En la escuela, la biblioteca por Marta Polimeni

Marta Polimeni: Especialista superior en Literatura Infantil y Juvenil. Bibliotecaria escolar. Maestra Normal. Miembro asesor de la Comisión organizadora de las Jornadas para Docentes y Bibliotecarios de la 18° Feria del libr o Infantil y Juvenil de Buenos Aires. Capacitadora del CePA. Maestra bibliotecaria en escuelas del Gob. de la Ciudad de Buenos Aires.

La historia de las bibliotecas escolares es todavía breve en las escuelas primarias de algunas jurisdicciones. Si bien están las que tienen una larga existencia, su razón de ser ha sido, subsistir, estar, permanecer, hallarse en un lugar, quietas y silenciosas, vacías de toda presencia humana durante muchos años. En una inquietante penumbra, habitadas por monolíticas filas de libros forrados y protegidos en vitrinas cerradas con vueltas de llave, esperaron, pacientes, un cambio, que empezó a suceder, en la mayoría de los casos, hace menos de veinte años. En otras escuelas en las que no había biblioteca, al menos así sucedió en la ciudad de Buenos Aires, se fueron creando después. Anteriormente a los inicios oficiales no faltaron los intentos de aquellos maestros y directores que sabiendo de la necesidad improvisaron bibliotecas que funcionaban, con la alegría de la gratuidad y la disposición voluntaria de los participantes, en armarios o rincones sin un mejor propósito. Las bibliotecas en los últimos años se insertaron en las escuelas y se les adjudicaron espacios que no tenían destinados y que a veces no fueron los mejores, pero se abrieron. Según el entusiasmo con que se trabajó mejoraron esos ámbitos. Se crearon bibliotecas tanto en aulas de allá arriba o allá al fondo como en pasillos, en cuartitos o en hermosos salones construidos para contenerlas. Hubo otras realidades con comienzos diferentes. Una comunidad entusiasta y porfiada empezó con lo que tenía, ocupó y habitó un espacio que no era sólo físico y después vinieron las inauguraciones oficiales si las hubo. Más allá de los actos de inauguración y de los cortes de cinta, las verdaderas creaciones de las bibliotecas comenzaron en el hacer diario, en la construcción de un tiempo compartido en ese ámbito, en el intercambio. Probablemente primero hubo invitaciones del bibliotecario pero, a medida que desarrollaron su trabajo, fueron apareciendo maestros y chicos frecuentándolas, pidiendo, proponiendo, en fin, apropiándose. Lo más difícil no fue encontrar el lugar material sino inmiscuirse en la escuela y abrirse paso, instalarse en la dinámica de trabajo en la que no estaba incluida, nada menos que una biblioteca en una escuela de un solo libro, el manual o el libro de lectura. Simultáneamente a la apertura de las bibliotecas surgió la necesidad de la figura del bibliotecario que se hiciera cargo de la gestión. Al principio, para salvar la urgencia, en la ciudad de Buenos Aires, se capacitó en cursos breves a algunos maestros interesados y, más tarde, se organizó la carrera de bibliotecario escolar.

Aquí comenzó una nueva fase de la historia que se caracterizó por una tendencia al crecimiento y desarrollo, no del todo prolijo dada la novedad, con pruebas y ensayos, con dichos y contradichos, con discusiones enriquecedoras, diversas, tendientes a encontrar un perfil. Nuestra primera y predominante tendencia, al menos en nuestra jurisdicción, fue la de transportar un formato estándar de biblioteca a éstas que pertenecen a las escuelas, pero dada la institución que las contiene y las características de los usuarios que las frecuentan no siempre lograron la inserción deseada. ¿La escuela no reunía las condiciones que la biblioteca necesitaba para funcionar? ¿La biblioteca ofrecía lo que la escuela no estaba necesitando?

Una biblioteca para una escuela ¿De qué escuela hablamos? De cada una. Si bien hay un proyecto direccionado por planes y diseños curriculares, también los hay particulares, esos implícitos, que no aparecen escritos pero que se hacen perceptibles en la manera de hablar con los chicos, o de preparar un acto escolar, en el lugar que se deja para la participación de la comunidad, en lo que la escuela tiene y en lo que le falta, en fin, en aquellas cuestiones que atraviesan el quehacer y lo organizan. Esa escuela, cada escuela, reclama una biblioteca que se corresponda con ella, que sea para ella y que a su vez aporte para delinear ese estilo propio que está en permanente construcción. En algunos casos hay dificultad para integrarse. Los chicos y los docentes no se comportan como se espera de una comunidad de usuarios modelo prevista en la teoría, la escuela no cumple con las expectativas que la biblioteca tiene de ella. Nada sucede como podría esperarse en una biblioteca conocida, una pública estándar por ejemplo; a la biblioteca escolar los usuarios no van solos sino que los llevan; no van cuando lo necesitan sino que, en la mayoría de los casos, tienen un día y un horario semanal para asistir. Además, se sirven sin pedir permiso, desordenan, hablan y se ríen fuerte, no ahorran exclamaciones cuando algo hallado en un libro los sorprende, leen en voz alta, comparten el mismo libro entre varios y lo ponen en el suelo para rodearlo entre todos, y no se adaptan fácilmente a ese mundo pensado por adultos para ser habitado por chicos que interactúan, a su manera, con los libros. En la escuela es así, con una dinámica diferente a la de la biblioteca pública. Uno de los desafíos del bibliotecario escolar es lograr establecer un vínculo entre la biblioteca escolar y las modalidades de las otras bibliotecas que permanezca más allá de los tiempos de la escuela, formar lectores autónomos, insaciables y gozosos, buscadores siempre inconformes capaces de elaborar estrategias propias para recorrer caminos en busca de información. Entre el aula y la biblioteca Una escena más o menos habitual: Comienza la 4ª. hora de clase del martes; la bibliotecaria espera la llegada del grado con el que le corresponde trabajar según el horario mosaico armado. Se abre la puerta de la biblioteca; se ve adelante a la maestra con los brazos extendidos hacia atrás, en cada mano tiene la de los primeros alumnos de la fila a los que les siguen otros veintidós chicos más. Se escucha un diálogo más o menos así: -

¿Qué hacemos hoy?

-

Nosotros estamos trabajando sobre (…) y necesitamos buscar información

La bibliotecaria entra en acción, busca material para ofrecerles, en cuarenta minutos hay que encontrarlo, seleccionar los documentos adecuados, leer, comprender, tomar notas. Se hace todo lo que se puede y al finalizar la hora se llevan algunos libros para seguir trabajando en el aula. Durante la semana la bibliotecaria se esfuerza por buscar más información adecuada sobre el tema. Transcurridos los siete días, en la 4ª. hora de clase del martes, la bibliotecaria espera la llegada del grado al que le corresponde trabajar según el horario mosaico armado, se abre la puerta de la biblioteca, se ve adelante a la maestra con los brazos extendidos hacia atrás, en cada mano tiene la de los primeros alumnos de la fila a los que les siguen otros veintidós chicos más. Se escucha un diálogo más o menos así: -

Mirá todo lo que encontré sobre (…) ¡Qué lástima! Con eso ya terminamos, ahora estamos viendo (…)

Otra posibilidad -

¿Qué hacemos hoy? Tengo un juego con los diccionarios, las enciclopedias temáticas y los atlas ¡Qué lástima! Yo estoy viendo (…) y estoy tan atrasada.

Para el maestro bibliotecario su espacio es también un lugar de enseñanza - aprendizaje que interactúa con el aula, ya que vienen de ella las propuestas de búsqueda que requieren de ciertos modos de leer para hallar lo que necesitan en la diversidad de los materiales y soportes con que se cuenta. Precisamente esas modalidades de lectura son las cuestiones sobre las que desarrolla su trabajo pedagógico el bibliotecario escolar. Delimitar los temas, conocer la diversidad de áreas del saber, seleccionar las fuentes en los soportes adecuados, abordar los diferentes documentos, con el despliegue de situaciones didácticas que corresponde a cada uno de estos ítems puestos sólo a modo de ejemplo, son tareas posibles de desarrollar cuando la necesidad ha sido planteada previamente y si ese planteo proviene del aula, el trabajo en la biblioteca completará su sentido. Es así como el maestro o profesor y el bibliotecario escolar se complementan y la tarea se enriquece organizando sus planificaciones en proyectos conjuntos. Hay dos docentes que necesitan tener algún criterio común sin demasiado tiempo para discutirlo. Por ejemplo, ¿qué se prioriza, el dato o los caminos posibles para encontrarlo?, ¿cuál va a ser el contenido, el tema del programa o la confrontación de ideas tomadas de distintas fuentes sobre ese tema? Se trata de una pareja pedagógica integrada por el maestro de grado con sus contenidos curriculares y el maestro bibliotecario que también tiene temas sobre los cuales trabajar para encaminarse hacia la formación de usuarios, específica de su función, y para promover la lectura, un compromiso que tiene con el conjunto de los docentes y que puede encabezar por el lugar que ocupa en la escuela. Las tareas de uno y de otro pueden coincidir, formando lectores que en realidad estén necesitando ampliar los recursos para informarse, que tengan que resolver problemas y elaboren para ello las estrategias posibles. Lectores que además puedan y sepan plantearse problemas: -

Seño... ¿tiene algo de (…)?

Completar ese “algo” con contenido, precisar, delimitar, son los primeros pasos para iniciar el recorrido. Si bien el encuentro uno a uno con cada chico es importantísimo en esa entrada que hace solo a la biblioteca a buscar material, trabajar con cada uno es inabarcable dado el número de alumnos de una escuela, lo que se resuelve en gran parte planificando, organizando trabajos con procedimientos de búsqueda secuenciados conjuntamente con el maestro.

Más allá de lo sistemático una biblioteca necesita estar técnicamente en condiciones para resolver las necesidades que se presenten: -

Para la próxima hora necesito material que tenga (…) ¿Tenés para ver ahora algún video sobre (…)? Necesitamos ya la biografía de (…).

Lo ya previsto y los emergentes requieren de un procesamiento criteriosamente realizado y adecuado a las características de esa biblioteca especializada. La falta de espacios y tiempo para la planificación conjunta se salva a veces, dada la necesidad, en encuentros de pasillo, y aquí volvemos a la inclusión de la biblioteca en la escuela y no referida precisamente al lugar físico que ocupa sino al que puede tener como una instancia en el proceso de aprendizaje del aula y con propósitos propios: “La primera tarea de los bibliotecarios es ayudar a los lectores a encontrar lo que corresponde a sus intereses, sus solicitudes o sus expectativas; también es revelarles nuevas necesidades que sólo surgen al contacto con la oferta; es además incrustar el libro en la vida cotidiana para que se convierta a la vez en un placer, en un instrumento de referencia y constituya una ampliación de la experiencia personal, todo esto desarrollando el espíritu crítico en relación con lo que aporta el documento gracias a la confrontación con otros libros y, eventualmente, con otros lectores”1 La biblioteca en el recreo Suena el timbre. Comienza el recreo. Se abren las puertas de la biblioteca. A medida que aumenta el ruido en el patio, crece también el alboroto adentro. Aparecen algunos apremios del tipo: – Salvame, seño. Tenía que traer algo (otra vez algo) sobre América del Sur y me olvidé- (juntando las palmas en actitud rogativa) o del tipo : – ¿Ya devolvieron el de las poesías que leímos el otro día? Hoy me lo llevo yo porque me toca a mí ¡dale! ¡dale!...no se lo des a nadie ( agitando las manos y haciendo sonar los dedos ) Esta clase de pedidos y en estos tonos se escuchan habitualmente, son de todos los días, de todos los recreos, lo interesante es que ambos, la información y la poesía, tienen el mismo nivel de urgencia. 1

PATTE, Genevieve. Si nos dejaran leer…:los niños y las biliotecas. CERLAL, PROCULTURA, Kapelusz, 1984, pág.110.

Es un ámbito en el que se encuentran libros y chicos y en el que suceden escenas maravillosas, una de ellas, no por cotidiana menos especial, esa en la que alguien pide, casi exige, un libro de poesías; o en la que se ve a dos chiquitos tironeando de un libro que a veces milagrosamente resiste sin desarmarse, porque ninguno desiste ante el deseo; al mismo tiempo que una voz pequeñita pide suavemente, mientras tironea del guardapolvo de un compañero más grande “¿me lees?”; mientras tanto alguien esconde un ejemplar en un lugar insólito para tenerlo disponible para sí cuando desee. Todos están haciendo su elección. La primera ya fue hecha, disponer del tiempo de recreo para leer. ¿Cómo toman sus decisiones? Por las ilustraciones, por la letra grande, porque es un libro gordo o porque es finito, quizás un compañero lo recomendó o ya hay suficiente experiencia lectora para elegir por colección o por autor. El recreo pareciera ser el gran momento de la Literatura pero no exclusivamente ya que también anda haciendo de las suyas en las aulas y en las horas de clase destinadas al encuentro en la biblioteca. Tampoco es la única elegida, algunos temas de las ciencias y momentos de la historia del mundo ejercen fascinación sobre los lectores. Lo importante es que en la biblioteca haya diversidad para proponer y ampliar las posibilidades y permiso para elegir. Que el orden y la organización sirvan para encontrar, para orientar y no para limitar. ¿Hasta que punto clasificar los libros de literatura infantil por edades no condiciona la elección? ¿A los 8 años todos los chicos están en la misma etapa en su evolución como lectores? Compartir, la biblioteca de la escuela es un lugar para encontrarse y compartir, pero de verdad, estando los docentes también incluidos en esto, que nos gane el asombro cuando con nuestros alumnos descubrimos algo inesperado en un libro, la alegría por el dato encontrado, la emoción ante un buen texto literario. Ser cada uno de nosotros parte de esa comunidad de lectores y no alguien que mira desde afuera, que podamos sostener una actitud profesional que también sea comprometida y apasionada: “Una historia escuchada entre varios o en un encuentro personal ayuda a afrontar la angustia de un universo por descubrir y prepara una cultura común que enriquece considerablemente la comunicación, permite las mismas referencias, el placer compartido de las alusiones y del sentimiento de pertenencia, la participación de un patrimonio secular que abre la biblioteca a algo más universal.”2 La biblioteca escolar es un “espacio vinculante “. Establece vínculos hacia adentro y con el afuera entramando redes entre materiales en distintos soportes, dándole sustento y orientación a lo que un lector podría hacer intuitivamente en sus búsquedas. Genera una sociedad de lectores que comparten espacios y materiales de lectura. Favorece la relación entre las distintas áreas de la escuela ya que las abarca y las contiene. Y, sobre todo, interactúa vinculando a cada lector con su tiempo y con el pasado y con lo que quizá podrá venir, con los espacios conocidos y los desconocidos, con la realidad y con la ficción, con la poesía, con la ciencia, con el arte y con sus propios espacios. Pero esto es posible si el bibliotecario tiene una postura semejante con respecto a su rol propiciando una biblioteca abierta, que no espera lectores a su medida sino que mira hacia fuera buscando responder a las necesidades de la escuela que la contiene y para la cual trabaja. Una biblioteca que no viene prearmada ni diseñada en un manual de biblioteconomía sino con un proyecto dinámico, en constante interacción con la escuela cuyos usuarios tienen características especiales que le imprimirán también a su biblioteca y de la que es deseable que terminen apropiándose. La escuela es el lugar dónde están los chicos, o al menos deberían estar, haciendo cosas de chicos, aprender y disfrutar. Recordemos entonces lo que dijo Graciela Cabal en una de sus confrencias “Los chicos necesitan libros. Y acá me detengo porque frente a la 2

Op. Cit., pág. 137.

falta de techo, de comida, de agua potable, no faltará alguno que considere los libros como algo de lo que se puede prescindir. Pero los que estamos aquí sabemos que no se trata de optar entre dar de comer y dar de leer. Las dos son necesidades básicas. Y si son necesidades básicas son derechos. Y sigo: los chicos necesitan libros. No sólo manuales o diccionarios, para saber cosas prácticas: libros de literatura, los más bellamente escritos, los mejor ilustrados. Leerlos y que se los lean.”3

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Cabal, Graciela. El derecho a ser feliz: exposición realizada en el 4° Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, Universidad Nacional del Nordeste, Resistencia, Chaco, agosto de 1999.