El libro como prostituta y otros trabajos

Daniel Averanga Montiel

El libro como prostituta y otros trabajos: El libro como prostituta (2011-2014) Un hombre de letras (2011) La moral en tiempos de doble moral (2013) Arte, usarte o timarte (2014)

©2014, Daniel Averanga Montiel Este libro puede ser reproducido, disfrutado u odiado por cualquier ciudadano/a, de cualquier forma, a través “de todo tipo de posición” y por medio de cualquier lubricante; si se quiere incluir al autor en dicho gozo, por favor, contactarlo al correo electrónico: [email protected]

El Alto – Bolivia.

ESTE LIBRO NO HA SIDO IMPRESO EN NINGUNA PARTE: ESO SIGNIFICA QUE USTED ESTÁ FRENTE A LA PANTALLA DE UN ORDENADOR. CUIDE SUS OJOS E IMPRÍMALO SI QUIERE; SI NO, SIGA LEYENDO, PERO NO ME CULPE DESPUÉS SI SUS OJOS LLEGAN A IRRITARSE.

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El libro como prostituta y otros trabajos

Daniel Averanga Montiel

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PRESENTACIÓN

He aquí, estimado lector, cuatro trabajos. Seré breve, cada uno de estos trabajos no tiene otro propósito que el de mostrar mis perspectivas sobre distintos fenómenos: literatura, pedagogía, cultura, arte, política, moral... El lector decidirá sobre su calidad y sobre su influencia; por lo demás, los tres ensayos y el cuento incluidos en este libro, tienen su propia explicación y su propósito. D.A.M.

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El libro como prostituta (2011-2014) ¿Hay algo peor que un libro que te diga qué tienes que hacer y a su vez cómo hacerlo?; a ver muchacho, a ver señora, a ver señor, y tú, lector: ¿quieres ser feliz?, entonces camina diez pasos y salta tres veces con un solo pie, compra una casa y véndela con flores extras, luego impón a tus hijos la idea de que el sexo es malo si no hay previamente un convenio con un registro civil o al menos con un sacerdote; luego considera a tus empleados como objetos y lujos del hogar... ah, y rasúrate la cabeza como Britney; perot e advierto, lo que estás leyendo es una receta, y las recetas se cumplen al pie de a letra o no sirven: ojo, si no cumples con todo lo que te he dicho, no conseguirás nada, y bueno, si quieres otro método, tengo otro libro que puede servirte: léelo y dime después si no estoy en lo correcto. La idea de comparar a los libros de superación personal con las prostitutas no fue idea mía, la idea me nació de tanto observar a un amigo que se había leído todo lo que Cuauhtémoc Sánchez había escrito, y seguía con una vida digna de una comedia: su esposa (una fanática religiosa digna de estar en una novela de terror) lo trataba como al lechero y sus hijos estaban destinados a ser los típicos muchachos que saben todo lo que le pasa a Shakira, pero nada de lo que pasa en su barrio, y mucho menos en el país. Espero que disfruten de este “intento” de ensayo.

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EL LIBRO COMO PROSTITUTA

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UNA INTRODUCCIÓN QUE NO ES UNA PENETRACIÓN

El placer de la creación literaria no solo es una sensación o un sentimiento: es una voluntad. Este ensayo ha tenido un proceso de escritura de una semana, pero ha sido planificado durante mucho tiempo; mucho tiempo tratando de plasmar las lecciones aprendidas y tratar de unir dos mundos: el del aprendizaje a través de la lectura y el de la producción literaria. Mucho tiempo intentando analizar, por decirlo así, sistemas lógicos de una sociedad violenta por naturaleza e inventiva1 por necesidad; creadora de modelos de desarrollo y de consumo, de gasto y de aprovechamiento, de reciclaje y de derroche, y también llena de principios humanizados y mecánicos. Este ensayo es para usted, estimado/a lector/a, que sabe muy bien qué clase de gustos y orientaciones de género tiene; está escrito simplemente para que usted lo lea y lo critique cuanto guste. No es un ensayo técnico (incluso me ha tentado la idea de introducir un cartelito en la primera página, con el siguiente postulado: “Yo, el autor, me reservo el derecho de admisión: no se permiten analistas políticos ni intelectuales ni filósofos de escuelas nuevas o antiguas”; pero como estamos en democracia, mi tentación me la meto en el bolsillo, por no decir en otra parte), ni tampoco es un producto que quiero aplastar en las narices del lector para demostrarle la poca formación que poseo. Es un ensayo. Nada más.

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Ver Tiempos Modernos, de Chaplin, 1936; y leer, y si se puede, releer, el libro Úselo y Tírelo, de Eduardo Galeano, 1999.

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La mayoría de los pies de página son comentarios mucho más subjetivos que enlaces a relecturas o puntos de vista objetivos, y no tienen el derecho a ingresar como parte del ensayo en sí, sino como lo que son: enfoques más subjetivos, “satélites” del texto principal. También me he prohibido poner una bibliografía al final, porque en cada pie de página se proporciona la información suficiente como para corroborar si soy mentiroso o no. No pretendo hacerles repetir, sea la tortura o la gracia, de leerme de nuevo. Además de los comentarios vertidos, están los datos personales que me he tomado el tiempo de averiguar a través de una investigación “al paso”, realizada hace más de tres años. Las visitas a los prostíbulos son resultado de investigaciones “empíricas” que tuve la oportunidad de escuchar de amigos, y de la sencilla y profunda técnica de la observación directa, mas no “observación participante”. Sin otra cosa que agregar, vamos juntos por estas páginas y a ver si le gusta lo que lee, o si le hace, por lo menos, preguntarse si Carlos Monsivais es tan malo, o Borges tan sabio.

Daniel Averanga Montiel

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2.

LA ERA DEL DESEO

Los símbolos que rodean y caracterizan a un prostíbulo son bastante llamativos y muchas veces son obvios; no se necesita leer en un anuncio de neón que allí se puede conseguir sexo por dinero, pues la unión de dichos elementos es suficiente para traducir el mensaje: allí, desde cierta distancia, se pueden distinguir las luces rojas, como el anuncio del infierno de Dante; más cerca, a escasos metros de la entrada, se puede distinguir una vasta diversidad de tipos ingresando y abandonando el lugar, unos nerviosos, otros casi grises o blancos, y no faltan los terceros que se la pasan sonriendo y aparentando estabilidad económico-fálica; después, casi en el umbral de la puerta de entrada, el visitante identificará, seguramente, al típico vendedor de cigarrillos, y desde las profundidades, los oídos del visitante percibirán una música alegre, dispuesta a enredar a los posibles clientes, en la finalidad que persigue dicha institución: el consumo. Lo curioso, aparte de todo lo ya descrito, es que, no bien el visitante recorre los primeros cinco metros desde la entrada, se topa con una televisión a colores pasando las imágenes que uno desearía aplicar (no obstante, hay que aclarar que se está describiendo lo que el visitante, posible cliente, observa, y no lo que el escritor siente necesariamente); imágenes lúbricas que, con la cumbia del momento que da ambiente, logran influir como si fueran una avalancha de estímulos para el visitante. ¿Y qué producen estas imágenes en dicho visitante? Pues lo incitan y lo estimulan. Tratan de atraerlo hacia el consumo. Para esto, y como mejor plato de carta, para tal búsqueda de necesidad, están las prostitutas, que son la principal atracción del lugar: los prostíbulos existen y persisten en el espacio – tiempo masculino, gracias a ellas.

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Es, pues, un trabajo-negocio, y un trabajo-negocio tan antiguo, como la misma Propiedad Privada. El derecho de piso para la existencia de la prostitución ya fue pagado hace muchísimo tiempo; pero eso no significa que sea un trabajo “digno”, acorde a los principios de respeto e igualdad de género, y mucho menos para las mujeres obligadas a practicarlo por diversas razones (las mismas que no se discutirán aquí), porque la esencia de la prostitución se apoya en el consumo que hacen los “clientes” de esas mujeres que tienen tantos derechos como cualquier ser humano. Pero, desde la óptica de los “clientes”, ¿habrá alguna consideración sobre los derechos, la genuinidad o la humanidad de las mujeres a las que “consumen”? Si preguntáramos a uno de esos visitantes si consideran a aquellas mujeres como sujetos que venden afecto, la respuesta sería negativa, unánimemente. Para ellos, las prostitutas son objetos con una sola función: la de complacer. Objetos obligatorios solo cuando la necesidad de los clientes lo determina, jalándoles las mangas de su famosa y justificada “autoestima”. Considerando lo anteriormente mencionado, ¿quién tiene la responsabilidad o la culpa sobre todo esto? Las prostitutas realizan su trabajo y reciben dinero de los clientes y viven por aquello, y si muchas poseen causas también justificables por haber ingresado en ese “mercado del deseo”, también hay de las que son todo lo opuesto. No pretendo apoyar o criticar a las prostitutas en general; mi única función es la de respetar el término, en la medida de mis posibilidades, durante este ensayo. El punto acá es que los “clientes” no se hacen “clientes” solo por querer placer o porque fueron llevados por su padres hasta los prostíbulos para “estrenarse”; los “clientes” no “nacen”, se “hacen”, y esto sucede porque la misma sociedad de la que provienen, es una

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sociedad que adopta al deseo como un factor que unos poseen y otros no, y si uno no consigue lo que desea, puede pagarlo. Estamos ante una era en la que el deseo parece el fin de todas las cosas. La era del deseo2 ha invadido muchos espacios de existencia, fagocitando en su camino los aspectos afectivos que han ido decayendo a través de los años: una cultura globalizada no es una cultura total; una educación del menor esfuerzo (en apariencia, llamada educación institucional) no es una educación para la transformación social; una televisión que transmite series y películas como las que se producen desde Disney/Dreamworks3, o programas patéticos (y para colmo de la televisión nacional) como Top Uno o Yo me llamo, no demuestran ser programas reales para medios de comunicación reales, sino solo programas que cumplen el rol de transmisión masiva que tiene un objetivo: implantar de modo directo y sin tapujos, pseudoestilos de vida aparentemente “normales”. En este sentido, la prostitución se ha convertido en un negocio que se alimenta de la afectividad de los consumidores, mientras que estos buscan satisfacer lo que no poseen. Y también a la prostitución no le importa si los propios consumidores son sujetos: para el prostíbulo como institución, los clientes son entes necesitados de atención que poseen el dinero que sustentará su existencia. Nada más. Nada menos.

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Una verdadera era del deseo no es mala, si es franca consigo misma. Pero esta era, la que se analiza desde este escrito, no sale a la luz y se presenta, lamentablemente, desde una máscara demasiado moral como para ser comprendida. 3 Una pregunta, si no es mucha molestia, para el lector/a: ¿Ha visto la trilogía de Toy Story, películas de Pixar y Disney? No sé si usted se ha dado cuenta, pero no he visto a un padre (progenitor, esposo de la madre, ya sabe, no se me confunda) en las tres películas, y si he visto a un padre, es el padre del niño malo en la primera entrega. Incluso la niña de la tercera película: tierna, inteligente, creativa, no posee padre. ¿Por qué será? Y analice los dibujos animados seriales de Disney, y compárelos con el libro Para leer el Pato Donald, de Ariel Dorfman y Armand Mattelart. Verá cómo los cabos se atan por sí solos.

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En el prostíbulo, las prostitutas son tratadas como prostitutas, salvo entre ellas y los posibles intermediarios que existen en el lugar4; es decir que entre ellas no se consideran prostitutas, sino colegas de trabajo. Por otro lado, no hay caballerismo por parte de los clientes, solo expectativa de coito y búsqueda de admiración hacia ellos mismos5. El acto sexual, considerado al principio como la bandera principal para poder asistir, resulta, a fin de cuentas, un mero pretexto. El consumo verdadero se concentra en la aceptación de la oferta. Las luces rojas, los vídeos pornográficos, los cigarrillos y hasta la música son elementos del marketing del negocio. En realidad se va allí porque es necesario y esencial cubrir el bajo rendimiento afectivo de los sujetos. Todos, por supuesto, con un elemento coincidente: están desesperados6. Mientras esto sucede en el mundo de la prostitución, hay otra perspectiva más simbólica, pero muy parecida, en el caso de la producción de libros: el deseo, en este mundo, se concentra más en el consumo, en la venta, y eso está bien, porque un escritor debe ganar por su trabajo y su trabajo, por supuesto, vale; pero cuando se sobrevalora el trabajo literario desde la moda del marketing y desde la misma opinión del autor, sin dar lugar al cuestionamiento del texto en sí, es donde aparece el término “Best Seller”, como el gancho para atrapar al lector despistado, que en su caso prefiere mil veces comprar una obra de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que una novela de nuestro ilustre y casi olvidado Antonio Paredes-Candia.

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Me he podido percatar que, en la mayoría de los prostíbulos de la zona 12 de Octubre del municipio de El Alto, La Paz, las prostitutas no son dirigidas por chulos, proxenetas u otra clase de intermediarios. Tienen sindicato de trabajadoras, llamadas Servidoras Sexuales, tienen aun carnet de trabajo, pagan su derecho de cuarto a la gerencia del prostíbulo, y oscilan entre su sindicato y las rentas semanales de dichos ambientes. 5 Por supuesto, sigo hablando de los clientes. Entes que deben ser “admirados” por las prostitutas para que el sentimiento de pertenencia asegure su retorno. (ver capítulo 13 de la aclamada serie “Masters of Horror”, título: “Imprint”, dirigida por Takashi Miikes, o leer “El dulce veneno del Escorpión” de Bruna Surfistinha). 6 La mayoría lo está; sin embargo, no es el caso de algunas personas que cosifican a las prostitutas y las sienten parte de su diversión, no toda, claro, pero sí parte primordial del todo.

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¿Y por qué? Pues porque los libros que se venden como pan caliente, promocionados por las editoriales más grandes (de tamaño, no tanto de prestigio), que vienen de potencias editoriales y económicas y que aseguran la funcionalidad del texto como una salvación o el entretenimiento definitivo en literatura, son como las prostitutas. Se alimentan de la reflexión y de la poca dimensión afectiva que poseen los lectores que los prefieren. No hay cambio, no hay retribución, sino solo un feedback discontinuo, de lector a “posible” lector, y de este a un tercero, y así, como el mecanismo de una cadena o una espiral sin fin, la misma que tiene el llamativo nombre de éxito editorial. Aquí, en el mundo literario – mercantil, las luces rojas se reemplazan por la estrellita dorada que refugia en su interior el término “Best Seller”; los vídeos pornográficos se transforman en la contratapa que anuncia que el libro “te cambiará la vida”, que “es urgente que lo compres”, y si existe algo de campo en ese espacio visible para el ojo del comprador, anotan una frase de recomendación de un autor “exitoso” de esa misma corriente. ¿Quién puede decir que esos estímulos no son parecidos a una noche en un prostíbulo de cualquier parte de la ciudad alteña, paceña, sucrense, beniana, cruceña, o de cualquier parte del país? Los libros de urgencia, que se han escrito para el éxito editorial, que tienen letras grandes y pocas páginas, pero que son óptimos para los ejecutivos del minuto, que aprecian su valioso presente, y aspiran a ser excelentes, son, repito, como las prostitutas. No menciono que las prostitutas son malas por ser prostitutas. Solo cumplen, por un monto de dinero, su labor. Esos son sus Términos de Referencia. Tienen un horario específico y lo cumplen a cabalidad. 14

Por otro lado, esos libros (los que ya dije que eran como prostitutas, y que llamaré de ahora en adelante: libros prostitutos), utilizan el mismo patrón de atracción para el consumo, utilizado por las trabajadoras sexuales: EL DESEO. Pero un deseo mal interpretado desde cualquier óptica: el deseo verdadero va acompañado de la voluntad, y esta de la dimensión creativo-afectiva, que es inherente en el ser humano. Raimundo Dinello la llama Impulso Lúdico, y este Impulso Lúdico, considerado, por otros autores, solo el génesis de la creatividad, es el que desarrolla el hábito de la existencia. Uno no busca eliminar su vida. Hasta los sentimientos de autoconservación responden sin órdenes conscientes: haga la prueba e insértese en medio de la columna un tenedor hasta que sus dientes metálicos desaparezcan ¿Lo hará? Dudo, desde mi propia experiencia, que se logre aquello: somos seres egocéntricos por antonomasia. Estamos en una era errónea del deseo, donde el posmodernismo trata de conciliar todo tipo de tendencias, cual nueva escolástica, pero con resultados funestos. Estamos en una era enferma del deseo, donde se confunde eyaculación con placer de pareja, donde los modelos de belleza física son el cenit del progreso cultural, y donde la reflexión y la criticidad escasean de tal forma, que no existen para uno, si no se paga una membresía previa, sea de categoría social, económica o de relaciones de poder político. Y es que el nivel de criticidad no se percibe ni en la universidad: un docente prefería mil veces una obra de Steven Covey que otra de Vigotsky. ¿Por qué? Pues porque, según este docente, Covey con sus “7 hábitos de la gente altamente efectiva” era más fácil de digerir, era “Best Seller” y, por qué no decirlo, estaba escrito “como para gente que no tiene tiempo”.

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Los libros prostitutos tienen ese arte de seducción de consumo, pues están, son y serán escritos como productos de mercado: sin alma, sin espíritu. Solo productos que deben venderse, y nada más. Entonces, en una era tan individualista como la del deseo (y del consumo), no existen sujetos omnilaterales. Solo existen tipos que platican en sus conferencias sobre mejoramiento personal o autoayuda, ambas unilaterales, y que no tienen ni el tiempo, ni las ganas, para tomar entre sus manos un producto literario verdadero. El espacio donde existían libros verdaderamente literarios y sensatos por excelsitud, se achica cada día con publicaciones innecesarias para la conciencia nacional y regional. O sea, y en resumen, ya no hay tanto espacio para la literatura de verdad. Ahora todo se domina por personas que de niños fueron Índigo o Cristal, y que se han dado cuenta que Óscar Cerruto no se vende tanto como John Grisham. En realidad, estamos en una era enferma, errónea y descarada de consumo del deseo, en el que, el negocio de los libros de superación personal, de las novelas de aventuras de abogados o de maniáticas compradoras, son tan prestigiosos como el hecho de abrir un prostíbulo para que los demás vengan a diseminar su dinero, su ego y su desesperación, como puedan. La era del deseo, que ha invadido los vivideros humanos, convirtiéndolos en morideros7 de criticidad, donde se desconoce el sufrimiento del vecino, y en donde también es fácil conmoverse por la historia de una vaca muerta, sin saber si la vaca tenía alguna enfermedad, o era una vaca loca, o quizás era un toro con aspiraciones hermafroditas.

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Palabra utilizada por uno de los grandes de la nueva literatura verdadera, Mario Bellatin, en su nouvelle Salón de belleza.

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Ahora, pues, es tiempo de hablar del producto en específico, sin tratar de desviar nuestra temática, que es la del libro como ente productor de dinero, más que como producto literario sensato.

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3.

UN PRODUCTO QUE VALE SU PRECIO

Cuando el visitante (posible cliente) se acerca a una prostituta, existen tres elementos principales que observa, antes de tomar la decisión del consumo: el primero es la posición en la que se encuentra la prostituta (pose); el segundo es el precio por el que se vende (what you see is what you get); y el tercero son los servicios que puede llegar a proporcionar (¿derrocharé mi dinero o será una buena inversión?). El primer elemento es el que condicionará al supuesto cliente. Si la prostituta se aferra al marco de la puerta de su pequeño cuarto, si está recostada en la cama con la puerta abierta, o si está bailando un baile erótico, el cliente la preferirá, o por lo menos sentirá preferencia en comparación al resto. Si está sentada como un jugador de fútbol en los camerinos después de un partido de la Champions League, toda cansada, sudada o desganada, o si no coquetea, la oferta bajará en calidad, o sencillamente, no habrá oferta alguna. La prostituta no trabajará si no incita al visitante a convertirse en “cliente”. El precio está casi siempre relacionado al servicio que se presta: mientras existan más ofertas deseables para el visitante, significará mucho más dinero para la prostituta que lo realizará. Es lo que cuesta y cómo cuesta, lo que vale el servicio sexual. Si la prostituta llena las expectativas del visitante, éste se sentirá afortunado, pues necesita de ese sentimiento para darle orden a su esencia, que está escasa de afecto. En los libros pasa igual: la posición o el lugar donde se encuentran, determinan su validez comercial. Si es un libro que se puede conseguir hasta en formato pirata, eso significa, para el resto de los mortales, que es necesario o “bueno”, dependiendo de los juicios que lo cataloguen. La posición preferida es la que quiere el comprador despistado y futuro lector. 18

En cualquier casa de venta de libros uno los puede conseguir: abundan como la hiedra venenosa (sin querer decir “yerba mala”. Cónstese en actas, por favor). En cuanto a su precio y servicio, pasa de igual manera como con las prostitutas: cuantos más “conocimientos” te transmitan, más precio tendrás que pagar. Por ejemplo, la táctica del subtítulo es ya clásica en el aspecto comercial. Debajo del título que a veces propicia una duda en el lector, está la explicación lógica, coloquial, seria, que da sentido al libro. El subtítulo (la parte espontánea, creativa, cómica de la presentación) indica la función del libro, y por consiguiente, su costo, su valor. Su esencia en dinero. Para rematar, están los otros estímulos: la estrella dorada que indica que el libro fue adquirido por cientos, miles, incluso millones de personas en todo el mundo, antes que el supuesto comprador o compradora. Eso ya es un estímulo que en el caso de la prostituta se reemplaza por la facilidad con que ofrece sus servicios excéntricos. No es el hecho de que ella haya atendido cientos o miles de clientes; el quid de la cuestión recae en su amplio conocimiento sobre las artes del sexo. Y esto impactará al “cliente”, porque se sentirá afortunado de estar frente a una mujer – objeto que lo seduzca de tal forma que su dinero no llegue a ser mal invertido. Esa clase de libros, por su parte, también están acribillados de sugerencias que indican a los cuatro vientos, de forma silenciosa pero pomposa, que el cliente invertirá bien si se convierte en el afortunado propietario de dichas páginas. El producto está expuesto. Depende de uno el tomarlo o dejarlo. Y entonces, ¿si la decisión depende del comprador/cliente/lector, por qué se sigue comprando textos de dudosa calidad y sensatez de creación? (Y es que resulta muy difícil culpar a alguien). 19

Lo mejor sería culpar a un fenómeno complejo para que nadie sufra las consecuencias y se suicide: El fenómeno educativo.

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4.

¿VACÍOS PEDAGÓGICOS?

En un debate sobre la decisión de declarar desierta la versión 2008 del concurso nacional de cuento “Franz Tamayo”, se le ocurrió mencionar a uno de los miembros de la por entonces “Yerba Mala Cartonera” de La Paz8, que ciento cuarenta y nueve (149) cuentos postulados a un prestigioso concurso, sin haber obtenido ninguno el galardón codiciado, significaban ciento cuarenta y nueve (149) problemas educativos. Es lamentable asegurar que ese juicio no es válido. El producto de la controversia y de la insatisfacción de los ya mencionados, como también de sentimientos parecidos de los concursantes esperanzados9, resultó en la publicación de una serie de cuentos denominados “Los Destamayados”, que por cierto poseen varios puntos de coincidencia, para permitir un juicio más válido, aunque subjetivo: que solo existe un problema educativo, y ese problema es el de la ausencia de un análisis crítico de lo que es creación literaria de parte de algunos de nuestros autores10.

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Primera aclaración: los participantes del debate, aquella noche, fueron, como parte del jurado de aquel año: Wilmer Urrelo, William Camacho y Manuel Vargas, y como parte de la “Yerbamala Cartonera”: Alberto Cáceres y Aldo Medinaceli, además de la presencia de Claudia Michel, quien simpatizaba con aquel movimiento; los mediadores fueron Marion Mamani y Daniel Averanga, que por entonces estaban involucrados en el programa “Preámbulo Literario” que se emitía por la radio de Wayna Tambo y que, precisamente, socializó dicho debate durante dos programas continuos y reprisó tal debate, íntegro, en dos ocasiones a finales del 2008 desde la misma emisora; y Segunda aclaración: “Yerbamala Cartonera” fue una editorial independiente nacida en la ciudad o municipio de El Alto (léase como prefiera), dedicada al libro peculiarmente creado con tapas de cartón reciclado; hoy en día, existe otro movimiento con el mismo nombre, pero hasta ahora nadie ha dicho que ambas editoriales sean parte del mismo proyecto. 9 Coincidiendo con las intervenciones de Urrelo y Camacho, la noche del debate, se puede asegurar que un concurso de tal prestigio como es el denominado Premio Nacional de cuento Franz Tamayo, debería declararse desierto de vez en cuando, para no tener que premiar cualquier cosa. Le haría bien a la literatura, para que los escritores o escribidores, o los pedantes literarios contagiados de un exceso de solemnidad, tomen conciencia crítica para la escritura de sus productos. 10 Los cuentos de “Los Destamayados” poseen cierto ingenio, pero coincido con el jurado que declaró el concurso desierto, puesto que cuentos como “Claustrofobia” o “Un perro con suerte”, el primero de un autor autoproclamado como “Erasmo”, y el segundo de otro poco ingenioso bautizador denominado “Imago”, poseen muchas fallas patéticas de redacción, como otros estereotipos tales como el “¿sabe?” repetitivo de “Claustrofobia”, sin crear una historia verdadera, sino un confesionario muy parecido al relato “A llorar al río” del querido Víctor Hugo Viscarra, como también de la obsesión barroquista por la muerte y por el alcohol

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La literatura es un arte. La literatura es un producto artístico que requiere seriedad, tanto de los mismos escritores, como de los mismos lectores que los eligen para sus compras. Si hay un problema educativo (1) en los ciento cuarenta y nueve cuentos (149) que no fueron premiados, declarando al mismo concurso como desierto, es el problema educativo número uno de la lista de problemas educativos latinoamericanos (valga la redundancia): la falta de criticidad de los involucrados. Este problema educativo inunda todos los espacios posibles en los que el ser humano se mueve. Comenzando en la misma cama donde uno se despierta, y terminando en los prostíbulos por desesperación o en las librerías ante los estantes de libros de superación personal. Desde la educación primaria se implanta una idea de “normalidad”, una lista de valores precisos que responden a cualquier corriente educativa reproductora, que posee a su vez un objetivo: el de mantener la situación socio – idiosincrásica tal como está, y como estuvo, desde “siempre”. El Neoliberalismo impregnó, hasta mediados de la pasada década, un vacío de energía nacional en la población. Incluso los gobiernos de la última década del pasado siglo (los 90´s) transmitieron en la población una cultura del menor esfuerzo, dotándoles de una formación llena de autores mexicanos y estadounidenses que pretendían decir qué estaba bien y qué estaba mal, que indicaban el camino supuesto para el éxito, y lo hacían desde textos que cumplían con su cometido, satisfaciendo a las masas con la lágrima fácil, sin tomar en cuenta la propia inteligencia de aquellas. de “Imago”, pretendiéndose autoproclamar a la vez existencialista, a la vez paceño artillero (como también sus personajes). Cuentos que demuestran lo patético de las fuentes de inspiración actuales, cayendo o queriendo contagiarse siempre de aquella tendencia Bukowskiana, pero contradictoria pues juega con el lenguaje del coba Viscarriano, siempre pretendiendo más de lo que sus posibilidades abarcan. (Nota: desfogue literario personalista y, por lo tanto, subjetivo del autor).

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La Ley Nº 1565, denominada “Reforma Educativa” (R.E.), estableció, desde el año 1993, modos de transmitir sentidos diferentes de acomodamiento cultural desde los mismos contenidos, en las escuelas y colegios del país (Xavier Albó habló primero de Plurilingüismo y después de Interculturalidad, mas, ¿esto se aplicó en colegios de los centros urbanos de Bolivia?, y más importante aún: ¿acaso los docentes responsables de su propia actualización estudiaron dicha ley, sus principios, bases, contenidos y metodologías, y las aplicaron?), y también el trabajo educativo a partir de esta ley, sugería el manejo de la “transversalización de contenidos” o la implementación de “contenidos transversales” en todas las asignaturas, con el devenir siguiente: los docentes debían ser conductores del aprendizaje y no las fuentes del mismo; los estudiantes no podían ser sometidos a contenidos obligatorios y todo debía estar regulado por la prioridad educativa; es decir, que después de un estudio de necesidades educativas dentro del aula, los docentes lograran organizar sus contenidos y estrategias y planificaran toda su gestión, respetando las bases educativas que por aquella década se resumían en un principio confuso, que ya era una moda en los países de América del Sur: el constructivismo, que, por cierto, no era un modelo educativo, sino un sencillo enfoque que conciliaba las perspectivas educativas de Piaget, Vigotsky y Ausubel; sin embargo, se olvidó un pequeño detalle: los docentes que recibieron las instrucciones para llevar a su realización la R. E., no eran docentes nuevos; muchos estaban a dos o tres años de la jubilación, y muchos de ellos tenían perspectivas y principios distintos de los que planteaba la R.E.; y también los docentes “nuevos” no tenían, en su mayoría, la calidad mínima que se exigía para consolidar dicha propuesta educativa. ¿Triunfó la Reforma Educativa como ley, o fracasó como un intento desesperado por demostrar que los gobiernos de entonces, estaban haciendo algo al menos por los niños? 23

En cierto sentido, la R.E. sí abrió nuevos caminos en el campo educativo y sirvió como referente al actual sentido que ahora se maneja desde la nueva ley, la Nº 070, llamada “Avelino Siñani – Elizardo Pérez”, y que necesita de una urgente evaluación externa por parte de entidades que no sean del gobierno, puesto que toda evaluación digna, precisa de imparcialidad y una perspectiva objetiva de trabajo. Mas, analizando a profundidad el estado de la situación racial y cultural en Bolivia, falta mucho, muchísimo para democratizar el trato hacia los oprimidos, sean blancos, negros, amarillos o de color bronce, porque, sea como fuere, al parecer no ha cambiado nada: desde el inicio de Bolivia como república, como nación y ahora, como Estado Plurinacional, se ha ignorado al indio11, sea andino, valluno o amazónico, tanto, que existe un ejemplo clarísimo de esa indiferencia galopante: un martes 30 de marzo del 2004, a las 15:02, el ex minero de Siglo XX, Eustaquio Picachuri Cuñaca, en el hall principal del Parlamento, situado en pleno centro de la ciudad de La Paz, se inmoló con dinamita, después de darse cuenta que allí no le ayudarían a salvar ni a su familia ni a él mismo, de la indigencia. Quizá su apariencia o su modo de protestar, determinaron que no le hicieran caso; quizá la mala suerte de los policías que lo tomaron en el momento equivocado (y que solo realizaban su trabajo, por cierto), propició semejante desastre, o quizá la indiferencia de los entes superiores de entonces que pronunciaron un “no es posible”12, sentenció la hecatombe que conmovió y retumbó las conciencias de la gente boliviana, como una señal

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Considerando los términos indígena, originario o campesino, no veo más remedio que tomar el término indio en el sentido que se le ha dado al sujeto venido desde las comunidades, que posee cultura, su propia cosmovisión del mundo, sus propias creencias y sus propios medios de expresión afectiva. 12 Ver “Correo del Sur (Sucre, Bolivia) Miércoles 31 de marzo del año 2004” en la página: http://www.latinamericanstudies.org/bolivia/inmolo.htm

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de advertencia. Una advertencia de que la ausencia de criticidad elimina muchas prioridades en el cotidiano ser y estar siendo13 del hombre y de la mujer. De estos casos hay un montón, y a la gente de la ciudad no le importa, porque la denominación Plurinacional, al parecer no involucra el sentido Comunicacional o Intercomunicativo (Inter-cultural, Intra-cultural, Multi-cultural) entre naciones originarias. ¿Idiomas? ¿Dialectos? ¿Modos de pensar? ¿Será que un modo de protesta como el de decapitar perros, sea visto por algunos como barbarie y por otros como un modo de que todos giren sus cabezas para prestarles atención? ¿Tendrá algo que ver que Evo Morales no sepa hablar bien ni Aymara ni Quechua ni Guaraní, para comprender que se necesita democratizar la Conciencia de Integración de este estado Plurinacional, incluyendo al pueblo y no solo a las culturas o naciones originarias que los caracterizan? Pero antes, se necesita llenar los vacíos pedagógicos, y el más grande de estos vacíos es el crítico. Retomando la temática de este ensayo, el hecho de que el vacío crítico de los clientes de los prostíbulos coincida con el vacío afectivo (y también crítico) de los lectores de Libros Prostitutos ya es más que una mera coincidencia: es un problema originado incluso desde la escuela. Primero hay que tomar (también) como punto de partida, la formación pedagógica de los docentes, que, por cierto, recomiendan e incluso obligan a leer, a estudiantes de secundaria, textos de Carlos Cuauhtémoc Sánchez o de Robert Kiyosaki, que no son necesariamente diabólicos, pero que son producto de una metodología ausente de criterio, buscando en los educandos la satisfacción fácil y tratando de reproducir en ellos un

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Kusch, Rodolfo, “Geocultura del Hombre Americano”, ediciones de la colección de Fernando García Cambeiro, 1976. Argentina.

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pensamiento incorrecto, pero a la vez políticamente y moralmente impuesto como correcto, sin tomar en cuenta la opinión de los mismos. Por eso no cambia la situación. Pregunte usted, lector o lectora, a una serie de docentes de literatura de diversos colegios al azar, el famoso: ¿qué entiende por literatura?, y, de cincuenta docentes, encontrará tres (o dos, siendo más realistas), que le dirán algo coherente. Los demás hablarán de Homero, de Sófocles a lo mucho, y por supuesto, del autor “del momento”, que quizá sea el que compile sopas de pollo para el alma de los desdichados, o el que desafía al pobre que no tiene en dónde caerse muerto a prosperar, cobrándole 350 bolivianos (casi un tercio de un sueldo mínimo) por un seminario de dos horas llenas de ejemplos peripatéticos que serán en resultado más “...patéticos” que “peri...”. Y dicen ellos que forman nuevos ciudadanos. Por tal razón la falta de criticidad hace que los docentes juzguen a los estudiantes que no están de acuerdo con un libro impuesto, como rebeldes y malcriados, y harán todo lo posible por sesgarlos hacia sus intereses: aprobar la asignatura. Y los estudiantes, ya sumisos, no saldrán con una visión crítica de la realidad y se dejarán llevar por diversas tendencias, sean buenas o malas, de consumo, y así se repetirá la historia, siguiendo a los mismos autores, creando vacíos críticos, recurriendo a la lágrima fácil, frustrando a muchos más en su diario vivir, y dejándose seducir por luces rojas, proxenetas vendedores de mujeres o de libros de dudosa calidad, pero de excelente acabado. Por tal razón, la cultura del conformismo, la del menor esfuerzo, convierte a estos sujetos en entes con dinero que comprarán, seducidos, esa clase de libros, y a visitantes de prostíbulos como entes derrochadores de dinero y de afectividad; sujetos desesperados de atención que retornarán a la estantería o a la cama ajena, considerando a su vez al producto 26

con el que se acuestan o el que leen como necesario, sin cuestionarlo nunca, como pasó en su momento con las revistas del “Pato Donald” y Cía., criticados por Ariel Dorfman y Armand Mattelart; es tiempo de llenar esa falencia crítica: es tiempo de destruir la idiosincrasia cultural, supuestamente literaria o seductora, salida de una era del deseo hueco y sin fundamentoEs hora de hacerlo, de una vez por todas: tapar los vacíos pedagógicos con nuevos principios, que sean afectivos y crítico – históricos; no necesitamos de esos libros como horizontes de esperanza como que no necesitamos considerar a las prostitutas como objetos de consumo. Necesitamos transformar todo: con respeto, pero sin clemencia.

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5.

LOS PRODUCTORES EN RELACIÓN AL PRODUCTO

¿Por qué existen las prostitutas? ¿Quiénes son los principales Productores de prostitutas? ¿Bajo qué óptica las prostitutas actúan como objetos aprehensibles para los Productores?, y más importante aún: ¿Dónde nace la relación productor - producto, en cuanto al mundo de la prostitución? Tanto así como pueden existir diversas causas para la elección de un oficio tan arcano y lleno de demanda materialista como lo es la prostitución, el problema puede originarse y centrarse en el círculo familiar y los mecanismos de poder, de violencia y de proyección que puedan establecerse a través de la interacción entre padres/madres (opresores) e hijos/as (oprimidos). En este caso, y considerando quiénes ejercen estos mecanismos en primera instancia, se puede llegar a la conclusión de que, lamentablemente, los Productores de prostitutas resultan siendo los mismos padres/madres casi siempre; no porque estos fueran los propiciadores del comercio sexual de sus hijas (o hijos), sino porque ellos fueron sus primeros educadores (como también fueron los líderes del grupo del cual son/fueron parte, y por lo tanto también fueron los primeros ejecutores de los mecanismos ya mencionados) y la falencia crítica que poseían en su momento (o la ausencia de criticidad, en este caso), se las transmitieron a sus hijos/as mediante un proceso de convencimiento prosaico dogmático de la realidad; o en palabras más sencillas: un proceso de conformismo nocivo, que resulta siendo el fin más importante de toda proyección para aquellas familias, incluso más que su propia capacidad de reconocer otro tipo de realidad. Y el conformismo nocivo siempre está revestido de un disfraz de afectividad reflexiva14.

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¿Y qué es eso de afectividad reflexiva y qué tiene que ver con esta problemática? La afectividad reflexiva es un “acto pedagógico” erróneo, porque parte de los extremos de las ramificaciones emocionales y no de sus

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El ejemplo es sencillo: los padres que no educan a sus hijos/as, terminan enseñándoles ridículos principios de existencia, todos asociados a paradigmas de conformismo como la cultura del menor esfuerzo, en donde el deseo está mal interpretado, la deshumanización o la despersonalización del ser a través de objetivos materiales, que están disfrazados de cambio para bien, y las consecuencias de toda esta suma, que son aún más fatídicas cuando se pretende enseñar todo esto a través de la mentada afectividad reflexiva, que termina siendo la receta en donde las costumbres y los modelos de pensamiento erróneo son inquebrantables, justificando a su vez el valor de los padres como transmisores de lo “bueno”, de lo “ideal”, o sencillamente de lo “correcto”; mas, si para los padres su accionar es subjetivo, las consecuencias son altamente objetivas para sus hijos/as. Y similar es el caso en cuanto a la producción de textos narrativos, novelas dirigidas o sencillamente manuales de intervención para la transformación de los que las leen, porque los productores de libros prostitutos, llamados en apariencia escritores, han priorizado lo afectivo (como los padres priorizan su afectividad reflexiva, justificándola como “buena voluntad de intervención”), recurriendo a historias rodeadas de situaciones predecibles, casi calcadas de los guiones de películas norteamericanas en los que los personajes son bonitos entes con traseros turgentes e ideas pro o pseudo conservadoras, o de las telenovelas boricuas, mexicanas o hindúes, para conmover al público y así “ganarlo”, como precisamente los padres tratan de ganarse a sus hijos/as, a través de la emoción más básica y la afectividad reflexiva; es decir, que los padres de las prostitutas (y en este caso será mejor decirlo de una vez, los principales Productores del problema de la prostitución) no

raíces, las mismas que tienen que ver con el compromiso real del sujeto que es parte de este proceso: apelar a la lágrima fácil no cambiará un modo de pensar; apelar, como dijo Freire, a “la identificación directa con el problema”, requiere de un fenómeno educativo más profundo, más real, más serio. Se recomienda leer el libro póstumo “Cartas a quien pretende enseñar”, de Paulo Freire, 2003.

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supieron transmitirles a sus hijas la criticidad necesaria como para que ellas logren evitar caer en ese mundo en donde los clientes las consideran objetos propiciadores de placer, e incluso los padres en sí no existieron como padres para ellas, creando así el vacío y la autocompasión determinada por los medios masivos de transmisión de mensajes e ideologías. Los “escritores”, por su parte, tienen más ventaja: un libro no es lo mismo que un ser humano, pero en esa diferencia se descubre el mayor grado de culpabilidad de los “escritores” de libros prostitutos: ellos sí saben qué destino tendrán sus productos. La diferencia entre los padres Productores de las prostitutas y de los “escritores” creadores de literatura light y de libros de autoayuda o de literatura para vender, hechas solo para beneficios económicos, consiste en el devenir de los mismos productos. Los padres, ausentes o carentes de una educación crítica para sus hijos/as, desconocen su futuro, su devenir laboral. Los otros, que escriben pensando en ganar dinero, y que responden a las entrevistas con sensatez hipócrita, aseverando que escriben para llenar la demanda (pues se consideran necesarios), saben a la perfección que esos libros deben mostrar un sentido mojigato y ultraconservador pero a su vez innovador y en apariencia “inofensivo y beneficioso” para las generaciones jóvenes destinadas a consumirlos; publicidad engañosa y en apariencia “pacífica”, tal como fueron, verbigracia, las estrategias electorales del MNR en El Alto, antes de la hecatombe del 2003, cuando, en sus Casas de campaña, todas rosaditas y bonitas, jóvenes turgentes realizaban un carnaval político al ritmo de Axe Bahía, pero siempre, siempre manteniendo la cordura: allí se estaba presentando al señor Sánchez de Lozada y al otro, al historiador, como gente buena onda, sin pensar que el primero era un tanto terco y el segundo no tenía experiencia con el poder, sino solo con las cámaras y la historia... 30

No se encontrará nunca malas palabras o palabras demasiado técnicas en los libros Prostitutos; ellos tratan de vender una cultura, muy parecida a la cultura Disney15, en la que todos, desde el que entrega los boletos, hasta el que limpia los retretes, debe y tiene que sonreír. Un universo de algodón y de azúcar, en donde no existe el dolor, y la satisfacción solo dura mientras uno siga inmerso en su esencia. Las páginas de estos libros se abren como las piernas de las prostitutas, tan solo para complacer al “lector”. Claro que lo enfrentan ante situaciones precarias de personajes acartonados y muy mal construidos; pero siempre con finales moralistas, en donde Dios es un intermediario extraordinario que introduce sus mandamientos en los personajes hasta que estos los adoptan como suyos, al igual que Alex, el muchacho gandul de la novela de Anthony Burgess16, que se apropia de la enseñanza al final, aprehendiendo el mensaje reflexivo pero nunca crítico de la misma vida, que en este caso, llegaría a ser la conclusión de la lectura. El producto literario es mucho más hipócrita que la misma prostituta, más descarado y posee muchas más alusiones al consumo que la mujer que oferta sus servicios: el libro Prostituto condiciona el albedrío del lector y lo llena de una ideología impuesta. La prostituta solo oferta el placer, luego lo vende, y por último es recompensada con la paga. Si existen algunas prostitutas que hacen amigos en el negocio, también en la industria del libro Prostituto hay amigos que propician su consumo masivo: allí están los profesores de literatura, intentando demostrar la magia de las letras recomendando textos de superación personal; allí están los empresarios, que piensan que sus trabajadores tienen una vida hecha 15

Miguel Ángel Cornejo habla sobre esto en uno de sus talleres demasiado interesantes sobre lo que escribe. Es tan sensato, que sinceramente da miedo. 16 Ver como primera y económica opción la película de Stanley Kubrick, “La naranja mecánica”, vendida con alevosía y sensatez propia de los buenos vendedores de la avenida Tihuanaco de la ciudad de El Alto, tan solo a tres bolivianos con cincuenta centavos, o como última instancia, comprar el libro, que puede ubicarse, usado, en el Mercado Lanza, o nuevo, en el pasaje Marina Núñez del Prado de la ciudad de La Paz.

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escoria; allí están sus editoriales grandes, que ponen sus comerciales enormes en periódicos con las fotos de sus autores sonriendo y demostrando que también tienen una imagen impecable y un fotógrafo bien capo; allí están los hoteles que los reciben, y que después se jactan de haberlos refugiado como si estos autores fueran Hemingway o Camus; allí están sus compradores moralistas, impecables y limpitos, que transmiten a sus hijos aquellos principios solo afectivos, emocionales y pasivos (pero absolutamente carentes de criticidad), y que propician terribles consecuencias a lo largo de su formación. En definitiva, los Productores de libros (falsamente llamados “escritores”) saben qué están realizando. Saben con qué intenciones los crean, y, por consiguiente, saben qué consecuencias positivas les traerán. Pero desconocen las consecuencias que sufrirán sus lectores. Por ejemplo, para Carlos Cuauhtémoc Sánchez, su labor literaria, por no decir su grafomanía obsesiva, parece requerida desde el público; una periodista del periódico cruceño El Deber, en un artículo del mes de agosto de 2007, le preguntó: “... ¿cómo hace para publicar tanto?”. He aquí su respuesta: “Tengo como meta escribir por lo menos un libro al año, sin embargo, hay años en los que he publicado dos. Muchos de los libros están basados en gran medida en la retroalimentación que tengo con el público y la producción constante se debe a que siento la necesidad de responder a ellos…” Pero el egocentrismo de este Homo Economicus exitoso, que cobra 350 a 400 bolivianos (cada que es invitado) solo por exponer sus ideas conservadoras al público en general, y 250 a 300 bolivianos a sus primeras víctimas, los estudiantes, sigue con una respuesta que el mismo H. P. Lovecraft hubiese considerado más siniestra y caótica que sus

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dioses arcanos, con respecto a la diferencia entre productos comerciales más que literarios cuando se publica mucho: “Si eres carpintero, haces sillas o muebles y disfrutas de hacer muchos. No quiere decir que eso sea comercial, sino más bien que amas lo que haces y que eres carpintero 24 horas al día. Creo que ese tipo de crítica es más bien un reflejo de la incapacidad de esas personas para crear.” La novela “Madame Bovary” tardó mucho tiempo (unos afirman que entre diez y quince años, y otros dicen que fue mucho más tiempo y “crean” historias sobre dicho proceso creativo, como la obsesión del autor sobre su personaje y cómo sus cambios y costumbres también cambiaron) en ser concebida y publicada, y su autor, Gustave Flaubert, reconoció que tardó más en la consolidación de un estilo objetivo, que en la construcción del argumento; Truman Capote tardó cerca de cuatro años en escribir “A sangre fría”; y sin ir más lejos, y dando la contrapartida del asunto de distancia de creación literaria verdadera, Franz Tamayo publicó casi diariamente sus ensayos sobre la “Creación de la Pedagogía Nacional” en el periódico El Diario, abarcando cerca de tres meses de trabajo, desde el 3 de julio de 1910, hasta el 22 de septiembre del mismo año; pero aún así, Franz Tamayo tuvo conciencia de controlar su producción: publicó otros artículos más, y algunos otros libros; no obstante, no se limitó a eso: se formó constantemente, leyó y criticó muchas producciones de su momento, y no le importó que su producción se mostrara como cuentagotas en ese periódico o en otras editoriales. Lo que quiero decir es que una obra maestra puede tardar décadas o meses en realizarse, algunos incluso lo terminan en días o en horas17. El supuesto criterio de compararlo con el oficio de carpintero es válido, pero la respuesta que da en el caso de que ese tipo de críticas 17

Kafka escribió “La condena” en una sola noche.

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es “...más bien un reflejo de la incapacidad de esas personas para crear”, llega a demostrar en el entrevistado su notorio egocentrismo, además de su pretensión de establecer que sus libros tienen ya la calidad de "libros", en el estricto sentido de la palabra. ¿Es acaso importante publicar, más que el hecho de escribir de forma seria? Para el grafómano productor interesado en escribir libros Prostitutos, el hecho de la publicación es más importante que la concepción del libro mismo. Para el padre de la prostituta, su destino o devenir social no importan. En esto coinciden, aunque el Productor de libros de esa índole tenga conciencia de lo que hace, y los padres no. Mas, urge formular una pregunta antes de proseguir: ¿es lo mismo publicar que escribir? La respuesta nos la puede dar Jorge Luis Borges, cuando habla sobre su padre, y saca a relucir una frase de Emily Dickinson: “...y él me dijo a mí, que leyera todo lo que pudiera; que solo escribiera cuando sentía la íntima necesidad de hacerlo, y que sobre todo no me apresurara a (...) publicar... y leyendo una biografía de Emily Dickinson, encontré un dictamen de ella, y ella dijo que publicar no es parte esencial del destino de un escritor, por eso al mirar la obra, [de Dickinson] (...), bueno, fue publicada póstumamente; (...) mi padre pensaba eso también: mi padre escribió y destruyó muchos libros...”18 La respuesta es clara: escritor a sus escritos y editor y compañía, a su labor de publicación. Sin embargo, es urgente también hacer un paréntesis para aclarar posibles discordancias de pensamientos: el destino del escritor también consiste en llevar su obra al último estadio 18

Esta entrevista que realizó Soler Serrano el año 1980 al maestro en un programa de la televisión española titulada “A Fondo”, se la puede encontrar en la página de vídeos www.youtube.com, dividida en nueve partes: esta es la segunda parte de la misma. El resaltado en negrita es nuestro.

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de la creación literaria: la publicación, o sea: la difícil tarea de hacer que al libro finalizado, lo adopten las editoriales para su pertinente publicación. No obstante, esa pretensión de mencionar que un escritor critica al otro sobre la continua publicación porque no posee la capacidad creadora del criticado, es un simple juicio de valor; en este caso, para Cuauhtémoc Sánchez, el escribir pasa a segundo plano. Publicar, como ofrecer el cuerpo como mercancía, es la máxima prioridad. El hecho de que en algunos colegios las lecturas de superación personal sean obligatorias, sobreentienden la necesidad de su creación y posterior distribución. Es como si el charlatán impusiera su trabajo y creyera que es necesario para el resto 19. Por tal razón, el producto literario por excelencia se desmitifica, convirtiéndose en mero producto de comercio. El productor de literatura también debe ser un artista; lo que se hace en el mercado de los libros de superación (y en otros libros más seudocientíficos y de ficción, de los cuales se tratará luego) no es arte, sino simple marketing emocional. El siguiente capítulo intentará analizar los contenidos de tales libros, como si fueran el alma de una prostituta.

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Últimamente, han aparecido “escritores” bolivianos que, ayudados por sus amigos profesores, venden sus libros convenciendo a los estudiantes de que son lo máximo. Van de colegio en colegio, como antes solían ir los payasos a ofertar sus funciones a las aulas de primaria, y tratan de encajar sus productos a los estudiantes, sin darles tiempo a cuestionar esta actitud como la pertinente.

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6.

LOS PRODUCTOS SIENDO DESTRIPADOS

"Un país que tiene como gran best seller a Carlos Cuauhtémoc… ¡No puede ser! (…) Cada vez que en el metro veo a alguien con un libro suyo me digo que es vocación de abismo" Carlos Monsiváis

Ya sabemos que los libros Prostitutos (sean del género que sean) son juzgados por lo externo y por la supuesta reputación de sus productores; pero, ¿qué los hace exitosos más allá de la piel que los cubre? Una pregunta más para molestar al lector: ¿qué tienen estos libros en contenido, que no tengan en contenido los libros de un Heinrich Böll en su mejor época, de una Adela Zamudio en cuanto a sus relatos cortos o de un Óscar Cerruto con relación a sus trabajos literarios? “El contenido importa mucho”, dirán los lectores de Deepak Chopra o de Tony Buzan, pero precisamente el contenido es lo que menos se cuestiona a la hora de recomendarlos. ¿Por qué? La respuesta radica en la falta de criticidad y de mala voluntad de las páginas que los componen. Es como tratar de molestar a un sacerdote de ochenta años que no ha hecho nada malo. Estos libros transpiran bondad, buenas voluntades y mensajes de paz, que bien podrían ser excelentes en esta coyuntura vacunada contra la verdadera sensibilidad; pero no, estos libros serían pertinentes si no tuvieran lo que tienen: una violencia simbólica oculta que no hace más que adoctrinar al lector, en vez de educarlo.

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Las frases edulcoradas abundan y las recetas se adornan de consejos que uno puede tomar o rechazar; pero que son tan necesarios para los personajes o para las voces de los testimonios que se dirigen al lector/a, que no tomarlas en cuenta resultaría tonto, desubicado, y “anormal”, y más cuando son textos que pretenden mostrar un tono serio y literario y procuran a la vez disfrazar su mensaje en una historia entretenida con final feliz. Allí no existe ningún ápice de literatura: son solo anecdotarios que están escritos por personas que en un tiempo quisieron escribir con sensatez, pero que reemplazaron su integridad por el deseo de lucro excesivo editorial, o sencillamente nunca la tuvieron. Tampoco es mi deseo culpar a las editoriales, pero cuando se saca al mercado el séptimo libro de Steven Covey que trata sobre lo mismo20, no es precisamente por la calidad de dicho texto, sino por su desempeño en el mundo del consumo. El contenido es como el alma del libro, como el alma de la prostituta que no tiene culpa alguna por trabajar en ese rubro; en este sentido, el libro Prostituto tiene más ventaja porque existe premeditación para su nacimiento. La justificación teórica del libro Prostituto y de su propia existencia se consolida por lo anímico de su ficticia intencionalidad: el deseo de hacer un mundo mejor, como si se tratara del mensaje de una Miss para las cámaras y el público en general. El sentido reflexivo abunda: situaciones caóticas superadas por gente común, del diario vivir, sin nada más interesante que el propio problema que poseen; esta y nada más que esta es la clave para el éxito de los libros Prostitutos: entre sus páginas está plasmada la superación de seres como el lector, personas que recorren y habitan el mundo táctil; seres ahistóricos, a-políticos y a-gnósticos, que saben lo difícil que es pasar por una violación o 20

Incluso se debe tomar en cuenta que su hijo Sean, recientemente sacó al mercado de consumo su libro: “Los 7 hábitos de los adolescentes altamente efectivos”; solo faltará sacar un libro que diga, desde el testimonio de los perros que tiene Covey en su casa: “Los 7 hábitos de las mascotas altamente efectivas”.

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por la muerte de un ser querido; seres que han rebasado los límites del respeto propio y mutuo; seres que han estado desesperados al inicio de las páginas del libro ya mencionado, que se dieron cuenta de que necesitaban cambiar, y que, por último, recibieron la visita de un hada madrina cordial que había leído algo de un autor famoso, o que aprendieron por experiencia a salir adelante sin fijarse en los obstáculos, o considerando a tales como piezas que debían utilizar para armar una escalinata hacia la excelencia; seres, personas, hombres y mujeres, que alguna vez estuvieron en el límite del abismo, pero que superaron sus miedos, demostrando al mundo entero que sí podían salir adelante, a pesar de los oscuros nubarrones de la deshumanización que los rodeaban al principio. Hasta esta parte parece que sirven para orientar a una población de manera perfecta. Pero hay algo que no se toma en cuenta: Si Platón afirmaba que el mundo ideal era el objetivo a imitar para crear una sociedad mejor, también advertía que no era fácil, y que no solo constaba de reflexión, sino de un sistema de pensamiento dinámico y total y más que todo, de un pensamiento crítico permanente. El criterio de imitación del ideal platónico está ausente en estos libros. Abunda, repito, el aspecto reflexivo desde una óptica pasiva; pero no el aspecto crítico. Para la población condicionada por sus contenidos, el hecho de cuestionarlos ya significa ir en contra de sus propuestas. Es que son demasiado buenos para ser descartados, dirán. Poner en tela de juicio el contenido de un producto literario (aunque este posea elementos o no de prostitución literaria) no es malo, sino que ayuda mucho al desarrollo y al perfeccionamiento del mismo. La mencionada violencia simbólica de estos textos consiste en generalizar el conocimiento, influir en la aprobación de los consumidores, y establecer en las mentes de los despistados lectores una idea de lo que es considerado 38

bueno o malo en estos tiempos modernos. Los resultados salen a flor de piel y son tan notorios como un grano de acné en la cara de Angelina Jolie: Ya no se lee a Galeano ni al mismísimo padre Iriarte, se olvida que existen libros tan buenos como posibles de encontrar y se prioriza el funcionalismo o el tecnicismo de apreciación cualitativa; en otras palabras, se eleva a los libros Prostitutos a un “pilar cognitivo” y se propicia su éxito de ventas y su lectura masiva, pues estos, según el público lector que los consume, poseen menos páginas, y si poseen muchas, por lo menos son puntuales. ¿Por qué?, pues porque en este mundo de marketing y de tipos ocupados en su propia excelencia, quien lea libros por el simple hecho de disfrutar, es simplemente un vago o un ignorante. Estos libros implantan la idea de que leer literatura conlleva ganar aprendizajes funcionalistas para los lectores: leer un libro para aprender a cómo bajar una palanca, cómo no gritar, cómo limpiarse después de defecar... o cómo “respirar mejor”, como si el lector fuera un simio en el espacio. Leer literatura es un arte: interpretar el escrito también lo es. El contenido de los libros Prostitutos es solo transmisión de conocimientos fáciles y acomodados al horario de las personas que no adoptan ninguna clase de posturas críticas para ponerlos a prueba, “¿Para qué?, si en las tapas y contratapas ya informan sobre su calidad...” La criticidad ausente es uno de los fundamentos más pesados y contundentes contra este tipo de producción porque lo único que hacen es condicionar, llenar de estímulos tiernos y tristes a las personas que han sido educadas para no ver con los ojos por completo. Seamos sensatos y tratemos de interpretar una película por lo menos, y nos daremos cuenta si nuestra capacidad de crítica existe o no. El mercado se ha extendido: las distribuidoras de cine en La Paz prefieren traer una “Noche de Graduación Sangrienta” o la saga de

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“Crepúsculo”, en vez de un “Las tortugas también vuelan” o “El Artista”

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, ¿por qué?,

quizá la respuesta resida en el aspecto patético que ha venido a invadir la educación primaria y secundaria, con personas que deciden formarse como profesores solo por el cargo seguro que tendrán al graduarse, o porque las injusticias sociales y raciales persisten: el hecho de golpear en el oriente a gente aymara o colla, o el que aquí se considere a las mujeres de oriente como mujerzuelas, o simplemente el que se generalicen algunos juicios sobre gente que vive en El Alto, son unas cuantas hebras de una esfera enorme de prejuicios que no hemos podido eliminar, porque el fortalecimiento del análisis es poco, o nulo, visto desde donde se vea. En cuanto a las prostitutas (que tienen algo más de positivo que los libros Prostitutos, pues ellas no condicionan la mente y no pretenden implantarnos ideologías axiológicas), sus contenidos son más claros que en el caso de los libros Prostitutos: ellas son cuestionadas siempre; para la sociedad en general son “parias sedientas de sexo que arruinan matrimonios y familias”. Ellas no tienen la culpa, pues, ¿quién ve a los consumidores como responsables de su existencia? Casi nadie. Aclaremos de una vez por todas: tanto los libros Prostitutos como las mismas prostitutas son consumidos por personas desesperadas en busca de soluciones; entonces, como por arte del proceso de deducción aquí pretendido, sacamos el siguiente juicio: los consumidores tienen la culpa. Si a las 21

Recientemente se tomó en cuenta esta película en cines de índole más cultural que comercial; sin embargo, el campo de la piratería juega el rol de ajustador de cuentas, pues a precios módicos se pueden adquirir joyas del cine sin tener que esperar la iniciativa de instituciones de transmisión de entretenimiento más que de concienciación cultural. El artista, película-homenaje al cine mudo, duró una semana solamente en cartelera, a pesar de su éxito y de sus premios en el campo del séptimo arte, mientras que, a finales del 2013, se priorizó más las funciones de documentales sobre Ovnis Nazis, organizado por la Comunidad de la Casa de Tharsis, en el Cine Teatro Monje Campero, que intentar introducir películas que realmente valieran la pena o al menos documentales que sirvieran en algo más que en hacer pensar a las personas sobre algo que no nos sirve en absoluto: es decir, ¿para qué diablos voy a saber que los nazis están en la Antártida?, ¿alguna vez me interesará?, ¿por qué mejor no emiten documentales de cómo reciclar energía o al menos cómo conquistar a mujeres como Scarlett Johanson?, o, más importante aún: ¿de dónde diablos ha sacado Pablo Santa Cruz y toda esa prole de veganos que Jesús es Satán y que Adolfo Hitler era “bueno” y rubio y alto y germánico?

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prostitutas se las cosifica, a los libros Prostitutos se los glorifica y se los corporiza, es por culpa tanto de los clientes como de los lectores22.

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Debemos establecer un rango más justo para con estos libros: el Dr. Rolando Barral Zegarra, escritor de libros sobre la educación boliviana y docente en la Universidad Mayor de San Andrés, comentaba que “No hay libros malos, sino malos lectores”, por lo cual, el problema de la lectura pasiva debe eliminarse mediante un contrato educativo comunitario y personal desde los lectores mismos: crear categorías críticas del acto de la lectura, para seleccionar el futuro consumo de las mismas por calidad, intencionalidad, y finalidad respectivas.

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7.

I CAN`T GET NO, SATISFACTION

Cuando el visitante entra al prostíbulo, se encuentra con una diversa calidad de gente. Por ejemplo, si le preguntáramos a una persona supuestamente normal si alguna vez visitó un lugar de “reputación dudosa”23, dudará o negará la respuesta; pero si lo encontráramos allí mismo, de seguro no lo reconoceríamos en absoluto: pasaría inadvertido e incluso extraño ante nuestros ojos. Es obvio hasta la saciedad que allí, en un prostíbulo cualquiera, los consumidores no se presentan como personas: son objetos depositarios de dinero por placer; son sombras humanas, fantasmas. Por tal razón, van entre amigos para no ser descubiertos como débiles y se presentan grandilocuentes o extrovertidos, pues están en evaluación continua; son observados y juzgados por sus modos de actuar y de tratar a cierta clase de personas de ese entorno. En este caso, si no se comportan como varones, es decir, forzosamente expertos en la trata de mujeres de la vida, son considerados maricones, hombres poco dignos de amistad e incluso poco dignos de seguir con vida. Mientras, cuando van solos, muestran sin tapujos su timidez, su sombría presencia que en el caso de estar acompañados es notoria, aunque actúen con extroversión. El caso de ir a consumir un cuerpo que antes había sido usado por quizás tres o cuatro tipos, no les resulta vergonzoso: ellos no piensan en la mujer que consumirán, piensan en si podrán esta vez satisfacerse o no con ese cuerpo. El mercado sexual es totalmente afectivo. Las personas que van a esos lugares, en su mayoría, muestran su necesidad de pertenencia, su necesidad de comunicación y de afecto. Van allí, en su mayor parte, porque no pueden desarrollar una relación estable y sana, y 23

Perdonen mi conservadurismo, pero ¿desde cuándo un prostíbulo es un lugar de reputación dudosa?

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además, creen que no pueden salir adelante sin la compañía o la guía de un tercero. Requieren de una ronda de cervezas y de una mujer alquilada para sentirse personas. Pero lo que desconocen es lo siguiente: van para buscar que les regalen una carga de afectividad disfrazada de relación sexual, pero lo único que pierden, aparte del dinero, es su propia capacidad afectiva. En otras palabras, van por lana y salen trasquilados. En el caso de consumo de libros Prostitutos, el problema se concentra no solo en los varones, sino en también en las mujeres. Si el problema de los prostíbulos es casi de consumo varonil24, el del consumo y de la lectura prostituida de superación personal (y de otros géneros, que luego especificaremos), no respeta géneros ni edades. Parece invadir con sus justificaciones todo ámbito y lugar supuestamente literarios. Y es que no existirían si no se los comprara en masa. La culpa es de los consumidores, sean de prostitutas o de libros. La búsqueda de placer y de satisfacción no genuinas hace que los productos sean requeridos constantemente, cual si fueran una droga. “Las prostitutas son más sensatas y necesarias...”, dice un posible cliente al respecto: “..., porque con su servicio evitan que los clientes hagan barbaridades afuera del prostíbulo”25. Y es cierto: cuando se plantea, por ejemplo, una ley seca por algunos días en nuestra ciudad, el consumo tiende a subir de manera impresionante. Entonces, ¿cómo sería nuestra realidad si se prohibiera la prostitución de un día a otro?; la respuesta sería muy lapidaria, por cierto.

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Sin mencionar que existen hombres que trabajan en este oficio y que tienen como clientes a mujeres que los buscan por algunas plazas que no es mi intención mencionar. 25 Por razones de intimidad, se guardará la identidad del personaje que dijo esta frase. Pero conste que no es un personaje tan desconocido que digamos: lo encontré antes de realizar este ensayo, en medio de un prostíbulo de la zona 12 de octubre, justo cuando planeaba reunir el material respectivo que me sirviese para esto que usted está leyendo ahora mismo.

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Es también cierto que lo prohibido atrae más; pero en el caso de la lectura Prostituida, lo prohibido no está oculto. Lo prohibido se muestra descaradamente bajo la forma de una sutil pero inteligente embestida de violencia simbólica literal: “El lector tiene en sus manos uno de los libros más útiles de todos los tiempos (...) el lector se halla frente a una obra única, que debe ser leída por todas las parejas, estudiada por cada padre de familia, maestro, entrenador, líder juvenil y, por supuesto, formar parte de la biblioteca en las escuelas del siglo XXI...”26 En un prostíbulo se encuentra a toda clase de tipos rondando: desde los solitarios inseguros de sí mismos, pasando por los posibles suicidas, por los apostatas de su creencia Light o de su propia doble moral, y por algunos amanerados queriendo redimirse de su orientación, y hasta por los clásicos hijitos de papás y de mamás que poseen dinero de su domingo para el consumo. En una tienda que vende libros de toda índole, también se pueden encontrar a esta clase de personas, e incluso a más gente diversa con muchas más fobias, complejos y obsesiones, con metas superficiales, todas, como siempre, repartidas en los dos sexos. En los dos géneros sociales de una sociedad controlada por una economía capitalista llena de paradigmas falsos y a la vez vacíos. Esta clase de gente sale de un sistema educativo pútrido a consecuencia de una cultura ambiciosa que no busca una satisfacción genuina; una cultura que confunde el desarrollo con la explotación y el progreso con el coleccionismo de terrenos, de autos y de empleadas. Ya nos lo han demostrado las muchas campañas en pro del medio ambiente (valga el 26

De la contraportada del libro “Juventud en éxtasis”, de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, ediciones selectas Diamante. Se puede descubrir en esta obra una descarada pose para su venta: tan ofrecida como una prostituta descarada (sin tratar de ofender a las mismas prostitutas, que me perdonen si es así), con la portada con la típica estrella dorada con el término “Best Seller”, y con su subtítulo “Novela de valores sobre noviazgo y sexualidad”.

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pleonasmo), en las cuales pocas personas hacen posible que se las realice hasta el final, o que persistan hasta donde puedan: la noche que se debía cooperar con la campaña de ahorro de energía, en contra del Calentamiento Global (28 de marzo del año pasado) apagando todas las luces posibles, demostró ser un fracaso rotundo: a esa hora, toda la ciudad mantenía sus negocios respirando y brillantes: ni las heladerías que estaban abiertas esa noche (20:00 hrs.), tuvieron la mínima consideración. ¿Qué demuestra eso? Que la mayoría (si no todos), están acostumbrados a ser presionados para tratar de encaminar sus existencias; que al no poseer un sentido crítico de apreciación de la vida, prefieren priorizar el negocio, lo contable, lo cuantificable en términos más técnicos, antes que lo afectivo verdadero... Lamentablemente, la palabra cultura plasmada en este ensayo, no responde a la categoría de cultura real, expuesta por Bronislaw Malinowski en su libro “Una teoría científica de la cultura”, ni por Jean Claude Lèvi-Strauss en su ensayo titulado “Raza y Cultura”; aquí, y conste para los teóricos interesados, el término cultura es una referencia explícita de lo que la gente a-crítica piensa que es su civilización. Para ellos el ahorrar tiempo, el ganar dinero y ser padres ricos, diferenciándose de los padres pobres mediante su flujo de dinero, es más importante que la misma dirección humana: para ellos esos elementos superficiales (no digo innecesarios), son su mayor trozo de cultura. Y si para ellos el dinero, la explotación y la famosa autoestima insatisfecha son parte de su cultura, las recetas para reproducirlas son sus sustentos primordiales. Los libros pseudoteóricos de superación personal, las novelas que llegan a ser “Best Seller” solo porque siguen los impulsos de gustos hormonalmente adolescentes o de la moda Light nacida en los años noventa del siglo pasado, con series de televisión como “Beverly Hills 90210” o “Buffy: the vampire slayer” (y con series de este tiempo, pero ahora auspiciadas 45

por Nikelodeon y Disney Channel), sin olvidar a las películas en las que se trata de transmitir una cultura Disney totalmente tergiversada de la actual realidad y muchos elementos más, son los pilares de esta pretendida cultura. Los libros Prostitutos, que se venden solo para reproducir y satisfacer a una idiosincrasia disfrazada de éxitos, son producto de esta misma gente. Como son positivos (por no decir positivistas, más para el autor que para el público en general), son consumidos; como muestran elementos reproductores de los modelos de pensamiento global, son recomendados, y aunque alcancen el máximo lugar de ventas y de publicidad, siempre serán insuficientes para esta misma gente. Como en la canción de los Rolling Stones, la satisfacción se nota cada vez mínima en el alma de los consumidores. Como un coito con una prostituta, el placer es momentáneo y fugaz, y lo afectivo pasa a segundo plano. Para esta gente la necesidad debe ser atendida constantemente mediante libros; esto hace que sus complejos de autoformación, sus caminos hacia una nueva evolución, su nuevo reencuentro espiritual, es decir, todas sus exageraciones subjetivas, se conviertan en necesidades adictivas. Y después de esta ola de adicciones producidas por las lecturas acríticas, lo que era en un principio una búsqueda propia, deviene en una deshumanización colectiva: una cultura falsa del diario vivir. El lector o la lectora, es posible, cuestionará estas reflexiones, pero yo encaminaré el análisis hacia derroteros más tangibles: ¿Desde cuándo la obsesión, las fobias y los miedos se globalizaron al extremo de encontrar en cada colegio, casi en cada aula de secundaria, por lo menos a una persona urgida, por no decir desesperada, de libros Prostitutos? ¿Existieron siempre la anorexia o la bulimia? ¿Desde cuándo aparecieron? 46

¿Hace treinta años los suicidios eran tan constantes como lo son ahora? ¿Es parecida, por lo menos un poco, la cantidad de abortos ilegales actuales, con respecto a los abortos de hace cincuenta años? Las respuestas serán diversas, y casi todas involucrarán, o a lo mucho mencionarán, a la tecnología. Pero la culpabilidad no está en los productos e instrumentos que nos sirven para hacernos la vida más fácil. Somos nosotros, los necesitados y los independientes de toda ayuda, los responsables de esta crisis de verdaderos valores: los primeros, por no saber despertar su potencial crítico y enfrentar la realidad, y los segundos por no enseñar el cómo encender ese fuego que es la mente crítica a los que lo requieren. Como el cliente vuelve al prostíbulo por desesperación, ya que no solucionó su problema afectivo, de igual manera los lectores comprarán nuevos libros, antes de sentir que caen en ese abismo emocional llamado criterio vacío. Pero dejémonos de indagaciones: el vacío afectivo se origina por la falta de criticidad de nuestro entorno. Todo se acepta, nada se cuestiona: si Britney Spears se rasura la testa, la vemos como una mujer interesante, rebelde ante los medios masivos de transmisión y no como una estúpida; si en un país del África matan a toda una población, reprobamos la noticia y al segundo cambiamos de canal; si pensamos en ser exitosos, necesitamos siempre de un hombre vestido de etiqueta que esté en la contratapa del libro adquirido, o que las letras de la estrella dorada lleven impresas las letras “Best Seller” para considerarlo digno de atención. No se cuestiona algo que se lee en escala masiva, ¿verdad? Puesto que cuestionar un libro como “LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD” sería un pecado, ya que contiene en sus páginas muchas fórmulas de superación personal y conyugal óptimas para el desarrollo de las decisiones desde la misma pareja; aunque tenga muchas observaciones

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sobre el contexto en el que se desarrolla y muchos juicios racistas como el siguiente, de la página 62 de su mismo libro, que, por si acaso no se me culpe, conseguí de forma pirata: “Su casa no era tan magníficamente como yo esperaba. Siempre conjeturé que el accionista mayoritario de la compañía viviría en un palacio, pero no era así. Había amplitud, jardines, un par de criados, pero no lujos ostentosos...”27 Olvidando la mala redacción y la poca seriedad literaria del fragmento (magníficamente), analicémoslo: Si un par de criados no son un lujo ostentoso, ya se sabe cuál es el contexto al que se dirige este escrito, y cómo el desinterés sobre el considerar a un par de criados como objetos, al igual que adornos de jardín, puede ser tan notorio en la escritura ya leída; es más sutil que una pedrada en los dientes. La criticidad en el ser humano es enormemente valiosa para diferenciar lo sano de lo enfermo en nuestra alimentación educacional. El construirla depende del sujeto, de su misma cultura original, y de su voluntad. Decir más sería caer en el recetario aquí criticado. La reflexión que poseen las páginas de esta clase de libros está degradada por el melodrama que contagian al mínimo contacto. Situaciones como la del personaje-lacrasexual-humana de la primera parte de “Juventud en Éxtasis”, que logra convertirse en una fuente de moralidad al final de la obra gracias a una anti-tragedia griega, o la del marido machista y golpeador que también logra convertirse en un príncipe gendarme bien caballeroso gracias a la filosofía de la empresa (que él lee y estudia, y no su esposa) en el libro “La última oportunidad”, y por si fuera poco, el ataque solipsista, olfateado desde que se emprende, de las páginas de “La fuerza de Scheccid”, como a la vez de los juicios doctrinarios y conservadores, ofensivos e irracionales emitidos sobre la masturbación en

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Cuauhtémoc Sánchez, Carlos, “La última oportunidad”, Ed. “selectas” Diamante, 1995. Nótese que el resaltado en cursiva no es nuestro. Ni las comillas en la palabra “selectas”, sobre esta línea.

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diversas novelas de este autor mexicano, dan testimonio del objetivo que posee, de la falta de ética al describir situaciones muy sensibles como anzuelo para adoctrinar en base a una falosofía28 machista, en la que el destino de las mujeres depende de los varones, de sus lecturas, de sus pláticas con seres más experimentados (siguiendo un concepto erróneo de educación planteada por Durkheim), e incluso de sus mismas acciones. Situaciones reflexivas que sí pueden conmover hasta lo más hondo el alma de los lectores, y sí, no lo niego, pueden servir hasta cierto punto; pero que no profundizan de forma pedagógica en el lector la independencia de pensamiento que pueda poseer. El lector nunca logrará satisfacerse con las respuestas dadas por los textos, porque cada lectura abrirá más el abismo de su dimensión afectiva, y así su mente no podrá analizar, sino tan solo percibir y recibir la avalancha pseudoteórica ya mencionada, y no podrá utilizar ninguna categoría crítica para descartar o aprobar el conocimiento ya comprado. Cuando una sociedad no se siente satisfecha y posee un vacío crítico y afectivo lleno de máscaras felices, “...tiende a adoptar lo que aparezca como principio, dogma o Dios para su adoración...”. Lo dijo el mismísimo Lovecraft, escritor norteamericano que murió de cáncer estomacal, y en la miseria, porque sus cuentos no interesaban esos años. Y sin embargo, ahora son publicados, vendidos y leídos por varios lectores asiduos de la llamada literatura fantástica, a precios respetables. (No son tan baratos). Aún así, es tiempo (como el tiempo de un ensayista asiduo de literatura) de entrar a analizar qué son los típicos libros Prostitutos denominados “Best Seller”, por qué algunos son dignos de admiración, y otros, dignos de reciclaje... Y también por qué vienen o se escriben desde países potencias y no desde países normales en cuanto a poder editorial.

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Del español falo y del griego Sofía o conocimiento. Es decir, el falo como fuente de conocimiento.

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8.

DE POR QUÉ EL TÉRMINO “BEST SELLER” SIGNIFICA MÁS

GANANCIAS Y NEGOCIOS QUE LITERATURA, Y QUÉ DIABLOS TIENE QUE VER TODO ESTO CON LOS LIBROS PROSTITUTOS

Un libro considerado “Best Seller” es aquel que ha sido vendido en ingentes cantidades, y por lo tanto, ha llegado a más población para su consumo. El término inglés “Best Seller” ha sido interpretado como el libro “Mejor Vendido” o “Más Vendido”; sin embargo, su verdadero significado no se refiere al libro, sino al autor; es decir, que el término “Best Seller” significa, literalmente: “Mejor Vendedor”. El libro, en este sentido, no es un “Best Seller”, sino el producto nacido de un “Best Seller”: se vende solo, como ente valioso, vástago de su creador, su padre, el “Best Seller”; por lo cual necesita de la editorial para su promoción, y de una campaña en los medios masivos de información para que el lector sepa de su existencia. Tras todo esto, solo falta esperar. Algunas veces depende también de la temática que lo envuelve y de la promoción que le hacen las revistas conocidísimas que, a la vez, son populares internacionalmente (The New York Times, The Rolling Stone o The Wall Street Journal, son revistas que sirven como catapultas de papel para cualquier libro que se recomiende allí: las novelas de Stephen King, de Dan Brown, de Dean Koontz, y hasta de la escritora J.K. Rowling con su saga del mago de lentes a lo Roberto Bolaño, han sido recomendadas allí), como también de muchos elementos más, que aunque pareciesen utópicos de establecer en una sola publicación, deberían estar presentes por lo menos en un ochenta por ciento. El resultado en suma, es muy parecido al lanzamiento de una píldora anticonceptiva, o al de una película de la saga “X Men” o “The Fast and the Furious”: la promoción editorial, la temática del 50

libro, la coyuntura en la que se encuentra su publicación, el autor y su prestigio, las recomendaciones de otros escritores y el alcance de la misma editorial en Latinoamérica o en diversas partes del mundo, pueden crear el fenómeno de un “Best Seller” digno de mención, pues el autor desaparece como tal, y su apellido se convierte en una marca de libros que garantizan una cosa sobre las demás: entretenimiento. Por ello los libros “Best Seller” (que desaparecen como tales, y pasan a actuar como productos producidos por el mismo “Best Seller”, que es el autor) muestran en sus tapas los apellidos de los autores, incluso con mayor tamaño que los títulos originales. Vender libros y convertirlos en fenómenos “Best Seller” es así es así de fácil. El autor no dice nada, pero tiene a miles de colegas hablando por él, a medios masivos de información desde la televisión hasta la Red, hablando por él y, en Latinoamérica, a los profesores, hablando por él... Ahora que la receta ya ha sido socializada, para muchos se dibujará un supuesto camino de éxitos con facilidad; pero no es así. La mayoría de las veces los libros que salen como candidatos para adquirir la categoría del fenómeno “Best Seller”, ni siquiera llegan a terminarse. Cientos de autores están en la fila de escritores desempleados porque sus libros no alcanzan esa sazón que adquieren las novelas de Sydney Sheldon, Tom Clancy, John Grisham, (o viendo más en nuestro contexto y coyuntura) José Mauro de Vasconcelos o Miguel Ángel Cornejo. Es como la comida: un pequeño burgués preferirá una hamburguesa servida en el centro de la ciudad que una Sajta de Pollo en plena calle, pues la propaganda determinará muchas veces los gustos y establecerá los límites y las diferencias de estratos. ¿Es cuestión de marketing o de calidad? Una Sajta de Pollo alimenta bien o mejor que una hamburguesa. Un helado servido en plena calle puede ser más limpio que otro en el que 51

se encontraron cucarachas y ratones (como ejemplo). La diferencia es la calidad del lugar en donde se ofrece el producto, más que la del contenido y la esencia del mismo. En el caso de los libros “Best Seller”, la calidad depende más de la editorial que lo promociona. Existen muchos ejemplos de lo que se puede considerar un “Best Seller” malo. Por una parte están las novelas que parecen salir de Hollywood y que parecen guiones sin estructura de relato ni de creación original. “El Código Da Vinci” resulta muy original y polémico para las personas del mundo globalizado, sin enterarse de que existieron autores más antiguos y representativos en la literatura que criticaron a la iglesia católica, y peor aún, a los Papas de turno: “La hija del cardenal” de Félix Guzzoni, es más fuerte y realista, tomando una historia cruda y sadomasoquista desde la misma Roma católica, en la cual una pareja enamorada e idealizada es atacada por los designios del destino, de la iglesia, de un cardenal y de una abadesa que en comparación con el personaje de Silas de “El Código...”, es el mismo demonio vestida conservadoramente. “La Historiadora” de Elizabeth Kostova, es otro ejemplo en el cual se rescata la temática del Drácula historiador, relegando la historia de Bram Stóker, pero viviendo a costa de esta base. No se imaginan que un cuento como “El Vampiro” de J. William Polidori, o “Las piadosas” de Federico Andahazi superan en mucho la calidad de la primera, sin la necesidad de nombrarse a sí mismas como “Best Sellers”. Las novelas de John Grisham, por ejemplo, tienen como personajes a abogados que abren los ojos ante una sociedad corrompida, pero que tienen la inteligencia suficiente para luchar contra el sistema y conseguir una mujer en el proceso. Tanto Brown, Kostova, Grisham y muchos más, narran en un estilo libre y simple, por no decir sencillo, historias fáciles de entender, ligadas a personajes reproducidos por el 52

ideal norteamericano, fieles a las políticas de explotación capitalista, y a la mentalidad positivista de consumo y producción masiva antes que calidad crítica ante situaciones externas a la historia. Estos libros son escritos al instante, tomando muy cuenta las ganas de la población por consumirlos en masa. Poseen poca o ninguna calidad literaria, sus páginas están repletas de diálogos superfluos y de descripciones simplonas; la mayoría de las veces sus personajes van en contra de estereotipos cinematográficos y de malos ingeniosos, y los finales son terriblemente satisfactorios. El objetivo es entretener: no existe ningún elemento aparte que el del entretenimiento. Hacer que el lector se identifique con el personaje central, que lo corporice hasta que sienta que es un amigo que lo acompañará a través de sucesos por demás terribles o fantásticos, en los que el destino de cierto grupo de personas esté en juego o el mismo mundo se mantenga al borde del precipicio. Demás estaría agregar que no existe ideología alguna en sus relatos: el historiador Robert Langdon, personaje de “Ángeles y Demonios” y “El Código...”, termina las dos novelas sano y salvo (lamento el Spoiler); pero es más risible el final de la primera: parece un final feliz al estilo de los filmes de Jean Claude Van Damme, en su primera etapa. De estas hay un sinfín de novelas que han salido para tratar de reproducir el éxito alcanzado. Copias de misterios, enigmas, cuartos cerrados y conspiraciones globales son sus características primordiales, haciendo del lector un personaje más, que se vuelve invisible o transparente; un depósito de ideas depositadas a lo largo de la lectura, hasta que el final de una novela abra una nueva puerta o duda para el consumo y compra de una réplica literaria parecida.

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El mercado novelesco de las sagas se ha contagiado de ambición por las ganancias financieras que trae su publicación. Desde la resurrección del libro “El Señor de los Anillos” de J. R. R. Tolkien, tomando a “El Hobbit” como parte de la saga, la gente se ha apresurado a conseguirlas en distintas traducciones y ediciones, ¿y por qué?, pues por sus adaptaciones cinematográficas más que por su calidad literaria (que en el caso de Tolkien, la tiene, y mucho). La saga de Harry Potter, el mago adolescente, escrita por una mujer obsesionada por la reminiscencia de la historia no velada por completo, ha superado muchas de las expectativas negativas de la crítica y es comprada por miles de personas cada año, demostrando que no es solo una moda literaria, sino un ejemplo de verdadera creación literaria a pesar de contar con adaptaciones cinematográficas mediocres y de estúpidos fans obsesionados por la cría de lechuzas. Ambas tienen éxito: la primera por haber refundado la literatura fantástica después de Lovecraft y Tolkien, y la segunda, por renovar una nueva etapa de este género en el siglo XXI. De estos nobles ejemplos de “Best Seller”, existen también sus réplicas que tratan de probar suerte, a veces lográndolo, a veces no: Christopher Paolini escribió una saga pésima sobre dragones29 que resultó un caos comparado con Tolkien; Stephenie Meyer intentó con los vampiros, queriendo igualar el éxito de Anne Rice (otra escritora digna, que convirtió a sus novelas en “Best Seller” con sensatez), pero lo único que pudo lograr fue una venta multimillonaria de sus libros “Crepúsculo”, “Eclipse” y “Luna Nueva”, y críticas feroces de otros escritores, que la consideraron una productora de sueños para muchachas adolescentes, y que era tan mala, que no podía escribir “algo digno de leerse”30.

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De esta saga salió la idea de producir la película “Eragon”, que fue un fracaso en cuanto a ganancias. Stephen King la criticó lapidariamente, comentando que ella no era tan buena como J. K. Rowling. Por lo tanto, la adaptación de su novela “Twilight” a la pantalla grande fue vapuleada tanto por críticos como por la gente común y corriente. 30

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Siempre, en el campo de la narrativa, existirán buenos o malos escritores. Sean productores de “Best Seller” o de novelas al paso. Lo preocupante es que los novelistas pésimos o los que escriben con afán de hacer más dinero que literatura, siguen siendo motivo de exaltación para las masas consumidoras de libros sin criterio. Poco a poco se está olvidando a obras capitales de la narrativa contemporánea que bien podrían servir como guías a escritores aficionados, y que en su tiempo fueron también “Best Seller” en sus países, como también más allá de sus fronteras: José Mauro de Vasconcelos y sus primeros trabajos; Jorge Luis Borges y sus relatos cortos; Julio Cortázar y sus cuentos; el propio Alcides Arguedas cuando se dio a conocer a “Raza de Bronce” como una de las obras capitales en literatura desde Latinoamérica; Gabriel García Márquez y sus relatos, además de sus “Cien años de Soledad”; Mario Vargas Llosa y sus primeras tres novelas, y muchos autores representativos más, que ahora están siendo reemplazados por escribidores demasiado ocupados como para tomar partido positivo de su situación: antes las promociones literarias no tenían la calidad que las que hoy se presentan frente al cliente del siglo XXI; Truman Capote, con su novela “A sangre fría” se hizo camino a cuestas antes de mostrársela al público: la editorial que lo estaba promocionando aseguró un éxito rotundo antes de su mismísima culminación, por lo que a Capote le resultó difícil comprometerse ante algo que todavía no estaba hecho. Ahora se anticipa con gusto una nueva publicación de John Katzenbach, o una novela más de la pseudocultura-vampírica-adolescente de Meyer, o una nueva y patética arista de la saga de Paolini, que por lo visto no puede despegarse de la obsesión por los dragones que posee y por su fanatismo hacia las películas de George Lucas. Mientras, en nuestra América del Sur, todos esperan con gusto la nueva novela de Paulo Coelho, o los intentos literarios postmodernos que pretenden meter algo de existencialismo 55

patético a sus obras, resultando en historias que no poseen ni siquiera historia, con personajes acartonados, o simples remedos de personajes de novelas de Dan Brown o de Ken Follet, o por último considerar, dentro de nuestro propio rango o carácter de novela, a las compilaciones de autores que no lo son, o a las “novelas” de Cuauhtémoc Sánchez porque no encontramos más de lo que las distribuidoras y los lectores nos dan como productos literarios. La calidad de un texto no es siempre regida por su venta masiva. Libros como los de Félix Guzzoni, o los de Manuel Scorza (con su saga de “baladas” o “cantares”), no necesariamente son conocidos por el público en general. También autores bolivianos como Sergio Almaraz Paz o David S. Villazón están siendo reemplazados por los que más fácilmente se pueden conseguir, que no son necesariamente “buenos” porque sean populares o porque las sugieran personas extrañas a nuestro contexto. Un “Best Seller” puede no llegar a ser un libro Prostituto; pero siempre un libro Prostituto postula a ser, o es, un “Best Seller”. Es que los “Best Seller” Prostitutos, en el campo de la novela, están escritos para ser vendidos. Tienen títulos atrayentes y positivos porque desean que los lectores sientan interés por ellos; en su mayoría lo consiguen y solo pocos fracasan. Todo depende de su publicidad. En el mundo angosto y ajeno del “Best Seller” Prostituto, la primera regla fundamental es la de escribir para la gente, pues la gente los comprará, la gente decidirá si son validos o no, y la gente los condenará si no son así. Es por esto que esta clase de novelas que caen en los dos imperativos consumistas de ser, 1. Un “Best Seller” y 2. Un libro Prostituto, deben poseer obligatoriamente un sentido de reflexión simplona hacia los lectores, olvidando la criticidad obligatoria tan solo porque están hechos para distraer. 56

La segunda regla consiste en mostrar datos técnicos, o simplemente información extraña que el lector desconozca: el hecho de que se describa un aparato de tortura de la Edad Media ya capta la atención del lector. Entonces hay que describirlo tal y como se presenta ante los ojos de los protagonistas: la falta de seriedad al contar una historia se remplaza por la novedad del aparato, o la dicha de poder adquirir un conocimiento que se platicará después a los amigos para mostrar algo de cultura general o bagaje intelectual. La tercera y última regla, mas no la menos esencial, es la de identificar al lector con la lectura fácil: hacerle saber que es importante y que es respetado: destapar el mundo ficticio que antes se le ocultaba; mostrarle un nuevo mundo por el cual escapar de la familia, de los problemas, de la misma realidad que lo atosiga, de los amigos... Arthur Hailey, en los años setenta, supo consolidar esta tercera regla, mostrando muchas situaciones comunes y corrientes al lector, engatusándolo con la rutina de los aeropuertos, o de las pistas de carreras, o por último de los hoteles grandes y del glamour citadino: por eso la gente, en los ochentas, se obsesionó con la serie “Dallas” (que por lo cierto, no fue escrita por él), porque mostraba una realidad (aunque muy novelada) de un contexto diferente del lugar desde donde el televidente lo captaba. Narrar por el simple hecho de mostrar algo distinto o no conocido, ha sido también regla esencial dentro de la literatura: Emilio Salgari usó la didáctica del relato para enseñar mucho de botánica; Julio Verne, con su literatura de anticipación, también llenó de imaginación las mentes de los lectores de todas las edades que no podían llegar a los estratos debajo de la tierra descritos por él o las profundidades marinas, que él nunca visitó; Victor Hugo también supo describir el mundo del Hampa francés desde los mismos personajes de “Les Miserables”; pero en el caso de un “Best Seller” Prostituto, la situación cambia radicalmente: los datos, las primicias, el nuevo mundo detrás de la cortina de la 57

ficción solo es un medio para contar el mismo argumento: tipos que estudian algo, amores imperfectos, villanos ocultos, algún pergamino metido por allá, descripciones fáciles y finales políticamente correctos. El nuevo mundo pasó de largo, era una ilusión, ya no está, y aunque ya lo leíste, no puedes hacer nada para obtener algo más: era todo lo que tenía... FIN. En cuanto a los “Best Seller” que no son novela, están los supuestos libros científicos y de superación personal. No hace falta ser un genio para saber que sus investigaciones no nos podrán salvar de la realidad que pasamos, pero de igual manera los conseguimos. Daniel Goleman quiso aportar con una nueva inteligencia, complementando los aportes anteriores de Howard Gardner sobre la multiplicidad de inteligencias. El resultado: “La inteligencia Emocional”, que es un libro educativo pedagógico oportuno, del cual muchas personas han considerado un verdadero descubrimiento, y que Goleman explotó al máximo y fundamentó de manera tal, que sí puede considerarse como un aporte intelectual genuino. Fue un “Best Seller” necesario; pero después, otros escritores y hasta el mismo autor, se apuraron a publicar una serie de libros que estaban relacionados por completo a la temática de la emotividad como inteligencia e intentaron repetir la proeza: al darse cuenta que el libro se vendía bien, intentaron crear una saga de libros sobre la inteligencia emocional desde muchas perspectivas, partiendo por diversas transversales, u originándose en distintas etapas, con tal de conectarse a la teoría planteada por Goleman; por lo cual, el “Best Seller” de Goleman no sufrió ningún cambio, pero los que le siguieron, queriendo consolidar un mismo éxito, son ahora los considerados Prostitutos, ya que fueron creados para la venta; fueron escritos con alevosía, y fueron presentados como productos que valían la pena, anticipando su calidad, al igual que una prostituta muestra u ofrece sus servicios.

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Sufrieron la contaminación típica de los libros de continuación: desean reproducir el éxito del primero; pero no llegan a ser una reflexión completa, sino una acción oportunista para ganar más dinero. O sea se convirtieron, incluso antes de poder salir a la luz, en “Best Seller” Prostitutos. Así pasa con miles de libros que desean reproducir el éxito de las sopas de pollo para el alma de las personas. Hay ejemplos abundantes y bastos de datos: Stephen Covey publicó el libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” en 1989, y luego del éxito de ventas, decidió publicar seis libros más sobre la misma temática; ¿por qué?, es fácil: porque sabía que esos libros se venderían como pan caliente luego de una campaña de publicidad exuberante. Su hijo Sean, por si fuera poco, publicó con él la última producción sobre los famosos “Hábitos”, pero en este caso, para adolescentes. Y todavía hay más: otros escritores, obsesionados con el éxito de los libros de los “Hábitos”, publicaron sus versiones, obteniendo un éxito parecido, y sin ser perjudicados en cuanto a derechos de autor, porque complementaban a la teoría de Covey. Si irían en contra de lo propuesto por el creador de la franquicia, de seguro los procesarían legalmente. Es así. Ha sido así, y siempre será así. Esos libros, supuestamente técnicos o científicos, mostraron que eran hechos para venderse, que recetaban conocimiento útil, y que eran requeridos (como dijo Carlos Cuauhtémoc Sánchez) por la población. Así son los Prostitutos: se ofrecen sin siquiera haber sido llamados. Hasta Camilo Cruz (que se autoproclama “Doctor”), que escribió recientemente “La vaca”, prefirió no hablar sobre nuevas publicaciones al respecto. Existen nuevas compilaciones al estilo de Jack Canfield aquí en Latinoamérica con la palabra Vaca como

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parte de sus títulos: serán “Best Seller” momentáneos; pero hasta que se descubra la esencia de sus calidades, seguirán obteniéndose por la desesperación de los consumidores. Las editoriales están en su derecho con respecto a publicitar a sus escritores; pero el fenómeno de la publicidad es meramente temporal; Julio Cortázar, por ejemplo, en una entrevista con Soler Serrano en su programa “A fondo”, comenta que la publicidad de un libro no lo es todo en el momento de su venta: “... porque la verdad es que ninguna promoción editorial ha salvado a un autor o a una literatura; con una gran campaña de promoción, puedes lanzar un libro, una primera edición, pero si el libro no vale por sí mismo, ¿cuánto tiempo dura?”31 Un libro que no vale o que no es bueno, es olvidado con el tiempo, pero en el caso de los libros Prostitutos que son “Best Seller”, un buen libro es aquél que ya no pertenece a la distribuidora, sino que se ha vendido perfectamente hasta la fecha. Los libros que encierran supuestos descubrimientos científicos o estudios sobre estadios de desarrollo, como “Los Niños Índigo”, “Los Hombres son de Marte, las Mujeres son de Venus” o “Los niños de Cristal”, son meras imitaciones de informes de universidades o publicaciones queriendo repetir el éxito de “La Inteligencia Emocional” de Goleman; pasa lo mismo con respecto a los libros de superación personal, que siendo “Best Seller”, no pierden su esencia prostituida para vender títulos como: “Usted puede sanar su vida”, “las Mujeres que aman demasiado”, “El ser excelente” y otros, que pretenden reproducir la buena racha que les sucedió en el campo editorial a Napoleón Hill, a W. Clement Stone, a Emmett Fox y, por supuesto, a Og Mandino, “el gurú de ventas”, que fue el precursor de

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Esta entrevista se la puede ver en la página web www.youtube.com, buscando lo que precisamente es: “Julio Cortázar y el Boom Latinoamericano”.

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los nuevos libros de superación personal, todos con una ideología moralista, con objetivos para universalizar la bondad cristiana, y otros, con objetivos más personalistas. Existe de todo: libros de superación personal buenos, aceptables, que siempre logran ser rebautizados, y que son la clave para la creación de nuevos libros considerados “Best Seller”, pero a la vez Prostitutos. La esencia del “Best Seller” como libro normal, se concentra solo en la distracción y en las ganancias que puedan traer a la editorial y al autor. La esencia del “Best Seller” Prostituto es mucho más hipócrita: su objetivo es dogmatizar al lector con la ficción, con las descripciones cinematográficas completas para ser identificable para el público; su objetivo es venderse para mostrar una cultura del legado, de la continuación. Para toda esa industria, el libro que se vende poco no merece la atención del público: no supo ayudar a la gente, no supo entretenerlos; no se identificaba con la cultura editorial: la de vender, la de reproducir un principio político y una serie de características idiosincrásicas afines. Pero más que todo, porque la gente no lo sintió. No produjo polémica, ni buenas opiniones. El libro que llega a ser “Best Seller” y no se considera Prostituto, lo es porque ha pasado por diversas pruebas. Si no posee réplicas o segundas partes o títulos afines al original, no merece que se siga o se imite: lo mismo pasa con los libros malísimos que no consiguen ser franquicias, justo como dijo Stephen King sobre su colega Stephenie Meyer. El libro Prostituto no ofende, sino que acuchilla con una sutileza diabólica, sonriente. Y hablando (mejor escribo escribiendo) sobre la esencia de esta producción oportunista, entremos a considerar también algunos orígenes de los libros Prostitutos; ya sabemos que la mayoría alcanza el certificado de nacimiento que dice “Best Seller desde...”; pero no platicaremos sobre el por qué se escriben libros así, con mero interés de ganancias

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económicas, porque ya es obvia su concepción. En el siguiente capítulo penetraremos recién en la capa biológico – política de los libros Prostitutos.

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9.

“EN GENERAL HAY MUCHO LIBRO CHATARRA ESCONDIDO DETRÁS DE TODO ESTO...”

En una entrevista a Paco Ignacio Taibo II, se puede notar al periodista de “TRESPUNTOCERO” que lo intercepta, muy nervioso como para acercársele al principio, pero cuando logra formularle algunas preguntas precisas sobre esos libros que nacen de los escándalos (Gloria Trevi, Vicente Fox, y la liberación de Ingrid Vetancourt de su cautiverio político); primero el escritor y cronista mexicano se hace de la vista gorda, incluso da una vuelta para tratar de evadir al periodista, pero al final de cuentas logra responder, un poco a la rápida, de forma magistral y típica a su estilo indudablemente genial. Leamos un fragmento: “En general hay mucho libro chatarra escondido detrás de todo esto, y hay algunos que lees cinco páginas y que no te merecen seguir adelante, ¿no?, pero dentro de todo eso, de repente hay algunos libros que producen investigaciones interesantes, agudas, críticas, fuertes... entonces: es una selva, y siempre lo será. El medio, hay mucho canibalismo, mucho oportunismo del (...) supuesto libro (…) de actualidad, pero en medio de todo esto, encuentras siempre trabajos serios, que apuntan (...) o desarrollan una propuesta investigativa.”32 Más claro, agua. Los libros chatarra, que se venden por los calores del momento, son también prostitutos: el escándalo de Gloria Trevi y Sergio Andrade en México, por ejemplo, fue el propiciador para la ola de libros “problémicos”, que eran escritos por sociólogos que

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También en la página de vídeos Youtube se puede encontrar este vídeo: www.youtube.com, enlace “Paco Ignacio Taibo II en exclusiva para Trespuntocero.net.”

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parecían más que todo “ociólogos”, que analizaban el problema como si fuera más importante que la mortalidad infantil, o los holocaustos y genocidios en África, o los problemas educativos del contexto directo; fueron libros que salieron porque el río estaba revuelto33. ¿Por qué sucede esto? ¿Es acaso una mina de oro analizar los problemas o escándalos sociales, de farándula, desde la producción de textos? ¿Qué pasa con la literatura de verdad en estos casos? Son libros que postulan a ser “Best Seller” (incluso algunos llegan a serlo), pero que sí alcanzan por completo la categoría de ser Prostitutos. Se hacen para la venta. En el caso de los “Best Seller” Prostitutos (sean novela, pseudocientíficos o de superación personal), el origen es el mismo: los problemas humanos comunes los llaman para ser escritos, responden a una necesidad independiente; proponen soluciones sin haber realizado diagnósticos personales (¡Imposible que escriban generalizando a la población!), y acomodando sus postulados a la temática o al argumento; nacen del escándalo, se alimentan del escándalo, del sufrimiento y del aburrimiento (en el caso de las novelas), y se venden para penetrar al lector/a, para ingresar en su aspecto afectivo y convencerlos para su consumo. El libro chatarra aspira a ser “Best Seller”, pero es prostituto por excelencia. Su origen es el origen mismo de los otros; y también tiene su lugar en la pirámide de libros Prostitutos: primero están ellos, los de baja categoría, sacados de la crónica roja o de la 33

Incluso se sacaron libros sobre el escándalo político con respecto al encarcelamiento de Santos Ramírez, otrora miembro importante del gobierno de turno (me refiero al libro de Marco Zelaya y Daniela Espinoza “Santos Ramírez: Corrupción en tiempos de cambio”) y también sobre el secuestro de Samuel Doria Medina, en “Entierro sin muerte”, escrito por Verónica Ormachea; no obstante, esto no significa que estas últimas dos publicaciones tengan algo de malo: tienen cosas interesantísimas y habría que verlas desde otro cristal.

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farándula, sosteniendo a los libros Prostitutos del medio, los que son réplica de los que llegan a ser “Best Seller”, y por último, estos: los “Best Seller” genuinos, que han sido escritos para ser “grandes” (entiéndase grande como mejor vendido), los que inician la ola de repeticiones absurdas y que incluso tienen datos reales y científicos que los respaldan. Así es la división de “clases” en los libros Prostitutos; desde los más bajos y poco sutiles, hasta los productos millonarios, resultados de campañas de marketing inmensos (como el libro “El Secreto” de Rhonda Byrne, que con descarada sutilidad es vendida como si fuera pan caliente, ya tiene continuaciones, como en su momento tuvieron continuaciones “El código Da Vinci”, pero no en sentido narrativo, sino en análisis de la obra). Hay que recalcar que estos libros no poseen oposición sobre su estado de gracia económico de venta indiscriminada; el caso de la censura casi siempre ha caído sobre la literatura de verdad, pero de esto se problematizará más adelante; primero, tomemos en cuenta la oposición no ideológica que tiene la producción de libros Prostitutos: la piratería, y por qué es positiva hasta cierto punto.

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10.

DE POR QUÉ, EN CIERTAS SITUACIONES, LA JUSTICIA DIVINA PIRATEA

Bolivia está atravesando por una terrible emergencia cognitiva, muy a pesar de la bonanza económica y la aparente estabilidad sociopolítica que dicen muchos que posee, ¿y por qué emergencia cognitiva?, pues porque no se está enseñando, ni desde los medios masivos de información, ni desde las escuelas, ni desde la misma familia promedio, que el conocimiento sí puede ser una inversión a corto y a largo plazo; es decir, que el egreso monetario familiar (o en castellano: en lo que la gente gasta su dinero) está mal distribuido: como la economía es una ciencia exacta, se basa en prioridades de existencia y en la escala de necesidades denominada pirámide de Maslow34, pero en consideración de prioridades dentro de los márgenes bolivianos, la compra de libros en nuestro país se ubica en la última escala de apreciación (y a veces ni aparece en los datos). ¿Por qué sucederá esto? La escala de gastos e inversiones desde las familias promedio en Bolivia son las siguientes35: 1º. La supervivencia y/o la llamada necesidad de alimento y seguridad. 2º. El transporte. 3º. El entretenimiento, y 4º. Los servicios pagados o la consumación de las deudas (aunque existen muchas divergencias en esta escala, según la situación geográfica en la que se pueda estudiar; por ejemplo, en la Ciudad de El Alto, el punto Nº 4 está en 1º lugar). Y aunque la necesidad de comprar libros esté involucrada en la escala de gastos y egresos, el costo de los libros se ha incrementado durante el pasado año, y muchos dicen

34 35

Ver Maslow, Abraham, Motivación y personalidad. 1954. Ver: Iriarte, Gregorio, Análisis crítico de la realidad. 2009.

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que esto sucede por los cambios legales sobre la comercialización de libros y la distribución de los mismos cuando se los trae del exterior. Ya no hay posibilidades de conseguir un libro original de un autor extranjero a un precio racionalmente accesible, e incluso los costos de libros originales que son a su vez Best Sellers o Prostitutos son exorbitantes. Por ejemplo, una novela original de Cuauhtémoc Sánchez que piden en el colegio, es más cara que mitad del costo total de una lista de útiles escolares en colegios fiscales. Y cuando se trata de libros de calidad, el precio es casi doloroso: una novela de Cormac McCarthy, en contraposición con el libro Prostituto ya mencionado, cuesta casi un tercio del sueldo mínimo. ¿Qué se debe hacer para cambiar esto? El costo

que le están imponiendo a los

originales está atentando contra el bolsillo de los lectores. Bolivia está en democracia, y el derecho al conocimiento es obligatorio. Antes, solo la clase acomodada podía optar por esta clase de producción (sea de libros Prostitutos o no Prostitutos), y el formarse requería un doble esfuerzo. Ahora, la justicia divina, bajo la forma amenazante de la Piratería, beneficia a la gente que no tiene el dinero ni las posibilidades para adquirir algo con sello original. No es el propósito decir que la piratería es completamente buena; sino que actúa como justicia divina y al mismo tiempo como regularizador económico para que la población pueda optar por los libros que las “potencias cognitivas”, en otros países, leen. Libros de Eduardo Galeano cuestan entre 70 a 120 bolivianos, dependiendo del título y de la editorial que lo ha publicado. Una novela clásica de Homero cuesta entre 30 a 80 bolivianos, dependiendo de los elementos ya descritos. En cuanto a piratería, la diferencia es más notoria: una de las últimas publicaciones de Galeano está costando entre 15 a 20 67

bolivianos, y las novelas clásicas de Homero, entre 5 a 15 bolivianos. Ya no hay pretextos para decir que, dentro de la formación en Bolivia, a la población le falta la famosa autoestima36. La piratería es la justicia divina que tiene el propósito de no enriquecer a los productores de libros millonarios que antes habían sido empresarios y que se involucraron en el mundo de la literatura como si estuviesen en sus propias empresas. Es la opción para equilibrar el fastidioso abismo que separa una clase “dominada” de una clase “dominante”. Y es que, aceptando la realidad, la piratería enriquecerá a los productores ilícitos, pero por lo menos existen justificaciones bastante sólidas para su consolidación: son como Robin Hood, roban a los ricos para darles a los pobres, no el dinero, sino el conocimiento válido para cualquier formación académica37. Ahora, hay ciertos límites de piratería que no son válidos e incluso tienden a ser perjudiciales y, más que todo, postulan a eliminar la producción sensata: me refiero a la piratería de libros nacionales. El más perjudicado siempre fue el distinguido Antonio Paredes-Candia; siempre estuvo en contra de todo acto 36

Un escritor comentaba cierta noche de tertulias que la autoestima, había sido el invento de los psicólogos para ganar dinero. Y hasta cierto punto es cierto: la autoestima llega a ser un pretexto para no poder salir adelante, además de no ser medible científicamente ni empíricamente dentro de “Tests estandarizados”; la autoestima causó la necesidad por escribir libros de superación personal en Estados Unidos, luego de la segunda guerra mundial: la población condicionada por las películas de Steven Spielberg, por la cultura Disney y el sueño americano (o lo que es lo mismo: el sueño impuesto por los medios de información pagados por los economistas de las potencias, que quieren vender la idea sin sustento: Ver Capitalism: a love story, de Michael Moore. 2009) habían perdido la esencia propia, la identidad, porque estaban más pendientes a lo que sus soldados hacían en distintas partes del mundo, desde Europa a Vietnam, muchos años después de la segunda gran guerra. Las consecuencias se vieron a finales de los ochentas y toda la década de los noventas: jóvenes e incluso niños asesinando a sus compañeros con armas de fuego indiscriminado. Michael Moore, ganador del Óscar por su documental “Bowling for Columbine” el año 2001, muestra esta cultura del miedo, vacía e indiferente ante masacres de tal magnitud. Y si alguien habla sobre el problema, la respuesta sale culpando a la ausencia de autoestima, que a su vez llama a los pseudoescritores a componer libros que proponen llenar ese vacío: y lo hacen, cobrando una cantidad considerable. Ya pasaron de moda los psicólogos y los sofá-camas: ahora, si tienes un problema, solo compra el nuevo libro de Osho, o de Robin Norwood, o si estás aburrido, compra Inferno de Dan Brown o The host de Meyer. 37 Tomando en cuenta muchos testimonios de vendedores de libros en puestos repartidos en toda la ciudad, logré determinar que uno de los libros piratas más vendido a lo largo de más de diez años de trayectoria pirata, es “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano. Luego le siguen las novelas de Gabriel García Márquez, y por último los “Best Seller” de moda, incluyendo libros técnicos o de texto, que también se piratean.

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de piratería que involucrara la producción nacional, y es verdad que perjudica sobremanera al escritor boliviano, que apenas logra publicar un producto, lo plagian en diversos estilos. Después de la publicación de “Ch`aqui Fulero”: (los cuadernos perdidos de Víctor Hugo), los pirateros más ágiles (por no decir descarados), se apresuraron en diseñar una nueva tapa, incluso más atrayente para el comprador que la edición salida ese año: tenía la foto del mismísimo Víctor Hugo Viscarra (¿de dónde la habrán sacado?) y las letras estaban ampliadas un poco más, haciendo que su venta fuera un total “Best Seller” local. La piratería local (de textos bolivianos) no beneficia a los productores bolivianos; los perjudica mucho; por tal razón, parece que las editoriales nacionales están entusiasmadas en promocionar a nuevos autores, repitiendo la proeza de algunas otras editoriales (entre Nuevo Milenio y la actual 3600), la segunda mitad de la década pasada. Mientras que la piratería de libros internacionales tiene muchos beneficios de apoyo al consumo: novelas como las de Liv Yutang, Santiago Roncagliolo, Isabel Allende y el mismo Mario Vargas Llosa, están siendo pirateadas con un único objetivo desde los productores: la ganancia. Olvidando que cumplen un objetivo más: el de universalizar el conocimiento. La piratería también es buena en el sentido de darnos lo que las distribuidoras de libros originales no nos llegan a dar (encontré con 15 Bs. Un poemario pirata de Roberto Bolaño titulado: “Los perros románticos” que, aquí, en la ciudad, no se puede encontrar, o si se encuentra, debe costar carísimo); pero a la vez conlleva un riesgo, porque los llamados Pirateros deciden qué se va a plagiar; y casi siempre plagian lo que se vende como pan caliente: los libros Prostitutos. Aquí no hay apología del delito; si “Las venas abiertas de América latina” es en escala, uno de los libros pirateados más comprados a lo largo de los años, ¿por qué no promocionar 69

la piratería que nos pueda proporcionar libros que no son Prostitutos? ¿Qué diría Galeano al saber que, por debajo de los originales que se venden de su obra, su libro es un “Best Seller”? ¿Se enojaría? ¿Ya no escribiría sobre Bolivia, ni sobre la posesión al mando del señor Evo Morales? ¿Qué diría específicamente? Bolivia requiere cultivarse, y si hay que comprar libros piratas para ello, hay que comprarlos en la medida de que no perjudiquen a la producción nacional. En el aspecto de la cinematografía internacional, la venta de DVD`s piratas es más noble: una persona puede comprar una película ganadora del Festival de Cannes del año pasado, que se “codea” con un filme de Charles Chaplin y una película antigua en la que se ve a Silvio Rodríguez actuando como Carlos Marx: y todo a diez bolivianos. ¿Se dan cuenta? La población de El Alto (en sí, este ensayo viene desde el municipio de El Alto), no es un rebaño que solo compra vídeos del “Cholo Juanito”: en una encuesta personal a los vendedores de DVD`s pirata, en la feria de la 16 de Julio y de la Avenida Tihuanacu, se logró descubrir que la película ganadora de la palma de Oro: “4 Meses, 3 semanas, 2 días” del director Cristian Mungiu fue uno de los “Best Seller” más adquiridos allí, aparte del filme “Las tortugas también vuelan”, que hasta fue emitido en las salas de vídeo del famoso “Barrio Chino alteño”, ubicado en la calle 3 de Villa Dolores, colindante a La Ceja. Es una curiosidad que en consumo de películas la gente sea más selectiva. El hecho es que la piratería de libros está más dirigida al consumo y no a la criticidad: las obras pirateadas de Galeano son bien recibidas, sencillamente porque son caras cuando se venden originales; si se pirateara a Roberto Bolaño, a Jorge Luis Borges, a Sthendal, al célebre Albert Camus (a pesar de que “El extranjero”, “El Mito de Sísifo” y “La peste” ya fueron pirateadas, no es malo mencionarlo), a Jean-Paul Sartre y a otros autores, la piratería sería 70

más beneficiosa; mientras tanto, el único objetivo que poseen es otorgar al público lector algunos libros buenos, un porcentaje un poco más alto de consumo, y por último los libros Prostitutos, que son la mayoría. Otra opción de universalización del conocimiento está en la compra de libros usados: seamos más sensatos, son los que abundan y los que pueden llegar a ser más nobles aún. Ya han sido comprados por las elites antes y ya han pagado su precio original: ahora le toca al pueblo poseerlas. No existe culpa alguna: ayer mismo un joven quiso vender “El ser y la nada” de Sartre a un vendedor del pasaje Marina Núñez del Prado y pedía cerca de 40 bolivianos por el esfuerzo de sacarlo de la vitrina o del estante de libros de sus padres cuando ellos estaban afuera, en una “cena de negocios”. Es así: la mayoría de los libros usados se adquieren de la mano de los hijos de las familias elitistas, y a ocultas. A ellos no les importa si el libro es bueno o malo: ellos necesitan el dinero y punto. En los pasajes de venta de libros del Mercado Lanza, se pueden encontrar joyas usadas, desde los 10 Bs., hasta tomos completos, resultado de travesuras de venta. Los libros piratas y los libros usados son dos opciones precisas para el consumo de literatura verdadera; el que tenga dinero, que se compre originales; al que le falte dinero, que no robe como solía hacer Roberto Bolaño: que vaya a las ferias de la 16 de Julio en El Alto, o a los pasajes de venta de libros usados y piratas, y satisfaga sus gustos literarios al máximo. Ya se había comentado que el nivel de criticidad es casi nulo en el contexto boliviano y que no existe una cultura crítica hacia el desarrollo personal – social del ciudadano; esto por el consumo cada vez más marcado de los libros Prostitutos que dañan el carácter nacional expuesto por el Franz Tamayo, en su libro “Creación de la pedagogía Nacional” 71

en la primera década del siglo XX. Pero a la vez se expuso, páginas arriba, que en el consumo de libros piratas había una especie de nacimiento de la criticidad y en la adquisición de películas, la tendencia estaba más visible incluso para poblaciones como la de El Alto. No, no es una contradicción; es una esperanza. Hace veinte años los libros de superación personal eran “la calidad en literatura” para los colegios y escuelas secundarias tercermundistas; pero la mayoría de la gente no se dio cuenta del origen explotador de estos escritos, porque, ¿acaso existe un escritor como Carlos Cuauhtémoc Sánchez, aquí, en Bolivia? Por supuesto que no: esos escritores (hasta Camilo Cruz, que viene de un país que ya tuvo alguna vez un premio Nobel de literatura, y que es considerado una potencia editorial, además de Argentina) vienen de contextos diversos y escriben para el tercer mundo, abusando de la ingenuidad de la gente que los consume, esa clase de escritores está contagiada de la idiosincrasia occidental y enajenada que tiene como postulados el orden y la globalización de la estabilidad, sin tomar en cuenta la cosmovisión de los pueblos y sus respectivas culturas, y olvidando que los bolivianos también somos seres humanos y que por lo menos tenemos principios culturales que apuestan al desarrollo y no a la explotación, y que no necesitamos de ellos para saber que podemos salir adelante; que pueden haber otras maneras de amar o tratar a las personas, y que no necesariamente requerimos de recetas en las cuales hasta los ratones salen felices: que nuestra criticidad está durmiendo, pero a la vez sigue activa: que no todos estábamos viendo un canal donde los jóvenes sonreían y se toqueteaban en los días de octubre de 2003 y que no todos compramos la nueva receta de Jack Canfield, que por lo visto, no escribe nada: solo compila... Bolivia y sus ciudadanos tienen la Energía Nacional para salir adelante: ya lo dijo Franz Tamayo. Solo se requiere de una sola esencia: la del aprendizaje 72

humilde pero no pasivo. Ya no es tiempo de avergonzarse por ser Latinoamericanos, es hora de sacar a la luz la fuerza y el compromiso. Se debe cambiar los paradigmas, pues últimamente se está haciendo todo al revés: se cosifica a las mujeres y se encarna a esos libros que no son nada más que recetarios, anecdotarios y fuentes de piedad con vacíos superficiales galopantes. Debemos tratar a los sujetos como sujetos, y a los libros como lo que son, objetos, buenos o malos, pero objetos que cargan una ideología que es necesario analizar o descartar. Así, con ese objetivo, es tiempo de entrar al siguiente capítulo, que trata de plantear algo, después de polemizar tanto.

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11.

LA ESENCIA DEL VERDADERO APRENDIZAJE

El maestro tiene bigotes como mechones largos de pelo blanco que le caen hasta la altura de las clavículas, su barba canosa baja hasta el pecho como una cola invertida, su cabello largo está recogido en una cola que se ubica cerca de la nuca; sus cejas alborotadas, también blancas, solemnes, son o parecen ser falsas. El postulante a aprendiz se presenta con lo mejor de su vestimenta; pero aún así parece patético: es pobre, trabaja como mesero en el restaurante de Zhen Wu Yung, y todos le faltan al respeto, burlándose de él y golpeándolo a menudo. No sabe Kung Fu, ni siquiera artes de protección, y por aquella razón se presenta, un poco dudoso, frente al maestro, que en ese preciso instante fuma su pipa, que es más larga que un bastón para ciegos; está en posición de loto, con la mirada perdida en el horizonte rojísimo de la tarde oriental. El joven, que tiene un rostro esférico y bien presentable (Jackie Chan de joven, quizá), se le acerca y lo saluda con humildad. El maestro anciano (es posible que el actor sea más joven que el mismo Jackie) escupe cerca del lugar donde el joven se inclinó en sus saludos. Es una mala señal, piensa el postulante a aprendiz. El maestro se levanta y le dice: “perro sarnoso, ¿quién te dijo que un joven como tú puede llegar a ser mi discípulo?” y escupe más cerca de los zapatos sin tacones del joven. El joven le explica qué técnicas domina, menciona algo de tigre, trucha, oso, grulla y muchos nombres más de animales de diverso origen. El maestro ríe y deja ver sus pocos dientes sanos. Es obvio que el actor es joven pero no cuida de su dentadura... ¿o serán los efectos especiales los que dejan relucir un efecto tan perturbador? “Veamos qué sabes”, le dice el “Anciano” y le reta: “si me tocas la cabeza, al menos un pelo de ella, seré inferior a ti y tú serás mi maestro.” 74

El joven se pone en guardia: el sonido de los brazos al cortar el viento rompe también la risa del “Anciano”, quien se levanta, se aparta con delicadeza la manga de la mano derecha y fulmina al joven con una llave al estilo de Steven Seagal en “The Patriot”. La mano cruje. El joven llora, se disculpa; el “Anciano” le insulta y luego pregunta si lo que dijo era verdad: el joven respalda las mentiras y dice a la vez que es así. “Un perro sarnoso, un mono borracho, eso es lo que eres, ¿verdad?”, pregunta el “Anciano”, mientras aprieta la muñeca casi violeta; como consecuencia, el joven apoya la noción. “¿Eres digno de aprender conmigo?”, le pregunta el “Anciano”. El joven dice que no. El “Anciano” vuelve a intervenir, ahora mencionando: “Repite conmigo: no soy digno de este aprendizaje”. El joven lo repite. “No soy digno de ser un discípulo”. El joven, llorando, lo repite. El “Anciano” lo suelta; el joven cae al piso, llorando en silencio, avergonzado. Por fin, el “Anciano” sonríe y dice: “Ahora sí estás preparado para ser mi discípulo”. Lo levanta, lo inspecciona y lo prepara para su primera lección.

Lo que acaba de leer, estimado lector/a, parece un fragmento de una historia, incluida en “Chocolate caliente para el alma karateca”, o “¿Quién se llevó mi queso fengshui?”; pero no, es un pasaje cinematográfico común del eterno cine oriental: desde “El maestro borracho”, hasta “Kill Bill: volumen 2”, el ejemplo es el mismo. Se necesita de humildad para aceptar cualquier aprendizaje y adquirir una conciencia crítica plena, en donde los libros sean instrumentos de debate, y no establecedores del 75

aprendizaje total: es necesario que los docentes sean decentes y sensatos y dejen de implantar contenidos falsos como los de superación personal y proyección moral; por algo esta clase de libros atraen a los adolescentes y los vuelven dependientes pedagógicos, que no reaccionan a los estímulos críticos, sino a las situaciones de lágrima fácil y a la superficialidad38. Es necesario aprender a ser sujetos de acción que ejercen un papel en la vida y que pueden llegar a escoger y decidir por sí mismos. No son necesarias las imposiciones ni las leyes obligatorias para comprender que uno crece, aprende y puede lograr decir NO a los dogmas de normalidad que pretende implantar la sociedad en sus habitantes; pero por sobre todo, es urgente sentir la necesidad de aceptar que el conocimiento es un alimento, y que solo en una posición sensata de ignorancia, recién uno puede ser apto para el aprendizaje. El joven postulante del fragmento quería salir adelante, necesitaba salir adelante, pero pensaba que el conocimiento del maestro iba a impartírsele con facilidad. El maestro no tiene nada que ver en la transformación del joven, puesto que solo él (el maestro), será el depositario de los contenidos que estarán en pleno análisis desde el momento que inicie el proceso educativo. Mientras que el joven será el que decida aceptar estos contenidos, y será también el protagonista del proceso educativo desde el origen; como mencionaba Paulo Freire, el fundador de la educación popular latinoamericana: “Nadie educa a nadie; todos nos educamos mediatizados por el mundo”39.

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La cumbia, por ejemplo, es gustada más por los adolescentes porque se identifican con las letras de tales canciones y por el ritmo que poseen. ¿Por qué?, porque promueven el coito y la inestabilidad de las emociones; de igual manera los textos de superación personal son como vampiros que succionan la inestabilidad presente en los adolescentes. Stephenie Meyer escribe “Crepúsculo” porque piensa que responde así a la cosmovisión adolescente; lo único que hace es enajenar a los mismos tomando a la adolescencia como una etapa en donde se busca las primeras experiencias del coito, o por lo menos el gusto por el otro sexo. Por tal razón triunfa, y no porque sea literatura lo que produce o no. 39 Ver Freire, Paulo, “Pedagogía del Oprimido”. 1970.

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Dentro de un proceso real de transformación social y humana, no existe lo mesiánico, nadie es superior a nadie; todos son iguales y poseen dimensiones de relación humana, y con todo esto, pueden participar en los cambios que trae toda actividad social. Los libros Prostitutos deben dejar de ser el pilar del conocimiento Latinoamericano. Nosotros mismos somos (me incluyo) los responsables de nuestras propias existencias. Nosotros podemos decidir entre leerlos o rechazarlos, cuestionarlos o evaluarlos, descartarlos o rescatar algo positivo entre sus páginas (esos libros deben tener por lo menos algo positivo). Nosotros somos los mismos responsables de nuestro devenir. Esa es la esencia de todo aprendizaje.

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12.

DONDE EL PROSTÍBULO ES SENSATO, Y LOS PROXENETAS SON HONESTOS

Cuando uno está en un prostíbulo, encuentra toda clase de servicios antes que la misma prostituta. Hay la cantina, con una mesera o mesero: hay el proxeneta, que ayuda en el negocio, que atiende a las prostitutas y les consigue empleo (no digo que no hay prostitutas independientes, pero sí existen proxenetas en casi todos los prostíbulos, incluso mujeres proxenetas...) y por último, están los estímulos, los detalles de los que ya se describieron y que terminan adornando a la prostituta en cuestión. Pero en la industria del libro Prostituto, ¿el prostíbulo llegaría a ser la editorial y el editor sería un proxeneta? No necesariamente. Gracias a las editoriales se han conocido los libros actuales, sean clásicos, contemporáneos, del “Boom Latinoamericano”, del Realismo Fantástico, del estilo del monólogo interno, o el de la crónica policial: no se hubiera conocido al patético Gregorio Samsa de Kafka, o a los postulados del libro Rojo de Mao Tse Tung; no se hubiera tenido la oportunidad de leer a Víctor Hugo Viscarra, ni a Jaime Sáenz. No: las editoriales, al menos en un gran porcentaje, no publican literatura Prostituta; pero sí existen excepciones, y excepciones terriblemente descomunales. Los libros se publican no porque los escritores sean buenas o malas gentes, como dice el argot popular, sino porque, 1º: son literariamente aceptables, 2º: porque se venden, y 3º: porque hay que publicar para no caer en la vergüenza del déficit de publicaciones. Cuando una editorial cae en el denominativo de Prostíbulo, es cuando replica varias continuaciones de un libro que editó primero y se convirtió en “Best Seller” en su 78

momento: Si a un autor se le ocurre escribir sobre los valores, pensando que los demás son estúpidos o que él es demasiado perfecto como para enseñar algo, pero que al mismo tiempo es considerado por los terceros como bueno, por no mencionar su eficacia narrativa o didáctica, es incluso pasable hasta el punto de ser un aporte intelectual, como en su tiempo demostró ser Og Mandino con su primer libro; pero si la editorial percibe una ganancia excepcional con réplicas o continuaciones de la obra ya mencionada, y que estas réplicas se las siente escritas para la dinámica de lucro y no como aportes propios para el beneficio de la sociedad, entonces allí baja el prestigio de la editorial más que el prestigio del autor. La editorial que reproduce libros que son sombras de sus predecesores (“Más allá del Código Da Vinci”, “Más allá del Secreto”, “Los siete hábitos de los adolescentes altamente efectivos”, por no mencionar otros que atentan contra la inteligencia de los lectores), pierde el prestigio que poseía antes. Es obvio que su objetivo es ganar dinero, pero por lo menos que ganen dinero sin perjudicar a los lectores novatos que están a la busca de libros que les digan qué hacer. Los editores no son demonios que saben leer la mente de los escritores y saben el futuro al revisar los dedos de los transcriptores. Son gente que tiene, además del objetivo de ganar dinero, el objetivo de mostrar más calidad que funcionalidad unilateral. Por respeto a la población letrada, es necesario distinguir más entre libros Prostitutos, que entre editoriales entusiastas. Gracias a editoriales como “Bruguera”, “Montaña Mágica”, “Monte Ávila Editores” y “Oveja Negra” la gente de nuestro país pudo conocer a Elie Wiesel, a Fredrick Brown, a Jorge Luis Borges, a Manuel Scorza, a Carlos Fuentes, a Guadalupe Dueñas, a Kwame

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Nkrumah, al mismo Juan Rulfo y a muchos más autores y autoras que de seguro nunca llegaríamos (me incluiré) a conocer si no existieran. El mecanismo de las editoriales es similar al de un Prostíbulo, pero solo en su función: atender al cliente y conseguirle el producto. La seriedad de las editoriales no debe ser como la de los prostíbulos; tienen que ir más allá; exigir criticidad si son libros con objetivos de superación, seriedad científica en el caso de investigaciones, y calidad literaria si se trata de narrativa. Lo demás, depende de los consumidores. Llegará el día en el que tanto escritores como lectores vean con una perspectiva crítica a la literatura, sea científica, narrativa, problemática o técnica.

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13.

ALGUNOS CASOS TRISTES: LA LITERATURA NO-PROSTITUTA 1

Algunos escritores de verdad (gente que produjo obras maestras de la literatura), no llegaron a ser comprendidos, o tuvieron que saltar antes que los atropellara el destino, o simplemente se arrojaron al vacío de la muerte sin explicación alguna. Lo curioso es que a estos genios, el destino fatal les propició la inmortalidad de sus obras, o sus obras mismas propiciaron que se los recuerde vivos, como dioses que alguna vez manejaron los hilos del destino de héroes que inspiraron a oportunistas como Walt Disney a crear historias como “Los piratas del Caribe” (salido, patéticamente, de “El Corsario Negro”, de Salgari y de “La isla del tesoro” de Stevenson), o a directores de cine a hacer piezas cinematográficas llenas de color y filosofía (Kafka y su “La muralla China”), o a nuevos escritores en sus dudosas fuentes (Lovecraft en toda su producción). Lo cierto es que ellos demostraron que la literatura era un trabajo, un sacrificio enorme y no una feria de circo ni un prostíbulo en donde el producto es funcional. Aquí algunos ejemplos: “A mis editores: A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi-miseria o aún peor, solo os pido que en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari.”40 El caso de Emilio Salgari es bastante fatídico en cuanto que él no era un escritor nacido en la miseria. Era un personaje más del mundo literario burgués de su época. Las ganancias de sus libros eran mínimas comparadas con lo que ganaban sus editores. Gracias a él podemos saber que varios autores que leían a Robert Louis Stevenson o las crónicas de

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Carta escrita por Emilo Salgari antes de suicidarse, el 25 de abril de 1911. la famosa carta se puede encontrar en diversas páginas web que demuestran que, a veces, el ser un genio literario no lo es tenerlo todo.

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piratas lo tomaron como referencia única de creación. Además fue uno de los primeros escritores en introducir un héroe extranjero a las aventuras “europeas”: Sandokán. La miseria en la cual se encontraba, las deudas y la indiferencia editorial lo impulsaron a un intento de suicidio en 1909 que falló, pero que dos años más tarde se repitió hasta consumarse: se abrió el estómago al estilo Sepuku y dejó un legado y una de las cartas suicidas más famosas hasta el momento. Ejemplos de suicidios hay de muchos colores y tamaños, algunos cometidos por pobreza, otros por enfermedad, y otros que son un misterio: Jack London se suicidó también, pero con morfina, y con cianuro el cuentista Horacio Quiroga; gracias al primero conocemos novelas como “Colmillo Blanco” o “El llamado de la selva”, preferidas en la literatura para jóvenes y para adultos que sueñan, mientras con el segundo podemos estremecernos gracias a joyas como “El almohadón de Plumas” o “La gallina degollada”. Sean suicidas o no, todos escribieron porque necesitaban escribir, no porque creían que la gente necesitaba de ellos. Que la gente los lea, los acepte o los tome en cuenta, da igual. Lo importante es que ellos hicieron historia. Virginia Woolf escribió con exquisitez piezas tales como “Al Faro” y “La señora Dalloway”, suicidándose años más tarde por el miedo que le tenía a llegar a consolidar el destino que sus antepasados habían sufrido: la locura. Otro autor que puede dar cátedra en cuanto al cuento como fuente de conocimiento y de sacrificio literario es Howard Philips Lovecraft, que murió de cáncer en el estómago y en la completa miseria, pero que fue el fundador de la literatura fantástica materialista, por la cual autores contemporáneos como Stephen King o Clive Barker, y, autores mayores de su tiempo, como el mismo Jorge Luis Borges, aceptaron como influencia para sus obras. 82

Pero la tristeza carcome cuando se recuerda a un escritor boliviano desconocido para muchos, pero que pasó a la otra vida, siendo recordado aún por su cuento “Almha, la vengadora”, que con una facilidad increíble podría ingresar en cualquier antología de cuento latinoamericano: Crispín Portugal, quien demostró que no se necesita estar en los círculos de elites literarias para escribir con propiedad, también se suicidó, con el veneno de los Nadies: raticida, para pasar a la posteridad con mayúsculas sostenidas. Escritores que nos enseñan a pensar; pero que no nos imponen una ideología determinada y solo se concentran en socializar sus historias.

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14.

MENUDENCIAS EJEMPLARES: LA LITERATURA NO PROSTITUTA 2

Hoy en día existen libros que son delicias en el aspecto de la literatura y que no son recomendados en los colegios. Novelas y libros que hay que tomar en cuenta y que despiertan en el lector las ganas de realizar un análisis crítico de la realidad: Manuel Scorza, en el Perú; Juan Rulfo, en México; Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, en Argentina; Miguel Ángel Gálvez, Claudio Ferrufino, Rodrigo Hasbún, Jaime Nisttahuz, Wilmer Urrelo, en Bolivia; y muchos más que son el ejemplo clarísimo de que se estuvo produciendo y que se produce ahora en Bolivia, para el porvenir de la literatura, por el respeto a las personas que son lectores en potencia. No obstante, la promoción de estos autores debería ser continua y beneficiosa para toda la población y no la promoción de autores que se abren camino a solas y quieren meter en las cabezas de las personas, mediante influencias, la idea de que sus libros Prostitutos sí valen la pena: en 2011, por ejemplo, se invitó a Cuauhtémoc Sánchez a la Feria del libro de Cochabamba, y algunos escritores del contexto respondieron que aquello era algo terriblemente erróneo. ¿Acaso no se podía haber traído a escritores de otra categoría de libros, como Paco Ignacio Taibo II o al menos Carlos Fuentes?, ¿valía la pena la inversión, es decir, semejante gasto de dinero?, ¿fue verdad que Cuauhtémoc Sánchez llegó custodiado por carros blindados y seguridad digna de la reina del Pop y que no permitió que le hicieran entrevistas si no salían de medios conocidos o al menos de carácter “Nacional”? Habría que preguntar a los responsables de la Feria, esa gestión, por qué se inclinaron más al beneficio económico que al literario de verdad... Hoy se puede ver que hay iniciativas de difusión para autores que recién están abriéndose camino al oficio de las letras. Revistas como “88 grados” o la ya clásica 84

“Correveydile”, que es organizada por Manuel Vargas, siguen en su trabajo de tomar el pulso de las letras bolivianas, y solo por mencionar estos dos ejemplos, hay muchos, muchísimos que en el país están intentando mejorar la perspectiva de la literatura de verdad, y no solamente los manuales “para ser feliz o saber respirar”. También se puede ver que están abriéndose nuevos espacios de competencia literaria con certámenes como el “Nacional de cuento Franz Tamayo” y el “Plurinacional de cuento Adela Zamudio” en el género Cuento; el Nacional de Novela de “Santillana”, el Plurinacional de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz” y el Internacional de novela independiente “X”, organizado por editorial “El Cuervo”. Por lo visto, poco a poco, se está promoviendo a las letras por lo que valen, por lo que son, y también por los que deberían ser en Bolivia. Tan solo falta esperar, y mientras tanto, seguir trabajando.

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15.

NACIMIENTO DE UNA CONCIENCIA CRÍTICA: LA LITERATURA COMO TRABAJO SERIO 1

El hacer una novela o un libro de cualquier índole no depende tan solo de inspiración ni del pensamiento de si se venderá o no. Veamos algunos ejemplos, el primero de Jesús Lara: “...No creo en la “inspiración”, ese estado de gracia que querían atribuirse los poetas de otro tiempo. A mi modo de ver, no se trata sino de la mayor o menor disposición de ánimo para poetizar. Nunca me dejé conducir por la intuición ni por la inconsciencia. Mi obra siempre fue elaborada a base de meditación y con el concurso de una rigurosa selectividad...”41 Otro ejemplo, el de Stephen King, que aunque es un “Best Seller”, logra tener mucha razón cuando dice: “En mi opinión, el valor emocional es lo más importante. Pretendo hacer reír o llorar cuando escribo una historia... o ambas cosas a la vez. En otras palabras, pretendo hacerme con el corazón del lector. Si lo que quieren es aprender algo, vayan a la escuela.”42 La conciencia crítica debe estar tanto en los lectores como en los que escriben, pues una sociedad que no cuestiona algunas cosas, pensamientos o estilos de vida, es una sociedad vacía, con modelos o corrientes educativas reproductoras, que no hacen más que mantener la situación o cambiarla superficialmente, pero no transformarla. Depende de los lectores, depende del sistema educativo, depende de los padres y de las madres; todos ellos poseen la dirección hacia la criticidad, solo les falta la conciencia y la

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Gumucio Dagrón, Alfonso, “Provocaciones”, ed. Los Amigos del Libro. 1977. La paz - Bolivia King, Stephen, “Todo es eventual: 14 relatos oscuros”, ed. Plaza y Janés, 2003. Barcelona – España.

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humildad para aceptar, como el joven postulante a discípulo de Kung Fu, que están ante una coyuntura superficial, pero como es así, superficial, puede ser fácil de quebrar, fácil de constituir como nueva. Una nueva sociedad en la cual los estereotipos sean leyendas urbanas, y en la cual el respeto y las relaciones humanas sean fundamentales para el desarrollo de la conciencia nacional. Una sociedad en la que se traten a las personas como lo que son: personas, y a los libros, pues claro: como libros.

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16.

CONCLUSIONES: LA LITERATURA COMO TRABAJO SERIO 2

No hay peores conclusiones que las que no llevan a ninguna parte: ya leyó el ensayo, es breve. Toma desde hechos reales, hasta concepciones subjetivas de lo que es correcto o incorrecto en literatura; se toma la libertad de escupir sobre el rostro de algunos autores de literatura de superación personal y se mantiene con la nariz en alto para juzgar a los editores y editoriales. Pero es un ensayo que ya culminó. La dimensionalidad crítica del ser humano debe nacer en alguna parte, contexto y coyuntura, para que el porvenir no sea tan imperfecto como el actual. La criticidad para elegir entre escritos, cuestionarlos e ir hasta el límite de rechazarlos o no, depende exclusiva y concluyentemente del lector. Las prostitutas son sujetos necesarios para la sociedad por su funcionalidad: acompañan y refugian a los desesperados, a los bohemios tranquilos que no han sabido encontrar una pareja estable y a otras personas cuya vida parece normal; lo ideal sería que las prostitutas no fueran necesarias en el momento que no exista la necesidad de su existencia; algo casi utópico, pero muy remotamente posible, quizá cuando la humanidad logre algo de dignidad para todos y cada uno, y cuando la paradoja de la igualdad deje de ser una paradoja. Por el momento, ellas sirven como medio para la catarsis de la soledad que sufren los hombres. Pocas mujeres sufren de esta enfermedad afectiva, pero muchas sufren de cambios afectivos que pueden hacer que caigan en el consumo de placebos pasivos, como determinantes para cubrir las grietas de sus emociones temporalmente. Los seres humanos no requieren de influencias tópicas o de moda; necesitan un espacio para ser, no para intentar ser. 88

Ya leyó el ensayo, el cual no plantea más cosas que las comunes y corrientes; además, esto es supuestamente un ensayo, y requiere de conclusiones... las conclusiones están en su mente, así que lo mejor será que se queden allí para que le sirvan a usted. Yo no tengo ningún derecho como para decirle qué hacer. Usted decide si este libro es aceptado o simplemente pasa a la lista de los libros más irritantes o menos apacibles de su biblioteca. Hasta otra oportunidad.

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Un hombre de letras (2011) Hace casi tres años intenté componer una parodia sobre el escritor boliviano promedio, aquel que se siente un predestinado y que se enoja por cualquier cosa que le digan sobre sus escritos, la clase de tipo que rechaza de un zarpazo las opiniones de los demás y se queja por su propia eficiencia explotada, que siente que es “víctima de su talento” y que no lee nada pero que se sabe los argumentos de las novelas que critica. Esa clase de tipo que siente que no es comprendido por esta generación, y por lo tanto, condena al pensamiento que lo rechazó... ya saben. Este cuento fue publicado en una página web encargada de socializar literatura latinoamericana de todo tipo, mezclando arte visual y/o plástico con los escritos de los autores. A algunos lectores de este cuento no les llega el mensaje, y dicen: “interesante, interesante”; a otros les resulta ofensivo, y a otros, entre los que me incluyo yo, su lectura les resulta hilarante, y en verdad fue la primera vez que escribí comedia con alevosía y ventaja; es decir, sabiendo qué era lo que deseaba conseguir; el cuento “Un hombre de negocios” de Poe, también fue una fuente de “inspiración” para este cuento; ahora, al leerlo y comprenderlo, creo que salió bien. Por un momento, incluso, me reconocí en las actitudes del narrador, en sus reacciones y en sus opiniones, y cuando pienso en eso, llego a una conclusión: la literatura también puede ser un espejo.

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UN HOMBRE DE LETRAS «Lo peor de esta ocupación es que hay demasiada gente que se siente atraída por ella, y en consecuencia, la competencia resulta excesiva.» Edgar Allan Poe, Un hombre de negocios

1 Siempre necesité dinero. Sí, y es que nunca fui del tipo divinamente acomodado en un empleo por sus eternas influencias, ni tampoco del tipo activo de la clase trabajadora, acostumbrado a levantarse a las cinco de la mañana para empezar a soldar catres o lijar lomos de autos brasileros. Era, como quien diría, un perfecto inútil, y no me siento culpable al decirlo. Siendo francos, escribir es lo único que, hasta ahora, ha llegado a gustarme completamente, por eso creo que he nacido para hacerlo. Desde mis seis años, por ejemplo, sujetaba el lápiz como un maestro: rayaba, dibujaba y garabateaba, hasta que mis padres se veían obligados a castigarme cada vez que descubrían mis trabajos plasmados en las paredes, en los muebles, en los materiales de tapicería del taller de papá, y bueno, en todo lo que me rodeaba. Después de innumerables palizas, y al darse cuenta de la inutilidad de aquellos recursos, por fin me compraron cuadernos. Mi infancia transcurría con lentitud pero avanzaba sin chistar, y las preocupaciones, aunque todavía no horadaban mis pensamientos, estaban allí y yo las conocía muy bien. La televisión fue la primera en enseñarme que los escritores eran tipos de camisas oscuras, peinados afeminados y que, en la mayoría de los casos, vivían en Perú, Argentina o en cualquier otro país, menos en Bolivia.

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Así, mi infancia pasó, y la adolescencia se convirtió en un espacio de constante duda por haber escogido una carrera tan compleja. Por momentos creí que todo era culpa de los genes, y que debía ser realista: todos mis hermanos, parientes y no parientes pero casados con mis parientes y que ahora eran considerados, lamentablemente, mis parientes, eran obreros. Algunos eran tapiceros; otros, mecánicos; otros, albañiles, y así, la lista se arraigaba hasta mi tatarabuelo, que fue uno de los panaderos que inventó la famosa marraqueta durante los años de la guerra del Pacífico y que ahora pareciera aventurarme toda su mala suerte... Pero esa es otra historia... ¡Ah! ¿A que no parece un buen inicio para un cuento? Un antepasado famoso, que parece manejar desde la tumba el futuro del tataranieto desafortunado... Lo mío era harina de otro costal. Y es que es demasiado difícil ser un intelectual en estos tiempos en que una carrera técnica es la mejor opción para dejar de ser pobre; como mi familia, que está en los talleres para vivir en paz, técnica y mecánicamente (cuando pelean, utilizan la técnica de las herramientas mecánicas contra la cabeza). En fin, todos mis hermanos y primos habían demostrado que se podía volar sin la ayuda de la mamá pájara. ¿Y yo? Yo seguía en el nido, acosando al destino para que este terminara por anunciarme que no sería nada si no me esforzaba o, por lo menos, viera la realidad y dejara de perder el tiempo. Sí, indudablemente, mi destino era el de ser un gran escritor. Pero no tenía computadora. No había dinero para comprar una computadora en que escribir y almacenar mis trabajos. Y ¿Qué podía hacer?

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Cientos de concursos habían pasado y mis creaciones ya estaban quejándose de artritis por estar guardadas en el fondo del cajón. Cuando cumplí veintiséis años, cien relatos y cuatro novelas (me enorgullezco de tres relatos de acción con robots y extraterrestres y de una larga novela escrita a mano, que trataba de un viejo que no podía correr porque ya era viejo43), sentí la necesidad de mostrarme al mundo de una vez por todas, y por eso decidí pedir un crédito. Pero, ¿para qué arriesgarme? Muchos de mis amigos habían dicho que mis cuentos les habían fascinado 44, por eso, valía la pena arriesgarse: yo ya sabía que les fascinarían, pero me sorprendió escuchar sus halagos. Para el efecto, mis padres me ayudaron con la garantía, y sin tanto papeleo ni demasiada espera, sucedió. La primera persona que conocí para llegar al préstamo fue la “promotora” (así se autoproclamaba esta mujer, aunque mi madre siempre las llamó, por lo bajo, “alcahuetas”) quien era fea, y no exagero cuando digo fea: lo era hasta más no poder. Creo que habría sido, al menos, un poco atractiva si se hubiera peinado con calma, quitado el maquillaje de sobra y si no mirase a los demás con ese gesto de soltera-despechada... Pero no: era fea, y parecía que le gustaba ser así: solemne y formal, siempre hablando como si masticara coca y tomara vodka ruso a la vez; siempre añadiendo a sus frases el “por favor” de rigor, ya que todas sus oraciones implicaban indicaciones, órdenes y sonsacamientos, para saber si le entendíamos o no. Yo no la miré como si fuera un estafador; solo mostré mi rostro de niño necesitado, y es que, en realidad, necesitaba el dinero. 43

La novela se titula “El perrito rió”, y será publicada Post Mortem. Hice un sondeo y a un noventa por ciento de mis amigos les gustó mis trabajos. Tal como lo esperaba, el sondeo certificó que estaba destinado a la posteridad en el mundo de la literatura. 44

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Ella, como era de esperar, no sonrió. Era fea, claro, pero hizo bien su trabajo. Por eso me favorecieron con el préstamo, y compré la mentada máquina, sabiendo que estaba realizando una sabia inversión.

2 El primer concurso de cuento en el que participé, ya con la computadora como mi mecenas particular, resultó todo un fiasco. Después de mandar mi cuento, descubrí que había siete errores ortográficos en la primera, y tres de concordancia en la segunda (y última) página. Pero lo más terrible fue descubrir que aquel era un concurso que pedía diez páginas por cuento como requisito mínimo. Era indignante que en las convocatorias no indicaran el formato de presentación en las primeras páginas: mandé una carta a los organizadores del concurso, acusándoles de boicot por no especificar la extensión, al menos por respeto, en la primera página. Así, aprendí, como primera lección, que antes de decidir participar en cualquier concurso, se tenía que leer bien (y por completo) una convocatoria. En mi segunda participación, me fue peor. Envié un cuento extenso que tenía un desenlace dramático muy bueno, y luego noté de que en la convocatoria figuraba una palabra que había malinterpretado ingenuamente: dramaturgia. Se imaginarán el papelón. Mandé otra carta, reflejando mi tremenda decepción, dije que era una vergüenza que no fueran claros en la cuestión del estilo de la obra al momento de publicar una convocatoria. Así, sabiendo que no me responderían, como segunda lección, compré un libro de géneros literarios. 95

3 Después de numerosos concursos, noté que me estaban tomando el pelo, haciéndome pensar que no era tan bueno como creía: si alguien me dice una vez que soy un estúpido, no le hago caso; pero si muchos me lo dicen cada vez que asomo la cabeza para escucharles, comienzo a molestarme. Además, ¿quién decide qué es bueno y qué es malo? A muchos les gusta lo que escribo. Se diría que participé, injusta e infructuosamente, en más de diez concursos, invirtiendo en vano lo poco que tenía. En todos esos “concursos”, el congratulado siempre era alguien ya conocido (con ser famosos ya tienen un punto a su favor), u otra persona que nunca había imaginado participar y que decidía usar el dinero para hacer algún diplomado en el exterior; bueno, reflexioné: si las personas que no eran tan necesitadas ganaban concursos, yo no tenía por qué mostrar esa necesidad tan directa para llegar a una mención por lo menos. Esa fue mi tercera lección. La cuarta vino un viernes en la voz de la “promotora”. Tenía cerca de diez días de atraso en el pago del préstamo, y ella me había llamado al celular. No gritó, pero su voz tenía un cierto tono de orden y de orgullo herido. Me disculpé amablemente. Cuando me dijo que no quería ser mal vista por la institución, a consecuencia de mi “dejadez”, le dije que no se preocupara (pero dentro de mí la mandé al carajo). A la mañana siguiente deposité el dinero requerido (había vendido tres chamarras de cuero en el Barrio Chino de La Ceja), y escribí un cuento, imaginando la vida privada de aquella mujer.

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De mis devaneos saqué una teoría: la mayoría de las mujeres que se denominan “coordinadoras” o “directoras” de algo, no pueden coordinar sus propias vidas. Se creen tan independientes, que no aceptan una mano de vez en cuando. De ahí mi quinta lección: las vidas de los demás no solo sirven para criticarlas, sino también para escribirlas. Me impresioné por la claridad de mis pensamientos. Comencé a escribir cuentos así de complejos: que reflejaran la vida de alguien y que de ahí se sacara una teoría: los viejos siempre hablan de política cuando llegan a los cincuenta; los estúpidos critican la forma y no el fondo de un cuento; los padres que tienen hijos inteligentes, los odian en secreto, etc. Pero lo que no me dejaba escribir en completa inspiración, era que todavía no sabía de dónde sacar el dinero para las cuotas que se avecinaban como una avalancha de nieve tibia y enferma. Y lo peor de todo: eso me atormentaría cada fin de mes.

4 Necesitaba dinero. Se aproximaba el siguiente concurso y estaba desesperado. Y también necesitaba escribir tranquilo, sin deudas, sin problemas. Todavía no escribía mi obra maestra. Y necesitaba escribirla tranquilo, como todo artista crea... sin ser perturbado nunca... No había ganado ningún concurso porque, estaba seguro, había sido ignorado por ser tan complejo. Dentro de cien años nacería gente con mis pensamientos, con mi percepción de las cosas. Gente que valoraría mi trabajo, que leería mis escritos y entendería. Gente que inmortalizara mi obra maestra. 97

Bueno, hasta entonces, no tenía trabajo ni dinero. Y el tiempo se desplazaba como si fuera hecho de viento: la fecha de vencimiento del préstamo estaba a la vuelta de la esquina y ya no tenía chamarras para vender, y, para colmo, mi computadora se había infectado con un virus que parecía venéreo. Debía bajar la cabeza y pedir ayuda a mi familia. Acompañé a mi padre en un contrato de tapicería y gané un poco de dinero, el cual me aseguró tres meses sin la presión del banco y, durante todo ese trajín, me sorprendí notando que, prácticamente, había abandonado mis jornadas de escritura. Debía volver a mi rutina porque valía la pena seguir; mis últimas creaciones estaban muy bien, y más que todo la historia de la “promotora”: de su vida aburrida por estar todos los días haciendo lo mismo, de su virginidad entregada a plazos a algunos de sus colegas, y de su ego cuando alguien trataba de flirtearla porque ella estaba destinada a ser feliz por el azar. Leí el texto y aunque me gustó mucho, creí que necesitaba más acidez. Lo corregí una, otra y otra vez hasta pensar que no era un cuento, sino un conjunto poéticamente frío de palabras (y así lo era) referidas a una mujer que era fea, soltera y exigente. Pensaba que estaba en buen camino. Estaba creando un cuento inolvidable, impasible, inmortal. Al fin, me dije. Al fin estoy en mi elemento.

5 Con el entusiasmo en el corazón, comencé a averiguar sobre concursos más prestigiosos y limpios, y donde el jurado fuera más inteligente (o sencillamente menos insobornable). Escribí y corregí mucho más, y los tres meses pasaron como un suspiro. Estaba a mitad de la composición de mi novela que trataba sobre un muchacho irresistible pero pobre que 98

debía una considerable cantidad de dinero al banco, y que decidía escribir una novela para ganar un concurso para, así, poder librarse de la deuda, y que finalmente la ganaba porque los jueces estaban a su altura intelectual, permitiéndole a él, de esta manera, iniciar una carrera exitosa, compartiendo con el mundo su genialidad. Y de pronto, por casualidad, encontré una convocatoria en un pedazo de periódico que iba a servirme como papel higiénico. Si ganaba, mi lío monetario acabaría. Preparé el relato titulado “La promotora”. Le di una profunda revisión, pero antes leí con cuidado la convocatoria y llamé a informaciones para que me recalcasen los detalles que no comprendía (aprendí qué significaba la palabra plica); compré mucha tinta, papel, e imprimí el cuento. Hice cinco copias más. Compré dos sobres, preparé la carta y gasté siete bolivianos quemar una versión digital, hice anillar las seis malditas copias del cuento y fui a dejarlas a la Biblioteca Municipal.

6 Seguro de mí mismo, esperé los resultados durante tres meses. El concurso se declaró desierto. Perdí, al igual que ciento cuarenta participantes.

7 Ciento cuarenta personas no habían ganado, y entre ellas estaba yo. Me fue difícil aceptar semejante verdad... yo, ellos, nosotros quedamos sin premio, ni presentaciones de libros ni fiestas en antros jailones ni nada parecido. 99

¿Qué se supone que harían con el dinero del premio? Y yo, para colmo, hice cuentas: gasté cincuenta bolivianos en todo el trámite: las impresiones, el sobre, la copia digital, los pasajes y un helado. ¡Carajo, cincuenta bolivianos a la nada! Me había dicho que no creería nunca en los concursos, que los jurados eran unos tipos que no sabían nada de nada, que más que saber, aprobaban a quienes les hacían el favor, que eran una manga de... Me tranquilicé por un momento: al menos nadie había ganado, confirmando que mi relato “La promotora” estaba bien. Dos días más tarde, mis amigos, indignados porque yo no había ganado, me dieron la razón: aquel relato era una obra maestra. Pero a pesar de serlo, eso no quitaba mi preocupación: los tres meses pagados ya habían pasado y yo seguía sin dinero.

8 Una mañana, la “promotora” me llamó al celular. No contesté. Tenía casi la mitad del monto y ya estaba con un atraso de más de diez días. No sabía qué vender.

9 Esa noche no había podido dormir. Rondando por las calles, a las dos de la madrugada, cavilando, preocupado por mi deuda y por mi futuro, fui sorprendido por un viejo borracho que circulaba por las calles de Villa Dolores. Traté de evadirlo.

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El borracho se me acercó (siempre pasa lo mismo), y me preguntó si estaba interesado en ganar algo de dinero. Le miré, tratando de encontrar en esos ojos el chiste oculto o las intenciones homosexuales. Reconocí ojos soñolientos. Nada del otro mundo. Accedí, recalcando que no era maricón y que me emputaba rápido si me presionaban. Me señaló un portón rojo, con púas en la cúspide. Me dijo que trepara y que, por favor, abriera por el otro lado porque había perdido sus llaves. Dudé un momento (había visto cientos de veces películas en las que una ayuda terminaba siendo una carnicería); el borracho me dirigió una sonrisa de Papá Noel y movió la cabeza, animándome. Llegué con cierto trabajo arriba, di la vuelta al portón, y pude descubrir, casi sin respiración, que un rotweiller me sonreía (¡sí, me sonreía, pero no tenía nada de gracia!), desde el otro lado. Estaba firme, con sus cuatro patas y su fría mirada clavada en mi humanidad, y la distancia entre sus mandíbulas y mi trasero era de cinco metros: dos de altura y tres de recorrido. Dudé un poco. Miré al hombre, que seguía sonriéndome. Necesitaba el dinero. El perro comenzó a acercarse, gruñendo. No me importó. Usé mi pierna izquierda para deslizar la cerradura (colgado todavía del portón), y traté de subir para salvarme. Pero ya era tarde...

10 ¿Saben qué sucedió después? ¿Quieren saberlo? Pues cómprenme el libro cuando lo publique.

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11 Aunque no tiene nada de increíble, ya conté casi el setenta y seis por ciento de mi historia, y creo que debía haber puesto muchas otras cosas, detalles, datos ocultos, no tantos guiños, ya saben. Ahora mismo estoy acabando una nueva novela, semejante a esta confesión, y me preocupa saber si estoy en buen camino o no, y cuánto voy a gastar en todo. Gracias a mi padre, trabajo atendiendo una tienda a tres cuadras de la Ceja. Entro a las nueve de la mañana y salgo a las tres de la tarde. Ahora sí tengo tiempo para leer (debo hacerlo: sexta lección). Y aunque debiera estar tranquilo, mi preocupación por escribir se hace cada vez más intensa. Pero eso no quita que tenga más historias que contar. Hace una semana o más, mientras estaba sentado en la banqueta de una plaza, tratando de tragarme la tarde porque eran recién las cuatro, reconocí a la “promotora” paseando junto a un tipo no tan feo, ambos bien amarrados por las cinturas, con sus sonrisas y con un dinero que de seguro gastarían esa tarde en algún privado. A pesar de que ella mantenía su mirada virginal y amargada, parecía hermosa. Entonces construí una nueva teoría: quizá ambos fueran feos, y feos a morir, que solo mostraban su esencia por separado, y cuando estaban el uno al lado de la otra, podían complementar su fealdad y transformarla en algo agradable. Como en la matemática: menos por menos, igual más. Me di cuenta, entonces, que había escrito su relato creyéndome el lindo. ¿Será eso una lección de vida? ¿La séptima lección? ¡Bah! Ahora mismo, paralelo a la novela del joven escritor triunfador, trabajo en un libro de cuentos al que denomino “Los Rechazaditos: Antología de cuentos incomprendidos”, fumo, y a veces bebo. Necesito tiempo para pensar qué más podría escribir, y vivo esperanzado 102

con ganar un premio de novela que sé que nunca llegará (Tercera lección: no tengo por qué mostrar necesidad para ser reconocido). A veces me siento muy obsesionado por llegar a la perfección, porque, maldición, cada vez que reviso un escrito considerado definitivo para la impresión, me doy cuenta de que las palabras subrayadas en verde o azul que la pantalla de mi computadora me muestra, son palabras escritas erróneamente o descubro, leyendo el periódico, que unas palabras en tiempo pasado llevan acento al final y que en mis escritos no estaban así. Y cuando mi padre me pregunta si me he enterado de los resultados de algún concurso, niego con la cabeza, esperando que ya no pregunte; y cuando me pregunta que qué se supone que escribiré una vez que termine la novela, o cuando he terminado un relato y me ve perdido en la nada y me repite la pregunta, y escucho las mismas palabras y la mirada interrogante, pienso en que todavía no surge una generación inteligente que llegue a comprenderme, y que, cuando lo haga, todos, historiadores, literatos y demás, dirán con admiración: Ahí va el señor Dustin Canqui, el literato a quien todos nosotros deberíamos leer, el famosísimo Dustin Canqui, que escribe tan bien, que hipnotiza... Pero de pronto me pongo a pensar en los errores de la novela que envié en abril, en la “promotora”, en su novio y en la fecha del plazo para el depósito... y cuando esas ideas se me meten en la cabeza, solo puedo decir: Mierda. Y cuando dejo de pensar en todo eso, solo queda la palabra. ¡Mierda!45

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¿No les parece un final excelente? ¿Un final original? Creo que no existe un final tan contundente en toda la literatura universal, ¿verdad? Ése es mi máximo consuelo: saber que puedo ser original, en todo sentido, sin necesidad de influencias. Y de seguro, después de que lean esto, esta expresión mía, solo mía, se inmortalizará.

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Moral en tiempos de doble moral (2013) ¿Para qué ser tan hipócritas?, necesitamos de trabajo serio y aunque sea un tanto vulgar en mi sentido de análisis, este artículo trata de mostrar lo que sé y cómo lo expreso cuando necesito hacerlo.

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MORAL EN TIEMPOS DE DOBLE MORAL «...Si a los demás les gusta, para mí es una ciudad muy mala, trágica y perversa, que me ha hecho zapatear las veces que ha querido; no le encuentro ningún atractivo en cuanto a “turístico”, ni siquiera en el plano “paceñísimo” como decía Raúl Salmón; es una ciudad muy agresiva y es más, destruye, bueno, a los marginados, a los parias y a los inservibles como yo, que parece que no tenemos cabida en esta ciudad: somos una especie de material desechable y fácilmente renovable: nunca me ha gustado la ciudad (...), para vivir permanentemente, no, (...) satura y a la vez enferma. Una mierda es esta gente... los odio, hasta por ahí nomás pero...» Entrevista a Victor Hugo Viscarra por Patricia Martínez Marttey (2003 - 2005)

Leyendo algo de historia, descubrí que a Isaac Babel lo mataron por ser un opositor inteligente (no como ahora, que los opositores son tan irracionales como los del partido de gobierno), que Joseph McCarthy acusaba a todos los que le discutían de ser “comunistas” (como algunos más que algunas, nos acusan de machistas-cochinos-violadores e ignorantes a todos los que tenemos pene y nos expresamos de forma un tanto ruda), y que el gran Franz Tamayo acusaba de “cretinos pedagógicos” a todos los que le recordaban un dato fallido en sus devaneos posteriores a su gran época. Leyendo historia, uno puede darse el lujo de darse cuenta que no todo es como se presenta en la televisión, que incluso ahora existe una doble moral encasillada y que todos se aferran a la moda para proclamar que sus inteligencias están por encima de la media común y corriente. Como ha aparecido un tal Jorge Clavijo que mató a su esposa a cuchilladas, y para colmo, frente a su hijo y a su suegra en una fecha tan “festiva” para muchos (carnaval), ahora todos son anti-machistas, se rasgan las vestiduras y exponen su apoyo incondicional a la equidad de género tratando de mostrarse correctos incluso al momento de exponer sus gustos o expeler sus gases. Ahora todos tenemos conciencia, queremos hacer notar a los demás que llevamos un estilo de vida independiente y “original”: publicamos fotos de

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nosotros en gimnasios, en pueblitos, frente a la enorme virgen orureña, en pubs, en locales y en parrilladas de fin de semana; nos mostramos todos sanos, todos estúpidos, todos serviles a la red social; apoyamos a que La Paz consiga ser una de las maravillas nonaturales y apretamos el botón de “me gusta”, pensando (los varones, claro está) más en los pechos de Giovanna Chávez que en la cuestión de si realmente La Paz será maravillosa o no; estamos dentro de una sociedad doble-moralista y nos damos cuenta perfectamente de ello, pero no nos preocupamos por ejercer presión sobre la piel que oculta la pus. Recientemente, tras el asesinato de Hanalí Huaycho, han aparecido miles de publicaciones en la red y en los medios de comunicación tradicionales, desde los famosos gritos al cielo, hasta los menos famosos artículos que dejan mella. Uno de estos artículos, titulado “15 puñaladas”, muy bien escrito y presentado por Arturo Choque Montaño, sirvió de comidilla para esas personas que sólo se “concientizan” por la moda. Y la moda, precisamente, no dejó títere con cabeza al momento de exponer la ironía de la publicación por medio impreso de esta producción que debiera tener mejor suerte. Veamos, en el facebook se publicó “15 puñaladas” con gran participación en los comentarios de los lectores. Sin embargo, la misma nota fue publicada en la revista “OH!”, del periódico La Prensa, el 17 de febrero de 2013, pero con una distinta dirección: fue publicada con el ridículo título de “el Diario de Hanalí”, quizá más para vender que para concientizar. El título, que llamaba más a tratar de conocer el diario de una persona que sufría maltrato y acoso de su ex-pareja, mostraba la misma nota, “15 puñaladas”, con sus tres fotos de rigor. Pero el detalle escabroso en donde se descubre la doble moral, y doble moral descarada, se centra en la portada de tal revista: no vemos algo digno de ser “antimachista”, sino todo lo contrario: vemos a una Hannah Kusstatscher, recostada sobre unos 107

ladrillos, exponiendo su extra-ordinario y extra-njero cuerpo, y demostrando la intencionalidad de la revista: vender y vender de la forma más descarada que pueda hacerse. Claro está, la revista “OH!” posee artículos muy interesantes y funcionales, pero también tiene su espacio de tres o cuatro páginas de “Club Social”, llamado “Paparazzi”, en donde vemos a personas sin nada de especial más que el ser fotogénicas... y uno se pregunta: ¿han dejado de sacar el suplemento “Fondo Negro”, pero siguen publicando esto? Nadamos en doble moral, pero no hacemos nada por combatirla. El partido de gobierno apoya la ley que castiga el “Feminicidio” (otro término risible incluso desde su etimología, pero que es apoyado por sociólogos y trabajadores sociales de forma casi patológica), y después habla sobre impuestos a mujeres que no se embarazan... se habla en la televisión sobre la lucha en contra de la violencia de género, pero al mismo tiempo se ven programas en donde las mujeres son el plato de segunda mesa, después del fútbol. He visto a un montón de jóvenes que no dan paso a señoras en el bus, y que tienen tatuajes del cuartel en los reveses se las manos. Y dicen que estamos bien, muy bien, que todos tenemos derechos, que nuestra ciudad es una maravilla, bla, bla, bla. Y ahora vamos a lo políticamente correcto desde mi situación individual: Actualmente cargo a mi hijo con aguayo no tanto por pose sino porque me gusta hacerlo así y porque él está cómodo apoyado contra mi espalda: las reacciones de la gente son siempre las mismas, cuando me preguntan: ¿y qué está haciendo su madre?, ¿acaso ella no sabe cómo cargarlo?, ¿es mala y por eso te está castigando?, ¿eres de Cochabamba, acaso?, ¿eres del MAS, acaso?, ¿ay qué pena, se ha muerto tu mujer o te ha abandonado? (esta última pregunta siempre es formulada por señoras mayores cuando me ven solo con Santiago, y de forma más sutil, por mujeres que quieren hacer conversación); las reacciones siempre expresan lo negativo o lo peor, pero lo bueno es que esas reacciones me divierten, 108

y me divierten más cuando me critican por compartir fotos de mujeres semidesnudas a través de esta red. ¿Qué es más doble-moralista, acaso vivir dos dimensiones de una existencia o ejercer dos vidas distintas? Imagino las opiniones de las amigas de universidad, esas que no pueden desarrollar una vida en pareja pero sí saben cómo catalogar a los hombres de machistas por esa dimensión de las fotos compartidas: ¡ay estos hombres, qué indignante, qué indignante...! No soy la rebelde obesa (que critica a la sociedad sin incluir su estado burgués de buen diente) de María Galindo, para convertir una sola visión de vida en un estilo de vida complejo, ni tampoco soy el promotor de la equidad de género número uno de mi círculo de amigos; tan sólo me doy cuenta que la moral en los tiempos de doble moral se confunde o sufre transiciones, y que todos pueden ser Joseph McCarthy, Jorge Clavijo, Jaime Cárdenas o también Simone de Beauvoir. Quizá solo dependa de uno, y si no hay sesera en ese uno, quizá dependa de la moda, ¿si una mujer mata a su suegra, qué propondremos?, ¿la ley contra el Suegricidio?, ¿y qué pasará después?, ¿acaso multaremos a los testículos de los hombres por no producir más espermatozoides y a las empleadas que trabajan en el parlamento por no abrirse de piernas para algunos plurinacionales?

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Arte, usarte o timarte (2014) Este artículo tiene espuma, tanta como para provocar la ola de opiniones indignadas que provocó cuando la publiqué en una red social. Espero que le guste, o al menos le disguste, estimado lector/a, este intento de provocar con verdades ciertas y verdades no tan ciertas.

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ARTE, USARTE O TIMARTE «Eso que se ha llamado “Boom [Latinoamericano]” ha sido tan ensalzado, tan puesto en un primer plano, que ha creado en algunos escritores consagrados, y en otros que no lo son pero que están haciendo su trabajo, una especie de sentimiento de triunfo previo; es decir, que el hecho de ser guatemalteco, o argentino o mexicano, es ya un título de superioridad literaria, lo cual es una lamentable y peligrosa equivocación». Julio Cortázar

Especialmente dedicado a Lucio Torrez Soria (Alias Lucius Mors, alias Lucian de Silenttio, alias “fotógrafo en Torso”, esperando ansiosamente su “muestra fotográfica-artística”) Hace casi dos años, un primo me dijo que la película del “Pocholo” era arte por la sencilla razón de tener éxito en la taquilla; le pregunté si había otra forma de explicar el arte como no fuera por su “consumo masivo”; no supo qué contestar; para él, el arte no era otra cosa que el éxito consumado: Van Gogh, Lovecraft, Kennedy Toole, chúpense eso... Cortázar afirmaba que el Boom Latinoamericano fue arte (y del bueno) porque había nacido de las conjunciones planetarias y de la astrología, gracias a la intervención de “esa diosa llamada Azar...”, pero que aquello no significaba un certificado de garantía de madurez literaria para quien, siendo latinoamericano y escritor, lanzara en aquel tiempo cualquier intento de novela y se autodenominara “autor del Boom”. Conjunciones planetarias y taquilla mediante, últimamente se dice que todo intento por mostrar una visión del mundo es “arte”. Y, parafraseando a Cortázar: ser latinoamericano y “sentirse” artista no es un certificado de garantía para ser artista, y mucho menos para hacer “arte”. En lo personal, no le veo ningún problema a cuestionar la opinión general sobre un producto en particular; Richard Matheson decía que la normalidad era un concepto mayoritario y que, invisible como el ropaje del Rey, muchos podrían ver algo profundo en 111

algo que quizá no fue concebido con ese propósito. Alguien dirá: “pero... y si esta obra despierta algo ajeno al pensamiento del creador, significa que es más profundo de lo que parece...”; así muchas obras literarias, de escultura o de cinematografía han alcanzado un incomprendido éxito dentro de su coyuntura, mas dicho éxito no ha podido aguantar el paso de los años... pero eso ya es otro tema del cual hablaré en otra oportunidad, porque es más complejo de lo que parece. Si bien hay un origen y un lugar desde el cual el artista crea; es decir, hay un contexto, una coyuntura y un pensamiento particular político y social, en el producto en sí no debiera ser “explícito” ninguno de estos puntos, a no ser que el “artista” tenga el objetivo de restregarle al público que él: “es más sensible y más inteligente y, ¡oh, dioses griegos, sabe VER lo que los pobrecitos mortales no VEN!”. La ética de quien hace arte tendría que ir dirigida más a la perfección del trabajo que presentará al mundo y no tanto al intentar demostrar a los demás cómo piensa su cerebrito; por ello la instrumentalización del arte para un fin en particular se ha convertido, hoy en día, en un quiste difícil de extirpar de la mentalidad de muchos. Y es que la naturaleza de este quiste consiste utilizar al arte como placebo coital: pene, vagina, cóncavo o convexo; así, el supuesto artista asegura que está creando arte, pero lo único que hace es optar a una forma de autosatisfacción, una manera más innovadora de masturbación intelectual que pretende mostrar sin mostrar, a los demás, que quien “crea” es “superior” a la “masa”, y más, cuando el artista en cuestión crea su apariencia (su carta de presentación social) en base a iconos “raros” y “únicos”. Por ejemplo, no hay dónde perderse en narrativa desde la misma literatura. Si quien escribe lo hace con el objetivo de instrumentalizar su “arte” mostrando a los demás su superioridad intelectual, no tardará en mostrar un producto pedante y pretencioso; mas, si 112

quien escribe lo hace explotando todos los recursos que posee para contar una historia, hará arte, y seguramente, como decía Cortázar: del bueno. No garantiza en nada que uno sea boliviano, blanco, negro, pobre, rico, o que haga las cosas cómodo o sobreviviendo con una moneda al día, que haya crecido en el campo o en las zonas más acomodadas de la ciudad: la narrativa, como todo arte, debe ser un producto de trabajo y no de pose. Pero como en todo lugar hay cultores de iconos e ídolos, siempre existirán los que perpetúen sinsentidos, que defiendan productos nominalmente “artísticos” porque han sido hechos en Bolivia, o porque han tenido taquilla... El seudo-arte cinematográfico tiene en Bolivia su público “intelectual”: tipillos y tipillas que pretenden verle cinco pies al gato o que reflexionan sobre las escenas de la película en cuestión, utilizando lo que saben de su profesión. Por ejemplo, después de ver la última película de Valdivia: sociólogos (u ociólogos), filósofos (o falósofos), educadores (o todólogos), políticos interculturales (o innumerables pastiches de Xavier Albó), se lanzan a comentar “profundamente” el producto en cuestión, aseverando que el mismo es rico en visiones de tal o cual escuela, tendencia o modelo, y explican tal o cual diálogo intercultural de Fulano que es “contra” o “pro”, e intentan ver el sentido del extremo filosófico en tal o cual escena, mientras que pocos, poquísimos, hablan acerca de si realmente aquel producto sirve, o si tendrá una permanencia, un devenir distinto al de la mayoría de las últimas producciones bolivianas: el olvido. Ese, quizá, es el mayor problema, no tanto de los tipillos formados, sino de los, en apariencia, productores artísticos. Muchos de los llamados artistas en Bolivia tienen la mente programada para complacer a los “intelectuales”, o a los que, mediante sus roscas laborales, se autoproclaman “intelectuales”. 113

Expresar un sentimiento y no tanto una tendencia partidaria; contar una buena historia y no una forma de contar para captar la atención de intelectuales de medio pelo; plasmar en una imagen la sinceridad de lo que uno siente y no tanto lo que uno quiere “vender”; mostrar al mundo una visión y no un ensayo didáctico sobre una visión compleja, he allí la diferencia entre un trabajo real y un producto pretencioso. Charlie Chaplin escribía en sus memorias que el arte era superior a la religión, pues la primera nacía de un sentimiento y la segunda, de una imposición doctrinal: el arte, había escrito (recordando una plática en esas reuniones esnobs a las que gustaba asistir para “escanear” al jet set hollywoodense y a los condenados al fracaso) se originaba de las pasiones y de la voluntad de los sentimientos; sin embargo, un artista (un músico quizá) le había corregido en medio de aquel discurso, aseverando que el arte no solo salía de los sentimientos, sino que también podía salir de un compromiso parecido al que uno establece con el enlace espiritual que cualquier religión exige. Chaplin escribe en su diario que no pudo refutar semejante aclaración. Si cualquier religión exige compromiso de fe, lo hace porque aquello significa un nacimiento del ser en este “nuevo mundo” [que nace a esa nueva religión como un hombre nuevo...]; mientras que el arte tiene esa misma naturaleza. Quien se dice artista, escribía Chaplin, y no se compromete, no logrará nada, pues el arte es vida, y la vida es más que momentos reunidos. No se hace arte para complacer a los círculos que han armado una pirámide en donde los que están debajo son los artistas. El arte no complace a los financiadores ni los asegura dentro de su cúspide, y he aquí el detalle, detalle que nadie puede decir en voz alta, pero que todos lo saben o lo intuyen, y por miedo o por vergüenza callan: acá en Bolivia, la mayoría dice hacer arte para satisfacer a mecenas disfrazadas de Gertrude Stein, que no son más que ONGs que necesitan socializar, a como dé lugar, su intervención en este país de 114

“indiacos”, “negrillos”, “cunumis” y “opas”; y como he dicho que todo esto lo hace la mayoría, no se me acusará de decir que todos tienen esta naturaleza, ¿verdad?... Preocupa mucho saber que en Bolivia persiste aquella tradición tercermundista en cuanto a arte: la de reconocer a kilómetros a los artistas como entes “civilizados” al gusto de los círculos que les dan de comer: músicos que se visten como Paturuzú, con chuspa y todo, mientras tienen automóviles y mujeres como las tiene Tom Cruise (“Pero de a ocultas, cuidadito que me vean cuando no estoy tocando mis músicas de la madre tierra y blablablá”); artistas plásticos que tienen siempre algo raro en su vestir y que necesitan que los demás los adulen por ser “raros”, que se oponen a la vida común y corriente pero que tienen una vida más que común y corriente (“Pero hay que vender, pues, porque si no, me moriría de hambre: ¿acaso los pobres me van a comprar mis trabajos?, hay que pintar lo que llama la atención: indiecitos mirando al horizonte como el del cuento, el tal Quilco, y de fondo, un nevado y blablablá”); escritores con cabellos largos y barba descuidada, zapatos raros y ceño fruncido por la migraña y “el vacío de la existencia”, que se hacen sus alcoholes y fuman como Bilbo Bolsón (“Pero es mi pinta, pues, así veo la realidad y la analizo y me costuro mi abriguito como Jaime Sáenz, y si me preguntas si edito mis textos, te respondo: no es necesario, porque es la voz de mi personaje la que escribe, y ese cuate medio raro es para escribir...”); actores y dramaturgos con lentes de marcos gruesos; cineastas con gorra, lentes y voz angelical a pesar de sus barbas dignas de Marx o de Matusalén o de Whitman, y con libros de Truffaut empotrados entre los sobacos... estos artistas medio esnobs son bichos raros, dirá alguien sensato, se creen artistas y se visten como artistas, mientras que, viendo sus trabajos, uno no encuentra profesionalidad, pasión, originalidad o al menos compromiso... pero cuando uno los ve, parecen, ciertamente, bichos raros... 115

Nadie acá es Rimbaud, Sartre, Sáenz o Churata, dirá esta persona sensata, si hay que hacer arte, hay que trabajar, y mucho... Y por supuesto, siempre existirá quien, leyendo todo esto, dirá: ¡qué frustrado!, ¡le tiene envidia seguro a ese tal artista que se viste como el presentador de “Pica” o se peina como Bob Patiño...!, ¿qué culpa tienen ellos de ser originales, y él no?

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