El valor del RESPETO

El valor del RESPETO “El respeto no es miedo ni temor; es la capacidad de ver a las personas tal cuales son, estar conscientes de su carácter único co...
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El valor del RESPETO “El respeto no es miedo ni temor; es la capacidad de ver a las personas tal cuales son, estar conscientes de su carácter único como individuos. Así, el respeto implica la ausencia de cualquier tipo de explotación: me interesa que las personas crezcan y se desarrollen por su propio bien, empleando su propio estilo de hacerlo, y no para el propósito de servirme.” —Erich Fromm, El arte de amar

Veneración, acatamiento que se hace a alguien. 2. m. Miramiento, consideración, deferencia. Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

Podríamos pensar que faltar al respeto es simplemente tener malos modales. Claro, hablar con la boca llena, presentarnos sucios a la escuela o el trabajo, o empujar a los otros para pasar son conductas irrespetuosas. Sin embargo, significan poco en comparación con las verdaderas faltas de respeto: tocar a alguien sin su consentimiento; burlarnos de una religión, de un trabajo o una forma de vida diferente a la nuestra, querer utilizar a los demás como medios para nuestros planes, abusar de quienes están en desventaja (los ancianos, las personas enfermas, los niños muy pequeños, los animales). Debes evitarlo siempre. A veces la mejor forma es seguir las reglas. Pero pensar siempre “debo hacer esto”, “no debo hacer lo otro” es solo el primer paso. El gran progreso en la búsqueda del respeto no esta en la inteligencia, sino en el corazón: el amor a los demás sirve de guía e inspiración para cuidarlos y honrarlos por formar parte de la vida.

VIVIENDO EL VALOR VALOR El valor del respeto se ejerce cuando mostramos aprecio y cuidado por el valor de algo o

de alguien. Puede estar dirigido hacia los derechos y la dignidad de las demás personas, hacia los de nosotros mismos y también hacia el entorno natural, incluyendo las plantas y los animales que lo integran. Nos ayuda a conservar intacto aquello que mas apreciamos en la vida; nos enseña a reconocer aquello que mas aprecian los demás. Puede vivirse en forma colectiva —entre un país y otro— o individual —entre dos personas—.

UN CÓDIGO UNIVERSAL Una idea muy popular afirma que, al solicitar algo, importa tanto lo que pedimos, como la forma en que lo hacemos. Llamamos “cortesía” a la manera atenta en que se solicita un servicio o un objeto; es un elemento que transforma cada detalle de la vida. Mira la diferencia que hay entre “Quítate de aquí” y “Podrías dejarme pasar por favor?”. Cual de las dos formas te gustaría mas que emplearan contigo? Lo que resulta claro es que para esperar un trato correcto, tu debes darlo a los demás. Pero la cortesía es solo la superficie de una actitud mas profunda… Respetar a los otros consiste en reconocer su importancia como personas que habitan el mundo y comparten la vida contigo, en saber que cada una de ellas es tu prójimo, tu semejante. La lista incluye a los miembros de tu familia, a tus maestros y amigos, a tus vecinos, pero también a cualquier persona que pasa por la calle, aunque no la conozcas. Todos ellos, sin importar los detalles (menos aun si son hombres o mujeres) son tus iguales.

PARA LA VIDA DIARIA Sigue las reglas que se siguen en tu grupo o tu comunidad, como guardar silencio en determinadas circunstancias o respetar las áreas y servicios creados para las personas discapacitadas. No aceptes ninguna actitud ofensiva o humillante: nadie debe hablarte a gritos o con groserías. Más aun: nadie debe quitarte tus planes y las buenas ideas que guían tu vida (la vocación por una carrera o el interés por un deporte). Las leyes están hechas para respetarse. Hazlo siempre y recomiéndalo a tu entorno. Aprende a ser amable y afectuoso con tu entorno: no arrojes basura en la calle, ten consideración de los mayores, de las plantas, de las mascotas. Construye poco a poco el mundo donde quieres vivir.

POR EL CAMINO DEL RESPETO Las dificultades hacen que muchas personas pasen por encima de las reglas —y hasta de las demás personas— para conseguir sus fines. Aunque los obtengan, esta forma ha de evitarse: están haciendo del mundo un lugar de violencia y sufrimiento. Puede creerse que el respeto o la falta de respeto que se presentan en el hogar no tienen mayor impacto. Sin embargo, todo comienza allí: si respetamos en la casa, estamos generando respeto en el mundo. No aceptes ni un detalle de violencia en tu hogar. A veces pensamos que las personas rudas y agresivas en su trato son fuertes. La verdad es todo lo contrario: actúan así porque son débiles y tienen miedo.

CUENTO RELACIONADO CON EL VALOR

MICHA Y SU ABUELO

El abuelo, el mayor de la casa, era muy, muy anciano. Sus piernas ya no soportaban su peso, sus ojos ya no podían ver, sus oídos no escuchaban y en su boca no quedaba un solo diente. Su hijo y su nuera no le servían la comida en la mesa, sino al lado de la estufa, para que no ensuciara. Una vez le pusieron la comida en un tazón. Cuando el viejecito quiso levantarlo, lo dejó caer sin querer, y el traste se rompió. Todo se derramó sobre el piso. Muy disgustada, su nuera le reprochó que dañara los objetos de la casa y que rompiera así los trastes de su vajilla. Empleando un tono grosero, le dijo que a partir de ese día le servirían de comer en una cubeta de madera, como las que se usaban para dar su alimento a los animales. El anciano suspiró hondamente pero no dio respuesta alguna a esas palabras que lo habían lastimado. Pasó algún tiempo desde esa ocasión. Un día estaban en la casa el hijo y la nuera del anciano. Los dos esposos miraban con mucha atención al pequeño niño de ambos. El infante estaba en el suelo, jugando con unos bloques de madera. Los acomodaba de una manera y de otra, como si quisiera darle forma a un objeto en particular. —¿Qué figuras estás haciendo con esos pedazos de madera, hijo? —preguntó con curiosidad su padre. —Estoy haciendo una cubeta de madera papá. De esa forma, cuando tú y mamá sean tan viejos como el abuelo podré usarla para servirles su comida —informó el pequeño Micha. Sin decir palabra, el hombre y la mujer se pusieron a llorar. Sentían vergüenza de haber tratado al abuelo de aquella manera. Desde aquel día le sirvieron nuevamente la comida en la mesa, y lo cuidaron bien.

—León Tolstoi

La alumna nueva A la alumna nueva le tocó la última banca del salón, la que tenía el respaldo roto. Los demás no hablaban con ella y, al principio, ni siquiera sabían cuál era su nombre porque a la maestra se le olvidó presentarla al grupo. “¡Qué rara es!”, decían algunas niñas. “Con esos anteojos tan gruesos parece un búho. ¿Y ya se fijaron qué feo se peina y qué pálida está?” A ella no parecía importarle que nadie le dirigiera la palabra. Durante el recreo se quedaba sentada en un rincón leyendo. A veces, alguien le lanzaba el balón a la cabeza para hacerla enojar, pero en lugar de molestarse, sólo se cambiaba de sitio y volvía a meter la nariz en su libro. Era buena para las matemáticas, la física y la química, pero cuando la maestra le preguntaba algo en clase, ella siempre estaba distraída. “Caray, niña —le decía la maestra—, siempre estás en la Luna.” Por alguna razón, estas palabras la hacían sonreír. Muy pronto comenzaron a llamarla la Rara. Maricruz, una de sus compañeras, estaba intrigada. Quería conocer mejor a la nueva: saber por qué era tan extraña, por qué no le importaba que la criticaran, por qué sabía tanto de matemáticas, física y química, y de qué se trataba el grueso libro que leía con tanto interés. “Hola, me llamo Maricruz”, le dijo una mañana. Su compañera no esperaba aquel saludo. Se quedó callada durante unos segundos y luego, en voz baja, respondió: “Yo soy Selene”. A Maricruz le encantó ese nombre, sobre todo cuando su compañera le explicó que venía del latín y significaba “Luna”. Poco a poco ambas se volvieron amigas. Les gustaba mucho platicar. Bueno, la verdad es que quien más hablaba era Maricruz. Selene, en cambio, no conversaba tanto; sin embargo, lo poco que decía le parecía muy interesante a su compañera. Resultó que el libro que traía consigo era de astronomía. Durante uno de los recreos, Selene le habló de los planetas, las estrellas y los cometas. El problema fue que, a

partir de ese momento, sus compañeros ya no sólo le arrojaban balones a Selene, sino también a Maricruz. Y, para burlarse, también a ella empezaron a llamarla la Rara. Un día, Maricruz logró que Selene la invitara a su casa a cenar. Sentía curiosidad por saber cómo era el lugar donde ella vivía. Llegó por la noche y resultó que era una casa de tres pisos común y corriente. No había nada raro en ella. Tampoco sus papás le parecieron demasiado diferentes de los suyos. Sin embargo, cuando llegaron al tercer piso, Selene le dijo que le mostraría su lugar favorito de la casa. “Nadie, a excepción de los miembros de mi familia, ha estado aquí. Es un secreto”, dijo su compañera en tono misterioso. Cuando entraron, Maricruz vio una curiosa habitación con techo de cristal. Había una mesa y libros. También estaba un hermoso telescopio apuntando hacia arriba. “Este telescopio es de mi papá, pero siempre me lo presta. Con él estudio las estrellas. También puedo ver mi astro favorito. ¿Te lo muestro?” Ella dijo que sí y ambas se acercaron al instrumento. Al mirar a través de la lente, descubrió una hermosa y pálida esfera que parecía guiñarle un ojo. “¡La Luna!”, exclamó Maricruz emocionada. “¡Selene!”, corrigió su compañera aún más emocionada.

“Si respeto a una persona, ella me respetará también.” —James Howell,