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¿El primer genocidio del siglo xx?

Aún se debate si la muerte de millares de armenios en el Imperio Otomano durante la Primera Guerra constituyó un genocidio P OR Gu en t er L e w y Profesor Emérito de Ciencia Política. Universidad de Massachusetts.

ACUÑADO en 1944 por el abogado polaco judío Raphael Lemkin, el término “genocidio” fue creado para describir la campaña de Hitler, en aquel entonces en marcha, para exterminar a los judíos de Europa. Pero el interés demostrado por Lemkin en uno de los crímenes más aberrantes –lo que él y otros definirían como el esfuerzo planeado para destruir a un pueblo o a un grupo étnico entero– precedió largamente al surgimiento de los Nazis. Las atrocidades que primero lo acercaron al tema emergieron de una guerra mundial diferente, en un contexto distinto. No fueron los despiadados actos de los alemanes contra los judíos acaecidos a principios de los 40, sino los de los turcos otomanos contra la minoría armenia de Turquía, durante 1915-16. En la actualidad, sin embargo, el caso de los armenios continúa generando controversias de una manera en la que el Holocausto, más allá de las agitadas fronteras del mundo árabe, ya no lo hace. Al igual que todos sus antecesores desde el nacimiento de la Turquía moderna, el actual gobierno de Ankara rechaza, con vehemencia, la acusación de genocidio, y ha ejercido una fuerte presión diplomática contra cualquier intento por parte de terceros de ubicar los hechos de la Primera Guerra Mundial en el mismo nivel que la Solución Final de Hitler. En esto, los turcos han sido respaldados no sólo por apologistas pro-turcos, sino también por un buen número de respetados historiadores, destacándose entre ellos Bernard Lewis, conocido como “el decano” de los Orientalistas Americanos y experto en Turquía. En contraposición con esta visión se encuentra la gran corriente de opinión mundial que abarca desde declaraciones oficiales de varios gobiernos y organismos religiosos, hasta el declarado consenso de la Asociación Internacional de Expertos en Genocidio (“Internacional Association of Genocide Scholars”). En realidad, el sentimiento que genera este 86

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tema es tan intenso que aún hoy, a casi un siglo de lo ocurrido, continúa influyendo en las negociaciones de Turquía con otras naciones. El 29 de septiembre pasado, el Parlamento Europeo de Estrasburgo adoptó una resolución que exigía, como condición para su ingreso en la Unión Europea, que Turquía reconociera el asesinato masivo de sus ciudadanos armenios ocurrido durante la Primera Guerra Mundial como caso de genocidio. Y aún, más allá de lo ocurrido en 1915-16 y de su relevancia respecto de la actual situación política de Turquía, el caso de los armenios continúa ocupando un lugar prioritario en la larga lista de asesinatos masivos y “limpiezas étnicas” posteriores, incluyendo las matanzas más recientes que tuvieron lugar en Bosnia, Kosovo, y en Ruanda durante la década de los 90, y aquellas que aún hoy se llevan a cabo en Sudán. Cabe destacar que nadie pone en duda el grado enorme de sufrimiento que el pueblo armenio padeciera a manos de los turcos. El gobierno otomano, con poca o ninguna advertencia previa, obligó a hombres, mujeres y niños armenios a abandonar sus respectivas comunidades. Durante la desgarradora marcha posterior a través de montañas y desiertos a la que fueron obligados, miles de ellos murieron de hambre, a causa de enfermedades, o fueron asesinados. Aunque la ausencia de estadísticas veraces sobre el número de habitantes armenios en Turquía antes de la guerra hace imposible establecer la verdadera magnitud de la pérdida de vidas, cifras confiables establecen el número de muertes en más de 650.000, o sea aproximadamente el 40% del total de la población armenia, calculada en 1.75 millón. La cuestión histórica en debate es la de la premeditación; esto es, si el régimen turco organizó intencionalmente la aniquilación de su minoría armenia. Según la “Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio”, de 1948, dicho propósito de exterminar a un grupo en particular, es condición necesaria para la figura de genocidio; en forma similar, la mayoría de las otras definiciones de este delito insisten en la cuestión central de la intención maliciosa. Por ende, el problema crucial a abordar no es la enorme pérdida de vidas en sí misma, sino más bien si el gobierno turco buscó deliberadamente provocar las muertes que, sabemos, han ocurrido. Desde tiempos remotos, los armenios han habitado el sur del Cáucaso, entre el Mar Negro y el Mar Caspio. A principios del Siglo IV de la Era Cristiana, ellos fueron la primer nación en adoptar el Cristianismo como religión oficial. No obstante, gran parte de su larga historia ha transcurrido bajo dominio extranjero. El último Estado armenio independiente (antes de la actual República de Armenia, post-soviética) cayó en 1375, y para comienzos del siglo XVI la mayoría del pueblo armenio pertenecía al Imperio Otomano. Bajo el sistema millet instituído por el Sultán Mohammed II (1451-1481), los armenios disfrutaron de autonomía religiosa, cultural y social como “comunidad leal” que eran, situación que duró hasta bien entrado el siglo XIX. Si bien un gran número de armenios se estableció en Constantinopla y en otros pueblos otomanos donde prosperaron como comerciantes, banqueros y artesanos, la mayoría de ellos continuó viviendo como campesinos en el este de Anatolia. Durante el gobierno autocrático de Abdul Hamid II (1876-1909) el destino de los armenios cambió y comenzó 87

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a surgir un sentimiento nacionalista. En junio de 1890, estudiantes armenios de la región del Cáucaso controlada por Rusia formaron la “Federación Revolucionaria Armenia”. Exigiendo la emancipación política y económica de la Armenia turca, los Dashnaks (tal como se los conoció) libraron una guerra de guerrillas contra las unidades del ejército turco, los puestos de gendarmería y las poblaciones kurdas involucradas en los ataques contra los armenios. Operaban desde bases instaladas en el Cáucaso y en Persia, beneficiados por el terreno montañoso del este de Anatolia. Cuando en 1908 el movimiento nacionalista y modernizador conocido como el de los Jóvenes Turcos tomó el poder en Constantinopla con un golpe incruento, los Dashnaks declararon el fin de su lucha. Pero la tregua no perduró. Con el ingreso de Turquía en la Primera Guerra Mundial, del lado de AlemaPara 1915 la guerrilla nia y en contra de Rusia, tradicional aliado de los armenios, los Dashnaks retomaron su armenia había logrado resistencia armada. Para abril de 1915, las accortar las comunicaciones tividades de la guerrilla armenia habían tomado impulso. Las vías de comunicación y otomanas en el Cáucaso los caminos fueron cortados. Henry Morgenthau, entonces embajador norteamericano en Constantinopla, informó a Washington el 25 de mayo que nadie calculaba que los guerrilleros armenios fueran menos de 10.000, y que 25.000 era probablemente la cifra más cercana a la verdad. Mientras tanto, el brazo ruso de los Dashnaks convocaba a voluntarios para luchar contra los turcos en el frente del Cáucaso. La mayoría de estos voluntarios –alrededor de 15.000, según una fuente armenia– eran rusos exceptuados del servicio militar, pero otros eran armenios turcos que habían cruzado las fronteras para unirse a las unidades de voluntarios. Asimismo, abundaban los ofrecimientos de ayuda que llegaban de la diáspora armenia, desde sitios tan lejos como Europa Occidental y Estados Unidos. En marzo de 1915, la organización de los Dashnaks en Sofía, Bulgaria, propuso el desembarco de 20.000 voluntarios en las costas turcas, en la fortaleza armenia de Cilicia. Ese mismo mes, el Comité de Defensa Nacional Armenio de América, con base en Boston, informó al Secretario de Relaciones Exteriores británico que estaba haciendo “preparativos con el propósito de enviar voluntarios a Cilicia, donde un gran sector de la población armenia desplegará la bandera de la insurrección contra el dominio turco.” Se esperaba que los gobiernos británico y francés los proveyeran de municiones y armamento. Al mes siguiente, los temores turcos de una revuelta interna fueron exacerbados por un levantamiento que ocurrió en la ciudad de Van. Cerca de la frontera con Rusia y en el corazón de la histórica Armenia, Van había sido -por mucho tiempo- un centro de agitación nacionalista. El 24 de abril de 1915, el Gobernador turco informó que unos 4.000 combatientes armenios habían abierto fuego contra estaciones de policía, incendiado casas musulmanas y se habían atrincherado en el cuartel armenio. Cerca de 15.000 refugiados 88

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del interior se unieron finalmente a los rebeldes sitiados. Menos de un mes más tarde, los insurrectos fueron salvados por el avance del ejército ruso, que obligó a la guarnición turca a retirarse. Si el levantamiento de Van fue una rebelión articulada para facilitar el avance de los rusos, o fue -en cambio- una acción defensiva con el propósito de prevenir la ya planeada deportación de la comunidad armenia continúa siendo uno de los puntos de controversia acalorada en la historiografía de esa época. Aún cuando los Dashnaks no contenían al ejército turco, eran de gran ayuda para el ejército ruso (sin contar los 150.000 armenios que respondían al zar, sirviendo en sus filas). Sumamente familiarizados con las montañas escarpadas de Anatolia del este, los voluntarios armenios eran invalorables como exploradores y guías. En un conocido episodio, a fines del verano de 1914, el legendario líder militar armenio Andranik Ozanian se reunió con el General Mishlayevsky, comandante de las fuerzas del zar en el Cáucaso, para señalarle las rutas a través de las cuales el ejército ruso podría avanzar sobre Turquía. De esta manera, según la visión de los turcos, los armenios de todo el mundo compartían el destino de la causa aliada y estaban organizados contra ellos, en una lucha fatídica. Luego de considerar a los armenios como una quinta columna, el régimen otomano decidió tomar medidas decisivas para poner fin a sus traiciones. Como posteriormente informara Morgenthau a Washington, en julio de 1915: “Debido a que los voluntarios armenios, muchos de ellos ciudadanos rusos, se han unido al ejército ruso en el Cáucaso, y a que algunos han participado en movimientos revolucionarios armados y otros colaborado con los rusos en la invasión del distrito de Van, la venganza es terrible.” No obstante, a los ojos de los Jóvenes Turcos, el tema no pasaba tanto por una cuestión de venganza, sino por una cuestión de supervivencia nacional, en una situación de extremo peligro causada por serios reveses militares. Los británicos habían tomado Basora, en la región de Mesopotamia, y se dirigían hacia Bagdad. Los Aliados habían tomado por asalto los Dardanelos. Ante el temor de que se produjera la caída de la capital, los turcos realizaron los preparativos para evacuar al Sultán y sacar el tesoro de Constantinopla. En tanto, las tropas rusas avanzaban por el este de Anatolia y los guerrilleros armenios estaban activos en la retaguardia del ejército turco, amenazando las salvaguardas mismas del imperio. Aún cuando sólo un número limitado de armenios se había realmente levantado en armas, las autoridades de Constantinopla entendieron que estaban tratando con un pueblo de traidores. En efecto, en las secuelas inmediatas de la guerra y durante la Conferencia de Paz de París, en 1919, los armenios no ocultaron su contribución a la victoria aliada. Por el contrario, Boghos Nubar, presidente de la delegación Armenia, afirmó, en octubre de 1918, que su gente, de hecho, había combatido, luchando junto a los Aliados en todos los frentes; en particular, escribió al Ministro de Relaciones Exteriores francés, 150.000 armenios habían formado parte del ejército ruso y habían defendido el frente del Cáucaso luego de que los rusos se retiraran de la guerra, en 1917. Como Nubar declararía en la Conferencia de Paz el 8 de marzo de 1919, los turcos habían arrasado con los armenios “en represalia por nuestra incansable devoción a la causa aliada”. 89

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Mediante esta retórica, Nubar obviamente esperaba obtener el apoyo en la Conferencia de Paz para lograr una Armenia independiente. No obstante, los hechos esenciales eran como él los describió: los armenios, en efecto, habían apoyado a los aliados de diversas maneras. Ignorando las advertencias de muchos cuarteles, gran cantidad de ellos había peleado contra los turcos, y el gobierno, entre la espada y la pared, reaccionó en forma determinante y despiadada. Si bien nada de esto puede justificar lo que los turcos hicieron, aporta un contexto histórico indispensable para comprender la catástrofe humana que sobrevino. No pueden negarse las dimensiones de esa catástrofe. Los métodos más crueles empleados por los Jóvenes Turcos incluyeron la matanza de armenios notables en Constantinopla y en las provincias del este. En cuanto a civiles, quizás tantos como 1 millón de ellos fueron expulsados de sus hogares. Viajando a través de terrenos inhóspitos, carecían habitualmente de refugio y de alimentos, y a menudo eran objeto de la violencia sanguinaria de la escolta provista por el gobierno, así como de los miembros de las tribus Kurdas que ocupaban la ruta en dirección sur hacia Siria, que se hallaba entonces bajo dominio otomano. Grandes cantidades de armenios murieron a lo largo del camino. ¿Se puede explicar esta tragedia sin considerar la hipótesis de un plan genocida por parte de los Jóvenes Turcos? La mayoría de los autores que apoyan la causa armenia responden en forma negativa. Citan a diplomáticos extranjeros de aquella época que, ante la gran cantidad de muertes, concluyeron que una pérdida de vidas tan terrible sólo podía ser resultado intencional de las deportaciones. Aún así, tal conclusión, ignora una vez más el trasfondo a través del cual debe analizarse este horroroso episodio. Si bien una de las principales causas del desastre armenio fue el hambre, los armenios no fueron los únicos en experimentar tal penuria. La gran escasez de alimentos fue, al mismo tiempo, un problema endémico también para Turquía. La movilización militar de un gran número de campesinos en 1914, así como la temeraria requisa de sus caballos, bueyes y carruajes, había hecho imposible la recolección de la cosecha y había dejado muchos campos sin cultivar para la cosecha del año próximo. En la primavera de 1915, el Embajador Morgenthau informó a Washington que la situación interna del imperio era “deplorable”, con “miles de personas... muriendo diariamente de hambre”. Hacia fines de la primavera y durante el verano de 1915, las provincias otomanas de Palestina, Líbano y Siria fueron devastadas por una plaga de langostas, causando una hambruna. Como si eso fuera poco, los buques aliados habían bloqueado las costas de Siria y del Líbano, impidiendo la importación de alimentos desde Egipto. Más aún, a menudo, el alimento disponible en Turquía no podía distribuirse. Las pocas vías férreas que existían en el país estaban sobrecargadas, y la escasez de carbón y madera dejaba con frecuencia inutilizables a las locomotoras. Un túnel fundamental en la línea que iba hacia Siria –el famoso ferrocarril de Bagdad– permaneció inconcluso hasta finales de la guerra. La escasez resultante afectó incluso al ejército turco, cuyas tropas, tal como lo declaró un oficial alemán, recibían como máximo un tercio de la ración asignada. En circunstancias donde los soldados del ejército turco morían por desnutrición, no resulta demasiado sorprendente que poco y nada de alimento llegara a los armenios que eran deportados. 90

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En efecto, el maltrato hacia los soldados turcos, tema que dio lugar a muchos comentarios por parte de los contemporáneos, puede ser comparado con la miseria padecida por los armenios. Si bien “se habían confiscado provisiones y ropa para proveer al ejército”, según escribió un misionero norteamericano en Van, “los soldados sacaban muy poco provecho de esto. Estaban mal alimentados y mal vestidos, si es que podían alimentarse o vestirse”. La misionera danesa Maria Jacobsen anotó en su diario, el 7 de febrero de 1915: “Los oficiales se llenan los bolsillos mientras los soldados mueren de hambre, falta de higiene y enfermedades.” Muchos no tenían botas, medias, y vestían harapos. El trato que recibían los soldados turcos que caían heridos o enfermos era horrendo. Aquellos que lograban llegar a los hospitales –muchos El maltato que recibían los nunca lo lograban– fallecían en grandes canti- soldados turcos por parte dades debido a las condiciones antihigiénicas y a la falta de provisiones básicas. Los enfermos de sus superiores puede compartían las camas o simplemente yacían uno compararse a la miseria al lado del otro en el suelo, en instalaciones que a menudo carecían de agua corriente y electrici- sufrida por los armenios dad. Enfermedades tales como el tifus, el cólera y la disentería, y otras enfermedades infecciosas se propagaban rápidamente. Según lo escrito por Maria Jacobsen el 24 de mayo de 1916, un brote de cólera en la ciudad de Malatia provocaba la muerte de 100 soldados por día. “El ejército allí”, apuntó, “pronto será exterminado sin guerra alguna”. Los turcos experimentaron unas 244.000 muertes en combate durante la Primera Guerra Mundial. En contraposición a esto, unos 68.000 soldados murieron debido a las heridas y casi medio millón debido a las enfermedades –una proporción de muertes en y fuera de combate ciertamente incomparable con la de cualquier otra nación en guerra. Este terrible número de víctimas no constituye obviamente excusa para el trato cruel recibido por los armenios, pero tampoco puede ser simplemente ignorado en cualquier evaluación que se realice de las condiciones generales bajo las cuales encontraron su destino. Muchas de las muertes entre los turcos podrían haberse evitado con mejores condiciones sanitarias y cuidado médico. Un gobierno tan insensible en cuanto al sufrimiento de sus propios soldados, difícilmente demostraría preocupación por la espantosa miseria humana resultante de la deportación de una minoría, correcta o equivocadamente sospechada de traición. Uno de los problemas que afecta a los armenios en esta polémica es la falta de evidencia documentada auténtica para probar la culpabilidad del gobierno central de Turquía respecto de la masacre ocurrida en 1915-16. Debido a dicha carencia, los armenios han confiado en material de cuestionable autenticidad, como “Las memorias de Naim Bey” (“The Memoirs of Naim Bey”) de Aram Adonian. La edición en inglés de este libro, publicado por primera vez en 1920, ofrece como evidencia 30 supuestos telegramas enviados por Talaat Pasha, el Ministro del Interior de Turquía, algunos de los cuales ordenan 91

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la matanza de todos los armenios, sin distinción de sexo o edad. Sin embargo, el libro es considerado como una falsificación no sólo por los historiadores turcos, sino por prácticamente todos los estudiosos occidentales de la historia otomana. En forma similar, resultan también poco confiables los veredictos emitidos por los tribunales militares turcos que, en 1919-20, hallaron a la máxima autoridad del régimen de los Jóvenes Turcos, junto con una unidad de fuerzas especiales llamada Teskilat-i Mahsusa, responsables por la masacre de los armenios. Estos juicios padecieron de serias deficiencias en cuanto al debido proceso y, más importante aún, se perdió la totalidad de los documentos originales de estos juicios, generando sólo copias de algunos documentos que fueron publicados en la gaceta del gobierno y en la prensa. No existe documentación Es verdad que tampoco se ha encontrado reauténtica que vincule al gistro escrito alguno de la orden que fuera dada por Hitler para la Solución Final de la gobierno central turco con “cuestión judía”. Pero la mayoría de los elelas masacres de armenios mentos del proceso de toma de decisión que llevó a la aniquilación de los judíos de Euroocurridas en 1915 y 1916 pa puede ser reconstruido a partir de hechos, testimonios judiciales, y de un abultado archivo de documentación auténtica. Resulta improbable que los procesos de Nuremberg hubieran logrado comprobar los delitos cometidos por el régimen Nazi si hubiesen debido confiar en unas pocas copias en lugar de los miles de documentos originales que habían sido preservados en archivos. A menos que se produjera el improbable descubrimiento de nuevos documentos reveladores en los archivos turcos, se puede decir con alguna seguridad que no existe evidencia similar para los trágicos sucesos de 1915-16. Al mismo tiempo, un número de hechos acerca de las deportaciones se oponen a la tesis que sugiere que los mismos constituían un programa premeditado que apuntaba al exterminio de los armenios de Turquía. Por un lado, las grandes comunidades armenias de Constantinopla, Esmirna y Aleppo no fueron deportadas y, más allá de las tribulaciones que también padecieron las poblaciones musulmanas de estas ciudades, dichas comunidades sobrevivieron a la guerra quedando en gran parte intactas. Esto sería similar a la omisión de Hitler de incluir a los judíos de Berlín, Colonia y Munich en la Solución Final. Aún más, el recorrido a pie que se cobraba tantas vidas fue impuesto tan sólo a los armenios de la región este y central de Anatolia, una región del país que carecía de ferrocarriles. En cualquier otro lugar, y a pesar de que el ferrocarril de Bagdad estaba sobrecargado por el transporte de las tropas y las provisiones, se permitía a los armenios deportados adquirir sus pasajes y, de esta manera, quedaban exentos de algunas de las etapas del proceso de deportación. Si, como a menudo se alega, la intención era obligar a los exiliados a marchar hasta morir exhaustos, ¿por qué no se impuso este castigo a todos? Pueden encontrarse diferencias de este tipo en los destinos de otros grupos de la población armenia. Mientras muchos de los exiliados eran, en rigor, abandonados a su 92

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suerte y a menudo morían de hambre, otros, en cambio, recibían alimentos, aquí y allá. Algunos gendarmes que acompañaban los convoyes armenios vendían sus cargas a los kurdos, quienes los saqueaban y los asesinaban, pero otros gendarmes los protegían. En algunos lugares, todos los armenios, sin distinción de credo, eran enviados lejos de sus hogares, mientras que en otros sitios, los armenios protestantes y católicos (por oposición a los gregorianos) eran exceptuados. Muchos de los deportados sucumbían ante las duras condiciones que hallaban en sus nuevos asentamientos. Pero otros -a su vez- lograban sobrevivir, convirtiéndose en útiles artesanos y comerciantes. En algunos lugares, ni siquiera la conversión al Islam podía comprar la excepción para ser deportados; en otros, se permitía (o se obligaba) a gran cantidad de armenios a convertirse y así lograban salvarse. Todas estas diferencias, tanto respecto del trato, como de sus consecuencias, resultan difíciles de reconciliar con un plan premeditado de aniquilamiento total. ¿Cómo explicar, entonces, los hechos ocurridos en 1915-16? ¿Cómo explicar la enorme pérdida de vidas? La evidencia documental sugiere que el gobierno otomano pretendía llevar adelante un proceso de deportación ordenado e incluso relativamente humanitario a juzgar por la cantidad de decretos exigiendo protección y trato compasivo hacia los deportados. Sin embargo, dejando de lado si resultaba justa, o no, la orden misma de expulsión, como se ha visto, la deportación y el reasentamiento de los armenios tuvieron lugar en un momento de gran inseguridad y problemas en todo el país, que estaba en condiciones de sufrimiento y privación general que afectaban a los propios civiles y militares turcos. La tarea de reubicar a varios cientos de miles de personas en un breve lapso de tiempo y con un sistema de transporte sumamente primitivo quedaba simplemente más allá de la capacidad de la burocracia turca. Muchos observadores, en efecto, veían a esta tragedia de esta manera, haciendo referencia constantemente a la incompetencia e ineficiencia de la burocracia otomana. “La falta de infraestructura de transporte adecuada”, escribió el cónsul norteamericano en Mersina, en septiembre de 1915, “es el factor más importante entre las causas que originan la miseria”. Por ese tiempo, el cónsul alemán en Aleppo le comentó a su embajador que la mayoría de los exiliados armenios morían de hambre porque los turcos eran “incapaces de organizar las tareas de alimentación de las masas.” Un extenso memorandum sobre la cuestión armenia que fuera redactado en 1916 por Alexander von Hoesch, un funcionario de la embajada alemana, apuntaba a la falta básica de responsabilidad: algunos funcionarios locales buscaron aliviar las penurias de los exiliados, pero otros eran extremadamente hostiles con los armenios y, desafiando a Constantinopla, los habían abandonado a la violencia de los kurdos y de los circasianos. Hoy los resultados de esta disputa histórica siguen siendo disputados, y ambas partes continúan utilizando tácticas duras para tratar de defender sus respectivas posturas. El gobierno turco amenaza con regularidad en tomar represalias contra cualquiera que ponga en duda su visión de los hechos; amenaza que se hizo efectiva recientemente cuando 93

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cancelaron una orden para comprar un satélite espía de origen francés por un valor de U$S 149 millones, luego de que la Asamblea Nacional francesa declarara, en el 2001, que la matanza de los armenios durante la Primera Guerra Mundial constituye un caso de genocidio. Por su parte, los armenios también han sido duros. Cuando Bernard Lewis, en una carta enviada a “Le Monde” en 1994, cuestionó con fundamentos intelectuales la existencia de un plan de exterminio por parte del gobierno otomano, una organización franco-armenia entabló una demanda y un tribunal francés condenó a Lewis por causar un “grave perjuicio a la verdadera memoria.” No obstante, existen también algunas señales esperanzadoras, al menos en el frente acadéLas investigaciones mico. En los últimos años, una cantidad de históricas en Turquía y conferencias ha reunido a intelectuales turcos y armenios que desean debatir sobre los en Armenia parecen dar hechos acontecidos en 1915-16 sin una agenseñales de superar la da política. La investigación histórica turca ha dado señales de estar atravesando una fase retórica nacionalista post-nacionalista, en tanto algunos intelectuales armenios también se dedican ahora a investigar, más allá de la retórica propagandística. No hace falta reiterar que tales esfuerzos han generado acusaciones de traición contra los historiadores; sería ingenuo esperar una genuina reconciliación en un corto plazo. Todo lo cual suscita preocupaciones profundas, incluyendo respecto del rol que juega el concepto mismo de genocidio en el impasse que ya lleva casi un siglo entre turcos y armenios. Una vez que esta acusación supone sobre la mesa, cualquier tipo de resolución que sea aceptable para ambas partes parece extremadamente difícil, sino imposible de lograr. Como ha escrito el historiador turco Selim Deringil, ambas partes necesitan “dar un paso atrás y salir del diálogo de sordos en el que están, acerca de si hubo, o no, un genocidio y, en su lugar, buscar la verdad en un proyecto común.” En caso de que se siga este consejo, ¿cómo se debería juzgar a la tragedia armenia? La intención fundamental de la orden de deportación no fue la de erradicar un pueblo entero, sino la de negar el apoyo a la guerrilla armenia y sacar a los armenios de las zonas de guerra y de otras ubicaciones estratégicas. Para los otomanos, la dolorosa experiencia vivida con otras minorías cristianas durante las guerras de los Balcanes (1912-13) había generado una sensibilidad extrema frente a la posibilidad de una rebelión y a la pérdida de territorio. Talaat Pasha, Ministro del Interior, habría dicho a su gabinete, en 1915 “debemos crear un bloque turco, libre de elementos foráneos, que en el futuro no vuelva a dar oportunidad a los europeos de interferir en los asuntos internos de Turquía.” El Embajador Morgenthau declaró haber sido informado en varias ocasiones por Enver Pasha, Ministro de Guerra turco, que el gobierno debía actuar en forma enérgica contra cualquier comunidad, por más pequeña que ella fuera, que se inclinara por procurar su independencia y actuara directamente en contra los intereses del imperio. 94

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Respecto del desastre humanitario padecido por su población armenia, el régimen otomano carga ciertamente con un grado de responsabilidad, así como por la corrupción generalizada, el desgobierno, y la indiferencia ante el sufrimiento de su propia población a lo largo de la Primera Guerra Mundial. Se puede ir aún más lejos: con la perspectiva del tiempo, es posible cuestionar si la gravedad de la amenaza que suponían los revolucionarios armenios justificó la medida drástica de la deportación parcial. El investigador canadiense Gwynne Dyer puede haber sido -quizás- quien mejor ha descripto el caso atento a que, a pesar de que las acusaciones de los turcos de deslealtad, traición y eventual revuelta en masa por parte de los armenios otomanos eran “totalmente verdaderas, en la medida que existiera el sentimiento armenio,” ellas eran tan “sólo en parte verdaderas, en términos de acciones concretas, y resultaban totalmente insuficientes como justificación de lo que se había hecho” a los armenios. Si tanto los armenios como los turcos pudieran aceptar esta apreciación como punto de partida para un futuro debate, ella podría marcar un hito en la resolución de uno de los conflictos más amargos y antiguos de la historia moderna ■

Nota Este artículo se publica -traducido al español- con autorización de la revista “Commentary”. El texto original del mismo se publicó en el número de diciembre de 2005 (Volumen 120, N° 5, págs. 47 y sts.) de Commentary.

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