El poder y el delirio

Encuentro Enrique Krauze: El poder y el delirio HE SIDO UN CONFERENCISTA FRECUENTE en Coparmex desde hace muchos años. Me siento en casa y con una ...
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Encuentro

Enrique Krauze:

El poder y el delirio

HE SIDO UN CONFERENCISTA FRECUENTE en Coparmex desde hace muchos años. Me siento en casa y con una responsabilidad particularmente delicada, porque no podíamos haber escogido todos un momento mundialmente más crucial que el que estamos viviendo, en el que parece que todos los paradigmas del pasado inmediato se vienen abajo.

Es el momento irracional del pánico, pero en el instante en que la psicología global advierta a dónde lleva este tsunami, como le ha llamado Alan Greenspan —es decir, al callejón sin salida del pánico—, debe plantearse un límite. Mientras tanto, necesitamos tratar de entender lo que nos queda a nosotros cerca, que es nuestro país y nuestra circunstancia.

No quiero dejar de tocar el momento actual. No tengo, por supuesto, ninguna solución mágica en absoluto, ni ninguna perspectiva novedosa, solamente que el hombre sigue siendo hombre, el ser humano sigue siendo ser humano y, aunque tenemos el azoro y la sorpresa, espero que después del pánico no empiece a venir el pánico del pánico. Como decía un clásico: a nada hay que tenerle más miedo que al miedo. Y es que estamos viviendo un momento de pánico mundial.

Creo que hemos hecho grandes progresos en México, que debemos tomar en cuenta en el sentido de la modernización y la competitividad de nuestro país. En 1982, cuando sobrevino la crisis del peso, la quiebra nos tomó con una economía estatizada, altísimamente dependiente del petróleo y un Estado monopólico, cerrado. Íbamos a administrar la abundancia y lo que administramos fue la quiebra.

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Foto: Ana Lourdes Herrera

Este es el texto de la participación del historiador en el marco del Encuentro Empresarial Coparmex 2008, el pasado 24 de octubre de 2008, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas

No obstante, de esa primera gran prueba salimos adelante. Considero que un hombre un poco olvidado de estos últimos años en México es Ernesto Zedillo, porque en ese entonces creó el Ficorca, una institución que ayudó a salir de la crisis del 82 y luego, en los 90, fue Zedillo también, ya como presidente, quien enfrentó la segunda crisis, la del 94, y decidió abrir el sistema político y dar pie a la democracia en México. También de esa crisis de 94 salimos; una crisis ya no sólo económica, sino política gravísima. Ahora, con la distancia, tenemos qué pensar qué barbaridad fue lo que ocurrió; es decir, el asesinato del candidato presidencial del PRI, la rebelión justamente en Chiapas. Muchas veces pensamos que el mundo, nuestro mundo, se nos venía encima. Pero no se nos vino encima. Los mexicanos supimos salir de ese brete, sin sangre, sin violencia política, y México transitó en el año 2000 a la democracia. Estoy hablando de dos fuertes pruebas (no quise tocar otras anteriores, como la del 68 o la del 76). Y luego, en el 2006, nos vino otra prueba. Tremenda prueba. Todo mundo ha usado en algún momento la frase de que “la bala nos pasó muy cerca”. Cerquísima. Y yo creo que la bala todavía está rondando. Sobre eso ahondaremos, pero, en efecto, quien sacó adelante al país fue el mexicano, el ciudadano que fue a votar y que mantuvo la calma en momentos en que era realmente muy fácil que el país se incendiara. Son muchas las pruebas que ha pasado México: 82, 88, 94, 2000, 2006. Hay que tomar esto en cuenta cuando nos entra el pesimismo sobre la fortaleza de nuestro país. ¿Nos salvamos ya de la bala del 2006? Yo creo que no. No nos hemos salvado y para explicar por qué no y qué tenemos que hacer para salvarnos definitivamente del peligro del populismo autoritario en México, les propongo abordar un tema que los va a sorprender quizá: el caso Venezuela. He dedicado los últimos meses de manera total al estudio de Venezuela para publicar un libro puesto a la venta en España, México y el resto de Latinoamérica. Me puse a estudiar a Venezuela porque es tan interesante como cualquier otro país, pero, sobre todo, porque quiero entender qué debemos y qué no debemos hacer en México. Por supuesto que mis conclusiones no le van a gustar, no le están gustando ya, al presidente Hugo Chávez, pero eso me preocupa menos que la moraleja que espero que los lectores sustraigan de ese libro que

se llama El poder y el delirio. Y lo que está allí, en ese libro, es cómo se suicidó la democracia venezolana. Lo que voy a apuntar ahora son las lecciones que cabe extraer de esa experiencia en Venezuela, para que esos errores no se cometan en México. Que las democracias son mortales, que se enferman, que se mueren y que, incluso, se suicidan, es algo que ya los griegos sabían. Platón y Aristóteles escriben sobre el modo en que las democracias o los estados democráticos de la Grecia antigua morían. Y dicen ellos: mueren debido a las revoluciones que propagan los demagogos. Literalmente dicen: se mueren debido a lo que hacen los demagogos, que apelan al pueblo, a los instintos más oscuros en la gente y destruyen a los gobiernos democráticamente electos. Y entra el demagogo al poder. Es casi una receta, y se ha repetido a lo largo de la historia de la humanidad. Permítanme explicarles cómo ocurrió esto en Venezuela. Hay que decir que Venezuela es un país históricamente más violento que México. Y, desde luego, mucho más autoritario. Venezuela tuvo un Porfirio Díaz infinitamente más brutal y menos liberal y republicano que el nuestro. El nuestro fue un dictador bastante benévolo, digamos, cuyo verdadero problema fue que envejeció, como decía Obregón, y se quedó demasiado tiempo en el poder. Si no, todas las calles de todas las ciudades de México tendrían el nombre de Porfirio Díaz, porque fue un gran gobernante. Pero Venezuela tuvo un dictador, auténtico dueño del país, de 1908 a 1935: Juan Vicente Gómez. Y antes tuvo dos o tres dictadores más o menos liberales, otros más duros, y el caso es que se trata de un país donde no hubo elecciones propiamente sino hasta bien entrados los años 40 del siglo XX. Es un país con un trasfondo dictatorial y tiránico muy grande, de caudillos y dictadores. Pero en ese país, en 1908, nació un personaje que creo es el mayor demócrata que ha dado la historia latinoamericana: Rómulo Betancourt. Este hombre, que venía de la izquierda, vivió unos años en Costa Rica, ese lugar milagroso de América Latina que es una democracia ejemplar. Además, también vivió en Chile, otro país con gran trayectoria republicana y democrática. Y este hombre de izquierda entendió,

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desde los años 30, lo que Felipe González, Lula y Lago han terminado por entender en nuestro tiempo: Uno, que un partido de izquierda es muy importante. Dos, que un partido popular que atienda las necesidades de la gente es muy importante. Pero que ese partido necesita una característica: tiene que ser democrático, hacia adentro y en la competencia con otros partidos. Entonces, Rómulo Betancourt dio inicio al primer gobierno plenamente democrático de Venezuela, pero con esta característica: estaba Acción Democrática, así se llamaba su partido, estaba un partido demócrata cristiano y un partido de izquierda. Hagan ustedes de cuenta la España o el México actual. Imagínense ustedes lo inimaginable: al PRI de 1959, el de López Mateos, compartiendo el poder con la izquierda y con el PAN. Ese milagro se dio en Venezuela en los años 50. Verán por qué todas estas referencias tienen que ver con México. Al arreglo al que llegó Venezuela en 1959, México llegó en el año 2000, 41 años después. En el 2000 llegó al poder la alternancia del poder: el PAN, con un partido de izquierda en el parlamento, con un partido, el PRI, en la posición de alternancia, con división real de poderes, libertades cívicas, libertades políticas, elecciones impecables. Eso lo tuvo Venezuela en 1959. Durante 15 años, ese país creció al 7.5 por ciento a pesar de que los precios petroleros estaban por debajo, no lo van ustedes a creer, de los dos dólares. Sin embargo, Venezuela creció de una manera ejemplar. Progresó políticamente, creció socio-económicamente, atrajo inmigración, logró muchos avances sociales: por 15 años fue un país donde se mostraba la bondad de la democracia. Pero luego llegó el periodo, desde los años, 80, en el cual creció mucho el precio del petróleo y les pasó exactamente lo que con Echeverría y López Portillo a nosotros: se atragantaron de petróleo y de riqueza, y se creó la famosa Venezuela Saudita. El gasto se desbocó. Lo mismo que nos pasó a nosotros con López Portillo: la corrupción, el increíble crecimiento del sector público y su gasto. Y cuando cayeron los precios del petróleo, el edificio se desmoronó en Venezuela. Nosotros, en 1989, entre los años 80, empezamos a introducir reformas de modernización y esto fue gracias a que Salinas de Gortari tenía la fuerza y el liderazgo y a que todavía el sistema era bastante centralizado. Venezuela era una democracia y cuando la gente salió a las calles en un saqueo que hubo en 1989, vino el

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caracazo, en el que la Guardia Nacional reprimió y hubo entre 200 y 300 muertos. Ese día comenzó a morir la democracia venezolana. Lo que el gobierno de Venezuela quería en 1989 era que los empresarios se modernizaran y se volvieran competitivos, que dejaran de ser apéndices del gobierno, que dejaran de depender de concesiones y verdaderamente pudieran ofrecer artículos a buen precio al consumidor. Pero los empresarios fueron los primeros enemigos de las reformas liberalizadoras. Los sindicatos, por supuesto, fueron enemigos acérrimos de esas reformas. Los medios de comunicación jugaron un papel nefasto: había dos cadenas de televisión peleando entre sí. Como había ocurrido la masacre de las 200 o 300 personas en el 89, tres años después Hugo Chávez dio un golpe de Estado. Recordarán ustedes que fue fallido y que terminó en la cárcel. Bueno, pues lo que hizo una de esas cadenas de televisión fue una telenovela. Venezuela es un país de telenovelas. Se llamó Por estas calles, y la trama es la siguiente: un gendarme justiciero decide que la política es una porquería, que los políticos son una porquería, que la vida es una porquería y que lo único que tiene que hacer él es tomar la justicia en sus manos. Esa telenovela tuvo el más alto raiting y claro: la gente la interpretó como una justificación de Chávez. Es decir, quienes debían estar defendiendo las instituciones democráticas fueron los primeros en atacarlas: los empresarios minaron al gobierno, declaraban que la política era una porquería, que todo estaba podrido, que todo era corrupto, que nada servía y los medios de comunicación llegaron al extremo de hacer una telenovela donde se justificaba la misma idea. Una palabra empezó a volverse muy famosa en Venezuela: la antipolítica. Nosotros, en México, todavía no descubrimos la palabra antipolítica, pero la practicamos. Incluso mi admirado Alejandro Martí, cuando dice: “Si no pueden, que se vayan”, hace una buena frase, pero sería mejor decir: “Si no pueden, mejor los vigilamos en vez de que se vayan”, porque si todos se van, hay que preguntarnos si algún empresario o quiénes están dispuestos a subirse a ese lugar. Entonces, la primera lección importante que hay que extraer de la experiencia venezolana es que estamos obligados a defender las instituciones políticas de nuestra joven y frágil democracia. Venezuela no defendió esas instituciones. Los empresarios y los medios de comunicación llegaron al extremo de apoyar a Hugo Chávez. A los políticos les daba vergüenza ser

políticos, incluso hasta desatornillaban ellos mismos las placas oficiales de sus autos, porque ser político era sinónimo de ser corrupto y candidato a ser linchado. Y claro: ni el parlamento ni las instituciones aguantaron. En un momento dado, un juez propuso que el presidente Carlos Andrés Pérez había cometido un delito y que se le juzgara. Ese delito no fue tal. Carlos Andrés Pérez no era un santo, pero el delito que se le imputaba era haber dado 16 millones de dólares a la campaña de Violeta Chamorro para protegerla de las amenazas que tenía en Nicaragua. Hugo Chávez ha dado esa cantidad con tres ceros más a todas partes. El caso es que ese acto, que no era un crimen, fue la gota que derramó el vaso y el Presidente fue destituido. Por eso me parece que la primera lección es tener cuidado con no defender las instituciones políticas; cuidado con desprestigiar la política al grado de llevarla al suicidio. Porque si las instituciones se hunden, nosotros en México tenemos un candidato a Hugo Chávez perfectamente activo y ahí está todos los días a todas horas, para llevar a cabo, y ésta es la segunda parte, el método Chávez. ¿Cuál es el método? Licuar la democracia. Un ex presidente boliviano me lo explicaba: para licuar la democracia, el método es el siguiente y ha ocurrido en Ecuador, por ejemplo: se aprovecha una situación social de desasosiego, de desorden y de descontento; hay movilizaciones continuas, tan continuas e intensas que están provocando una respuesta violenta del gobierno. Si sobreviene esa respuesta y hay un muerto, con eso ya se tiene una gran bandera. El error más garrafal que podría cometer el gobierno de Felipe Calderón actualmente en México es caer en esa provocación y darles un muerto. El método es: se moviliza a un sector de la población, se desestabiliza el gobierno y el gobierno cae. Al caer el gobierno, el líder no toma el poder, hay un presidente interino o provisional, se convoca a elecciones, pero es tal el vacío de poder que el líder las gana. Y lo primero que hace es convocar a una asamblea constituyente, anuncia un plebiscito, la asamblea aprueba una nueva constitución con poderes nuevos, pero tanto el poder Legislativo, el Judicial y todos los que de ahí emanen son dependientes del Ejecutivo. Y es exactamente lo que ocurrió en Venezuela y en Ecuador. No está ocurriendo en Bolivia porque hay una oposición importante en la región de Santa Cruz, pero el libreto, por decirlo así, es ése. A mí no me cabe absolutamente ninguna duda de que eso es lo que hubiera ocurrido en México en el año

2006, de haber sido distinto el resultado, si hubiéramos tenido una alianza entre el PRD y el PRI para modificar la Constitución: hubiéramos tenido la reconstitución del PRI en el PRD, pero con un elemento adicional que nunca hemos tenido en México: un caudillo populista verdaderamente fuerte. Cuando fui a Venezuela les dije: ustedes podrán decirme todo lo bueno que quieran de Hugo Chávez, pero nosotros en México ya tuvimos un presidente Lázaro Cárdenas que nacionalizó el petróleo, que repartió 17 millones de hectáreas entre campesinos; o sea, que para popular él, Cárdenas, sin embargo, cuando llegó 1940, el límite de su mandato, a diferencia de Chávez, no se reeligió. Yo creo que en México hubiéramos tenido un caudillo transexenal. Pero bueno, ¿cómo estamos ahora? Fíjense que no estamos tan mal. Es muy importante que tengamos en cuenta el ejemplo venezolano. Para eso me empeñé en investigarlo y explicar ante ustedes un poco eso, para que estemos alertas y nunca lleguemos al desprestigio de la política, al grado de la antipolítica. Hay que criticar a los políticos, a los partidos, hay que hacer que se transparente la política, pero no hay que jugar con la idea de que se vayan todos a sus casas y que se acaben las instituciones porque, en ese momento, automáticamente surge el caudillo. Los empresarios, los medios de comunicación, tenemos una responsabilidad muy grande, pero creo que somos concientes de ello, de que hay que participar en la vida cultural y política de México. ¿Dónde estamos? Creo que el Felipe Calderón ha resultado un Presidente con sentido de responsabilidad y seriedad y es un hombre que, si no tiene una inmensa capacidad de liderazgo (y qué bueno que no tiene ese carisma que tuvo su predecesor, se me escapa el nombre ahorita, y que no se ha metido en ninguna telenovela amorosa en la política ni ha cometido errores verbales), ha podido desarrollar un liderazgo sensato, serio, que se crece ante las adversidades. El espectáculo del poder Legislativo los días anteriores ha sido muy importante. Podemos quejarnos, por ejemplo, de que la reforma energética es una minirreforma o una reforma light, pero es una reforma en la que tres partidos antagónicos actuaron en consenso, frente a la amenaza de quien ha dicho que mandemos al diablo las instituciones. Les he explicado con cierto detalle el caso venezolano porque es un caso donde no una sino toda la clase empresarial mandó al diablo a las instituciones. Y lo que

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ocurre cuando se hace eso es lo que ha ocurrido en Venezuela. Llevan 10 años y los que les faltan.

inquilinos de nuestro país, participar localmente. No nos queda más que participar.

Las instituciones en México están funcionando, el Ejecutivo está funcionando, con una actitud de sobriedad y respeto que me parece muy bien. En el poder Legislativo, que en años pasados nos hizo pasar vergüenzas con esas carpas y tinglados que parecían de circo, hay que reconocer que, mal que bien, han empezado a tomarse en serio.

Pero participar en México hace 50 años quería decir algo así como: “Voy a conseguirme un puesto en el PRI; de ahí voy a trepar y voy a llegar a diputado o senador, y quién sabe si hasta ministro de Estado”. No. Ahora participar quiere decir hacernos cargo de nuestra parte. Que los empresarios participen en su localidad, tratando de mejorar la vida política de su entidad, haciendo de su entidad una isla que mejore su vida política. La suma de esas excelencias nos va a hacer un país mejor. Las cosas no se van a resolver de arriba para abajo, sino, como se han ido resolviendo, de abajo para arriba. Ya no somos una pirámide, ya somos una plaza y cada quien tiene que cuidar el metro cuadrado que le toca.

El poder Judicial, que antes era tan dependiente del Ejecutivo, ahora ahí está funcionando como primus inter pares, como el poder que decide finalmente las controversias. Hay un federalismo real en México. Ése es otro factor, los estados cuentan mucho más de lo que contaban hace 20 años. Entonces, hay división de poderes, independencia del poder Judicial, un Presidente con sentido de la responsabilidad, libertad de expresión plena. No estamos tan mal, medidos bajo la vara de lo que les he platicado que fue el caso Venezuela. Entremos al tema de los empresarios. Los empresarios mexicanos vivieron una etapa de luna de miel muy larga y, como todo en la vida, se tenía que acabar. Recordemos los años en que los empresarios vivían muy contentos de las concesiones que venían del gobierno y dejaban la política en manos de los políticos, sin ocuparse de la política más que para declarar en alguna ocasión alguna cosa. Esos viejos tiempos están ya atrás. Esta misma Coparmex es otra Coparmex. Debe seguir siendo otra, debe estarse reinventando. Yo les pregunto cuál de estas opciones quieren ser: ¿ciudadanos, súbditos o inquilinos de México? Si México es un hotel y los empresarios inquilinos, bueno, simplemente deben ser francos consigo mismos y considerar que ver el país como un hotel fue lo que pasó en Venezuela, y le pasó a Cuba también, países donde la clase empresarial se fue. Ciertamente, en Cuba fue obligada a irse, pero en Venezuela simplemente se fue. Yo percibo que en México la mentalidad de inquilinos es mucho menor, como que México es un país más profundo. Aquí nos tocó vivir y aquí vivimos y este es el país que debemos defender. Y para defenderlo no bastan los discursos: tenemos que participar en la política localmente. No puedo subrayar lo suficiente la importancia que tiene, si hemos de ser ciudadanos y no

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La transparencia es muy importante, en México se ha avanzado mucho en ese sentido. Eso sí, hay que decirlo, gracias a Vicente Fox. Hay que ponerles lupas a los diputados, a los senadores, a los presidentes municipales. Ya no podemos pretender que esto no nos importa. La vieja cultura política mexicana era: no tengo idea de quién es mi diputado, no sé quién es mi senador, es más: no sé quién sea mi presidente municipal, porque a mí mientras no me molesten en mi negocio no me importa. Antes, las figuras de los legisladores eras casi de adorno, pero ahora no, porque ocurre que el poder está verdaderamente dividido entre el Legislativo y el Ejecutivo. Quiero decirles que no nos queda más que la participación cívica. No hay de otra, tenemos que participar. Porque la otra alternativa es la mesiánica. Dejar llegar a un mesías y que él nos arregle todos los problemas. Nada más que nada bueno ha salido nunca del mesianismo político. Nunca ha ocurrido que un solo hombre por el hecho de llegar al poder resuelva todos los problemas. Nosotros, como país, no estamos tan mal, pero necesitamos hacer mucho más en el nivel local. Ése es uno de mis mensajes principales. Repito, no denigrar la política. Sí vigilarla, participar en ella. Y dedicar tiempo sin remuneración a la labor cívica para mejorar la parte del ambiente que nos toca. Finalmente, otro aspecto que considero importante es que los empresarios deben tomar en cuenta la relevancia de la cultura. Y cuando hablo de cultura no hablo de educación. Son dos cosas distintas, la

educación es la transmisión de la cultura. Todo lo que los empresarios hagan por la cultura de sus municipios es muy importante: por el cine, por el teatro, por la literatura, por la música, por el baile, por la historia, por los museos. México es un país de una gran riqueza cultural. Y la cultura nos une, nos vincula mucho. Ésa es otra de las cosas que pueden hacer los empresarios: apoyar la cultura libre, que, por cierto, no es lo mismo que las universidades. Porque conozco muchos empresarios que se sienten muy bien firmando un cheque para alguna universidad y ya: sienten que cumplieron. Bueno, habría que preguntarnos por qué las grandes instituciones universitarias públicas de México son los primeros apoyos de la izquierda radical en nuestro país. Ahí tienen mucha responsabilidad los intelectuales mexicanos. Y no hablo de los afines a la corriente liberal que representó Octavio Paz, que no lo hacemos haciendo, quizás, tan mal. Pero hay toda una corriente que se ha puesto de rodillas frente al caudillo y que realmente son una vergüenza para nuestro país.

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Quiero expresar, finalmente, que es evidente que nos tocan años muy difíciles. En 2008 se nos adelantó esta crisis mundial. En 2009 vienen las elecciones intermedias, el año 2010 es un año mágico: 1810, 1910, ya hay gente que está buscando en eso profecías cabalísticas. Y luego el 2012. Y no he tocado el tema de la droga. Pero en este panorama amplio, quiero resumir, salimos de muchas pruebas y no podemos olvidarlas porque hablan de un país que no está tan mal, que no arroja la toalla tan fácil. Es más, México es un país que tiene capacidad de resistencia y recuperación: 1982, 1988, 1994, 2000, 2006. Ésta última fue tremenda, tan grave que todavía estamos, en cierta forma, viviendo las consecuencias de ese momento. Estuvimos muy cerca de entrar en el ciclo venezolano. Por eso lo estudié. Por eso publico el libro, con el objeto de que se vea qué pudo pasar y que puede todavía pasar si no nos hacemos cargo de esta democracia. Quiero decir que yo vería con los mejores ojos un gobierno de izquierda en México en 2012. Pero una izquierda como la del presidente Lula o Felipe González o Ricardo Lagos. Una izquierda como la de Rómulo Betancourt en Venezuela. Porque éste es un país de pobreza y desigualdad en el que es importante que la izquierda tenga una oportunidad de gobierno.E

“Venezuela no defendió esas instituciones. Los empresarios y los medios de comunicación llegaron al extremo de apoyar a Hugo Chávez”

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