Domingo de Pascua. ¡El Señor ha resucitado! Esta fue la gozosa aclamación de apóstoles y discípulos. Esto los reunió otra vez después que cada cual fuera por las suyas.

El momento de la Vigilia Pascual. Durante los primeros seis o siete siglos, la celebración duraba toda la noche: antorchas eran llevados en la noche como en una nube de fuego, se oían los himnos y cánticos espirituales por las calles y en las iglesias; en la celebración, se leían muchas lecturas, se cantaba, se bautizaba, el centro de todo era la Eucaristía y con ella se rompía el ayuno y con la comida final se participaba en el gozo de todos. Esta Vigilia se inicia con la bendición el nuevo fuego, la iluminación de lámparas y velas y del Cirio pascua; ceremonias que perdieron gran parte de su simbolismo al ser anticipadas y adelantadas del crepúsculo a la plena luz del día a partir del siglo VIII. San Cirilo de Jerusalén decía de esta noche que era tan luminosa como el día, y Constantino el Grande le añadió un esplendor inaudito agregando a su brillo, una profusión de lámparas y grandes antorchas, para que no sólo las basílicas, sino las casas, calles y plazas públicas, estuvieran resplandecientes con la luz que era el símbolo de Cristo Resucitado. La asamblea de los creyentes se dedicaba a la oración común, el canto de salmos e himnos, y la lectura de las Escrituras comentadas por el obispo o el presbítero. La Vigilia de Pascua se consagró especialmente al bautismo de los catecúmenos que, en las iglesias más importantes, era muy numeroso, alrededor de 3.000. Tales números, es claro, sólo se encontraban en las grandes ciudades; no obstante, el Sábado Santo y la vigilia de Pentecostés eran los únicos días en que se administraba el Bautismo, había siempre, incluso en las iglesias menores un número gozoso de catecúmenos. Esta reunión de personas en la oscuridad de la noche ocasionó a menudo abusos que el clero se sintió impotente de prevenir sin una activa vigilancia, anticipando por ello las ceremonias de modo que todas ellas pudieran tener lugar a la luz del día. La gran Vigilia Pascual terminó por desaparecer en la Edad Media, por la anticipación de la hora, por las abundantes lecturas, y porque se perdió el sentido bautismal de la celebración. No obstante, en muchos lugares se mantuvo pero con otro sentido. Se introdujo la bendición del fuero nuevo de modo natural, con la lupa, concentrando en el cristal los rayos del sol, obteniendo así el fuego. Se desarrolla al máximo la ceremonia del Cirio pascual, que es adornado, bendecido, consagrado y ungido, aunque los textos que hablan de la noche se canten en pleno día. Había hasta 12 lecturas, se cantaba la letanía de los santos y se bendice con ritos complejos y largos la fuente bautismal, aunque no haya bautismos. Será con Pio XII en el año 1951 cuando se recupera de nuevo la celebración de la Vigilia Pascual en su antigua unidad. La reforma del Concilio Vaticano II dio unidad a la celebración completa del Triduo Pascual y la enriqueció de contenido bíblico y de sencillez. Será cuando se pongan las cuatro partes de la celebración: lucernario con la liturgia del fuego y de la luz, la liturgia de la Palabra, la liturgia Bautismal y la liturgia Eucarística .

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La estructura de la Vigilia Pascual y la importancia de sus diversos elementos y partes. Carta de la Sagrada Congregación del Culto sobre la preparación de las fiestas pascuales. Los números corresponden a dicha Carta: “82. La primera parte consiste en una serie de acciones y gestos simbólicos, que conviene realizar con tal dignidad y expresividad que su significado propio, sugerido por las moniciones y las oraciones, pueda ser realmente recibido por los fieles. En un lugar adecuado y fuera de la iglesia, en cuanto sea posible, se prepara la hoguera, destinada a la bendición del fuego nuevo, cuyo resplandor debe ser tal que: disipe las tinieblas e ilumine la noche. Prepárese el cirio pascual, que para la veracidad del signo, ha de ser de cera, nuevo cada año, único, relativamente grande, nunca ficticio, para que pueda evocar realmente que Cristo es la luz del mundo. La bendición del cirio se hará con los signos y las palabras propuestas por el Misal, o con otras aprobadas por la Conferencia de los Obispos. 83. La procesión en la que el pueblo entra en la iglesia se ilumina únicamente por la llama del cirio pascual. Del mismo modo que los hijos de Israel durante la noche eran guiados por una columna de fuego, así los cristianos siguen a Cristo resucitado. Nada impide que a las respuestas “Demos gracias a Dios” se añada alguna aclamación dirigida a Cristo. La llama del cirio pascual pasará poco a poco a las velas que los fieles tienen en sus manos, permaneciendo aún apagadas las lámparas eléctricas. 84. El diácono proclama el pregón pascual, magnífico poema lírico que presenta el misterio pascual en el conjunto de la economía de la salvación. Si fuese necesario, o por falta de un diácono o por imposibilidad del sacerdote celebrante, puede ser proclamado por un cantor. Las Conferencias de los Obispos pueden adaptar convenientemente este pregón introduciendo en él algunas aclamaciones de la asamblea. 85. Las lecturas de la Sagrada Escritura constituyen la segunda parte de la Vigilia. Describen momentos culminantes de la historia de la salvación, cuya plácida meditación se facilita a los fieles con el canto del salmo responsorial, el silencio y la oración del sacerdote celebrante. La ordenación restaurada de la Vigilia presenta siete lecturas del Antiguo Testamento, entresacadas de los libros de la Ley y de los Profetas de Oriente y de Occidente, y dos del Nuevo Testamento, es decir, la lectura del Apóstol y del Evangelio. De esta manera, la Iglesia “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas” interpreta el misterio pascual de Cristo. Por lo tanto, en la media en que sea posible, léanse todas las lecturas indicadas para conservar intacta la índole propia de la Vigilia pascual, que exige una cierta duración. Sin embargo, si las circunstancias pastorales aconsejan que se reduzca aún el número de las lecturas, léanse al menos tres lecturas del Antiguo Testamento, de manera que estén representadas la Ley y los profetas; nunca se puede omitir la lectura del capítulo 14 del Éxodo, con su cántico.

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86. El significado tipológico de los textos del Antiguo Testamento tiene sus raíces en el Nuevo y aparece sobre todo en las oraciones que el sacerdote celebrante pronuncia después de cada lectura; podrá también ser útil, para llamar la atención hacia este significado, una breve monición hecha antes de la lectura. Estas moniciones puede hacerlas el mismo sacerdote o el diácono. Las Comisiones nacionales o diocesanas de Liturgia procurarán ofrecer material apto, que pueda servir de ayuda a los pastores. Después de cada lectura se canta el salmo con la respuesta del pueblo. En la repetición de estos diversos elementos manténgase el ritmo adecuado para facilitar la participación y la devoción de los fieles. Evítese con todo cuidado que los salmos responsoriales sean sustituidos por cancioncillas populares. 87. Terminada la lectura del Antiguo Testamento, se canta el himno “Gloria a Dios”, se hacen sonar las campanas según las costumbres de cada lugar, se dice la oración colecta y de este modo se pasa a las lecturas del Nuevo Testamento. Se lee la exhortación del Apóstol sobre el bautismo entendido como inserción en el misterio pascual del Cristo. Después, todos se levantan y el sacerdote entona por tres veces el “aleluya”, elevando gradualmente la voz, y repitiendo la asamblea. Si fuese necesario, el salmista o el cantor entonan el “Aleluya”, que el pueblo prosigue intercalando la aclamación entre los versículos del salmo 117, tan a menudo citado por los Apóstoles en la predicación pascual. Sigue el anuncio de la Resurrección del Señor con la lectura del Evangelio, culmen de toda la liturgia de la palabra. Terminada la proclamación del Evangelio, no se omita la homilía, aunque sea breve. 88. La liturgia bautismal es la tercera parte de la vigilia. La Pascua de Cristo y nuestra se celebra ahora en el sacramento. Esto se manifiesta más plenamente en aquellas iglesias que poseen la fuente bautismal, y más aún cuando tiene lugar la iniciación cristiana de adultos, o al menos el bautismo de niños. Aún en el caso en que no haya bautizos, en las iglesias parroquiales se hace la bendición del agua bautismal. Si esta bendición no se hace en la fuente bautismal sino en el presbiterio, el agua bautismal debe ser trasladada después al baptisterio, donde será conservada durante todo el tiempo pascual. Donde no haya bautizos ni se deba bendecir la fuente, hágase la memoria del Bautismo con la bendición del agua destinada a la aspersión del pueblo. 89. A continuación tiene lugar la renovación de las promesas bautismales, introducida por la monición que hace el sacerdote celebrante. Los fieles, de pie y con las velas encendidas en sus manos, responden a las interrogaciones. Después tiene lugar la aspersión: de esta manera los gestos y las palabras recuerdan a los fieles el bautismo que un día recibieron. El sacerdote celebrante haga la aspersión pasando por toda la nave de la iglesia, mientras la asamblea canta la antífona “Vidi aquam” u otro canto de índole bautismal. 90. La celebración de la Eucaristía es la cuarta parte de la Vigilia y su punto culminante, porque es el sacramento pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, consumación de la iniciación cristiana y pregustación de la pascua eterna.

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91. Hay que poner mucho cuidado para que la liturgia eucarística no se haga con prisa; es muy conveniente que todos los ritos y las palabras que los acompañan alcancen toda su fuerza expresiva: la oración universal, en la que los neófitos participan por primera vez, como fieles, ejercitando su sacerdocio real; la procesión de las ofrendas, en la que conviene que participen los neófitos, si los hay; la plegaria eucarística, segunda o tercera, a ser posible cantada, con sus embolismos propios; la comunión eucarística, que el momento de la plena participación en el misterio que se celebra. Durante la comunión, es oportuno cantar el salmo 117, con la antífona “Pascha nostrum”, o el salmo 33, con la antífona “Aleluya, aleluya, aleluya”, u otro canto que exprese la alegría de la Pascua. 92. Es muy conveniente que en la comunión e la Vigilia pascual se alcance la plenitud del signo eucarístico, es decir, que se administre el sacramento bajo las especies del pan y del vino. Los Ordinarios del lugar juzguen sobre la oportunidad de una tal concesión y de sus modalidades”.

El Cirio Pascual. Encendemos varios cirios en nuestras celebraciones: por ejemplo, sobre el altar, o ante el sagrario o ante las imágenes de la Virgen y de los santos. Pero el más significativo es el Cirio que encendemos solemnemente en la Vigilia Pascual como símbolo de Cristo que pasa de la muerte a la vida y es nuestra Luz para siempre. El Cirio pascual que se enciende solemnemente en la Vigilia Pascual y luego durante la Cincuentena y también en los bautizos y las exequias, tiene un claro sentido en relación a la luz de Cristo, verdadera Luz del mundo que ha venido a comunicarnos su vida para librarnos de las tinieblas de la muerte y del pecado. Se pone de manifiesto cuando se van encendiendo progresivamente del cirio las velas de los fieles en la procesión de la Vigilia mientras se canta “Luz de Cristo”. El Cirio representa a Cristo luz de todas las gentes y de todos los pueblos. No conviene desdibujar este simbolismo fundamental con la representación de otros aspectos de la vida de Cristo, ni siquiera la Resurrección, que ha sido moda de añadir en la parte baja del cirio. Cristo Luz ¡y basta!. Sin embargo, además del simbolismo de la luz, por su misma contextura de la cera y el pábilo encendido que la va consumiendo tiene también el sentido de ofrenda, como elemento que se gasta en honor de Dios, esparciendo su luz. “Acepta, Padre Santo, el sacrificio vespertino de esta llama, que la Santa Iglesia te ofrece en la solemne ofrenda de este cirio, obra de las abejas. Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego, ardiendo en llama viva para gloria de Dios… Te rogamos que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche” (Pregón Pascual). El Cirio dice con lenguaje diáfano que la Iglesia, como una novia sale al encuentro de Cristo, el Esposo, con la lámpara encendida en la mano gozándose

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con Él en la noche victoriosa en la que se anuncia la gran noticia de la Resurrección. El Cirio estará encendido en todas las celebraciones durante la cincuentena pascual hasta la tarde de Pentecostés. Del cirio encendido se encenderá el de los nuevos bautizados. Lucirá ante los féretros como símbolo de Cristo resucitado y resucitador y para indicar que la muerte del cristiano es su propia Pascua. Así el principio y el final de la vida del cristiano participa de la luz de Cristo y ha de participar toda su vida, como garantía de su definitiva incorporación a la Luz de la vid eterna. Así recomienda la Iglesia al neófito que no la deje apagar. Durante las siete semanas del Tiempo Pascual brilla este Cirio en todas las celebraciones litúrgicas de la Iglesia: durante la Eucaristía, los Sacramentos, la Liturgia de las Horas, el Santo Rosario… Se coloca cerca del ambón de la Palabra, para que anuncie con su lenguaje silencioso pero brillante el mismo mensaje que nos van proclamando las lecturas bíblicas. Con respecto al Cirio, hay que tener en cuenta lo siguiente:  



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Que sea nuevo cada año. Que tenga grabada la fecha del año y las letras Alfa y Omega (del alfabeto griego: la primera y la última, el principio y el final; Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el final). Que esté puesto en un lugar visible y digno (preferiblemente junto al ambón, ya que lo que la Palabra nos va anunciando con su mensaje pascual, por la luz del cirio el mismo Cristo se nos regala). Que esté bien adornado con flores. Cuando en las “misas de incienso” se inciensa el cirio resultaría una reduplicación incensar el otro signo, el de la cruz, tan cercano.

El “Aleluya”. La Iglesia despidió con pena el Aleluya antes de empezar la Cuaresma, y ahora, en la Vigilia Pascual lo recibe de nuevo en un transporte de alegría como símbolo de su nueva resurrección con Cristo. En la sinagoga y en el templo judío los salmos aleluyáticos eran cantados por un solista y todos los asistentes respondían con el Aleluya después de cada versículo. El canto del Aleluya entró en el culto cristiano, más tarde, en el tiempo de la formación e todas las liturgias de Oriente y de Occidente. En Occidente se acentuó cada vez más el carácter festivo del Aleluya llegándose a suprimir en Cuaresma y en los días de ayuno. Ocupó ya desde tiempos de

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Gregorio un lugar preeminente en el tiempo pascual, pero también se cantaba en los domingos de todo el año. El Aleluya es como la quintaesencia de la alabanza divina que anticipa y nos hace pregustar la alabanza que sin interrupción cantan los ángeles y elegidos en la Jerusalén celestial. Mientras no estemos en el cielo, el Aleluya será el canto y el consuelo del peregrino que canta y camina, el canto del navegante. La palabra “Aleluya” viene del hebreo “hallelu-Yah”, “alabad a Yahvé, alabad a Dios”. Es una aclamación de los judíos, ya anterior al tiempo de Jesús, y ahora compartida también por los cristianos. “Aleluya” se ha convertido en sinónimo de “¡alegría!”. Lo cantamos en las Eucaristías más festivas, como aclamación antes del Evangelio. Y sobre todo, en la cincuentena pascual, empezando por el solemne aleluya que se entona en la Vigilia Pascual, después de su silencio durante la Cuaresma. Sería bueno que todos realizásemos en nuestras parroquias o comunidades lo que indica el Ceremonial de Obispos para la acogida en la Noche Santa del Aleluya: “terminada la epístola… uno de los diáconos o el lector va hacia el pontífice, dirigiéndose el siguiente feliz anuncio: Reverendísimo Padre, os anuncio un gran gozo que es el Aleluya. Entonces, el obispo se levanta y con él toda la asamblea, y entona solemnemente el Aleluya. Lo entonará tres veces, levantando gradualmente la voz, y lo repetirá cada vez la asamblea entera con el mismo tono. El salmista cantará el salmo al cual el pueblo responderá con el Aleluya”.   

Deberá ser un momento solemne. Donde canten todos. Que los instrumentos musicales acompañen la voz.

Sugerencias litúrgico-pastorales. 

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Dejarse guiar por los textos y ritos de la Iglesia, de manera que todo se haga en la verdad y con plena y gozosa participación, con la ayuda de moniciones apropiadas, celebrando en el espíritu y en la verdad los ritos. Realizar de una manera digna la bendición del fuego y del cirio en el corazón de la noche, donde haya mucha luz de velas. Alegre participación en el canto. A ser posible, léanse todas las lecturas, con sus cánticos y oraciones. Destacar sobre todo pregón pascual y el aleluya. Importancia de reservar algún bautismo para esta noche. No debería faltar un gozoso ágape pascual, al terminar la celebración, sencillo pero expresivo de la comunión en la alegría de la Pascua que da inicio al “gran domingo” del tiempo pascual.

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El sentido de este momento. Todos los elementos especiales de la Vigilia quieren resaltar el contenido fundamental de la noche: la pascua del Señor, su paso de la muerte a la vida. La oración del presidente, al inicio de las lecturas del Nuevo Testamento, invoca a Dios, que “ilumina esta noche santa con la gloria de la resurrección del Señor”. En esta noche, con más razón que en ningún momento, la Iglesia alaba a Dios porque “Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado”. Además de ser la pascua de Cristo, es nuestra pascua. La comunidad cristiana se siente integrada del paso de Cristo a través de la muerte a la vida. Ella misma renace y se goza en la nueva vida que nace. Cristo, resucitado, ha vencido a la muerte. Este es en verdad el día que hizo el Señor. El fundamento de nuestra fe.

El resto del “domingo de Pascua”. La Vigilia Pascual es ya “domingo de Pascua”. Después de un breve descanso, es necesario aprovechar la riqueza de este día santo con todas sus celebraciones, sostenidas incluso por alguna costumbre valiosa de la religiosidad popular: por ejemplo, la procesión del encuentro de Cristo con su Madre. Para los que no han podido participar en la Vigilia, la celebración de la misa de la mañana o de la tarde, debe tener algo de la celebración gozosa de la noche santa, para que toda la Iglesia sea envuelta en las mismas gracias de la celebración pascual: la aspersión con el agua, renovar en la profesión de fe las promesas bautismales, ir al cementerio cercano a la iglesia para expresar la fe en la resurrección, etc…

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