ENSAYO LA SALUD Y LOS ESTILOS DE VIDA RESUMEN

86 ENSAYO LA SALUD Y LOS ESTILOS DE VIDA *Dra. Esther Caricote Agreda **Dra. Evelyn Figueroa de Sánchez. *** Lic. Milena Granado Domínguez *Médica P...
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ENSAYO LA SALUD Y LOS ESTILOS DE VIDA *Dra. Esther Caricote Agreda **Dra. Evelyn Figueroa de Sánchez. *** Lic. Milena Granado Domínguez

*Médica Psiquiatra, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Especialista en Salud y Desarrollo del Adolescente. Adscrita a la Unidad de Salud Reproductiva (UNISAR). Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de [email protected] ** Médico-InternistaCardióloga, Especialista en Docencia para la Educación Superior, Magíster en Investigación Educativa. Doctor en Ciencias Médicas. Profesora Asociado de la Facultad de Ciencias de la Salud, Escuela de Medicina esfigueroa@ hotmail.com *** Lic. En Educación, Mención Inglés. Magister en Lectura y Escritura. Profesora en Investigación en el Departamento de Idiomas Modernos de la Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Carabobo. [email protected]

RESUMEN Hoy en día, la salud se conceptualiza como un estado positivo de bienestar físico, mental, espiritual y social que comprende el desarrollo humano y la calidad de vida. Es decir, estamos presenciando un giro en la definición de salud pues se le considera como algo que hay que desarrollar, no conservar. Este nuevo enfoque en el campo de la salud nos señala que las principales causas de muerte en las sociedades industrializadas son las enfermedades crónicas como por ejemplo el cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad, accidentes automovilísticos, que provienen de estilos de vida y conductas poco saludables Una de las reflexiones centrales de este ensayo, es la necesidad de abordar terapéuticamente las creencias y actitudes, los hábitos cotidianos, que constituyen aspectos primordiales de esta problemática humana y transformarlas en conductas saludables por medio del abordaje de acciones educativas, persuasivas y motivacionales orientada a alentar el conocimiento y la preferencia por los comportamientos saludables Palabras Clave: Salud, Estilos de vida, Creencias, Actitudes, Educación para la Salud ABSTRACT HEALTH AND LIFESTYLE Nowadays, health is conceptualized as a positive state of physical, mental, spirituality and social well-being that embraces human development and quality of life. That is, because we are seeing a turning point in the definition of health into something that needs to be developed instead of kept. This new approach in the field of health indicates that the main causes of death in industrialized societies are chronic diseases as cancer, heart disease, diabetes, obesity, car accidents, which come from lifestyles and unhealthy behaviors. One main reflection of this essay, address the need to grapple not only therapeutically beliefs and attitudes but also everyday habits, which constitutes overriding aspects of this human problem, to transform them into healthy conducts by the promotions of educative compelling and motivational actions oriented to encourage awareness and preference for healthy behaviors. Keywords: Health, Lifestyle, Beliefs, Attitudes, Health education.

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INTRODUCCIÓN Mario fuma una caja de cigarrillos al día y aún no percibe síntomas limitantes; su vida es sedentaria y ante situaciones de estrés cotidiano, incrementa el consumo de cigarrillo porque siente que ese comportamiento “lo tranquiliza”. Por otra parte, Luís de 48 años de edad no experimenta síntomas significativos, pero sabe que ha sufrido de hipertensión arterial; no realiza controles médicos períodicos y su estilo de vida no está acorde con las prescripciones médicas recibidas. Parece ignorar el riesgo potencial de su conducta lo cual eleva la posibilidad de favorecer procesos de enfermedad. En estos dos casos, la pregunta de fondo es ¿Qué pasa con estos dos seres humanos que no reconocen la relación causa (cigarrillos e hipertensión respectivamente),- efecto evidente para modificar sus conductas patogénicas y no desarrollar enfermedades? En los últimos años, se viene produciendo un cambio en la concepción y complejidad de la salud y enfermedad puesto que se acepta que los factores psicosociales afectan los sistemas corporales, lo cual altera la vulnerabilidad del individuo ante los procesos patológicos. El paradigma actual en este campo indica que la calidad del bienestar psicológico y físico depende principalmente de nuestros hábitos de vida. Una de las reflexiones centrales de este trabajo, es la necesidad de abordar terapéuticamente las creencias y actitudes, los hábitos cotidianos, que constituyen aspectos primordiales de esta problemática humana y transformarlas en conductas saludables por medio del abordaje

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de acciones educativas cognitivo-conductuales orientadas a manejar adaptativamente el funcionamiento psicobiológico del individuo. Esta nueva perspectiva implica desarrollar estrategias de comunicación, es decir, crear nuevas pautas interpersonales que aseguren la direccionalidad de la comunicación médico-paciente. PERSONALIDAD Y SALUD Algunos individuos se recuperan con cierta rapidez de enfermedades que en otros causan largos períodos de convalecencia e inconveniencias familiares y laborales. Tales hechos ponen en evidencia la existencia de ostensibles diferencias individuales en la susceptibilidad a la enfermedad, en la respuesta a la misma y en la posibilidad de recuperación. Se puede pensar que tales diferencias individuales se deban a la dotación genética de la persona; de tal forma, que desde la concepción estamos programados para desarrollar alguna enfermedad. Cabe destacar que si bien poseer ese marcador genético predispone al individuo a desarrollar cierta enfermedad, Bayes (1994), expresa que esto en sí mismo no es determinante porque existen factores psicosociales que interactúan con la fisiología del organismo para poner en marcha el proceso desencadenante de la enfermedad. En este sentido adquiere gran importancia el papel que juega la personalidad del individuo en la predisposición y desarrollo de la enfermedad o trastorno, así como en la evolución de este y el modo en que la afronta. Dentro de esta perspectiva, la relación entre personalidad y enfermedad, entre lo psicológico y

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lo fisiológico no es fácil de responder. Así, ya en la antigua Grecia, Hipócrates, abordó esta interacción cuando presentó su biotipología humoral-temperamental en la que proponía una explicación fisiológica de las diferencias individuales en la conducta, relacionando las disposiciones biopsicológicas de la personalidad con la susceptibilidad a padecer determinadas enfermedades. En la actualidad, la psiconeuroinmunología de acuerdo a Ader y Cohen (1993), aborda la posible relación entre los aspectos psicológicos (personalidad), del individuo y el sistema fisiológico a través del sistema inmune que en cierta medida, regula la susceptibilidad a padecer una enfermedad. Abel citado por Oblitas (2004), señala que la psiconeuroinmunología es una disciplina que estudia la interrelación entre cerebro, conducta y sistema inmune. Sostienen la hipótesis que el sistema nervioso central puede influir en la función inmunológica del ser humano y que por lo tanto, los factores psicológicos están implicados en muchos de los factores causales que afectan la susceptibilidad a la enfermedad. No obstante, los mecanismos subyacentes a tales interacciones psicobiológicas así como sus consecuencias para la salud y enfermedad no se conocen de un modo preciso y el aspecto más difícil de explicar son los cambios inmunológicos que median entre los factores psicosociales y la predisposición y/o susceptibilidad a la enfermedad. Dentro de este orden de ideas, Suls y Rittenhouse (1990), propusieron tres modelos explicativos centrados en los rasgos de personali-

dad y la salud/enfermedad. El primer modelo se refiere a que ciertos individuos responden de forma aguda y/o crónica con una reactividad fisiológica exagerada a los estresores de acuerdo a sus rasgos temperamentales y de carácter, evalúan las situaciones como más estresantes de lo que en realidad son. Un ejemplo típico es el patrón de conducta tipo A. En efecto, los individuos que presentan este perfil de personalidad se caracterizan por una implicación laboral extrema, urgencia de tiempo, impaciencia, hostilidad y competitividad, necesitan del éxito y reconocimiento social de forma constante. Esta hostilidad y competitividad delimitan un perfil cognitivo que provoca el desarrollo de sentimientos y percepciones de amenaza lo cual provoca una hiperactividad fisiológica que desencadena respuestas tales como el aumento de la tensión arterial, de la tasa cardiaca y de la secreción de catecolaminas con el consiguiente efecto nocivo sobre arterias y vasos sanguíneos. Evidentemente, este modelo hace hincapié en la reactividad inducida por el rasgo de personalidad. Sin embargo, todavía no está claro el grado con el cual ofrece una explicación completa para cualquier asociación entre personalidad y enfermedad. El segundo modelo propuesto por los autores, se refiere a la predisposición constitucional. Sostienen que las disposiciones de personalidad asociadas con riesgo de enfermedad pueden ser solo marcadores de alguna debilidad física innata o anormalidades orgánicas que elevan la susceptibilidad a la enfermedad. Esto significa, que el estilo de personalidad puede ser por sí mismo inofensivo (desde una perspectiva de

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la enfermedad física), pero puede servir para indicar la presencia de alguna anormalidad subyacente que crea el riesgo de enfermedad. Visto de esta forma, este segundo modelo podría explicar que el patrón de conducta tipo A es constitucionalmente hiperreactivo y es por ello, que Krantz y Durel citado por Oblitas (2004), comprobaron que los individuos con perfil de personalidad tipo A mostraron mayor reactividad del sistema nervioso simpático incluso bajo anestesia. Ahora bien, no está claro por qué la personalidad debería ser un marcador de condiciones físicas subyacentes y por otra parte, saca a la luz la controversia sobre la heredabilidad de los rasgos. El tercer modelo de Suls y Rittenhouse (1990), propone que los rasgos de personalidad confieren mayores riesgos de enfermedad pues exponen a los individuos a situaciones y circunstancias riesgosas.

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en día que los sentimientos y emociones pueden repercutir positiva o negativamente en el bienestar del individuo. Por ejemplo, sentirse amado y apoyado por el círculo familiar y amigos adquiere un enorme valor cuando se tiene que afrontar situaciones estresantes. Precisamente, Labrador expresa (1993), que el estrés es el estado psicológico, que más influye negativamente sobre nuestra salud, pues está asociada al cáncer, enfermedad cardiaca coronaria, supresión del sistema autoinmune. La sociedad, también influye sobre la salud puesto que en el entorno se encuentran riesgos ambientales tales como la contaminación del aire, agua y suelo, o sustancias tóxicas (insecticidas y productos químicos peligrosos), y radiaciones naturales o provocadas. Estos elementos ejercen influencias significativas sobre la salud individual y colectiva. ACTITUDES, CREENCIAS Y SALUD

Resulta claro que estos tres paradigmas, mantienen efectos bidireccionales y recíprocos y en este sentido una disposición genética a la infección puede desarrollar un estilo cognitivo pesimista lo cual, puede llevar al individuo a desarrollar conductas de riesgos.

Las creencias y las actitudes son dimensiones motivadoras importantes en el comportamiento del individuo y con el paso del tiempo el ser humano puede presentar comportamientos diferentes, pero algunas de esas creencias y actitudes permanecen iguales

Visto de esta forma, cada vez es mayor la evidencia del peso que ejerce nuestra conducta, nuestro estado psicológico y el contexto en el que vivimos en nuestra salud y como depende estos factores de comportamientos tales como tener hábitos saludables, buscar cuidados médicos, obedecer las recomendaciones de éstos, entre otros.

Frías (2000), definió una Creencia como “La convicción de que el fenómeno u objeto es real o verdadero” (p.58). La fe, la verdad y la confianza son creencias. Frases de creencias orientadas hacia la salud incluyen declaraciones como: “Yo no creo que los medicamentos funcionen”; “cuando te llega tu hora, te llegó y no hay nada que hacer”; “el ejercicio no hará diferencia”. Basándose en estas frases, una creencia es una aceptación emocional de una afirmación

Con respecto al estado psicológico, se sabe hoy

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que no tiene por que tener una base empírica o científica. La acepta como verdad pero no toma en consideración si en realidad lo es o no en términos objetivos. Por ejemplo, sí una persona cree que el SIDA solo afecta a los homosexuales y drogadictos, es poco probable que utilice preservativos cuando tenga relaciones sexuales. Las creencias tienen tres características que la definen de acuerdo a Greene y Simons- Morton (1988). Primero, las personas pueden catalogarlas de falsas o verdaderas al margen del valor de certeza que le otorga el que las posee. Por ejemplo, una persona puede decir que la marihuana es inocua para la salud pero está aseveración es errónea para la mayoría de los profesionales de la salud. Segundo, las creencias tienen un elemento cognoscitivo que significa, lo que la persona sabe o cree saber al respecto y tercero, las creencias tienen un componente afectivo, que hace referencia al grado de importancia que posee una determinada creencia para un sujeto en una situación dada. Por ejemplo, un individuo puede tener un dolor de garganta y creer que se curará más rápidamente con antibióticos pero al mismo tiempo piensa que no vale la pena interrumpir su trabajo para ir al médico. Sin embargo, cuando le sucede lo mismo a su hijo su comportamiento cambia radicalmente y no duda un instante para hacerlo atender por el médico. Cabe destacar en los ejemplos anteriores que pareciera que las creencias de un individuo se estructuran de modo ordenado según su importancia relativa. En cuanto a la Actitud, Buceta, Gutiérrez, Castejon, y Bueno (1995), sostienen que “la actitud es una organización de creencias relativamente perdurable sobre un objeto o situación que nos predispone a responder de alguna

manera preferencial” (p.21). Según este planteamiento, las actitudes se caracterizan por ser una serie de creencias que interactúan con otras, predisponiendo al individuo a actuar o responder a alguna situación de manera predecible. Al reflexionar sobre esta aseveración, se puede pensar que hace un siglo, las personas se enfermaban a causa de la carencia de agua potable, alimentos contaminados o el contacto con otras personas infectadas. Una vez enfermos, basaban sus expectativas de curación en los cuidados médicos; la gente sentía una responsabilidad muy limitada por su salud ante la posibilidad de contraer una enfermedad porque creían que era imposible evitar las bacterias y los virus. Hoy en día, todavía se observa que muchas personas mantienen una actitud pasiva ante la salud y enfermedad y como consecuencia podemos observar sobrepeso, abuso del alcohol y tabaco, sedentarismo, no hacen ejercicio con regularidad, evitan los “chequeos médicos” y solo acuden a este cuando se sienten enfermos y depositan todas sus esperanzas de curación en manos de la medicina. Dentro de este orden de ideas, se aprecia que cada vez son más las personas que adoptan una actitud activa y responsable ante la salud y enfermedad lo cual se refleja en la práctica de estilos de vida saludables y que se traduce en una reducción del riesgo de morir, en un aumento de la expectativa de vida y en una adecuada calidad de vida Por consiguiente, a los profesionales de la salud les corresponde poner interés en facilitar el cambio de comportamiento en sus pacientes sin olvidar las creencias y actitudes que son frutos

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de aprendizajes adquiridos durante la vida y que deben ser el eje de la promoción y prevención de comportamientos de salud. ESTILOS DE VIDA Y SALUD Cada período histórico ha tenido para cada edad una significación y unas exigencias determinadas y es por ello que en la cultura de hoy en día, se aprecia que las enfermedades, dolencias y pérdidas son más difíciles de aceptar porque se quiere vivir una eterna juventud, porque el hombre siempre ha querido vivir más y mejor sin aceptar los cambios que produce el tiempo y la edad sobre su salud. Así por ejemplo, los valores prototípicos de la juventud que tradicionalmente han sido tenidos como mero tránsito o aprendizaje para la vida adulta hoy en día se han convertido en un valor autónomo capaz de prestigiar al resto de las edades. A su vez, la vejez, que anteriormente era considerada como una fuente de sabiduría y prestigio queda estigmatizada en sus valores tradicionales, orientándola hacia la impronta de juvenilización colectiva. Debe señalarse, que un factor que determina este proceso, es el aumento de la longevidad o expectativa de vida que nos ofrece la actualidad. Y en este punto, cabe preguntarse ¿A qué se debe este fenómeno? La respuesta podría ser la preocupación casi colectiva por hacer cambios radicales en los estilos de vida. Pero, ¿Qué es un estilo de vida? Adler y Matthews (1994), lo conceptualizan como “aquellas conductas sobre las que un individuo tiene control y que incluyen todas las acciones que afectan a los riesgos para la salud” (p.45). A este respecto, la Organización Mundial de la

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Salud (1998), manifestó que hay que promover estilos de vida saludables como forma de vivir tanto individual como colectivamente y de forma cotidiana que permitan una mejora de calidad de vida. Visto de esta forma, el estilo de vida puede ser conceptualizado como aquellos hábitos, actitudes, conductas, tradiciones, actividades y decisiones de una persona, frente a las diferentes acontecimientos en las que el ser humano se desarrolla en sociedad o por razón de su quehacer diario; lo que significa que se va conformando a lo largo de la historia de vida del sujeto. Por consiguiente, el estilo de vida es un proceso de aprendizaje. El análisis precedente indica que el estilo de vida en una persona o colectivo es un producto complejo donde intervienen factores personales, ambientales y sociales, que interactúan en la historia interpersonal y puede ser modificado por decisiones conscientes de quienes aspiran perfeccionarse y a perfeccionar la sociedad. Desde esta perspectiva, Flores Alarcón y Hernández (1998), proponen para este mundo industrializado, la prevención de enfermedades por medio de los cambios en los estilos de vida, significando un estilo de vida socializado porque no se refieren solo a hábitos personales sino también, cómo las sociedades están organizando el acceso a la información, cultura y educación hacia condiciones de vida más saludables. Esta dimensión social que emana de los conceptos previos, están entendiendo el estilo de vida como una interacción de responsabilidad individual, colectiva y política puesto que el individuo que murió de cáncer pulmonar tras cuarenta

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años como fumador no ha sido solo por su responsabilidad sino que también su estilo de vida se ve afectado por elementos peligrosos desde el punto de vista epidemiológico como es el desempleo, la pobreza, entre otros. PROFESIONALES DE LA SALUD vs. ESTILOS DE VIDA El estilo de vida constituye un proceso de aprendizaje que se produce por asimilación o por imitación de modelos de patrones familiares o de grupos formales o informales. Es natural que las personas tiendan a imitar los modelos sociales promovidos en los medios de difusión o comunicación social. Por tanto, intervenir los estilos de vida se convierte en una de las acciones más eficaces para la prevención de la enfermedad y la promoción de la salud. Así, es frecuente que los médicos aconsejen a sus pacientes la modificación de ciertas conductas que ponen en riesgo su salud. Pero, ¿Qué sucede cuando los mismos profesionales de la salud exhiben estilos de vida inadecuados? El médico tiene pleno conocimiento de la relación entre comportamiento y salud, de la etiología de las enfermedades y su tratamiento, lo que significa que evitarían conductas que atentan contra su salud; no obstante, no siempre es así, es frecuente encontrar médicos fumadores, sedentarios, obesos, entre otros. A este respecto, Sanabria Ferrand, González y Urrego (2007), realizaron un estudio sobre la frecuencia de comportamientos saludables en una muestra de 606 profesionales de la salud colombianos (médicos y enfermeras), y establecer si existe alguna relación entre su nivel de acuerdo con el modelo biomédico y su estilo

de vida. Se encontró que solo el 11,5% de los médicos y 6,73% de las enfermeras presentaron un estilo de vida saludable y que el principal problema está relacionado con la actividad física y el deporte donde los hábitos son poco saludables. No se evidenció relación entre el nivel de acuerdo con el modelo biomédico y el estilo de vida de los profesionales. Estos investigadores concluyeron que esta situación puede estar induciendo en los profesionales, además de una pobre salud en el futuro, una actitud que no favorece la promoción de hábitos saludables en sus pacientes y la práctica de una medicina más curativa que preventiva. Esta investigación, lleva a pensar que los médicos que cuidan su salud y practican estilos de vida saludables, tienen mayores probabilidades de recomendar y de inducir en sus pacientes hábitos igualmente saludables y de tener mayor éxito en el seguimiento de sus recomendaciones, contrario a aquellos de hábitos no saludables y que probablemente son poco escuchados por sus pacientes cuando les recomiendan comportamiento que evidentemente, ellos tampoco practican. De acuerdo a este planteamiento, el tema de los estilos de vida cobra vital importancia cuando se trata de profesionales de la salud ya que tiene doble impacto: el impacto sobre este grupo de profesionales en particular y que los estilos de vida de dicho grupo recaen en las acciones de salud de sus pacientes, al convertirse en modelo de vida a seguir. En efecto, Ramos (2002), manifiesta que normalmente el ser humano tiene tendencia a imitar acciones, actitudes valores, anti valores o respuestas emocionales de distintos modelos

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reales o simbólicos (tanto física como verbalmente de personas y medios de comunicación), que observa y además a reproducirlas por imitación. A tal fin, la figura del médico y el equipo de salud como dador de salud serán significativos para ser imitado positivamente por la persona que acude en su ayuda siempre y cuando tengan coherencia entre lo que dicen, lo que hacen y lo que enseñan porque el trabajador de la salud tiene que tener presente su papel de educador moral, tiene que educarse y mantener su ética profesional en el rol que desempeña. El personal de salud tiene que promover en los pacientes el autocontrol sobre la influencia que tienen las personas significativas y condicionamientos ambientales porque se pueden adquirir malos hábitos de salud aprendiendo por observación o por modelado o imitación como está sucediendo con las adolescentes, la anorexia y las ¨Top Model¨ que anuncia los medios audiovisuales. ¿CÓMO SE PROMUEVE LOS CAMBIOS DE ACTITUD Y CONDUCTA? Numerosas investigaciones relacionadas con el tratamiento de conductas perjudiciales para la salud han dado importancia a los factores cognitivos como el pensamiento, creencias, fantasías como bases centrales de la eficacia de las intervenciones terapéuticas. Hoy en día se está tomando en cuenta desde el punto de vista psicológico, los enfoques cognitivo-conductual ya que se concentra en la identificación y modificación de los pensamientos, procesos y estructuras cognitivas de un individuo.

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Becoña y Oblitas (1996), parten del supuesto de que las personas son agentes que activamente procesan información; por lo tanto, a los pacientes se les enseña a reconceptualizar el problema que comprenda cómo él mismo mantiene las conductas nocivas para su salud a través de determinadas creencias. Posteriormente, se les enseña habilidades de automanejo para que logre un mejor control de las situaciones y la tercera fase es practicar y experimentar el uso de técnicas y el manejo de estrategias a nivel cognitivo, afectivo y conductual para que concrete un control efectivo de las conductas saludables. Este planteamiento toma en cuenta lo que las personas se dicen de si mismas acerca de sus conductas de salud resultando una estrategia de intervención eficaz para el cambio de conducta. Por ejemplo, una persona diabética puede auto instruirse acerca de los pasos que tiene que seguir para adoptar una dieta adecuada a su problema de salud. Otro concepto que hay que manejar es como mantener en el tiempo los nuevos hábitos adquiridos puesto que existen factores que atentan sobre las conductas de salud de una persona como lo son las influencias sociales entorno al individuo; por ejemplo, el grupo de iguales puede ser un notable condicionante para que los adolescentes comiencen y sigan fumando. Por otra parte, los estados emocionales como la ansiedad, aburrimiento pueden desencadenar conductas perjudiciales para la salud y la persona vuelva a comer en exceso o a beber demasiado alcohol. Amigo y Fernández (1999), consideran que en estos casos se deben apelar a programas de reforzamientos intermitentes y además, se espera

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que las conductas saludables se mantengan por efecto de los reforzadores naturales que provienen de la realización de la actividad misma. Por ejemplo, la persona que abandonó el hábito de fumar o de comer excesivamente obtenga gratificación por sentirse mejor (bienestar físico y psicológico), más enérgico, más motivado a la actividad física, entre otros.

hábitos que favorezcan su salud es poco probable que dispense el esfuerzo suficiente para conseguirlo”(p.16). Este aporte representa que las personas sostengan fuertes creencias de que sus capacidades y destrezas en relación con su salud para regular y modificar su conducta y que se sientan capaces de llevar a cabo distintas conductas preventivas.

El Aprendizaje Social de Bandura (1990), es otro modelo que se está utilizando para lograr un cambio estable y duradero en la conducta. Es aplicada al ámbito de la salud y sostiene que las conductas saludables son hábitos aprendidos y, por lo tanto su adquisición, mantenimiento y modificación están sujetos a los principios del aprendizaje.

Por otro lado, el ser humano tiene posibilidad de aprender guías de acción mediante la observación de la conducta de otras personas (modelaje), y de las consecuencias que tal conducta produce. A tal fin, las personas expuestas a modelos que poseen conductas saludables tenderán a incorporar a su repertorio dichos comportamientos, si ven que de ellas emanan consecuencias positivas (refuerzos); mientras que, por el contrario, cuando se les expone a modelos con hábitos nocivos y observan los efectos perjudiciales para su salud, se presenta un efecto inhibidor.

Desde esta perspectiva, es importante señalar que las personas tienen capacidad para regular su conducta. En otras palabras, los individuos se proponen normas, objetivos, niveles de ejecución, que funcionan como motivadores de la conducta actual lo que significa que gran parte del comportamiento está motivado y regulado por criterios internos auto evaluadores de comparación social, personal, modelados. Si este proceso autoevaluador les indica que han conseguido la conducta deseada, emerge un sentimiento de orgullo y autoconfianza que viene a reforzar su conducta saludable; por el contrario, si estima que sus metas todavía están alejadas como al principio, aparece la autocrítica, desvalorización, autocastigo que conduciría a mantener la conducta insana. Además, el autor manifiesta que existe una relación explícita entre la autoeficacia de la persona y la salud cuando sostiene que “a no ser que el individuo crea que pueda dominar y cumplir

De acuerdo a Bandura (1988), el modelo de aprendizaje social promueve la capacidad de reflexión y análisis de las experiencias y procesos mentales, de tal forma que crea en la persona la aptitud de alcanzar un conocimiento genérico sobre sí mismo y sobre el entorno y así de poder evaluar y modificar sus pensamientos. Existe otro modelo para modificar los hábitos de salud y es el modelo de creencias sobre la salud de Becker y Maiman (1975). Estos autores explican que las personas producirán cambios conductuales significativos en el área de la salud y cambiarán sus actitudes y creencias si poseen un mínimo de motivación e información relevante para su salud.

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Esta teoría se basa en el supuesto de que el cambio de actitudes y creencias constituye un prerrequisito indispensable para modificar algún tipo de conducta y a este respecto, los autores argumentan que las conductas saludables están determinadas por la vulnerabilidad percibida por el individuo respecto de la entidad de la amenaza que pesa sobre su salud, la percepción de las consecuencia, la susceptibilidad de enfermarse, los beneficios de adoptar medidas preventivas, estar convencido de la eficacia de las intervenciones (costos y beneficios) y perciba pocas dificultades para llevar a cabo la conducta saludable. Por ejemplo, para que una persona adopte conductas saludables relacionadas con el sexo, a fin de prevenir el SIDA, debe tener conocimiento de la gravedad de la enfermedad y verse a si mismo como vulnerable si no adopta ciertas conductas de índole preventivas como es el uso de condones, evitación de la promiscuidad sexual. En este sentido, cumplen una función importante las campañas informativas como estrategias de promoción de hábitos saludables puesto que se basa en una comunicación persuasiva donde están implicados subprocesos cognitivos; sin embargo, existen factores que se deben tomar en cuenta en una campaña informativa según Frías (2000), como son: la eficacia del mensaje, los mensaje deben ser claro, precisos y simples, el comunicador tiene que explicar las conclusiones y no presuponer que la audiencia los extraerá por sí misma y el tipo de argumento utilizado para persuadir dependerá de las características de la persona a quien va dirigido el mensaje. Otra vía para la modificación de hábitos de salud es la apelación al miedo en la cual se parte del supuesto de que si se apela al miedo y a la

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aprehensión, los mensajes serán más eficaces y se producirán cambios en actitudes y creencias. En las campañas informativas se hace hincapié en las consecuencias indeseables para la salud cuando se repite cierto tipo de conductas y convencer a la persona de que esas consecuencias negativas son reales y pueden afectarles; además, se le debe describir la manera de evitar esas consecuencias negativas y persuadirlos a que puedan comportarse de la manera en que se les sugiere. Lo afirmado anteriormente lleva a la reflexión de hasta que punto las campañas informativas y la apelación al miedo logren un cambio estable y duradero en la conducta porque los resultados en el campo de la salud son dispares. Lo que se aprecia es que las actitudes tienen una mayor influencia sobre la conducta cuando es adquirida durante una experiencia directa y tiene interés para la persona. LA SALUD Y LA ESPIRITUALIDAD Hay quienes piensan que la espiritualidad no tiene nada que ver con la salud. Sin embargo la OMS (2003), define la espiritualidad como un fenómeno cuya naturaleza no es material sino que pertenece al conjunto de ideas que surgen de la mente de los seres humanos, específicamente, ideas que ennoblecen como lo es la esperanza, alivio, sentido de bienestar y paz interior en nuestras vidas. Sobre la base de las consideraciones anteriores, Navas y Villegas (2007), definen la espiritualidad como ¨la búsqueda o tomar conciencia de lo sagrado o de lo divino a través de cualquier experiencia de la vida, de manera que la persona

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está más conectada con él mismo, con su comunidad y la naturaleza, incluyendo un estado de paz y armonía. (p.35) Es evidente que tomar conciencia es, en definitiva, el objeto de nuestra existencia y por esta razón hay que integrar todos los planos del ser: cuerpo-alma-espíritu significando que el concepto de salud a nivel espiritual es comprender que no solo somos un cuerpo físico sino también un alma y un espíritu en absoluta unidad holística. Por lo tanto, la espiritualidad es liberadora y transformadora, es reformadora de nuestra experiencia interior. En este orden de ideas, la espiritualidad es una potente y eficaz estrategia que capacita y fortalece al individuo a hacer cambios en su estilo de vida y a concienciar sobre sus creencias, actitudes y comportamientos que afectan positiva o negativamente su salud. Por las consideraciones anteriores, la espiritualidad está asociada con una mejor salud y calidad de vida y adaptación a la enfermedad porque motiva el crecimiento personal y la participación del individuo en tareas creativas o de auto superación. En efecto, Szalay (2000), expresa que sanar es la experiencia humana del esfuerzo por recuperarse y encontrar a una nueva salud; pero una salud desde la auto observación, desde el interior; la curación es aquella que viene de afuera por eso el médico cura pero la naturaleza sana. El camino de la salud según se ha citado, no es combatir la enfermedad sino comprenderla para luego transmutarla. Significa entonces, que al incluir técnicas dirigi-

das a activar la conexión mente, cuerpo y espíritu como son la relajación, visualización, prácticas religiosas, meditación, yoga, hacer contacto con la naturaleza, escuchar música entre otros, en pacientes con enfermedades crónicas como la diabetes o el cáncer se logrará que el paciente mejore su auto cuidado y autoconocimiento y perciba la enfermedad como una oportunidad para el crecimiento personal y a los profesionales de la salud como catalizadores de ese proceso. Todo lo anterior indica según Fenwick (2003), que promover el bienestar existencial del individuo ya sea a través de sus creencias religiosas o sus prácticas espirituales se favorece una mejor función del sistema inmunológico con altos niveles de autoestima estimulando la fe en uno mismo y en los demás, el significado y propósito de su vida y la voluntad de vivir. CONCLUSIONES Desde los orígenes de la humanidad, la salud y la enfermedad han sido fuente de preocupación para el ser humano y desde el modelo biomédico se entendía como algo que había que conservar o curar frente a agresiones puntuales como por ejemplo las infecciones. Hoy en día, la salud ya no se conceptualiza como la ausencia de enfermedad sino que se confronta con una definición nueva que la entiende como un estado positivo de bienestar físico, mental, espiritual y social que comprende el desarrollo humano y la calidad de vida. En otras palabras, estamos presenciando un giro en la definición de salud pues se le considera como algo que hay desarrollar, no conservar.

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Por esta razón, el concepto que daba la Organización Mundial de la Salud (OMS, 1998), sobre salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social y no meramente la ausencia de dolencias o enfermedad,” (p.5) es una noción positiva, incluso multidimensional en su abordaje ya que considera aspectos biológicos, psicológicos y sociales (modelo biopsicosocial), pero se queda corto porque actualmente la salud ya no se estudia como tres dimensiones de un triangulo sino en cinco dimensiones (pentágono), porque se le agrega el ambiente y la espiritualidad. Este nuevo enfoque en el campo de la salud nos señala que las principales causas de muerte en las sociedades industrializadas ya no son las enfermedades infecciosas, sino las enfermedades crónicas por ejemplo el cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes, obesidad, accidentes automovilísticos, entre otros, que provienen de estilos de vida y conductas poco saludables Por lo tanto, las conductas de salud según refiere Rodríguez Marín (2003), no ocurren en el vacío hay que analizar los diferentes contextos en que tiene lugar; los diversos factores como los personales, interpersonales, ambientales e institucionales; el modo de vida como determinante de salud puesto que los servicios de salud y su utilización, instituciones educacionales y nivel educacional de la población así como el tipo de vivienda (condiciones y hacinamiento), e higiene ambiental son categorías que resultan necesarias en la confección de políticas sanitarias y estrategias de promoción de salud. Sin embargo, esos factores no son homogéneos para todas las conductas de salud haciéndose evidente que en un mismo individuo convivan hábitos saludables y nocivos.

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La promoción de estilos de vida saludables implica pues, conocer aquellos comportamientos que mejoran o desmejoran la salud de los individuos. A tal efecto, en los últimos años los distintos organismos nacionales como internacionales de salud (OMS, 2003), reconocen que la mortalidad y morbilidad son producidas en su mayor parte por motivos conductuales, por lo que la gente hace. Cada vez se insiste más en que las personas dejen de fumar, tengan una dieta adecuada y controlen el peso, reduzcan el consumo de alcohol y se sometan a controles médicos periódicos; sin embargo, la población a pesar de contar con información adecuada sobre su salud, no cambia ¿Por qué? , ¿Qué debemos hacer para promover estilos de vida saludables? ¿Es una utopía? Como apunta Bayés (1991), varios factores actúan en contra de los hábitos positivos de salud. Por ejemplo, el bombardeo de la publicidad de masas sobre modelos deseables que implican la satisfacción inmediata por medio del consumo de producto o acciones potencialmente peligrosas o cancerígenas; los anuncios de automóviles rápidos, consumo de tabaco y alcohol, las exquisitas comidas, la promiscuidad sexual, cuerpos esbeltos y bronceados entre otros. Otro aspecto, es el choque entre el poder económico de las multinacionales y los trabajadores para controlar la comercialización y producción e incluso la erradicación de ciertos productos cancerígenos. El ejemplo más evidente es el de tabaco o el de distintos productos industriales que destruyen la capa de ozono. En otras palabras, no existe una clara voluntad política de parte de nuestros gobernantes de erradicar su producción, precisamente por las consecuencias económicas.

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Ahora bien, otro factor negativo que atenta contra los hábitos de salud es la confianza actual de los ciudadanos en el poder sin límites de la Medicina y que en poco tiempo los investigadores descubrirán drogas milagrosas para curarlo todo; esto, hace que en la conciencia de la persona cuando lleven a cabo comportamientos inadecuados, se hagan la pregunta ¿Para qué renunciar ahora a cosas agradables para prevenir un cáncer o un infarto cardíaco que aparecerá dentro de 10 o 20 años, cuando ya se dispondrá de un tratamiento capaz de tratarlo o eliminarlo con rapidez y eficacia?

trializada donde impera el hedonismo como un valor esencial. La única forma de contrarrestar el aspecto placentero y gratificante con las consecuencias aversivas a largo plazo, es aprender a tener autocontrol sobre las conductas en esta sociedad consumista.

El extenso período que, normalmente, separa la práctica de conductas nocivas a la salud de la aparición de la enfermedad en su estadio clínico diagnosticable dura muchos años. Por ejemplo, el tabaquismo es de 20 años. Fumar un cigarrillo no significa que al día siguiente se adquiere un cáncer. Tienen que pasar varios años y fumar miles de ellos y esto impide que el sujeto aprecie una relación “causal” entre sus cigarrillos y su posterior problema de cáncer pulmonar.

Con referencia a lo anterior, Ramos (2001), explica que la educación es el recurso más importante y el valor fundamental para la transformación y crecimiento personal de un ser humano por ser el medio para la transmisión de valores porque los mismos se configuran con las actitudes y actúan como marcos referenciales de orientación al sujeto en el mundo donde vive.

Estas situaciones descritas son señaladas por Bayes (1994), “ las personas no actúan con base a la lógica, sino que proyecta su aprendizaje pasado, en un contexto sociocultural determinado y son para bien o para mal, afectivas y emocionales y sometidos a las influencias de factores ambientales (físicos y económicos), condicionamientos temporales e inconscientes y sutiles e impredecibles cambios biológicos” (p.39). En estas circunstancias, la persona tiene que elegir entre llevar a cabo o no una conducta de riesgo y probablemente optará por la estimulación placentera inmediata y gratificante; no olvidemos que estamos en una sociedad indus-

A tal fin, es necesario implementar estrategias de promoción de salud en etapas evolutivas tempranas ya que la experiencia educacional indica que la mejor etapa para inculcar los hábitos que se espera tenga una persona como adulto, corresponde a la edad preescolar.

En este sentido, una educación en valores debe promover cambios significativos que conduzcan a la formación de un ser humano capaz de desenvolverse en una sociedad en la que pueda, de una manera crítica, practicar como norma de vida la libertad, la salud, la tolerancia entre otros. A través de los valores, se interpreta el mundo y se da significado a los acontecimientos y proyectos de vida. Cabe agregar que los valores son inspiradores de juicios, visiones, perspectivas que más tarde serán expresados por medio de las actitudes. A tal efecto, el Ministerio de Educación venezolano (1997), propuso que la primera regla para la educación en valores en el contexto escolar es que deben irse interiorizando en el proceso

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La salud y los estilos de vida

de enseñanza a medida que el niño, adolescente o adulto los experimenta en su propia vida. De allí se desprende, que concienciar los valores tiene que partir de la consideración del ¨Yo¨; es decir, que el aprecio por sí mismo debe educarse como un valor a partir del auto respeto y al respetarse a sí mismo respeta su cuerpo y busca la sanidad. Bajo esta premisa, la Educación para la Salud, de acuerdo a lo expresado por Caricote, y Figueroa (2006), debería ser considerada como un campo de innovación dentro de las reformas del proyecto curricular en nuestro país, dándole la importancia como área de trabajo pedagógica en la educación. Por estas razones, un buen trabajo educativo en pro de la salud fomentándola desde la educación preescolar como Valor, mediante juegos y actividades propias de esta edad incidirá sobre las pautas de conductas, creando estilos de vida, guiando al niño junto con el apoyo de la familia para que tome conciencia de qué son los estilos de vida y cuál es su influencia en la salud tanto a mediano como a largo plazo. La salud humana requiere también del despliegue sincrónico de las vitalidades del medio ambiente, con el cual debemos establecer necesariamente relaciones simbióticas de interacción y de reciprocidad en los procesos homeostáticos. Cuando hablamos del medioambiente, desde el punto de vista bioético, no podemos prescindir de considerarlo en su doble dimensión: biofísica y cultural. Desde el punto de vista cultural, Cely (2001), expresa que el ser humano crea y se recrea en la cultura y evoluciona con ella y es condición necesaria para la construcción de un pensamiento

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integral que se haga entender la salud humana en intima reciprocidad con la salud del medioambiente. En consecuencia, los educadores deben propiciar una paulatina identificación del ¨Yo¨ con el mundo exterior o medioambiente, de tal manera que pueda ser entendida por el educando en la medida en que sus experiencias le vayan planteando interrogantes. Así por ejemplo, en el niño, el proceso de socialización primario se presenta al descubrir que comer dulces en exceso lo lleva a la obesidad o que comer mucha grasa es malo para su organismo. Dentro de este marco, la Educación para la Salud, no solo debe limitarse a dar conocimientos en los y las estudiantes sino que debe formar y reforzar personas autónomas en salud, para tomar decisiones sobre ellas mismas, racionalizando el riesgo de vivir a través de la búsqueda del aprecio de los valores positivos en contraposición a los anti valores. En este sentido se hace necesario sensibilizar a los educandos para que diferencie unos de otros y para que manifiesten en sus comportamientos, que han comprendido el poder creativo de los valores en la salud frente el poder destructivo de los anti valores. En otras palabras, de acuerdo a Cely (2001), los estudiantes a través de discusiones grupales comprendan la importancia de la bioética como una nueva ética científica que se relaciona con los actos que promocionan la vida. A este respecto, el filósofo Savater (citado por Franco1998), considera que en la época actual hay que formar para la templanza no para la abstinencia, porque vivimos en una sociedad basada en la tentación promovida por la publicidad; por lo que suponer que las y los estudiantes van a carecer de tentaciones o van a dejar de ser asediados por las drogas, alcohol, tabaco o

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por circunstancias que pongan en peligro su integridad, es absurdo. El estudiante tendrá que aprender a controlar lo que las prácticas de conductas puedan tener de positivo sin caer en lo que las convierte en negativo. En este sentido, el docente tiene que jugar el papel de facilitador del aprendizaje de la Salud como valor dedicado al cambio de actitudes y creencias, fomentar hábitos de salud para la promoción de una salud adecuada y, el/la estudiante debe hacer suya la actividad del aprendizaje desde un modelo participativo y adaptado a las necesidades e inquietudes de la población estudiantil para adquirir un aprendizaje centrado en el ser, saber, en el saber hacer y convivir de acuerdo a los preceptos de la UNESCO (1996). En otras palabras, lograr el hábito de la reflexión entre los estudiantes sobre la importancia que el valor de la salud tiene en nuestra propia existencia al condicionar, estimular o entorpecer los propósitos que nos proponemos como metas con respecto a las prácticas saludables. La educación hacia un estilo de vida saludable, debe necesariamente incluir un esfuerzo conjunto y articulado de la familia, la escuela, comunidad y un equipo multidisciplinario de salud. Sin embargo, con una visión crítica, no solo educar es la única respuesta para el cambio sino que cada país deberá incrementar los comportamientos saludables elaborando políticas y estrategias sanitarias acordes a su cultura, industrialización y tecnología y los profesionales de la salud deben enfrentarse a este nuevo reto porque la nueva realidad nos habla de costes cada vez más gigantescos y, por otro lado, la calidad de vida no va pareja con ellos.

Es necesario reflexionar que la salud se aloja en la vida humana y que todos aspiramos tenerla y conservarla y debe ser definida por el colectivo porque actores de la salud son todos los humanos. Vilardell (1992), expresa que la salud, es la historia vital esencialmente social, por cuanto se construye en el compartir con los otros, en una multiplicidad de relaciones, la satisfacción de las necesidades, el trabajo, la comprensión del mundo, de la sociedad y de sí mismo. La Medicina preventiva y los programas de inmunización han incrementado la esperanza de vida. No obstante, la muerte prematura está ampliamente determinada por el estilo de vida, los hábitos, y las condiciones ambientales perjudiciales evitables y a este respecto, la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2003) ha dado las siguientes recomendaciones: Promover la responsabilidad individual por medio del fomento de la autonomía personal Destacar los aspectos saludables de la vida y de las personas, en lugar de fijar la óptica en la enfermedad Favorecer la comunicación interprofesional en el abordaje de los problemas sanitarios’ Estimular la participación de la comunidad en los problemas sanitarios Esta perspectiva implica que el ser humano tiene que transformarse en agente de salud mediante la creación de conductas participativas en el cuidado de la salud de tal forma que los cuidados médicos no pueden sustituir los hábitos y las condiciones ambientales saludables sino que el propio ser humano tiene que ser protagonista responsable de su salud y de su comunidad.

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La salud y los estilos de vida

El paradigma actual reconoce y señala que la calidad del bienestar psicológico y físico depende de nuestros hábitos de vida y que constituimos una unidad como sistemas individuales y también en relación con el mundo, porque formamos parte del ambiente físico y social. A través de nuestro comportamiento interactuamos con el entorno y este comportamiento está en función de variables personales como ambientales, las cuales permanentemente interactúan y se condicionan entre sí. Por estas razones, es imposible desvincular la salud con el medio ambiente. Hecha la observación anterior, Gracia (1996), expresó que la salud es un objeto de estudio que se enraíza profundamente en la lógica de la vida, en su doble y complejísima dimensión biológica y cultural. Esta aseveración indica, que una vez que el ser humano aparece en la tierra, el medio ambiente añadió a su forma natural de evolucionar por azar y necesidad, la intervención humana y es así como podemos comprender que es necesario la construcción de una cultura que nos haga entender la salud humana en intima reciprocidad con la salud del medio ambiente porque la salud no es otra cosa que el desarrollo de todas las potencialidades que conforman la calidad misma de la biosfera. Pitágoras decía (citado por Cely 1998), ¨Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste¨. En este mismo orden de ideas, Miguel Delibes citado por el mismo autor, afirmaba: ¨Al hombre ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en el que transcurre su vida, lleno de referencias personales y

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de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonalizado e insignificante¨. Reflexionando sobre las consideraciones anteriores, debemos repensar a la salud como un valor en el contexto humano-social, redimensionándola en su espacio social, cultural y en la multiplicidad de expresiones que ella tiene. A manera de conclusión final, San Martín (1982), declaró “Nuestro bienestar biológico, mental y social no es un mero accidente en nuestra vida, ni un premio o castigo que nos cae del cielo, sino que se corresponde con situaciones ecológicas, económicas y sociales bien precisas, que nosotros mismos, a través de nuestra historia hemos provocado”(p.4).

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