El turismo cultural en el Medio Rural

El turismo cultural en el Medio Rural Julio Grande Ibarra SEPINUM s.l.n.e. 1 Introducción El medio rural español ha visto florecer en los últimos año...
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El turismo cultural en el Medio Rural Julio Grande Ibarra SEPINUM s.l.n.e.

1 Introducción El medio rural español ha visto florecer en los últimos años una nueva actividad económica, el turismo. Si bien los espacios rurales habían atraído desde antiguo a un importante número de visitantes, el proceso generado en la década precedente y el modelo que lo enmarca es radicalmente novedoso. Esta es una realidad que engarza con las nuevas tendencias de la demanda, la nueva realidad de los mercados y, sin duda también, con algunas condiciones intrínsecas del propio medio rural. Es pues consecuencia de la evolución de la realidad turística tanto como de la situación emergida de una serie de cambios que, de forma importante, han afectado a la sociedad rural europea. Y por supuesto a la sociedad española que, aunque con un cierto retraso, se ha incorporado con fuerza a esta tendencia hacia la terciarización de la que hasta ahora eran sociedades eminentemente agrícolas y ganaderas. Definir lo rural se ha convertido en asunto complicado. Una situación que podemos considerar sin riesgo a exageraciones como convulsa está sacudiendo a nuestros pueblos. No es éste el lugar para entrar en ese complejo debate, pero si creemos importante hacer notar que hoy en día puede resultar escaso recurrir exclusivamente a indicadores productivos para definir lo rural. El medio rural es probablemente algo mucho más complejo en donde el componente cultural adquiere una trascendencia muy superior a la que en muchas ocasiones se ha considerado. En definitiva lo rural es un modelo social que caracteriza una forma de vida diferente de la urbana: diferente en su vinculación con el entorno, diferente en sus relaciones sociales, diferente en sus costumbres, diferente en su dependencia de los recursos próximos, diferente en su relación con la naturaleza,… En definitiva un modelo que no podemos definir más que como cultural, entendiendo el término en un concepto amplio. Cultura que a l postre genera una realidad notablemente distinta a la que se vive en los núcleos considerados como urbanos. Si bien las definiciones técnicas pueden en este momento no ser muy precisas, si existe quizá una percepción más intuitiva de qué es lo rural por parte de un alto porcentaje de la población que habita de forma cotidiana en las ciudades.

Por eso y en sentido estricto, el turismo rural podría considerarse como una modalidad de turismo cultural: la motivación principal del viaje viene marcada por el conocimiento de una realidad social, cultural y ambiental distinta de la propia; su objetivo es descubrir una forma de vida diferente, participarla, interpretarla y leerla en sus elementos patrimoniales. Esto es sencillamente ocio cultural en una modalidad turística. Este nuevo modelo de turismo cultural/ rural tiene todavía una corta historia (podríamos considerar que poco más de 15 años). Este breve periodo ha sido sin embargo muy dinámico, tanto en lo que se refiere a la puesta en valor de recursos, a la generación de oferta e, incluso, al reajuste de sus primeros modelos y planteamientos. Década y media de fuerte desarrollo que han permitido al producto alcanzar unos niveles de implantación difícilmente previsibles por los más optimistas hace tan sólo algunos años. Su rápido crecimiento ha generado no obstante fuertes tensiones en el sector, algunos desajustes coyunturales y estructurales, numerosos éxitos pero también, y justo es reconocerlo, algunos fracasos. La impetuosa actividad, junto a la consolidación de la transformación de los gustos de los turistas que reclaman nuevas formas de disfrute y ocio, está provocando nuevos cambios en este segmento que ya podemos empezar a considerar como un clásico del panorama turístico español. Atisbar el final de este camino no es fácil y las previsiones tienen que ser una y otra vez revisadas a la vista del desarrollo de los acontecimientos. En todo caso no podemos olvidar que el turismo rural está jugando un papel fundamental en la supervivencia de muchas comarcas de nuestra geografía que han apostado por la actividad turística como una alternativa, a veces la alternativa, para el futuro de sus habitantes y como la única vía para salvaguardar su rico patrimonio cultural y natural

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El modelo original del producto turismo rural en España

El lanzamiento del turismo rural español no es un proceso espontáneo. Viene marcado por una serie de factores internos que, en una primera instancia, poco o nada tienen que ver con la propia actividad turística. Hay que hacer notar que, a pesar de ser España una potencia turística de primer orden a nivel mundial, a finales de los años 80 y principios de los 90 nuestro país, a diferencia de lo que sucedía en otros lugares de Europa, no disponía de un desarrollo estructurado del turismo rural tal y como hoy lo entendemos.

Su puesta en marcha se encuentra relacionado más con la necesidad de plantear alternativas a una serie de problemas provocados por una coincidencia de factores directamente relacionados con la problemática rural, que con procesos generados por las dinámicas de mercado. Este condicionante interno, nacido desde la problemática del propio medio, es el que vendrá a marcar el primer desarrollo del turismo rural. Y el que determinará en gran medida el diseño, la estrategia inicial y proceso de lanzamiento. Conviene destacar dos elementos en este sentido que nos pueden aclarar este proceso. El primero es que no es éste un producto que se desarrolle por la existencia de una demanda o la presión de un mercado. Esto generaría como consecuencia la imperiosa necesidad de provocar el interés de la demanda como uno de los principales objetivos. O dicho de otra manera, se empezó creando un producto para el que no existían un número mínimo de compradores. Un segundo aspecto de interés es el hecho de que buena parte del modelo de lanzamiento del producto se abordara desde un diseño de laboratorio, situación que tienen sus ventajas y sus inconvenientes como posteriormente iremos analizando. El turismo rural es una operación que se diseña teóricamente y, posteriormente, se implanta. La necesidad de lanzar la operación del turismo se enmarca básicamente en la dinámica de diversificación de la economía del medio rural inducida por la implantación, con cierto retraso por lo que respecta a otros países europeos, de los procesos de animación y desarrollo rural. Una alternativa a la realidad agraria que necesitaba de un importante proceso de revisión, situación que se agudizaría tras la entrada de España en las estructuras europeas. Las causas que impulsan la puesta en marcha de estos procesos viene marcada pues por un sistema de crisis en los espacios rurales que, si bien no es nueva1, parece agudizarse durante los años 60 y 70 con la sangría demográfica y/o la falta de oportunidades como telón de fondo.

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No es el lugar de abordar las causas de la crisis del medio rural, aunque si conviene insistir que no es un proceso exclusivamente contemporáneo. La pérdida de población y la concentración urbana es un largísimo y complejo proceso que viene marcando la realidad de los espacios rurales desde finales de la Edad Media. No debemos caer pues en una simplificación como en ocasiones parece desprenderse de algunos comentarios de que es este un fenómeno nuevo, aunque si haya que reconocer que algunos de los problemas actuales agudizan de forma notable el proceso.

Un éxodo rural que empieza alcanzar en algunos lugares unos umbrales de irreversibilidad verdaderamente preocupantes, con una población cada vez más residual y cada vez más envejecida. Situación que se ve de alguna manera agravada por los problemas derivados de lo que podemos llamar, sin miedo a ruborizarnos, una auténtica reconversión agraria. El ingreso de España en la Unión Europea vendría a catalizar este proceso del sector primario. La puesta en marcha de la Política Agraria Común (la conocida como P.A.C) y sus sucesivas reformas condicionarían una nueva forma de afrontar las producciones agrarias. Destacan algunas tendencias en esta política agraria: reducir población activa agraria y mejorar y/o controlar las producciones. La P.A.C. que tiene como su primer objetivo el incrementar la producción para garantizar el abastecimiento de la población europea, terminaría muriendo de éxito a unos costes demasiado elevados para los socios comunitarios. Una situación que provoca la adopción de una serie de reformas que planteen alternativas para muchos agricultores que se irán viendo obligados a abandonar sus actividades tradicionales pero a los que se quiere mantener en lo posible en sus localidades de origen. Esto obligaría a plantear tácticas para generar nuevas actividades que, total o parcialmente, pudieran absorber la mano de obra excedentaria. La estrategia pretende garantizar una calidad de vida suficiente en el medio rural y, de esta manera, el mantenimiento de una población rural que se considera imprescindible para ocupar y gestionar la mayor parte de nuestro territorio. Esto se podía conseguir implantado nuevas actividades económicas que o bien complementaran la renta de las producciones agroaliementarias, o se convirtieran en la actividad principal. El turismo y el ocio emergen aquí como bastiones de este nuevo proceso. Sin duda, de todas las experiencias puestas en marcha, son las relacionadas con esta actividad terciaria las que generan mayores expectativas, más inversiones, más atención por parte de los poderes públicos y una mayor repercusión en medios de comunicación que, a la postre, terminarían jugando un papel fundamental en la difusión del producto. Como catalizadora de este proceso se añade otra circunstancia más relacionada con la actividad turística: la necesidad de diversificar el catálogo de productos de nuestro país que, centrado tradicionalmente en el sol y playa, necesita de forma urgente extender su oferta. Tres productos aparecen claros

en este horizonte: el turismo de naturaleza, el turismo cultural y el turismo rural2. Esto hace que una parte de los planificadores y teóricos del turismo vuelvan sus ojos hacia unas potencialidades escasamente trabajadas hasta el momento. Una confluencia de intereses que daría como resultado el lanzamiento definitivo del turismo rural3. La aparición de un nuevo concepto de desarrollo rural que emerge con fuerza como alternativa necesaria a la reforma de las políticas agrarias traería como consecuencia también la disponibilidad de nuevos fondos y nuevas metodologías de trabajo. Fundamental fue la puesta en marcha de los programas Leader, combinación de metodología de intervención y herramienta financiera, que jugarán un papel fundamental en las nuevas políticas rurales. No fue la única estrategia. Muchas otras acciones, en muchos casos mejor dotadas presupuestariamente y quizá con un resultado práctico mucho más eficaces, se fueron poniendo en marcha y todavía operan directamente sobre el medio rural. Sin embargo no conseguirían la visibilidad y la repercusión que los programas Leader (y posteriormente y en la misma línea de trabajo los programas Proder) llegarían a alcanzar. La causa podemos encontrarla en que estos proyectos se apoyan en la idea de generar un desarrollo territorial basado en una estrategia de abajo hacia arriba, con una fuerte implicación y participación de la población local. Proceso que además en nuestro país constituía una novedad. Estas nuevas metodologías pretenden a su vez objetivos más ambiciosos que los meramente económicos. A la garantía y complementariedad de rentas se le unen ahora criterios de índole social entre los que podemos incluir como objetivo prioritario la mejora de la autoestima de la población y el reforzamiento de la identidad local.

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A estos productos basados en unos potentísimos recursos que escasamente habían sido puestos en valor se irían sumando otros como golf, estaciones náuticas, congresos,…

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Hay que recordar que habían existido algunos tímidos intentos anteriores como la iniciativa de Casas de Labranza, el esfuerzo de puesta en valor del patrimonio cultural en buena parte rural de algunas agencias o la encomiable labor de los desaparecidos servicios de Extensión Agraria que, desde un profundo conocimiento adquirido sobre el terreno de la realidad del medio rural plantearon adelantándose en algunos años a algunos de los procesos que después se desarrollarían con fuerza a un intento de primer lanzamiento del turismo rural.

Este último aspecto es de especial interés desde el punto de vista turístico porque contribuye a reforzar los valores diferenciadores. Aflora de nuevo con fuerza el carácter cultural de este producto, tanto soportado por un patrimonio cultural como inmaterial. No podemos olvidar que, desde una perspectiva turística, la singularidad es siempre un factor positivo frente a otros productos. Así la cultura y el patrimonio rural se convierten en un factor de competitividad. El papel de la mujer en el medio rural sería otro de los elementos a considerar, aunque sea someramente. La acusada pérdida de población femenina, probablemente relacionada con su rol en el espacio rural, era y es otro de los problemas a intentar resolver. Se plantea así un importante esfuerzo en este campo tratando de incorporar a la mujer a las nuevas ocupaciones y, muy especialmente, al turismo. Un alto porcentaje de estas iniciativas terminarían siendo diseñadas y gestionadas por mujeres que encuentran así una nueva ocupación, un nuevo papel en la contribución a la economía familiar y un nuevo campo de relación social que contribuiría a crear un marco de desarrollo femenino en el medio rural. Estos mimbres iniciales son los que sirven de partida para iniciar un proceso de desarrollo y los que configuran el primer marco teórico de desarrollo del turismo rural. Pero este marco no serviría de nada si no se completara con la presencia de atractivo suficiente para captar visitantes. El patrimonio rural adquiere así un papel determinante en la puesta en marcha de esta estrategia y su protección, conservación y puesta en valor se convierten en las pieza claves. Resumiendo, este primer modelo del turismo rural español se fundamenta en una serie de valores particulares que configuran al medio rural como una realidad histórica, social y paisajística diferente del medio urbano donde reside su principal mercado emisor. Un espacio diferente que es interesante descubrir por una población acostumbrada a la vida en la metrópoli. Este arranque del turismo rural español tiene como características básicas: •

El nacer de arriba abajo. No es como se ha comentado un proceso que nazca ni del deseo y la iniciativa de la población local ni de la demanda del mercado, sino de un deseo político justificado por una necesidad. Esto provocará que en sus inicios sea un proceso fuertemente incentivado.



Lleva parejo un esfuerzo de recuperación y conservación del patrimonio tanto cultural como natural. Un esfuerzo que se prioriza más sobre algunas facetas:

o Patrimonio arquitectónico, que se plantea debe ser el soporte material de oferta y servicios, recuperando y salvaguardando así un importante número de edificios singulares que, perdida su función, estarían condenados de otra manera a su ruina y desaparición. Recuperar la arquitectura rural es uno de los objetivos recurrentes en todos los planteamientos. Esta sería además el espacio de la oferta básica que se empieza a crear. o La artesanía verá florecer numerosas iniciativas, no todas exitosas, para su mantenimiento y nueva posición comercial no ya como productora de elementos destinados al uso práctico, sino como elementos estéticos orientados al nuevo mercado turístico y cultural. o La recuperación de fiestas y tradiciones, como estrategia de recuperación de la autoestima y la identidad rural. Esta recuperación es en muchos casos desarrollada por emigrantes del medio rural que encuentran así una nueva razón de entronque con sus raíces. En ocasiones podemos considerar que en estas recuperaciones son un tanto forzadas o sencillamente caen en una simplificación una tanto dudosa. o La recuperación del patrimonio histórico artístico, como elemento de atractivo de visitantes. •

Nace como un modelo de turismo basado en una tipología de alojamiento que se convierte en el paradigma, la imagen y casi el único producto: la casa de turismo rural. Casa que se entiende como recurso arquitectónico, como punto de encuentro y conocimiento de la población rural, como lugar de descubrimiento de su idiosincrasia y como base de operaciones para descubrir un entorno en cualquier caso siempre próximo a la misma. Es decir un producto que se termina definiendo por la modalidad alojativa más que por el recurso en sí.



Se desarrolla como un producto económicamente frágil, con una viabilidad económica muy ajustada basada más en la idea de complementariedad de rentas mas que de negocio principal.



Tiene una excelente acogida por parte de los medios de comunicación, situación que facilita de forma notable su rápido desarrollo y conocimiento por un público hasta ese momento ajeno al producto. Esta situación provocará que en ocasiones se de la impresión de una vitalidad que en la práctica esta muy lejos de ser real.

Podemos considerar sin temor a exagerar, que el proceso de implantación del turismo rural es un éxito. Si el número de casas de turismo rural puede ser un indicador del proceso, baste con recordar que en el año 1994 el número de establecimientos abiertos era de poco más de mil. Trece años más tarde esta cifra supera los 12.000. Estos años han originado también algunos cambios y algunas desviaciones de los planteamientos iniciales. Así , la preocupación por la recuperación del patrimonio arquitectónico ha ido perdiendo protagonismo con el transcurso del tiempo, apareciendo la edificación nueva como hecho relativamente habitual. De igual manera se ha producido una cierta estandarización de la imagen de la arquitectura rural. La búsqueda de la rentabilidad, el incremento de la oferta, la aparición de una cierta competencia desleal cuando no ilegal y la propia dinámica del producto que poco a poco se va aproximando a otros modelos de desarrollo turístico, han hecho que el tema de la conservación esté quedando un tanto relegado. Esto no quita para que sea necesario reconocer que el desarrollo del turismo rural desde el comienzo hasta el presente ha conseguido recuperar un elevadísimo número de edificios y viviendas que de otro modo hay serían recuerdo. Hay que reconocer igualmente que este no ha sido solo un esfuerzo público como suele suceder con las actuaciones patrimoniales, sino que la creación de oferta de turismo rural ha movilizado y moviliza importantes recursos financieros de la iniciativa privada que contribuyen a esta operación de salvamento monumental. También en muchos casos el factor de convivencia con la población local ha pasado a un segundo término. Buena prueba de ellos es el cambio en las tipologías de los alojamientos. Se ha pasado de una abrumadora mayoría de establecimientos donde la comunicación turista- residente era indispensable al ser el propio propietario el que atendía de forma directa al visitante, cuando no este residía en parte de su propia casa; a un modelo más parecido al apartamento o, casi, al arrendamiento urbano. En este nuevo formato el viajero dispone de un edificio para su ocio sin mucho más contacto con los promotores que el momento de la entrega de las llaves y el instante de la realización del pago. Los fondos destinados a lanzar el producto también han ido, como no podía ser de otra manera, disminuyendo con el tiempo. Nuevas prioridades, la existencia de una oferta que en algunos territorios podemos calificar como ya exageradas y la finalización del efecto de lanzamiento, han provocado que los recursos disponibles se destinen a nuevos objetivos.

Si bien es cierto que las ayudas a la puesta en el mercado de nuevas plazas no es una prioridad en la actualidad, no es menos cierto que el sector sigue necesitado de apoyos. Quizá lo que sería deseable es un cambio en la orientación de los mismos encaminándolos a temas como la mejora de la calidad, la imagen del destino, la promoción, la comercialización y la puesta en valor del patrimonio. La moda ha ido pasando y con ella la atención de los medios de comunicación y de algunos prescriptores. Por otro lado un cierto crecimiento descontrolado de la oferta ha provocado una dispersión y distorsión de la imagen favorecida entre otras causas por una inflación de normativas reguladoras que, a pesar de una innegable función de ordenación, han generado un cierto confusionismo del mercado y una dilución de los objetivos. El efecto novedad ha ido perdiendo notoriedad, por lo que se hace necesario un nuevo enfoque más profesional, más complejo y más sofisticado de producción que obliga a un tratamiento diferente del patrimonio.

3 El patrimonio en el turismo rural Aparece así un nuevo escenario que nos obliga a plantear una reflexión sobre que papel debe jugar el patrimonio en el desarrollo del turismo rural. Un nuevo escenario marcado por un lado por un proceso de madurez tanto del sector como de la propia demanda que, cada día más experimentada, se vuelve más exigente Una situación que tras un periodo de desarrollo en ocasiones exagerado, tiene que replantearse ahora sus objetivos y estrategias. Un ajuste que nos permita mantener el producto con los adecuados niveles de respuesta la mercado y adaptación a la demanda. Pero también que nos garantizar una adecuada gestión y conservación del propio patrimonio sometido a una cada vez mayor amenaza por parte de la industria. No podemos olvidar que, lejos de lo plantean algunas voces quizá excesivamente condescendientes, el turismo no es ni con mucho una actividad inocua. Sin duda ha jugado un gran papel a la hora de recuperar y valorizar nuestro patrimonio. Pero no es menos cierto que la presión que los visitantes generan sobre él, la trivialización a la que en ocasiones se ve sometido, el deseo de la puesta en valor no siempre contando con los medio adecuados y las intervenciones en ocasiones sin disponer de los trabajos previos preceptivos, hacen que en ocasiones la actividad turística pueda generar impactos importantes sobre nuestra herencia cultural.

Por otra parte tenemos que tener presente que la sola presencia de elementos patrimoniales no significa necesariamente que tengamos las condiciones suficientes para lanzar la actividad turística. El turismo requiere que los bienes que generan el atractivo y la motivación suficiente para captar visitantes estén adecuadamente ordenados y puestos en valor. Al igual que sucede con cualquier otro sector económico (y no debemos olvidar que esto y no otra cosa es el turismo) en el que las materias primas necesitan un proceso de elaboración y transformación para satisfacer unas necesidades, el ocio turístico necesita obligatoriamente de una adecuada intervención sobre el patrimonio para su transformación en recurso. Un recurso turístico debe ser capaz de entretener a nuestros visitantes. De hacer que todo aquel que, seleccionando entre miles de posibilidades opta finalmente por nuestro destino concreto, cubra las expectativas que la comunicación, la información que reciba por distintas fuentes y su propia imaginación han generado. Y al final alcancen la satisfacción necesaria que compense el gasto de tiempo y de dinero que el hecho del viaje le ha supuesto. Y esto no es siempre sencillo. No todo el patrimonio tiene esa capacidad. En ocasiones porque no ofrece un atractivo real para un mercado suficiente que garantice la viabilidad económica. Puede ser que nuestros elementos culturales movilicen a muy pocas personas, con lo que quizá no tengamos masa crítica para mantener los negocios que constituyen la base de la actividad turística. En otras ocasiones la conservación del propio bien patrimonial obliga a regular de forma estricta el número de visitantes. Si esta necesidad irrenunciable de conservación impone limitaciones de un nivel que reduce excesivamente el número de visitantes, encontraremos de nuevo problemas para la viabilidad empresarial. Por último se puede dar el caso, como de hecho sucede con las fiestas populares, que el atractivo capaz de movilizar a los turista tenga una duración temporal limitada. Si esta es lo suficientemente corta generará también una limitación de uso turístico, una actividad que tienen que ser garantizada para su viabilidad durante un determinado número de días al año. Otros elementos ajenos a los valores intrínsecos del elemento patrimonial influyen en la capacidad de atractivo. Entre estos podemos destacar el precio, la distancia o el estado de las comunicaciones que serán también factores limitantes del número final de turistas potenciales que podrán acudir a un espacio rural concreto.

A esto hay que sumar que dependemos de la competencia, es decir de la capacidad de atractivo que una serie de destinos próximos pueden desarrollar sobre una misma clientela. Si este es superior por la calidad de los bienes, la fama, la mejor estrategia de comunicación o un precio más competitivo, nuestro destino se verá resentido en lo que se refiere a ese objetivo último del turismo que no es otro que conseguir turistas y conseguir que gasten. Porque este es otro de los factores que no podemos olvidar. Tenemos que plantear la estrategia general de uso del patrimonio para fines turísticos con el objetivo claro de obtener facturación. No existe turismo sin gasto del visitante y la estrategia que se plantee debe estar orientada a conseguir este objetivo. Hemos de lograr que el turista se vaya lo más contento y satisfecho posible, pero que también haya gastado en el destino la mayor cantidad de dinero en consonancia con su segmento de mercado y la realidad del producto. No se trata de hacer el agosto con cada nuevo visitante, pero tampoco de regalar una actividad recreativa que tiene que jugar un importante papel en el mantenimiento de las economías locales. Algunos podrán argumentar que esto es mercantilizar la cultura o el patrimonio. Sí, de alguna manera sí. Esto no quita el valor al patrimonio y, realizado de una manera racional, no tiene porque afectar de forma sustancial a su esencia. Pero desde el turismo no se trabaja el patrimonio por el objetivo principal de su estudio y conservación (labores fundamentales y a las que el turismo en la medida de sus posibilidades debe contribuir); ni siquiera con un espíritu eminentemente educativo que puede ser no obstante un objetivo complementario. Lo trabaja y gestiona con el afán de mejorar la calidad de vida de los habitantes mediante el desarrollo de una industria. Este debate está cada vez más superado y ahora se trata más de compatibilizar el valor de existencia del patrimonio, aquello que coloca a un elemento concreto por encima de la valoración social de otros muchos elementos, con el valor de uso entre otros el turístico. Eso sí, garantizando la conservación de los bienes destinados a la captación y/o estancia de los visitantes y la sostenibilidad ambiental, social y económica de la iniciativa. Estas actuaciones de uso del patrimonio hay que hacerlas desde la responsabilidad. El patrimonio no lo soporta todo y, en todo caso, su principal cometido no es precisamente el turismo. Seamos pues realistas en la evaluación de su capacidad real para generar flujos de visitantes; no pasa nada porque determinados elementos no generen actividad turística.

4 Algunas estrategias de intervención patrimonio desde el turismo rural

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Para conseguir estos objetivos se están desarrollando una serie de estrategias de intervención que podemos agrupar en cinco grandes grupos: la intervención de conservación e interpretación in situ, la creación de museos y centros de interpretación, la organización de eventos, el diseño de rutas e itinerarios culturales y la creación de parques temáticos La actuación directa sobre los elementos patrimoniales es sin duda la más importante y también la más delicada. En primer lugar hay que intervenir con criterios técnicos que permitan documentar y conocer en profundidad el elemento concreto y después proceder a su adecuada consolidación y/o restauración. Por último hay que realizar una correcta interpretación y puesta en valor y definir un procedimiento de gestión. La interpretación del patrimonio es una actuación fundamental para poner en comunicación los elementos culturales con el ciudadano. Y esto es imprescindible para conseguir un nivel de satisfacción en el visitante, transformando una simple visita de una experiencia inolvidable. Y la interpretación no es una técnica fácil, ni necesariamente necesita siempre de altas inversiones y sofisticados sistemas técnicos. Hace falta determinar bien que es lo que queremos transmitir y, después, aplicar las técnicas más adecuadas. En lo que se refiere al patrimonio cultural del medio rural hay que prestar una especial atención al patrimonio inmaterial. Como es obvio estos elementos necesitan ser vehiculizados para poder ser aprehendidos por el visitante. Un guía avezado, en el fondo un contador de historias, puede ser una solución interesante. Este es el modelo que se ha aplicado por ejemplo en el Monasterio de Cañas, en La Rioja. Aquí la visita se realiza siempre acompañado por un guía que nos irá descubriendo las maravillosas obras de arte del monasterio, pero también las historias, los milagros, las tradiciones, la historia,… elementos que necesitan que alguien o algo los transmita. Esta circunstancia, y no la mera transmisión de información sobre la historia del arte, es lo que hace que esta visita sea diferente. Pero una correcta interpretación necesita obligatoriamente el disponer de la adecuada información previa. No podemos interpretar lo que no conocemos. Todo lo que no está suficientemente documentado, nos conducirá a una

presentación simple, generalista, poco diferenciadores y, por tanto, con un nivel reducido de atractivo. Interpretar, conseguir el disfrute de un visitante generalmente no especializado en el patrimonio que visita, no tiene que llevar parejo una simplificación o un tratamiento poco riguroso. Todo lo contrario, hace falta un esfuerzo importante de síntesis y de reflexión para poder hacer accesible al público general los elementos claves que permitan comprender y, como consecuencia, disfrutar con la contemplación y la visita al patrimonio cultural. Además es necesario resolver algunos problemas de gestión de la visita. Cuidar los recorridos, no interferir en el uso ordinario del elemento, facilitar una adecuada accesibilidad física para todas las personas, disponer de algunos servicios imprescindibles como aseos o aparcamientos, un horario de uso público o un adecuado sistema de promoción son también elementos imprescindibles si queremos alcanzar el éxito turístico. Estos aspectos de gestión no son siempre sencillos de organizar. En citado caso del caso del Monasterio de Cañas, como en otros muchos monasterios de clausura, hubo que diseñar cuidadosamente los accesos y recorridos para no alterar, o hacerlo en la menor manera posible, el normal funcionamiento de la vida de la Comunidad. Tampoco fueron sencillos los problemas de accesibilidad en un edificio antiguo, ni la instalación de las adecuadas medidas de seguridad. Complejo es también organizar un sistema de horarios durante todo el año que garanticen una adecuada recepción de visitantes o algo tan en principio sencillo como la limpieza. El turismo cultural en el medio rural es siempre artesanal, con unos movimientos de visitantes limitados, lo que provoca que lo que en otros lugares es una simple tarea rutinaria, aquí se convierta en un problema complejo. Una segunda estrategia que se está generalizando para desarrollar oferta de turismo cultural en el medio rural es la creación de museos y centros de interpretación. La puesta en marcha de estas infraestructuras ha experimentado un crecimiento verdaderamente espectacular en los últimos años, hasta tal punto que en la actualidad podemos considerar que el número de instalaciones es probablemente exagerado. Tenemos equipamientos micro, medianos o de gran formato; desarrollados con grandes medios o con trabajos voluntarios de los vecinos; realizados a partir de excelentes trabajos de documentación que permiten exponer las diferencias y singularidades y otros que repiten un discurso terriblemente general. Es interesante tener presente que, en todo caso y salvo quizá alguna excepción muy particular, los museos y centros de interpretación son más un

elemento complementario que contribuye a mejorar y completar la oferta del destino, que un elemento de captación de visitantes de una manera directa. Algunos museos ubicados en el medio rural se han convertido en auténticos referentes de visita obligada para la gente que se acerca a un destino. El Museo del Jurásico de Asturias es un buen ejemplo de esto. Un excelente equipamiento en torno al mundo de los dinosaurios que es capaz de superar la cifra de 100.000 visitantes que se aproximan a disfrutar con una exposición muy bien estructurada, amena y didáctica que hace las delicias de grandes y pequeños. O el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco, probablemente el mejor museo del mundo en temas de vino, galardonado con numerosos premios tanto nacionales como internacionales. Uno de los pocos ejemplos de museo radicado en el medio rural que es capaz de provocar el desplazamiento en los hoy llamados enoturistas. Un centro que reúne una magnífica colección etnográfica, con una excelente muestra de arte vinculado con al cultura del vino o una de las colecciones de sacacorchos más completas del planeta. No son en todo caso los ejemplos más habituales del medio rural. Lo habitual es encontrarnos con pequeños museos de sitio o centros de interpretación de los más variados temas. Quizá muchos de ellos con unas temáticas repetitivas, proceso quizá agravado por la falta de medios que termina provocando que se apliquen desarrollos muy estandarizados. La infinidad de museos o pequeños centros etnográficos diseminados por todo el territorio nacional pueden ser un buen ejemplo de ello. A esto hay que sumar las dificultades de gestión que, al alcanzar un número muy reducido de visitantes y dependiendo en muchas ocasiones de administraciones locales con recursos siempre limitados, tienen en muchas ocasiones notables dificultades para mantener un nivel operativo eficaz. En todo caso el espectro de niveles y calidades de centros y museos en el medio rural es infinito, como variado es su nivel de acogida por el público. De alguna manera asociado a estos equipamientos de clara vocación interpretativa encontramos los parques temáticos- culturales, término que en nuestro país se está utilizando con una cierta ligereza pero que en otros destinos europeos se presenta como uno de los principales recursos de oferta cultural en el medio rural. No nos referimos aquí a los parques que pudiéramos considerar de atracciones, sino aquella oferta organizada en torno a un tema cultural y

desarrollado en un amplio espacio abierto, normalmente cerrado, que presenta una oferta de ocio en torno a un tema concreto. No es un modelo muy desarrollado en nuestro país. Tenemos algunos ejemplos como el Parque de Olmedo sobre la arquitectura mudejar o Pirenarium, una instalación que nos aproxima al descubrimiento de los Pirineos. Otras instalaciones están utilizando esta denominación aunque, en realidad, son instalaciones muy reducidas o con una oferta un tanto desestructuradas. Sin embargo es un modelo muy desarrollado en Europa: Francia, Gran Bretaña, Alemania o los países nórdicos tienen un elevado catálogo de esta tipología. Parques sobre prehistoria, sobre distintos temas etnográficos, con contenidos relacionados con la arqueología industrial o sobre hechos históricos configuran una amplia oferta, muy establecida y con unos niveles de visitantes muy interesantes. Ofrecen un repertorio de ocio amplio que incluye visita, demostraciones en vivo y actividades participativas en un producto con un claro componente familiar y que configura una interesante propuesta de ocio cultural. Dentro de esta línea podemos encontrar los denominados territorios museo o ecomuseos4 se han intentado poner en marcha algunas iniciativas de variopinto resultado que se basan en el descubrimiento de un área geográfica a partir de una red de museos, monumentos visitables, centros de interpretación, monumentos, miradores, etcétera. Estas iniciativas vinculan el territorio a un tema que se plantea como el más representativo de la zona: Goya, la cultura tradicional, los castros o las pinturas rupestres, son algunos de los hilos arguméntales. Una de las estrategias que más se han desarrollado en los últimos años es la creación de rutas e itinerarios culturales. El relanzamiento del Camino de Santiago fue sin duda el momento que marcó un nuevo interés por este formato de producto turístico. Desde que en el 1992 la Ruta Jacobea irrumpió con fuerza en el panorama turístico europeo, son muchas, quizá demasiadas, las rutas que en nuestro país han intentado implantarse en el mercado. La Ruta de La Plata, el Camino del Cid, la Ruta del Quijote, las rutas del Legado Andalusi, la Cañada Soriana Occidental, el Canal

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La idea de ecomuseo en un sentido técnico está bien tipificado; no tanto cuando estas iniciativas surgen como etiqueta de producto turístico en la que en muchas ocasiones se utilizan de forma vaga y poco precisa. Es a este caso al que nos referimos aquí.

de Castilla o la Ruta del Cister son algunos de estos grandes itinerarios que, poco a poco se van consolidando. Junto a estos grandes recorridos encontramos una infinidad de pequeños itinerarios de carácter cultural. Aunque hay muchos que tienen un alto interés , son también frecuentes los que no podríamos considerarlos realmente rutas por ser simplemente una agregación de recursos, por tener un hilo argumental muy débil o por carecer de una mínima estructura organizativa. Una ruta no es producto sencillo de introducir. El carácter itinerante intrínseco al producto, la dispersión de recursos y servicios necesarios o los problemas de transporte y señalización hacen que una ruta sea mucho más que un simple folleto con un mapa. Sin embargo cuando la producción se realiza adecuadamente, una ruta es un producto altamente competitivo y genera una experiencia de viaje verdaderamente singular. Ya hemos comentado que el Camino de Santiago puede ser considerado como el itinerario cultural por excelencia, con un grado de implantación y conocimiento por parte del público sólo comparable al nivel de satisfacción de genera en los peregrinos y turistas que se sumergen en el mundo de la peregrinación. No todos los trazados tienen la fuerza (ni la organización, inversión y promoción) con la que cuenta ruta hacia Compostela, pero algunos están alcanzando ya un nivel de implantación y desarrollo muy interesante. Desde el punto de vista del turismo cultural en el medio rural, las rutas tienen la ventaja de incluir elementos patrimoniales que, por si solos, no tendrían una capacidad de atractivo suficiente para captar a un público concreto. Transforman en un todo una sucesión elementos consiguiendo que su genere un valor añadido que supera el interés de la simple agregación del valor individual de cada uno de los elementos. Sin duda muchos de los hitos de la Ruta Jacobea no hubieran jamás recibido la afluencia de público que soportan en la actualidad si no hubieran estado integrados en esta estructura superior. Y sin embargo el valor intrínseco de su patrimonio artístico o histórico sería el mismo. Esta es la fuerza de las rutas culturales bien diseñadas y ejecutadas. Una última estrategia turística es la de organización de eventos, un nuevo fenómeno que, de nuevo, se ha generalizado en los últimos tiempos. Hace algunos años el número de actividades organizadas en nuestros pueblos era mínimo; hoy por el contrario son cientos los acontecimientos que llenan el calendario con una amplísima programación.

Además de abundante, esta programación es muy variada. Existen ya numerosos acontecimientos artísticos que se han convertido en clásicos. Ciclos de música, de teatro y representaciones populares, exposiciones de mediano formato, danza o ciclos y festivales de cine son algunas de las recomendaciones que figuran en la oferta que podemos encontrar por toda la geografía. Oferta cultural que, además de jugar un importante papel como elemento diferenciador y de atractivo para el mundo del turismo, tiene un especial interés en la dinámica cultural de la propia población local. Junto estos ciclos y actividades, han aparecido otros eventos. Nos gustaría llamar la atención sobre dos de ellos. Por un lado las representaciones históricas, espectáculos que han llegado con un cierto retraso a nuestro país .pero que han irrumpido con una fuerza inusitada. Con una gran participación popular y unas inversiones importantes en vestuario, atrezzo y escenografía, este tipo de manifestaciones se han convertido en algo habitual. Generan a nuestro entender dos interesantes factores a analizar. Por un lado, al ser espectáculos que requieren una alta cooperación de la población local que, por otro lado se implica fácilmente en este proceso, genera una dinámica local muy interesante durante todo el año. Juegan así un papel importante como elemento de cohesión social y como manifestación de la identidad de las localidades, lo que le otorga un valor cultural y social muy importante para la propia dinámica interna de las mismas. De otra parte tienen una alta aceptación por parte del público general que disfruta con un espectáculo vistoso y fácil de interpretar. Una actividad dirigida a un amplio espectro de público, muy adecuado para el sector familias, que encuentra una buena razón para concretar un desplazamiento a estos lugares. El otro evento que ha alcanzado un éxito notable y que podemos decir que se ha universalizado, es la celebración de mercados temático- históricos. Sin duda los que han alcanzado una mayor popularidad son los llamados mercados medievales, aunque tenemos mercados de todas las épocas: celtas, romanos, griegos, barrocos, vetones, árabes,… El formato de todos ellos es similar: artesanos (o no) que venden sus productos disfrazados al modo que impone el título del mercado de turno adornado con alguna actividad de calle con el mismo argumento. Todo ello justificado también con un concepto de recreación cultural. Sin embargo, y a diferencia de lo que sucede con las recreaciones, el rigor de estos mercados (y en todo hay excepciones) es muy entrecomillable. En el

fondo no es más que justificar la celebración de un evento de venta de productos que, al adornarlo con un tema histórico, alcanza una mayor notoriedad en el público. Hay que hacer notar que a pesar de esto, la capacidad de atractivo de los mercados es poderosa y el éxito de casi todos ellos está asegurado. Son entretenidos, vistosos, se puede comprar y realizar degustaciones, es divulgativo y populista. Resumiendo, gusta al público. Otra cosa sería hacer una valoración de sus contenidos culturales reales, pasando aquí el patrimonio a ser un recurso publicitario más que una realidad. Para el final queríamos dejar el complejo problema de las fiestas tradicionales y el turismo. Abordar esta cuestión en toda su extensión necesitaría un espacio que aquí no tenemos. Pero si apuntar dos cuestiones muy importantes a tener en cuenta. Por un lado el papel que las fiestas y los ritos que todavía se conservan en nuestro pueblos tienen dentro de sus propio contexto social y los impactos y alteraciones que la presencia masiva de público foráneo pueden provocar en su desarrollo. La introducción de un elevado número de espectadores, normalmente en números muy superiores a los de la propia población local, en una celebración que no entienden y en la que no participan puede generar una importante distorsión en la misma. Y esto es un tema cuanto menos delicado. El otro aspecto a destacar, éste desde el punto de vista turístico, es la repercusión real que estas fiestas tienen en la economía local. La actividad turística no se puede estructurar a partir de uno o dos días al año de afluencia masiva. Necesita, para poder desarrollar el papel de elemento dinamizador de la economía rural, de una estabilidad operativa anual que permita verdaderamente consolidar un sector, grande o pequeño, pero estable. Riesgo e impacto cultural y escasa actividad turística hacen que la utilización de las fiestas como un evento turístico masivo, no solo no sea rentable, sino que en ocasiones puede llegar a ser contraproducente. Tan sólo el interés de promoción, que es un factor a tener en cuenta, puede justificar en ocasiones el empeño por lanzar al mercado celebraciones que tienen una capacidad de acogida menor de lo que en un primer momento podríamos pensar.

5 A modo de conclusión El turismo rural es ya una realidad en nuestro país. Aunque implantado con un cierto retraso sobre nuestros vecinos europeos, el proceso de desarrollo de

estos últimos año ha permitido que lo que era hace poco era sólo una idea, hoy sea un sector consolidado y dinámico. En ocasiones estratégico para algunos de nuestras comarcas rurales. Podemos considerarlo además como un turismo cultural al estar basado en la aproximación a una realidad distinta a la urbana que es precisamente lo que le hace atractivo. El turista se aproxima a descubrir una forma de vida, un patrimonio histórico artístico y etnográfico distinto, un paisaje modelado por la actividad humana. En definitiva se desplaza para descubrir elementos culturales que hacen que el patrimonio se convierta en el principal recurso. También desde la formulación teórica inicial y desde el desarrollo del proceso, el trabajo sobre el patrimonio ha sido una preocupación que ha corrido pareja a los objetivos económicos. La puesta en marcha de la operación del turismo rural en nuestro país ha jugado sin duda un papel fundamental a la hora de rescatar infinidad de elementos que de otra manera hubieran terminado por desaparecer. Pero además, y esto es quizá lo más importante, ha transformado la forma de entender y abordar la conservación del patrimonio cultural, cambiando en buena medida las dinámicas de actuación, percepción y valoración por parte de los ayuntamientos y la propia población local. Este quizá sea uno de los legados más importantes que el desarrollo del turismo rural nos ha dejado. Es cierto que no todo se ha hecho bien, como es cierto que queda muchísimo por hacer. El ingente patrimonio que se conserva en nuestros espacios rurales nos plantea retos importantes y, en muchas ocasiones, urgentes. Pero no es menos cierto que el turismo rural ha conseguido dinamizar nuestros territorios y cambiar la sensibilidad sobre el patrimonio y sobre la propia identidad rural. La implicación de la población es sin duda un elemento imprescindible para que la tarea colectiva que implica la conservación de nuestro legado cultural llegue a buen puerto. La tarea es pues colecita e implica tanto a la iniciativa privada como a los poderes públicos. El proceso no está ni mucho menos acabado, pero el tren está en marcha.

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