EL PERIODISTA Y EL LENGUAJE

EL PERIODISTA Y EL LENGUAJE Cada vez que los periodistas tienen que enfrentarse con un gramático, un etimólogo, un lingüista o a cualquier otro espec...
34 downloads 2 Views 26KB Size
EL PERIODISTA Y EL LENGUAJE

Cada vez que los periodistas tienen que enfrentarse con un gramático, un etimólogo, un lingüista o a cualquier otro especialista del lenguaje, les entra por dentro un cosquilleo que los hace insensibles, que los ensordece y les cierra el entendimiento. El periodista es la persona que circula las noticias, tiene una misión muy importante en nuestra sociedad. El periodista es importante como producto del importante papel que desempeña. En nuestra sociedad a los periodistas se les conoce como el “cuarto poder”. PROPÓSITO PRINCIPAL La misión de este trabajo es despertar en los periodistas el respeto por la lengua correcta. Para inculcarles el amor por el instrumento que les permite ejercer su profesión. No se pretende aquí ofrecer recetas para memorizar, sino insuflarles esa pasión por “comunicar” de modo efectivo y correcto. Para poder “comunicar” en el sentido moderno, hay que entender la estructura de la lengua. Esa estructura es la que se mama desde que se nace, tan pronto se comienza a hilar palabras para formar oraciones. Si no se aprende esa estructura que es la lógica de la comunicación, no se está preparado para traspasar las ideas, para comunicar las noticias. Si se investiga para dar con el origen del problema que enfrenta la lengua española en la actualidad, se encontrará que el primero de los riesgos principales para el futuro del español radica en el descenso de la importancia del estudio de las humanidades, y, a la poca importancia que se le concede a estas en los planes de estudios. Se ha descuidado el cultivo del arte de escribir con estilo, sin pensar en que la lengua es el medio de comunicación entre los humanos. Otro de los problemas, el segundo, es el que encuentra el español al enfrentar el predominio del inglés. Hay un tercer factor que concierne al español de más cerca. Según un sondeo elaborado en el 1998, el tercer factor es el empobrecimiento del lenguaje en el seno de los medios de comunicación y de cuantos hablan en público. Existe un abismo entre el lenguaje que se emplea y todos los demás índices o medios de comunicación que se usan. Entre los otros medios a que se hace referencia -que no son orales o escritos- se puede colocar la “apariencia”, es decir, la ropa, el peinado, el auto, los modales, en fin todo lo exterior. De la misma manera en que el sujeto se preocupa por la imagen que proyecta, hay que cuidar el idioma que se emplea con todo el esmero posible para que el lenguaje no descalifique a la persona que lo usa. EL MECANISMO DE LA LENGUA

Hay que recordar ahora cuales son los mecanismos mediante los cuales opera la lengua. La lengua depende de un mecanismo que obra en su interior. Generalmente se la crea abajo, en el nivel del habla, pero se la consagra arriba, en la escritura. Se la sanciona en las Academias para viajar hacia abajo una vez que se la enriquece. La labor de las Academias es evitar que se atente contra la unidad de la lengua. Desde arriba, la Academia consagra lo que ya se usa. No lo que es moda pasajera, sino lo que ha ganado respeto y aceptación. Las autoridades españolas de la lengua mantienen sus canales de comunicaciones abiertos con las Academias correspondientes de los países de habla hispana para acreditar los vocablos legítimos una vez que los impone el uso en los países hispanohablantes. Hay que recordar que las lenguas cambian, y la gramática que es parte del mecanismo de la lengua ha de cambiar también con ellas, pues esta -la gramática- es un reflejo de aquellas. Hay espacio en las normas para innovaciones y reajustes que les impone el libre desarrollo del lenguaje vivo en cada circunstancia histórica. LOS ESCÉPTICOS DEL LENGUAJE Hay personas a quienes se conoce como los “escépticos del lenguaje”, son aquellas que se espantan ante la gramática porque la consideran una obligación absurda; ellos consideran que esta -la gramática- es un código impuesto. Consideran que como tal interfiere con la “creatividad” de ellos. Comparan la gramática con una reliquia del pasado. Estos “rebeldes” califican todos los cánones, por ejemplo, la sintaxis, la semántica, la ortografía y los libros de estilo, de “residuos de dictadura” que permanecen en el lenguaje. Quienes así piensan es porque no aprendieron a establecer una relación de amistad íntima con el lenguaje, con ese lenguaje que les sirve de instrumento para la comunicación profesional. Esto es una verdadera lástima. Aquí se podría comparar esta enemistad o poca estimación para con el lenguaje, con la que puede tener un artesano por sus herramientas. Lo que esos “enemigos” de la norma no saben es que esas reglas no surgieron de repente, son el resultado de una lenta evolución a través de los siglos. A la norma se la aceptó como “normal”, porque era “regular” y así se impuso. Tampoco hay que olvidar que en su evolución la lengua suele ser caprichosa y que muchas veces se riñe con la lógica, para desesperación de quienes quieren que sea uniforme, regular. Así como hay músicos que “tocan de oído”, es decir, intuitivos, hay escritores que respetan las leyes del lenguaje sin necesidad de estudiarlas. Es como el personaje de Molière que no sabía que hablaba en prosa. Hay personas que se desempeñan muy bien en su expresión oral o escrita, para quienes resulta muy fácil despreciar la gramática porque la música de su idioma es muy afinada y eficaz. El idioma necesita que se respete su precisión musical para que el receptor -el lector o el oyenteasimilen el ritmo de quien escribió o leyó y sea capaz de reproducirlo con la misma exactitud de la partitura mental del periodista. Sin el rigor de las palabras y de las frases, y sin el tono

adecuado, se empobrece el instrumento de transmisión del pensamiento, es decir, la palabra, ya sea esta escrita u oral. LA IMPORTANCIA DEL IDIOMA Para hacerse una idea de la importancia del idioma en la comunicación es oportuno saber que las encuestas realizadas por especialistas, encargadas por empresas editoras, han mostrado sin lugar a dudas que una buena selección de palabras facilita el entendimiento. A su vez, los gazapos, los errores y una mala selección de palabras no solo dificultan la comprensión del mensaje, sino que le quitan credibilidad. Entre las personas que escriben para el público hay algunas que piensan que si violentan el lenguaje, si se apartan de lo común, de ese modo crecen en la estimación ajena. Este fenómeno se da a veces en profesionales de la comunicación, hasta el punto de haberse creado una jerga que muchos juzgan imprescindible usar como una seña de identidad. No se debe pensar que todos los males que aquejan a la lengua provienen de una sola fuente. Muchas de las clonaciones que llegan al español se infiltran por medio de malas traducciones. Ya sean estas de películas -en subtítulos o dobladas- o de libros. Las traducciones de noticias invaden todas las redacciones con su defectuoso español de características híbridas. Hay muchos ejemplos que se repiten en los artículos “refritos” en español que proceden del inglés. Lo que sucede en estos casos es que los “traductores improvisados” hacen “traslados mecánicos” en la lengua, por eso vemos tanto uso de la voz pasiva en algunos escritos. Los calcos en que se incurre, más que de meras palabras, son de construcciones o grupos sintagmáticos que inundan las traducciones de urgencia de las redacciones de periódicos. Deténganse a pensar que el inglés ha logrado colocar tantos vocablos en el español en los últimos decenios como lo hizo el árabe en el largo período de ocho centurias. Una cosa es reconocer la preeminencia del inglés en el campo de la investigación y la técnica, y otra es conferirle el título de “lengua única de la civilización contemporánea”. Algunos hispanohablantes, y hasta escritores, luchan para que el español se abra y acepte nuevos vocablos. Cuando así actúan lo hacen pensando que se fortalecerá la lengua común. Ellos piensan que la importancia del inglés deriva del gran número de voces de esa lengua. No hay que engañarse, la preeminencia del inglés no le viene de su capacidad para aceptar o adoptar vocablos. Su empresa en el mundo moderno es el fruto de la fortaleza económica de los países donde se habla inglés como lengua materna. Vale la pena que se piense por un momento en la riqueza que se ha creado con la lengua española. Es una riqueza descomunal. El español es una lengua que se habla en países separados por miles de kilómetros de distancia. Hay que respetar esa riqueza, hay que preservarla. Ahora bien, es lengua de uso común, no exclusivo. El lenguaje es una copropiedad y hay que contribuir a mantenerlo no exclusivamente por motivos estéticos. Todos somos responsables de su preservación, a ambos lados del Atlántico. La importancia que se le reconoce a la escritura es porque ella es la que puede asegurar la unidad de la lengua en el nivel culto.

Para tranquilidad de muchos hispanohablantes que piensan que el español está rezagado, se puede asegurar que el español es un instrumento de expresión y comunicación que reúne todos los requisitos exigibles a una lengua moderna, y los cumple holgadamente. No hay que llamarse a engaño, la riqueza no estriba en la cantidad de disponibilidades léxicas, sino en el uso de las existentes con precisión y eficacia. La lengua funciona bien cuando hay adecuación entre los propósitos y los resultados obtenidos. Los mensajes inequívocos, breves, ricos en contenido, con una amplia gama de matices aseguran una prosa eficiente. Algunos hablantes -y hasta periodistas- creen que con una palabra importada asombran a los incautos, y lo que es peor, piensan que esa relación con el mundo sajón, por ejemplo, los prestigia. En el caso de las importaciones, para que se las acepte en el seno de la lengua, hace falta que sean necesarias y que se acomoden bien al genio del idioma español. Hay que cerciorarse bien de la necesidad y la pertinencia para que no haya anarquía en la introducción de neologismos y extranjerismos. LOS NEOLOGISMOS En el caso de los neologismos hay que admitir que existen algunos de carácter técnico o científico que son necesarios; pero antes de darles cabida, es preciso que se les digiera, que se les acomode al genio de nuestra lengua. Los mejores sitios para rellenar con neologismos son los lugares huérfanos de voces. Si existe en español un término apropiado, no se debe tratar de incorporar palabras extrañas. Es mejor añadir una nueva acepción a una palabra de buena solera española antes que conceder la entrada a un término extraño o inventado a la ligera. Se debe aceptar el fenómeno convencido de que el proceso de expansión impuesto por el progreso científico y tecnológico se está cumpliendo en la actualidad de acuerdo con las necesidades. No hay que confundir los términos expuestos en el último párrafo. Entiéndase bien. No hay necesidad de colocarse en uno u otro de los extremos con respecto a este asunto. Una lengua que nunca cambiase, sólo podría hablarse en un cementerio como enunció Fernando Lázaro Carreter, miembro de la Real Academia Española. Para aceptar el neologismo hay que revisarle los cromosomas, estudiarle la genética, asegurarse de que se respeten los usos del idioma con respecto a las raíces, los sufijos y los derivados. El cambio en el lenguaje es natural que ocurra cuando hay cambios en la sociedad hablante. Un idioma inmóvil sería el reflejo de una parálisis mental. El neologismo necesario no sólo parece inevitable, es imprescindible. Don Miguel de Unanumo que abogaba por la incorporación de nuevas palabras a la lengua, aseveraba que “meter palabras nuevas, haya o no otras que las reemplacen, es meter nuevos matices de ideas”. Como se entiende, las lenguas se renuevan, el vocabulario está en constante remozamiento, restauración, regeneración. Lo que se ruega es que no se exageren los términos ni se altere el equilibrio en el seno de la ecuación. A través del tiempo los neologismos de toda índole si se difunden y se convierten en moneda corriente pasan tanto del campo restringido de la designación, como del ámbito científico que caracteriza su origen, al terreno extenso y movedizo de la lengua común. Esto último es lo que les hace perder precisión y univocidad, al tiempo que ganan en polisemia y en aceptación general.

Otro fenómeno que se observa es la falta de respeto con relación a los significados de las palabras. Esto lo hacen abusando de ellas. Metiendo términos donde no les corresponde, simplemente porque están de moda. En el siglo XXI, si quien escribe quiere trascender fronteras y alcanzar un vasto público de lectores entonces está en el deber de abandonar los giros particulares de su país. Téngase en cuenta que la red de comunicación que teje la Internet es de tal magnitud que es insospechable el alcance y la velocidad de la palabra escrita en el presente. Lo que sucede con el español hoy es que como es una “lengua adulta”, no se acomoda tan fácilmente a las palabras ajenas como lo hacía antes, siglos atrás. Si se cultivase el gusto y el sentido de la lengua propia, en nuestro caso del español, se evitarían en gran medida las interferencias de las lenguas ajenas. No hay que olvidar que el idioma no es sólo un medio de comunicación, sino el reflejo de un alma, de una manera de ser, extracto de vivencias multiseculares. El español no sólo se habla o se escribe; se piensa, se siente en el corazón de cada frase. LA RESPONSABILIDAD DEL PERIODISTA El periodista tiene un importante papel que desempeñar. Entre sus responsabilidades implícitas está el participar con dignidad y celo en la evolución de la lengua. Se trata de contribuir a esta evolución sin perder el sentido de lo que es el español americano. Por un momento es preciso reflexionar en la influencia y responsabilidad del periodista frente a los lectores jóvenes, o el papel que tienen quienes se desempeñan en la televisión ante esta juventud. El poder que ejercen los periodistas es aún mayor en los países donde hay un alto índice de analfabetismo funcional y esto es precisamente lo que ha aumentado en los últimos tiempos, a pesar del descenso del analfabetismo absoluto. ¿Cómo actúa este poder, esta influencia? En muchos casos los lectores u oyentes están expuestos a leer o escuchar palabras o giros con significados cuyos equivalentes desconocen completamente en “su” español los receptores. Como consecuencia de esta limitación, este público alimenta su vocabulario con palabras cuyo concepto les llega a través de los periódicos, revistas y tele-periódicos. Los receptores terminan imitando lo que escuchan y leen. Sobre todo por el respeto que les inspiran esos personajes venerados y venerables de la prensa. La mayor responsabilidad e influencia entre los periodistas las tienen los de la prensa escrita, porque se les concede mayor autoridad en materia de lenguaje a lo que se lee. No debe olvidarse que la lengua escrita no es el reflejo fiel de la lengua hablada, sino que ambas viven en constante interdependencia, fecundándose mutuamente. El periodista es un artífice de la palabra, es un profesional que logra que la lectura de su texto sea participativa, es decir, que el lector salga de su pasividad en la lectura, que asimile los hechos. Quienes conocen bien el oficio, los creadores de elite, tienen el don de sugerir con palabras lo que las palabras en sí no pueden decir. En cierto modo hay periodistas que se asemejan a los poetas, quienes con su creación les imprimen un sentido sorprendente a las cosas de significado ordinario.

Este es el momento para referirse al lenguaje del periodista, pues ese lenguaje no debe limitarse hasta el punto de hacerse monótono. La variedad polifónica resulta del manejo inteligente del repertorio general de posibilidades que la lengua ofrece a todos, de manera que el mensaje no resulte extraño a los receptores, cualquiera que sea su nivel cultural. Claro, no hay que extrañarse, la sencillez conlleva dificultad. El lenguaje vive en el periodista así como en cada hablante, pero en el periodista vive con responsabilidad, porque él tiene el poder en sus manos para transformarlo, para cambiarlo e influir en el uso ajeno. En la actualidad, la prensa, la radio y la televisión ejercen una influencia idiomática superior a la del sistema docente, y por ello el campo de acción del periodista es tan vasto y su responsabilidad tan grande. El periodista tiene una responsabilidad social al emplear el idioma. Si la noticia es su objetivo, el modo de redactarla es parte de su obligación. Su redacción debe resultar inteligible para el común de los lectores. Cuando el mensaje no es claro sucede una de dos cosas, o no se entiende, o se entiende a medias. Por lo tanto el periodista está en la obligación de redactar con buen criterio, utilizando lo que es el español más difundido, menos perecedero y más conforme con el genio de la lengua. Hay que entender que las palabras son cosas vivientes, como tales, varían con los cambios de actitudes y las reflexiones humanas, no son artefactos petrificados. No obstante eso, no todas las personas que escriben tienen el derecho de participar en el proceso de cambio. Tampoco tienen todas ellas la capacidad para participar en este desarrollo. Hay que actuar con cautela y dejar que sean los especialistas quienes se encarguen de esa labor de saneamiento y validación. Se aboga porque se busque una correspondencia léxica sensata y aceptable para toda la comunidad lingüística hispanohablante en vez de aceptar el vocablo exótico, al que por esa mera condición se le concede un sello de excelencia y novedad. Para mantener alejados los peligros que se ciernen sobre el español se puede aconsejar que se cultive el español, que se lea con goce la buena literatura, que se afine el oído, que se rehúse admitir que tal o cual vocablo no tiene traducción exacta en español, pues esto último pocas veces es verdad. En la lengua española no hay decadencia. Los atentados y las amenazas son reales, pero como en tantas otras ocasiones anteriores la integridad de la lengua se mantendrá. En lugar de tomar como límite del uso de la lengua el temor al ridículo, lo que hay que adoptar como patrón es ser comprendido con facilidad, expresarse con conciencia de hablar y escribir bien. Roberto Guzmán