En las tierras del oro

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f; ~j~sde lLi. cllmbre 3e go¿a del nw..:; maravi' lloso panorama dell mundo, 3' de las m.,;.;,¡ lind:.t;; y v¿,' j.·jada" de lae vjbta~ .. y ôo1:1'e iodo, tengo mucho que

referirIe. Lcecti\'ameil't.ê J' i:líi~uiendú de mi compañero, galopamos II

el deseo y la \,{¡!untllÓ hada ~l cen'o

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Don Canuto me traía intrigado con aquello del su' mario que por her\:as en riña le habían seguido en la ciudad de Anticquia, lo que me obligó a rcpararle deteni da mente en -su físico e indumental·iu. Encontré en él un hombre de recia COl1texturr. y sana robustez; de po'.íptico de aquellas moles en fusión, recorriendo este ~nismo cielo con lumina' Bas trayectoria's) o deslizándose, ígneas, como serpientes lIe pe6adill~, por los ílancos ¡;alcinadùs de los cerros! Yo había vuelto de mi contemplación, y ahora era lodo oídos, tode· OjOB, rala mi compañero que se me transformaba en U11 sér extraño y aùm;rab~e; algo a¡;i '\:ur.ao uno ùe esos solitarioB profundamente illi-

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(;i•.·,~·~ ell lOll secretaIS de la naturaleza tran15tonnado· l'a. Y continuó: -Fue este valle de origen jacustre. Codazzi al e6' tt'dinlo así la asrguró; y el movimiento formidable de sus agullll al rcrnperse una .alida hada el norte dejaron dos ir;n:ensos boquetes "1 un colJado en el centro que rodra el rio y que Be une a~ valle por una estrecha lengua de tierra cerca a la ciudad de Urrao. En esa linda colina se ha fund •.·.~'o el cementerio; y per su belleza natural tue comparado nor el -sabio doclor Uribe Angel al de Filadeltia, en ln;; Estados Unidos cte Norte América. En esta n~¡sma altura que pisamos ahora se libró ,,¡ último combate entre los eonquistadores españo' 1,,1' y cI pnr!eroso ~' desgraciado cacique el Barroso, V'~j~!:ié'l"(m lo;; i\1ílios al valiente capitán Gómez, em)Jf'l'O ;.1 pel r~r r, ;:u .iefe se desbar. •..;'aron y huyernn ])ara si€mpl'l' En una excavación practicada hace 1):; .ta

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conf:uencia de ambos ríos, se levanta en 8uave pendiente u n contrafuerte cuyo pie apareee desde aquí d€sdibujaèo entre los eucaliptos y lOB sauces. En ese punto, precisamente, se consum6 la sangrienta tragedia que devoró la primera familia de colonos que viniera a establecerse a esta comarca. Bebimos, nuevamente, y don Canuto ofreció II lo!! circunstantes, que ya eran numerosos, cigarros, y Ù'io fuego al suyo. La expectación en el auditorio había subido de pun' to al ver que don Caauto estaba de vena para hablar, es decir, que estaba en su día. Expectativa sincera ya que el narrador gozaba de inmensa fama de talentoso, instruido y fuerte en historia; fama cimentada en todas las casas y cabañas en tJonde los fa' tigados montañeses, al amor de hogueras de incons' tantes l:amarada-s y ruidoso chisporrotear, se compla' cia11 cn repetir las leyendas, cuentos y chistes de don Canuto, en esas noches de las tierras frías que se eternizan en su melancolía soledosa. Nuevamente descendimos de las cabalgaduras, y (.C1:pJto ur) lt:gar del correàor en donde se dominan ci cerro y la explanaàa de la leyenda, nos preparamos todos para oír atentamente al narrador. -Fue a mediados del siglo XVIII cuando de la ciudad de Cartago, en el valle del Cauca, salió el bachiller Lozano con su familia, esclavos y ganados, emprendiendo una larga y verdadera peregrinación ori;las del río Cauca, abajo. Un115 veees caminaban los emigrantes por la ribera izquierda de aquel ardiente río, y otras, tenían que trepar hasta las frías

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TIERnAS

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cumbres de la cordillera, para esquivar los enormes abismos que a trechos se inte:~ponen en aquellae orillas. Sup6ngnnse ustedes cuáles serían las penalidades y peLp;ros Ge aquel viaje, si hoy para ir de aquí a Concordia se gastan dos días, si .acaso no se ahoga úno en una ciénaga del Quemado a la pavean en Cues· ta de Candela; ahora qué sería saJiendo desde Cartago, a cien leguas de aquí, por la selva virgen, ríos sin puentes, sin ranchos donde pasar la noche; las fiebres, Jas fieras y 10.5 indios, que no eran UnOS santos como tratan de decirlo varios historiadores .. Pero, e~,o sí, muchachos: el bachiller tuvo la satisfacción de no pagar contribución de caminos, ni aun en fonm_ de trabajo personal subsidiario. Cel~braron los montañeses la salida de don Canuto.. y Je ofrecieron una nueva eopa de yervabuena que no aceptó. -Después de largos días y meses de penoso viajar, continuó don Canuto, el bachUer llegó a este valle, y fijó Sll resider,cia allá mismo donde se ve ese l:anito. El grnpo abigarrado y hete)'ogéneo de los que formábamos al rededor ·"::e ÙOn Canuto, pendientes de sus labioti de coni'erenci-sta nómac[e y vehemente, seguía ávido sus explicaciones sobre la reconstrucción de la escena, en el terreno mismo de los acontecjm~ent03, y escuchaba con profundo interé3, y no disimulada emoción, ¡¡UE; palabras. -E;s fama, perpetuada por la tradición de los antigUOfl, que el bachiller Lozano encontró en estos va-

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lies grandee aberturas abandonadas, años atrás, por ¡as i1o·~ios. Bn lus fuentes saladas de la Magdalena r Saladito hacia Clnqt:é, en el lugar mismo que hoy ocupa la población de Urrao, por donde pasaba el camino se' guida por los conquistadores, quedaban aún ruinas de bohíos indígenas y de aeientos de poblaciones más a menos g-rande.s; pero, fuéra de toda duda, la mayor de aquéllas existió en los planes de Curazam-

ba. Estas juntas del Pabón y del Penderisco ~taban en prados, a trechos mateados de altoB rastrojos. Pe' ro vuelvo a repetir que todo el valle estaba sumergi'.1 ÍJ en la más ctesconsoladora de las soledades. Este prin:er colono principió sus trabajos cons' truyendo una grande y fuerte casa de sólidos troncos \rlo. saliendo todos (ie la contienda mordidos cru ~lmE:l'!te, y horriblemente arañados. El animal, como ust,,']'es se 10 han supuesto según l-es veo las caras, era la pobre negra, muy crecida. )' der.arrollada, y completamente salvaje. Condujéronla a la ciudad de Antioquia, con todas las seguridades del caso pero también l:on muchos cuidados, y entregâronla al alcalde y regidores, quienes en contlejo pleno y ante caso tan inaudito como €xtJ'año, .,,:·espués de compli(:adas discusione6 y muy maduras refleXiione's~ tomaron la gravísima re·sc~ución de depositar:a en el seno de una familia noble de alcurnia, para que la desalvajizara, y entonces 'Ooder ;n~erroga' hl sobre sn pasado y orígenes. Quedó eso sí como propiedad de Sll Sacra Real :Majestad de Castï:la, porque hoy la hahrían adjudic~'jo con 108 baldíos como l'-emoviente, Lomo bit:ll mooirelll;ù ..... . ",intió pOT primera. vez y con la intensidad ·.:'c siglos, la que ern un sentimiento gcneroso. la que err. el sagrado abundono del atrui!'lmo que hace los héroes y los sant06. Tra.tó de levantar el ",imio entre sus brazos ... Pero Miramón dando un grl1iiido imperceptible se recogió como UIl aro y luégo se ex· 815

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tendió largamente; sus oios dila~ado5 a la luz tIe la luna !lena arrojaron un reflejo verde, frío, y luégo se empañaron .... Miramón había sucumbido en el heroico esfuerzo. Don Faustino 10 contempló con dolor sobrehumano, y nocludando que habia muerto se desplomó. inerte, sobré aquel cuerpecillo, y la ca'bellera blanca del anciano fue a cunfundiree con el pelaje blanco y negro de su salvador.

EN LAS TIERRAS

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La mala suerte le habia atrapado con todo el COTtejo de SliS ca;Hmidades. Ninguna emp!'esa le daba un buen resultado; toda combinación fracasaba. El trabajo duro, la constancia i:lquebrantable, los cOnOc:mientos; nada ... n¡·:·a le valía ya. y, no porque don Anacleto de Andrade-uno de los má3 tesonudos mineros del norte de Antioquiafuera hombre capaz de afligj¡:se, de echarse R morir por nada, no, mil veces no. Que él mis que nadie tenia de la vida un concepto claro y preciso como ¡:,c ~os traen lo·s de su oficio: concepto '.le grandes jngr~'0res, al azar de la ciega, que sue;en tomar la vida misma como una de tantas jugadas, aC2ptándola como caig;:, buena o mala, a como ellos dicen: por senas o por unos. Tampoco quiere decir esto que don Anacleto ua 3

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fUel':i tI n ~illcero cat6lico, y, muy praeti('ante, sino que en ~u fondo triunfaba un riente escepticismo adm:rublEmente llevado p,or aquello "de que las hay la. hay, aun cuando no hay que creer en ellas". ,L'2'emás, minero tenía una buena idea de sus cualidades morales; él mismo las clasificaba con fran-

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queza. ¿ Quién por estos lados ignora cuáles son lail basee y principios de la ética personal de los mineros? Pucs, don Anacleto d~ía: -En cuanto a anisados,. rara vez paso de dos almuerceros, el rara comer y el del desayuno; ciertamente es poca dosis; pero eso sf, en el caso de estar con amigos imposible que vaya a hacer el papel de merico, acepto y ofrezco {'omo el que más. En juegos, practico pocos, porque como tál es más entre' ten)Jo la minería que los dados; tampoco afirmo que deje de correrlos, porqUe ello sería olvidar un curso que me costó mucho dinero, muchos digustos y mucho tiempo para aprender las paradas suficientes para poder recorrer con la industria ésa. Las mujeres no me Bon todavía indiferentes aun cuando soy casado ,en s.egundas nnpcias ... Por lo demás. soy hombre de bién y de cuna limpia. Pero había llegado para nueetro hombre un minu to!!upn'mo '.le aguda crisió!: 10'8 últimos trabajos habían consumido todo su dinero; apenas si le quedaba con qué pagar sus deudas. Hombre de honor balanceaba su situación para poder tomar un partido definitivo; no qu~lJaría debiendo ni un centavo a nadie. o

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Ent re aluviollell y vetas haMa desfilado t~lo. hasta la Cai:la de habitación, empeñada y perdida. Largo rato meditó en el partido que debel'l:a to' mar. Sentado sobre un ribazo vecino a la boca del socu'.':m S'- le veía fumando y pensando hondamen-

te. En la oscura cañada el silencio no era turbado ni por el aldeo He una ave; la' soledad era completa. Y, asi largo rato sin interrupción alguna y levltntando la vista s610 para contemplar las herramienta.!; que los minel'os, al abandonar las labores, habían alineado contrll la barranca, (oncluyó sus meditacio' nes trazándose un plan de acción. Abhndonó fiU po-sición y marchando erguido, S€l'e110, dirigióse hacia el vecino pueblo. Al siguiente dia, domingo, pagó todo lo que de bia. Sólo le quedaron entonce!l los recursos suficientes para trabajar durante una semana con Uos peo' nes, y parH comprar los bastimentos necesarios pa l'a tan pequeftísima cuadrilla. Completó su plan de acciún última y decisiva eligiendo como punto de labores la mina de La Virgen; la más ingrata, la más codiciada, la de los albures. j Mina de topes fabu10sos y rarÚlimos; cuántas fortunas se había tragado r también cuántas vidas de dcspechados I l'ero ,'l': ""cllndo e illc':'.:J;\':f.1 i.'\.dei11Ï1La

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Parra. Ancí:~ar. Cuma;;ho P.oldân y ¡.·¡m¡l'L.iJÎcs y prvÚ'l1c.o!> (;IJllOCee;Orcô de las lloHtic8s Y adw .. :...:~tr.a.ti\'a¡, de 'OR ~sl.l:.doll.

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Pero nó, no acertarian: mi gallo fue un gallo au' téntico ,hijo de gallina, de plumaje verde oscuro y rojas plumas en las alas, de aceradas y certeras espuelas, de canto prolongado de clarín guerrero. Un g-a:lo digr:o de figurar al lado del cog gaulois y del (enunciador de las debilidades humanas, el gallo de la Pasión, en las galerías de la historia g''l11ij¡ácca, aun cuando el nuéstro no cantó las cobardías claudic:mtl's de Pedro sino por el contrario, que fue símbolo del milagro y por ende del poder en la fe aJos :,antos, hasta en los asuntos pecaminosos del pepular y sangriento juego de gal;os. y sucedió que ... en aquel Jueves Santo Un sol de fm:go caía '.:e plano sobre la ciudad oblig-ando a sus ,habitantes a recogerse al fresco sedante de sus flombre~ •.;·a8 CaSé.5, en espera de que una nube compasiva mitigara el bochorno del medio día para torJJar a los templos a cumplir con sus deberes religiosos en tan augustas solemnidades. Rec;,bía en el ~alón de su casa don Segundo Martinez Il algunos de sus parientes y relacionados, ve6tidel', '.le riguro¡';ll etiqueta conforme a las tradicionales y castizas costumbres de la época, y hablando con }laUg~d;l voz. Eu la hidalga residencia reinaba un ambiente místico al evocar la-s reminiscencias de las f~gUvidadE:'S religiosas. Entre tanto en el inmenso patio el quietismo de los abanico;; de las iracas, el clamor estridente de las cig:¡¡-raR, y ]06 sortilegios de una luz áurea y sega' dora. &oJormeCÍan aquella naturaleza tropical en el l!opor ne una ~iegta cálida y febril. á4

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-La misa y el oficio divino de este gran 'lia flon de la feria Quinta-In Ceana Domine-ron rito do· ble, color morado para el oficio y blanco para la mi-

sa. Después de manife-star asi eus conocimientos en Liturgia agregó don Segur.-Jo, tomando las actitudes ùe un orador sagrp.:o: aderrás. grandes misterios relebra hoy nU€"3tra santa madre la iglesia católica, :lpo!'.tó:ïca y romana: la divina humildad y abatimiento de Nuestro Señ·or Jesucristo, con el lavatorio de lOB pie" a sus apóstoles; su amor, incomprensible para sus criaturas. con la illstitución de la Sagrada Eucaristía y del Sac€l'docio del Nuevo Evangelio; la Oración en el Huerto de las Olivas, la Prisión del Salvr.o2or y su inicuo juicio; la negación de Pedro. Todos estos misterios y pasos se cumplieron en este augusto día. Pero el objeto principal de las solemnidades ùe hoyes honrar ron solemnísimo culto y extraordinariamente a Nue3tro Señor .Jesucrif'ito en el Sacramento de su infinito Amor. En la recepción de etiqueta se encontraban don P:iblito Pardo y el doctor Bonis, descendiente de los marqueses de Luna y MOntesclaros, quienes con silenciosa compostura y respe':o habían oído el cuasi t>.ermón de su pariente don Segundo. PEoro detengámonos un momento para contemplar la figura moral y física del tio Pablito. Tío lo llamaban todos como que frisaba en los setenta y pico y no se había casado. Pero sería calumniar]o cruelmente el afirmar que había permanecido soltero por tI'cuapego 1\ las mujeres, nl>; todo ,10 contrario, por

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haber amado mucho no Be casó, se monopolizó; hasta en eBO fue libreca-mbista y admitió la Ji,bre competencia en todos los ramos. Bajo de estatura, muy delgaùo 'le complexión, ojos garzos, vivísim06; barba raJa y rubia que llevaba a todo lo largo. Cojeaba debido a un accidente de atrevido jinete; otros afirmaban que a consecuencia de una aventura amorosa, que le estropeó una pierna de por vida. Ceceaba al hablar, y BU chiste fino y agudo, en veces, se troea" ba de una ingenuidad increíble, denunciaba su abo' lengo ln.-lalu?; y su alma meridional de la Península española. En el mentidero 80cial y en todos los enredos y chismes de la vida ciudadana cuando no resultaba autor principal -sí era fácil eneontrarle seriaa complicidades" OH remanso tie sombra protegió la ciudad aleLar gada; la hora del calor declinaba. Aprovechal:'10 es" ta oportunidad las señoras requirieron sus negras mantillas y sus devocionarios; se despidieron de 106 caballeros asistellte-s a la visita y en busca de cumpiir con SU!! JÚ"']osas presencias ante los monumell' t(}3 salieron a la calle. No iban lejoa las damas de la sala cuando el tio Pablitosaltó de su asiento para protestar enérgicamente de aquella sensible ausencia JIev:.'Ja al cabo con tan fútiles motivos, como eso de visitar iglesias y rezar ell ellas ante los monumentos. -¡ No convengo yo, exclamó vehemente, con estas gazmonerfas, con estas beatería-s, con las mojigate" l'ías de N1tas mujeres de hoy día" Largarse con se"

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mejante resistero de 8o-l, por ellas calles qne calcinan, con cI pretexto dizque de visitar los tales apa' ratos que llaman monumentos de Jueves Santo, siem' pre iguales a todos los años; fanatismos, ignorancias zoqueterlas, atraso, todo a la vez, Yo, por esto, emancip:;do de todas esta paparruchas, nO creo en Dios, ni en Cristo, ni en virgeneE, ni en las chinelas del Papa ..... ! Pero eso si. ... en la único que creo finnemente es en San Antonio de Huriticá! Mirárollse to(.".:1>,un08 a otros, sin apenas conte' :ler lus ~arcajadas, los tertulios de don Segundo, acosiumbrados como estaban a las originalidades del tío Pablito, y el rr~::I joven de ellos, todo un doctor en medicina y ciru~ía, le interpeló curiosisimamente sobi:e aquel caso de fe tan extraordinaria como ex' cluyente. ·-No entiendo bien, tío Pablito, eso de ... -Yo he sosten).1·o siempre con argumentos in"efutables, exclamó el interpelado encarándose con el galeno, que ustedes pierden lastimosamente su tiempo en esas universidades y facultades de hoy Cil dia. Todo se les va en el grado; las dedicatorias. de laa tesis, el marco dorado, el v:'Jl'io para el diploma y los trapitos doctorales inclusive el sombrero de copa al, b. y oiga usted mi caso can atención y silencio. r~fedivamente lo::! tertulias se dispusieron con placer a oír al tío Pablito, y la expectativa reinó en la sala" ~El 4 d~ fûbrcro de 1863, si mi memoria no me as infiel, se instaló en la ciudad de Rionegro la gran Convención liberal que pr£:s.idió el ilustré homb;'e públil'(l dOt'tOT F'r¿lncisco .Tavier Znldúa. conocidísimo ,,

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en Antioquia por el célebre pleito de Guaca de que fue eminente abogado. Además en esos momentos era aquella noble ciudaù el cu'artel general del invicto ejército del Gran General Tomás Cipriano de Mo¡;qu('ra. Con esos motivos y el estar la ciudad colmada de los mejores y más connobados hombres del país, había grande afluencia de toJa clase de gentes de la RepÚblica. Entre las diversioneg se contaban las riñas de gallos que se jugaban con grandes apuegtas en puras onzas de oro. Como ustedes deben Baherlo yo he sido muy aficionado al noble juego de 103 gallos; nadie conoce mejor que yo la naturaleza y aptitudes de eS/tos animales; podría asegurar que ha5la su psieología nO tiene para mí misterios ningunos. Tenía en esos días mi pariente cercano, don Rafael Martínez Urubul'U, cuyo genio atroz les consta a ust"des también, el mejor gallo del país: un verde requemado que mataba siempre en las entradas y que a pesar de sus muchas campañas no habia salido inu' tilizado nunca. Resolvió mi pariente que la llevara El Rionegro y que lo casara bien casado y lo jugara con tre~cienta s cincuenta onzas de oro, recogidas en 1111 abrir y cerrar de ojos entre los que conocían eJ gallo. Dicho y aceptado. Marché con mi gallo a la ciu(11,'.1 de Córàova y desde el día siguiente a mi llegada lo caHé en riña con un ospulón de la Sabana de Bolívar, traído G.es-de allá como lo mejor que habia en Colombia.

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La riña fue conc'urridís'ima: se trataba de un de¡;afío en regla. Pueden ustedes suponerse con cuánto orgullo oiría )'0 al 'ruso Gutiérrez y a Santos Acosta apostar duro a mi gallo; recuerdo que el 'fusa le decía a Santos Acosta, que es mOlico, "métele hasta el último fra6co de la botica que tienes en Tunja, que mientras haya agua en la plaza e indios en los alrededores no te faltará dinero", y el General Acosta le rep:icó: "y tú métele ese bastón de magistrado que mientras vi~ \'U el viejo CMosquera) no te faltará acomodo". Los doctores Herrern y González Carazo apostaban ta, pago consignado, tuvo el pobre ir.'.Ho que hipotecarle la casita a don Bartolom~ VelilIa, ton iutpreses bárbaros Llevósc a cabo la riña en el patio de la casft. de ñu Lenardo, en presencia de Una enorme concurrencia rl~ apo.stadores que presendaban III pelea scnta' dC1Sen largas tarima,s toscamente construídnl'\. Como de costumbre, mi gaIlo en lAS entradas, hirió mortalmente a 6U contendor. Viendo perJido su animal y su dinero y casa, ño L(,Ol1I\!'do. !ll>' Ilrrolill6 en medio de la gallera y ele",

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vanda los brazos al cielot exclamó del modo más doloroso: -j Padre mili San Antonio de Buriticá. cómo me vas a dejar en la calle .si este gallo pierde la pelea, haceme este gran milagro, salvame mi casita siquie-

ra! A la cual re-spondí irreverentemente: -No sea tan ca ... mi viejo; con este gallo no hay San Antonio que valga! i Y a la plata! No había acabado de decir esto cuando lOB gallos, en el ardor de la pelea, se 'habían metido debajo de una ''';'e las tarimas en que Be sentaban los asistentes y el mío, en una gran batida, la definitiva, ,se quebró el Espinazo contra el borde afilado de una de aquélIas. N a pude volver a pararlo y por ver de 8alvar~e tu ve que retirarlo perdiendo la apuesta. Ahora díganme ustedes si de.spués de esta jugada del S:ènto de Buritic.á creeré, a nó, en éll El tíG Pablito como torturado por un amarguísimo recuerdo calló, y aprovechando este paréntesis agregÓ el doctor Bonis: --A grande honor tócame narrar el epílogo de esta sin igual aventura del tío Pablito, ya que él sería incapaz de hacerla con toda fideU,l'ad y veracidad. Dado el terrible carácter de don Rafael Martínez Vruburu toda la sociedad de la ciudad de AnÍioquia, conocedora del trágico e inglorioso final del gallo '.¡'e la Convención, temió un desenlace trágico, y nadie la temió en la medida de mi mismo tío, quien por mucho tiempo le hurtó de la lindo el cuerpo Il un encuentro, mano a mano, con don Rafaelito.

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o n (} Pero como aque'lo no podía ser eterno, y mucho mellOS en una ciudad pequeña como es ésta, un día j'dal, y de manel'a jmpens'.·.:'a, sin poùerlo remediar, t~opezó mi tío Pa.blito con don Rafael en persona, a la vuelta de una esquina, Midió don Rafaelito a ElU com'sionado en Rionegro de pies a cabeza, cacec:dote. Sin embargo, despué6 de la conferencia, se encontraba más eonfundi(~o y temerosoqu.e nunca. Despid:óse filia;mente dd p:,':re Lara y remascando el lUcho de éste de que "las hay, las hay, pero no hay que crecr en eras", dirigióse al popular barr;o de Bugn ell busca del taller del maestro Peña. El viajero que por los años del 40 visitara la ciud:~d de Antioqeia y hubiera mene6ter del maestro Peña, no tendría otra molestia qué tomarse que pre" g:.mtar a cualesqui,era personas, chico o grande, joven o viejo, muk!' u hombre, por el taller del popular sastre, para -ser h~mediatamente encaminado hacia aqeél. El m:>..estro Vicente Peña era oriundo de la ciudad de Cartagena de Indias, hombre de unos cuarenta años, de fisonomía agradable y reposada, cortés y bonch ..• :080; tenía la caracteristica inconfundible de los hijos '..:e la Heroica, afable y Gerv~ciaj en grado su' mo.Era músico PQf nota y tocaba el violin. Gran~e 68

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amigo de las reminiscencias históricas y de las viejas tradiciones, era narrador apasionado y saleroso, ilustrativo con sus viajes por Jamaica, :Maracaibo, Caracas y Panamá. El mundo recorrido y SUG extensas amistades le duban sus Úbetes de psicólogo. Su ta[el' era el punto obligado de la Antioquia galante y bullanguera; allí se confeccionaban los arcaicos trajes püra el Caracol de Jueves Santo, las vistosas gualÔrapas para Ia.s carreraa de San Juan y las rui,'.20S3S carracas; y se ensayaban las danzas de disfraces-sobre todo la Fuga-para las tradicionales fiestas de Diablitos, en diciembre. Pero también se trabajaba por lo serio y cn asuntos sociales; muchas des' avenencias y C[,SOS de ruptura en los hcgares fueron satisfactoriamente arreglados por el maestro Vicen-

te. ,Cuandl) don Andrés llegó a las puertas del taller el maestro salió comedidamente a Baludado. En sus ojillos escrutadores y en su boca risueña vagaba una expresión 'je curiosidad burlona: -Por Dios! maestro Vicente, exclamó el caballero al estrechar:e la mano, vengo confundido, triste, ano' nadad~ qué sé yo~ DOll Andrés enlró en la pieza seguido del sastre y una vez allí, dejóse caer sobre una alta y rómoda silla de brazos ... estaba que inspiraba lástima. -Pero qué es la que le pasa a usted, don Andrés? Porque ciertamente ... está usted muy pálido, acabado, envcjec)Jo ... usted parece como muy enfermo .. muy malo. El maestro hablaba con acento convencido, despaIi 69

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cio, y tan int€nciom ..IJ·amente fingía alarmarse que don Andrés aCHbópor sentirse rea:mente muy malo .. -VoJy a confimlc a usted ... sólo a usted .... balbuceaba con trCmula voz ..... lo que acabo de contarle a mi propio confesor, el padre Lara; todo lo que me pasa, lo ()ii(, me tiëne triste, enfermo, desolado, y que e,21'3:1te; ya estoy en traje de carácter y ojalá principie pro:no la función, La gra-eiosa muchacha recogía 103 p[;'.ègue" ''';,J su vaporcsa túnica con grr.cia dinbóiÍc2, y CI::':lvue' 10s y ondulaciones probaba su l1abiEdu.d m~:rê \'il!osa pp€níf) suena una terrible descarga, el 76

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se ilumina con enorme fogons'da y el humo y de la pólvora invade el amplio corredor. Un grito de dolor se escapa del pecho -le Anita y se desploma sobre las baldosas del patio. El cura, el sastre y Paulina, huyen a.terrado6 hada la casa de ésta sin comprender la sucedido; ese número DO estaba en el programa. Don Andrés, trágico, solemne, decid~tJ'o, trabuco en mano, se dirige hacia ·londe se destaca una forma b!ancn, yacente en el suelo. Se inclina, la levanta, là coloca sos ('on tan sefialada merct.Ü. El padre Rector había citado muy formalmente a todos los sacerdotee que se encontraban en la ciudad para que contribuyeran con su presencia a solemnizar este acto. ,Con tal motivo, la ciudad aparecía profusa mente iluminada y muchfsimos laicos se preparaban con SIlS trajes de eti'queta para asistir a tan interesante función. Llegada la hora, la media noche, el viejo esquilón del seminario dejó oír .gus solemnes reclamos; el toque de com~nidad fue obededdo por todos los sacerdotes, quienes entraron pausada, gravemente, en la sala rectoral. En una urna, cuidadosamente cubierta bajo riquísimo paño carmesí fueron depositados, uno :1 uno, los votos con los nombres de los candidatos para el obispado de Antioquia, por toàoe los sacerdotes asis' tentes a tan brillante solemn:tJad. Llegó el momento de los escrutinios: el más joven de los se'minarista.s fue extrayendo una tras otra la5 boletas y leyendo en voz alta y reposada, el nombre que contenfan, dos sacerdotes, canónigos, hacían de eecrutadores. La sensación del público asistente era enorme, llevaban en voz alta el resultado del escrutinio, el último voto gue se leyera iba a decidir, pues, los candidatos iban con igual número de sufragios. Una boleta tan sólo quedaba en el fondo de la ur-

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na, como de, ritual ella fue pasada al señor Rector para que la leyera, por el seminarista que las extraia de aquélla. El silencio fue absol uto, solemne; todos los circunstantes se pu.sieron de pies . . El Reetor, desplegando el papel en que estaba consignado el voto Üecisivo, leyó con aItay solemne entonaci6n: -I Reverendo Padre Serafín Alcázar I El anciano sacerdote sufrió tan extraordinaria sensación que por un momento perdió toda noción de vida. 'Cuando volvió en si, las f~licitaciones y besamanos que recibia lo inundaron de tal dicha que olvidó to· do contacto COn su pasado y entró tldinitivamente en sU nuevo estado con gran seriedad y convicción. A la' mañana siguiente con todo boato y -solemnidad se verificó la ceremonia de la consagración e investidura; como era .1e costumbre desfiló todo el clero y el seminario y muchísimos curios0Jalar de muelas que la mata. -Si la dije yo ... ya está Clarita con las consabidos mimos. Pe:o luégo en voz alta formuló: -Que haga buches de aguardiente hasta que se le entumezca bien la boca ... y no le hace ·que trague algo del anís a ver si se anima ... ! Buenas noehes! -Dio·s se la pague, don Manuel, respondió Toribio desrle afuera y (;le alejó apri.sa para la casa. Pero al acercarse a aquélla tuvo Un pensamiento, caviloso; como que desde que Clarita sintió que se aproximaba le pareció que redoblaba los ayes y quejidos .. Sin embargo desechó esa idea como un mal pensar. -Tan sólo un buche logró que hiciera Clarita. No pudo más la mucha,cha porque Je causaba invencible repugnancia el olor acre y el sabor picante del alcohol. Los quejidos continuaron. El pobre Toribio (;le llenó de santa resignaeión. Encendió un cigarro y se aproximó a la ventana, abrióla y .se puso a contemplar la noche. Habia refrescado el tiempo. Un cielo infinitamente estrellado pesaba sobre el silencio augusto de la noche; la(;l albahacas y santamarias saturaban con sus perfumes el ambiente. Un acceso de tO(;lde Clarita le indicó a TOribio que la corriente de aire fria que imprudentemente dejó penetrar por la ventana al abrirla le había hecho mal a su mujercita. Cerró inmediatamente aquélla fuese ~T

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de nuevo a ·sentar al lugar (lUe antes habia abando' nado. Allí, con la cabeza entre las manos se entregó a las más honÜa-s reflexiones. Ciertamente, no era ésa precisamente la noche que él se había prometido. Los quejido,; Üe Clarita arreciaron de nuevo. ¡.Qué hacer? Si vol via a donde don Manue I acabaria el viejo por calentársele. Pero la que le pasaba era insoportable; las once de la noche serían y el dolor de Clarita no llevaba trazas de acabarse. Tomó una resolución de hombre y se lanzó a la calle, diciéndose para sus adentros: -Que las pague el viejo también; yo no he de ser el único tomado esta noche. ¡Plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. .. ¡plum!. ... -¿, Quién es? .. Agual',te Un instante siquiera ... rugió el viejo don Manuel quien dormía profundamente cuando los terribles y repetidos golpes le hiciE~ron saltar de la cama. -Que .. a aquella muchacha no se le quitan los dolores ... -El maldito Toribio otra vez, dijo para sí don Manuel al reconocer la voz del mozo, y agregó en voz alta: -Pues, hombre métale en el hueco de .la muela una cabeza de fósforo azul envuelta en sebo cie vela cubana, y si con esto no le calma que se aguante que yo madrugaré a sacársela ... ! Maldita sea. murmuró el viejo al volverse a acostar, con estos tra.¡;nochos parece que yo fuera el ·Je la luna de miel! Aún no había llegado a Sil casa Toribio cuando ya llevaba parte de la receta arreglada. Pensaba que 1 \)'/

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al mencs 1' (,:'>tá lil.ierl~:;:ta; ::;', no tien'}s ningè1n'" :' '. un ~';ncóll lanzados ·por la Y'~oro¡;a mai10 del minero que no pen"ó ya sino en Hc.,j,riciar tal! linda cara. Pero Clarita separÓ 1" cabe7.a de entre la:> mrlnos de su marido pretextan de que el dolor le subí:: entonces hasta aquélla . .I.,a ¡l'a l)rincil)i:.ba a ganar ya el corazÓn del miner·); ha:Ú¡l q LW tomar 1J na re:::ol ución definitiva, u na r~.;olllci{1!1 de macho. Peni'Ó, pues, en irse a 'lormir a casa dc un amigo; pero los deberes recién contraí' dc,s ie \"cilciel'on y detuvieron. La media HOCne ha!Jia pasado; una sonrisa diabÓL':l 1,1"gÔ las lnbio~ de Toribio, y calándose el 30mbrc.J'o

mUl'l1Huó:

--(}ue me las pague lni;ta el amanecer. :"lt'rn: .. ;:'!Urt1: ....

clan Manuel. ¡plum!

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voy a fregada

¡plum!.

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:;:'1':,! .\' ,(;'\;8 ql'C es ajena Dormirá el demo' lí' 'J ,>0":1 }1Üclv~. i. (.t\lIón llama '? Yo. 'Toj'ibi0 L,'garda. Aquella muchacha .gigue ni;:!, \'~'ll!'ï) ;; (lue le c,,:mbie de fórmula. o'

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-Arrímate a la puerta, hombre, Toribio, que le voy 2. mandar unaé> IJrogas infalibles, rugió el viejo \Sil ltando del lccho. En efecto, Toribio se alleg{¡ tranquila y confiadamente a la puerta. Cl¡al';(IUeÚndole 10;3 dicllle:, :le ira el viejo le dijo: -T6ma y !1év:.\h; a la Clarita este remedio único para su mal.. y ... ¡paf! .. ¡paJ! .. ¡paf!.. ¡paf! ... Cunt,'o bofetadas asestadas en cI rostro de Toribio repercutieron en el silencio de ',a calle. Don jVIanuel había sido tan r{¡pido en el ClIvío de las tJrogas infalibles como en el cerrar y trancar de la puerta, dejando a Toribio todo sorprendido, confuso, en medio de la calle. Subi¡J la ira ¿¡vil¡;alladol'a e impotente, en ese momc;Jto, a la cara del minero; resolvió marchar hacia la casa y anda;¡do lllonologaba: -¡C~atro lwfct"das en el rostro, a mí, a Toribio Le;~all.¡a. que ell elclueJo Call Jc·sús Higuita, en Cáceret;, agarrados a un pañuelo, la Único que no nOS chuzamos fueron las caras! ¡'Cuatro bofdadas a mí, n '['t)J"\!;\O Legqrd!l! f,~ue (~T1Candebá humillé al mismo '1",Frol111zc y Je d·esbar:d:é un- baile en su propia sn~a! ¡0Uu.tro bofetadas a mi! Toribio Legarda! que aprendí él afcibnne yo mismo para que nadie de€!P!'(;'; de mi I1"~Irr.:\ me maT10scnra la cara.,.! Y lleno de coraje había llegado cerca ':le su domieílio. Esta \l'í: tuvo la C('JtcXH(~Ü qllc Calrita s610 principió a queja¡'se cual/.lo sintió que él acababa de entrar en la tas:,. La ira le élllbió de punto.

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-j Por Dios, Toribio! ¿,qué me mam1ó don Manuel? porq ue ya no aguanto má.s, -Unas drogas infalibles",! Tómalas! Y. ,. ¡Paf!. .. j Paf!. , . La mano ruda del minero había caído rápida y certera ,sobre la ljndacara deClarita. Las dos bofetadas la habían "acomodado definitivamente en la cama.

III Al dia siguiellte los reClen casatJos se levantaron muy tarde. Medio día pa-sado sería cuantJo Toribio se despidió de Clarita. Llena dE. amor la muchacha cchóle los brazo.:; al cuello y le estampó cuatro sano' ros ·besoJe echarlo a perder todo, con esos gritos tan inoportunos. Acudieron prontamente unas sirvientas que abriendo el trasportón y alumbram:jo con bujías la entrada invitaron. respetuosamente al padre y a Sll compañero para que siguieran adelante. Protltoel padre, despidiéndo,3e de su amigo, estuvo el! la sala de la casa donde fue muy amablemente acogiÜo por el doctor :Martínez Pardo, su familia, y les quo le::; hacían visita esa nacho. Sin atreverse a de'splegur los labios estuvo largo tiempo callado el sacordote y sólo de vez en vez dirigía sus suplicantes miradas hac-ia el doctor Martínez, idemia que diezmaba 125

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la población era la causa de aquel enorme pedido de cajas mortuorias. Mi especialidad como ebanista era la obra de talia; pero aquel fúnebre género de los ataúdelS daba más dinero en la oCH-sión, y en los afanes de una boda próxima no habia que vacilar, necesitaba de la blanca. Fue Ull sábado a la oraciollcita; yo terminaba mi ¡'dtimo ataúd de la jornada, una joya, una verdadera joya en esa especialidad; forrado en satén blanco. con galones plateados, de chorrillos y estrellitas de metal blanco, en suma, un ataÚd como para una virgen ... A esa hora y en la semi-oscuridad del taller el a-specto de éste era realmente aterrador; treinta ataúde·s alineados contra los muros eran para infundir paVOr a cualquiera persona por valiente que fuera. Una voz que no sólo me era familiar sino la más grata -de las músicas para mi alma se dejó oil' a la pu erta del taller: -j Adiós! Carlos ... -Angela, éntra que eatoy solo, contesté. -;Pues, por esa mismo no me atrevo a entrar, y ... por esos ataúde-sque asustan. Salí, entonces, a su encuentro y la obligué a entrar. Luégo nos engolfámos en ta más amorosa y más interesante de las conversaciones, y alegremente, maquinalmente, naIS fuimos acomodando hasta quedar sentados sobre el ataúd blanco, el recién concluido esa tarde. ¡,Cuánto tiempo duró nuestro coloquio? Yo no he podido recordado. La noch~ volaba sin que

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nosotros ultimáramo·s los lJetalles de nuestra próxima bona, las confidencias sobre ese futuro de dichas y alegrías. Al fin eIJa se dio cuenta de la tarde que cra y ,saltando de la caja mortuoria se preparó para :Ilej al'se . Yo no pude contenerme, estaba ebrio de amor y de felicidad; toméla por el talle. la atraje hacia mí, volviéndola a sentar sobre la caja blanca; le di Ull ardiente beso sobre los labios; lanzó algo que IJudo ser queja. suspiro, Hollozo, grito de placer .. yo qué sé .... tan sólo fié que le quemé la viIJa ... ! ¡Sí, señor! el maestro hablaba con acento entrecortado, emocionado hasta un punto tál que yo no le conocía, ie quemé la vida! .... Una -semana después murió mi novia de la maldita (leste de entonces. Hice u n esfuerzo heroico para acompañada hasta el camposanto. Medio oculto para que no vieran mi llorar esperé que salieran de la Ci>8a ~on el entierro. Y segu i detrás del convoy fúnebre; al prine:ipio el dolor y las lágrimas no me habían dejado ver de cerca el ataúlJ. también un mundo de flores casi lo tapaban; pero al doblar una esquina me acerqué bastante por UIl instante y j qué dolor! Ange la iba en la misma caja mortuoria ,sobre la cual la había besado. Casi doy un grito. pero me contuve; loco ·je dolor huí para mi casa. Cuando, mucho tiempo después, regresé al taller me convertí en el maestro Carlos, y ya no volví a abandonar la industria de los ataÚde,s. Hice de su construcción mi especialidad. En esta agencia morhloria vivo en relaciones íntimas con la muerte; la \'ida pa,sa de largo sin halagos para mí, sin atraer127

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me. Cuando aquí golpean, la puerta estoy se.guro d~ encontral'me Con Ull rostro lloroso, al menos compungido, y con la solicitud de Ull vehículo para el último viaje ... La paz ;v el recogimiento los he impuesto de tal modo en este taller que cualldo mUl'tílleo un poco recio los cJicial£s me miran ,sotp¡rendidos: etlos no adivinan de lo que se trata; a usted sólo se lo digo: es que hay momentos en que oigo como el lamento de Angela, y trato de acallarlo golpeando recio. El maestro se sumergió en profundo silencio; era ;nl1Y tarde. Me desped.í; respetuqsa~ discretamente me alejé dejándolo a solas con) el recuerdo Ù'e su Angela, aquella a quien le quemó la vida con un beso.

UNA

SOLUCION

AL TUNEL

DE

LA QUIEBRA

,Don :Manuel, embozado en su blanca ruana de hilo, trataba de evitar que a'quel viento tibio que arrastraba densa nube de sutil polvo viniera a infiltrarse por sus rojas narice" y a quemarle los astutos y maliciosos ojillos. Su abultado vientre, que cubría un chaleco de dril de menudos cuadros negros y blancos, como un tablero de ajedrez, podía contemplarse levnntándo8e y descendienlJo rítmic~mente al compás de una agitada respiración. Dejaba ir su mula, en que cabalgaba largas jornadas, a paso tardo por aquel camino que serpentea sobre el lomo de la soleada y agria cuesta de Quebra(litas al Porce. 12!l

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Al fin cie tánto bajar se encontró en los planos del descenso. Desmontó de su cabalgadura y dióle fresco en el espinazo levantando una y otra vez la silla de montar, quitóle el freno y esperó unos momentas. Encendió un gran cigarro y luégo volvió a treparse itgilmente para sus años. Ahora s€ le presentaba el camino-con gl'atísima :;Ol'presa de su parte-admirablemente arreglado, magnífico para transitarlo, y a lo lejos, en el recodo, los golpes de una barra y de az ••IJones se dejaban oÜ' denunciando la presencia de los que indudablemente estaban entregados a la tarea de componer la vía. Picó la mula alegremente, y pronto, con verdadera estupefacción de su pade, pudo precisar la bíblica y gigantesca humanid