguna en cuanto a llamar pirámide a esas estructuras. Por otra parte, la erigida en la Plaza de la Victoria, como ocurría con las que hemos comentado, también era truncada, para dar apoyo a una suerte de coronamiento sobre el que mucho se ha discurrido. ¿Cuál era en realidad el motivo que coronaba nuestra primitiva Pirámide? Acerca de esta cuestión hubo variadas opiniones. Para algunos autores podría tratarse de una bola o de un piramidón; para otros de un gorro frigio o de una llama, cuando no de un ánfora. Sobre la base de la iconografía conocida –en algunos casos muy poco clara, por cierto–, ninguna de esas suposiciones puede

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3 ser aceptada como una verdad absoluta y excluyente. Todo lleva a pensar que, en realidad, se trataba de una suerte de esfera, pero también es posible que a lo largo de los años, y debido a la mala calidad de los materiales utilizados –ladrillos y cal–, haya sufrido alteraciones, arreglos y modificaciones; de ahí que en litografías de distintas fechas aparezca con diferentes apariencias. Puesto que hemos hablado de los catafalcos, podemos recordar que esas estructuras constituían típicas manifestaciones de lo que se ha denominado “arte efímero”, puesto que no estaban hechas para perdurar. Se utilizaban en su construcción telas, maderas, cartón piedra y yeso, de allí que estuvieran destinadas a un uso pasajero. Por eso, en la resolución del Cabildo se habla de una “Pirámide figurada”, es decir, transitoria, destinada a cumplir con su función durante las festividades y permanecer en ese sitio solo muy poco tiempo más, mientras las condiciones climáticas no dieran cuenta de ella. En cuanto a los citados “jeroglíficos alusivos”, era esa la referencia común para señalar que se debían grabar o pintar símbolos o alegorías relacionadas con la festividad que se conmemoraba, aunque esa expresión ya estaba en camino de ser abandonada y reemplazada por los denominados

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trofeos, más de acuerdo con el lenguaje artístico neoclásico, a la vez que, por sus componentes habituales –armas, trompetas, espadas, cañones, estandartes, etc.–, representaba un concepto decididamente conectado a acciones militares. Aclaradas estas cuestiones podemos proseguir con nuestro relato, recordando que, como dijimos anteriormente, el entendido en la materia, Juan Antonio Gaspar Hernández, hombre de fama en Buenos Aires, ya que a él se debían retablos de muy alta calidad, al margen de los dos púlpitos de la Catedral (1790), el de San Pedro Telmo (1795), y el decididamente neoclásico de la iglesia parroquial de Montserrat [cfr. Héctor H. Schenone, “Retablos y púlpitos”, en Historia General del Arte en la Argentina, tomo I, Buenos Aires, Academia Nacional de Bellas Artes, 1982, p. 272], desaconsejó que se construyera el monumento con el citado carácter efímero, dictamen que llevó a los cabildantes a pasar “en el acto una Diputación a la Exma. Junta á manifestar lo que há indicado el inteligente, y solicitar el competente permiso para levantar la Piramide de firme –es decir, con carácter definitivo–, supuesto que el Alarife don Francisco Cañete há dicho tambien que hai tiempo suficiente para ello” [Acuerdos…, ed. cit., p. 444]. Otorgada la licencia, procedió pues Cañete a construir con premura el monumento que se le encargó. De acuerdo con lo expresado por Ángel Justiniano Carranza [Revista Nacional, nº 57 (1891), p. 45], lo realizado por el alarife guardaba una singular semejanza con las pirámides talladas en los dos pilares de la Puerta de Saint Denis de París, opinión que dio origen a la idea de que, posiblemente, alguien que conocía esa puerta pudo haber influido en el proyecto de nuestro primer monumento [Rómulo Zabala, Historia de la Pirámide de Mayo, Buenos Aires, 1962, p. 28]. Hablando también sobre posibles influencias, Julio Payró advirtió en su momento que no era conveniente apartarse de la tradición de denominar pirámide al monumento, más aún cuando en otras ciudades del mundo existen otros similares a los

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que se les ha dado ese mismo nombre o el de obeliscos, “aunque no sean ni lo uno ni lo otro”, agregando que existe la posibilidad de que la nuestra haya sido una imitación de la Aguja de Santo Domingo “que alzó en Nápoles el bergamasco Domingo Fanzago (1591-1678) y que, aun cuando mucho más adornada con relieves, se parece al monumento argentino” [Prilidiano Pueyrredón, Joseph Dubourdieu, la Pirámide de Mayo y la Catedral de Buenos Aires, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Historia del Arte, 1971, p. 30 y p. 34]. En lo que se refiere al español Francisco Cañete, cabe decir que, por entonces, era tenido como uno de los mejores constructores de la ciudad. Por encargo de Belgrano, había llegado a Buenos Aires hacia 1800 junto con su hermano José, para asistir a Juan Antonio Gaspar Hernández en las clases en la Escuela de Dibujo del Consulado. En 1805 había dirigido las obras de la Casa de Comedias, y en 1808 edificó, según planos de Tomás Toribio, el frontis y las torres de la iglesia de San Francisco. Para construir la Pirámide utilizó ladrillos y un revoque de cal, y para concretarla con mayor rapidez la fabricó hueca, con una vara de madera en el centro de su interior para otorgarle la consistencia y solidez necesarias, con lo que economizó buena parte de los ladrillos que estaban destinados para la construcción del monumento. Entretanto, el Cabildo, el 17 de mayo, resolvía que la semana del 25 se debían iluminar los balcones de la Casa Capitular, la Recova y la Pirámide, y que “se colocasen esos dias al pie de dicha pirámide las banderas de los regimientos de esta guarnicion, y se levantase tambien un tablado para los bailes de las danzas, que según se save estan preparadas para esos dias, dispusiese musica para las cuatro noches y refresco para los concurrentes […] de modo, que sea brillante la iluminación, y demas concerniente á la Celebridad de dias tan memorables” [Acuerdos…, p. 472].

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Aún sin estar terminada en todos sus detalles, ausentes los anunciados jeroglíficos y sin haber sido todavía colocada la reja con la que se había prometido rodearla, la Pirámide fue el centro de la celebración del primer aniversario del 25 de Mayo de 1810. Conocemos las alternativas de aquella jornada gracias a las Memorias curiosas de Juan Manuel Beruti (1777-1856), quien, entre otros detalles, dejó asentado que, desde la tarde del 24, “se hicieron iluminaciones generales en toda la ciudad, las que fueron por cuatro noches consecutivas; muchas salvas de artillería, repiques de campanas, fuegos artificiales, músicas, arcos triunfales y otras infinitas diversiones”, y que en el centro de la plaza se elevaba “la gran pirámide”, como recuerdo para la posteridad de los triunfos de esta ciudad. En sus cuatro lados, el monumento lucía décimas en verso alusivas a las victorias que habían ganado las valerosas tropas de Buenos Aires, “y las que esperaban ganar en defensa de la patria, su libertad y de las banderas que juraron defender”. Las banderas de todos los gloriosos regimientos se habían colocado en los cuatro frentes sobre pedestales instalados al efecto, adornando la plaza durante los cuatro días que duraron los festejos, y permaneciendo

allí desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche, cuando se las retiraba para llevarlas a los cuarteles, estando siempre iluminadas por hachas de cera para causar mejor impresión a la vista del público [J. M. Beruti, loc. cit., pp. 3788-3789]. Resultó por lo tanto que, a un año de los acontecimientos de Mayo de 1810, la ciudad contaba ya con un monumento que recordaba aquella jornada revolucionaria; pobre quizá en cuanto a los materiales utilizados y sus detalles estéticos, pero sin duda significativo como manifestación conmemorativa. Con el tiempo sufriría diversas modificaciones con la intención de mejorar su aspecto: se le daría una terminación más refinada, se mejorarían sus gradas y el pedestal con un rico juego de molduras (ilus. 4), se agregaría por fin la reja, sostenida por doce pilares, con zócalos y cornisas y con bolas como coronamiento, y el 21 de febrero de 1812 se autorizaría “la colocacion de quatro Faroles en los quatro angulos del pavimento de la Piramide, para cuio efecto no se necesitan más que cuatro barretones de fierro para afixarlos”[Acuerdos…, Serie IV, tomo V, Buenos Aires, 1928, p. 71], tarea que parece haber concluido en octubre de ese año, puesto que el día 13 se dio cuenta de los gastos efectuados al res-

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pecto, aprobándose la cuenta [Ibíd., p. 374]. Sin embargo, aquel simple memorial sería por siempre el símbolo máximo de nuestro surgimiento como nación libre y soberana, y así se lo puso de manifiesto en la Gazeta del 27 de mayo de 1818, cuando, al tratar sobre los festejos realizados ese año, se advertía que, sin duda, se trataba de “un monumento inferior à la grandeza de su destino, no llamando por si misma la atención de los espectadores”, pero que no obstante causaba “tiernas sensaciones en las almas de todos lo patriotas por el solo hecho de ser un monumento erigido á la libertad”, agregando el cronista que nunca en los años anteriores se habían “reunido tantos motivos de celebridad, ni tanta magnificencia, gusto, proporcion en los espectáculos, decoraciones, y festejos públicos” [Gazeta de Buenos-Ayres, nº 72, miércoles 27 de mayo de 1818, p. 201]. § Centrándonos ahora en la iconografía de la Pirámide, debemos señalar que la primera imagen que de ella se dispone proviene de las Picturesque Illustations of Buenos Ayres and Montevideo”, obra del marino y pintor aficionado inglés Emeric Essex Vidal (1791-1861), que viajó por América del Sur entre 1816 y 1818 a bordo de la fragata “Hyacinth”.

6 Su obra fue publicada en Londres, por Rudolf Ackermann, en 1820, ilustrada con las acuarelas realizadas por el viajero sobre la base de los bocetos que había tomado en el Río de la Plata. La lámina que nos interesa muestra una visión bastante ingenua del Cabildo y sus edificios anexos, la Catedral –aún sin su fachada– y la Pirámide, muy esquemáticamente trazada, todo visto a través de uno de los arcos de la Recova (ilus. 5). También a Vidal se le debe otra vista similar, que

fue dada a conocer por Alejo B. González Garaño –poseedor de la acuarela original– en la carpeta titulada E. E. Vidal: quince acuarelas inéditas, precedidas por un estudio de la iconografía argentina anterior a 1820 y una noticia del autor (Buenos Aires, 1931). Bien podría decirse que no presenta este trabajo mayores diferencias con respecto a la imagen anterior, manteniendo el mismo grado de simplicidad y una idéntica ausencia de detalles. Ambas imágenes tienen, sin

embargo, un valor suplementario que excede lo estético: hasta entonces no se conocían vistas sobre la arquitectura, las costumbres y las actividades propias de Buenos Aires, Montevideo y sus alrededores, razón por la cual, como señaló José León Pagano, “la personalidad y la obra de Emeric Essex Vidal se unen a la historia gráfica de nuestro país con un signo precursor”, ya que fue el primer pintor que registró la vida cotidiana de nuestra ciudad en los años posteriores a

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8 la Revolución de Mayo y, como tal, se lo puede tener como un iniciador del arte en las regiones del Plata [El arte de los argentinos, tomo I, Buenos Aires, Edición del autor, 1937, p. 114]. Para hallar imágenes más definidas de la Pirámide debemos remitirnos a la tercera década del siglo XIX y, más concretamente, al arte de Carlos Enrique Pellegrini (1800-1875). Fue él el que se encargó de reflejar su perfil desde distintos puntos de vista, en diferentes oportunidades y por medio de muy diversas técnicas. En 1829, y con destino a su álbum Tableau Pittoresque de BuenosAyres, que pensaba dar a la luz en 1831, pero que recién se publicaría en 1958, preparó una acuarela que muestra el Cabildo, el anexo edificio de la Policía

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y, en primer plano, a la izquierda, la Pirámide, ahora bien perfilada en todos sus detalles, luciendo los cuatro faroles en las esquinas del perímetro definido por la reja y los pilares coronados por bolas (ilus. 6). Del mismo año data la vista de la Recova, donde también se aprecia al monumento desde otro ángulo, en primer plano a la derecha. Este trabajo sirvió de inspiración para que Alcide D’Orbigny, que estuvo en Buenos Aires en 1828, publicara una litografía impresa en Francia en 1846 [repr. en Bonifacio del Carril y Aníbal G. Aguirre Saravia, Iconografía de Buenos Aires: la ciudad de Garay hasta 1852, Buenos Aires, Municipalidad, 1982, p. 163, ilus. 150]. No se notan mayores variantes en una litografía coloreada que Pellegrini preparó c. 1830, donde se ve el

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monumento en el medio de la Plaza de la Victoria, en la que se aprecia a unos pocos transeúntes y un coche avanzando hacia la Recova, sin duda en dirección a la Plaza de Armas o del Fuerte (ilus. 7). En un álbum posterior, titulado Recuerdos del Río de la Plata e impreso en la Litografía de las Artes en 1841, Pellegrini incorporó otra litografía que presenta una versión mucho más rica y elaborada de esta misma vista, mostrando una plaza más concurrida y transitada por numerosos y elegantes carruajes (ilus. 8). También al arte de Pellegrini le debemos otra imagen de la Plaza de la Victoria, en la que se luce la nueva fachada de la Catedral y, frente a ella, la infaltable Pirámide, advirtiéndose en el fondo, hacia la izquierda, el edificio de la Policía, y las casas conocidas como los altos de Riglos y los de Urioste (ilus. 9). El único elemento que en todas estas imágenes nunca se define con claridad, como ya lo hemos advertido, es el que corona el monumento, que a veces parece adoptar la forma de una piña y otras impresiona como si resultara de la superposición de dos esferas de diferente tamaño, la superior muy pequeña y semejante a una perilla. § Los aniversarios del 25 de Mayo de 1810 tuvieron siempre una importancia muy especial para la población de Buenos

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Aires. Sin duda, se celebraban también los del 9 de Julio, pero la declaración de la Independencia se consideraba como una consecuencia de los acontecimientos porteños de 1810, en los cuales se habían dado los primeros pasos para lograr el nacimiento de una nación libre de todo otro poder extranjero. De ahí, por lo tanto, que los festejos en la plaza mayor de la ciudad alcanzaran su máxima expresión durante la semana en que se conmemoraban aquellos acontecimientos decisivos para la patria. Dos son las imágenes que nos muestran esas fiestas, que alcanzaban mayor o menor espectacularidad de acuerdo con el estado de las finanzas de la ciudad. Una se le debe a Pellegrini, en tanto la otra fue realizada por el artista viajero italiano Alberico Isola. En ambos casos se nos muestra que, para mejor definir el carácter excepcional de las celebraciones, se solía crear un ámbito festivo en la Plaza de la Victoria, dando lugar a una suerte de estetización del espacio, que la diferenciaba claramente de su apariencia habitual. Se trataba, así, de la irrupción de lo maravilloso en la realidad cotidiana. En esos casos, era común rodear la plaza con arquerías de cartón piedra para conseguir de ese modo una continuidad con los arcos de la Recova, los de la recova nueva, que se extendía por la calle Victoria –hoy Hipólito Yrigoyen– y los del Cabildo, encerrando el escenario de la festividad y segregándolo del resto de la ciudad. Así,

por ejemplo, se lo hizo en 1818, cuando se rodeó la plaza por sus cuatro frentes con una arquería de 112 arcos de orden dórico, creando “una plaza dentro de la otra”, en tanto que en la Pirámide, como en la Recova y en los arcos del Cabildo “brillaban más de 3.500 luces; y la pintura de los arcos y pirámide es el color de las banderas nacionales”, de acuerdo con lo publicado en El Censor en su nº 141, del sábado 30 de mayo de 1818, pág. 1. Ese es el aspecto que muestra la plaza en la litografía que Pellegrini tituló “Fiestas Mayas”. La Pirámide era el centro de esos festejos y, como tal, aparecía adornada con guirnaldas y banderas y gallardetes, a la vez que, a su alrededor, se distribuían las infaltables cucañas y los artefactos de los fuegos de artificio con los que se coronaría la jornada. Un globo cautivo agrega un detalle por demás interesante a esta lograda composición que el artista preparó para el álbum Recuerdos del Río de la Plata (ilus. 10). La estampa de Isola nos presenta una ornamentación más compleja. Proviene del álbum Usos y costumbres de BuenosAires, iniciado por Julio Daufresne y concluido por el propio Isola (Litografía de las Artes, 1844). La estampa lleva por título “Plaza de la Victoria / 25 de Mayo 1844” (ilus. 11), y en ocasión de ser publicada una versión en facsímile del único ejemplar conocido del álbum se la describió como “una de las más sugestivas [vistas] de toda la iconografía argentina del siglo XIX”, por la manera en que el artista supo representar la grandiosa celebración. Se trata, además, de una de las representaciones más amplias de la Plaza de la Victoria, ya que permite apreciar la antigua Recova proyectada en 1802 por el maestro mayor Agustín Conde y construida con modificaciones por Juan Bautista Segismundo, y la nueva –soportales edificados en 1817 según planos de Cañete–, que, como ya dijimos, corría a lo largo de la actual calle Hipólito Yrigoyen, mostrando para entonces los altos de Crisol, el piso superior que se le había agregado y que se extendía más o menos desde la mitad de la edificación hasta la esquina de la actual Bolívar. Según Bonifacio del Carril, autor del comentario de la lámina, Isola habría captado “la llegada del gobernador Rosas al Cabildo con las tropas formadas en cuadro a lo largo de toda la plaza. El marco es monumental y magnífico; la Pirámide aparece desproporcionada en el afán de realzarla frente al arco central de la Recova, la Esquina de Crisol y las torres de San Francisco. Como nota singular las banderas rojo y blanco [sic] del tirano se alternan con las blanquiazules del color argentino. En el fondo de la plaza, detrás de la Pirámide, puede verse el mástil de la cucaña”, que Isola también reprodujo en detalle en el Álbum argentino, publicado en 1845 y del que solo se conocen diez litografías. Este párrafo merece una serie de comentarios. Para empezar, sabemos, por noticias publicadas en La Gaceta Mercantil del 26 de mayo de 1844, que Rosas no asistió a la celebración –ausencia que era habitual en él– y que había sido representado por uno de sus ministros; de ahí, pues,

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11 que no era él el personaje que llegaba al Cabildo en el carruaje que se ve arribando a la puerta de la casa consistorial. Por otro lado, es cierto que la Pirámide aparece bastante desproporcionada, pero si contemplamos la imagen con cuidado, advertiremos enseguida que el monumento aparece coronado por una estatua –posiblemente una alegoría de la Libertad–, y como bien sabemos, nuestro humilde monumento conmemorativo seguía siendo por aquellos años el mismo que vimos en las estampas ya reproducidas, coronado apenas por una bola o algún elemento semejante. Estamos, por lo tanto, ante otra muestra de arte efímero. En el afán de mejor celebrar el nuevo aniversario de la Revolución, parece que en ese año de 1844 se dispuso de los fondos necesarios y no se reparó en gastos, enmascarándose la Pirámide con otra de cartón piedra de mayor tamaño, elevada sobremanera mediante pedestales fingidos, como fingidas eran la estatua que la coronaba y las réplicas del monumento que creaban un cerco ceremonial a su alrededor. Si bien el periódico que citamos más arriba fue bastante parco al reseñar el acontecimiento, no dejó de advertir que, en los lados de la

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Pirámide –como era costumbre–, figuraban leyendas con anatemas contra los salvajes unitarios, “desertores del principio social, del dogma Americano, y de la causa sagrada de la Independencia de la República”, junto a las que se habían inscripto los nombres de los ilustres patriotas de la Nación y las referencias a los episodios más célebres de su historia política y militar. Para completar los festejos, como también era corriente, en lugares estratégicos se ven instalados tiovivos y fuegos de artificio preparados para el espectáculo nocturno. Sabemos, además, que era costumbre realizar diversos sorteos durante el día y que se arrojaban monedas al aire para alegría de los niños. Durante esas celebraciones, el pueblo paseaba a través del recinto de la plaza o buscaba los lugares más adecuados para mejor disfrutar del desfile, en tanto que algunos privilegiados admiraban el panorama desde los balcones del Cabildo y de los de sus edificios vecinos. Por eso no está demás prestar atención al borde derecho de la litografía sobre la que estamos tratando, donde precisamente se advierten esos balcones de las casas de alto que llegaban hasta la esquina de Federación (la actual Rivadavia).

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Al contemplar a esos espectadores de la plaza festiva, no podemos dejar de recordar las remembranzas de Lucio V. Mansilla, quien en su niñez aguardaba con avidez esas festividades, “porque á más de pavo había ropa y botines nuevos”, pero, fundamentalmente, porque esos días “había la parada, el desfile desde el balcón de Riglos con Manuelita, su corte y el cuerpo diplomático y refresco; ó desde el balcón de la Policía [aunque] éste era considerado algo guarango”, y además estaba “el tambor mayor, y las cedulillas y la pirámide cubierta de tela pintada, con alegorías y letreros como «unitarios mancharon la historia», y los fuegos artificiales con sus escupidas y las bombas, los buscapiés y las calecitas [sic] y el rompecabezas y el palo jabonado!” [Lucio V. Mansilla, Mis memorias, París, Garnier, 1904, p. 271]. Similares son los recuerdos que dejó asentados Santiago Estrada al reseñar “los públicos regocijos de esos días [que] solicitaban nuestra curiosidad […] Vestidos con la ropa de gala, salíamos de casa á mediodía, y llegábamos casi mareados á la Plaza de la Victoria […] En el trayecto recorrido, como en todas direcciones, no se veía una sola casa

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12 en que no flameara la bandera blanca y roja, con que se había sustituído, por orden superior, la azul y blanca de Belgrano. […] El adorno [de la plaza] consistía en arquerías, templetes, banderas y gallardetes, y los demás atractivos en la consabida rifa de cedulillas, las calecitas [sic] para los niños que iban acompañados, los rompecabezas para las criaturas que iban de su cuenta, y la cucaña para los marineros, que subían á ella, con arena en los bolsillos, para neutralizar el efecto del jabón, ávidos de conseguir la muda de ropa colocada como premio en la extremidad del mástil. El pavimento estaba cubierto, literalmente, de cáscaras de naranja y de papelitos blancos de la rifa. Los ángulos y el centro de la Plaza eran los sitios preferidos de las negras expendedoras de pasteles con miel, y de los negros vendedores de tortas y roscas de maíz. […] Cantábase un Te-Deum en acción de gracias al cielo por el beneficio de la Independencia, y ocupaba el púlpito un orador sagrado, y refería las hazañas de nuestros antepasados. Terminada la función de iglesia, desfilaban las tropas, debiendo, de retirada á sus cuarteles, pasar, indefectiblemente, por delante de la casa de Rosas, las más de las veces cerrada á piedra y lodo. […] A las ocho en punto, aparecía la concurrencia oficial en los balcones del Cabildo y de la Policía, y se incendiaban las baterías de fuegos de artificio. […] Después de caído Rosas, se restableció la antigua

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costumbre, jamás olvidada por algunos patriotas de pelo en pecho, de ir á la Plaza de la Victoria á presenciar la salida del sol de mayo, y escuchar el Himno Nacional cantado por las Escuelas Públicas […] Los adornos de la Plaza corrieron parejos con los anteriores, salvo los transparentes que mejoraron en cuanto á leyendas” [Santiago Estrada, “El 25 de Mayo antiguo”, en Miscelánea, Barcelona, Impr. de Henrich, 1889, II, pp. 334-338]. § Continuó nuestra Pirámide presenciando momentos trascendentes de nuestra historia. Ante ella desfilaron las tropas vencedoras en Caseros y, según la tradición, el general Lamadrid desmontó frente a ella y, arrodillado, besó las gradas del monumento que no veía desde hacía muchos años, en ese momento revestido por las banderas y laureles con los colores de la Alianza. El 25 de mayo de 1853, a pesar de encontrarse sitiada la ciudad, se volvió a celebrar el aniversario patrio, y la Pirámide apareció adornada en los cuatro frentes por estatuas alegóricas, un escudo simbólico y leyendas alusivas. Casi un año más tarde, convenientemente embanderada y ornamentada, y con reproducciones del Escudo Nacional sobre cada una de sus caras, fue junto a ella donde se reunieron las autoridades provinciales y el pueblo de la ciudad para jurar solemnemente la Constitución del Estado de Buenos Aires. Para entonces, en Buenos Aires ya se había aclimata-

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do la novedosa técnica resultante de las investigaciones de Nicéphore Niepce y Louis-Jacques-Mandé Daguerre, que fue el primer proceso práctico para fijar imágenes fotográficas, y fue precisamente en uno de esos daguerrotipos –conservado hoy en el Museo Histórico Nacional– donde quedó registrada la escena del juramento y los festejos que se sucedieron alrededor de la Pirámide, la cual, a pesar de sus adornos, seguía siendo más o menos el mismo sencillo monumento creado en 1811 (ilus. 12). Deberían pasar aún tres años para que fuera encarada una total transformación de su aspecto, más allá de que en las grandes festividades, desde el 25 de mayo de 1854 luciera como novedad una brillante iluminación a gas que, apenas anochecía, la mostraba con un aspecto más espectacular. La nueva era inició su gestación cuando Buenos Aires, separada de la Confederación, comenzó a convertirse en la Gran Aldea, y las autoridades municipales se interesaron en incorporarle adelantos y mejorar su aspecto. Ya en una de las primeras sesiones del Consejo Municipal, en abril de 1856, se dispuso una restauración completa del monumento, de acuerdo con los proyectos presentados oportunamente por Prilidiano Pueyrredón, que al regresar de Europa, rico en experiencias y visiones estéticas, manifestó un decidido interés por todo lo relacionado con las obras públicas. Ante todo, se propuso reordenar la Plaza de la Victoria transformándola en un jardín florido, agregándole fuentes decorativas y renovando totalmente la Pirámide. Su proyecto no pudo llevarse a cabo en forma completa, pero sí se tuvo en cuenta su idea de agregarle esculturas simbólicas al monumento. Para ello contó con la colaboración del escultor francés Joseph Dubourdieu, que ya había estado en nuestra capital en 1851 y que hacia 1856 se encontraba en Chile. De regreso en Buenos Aires, fue él el encargado de plasmar la idea de Pueyrredón, coronando la Pirámide con una estatua que representa a la Libertad, tallando el Sol de Mayo en una de sus caras y agregando en los ángu-

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los del pedestal cuatro figuras alegóricas. Las cinco esculturas fueron elaboradas con “tierra romana” (un sólido cemento) sobre un núcleo de cal, ladrillo y hierro, pero solo la de la Libertad estuvo instalada para cuando se la inauguró, el 25 de mayo de 1856. Originalmente, esa figura llevaba su cabello suelto y al viento, en tanto que con su mano derecha soportaba una pica con un gorro frigio, mientras que con la izquierda sostenía el Escudo Nacional. Algunas críticas bienintencionadas hicieron que el artista replanteara en parte su obra, resolviendo coronar la imagen con el citado gorro, liberando así la punta de la lanza, que resolvió acortar porque sobresalía demasiado del conjunto. Como bien expresó Julio Payró, estos arreglos le hicieron ganar un mejor aspecto a la obra, logrando un mayor acuerdo entre la escultura y su soporte arquitectónico [J. Payró, op. cit., p. 57]. Poco después concluyó las esculturas angulares que representaban, respectivamente, a las Artes y las Ciencias –las que miraban hacia el río– y al Comercio y la Agricultura –las que daban para el oeste. La obra fue entregada en forma completa a fines de abril de 1857. Esa es la imagen de la Pirámide que se aprecia en una litografía de Rodolfo Kratzenstein publicada en la Memoria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires correspondiente a los años 1856 y 1857 (Buenos Aires, Imprenta del Orden, 1858), en la que también se destaca la sencilla alameda que diseñó Pueyrredón al no poder concretar su más ambicioso proyecto de parquización (ilus. 13). Seis años después, en el Diccionario de Buenos Aires ó sea Guía de Forasteros, de Antonio Pillado (Buenos

Aires, Imprenta del Porvenir, 1864), una litografía de Roberto Lange nos muestra una visión más cercana del monumento, con sus detalles ornamentales bien visibles, a la vez que también nos da cuenta de que el tímpano del frontón de la Catedral había logrado por fin incorporar los relieves por los que se venía bregando desde hacía ya muchos años, y que habían sido impulsados por Pellegrini y posteriormente por Pueyrredón, para ser finalmente realizados por el propio Dubourdieu (ilus. 14). En lo que atañe a la Pirámide, cabe destacar que no han sido pocos los autores que han dicho que la primigenia de 1811 quedó escondida dentro de la nueva de 1856, pero es evidente que la estructura original solo fue modificada en parte, mediante un ligero aumento de la altura de la aguja y algunos retoques superficiales en el revoque y el moldurado. Sin mayores alteraciones, así fue como se mantuvo el monumento, más allá del agregado de escudos nacionales orlados de banderas que se colocaron en los frentes del pedestal, y las coronas de laureles que se tallaron en tres de sus caras, hasta que, en febrero de 1878, se reemplazaron las cuatro estatuas angulares –bastante dañadas– por otras provenientes del coronamiento del frontispicio del edificio del Banco de la Provincia, construido en 1874 por los arquitectos Henry Hunt y Hans Schroeder. Esas estatuas, que representaban a la Geografía, la Astronomía, la Navegación y la Mecánica, y que posiblemente hayan sido importadas de Europa, fueron obsequiadas a la Municipalidad por los citados arquitectos con el fin de ornar la Pirámide. Con estos nuevos aditamentos se aprecia

al monumento en una antigua fotografía de Witcomb publicada en el álbum Casa Witcomb: Buenos Aires antiguo (Buenos Aires, Peuser, 1925) (ilus. 15), tomada sin duda poco antes de que comenzaran las obras de remodelación del Cabildo que, entre 1880 y 1881, dirigió Pedro Benoit, para transformarlo en un absurdo edificio a medias italianizante y a medias afrancesado, con una muy alta torre que poco después debió demolerse. Sencilla, aunque preñada de entrañables sentimientos, en varias oportunidades la Pirámide corrió el peligro de ser suplantada por un monumento de mayor jerarquía. Un fuerte embate fue el que sufrió de parte del primer intendente de la ciudad, Torcuato de Alvear, que tenía una opinión absolutamente negativa sobre su aspecto. Entre las figuras más destacadas del momento muchas fueron las que opinaron en contra de su proyecto de demolición, incitando en cambio a que se procediera a una prolija restauración. Un lapso de calma se vivió hasta 1887, cuando una ley del Congreso Nacional dispuso la construcción de un monumento conmemorativo de la Independencia en el centro de la Plaza de Mayo, así denominada una vez demolida la antigua Recova y unidas las dos plazas preexistentes. Tampoco en ese caso se llegó a tomar una medida concreta. En todo caso, en 1891, durante la presidencia de Carlos Pellegrini, se le agregó a la Pirámide una placa recordatoria de José Pereyra de Lucena y Manuel Artigas, los dos primeros oficiales que perdieron la vida luchando por la independencia. En 1894, remodelada la plaza gracias a la labor de Carlos Thays, se decidió tras-

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archivo

Tal vez su modestia y sus apenas 19 metros de altura hayan conspirado para que no se la convirtiera en el símbolo de Buenos Aires –sitial que hasta cierto punto ocupó el racionalista obelisco del arquitecto Alberto Prebisch–, pero su proyección simbólica es incomparable. Ha presenciado 199 años de la trayectoria histórica de nuestra patria. A su alrededor se han desarrollado momentos trascendentales de nuestra vida ciudadana; algunos plenos de regocijo, otros destemplados y caóticos. Ha sido testigo por excelencia de nuestro acontecer político y social. Por todo eso, podríamos decir, sin temor a pecar de grandilocuentes, que esa simple Pirámide es, en realidad, el Altar Laico de la Patria, y como tal debemos venerarla (ilus. 17). Nota: todas las imágenes de la Pirámide reproducidas o

16 ladar el monumento al centro del nuevo paseo, pero ese proyecto solo se concretaría en 1912 (ilus. 16), luego de sortear un nuevo peligro que la acechó al acercarse el Centenario de Mayo de 1810: el de quedar encerrada dentro de un gran monumento que se erigiría en el centro de la plaza para rememorar aquel magno acontecimiento, idea que por diversas circunstancias no llegó a concretarse. Fue así que la Pirámide de Cañete con la que se celebró el primer aniversario de nuestra vida independiente, modificada por Dubourdieu en 1856, revocada y arreglada en numerosas oportunidades, punto focal de reiterados festejos patrios, trasladada hacia el centro de la plaza perdiendo en su trayecto las estatuas alegóricas de sus esquinas –que desde 1972 se hallan ubicadas en la plazoleta de San Francisco, en la intersección de Defensa y Alsina–, pudo seguir felizmente en pie y permanecer allí, frente al Cabildo donde se gestó la Revolución, rodeada por los edificios oficiales y religiosos más significativos de la ciudad.

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citadas en el estudio precedente pueden consultarse en álbumes y libros que se conservan en la Biblioteca del Club.

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UN LIBRO EN HOMENAJE AL BICENTENARIO Próximamente, el Jockey Club publicará el libro titulado Homenaje al Bicentenario de la Patria, que incluye los textos de las conferencias conmemorativas pronunciadas en el Salón Anasagasti de nuestra sede social durante el mes de mayo de 2010, dos ensayos relacionados con los sucesos revolucionarios, y un apéndice en el que se reproducen valiosos documentos contemporáneos de aquellos acontecimientos, que hoy se conservan en la Biblioteca del Club.

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reciprocidad

El Rand´s Club

El espejo de Johannesburgo

Fotos: cortesía Rand´s Club

La historia del Rand's Club va de la mano del desarrollo de una nación tan asombrosa como Sudáfrica. Con su diseño original, este club con más de cien años de historia cautiva por su estilo, refinamiento e inigualable hospitalidad. Fachada del club.

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La barra del suntuoso bar.

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ímbolo de Johannesburgo, el Rand's Club encierra en sus instalaciones parte de la historia de Sudáfrica, pues fue testigo del nacimiento de la versión moderna de esa nación y de los grandes cambios políticos y sociales que allí se vivieron. La fundación del club, en 1877, está estrechamente ligada al desarrollo del yacimiento de oro más grande del mundo, encontrado un año antes en la finca Langlaagte, a unos pocos kilómetros del centro de la moderna Johannesburgo. Muestras de la rocas de oro, enviadas desde Kimberley, entonces el centro minero y financiero más importante de Sudáfrica, llegaron a manos de Cecil John Rhodes. Este, impresionado con la calidad del material, le preguntó al cirujano Hans

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Sauersi si era posible comprar un lote de tierra cerca del yacimiento. Así, ambos salieron a dar un paseo para elegir ese sitio ideal. En la intersección de la calle Commissioner y otra que terminaba en la Plaza del Mercado, Rhodes señaló: “Este será el lugar para nuestro club”. Había entonces que sortear un obstáculo: encontrar al dueño de ese terreno y hacerle una oferta. El propietario de una mitad, Ikey Sonnenberg, un especulador y financista muy conocido, cedió su parte cuando supo el destino del lote. La parte restante se compró. Para poder comenzar las obras, se realizó un plan de cuotas que establecía que cada hombre que aspirara a ser miembro de la futura institución debía pagar 10 libras. Con lo recaudado se

Vistas de los magníficos interiores.

La biblioteca.

construyó la primera sede: una planta baja con muros de ladrillo y techo de paja. Allí funcionó el Rand's Club durante su primer año y medio de actividades. Luego, a raíz del crecimiento de la entidad fue necesario hacer algunas reformas.

tó pequeña, pero la guerra anglo-bóer demoró los propósitos de mudanza. Una vez finalizada la contienda, el 31 de mayo de 1902, se pusieron en marcha los análisis de planos y propuestas. El grupo que tenía a su cargo la elección no dudó y optó por el proyecto de los arquitectos Leck y Emley Frank, artífices también del Banco Nacional de Johannesburgo. El tercer edificio es el que actualmente disfrutan los socios e invitados: tiene una estructura de base metálica, construida en el Reino Unido, revestida de hormigón. Lo notable de este inmueble es que posee detalles muy adelantados a su tiempo, como el sistema de limpieza por aspiración central que todavía hoy se considera un lujo en las grandes mansiones. Sorprende asimismo el diseño del ascensor, de 1904, que fue impulsado manualmente hasta 2005. Ese año, el club sufrió un incendio que obligó a restaurarlo en un gran porcentaje, lo mismo que la cúpula central que, destruida por completo, fue repuesta con nuevos trabajos de vidriería. En la actualidad, la institución cuenta con confortables instalaciones

Evolución La segunda casa fue erigida en el mismo sitio que la anterior, pero esta vez contó con dos pisos. En ellos se distribuyeron el bar, la sala de billar, un salón comedor, cuatro pequeñas habitaciones, cocina y despensa y diversas oficinas. La estructura de esta nueva sede seguía los dictados de la arquitectura colonial inglesa y presentaba detalles singulares, como los trabajos en hierro forjado para delimitar los balcones. Aquí se establecieron las bases de la biblioteca del club, un legado que aún hoy continúa vigente. El acervo bibliográfico tiene una sección africana que surgió del entusiasmo de Henry Stratford Caldecott, mientras que el referido a los libros ingleses estaba a cargo de una comisión presidida por Frank Lowrey. Esta segunda sede pronto resul-

El comedor.

que incluyen diferentes salones comedores y otros especiales para reuniones y eventos, un bar que ostenta la barra más larga de toda África, una biblioteca con más de 10.000 títulos, sala de pool, y por supuesto habitaciones para alojar a socios e invitados. Entre las distintas actividades que se ofrecen hay noches de jazz, de teatro y reuniones con integrantes del Springboks. El Rand’s Club, que ha fusionado un estilo clásico con modernas atenciones, continúa gozando del mayor prestigio entre sus pares. Los socios del Jockey Club, gracias al convenio de reciprocidad, tienen la oportunidad única de disfrutarlo y de visitar un lugar de ensueño como Sudáfrica.

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Marysol Antón

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lugares

En La Cumbre, un castillo Atrayente propuesta cordobesa: al máximo confort en el alojamiento se suma la paz y el encanto de la serranía. 5 8

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D Temprano en la terraza.

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esde el tee del hoyo 2 de la cancha de golf de La Cumbre se lo ve en forma espectacular, justo enfrente y en lo alto. Es el impactante edificio conocido como el Castillo de Mandl. Fritz Mandl, austríaco con abolengo que llegó a la Argentina en la década de los 40, fue un hombre controvertido, apasionado, de fuerte personalidad y, definitivamente, un gran seductor. Bartolomé Vasallo, un médico rosari-

Un confortable dormitorio.

no, había hecho construir en La Cumbre su casa veraniega, conocida como “el fuerte”. Mandl la compró, le sacó las torres, el puente levadizo y el foso y la remodeló con la ayuda de Jean Michel Frank, un diseñador de interiores muy de moda por entonces, entusiasta del minimalismo del siglo XX. Así comenzaron las historias y leyendas que continuaron por años. Luego de la muerte de Mandl, la casa permaneció cerrada un tiempo, y se decía que no se

Fotos: gentileza Ines Miguens y Iain Kemp

El espléndido e impresionante comedor.

Escritorio de época.

podía vender; que estuvo habitada por el ex jefe de la SIDE, Hugo Anzorregui; que la historia de amor entre Mandl y Hedy Lamarr inspiró a Manuel Puig para su novela Pubis angelical; que la fantástica colección de Mandl de óleos y tallas de la época colonial había sido robada y hallada en España diez años más tarde… Lo cierto es que, en 2006, una encantadora pareja y su hija se hicieron cargo de la casa y le devolvieron su antiguo y refinado esplendor.

Sin estridencias, rescataron y retapizaron muebles, acondicionaron los baños, volvieron a revivir el parque y las terrazas. Tratando de respetar al máximo el estilo tipo Bauhaus elegido por Mandl, lograron ambientes despojados pero a la vez acogedores. También, obras de distintos artistas locales como Miguel Ocampo, Remo Bianchedi e Inés Díaz Saubidet decoran las paredes, casi compitiendo con los paisajes que desde cualquier lugar de la casa pueden

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Vista aérea del castillo.

Vista desde el hoyo 2 del Golf Club de La Cumbre.

Una mirada desde el living.

divisarse y cortan el aliento: las Sierras Grandes, el río San Jerónimo, el entorno más agreste y, por supuesto, la famosa cancha de golf, diseñada por Juan Dentone (responsable también de Playa Grande) allá por 1924. Guimi Toribio, su mujer Carola y su hija Mariana se dividen las tareas hogareñas, pues, como dicen ellos, esto no es un hotel, es una casa que recibe huéspedes. Aquí, cada visitante debe (y lo consiguen) sentirse como en su casa. El trato es familiar pero no invasivo. Todas las habitaciones o departamentos son diferentes, con su impronta particular definida por las camas, mesitas de luz o un gran ropero. Algunas tienen

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Calidez y sosiego junto al piano.

piso de antiguos –y maravillosos– baldosones, otras están alfombradas. Hay paredes decoradas con esténciles y las hay pintadas de color damasco liso. Los baños han sido acondicionados, aunque mantienen la gracia de los viejos (pero impecables) artefactos y grifería. En suma, todo tiene un encanto especial, probablemente aquel que dan los años. El rubro comidas merece un párrafo aparte, así, el abundante desayuno, donde todo es casero, desde el pan a los scons, lo mismo que las mermeladas o los budines a la hora del té. Cada noche el menú varía, depende de lo que haya en la huerta y lo que Guimi decida, ya que es él quien hace las

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compras y dirige la cocina que, según su acertado punto de vista, debe ser simple y rica. “Esto y mucho más, lo aprendí de Luisa González Urquiza, nuestra vecina y gran cocinera”, comenta el dueño de casa. Carola y Mariana, a su vez, son las responsables de la repostería. Aseguran los que vivieron la experiencia, que las deliciosas cenas servidas en el comedor circular iluminado solamente por las 24 velas que tiene la gran araña, es algo difícil de olvidar. Casi tanto como los coloraditos o el Bloody Mary que Guimi sabe producir desde atrás de la barra del simpático bar y se toman frente a una espectacular puesta de sol desde una de las terrazas que rodean la casona.

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LUGARES INACCESIBLES: ENTRE AHORA AL CASTILLO DE MANDL

Por Miguel Brascó

Desde fines de la Segunda Guerra hasta comienzos de 2007, hubo siempre en el resort turístico superexclusivo de La Cumbre, altas sierras cordobesas, un huit clos, un sitio totalmente cerrado, inaccesible a la curiosidad de los turistas y hasta

Otro dormitorio.

de la gente local: el castillo alpino de vagos perfiles Berghof. Allí vivió refugiado durante sus últimos años el aristócrata austríaco Fritz Mandl. Con breeches y botas a la manera prusiana, este personaje extraño, que sedujo y se casó con la famosa actriz Hedy Lamarr, fue un sobreviviente misterioso de la oscura Gotterdâmmerung inmediata a la debacle alemana de los años 40. Acostumbrado a cabalgar erguido y solo en los atardeceres de La Cumbre, es esa la imagen que de él perdura en la memoria de los más antiguos residentes: fantasmal, esotérico y callado, hacia y desde su castillo, das Schloss. Después de su muerte y por muchos años, el lugar permaneció cerrado; pero ahora, favorables circunstancias coincidentes han permitido, primero, restaurarlo detalle tras detalle, Carola Toribio

Los anfitriones Carola y Guimi Toribio.

mediante, tal cual fue en vida de Fritz Mandl, y luego, abrirlo a la curiosidad y al interés de los

El programa de actividades en los alrededores es múltiple: caminatas, salidas a caballo desde el mismísimo Castillo, recorrida por los ateliers de artistas locales, paseos y shopping por los negocios de La Cumbre o en la Calle de los Artesanos y, para los más aventureros, increíbles vuelos en parapente desde la plataforma de despegue de Cuchi Corral. Allí, algún habilidoso “parapentista” conduce un biplaza para aterrizar junto al río Pinto en una peripecia –lo aseguro– inolvidable. En el Castillo existen algunos “no” y es bueno conocerlos de antemano. No a los niños (la casa no está acondicionada para ellos, amén de las terrazas y barrancas del jardín), no a la televisión o al frigobar en las habitaciones y no a la música fuerte. Sí, en cambio, a la lectura –hay una superbiblioteca–, y a la percepción de los sonidos o, mejor dicho, del silencio del entorno. Decididamente sí a la rica comida y al relax. El Castillo es un lugar perfecto si se viene realmente a descansar, a desconectarse de la frenética vida de la ciudad… aunque –se sabe– al principio cuesta. www.elcastillodemandl.com

turistas. Con ese objetivo, desde diciembre último ha sido habilitado como hotel. Un lugar “otra-cosa”, donde realmente, más que pasajero de un hotel a la page, uno se siente a cada momento como un invitado, un huésped, o el miembro de una cofradía que rodeaba al aristócrata extranjero. Todo es amplio, espacioso, original de época, sehr gemütlich. El amanecer contra un paisaje de contornos Schwarzwald, los colibríes en los balcones, el desayuno tempranero con la pâtisserie y las confituras provenientes de los sotobosques de la zona, la alta mañana en la piscina llena de murmullos y de música de alas, los drinks del propietaire, Guimi Toribio. En fin, vida radiante. El castillo es, asimismo, una experiencia gastronómica, de las que permanecen largo en la memoria. Cada plato de su cocina expresa cabalmente los sabores de La Cumbre, próximos a los de la Provenza en sus propuestas más mediterráneas. Muchos vegetales de estación recién cosechados de la huerta. Zanahorias, remolachas, calabazas, lechugas de toda variedad, espinacas, ajíes de colores, berenjenas, ajos, cebollas, choclos, tomates, rabanitos. En una efusión de alioli, ratatouilles, cassoulettes con romero, tomillo, salvia, lavandas, olivas regionales de primera presión, aceitunas, nueces, almendras, pasas de uvas. Frutas frescas locales: damascos, duraznos, arándanos, boysenberries, cerezas, higos, peras. Además del otoño perfumado de hongos, champiñones y morillas, y el apogeo de las chêvres, los quesos de cabra artesanales, los cabritos, los conejos de gibellote, los risotti serrano, las truchas de río montañés, antípodas de las de criadero. Los panes de campo, panes de nuez, fougasse olivamente crocantes, y también focaccias con aceitunas y de hierbas, utilizando los jugos de las carnes y las verduras para dar más sabor. Todos los platos con recetas más bien clásicas pero recreadas al sabor local, no oculto por las salsas. Los postres y los dulces son asimismo du marchè, de acuerdo con la cosecha de frutas del día. Muchas espumas, bavaroisses, utilizando la crema y la manteca erradicadas de la cocina. Una tartelette de ciruelas negras, ácidas y helado de crema, una tarte tatin de damascos con miel de San Marcos, peras williams con chardonnay y crema inglesa, una torta húmeda de chocolate con espuma de higos. Los vinos de la cava de Guimi Toribio, llena de botellas con añadas increíbles. Sus coloraditos de Campari-Gancia tomados en las terrazas al atardecer, los pisco sours, los Bloody Mary son una experiencia Hemingway. Acompañados por zakouskis, patés de campo, terrinas de truchas con mayonesa de alcaparras, petites brochettes de pollo con naranja y vodka, crepes de hongos tibios, ¿qué más se puede pedir? Ese es el Schloss de Mandl: algo distinto. Una otra-cosa.

Julie Bergadá

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