EL IMPACTO DE LAS MIGRACIONES EN EL PRIMER MUNDO

EL IMPACTO DE LAS MIGRACIONES EN EL PRIMER MUNDO WALTER J. CAAMAÑO1 CONICET-UBA [email protected] Resumen La globalización, entendida como interpene...
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EL IMPACTO DE LAS MIGRACIONES EN EL PRIMER MUNDO WALTER J. CAAMAÑO1 CONICET-UBA [email protected] Resumen La globalización, entendida como interpenetración económica y comunicacional de las sociedades contemporáneas que atraviesa las decisiones autónomas de los estados-nación, es vista y estudiada por lo general como un fenómeno que afecta principalmente y de manera profunda al Estado en los países del Tercer Mundo. ¿Pero qué es lo que sucede con el Estado en los países centrales? ¿También se ve afectado por ella? Sin desconocer ni refutar esta cara conocida de la globalización, el objetivo central del presente artículo es abordar un costado de este fenómeno social tal vez un poco dejado de lado o no tan tratado por la Sociología, como es el de las migraciones de mano de obra desde los países periféricos a los países desarrollados, y mostrar las profundas e irresolutas consecuencias que ella supone para estos últimos. El presente trabajo busca demostrar que la mano de obra inmigrante se integra a la base socioeconómica y cultural de la matriz sociopolítica de los países del Primer Mundo y, al hacerlo, la quiebra en dos partes antagónicas e irreconciliables (trabajadores nativos vs. trabajadores extranjeros), con las consiguientes presiones ascendentes sobre los otros componentes de dicha matriz, llegando así a un punto de no retorno. Este artículo, por último, intenta ser una reflexión fundada en la observación de las tendencias de cambio social global de principios de siglo XXI, particularmente en países como los Estados Unidos, España, Holanda y la Unión Europea entendida como Estado supranacional. I. Introducción La globalización, entendida como interpenetración económica y comunicacional de las sociedades (o segmentos de ella) que atraviesa las decisiones autónomas de los estados-nación (Garretón, 2000a), es vista y estudiada por lo general como un fenómeno que afecta principalmente y de manera profunda al Estado en los países subdesarrollados o del Tercer Mundo. ¿Pero qué es lo que sucede con el Estado en los países centrales? ¿También se ve afectado por ella? Sin desconocer ni refutar esta cara conocida de la globalización, el objetivo central del presente artículo es abordar un costado de la globalización tal vez un poco dejado de lado o no tan tratado por la Sociología, como es el de las migraciones de mano de obra desde los países periféricos a los países desarrollados, y mostrar las profundas e irresolutas consecuencias que este fenómeno social supone para estos últimos. Para ello es fundamental comprender que los procesos globales están constituidos por la circulación fluida y constante de capitales, bienes, servicios y mensajes a través de las fronteras del Estado-Nación, que ponen en jaque su autoridad y estrecha su capacidad de decisión y acción, pero también de personas que se trasladan con frecuentes idas y vueltas entre países y culturas, manteniendo vínculos asiduos entre las sociedades de origen y las sociedades huéspedes o de itinerancia. Incorporar este aspecto a la literatura sobre globalización supone reconocer el soporte humano de este proceso, sin el cual se cae en el error de reducir el mismo a meros movimientos económicos generados por actores anónimos (García Canclini, 1999).

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Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires (Argentina). Becario doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), con sede de trabajo en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 1

El fenómeno migratorio bien podría ser entendido como una contratendencia a la globalización, como pueden ser la afirmación de identidades, la reconstrucción y resignificación del Estado-Nación y la expulsión y exclusión de varios sectores de la humanidad (Garretón, 2000b). Sin embargo, considero que es parte intrínseca y esencial de ella en el sentido que las migraciones son potenciadas por el modelo actual de desarrollo que la globalización nos ofrece, un modelo que está centrado en las fuerzas trasnacionales de mercado y, por ende, expulsa mano de obra. Es importante tener en cuenta además que la globalización presenta múltiples dimensiones, una económica, una social, una cultural y una política (Garretón, 2000b), y las migraciones bien pueden ser incluidas en la segunda dimensión como resultado (quizás indeseado) de las secuelas negativas que va dejando a su paso la primera dimensión. Este trabajo gira en torno a una hipótesis. La misma sostiene que la fuerza de trabajo inmigrante genera un quiebre en la base socioeconómica y cultural de la matriz sociopolítica de los países en el Primer Mundo, con las consiguientes presiones ascendentes sobre los otros componentes de la matriz. El inmigrante no constituye un individuo excluido. Todo lo contrario. Se integra a la base mencionada y, al hacerlo, hace que estalle en dos porque su sola presencia en el país huésped provoca en los miembros nativos de dicha base sentimientos de recelo, rechazo y xenofobia hacia él y, en consecuencia, una constante acción de reclamo al Estado para que éste aplique políticas inmigratorias más restrictivas y punitivas con el objeto de impedir que el inmigrante les quite sus fuentes de empleo. Así se llega a un punto de no retorno en el que la base socioeconómica y cultural de los países centrales queda fragmentada en dos partes antagónicas e irreconciliables: por un lado, los trabajadores nativos y, por el otro, los trabajadores extranjeros. En la primera parte del trabajo, se presentan los principales conceptos teóricos que he utilizado para analizar el impacto las migraciones en los países desarrollados. La segunda parte analiza los efectos que la presencia de los inmigrantes trae aparejados en el Primer Mundo. La parte final, por último, está destinada al trazado de conclusiones tentativas a modo de cierre de este artículo. Para terminar, sólo resta aclarar que este artículo no constituye “un análisis empírico propiamente dicho, sino una reflexión fundada en la observación de las tendencias de cambio social global” (Castells, 1999: 1) de principios de siglo XXI, particularmente en países como los Estados Unidos, España, Holanda y la Unión Europea entendida como Estado supranacional. II. Orientaciones analíticas elementales La matriz sociopolítica: En principio, es importante y necesario desarrollar brevemente el concepto de matriz sociopolítica, en tanto columna vertebral de toda sociedad moderna, pues la hipótesis central de esta investigación está construida en torno a ella y, por lo tanto, será difícil entender a qué refiere la temática a ser abordada sin antes comprender la lógica de funcionamiento de la matriz sociopolítica. Garretón (2000a) define a la matriz sociopolítica como las relaciones mediadas por el régimen político entre el Estado, el sistema de representación o estructura político-partidaria y la base socioeconómica y cultural de éstos (que es el momento de participación y diversidad de la sociedad civil). En otras palabras, es la matriz de configuración de los sujetos o actores sociales propia de cada sociedad. El fenómeno migratorio: En primer lugar, es bueno remarcar que las migraciones no son un fenómeno actual ni tampoco empezaron a fines del siglo XX con la entrada en escena de la globalización. Las migraciones existieron siempre, desde el mismo instante en que hizo su aparición el género humano. La diferencia radica en que es el capitalismo quien trajo aparejado el surgimiento de las migraciones internacionales. Hasta entonces, las migraciones constituyeron un fenómeno esencialmente local, limitado en el plano geoeconómico a las áreas continentales. Sin embargo, lo que hasta hace unos cincuenta años atrás era considerado como una situación normal, incluso bien vista y potenciada por un Primer Mundo 2

necesitado de fuerza de trabajo luego de las secuelas desastrosas de la Segunda Guerra Mundial, resulta hoy día un problema muy serio, en especial para el selecto grupo de países que forman parte de él (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). El fenómeno migratorio ha crecido en las últimas dos décadas a niveles realmente alarmantes, como resultado directo del impacto de la globalización sobre las economías nacionales y las graves desigualdades sociales que esto conlleva. Hoy más que nunca las fronteras se han vuelto muy permeables porque, en lugar de detener a la gente, son lugares que la gente cruza constantemente (García Canclini, 1999). Según un informe de la ONU (2000), ya en el año 2000 había 120 millones de migrantes internacionales en el mundo y, sobre un total de 122 países, 67 eran países receptores y 55, expulsores netos de población; y no hay síntomas de que en el corto plazo estas cifras y diferencias se detengan. Pero, quizás lo más notorio de todo este proceso es que el sentido de los viajes migratorios se invirtió. Así se inició un ciclo de migraciones del Tercer Mundo hacia el Primer Mundo, que es la que me interesa tratar en el presente trabajo, formado por millones de perseguidos políticos y desempleados o gente cansada del estrecho horizonte que le ofrecen sus países de origen. Y América Latina no permanece ajena ni distante a esta nueva coyuntura. En efecto, dejó de ser un área receptora de inmigrantes para convertirse en un área expulsora de migrantes2: concluyó la época de “hacer la América” para los europeos y llegó el tiempo en que los “sudacas” o latinos imaginan posible participar del auge económico de la Unión Europea y los Estados Unidos (Lida, 1997). Las sociedades latinoamericanas, que recibieron entre 1850 y 1950 vastas oleadas de inmigrantes europeos (y también asiáticos), desde hace tres décadas vienen expulsando a millones de hijos y nietos de aquellos inmigrantes hacia Europa y los Estados Unidos3, primero a raíz de la presencia de dictaduras militares sanguinarias y luego, más cerca en el tiempo, debido a sucesivas crisis económicas generadoras de pobreza y desocupación (García Canclini, 1999). La literatura sobre migraciones conoce infinidad de teorías que tratan de abordar y explicar esta temática desde diferentes puntos de vista (económicos en su mayoría): el modelo de repulsión-atracción de Ravenstein4, las modernas concepciones de la migración en el marco de la globalización, la Teoría de la Dependencia, la emigración como forma de cambios desiguales entre naciones, el elemento de la disparidad del desarrollo aportado por Amín o la Teoría Neoclásica (que combina la concepción micro de la toma de decisión individual con la contraparte macroestructural). Empero, todas ellas han quedado obsoletas al haberse visto superadas por la realidad actual, sumida en un proceso de globalización irreversible (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). ¿Pero qué es lo que origina el fenómeno de las migraciones? El principal elemento que moviliza a millones de migrantes es sin dudas el económico. No se puede negar que hay una relación directa entre migraciones y las malas condiciones económicas de los países de origen, que se traduce en falta de oportunidades laborales y de confianza en el futuro, dificultades en el acceso a salarios dignos, situaciones de pobreza y exclusión social, etc., potenciadas todas ellas por la globalización. En efecto, si se revisan las estadísticas sobre la salida de, por ejemplo, ecuatorianos hacia el exterior, se podrá notar que las cifras suben justamente en aquellos años de recesión y conflicto (Ruiz, 2002). “Los latinoamericanos migran en forma masiva a Europa y Estados Unidos, a donde llegan también contingentes numerosos de asiáticos y africanos” (García Canclini, 1999: 108), con la esperanza de alcanzar un nivel de vida superior al que dejaron atrás. La búsqueda insaciable y muchas veces desesperada de más y mejores posibilidades de progreso económico y social son motivaciones muy fuertes para que una persona decida dejar su país de origen. Además, el nivel de vida en los Estados 2

Los países latinoamericanos que se destacan por ser expulsores de mano de obra son Bolivia, Colombia, Cuba, Ecuador, Haití, México, Perú, Puerto Rico y República Dominicana. Argentina y Brasil desde los últimos diez años presentan una tendencia netamente emigratoria, a pesar de que siempre se caracterizaron por ser países receptores de inmigrantes. A nivel mundial, los países que más expulsan migrantes son Argelia, Bangladesh, Camerún, Egipto, Filipinas, Gambia, India, Kenia, Marruecos, Nigeria, Pakistán, Senegal, Somalia, Túnez y Turquía. 3 La comunidad de latinoamericanos en Estados Unidos, por ejemplo, ha ido creciendo paulatinamente en los últimos años, al punto tal que pasó a ser la minoría más numerosa por encima de la comunidad afroamericana y la asiática, y es el grupo étnico que más perspectivas tiene de seguir creciendo (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). 4 Considerado el padre del pensamiento moderno sobre las migraciones. 3

Unidos y los países que conforman la Unión Europea es uno de los más altos del mundo, situación que desde luego opera como atrayente irresistible para los latinoamericanos sumidos en sociedades subdesarrolladas y muchos de ellos en la pobreza. Si bien las migraciones en gran parte obedecen a factores económicos, también es cierto que existen otro tipo de razones que llevan a que un individuo decida abandonar su país de origen. No es posible afirmar que las migraciones sean consecuencia exclusiva de fenómenos económicos o de la decisión racional y objetiva de quienes migran. Una explicación que pretenda abarcar el fenómeno migratorio en su totalidad debe tener presente asimismo factores muy diversos tales como políticos, psicológicos (alentados por contextos de inseguridad y violencia en las sociedades de origen), de género, étnicos o motivaciones personales. Por ejemplo, la necesidad de reunirse con familiares que ya se encuentran en el exterior puede determinar que una persona se decida a enfrentar el proceso de la migración o no. Las migraciones hoy día son tan complejas que escapan a cualquier intento de generalización o simplificación (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004; Ruiz, 2002). La literatura sobre las migraciones distingue entre migraciones voluntarias y migraciones compulsivas. Las primeras son las que obedecen casi siempre a razones económicas o personales y las segundas, las que suceden por violencia, persecuciones políticas o por guerras (García Canclini, 1999). Después de todo, no es lo mismo cruzar el Atlántico “en busca de pan o de paz” (Lida, 1997: 17). Ahora bien, esta distinción responde más a cuestiones metodológicas que a cuestiones que guarden relación con lo fáctico. Estamos hablando de tipos ideales que en la realidad no se diferencian de manera tan nítida. En efecto, y en consonancia con una acertada reflexión al respecto que hace Ruiz (2002), es difícil establecer una división clara entre migraciones voluntarias y migraciones forzadas puesto que generalmente la decisión de emigrar combina motivaciones e iniciativas personales (como la necesidad de “realizarse” o conocer otros mundos) con condiciones políticas, sociales y económicas. Es decir, en la práctica se da una combinación entre voluntad y coacción a la hora de decidir abandonar el país de origen. También es posible trazar otra diferenciación sobre las migraciones, siguiendo un criterio que tiene que ver más con el objetivo y la duración de la migración que con el motivo u origen de la misma, como en el caso de la distinción anterior. Este criterio distingue entre migraciones de instalación definitiva o de poblamiento, migraciones temporales por razones laborales y migraciones de instalación variable (intermedias entre las dos precedentes). Las dos últimas modalidades son las que crecieron en los últimos veinte años (Garson y Thoreau, 1999). Por último, creo acertado hacer una última diferenciación, pero referida ahora al actor central del fenómeno estudiado, es decir, el migrante en sí. Es importante establecer una distinción entre migrantes porque las migraciones abarcan a un conglomerado muy heterogéneo de personas y sin esta distinción no sería posible entender o explicar las reacciones de los países centrales hacia los inmigrantes que habitan en sus fronteras. Los tipos de migrantes pueden ser definidos en función del nivel de capacitación y/o educación, y el país de origen. Así nos encontramos con migrantes de un alto o bajo nivel calificación y migrantes que provienen de países más o menos rechazados que otros. Por ejemplo, aquellos inmigrantes que gozan de un nivel educativo alto (mano de obra calificada) son bien recibidos en el Primer Mundo, pues contribuyen de manera positiva al crecimiento económico del país huésped, y por lo tanto tienen más facilidad de integrarse económica y socialmente en él. No son considerados como una carga a diferencia de los inmigrantes con poco o nulo nivel de calificación. Este tipo de inmigrante es objeto de rechazo en el Primer Mundo y hacia él están dirigidas las actitudes hostiles y xenófobas5 de las sociedades receptoras y las políticas inmigratorias endurecidas de los últimos tiempos. En función de la diferenciación hecha, sólo me queda señalar que en este artículo me centro en las migraciones de tipo voluntario, de instalación definitiva y de mano de obra de poca calificación, desde América Latina al Primer Mundo, por la sencilla razón de que son aquellas que se ajustan más a la hipótesis rectora de esta investigación.

5 Huelga decir que la xenofobia, entendida como rechazo a la diferencia cultural, no es algo nuevo sino que nació con la humanidad. El rechazo y el desprecio por lo diferente lamentablemente son elementos intrínsecos a la naturaleza humana. 4

III. Inmigrantes en el primer mundo Los inmigrantes por lo general provienen de sectores societales que han sido excluidos del sistema productivo (desempleados, subempleados y campesinos) en sus países de origen6. No olvidemos que, después de todo, la globalización genera fracturas y segregaciones en las sociedades y, en el caso particular de las subdesarrolladas, la exclusión y posterior expulsión de enormes masas de gente. Ahora bien, ¿qué sucede con ellos en las sociedades receptoras? ¿Se integran a la base socioeconómica y cultural o continúan conformando el pelotón de excluidos como en sus países de origen? Algunos dirán que los inmigrantes no se incorporan a dicha base, sino que siguen siendo actores excluidos, por la sencilla razón de que por lo general provienen de culturas diferentes, son indocumentados, tienen empleos informales, residen en guetos, son víctimas del rechazo, el racismo y la discriminación, y carecen de acceso a bienes y servicios públicos. Empero, yo no comparto esta afirmación y trataré en lo posible de demostrar lo contrario. Pero para formular una respuesta adecuada a la pregunta planteada creo necesario trabajar primeramente sobre el concepto de integración y establecer matices en su interior porque después de todo no deja de ser un concepto muy amplio y abarcativo. Es posible distinguir entre cinco tipos de integración de los inmigrantes. El primer tipo refiere a si el inmigrante logra conseguir un empleo remunerado (independientemente de estar o no regularizado) y se llama integración económica. El segundo hace referencia al modo en que el inmigrante es recibido por la sociedad huésped y las reacciones que su presencia en genera ella, y podemos llamarla integración social. El tercero refiere a la medida en que el inmigrante adopta la lengua, las costumbres, los hábitos, los valores y la vestimenta de la sociedad donde se instala, y se denomina integración cultural. El cuarto tipo tiene que ver con si el inmigrante puede y decide participar en la elección de cargos de representación popular. Esta es la integración política. Por último, nos queda la integración legal, aquella que está vinculada con la situación regular o irregular del inmigrante en el país huésped, es decir, si el Estado ha aceptado cobijarlo en su territorio o si, por el contrario, el inmigrante ha ingresado clandestinamente en él, obviando los pasos administrativos formales establecidos. Integración económica: No caben dudas que los inmigrantes latinoamericanos han logrado integrarse económicamente en las sociedades receptoras del Primer Mundo7. Esto obedece a la gran demanda de empleo en estas sociedades, más aún en sectores de la economía que no requieren un alto grado de calificación o que ofrecen los peores salarios, como ser trabajar de chofer o de mesero o limpiando baños en una cafetería, y a que los empresarios tienen cierta preferencia por la mano de obra inmigrante pues ésta se conforma con sueldos más bajos y peores condiciones laborales. Pero donde mayores posibilidades de encontrar empleo tienen los inmigrantes es en el sector informal, principalmente en el trabajo doméstico, como ser limpiar casas o cuidar niños y ancianos8. Resulta notable su inserción en ambos sectores económicos y esto es consecuencia directa de que los trabajadores nativos desechan los empleos de menor calificación y nivel por otros de remuneraciones mayores. Por ejemplo, tanto en España como en Holanda hay una alta demanda de empleadas domésticas, que es cubierta por inmigrantes ecuatorianas, como resultado de la masiva incorporación de la mujer española y la mujer holandesa al mercado laboral y el creciente envejecimiento de la población en general (Pujadas y Massal, 2002; Ruiz, 2002). Los inmigrantes no sólo están integrados al mercado laboral sino también lo están al mercado de consumo. Por cierto, los latinoamericanos que residen en los Estados Unidos gastan importantes sumas 6

También se da la situación de muchas personas que emigran a pesar de tener un empleo, como es el caso de los inmigrantes de Ecuador en España y Holanda (Ruiz, 2002). 7 Es bueno aclarar que tal integración no se logra sin antes sortear muchas dificultades (vicisitudes de tipo legal, discriminación social y carencias materiales). 8 Los indocumentados encuentran más seguro al trabajo doméstico porque es un ámbito un tanto ajeno a los controles policiales, a diferencia del área de servicios o la agricultura (Ruiz, 2002). 5

de dinero anualmente para comunicarse con familiares de sus comunidades de origen, ya sea por teléfono, correo electrónico, correo tradicional y/o mensajes radiales. Según un estudio hecho a principios de la década de los noventa (antes de que se generalizara el uso de Internet), el 95% de los brasileños residentes en Nueva York ya gastaba entre 85 y 200 U$S por mes en llamadas telefónicas a Brasil (García Canclini, 1999). Con la revolución en las comunicaciones que viene ocurriendo a pasos agigantados, no es descabellado pensar que estas cifras se han multiplicado abismalmente en lo que va del siglo XXI. Estados Unidos es quizás el país donde se da el mayor interés por parte de ciertos sectores nativos para que haya una efectiva integración económica de los inmigrantes latinos. No obstante, este interés que muestran no obedece a sentimientos de simpatía, aprecio o compasión hacia los latinoamericanos, sino por lo numerosa que es su comunidad y su potencial como consumidores (y electores, como veremos más adelante) que deben ser conquistados. Un ejemplo de la importancia que los inmigrantes latinoamericanos, y en especial los de habla hispana, revisten para el mercado norteamericano, es la cadena de televisión Univisión. Esta cadena es una de las más importantes en el país del norte y está dirigida exclusivamente hacia el público hispanoparlante. De hecho, su programación está completamente en español y ofrece una amplia gama de secciones informativas o comerciales sobre las principales orientaciones que el inmigrante latinoamericano debe saber para triunfar en los Estados Unidos (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). Ahora bien, esta integración económica del inmigrante trae consecuencias positivas y negativas para el Estado en los países desarrollados. Como positivo, la inmigración significó un empuje fundamental para que determinadas economías europeas alcanzaran el desarrollo. Por ejemplo, el éxito económico de España e Irlanda de los últimos años es inexplicable sin la inmigración. Si Irlanda creció exponencialmente, fue en parte gracias a los inmigrantes de Europa del Este; España lo hizo sobre la base de quienes llegaron de Marruecos y América Latina. De hecho, España es uno de los países europeos que más se beneficiaron con el aluvión migratorio del siglo XXI al punto tal que, según un informe del gobierno español de 2006, el 30% del crecimiento de su PBI en los últimos diez años se debió al proceso de inmigración. Integración social: Como consecuencia negativa, la integración económica de los inmigrantes trastoca la base socioeconómica y cultural de la matriz sociopolítica y le genera así al Estado más de un inconveniente serio. La inserción de los inmigrantes en el mercado laboral es lo que termina generando competencia, miedo y rechazo en los trabajadores nativos. La integración económica paradójicamente conlleva a la exclusión social. En toda la sociedad huésped, el inmigrante además es considerado un free rider que se instala con el único propósito de aprovecharse de los beneficios del desarrollo económico, una amenaza que pretende robarles el empleo a los trabajadores nativos y/o el culpable de situaciones de inseguridad urbana o posibles nubarrones en la economía. Cuando las sociedades receptoras pretenden encontrar una respuesta a situaciones de crisis, empiezan culpando de todas sus penurias a los más débiles e indefensos, los inmigrantes, y piensan equivocadamente que limitando la inmigración sus problemas serán solucionados. Sin ir más lejos, los inmigrantes han sido siempre el chivo expiatorio de los males de la sociedad estadounidense y de los errores o decisiones de los gobiernos de turno (Hernández Camacho, 2005). La sociedad española, por su parte, no se queda atrás. Está convencida de que la inmigración ilegal pone en peligro su futuro colectivo como espacio de progreso y bienestar. El rechazo de la sociedad huésped hacia el inmigrante significa la etnización de las relaciones sociales, el crecimiento de movimientos y partidos xenófobos (como en Francia, Italia y Alemania) (García Canclini, 1999) y la sucesión de actos racistas en espectáculos deportivos, a pesar de la vigencia de leyes que proscriben y sancionan la discriminación. En el caso concreto de los Estados Unidos, los inmigrantes latinoamericanos no disfrutan (al igual que los afroamericanos, árabes y asiáticos) de la misma consideración social que los blancos de ascendencia anglosajona, incluso aún cuando logran obtener la ciudadanía (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). Es decir, la discriminación de la que el inmigrante latinoamericano es víctima persiste y así lo sienten, por ejemplo, los mexicanos residentes 6

en el estado de California (García Canclini, 1999)9. Si bien como señalé los latinos están bien integrados económicamente, la realidad marca que se insertan en los estratos bajos de la sociedad norteamericana y suelen ser tratados como tal. Como bien afirma García Canclini (1999), en las sociedades del Primer Mundo se viene dando el surgimiento y diseminación de estereotipos en contra del inmigrante que plasman sentimientos de rechazo, discriminación y desconfianza hacia su figura10. En España, por caso, los inmigrantes de avanzada edad son acusados de querer arribar a ese país únicamente para utilizar los servicios de salud pública. Sin embargo, la idea de que los inmigrantes desplazan a los nativos en la esfera laboral es más ficticia que real. Es una falacia en muchos casos creada, alimentada y agigantada por los medios de comunicación que contribuyen irresponsablemente a instalar en la sociedad una visión un tanto conflictualista de la inmigración. Sin ir más lejos, esto es lo que está sucediendo en España donde los medios de comunicación brindan una cobertura un tanto particular de la inmigración. En primer lugar, alertan sobre el carácter masivo e imparable de la misma y los peligros que se derivan de amalgamar grupos y culturas diferentes. Y en segundo lugar, asocian la llegada de miles y miles de inmigrantes con la metáfora apocalíptica de la barcaza repleta de náufragos a punto de hundirse11 o con una invasión al estilo de los bárbaros que asolaron y provocaron la caída del Imperio Romano (Pujadas y Massal, 2002). Los medios españoles terminan generando así en su sociedad una sensación de alarma social y temor por caer en la pobreza, lo que explica los constantes malos tratos que reciben los turistas latinoamericanos de parte de la policía al momento de llegar a cualquier aeropuerto español. La dirigencia política no se queda atrás, en particular la de derecha. También contribuye a su manera a alimentar el malestar, fomentar la xenofobia, a fracturar más la base socioeconómica y cultural, y generar conflictos donde no los había cuando hace un uso partidista del miedo a la inmigración. Por lo general, la dirigencia política de derecha tiende a entablar supuestas correlaciones entre inmigración y delincuencia, e inmigración y terrorismo internacional, encendiendo en las sociedades receptoras otra señal de preocupación y alarma, y a criminalizar a la población inmigrada. Por ejemplo, en 2002 el entonces presidente español, José María Aznar, afirmó públicamente que el 89% de los presos preventivos en el primer trimestre de dicho año eran inmigrantes, cuando el Ministerio del Interior manejaba una cifra del 53% y que incluía a extranjeros, que por ser ilegales, estaban a punto de ser expulsados del país (Pujadas y Massal, 2002) y, por tanto, no tenían nada que ver con la delincuencia. Esta actitud irresponsable y oportunista de la derecha se da más en momentos en que los sentimientos de inseguridad, sobre todo económica, de la base socioeconómica y cultural crecen, y trata de aprovecharse de dicha situación intentando convencer a los estratos más bajos de la sociedad que los inmigrantes son competidores directos por sus empleos y los servicios sociales, y que los dirigentes de izquierda no los protegen aplicando mano dura a la inmigración. Una característica que Garretón (2001) le asigna a las sociedades latinoamericanas es la presencia en ellas de una escisión que penetra todas las categorías sociales. Son sociedades escindidas entre los “de adentro” y los “de afuera”, en las que los de adentro se enfrentan entre sí y también con los de afuera en una lucha para evitar caer en la exclusión y la pobreza. Este fenómeno que Garretón remarca para América Latina se puede trasladar perfectamente a partir de las situaciones descritas a las sociedades desarrolladas de la Unión Europea y los Estados Unidos, con ciertas salvedades por supuesto, y sirve para explicar que el sector inmigrante sea un actor que se sitúa en un contexto de conflicto con otros actores sociales de la sociedad receptora o, dicho de otro modo, que esta sociedad rechace a los inmigrantes (mediante reacciones cargadas de racismo, xenofobia y violencia) por temor a caer en la exclusión. 9

Los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 jugaron un papel crucial para incrementar y fortalecer los sentimientos xenófobos de la población norteamericana hacia los inmigrantes, sobre todo a partir de la relación directa de inmigrantes islámicos con los atentados mencionados. Desde entonces se desencadenó toda una serie de opiniones sugiriendo disminuir vertiginosamente la aceptación de extranjeros en ese país (Hernández Camacho, 2005). 10 Un sondeo realizado por el Real Instituto Elcano revela que el 40% de los españoles es partidario de tipificar la inmigración ilegal como un delito cuando hasta hoy es solo una falta administrativa (Clarín, 11 de julio de 2008). 11 Que los trabajadores nativos desechen los empleos de menor calificación y nivel por otros de remuneraciones mayores no hace más que confirmar que esta metáfora apocalíptica es una falacia absoluta. 7

Estas situaciones de rechazo y discriminación dejan como resultado que los inmigrantes no logren integrarse socialmente en las sociedades huéspedes y que la segregación de la que son víctima se traslade al ámbito escolar y al ámbito residencial-urbano. En efecto, muchas ciudades norteamericanas, como Nueva York y Los Ángeles, han ido transformándose con el tiempo en constelaciones de guetos, miserables o de lujo, recíprocamente segregados, y conectados (siempre que lo estén), pero independientemente unos de otros, a circuitos nacionales de integración política, económica y cultural (Signorelli, 1996b). En España, sucede algo parecido. Los inmigrantes ecuatorianos residentes en Barcelona (al igual que los inmigrantes marroquíes) viven concentrados en los distritos obreros y prácticamente están ausentes en los distritos burgueses o de clase media (Pujadas y Massal, 2002). Frente al rechazo y la hostilidad, las minorías inmigrantes construyen y animan movimientos identificatorios colectivos y redes de solidaridad, precisamente para morigerar el impacto psicológico y emocional de ese rechazo y volver menos dolorosa y trágica la decisión de haber abandonado el país de origen12. Estas redes sociales juegan un papel trascendental pues ayudan a reducir los costos sociales y económicos del movimiento migratorio (Ruiz, 2002). Las dificultades para integrarse a la sociedad receptora fomentan además lugares emblemáticos de encuentro y diversión, intensifican la participación religiosa, el fervor deportivo y otros rituales en los que los inmigrantes puedan reimaginar la comunidad perdida y lejana, hablar la propia lengua y sentirse protegidos, e impulsan el mantenimiento de lazos intensos y frecuentes con las connacionales en el país huésped y en el país de origen13 (García Canclini, 1999). Esto sucede con los inmigrantes argentinos instalados en España y los inmigrantes ecuatorianos, en Holanda. En el primer caso, existe la Casa Argentina (con sedes en Madrid y en Barcelona), una organización cuyo objetivo específico consiste en brindar ayuda y asesoramiento a los inmigrantes argentinos que puedan tener algún tipo de inconveniente mientras vivan en suelo español. En el segundo caso, a fines de la década de los ochenta y principios de los noventa los primeros inmigrantes ecuatorianos se asentaron en Ámsterdam y conformaron redes sociales que les permiten (a ellos y los nuevos inmigrantes) mantener fuertes lazos con Ecuador y la cultura ecuatoriana, acceder y relacionarse con la sociedad receptora, y ofrecer casa, comida, compañía e información sobre empleos a los nuevos inmigrantes (Ruiz, 2002). Esa ayuda es vital para los recién inmigrados, más aún cuando son indocumentados, y explica en parte que los ecuatorianos elijan como destino a Holanda, más allá de lo atractivo de sus salarios altos, pesa a ser un país de nulos nexos culturales, económicos e históricos con Ecuador y con un idioma muy distinto al español. La excepción en todo este contexto de creciente xenofobia y segregación social parece ser Holanda. Los inmigrantes ecuatorianos se sienten cómodos de vivir en este país porque perciben que son bien tratados por los holandeses y que en términos generales la sociedad holandesa es muy poco racista. Y esto los hace evaluar positivamente su experiencia migratoria más allá de tener que enfrentar situaciones de inestabilidad salarial y habitacional, y falta de seguridad social y de papeles en regla (Ruiz, 2002). Sin dudas que la poca o nula integración social de los inmigrantes no hace más que confirmar la casi completa integración económica de los mismos. Si el inmigrante realmente fuese un individuo excluido en términos económicos, los habitantes nacionales no tendrían por qué temer de él, ya que al estar excluido del sistema productivo, se convertiría en un elemento que sobra, que no sirve, que no le importa a nadie. Sería algo así como un elemento desechable y por lo tanto no constituiría un factor de competencia ni de amenaza alguna. Si el inmigrante está excluido del sistema, ¿es dable pensar que está en condiciones de quitarle el empleo a alguien? Ahora bien, ¿cuál es entonces la respuesta del Estado frente a esta situación de grandes oleadas migratorias y constantes y crecientes presiones de la base socioeconómica y cultural? Casi la totalidad de 12

García Canclini (1999) destaca, sin embargo, que en Estados Unidos existen segregaciones cultivadas y duras competencias entre los mismos inmigrantes latinoamericanos que entorpecen una mayor cooperación entre sí. 13 A diferencia de las migraciones de europeos y asiáticos hacia América Latina, las migraciones actuales de latinoamericanos hacia la Unión Europea y Estados Unidos no son definitivas ni tampoco implican una desconexión entre los que se van y los que se quedan, merced principalmente a la revolución en las comunicaciones que permite a los migrantes mantener una comunicación fluida con sus familiares y lugares de origen (García Canclini, 1999). 8

los países de la Unión Europea y los Estados Unidos no sólo se muestran incapaces de evitar situaciones de racismo, sino que están implementando políticas tendientes a restringir la entrada a su territorio de inmigrantes, más aún de aquellos con bajo nivel de capacitación, como así también medidas para expulsar inmigrantes indocumentados14. El Estado de esta manera pretende evitar los costos sociales derivados de la instalación residencial de los trabajadores extranjeros y los problemas de convivencia que se registran y tanto le preocupan (Pujadas y Massal, 2002). Muchas de las nuevas leyes inmigratorias discriminan según las necesidades económicas del país y se basan en criterios de selección, a tenor de los cuales se aceptan preferentemente inmigrantes de determinada nacionalidad, con determinado nivel de capacitación y, por sobre todas las cosas, jóvenes. Asimismo, conceden la nacionalidad únicamente a una pequeña minoría de inmigrantes y limitan los derechos de los extranjeros en el país. Por otra parte, se observa una marcada tendencia hacia la criminalización de la inmigración irregular, especialmente en aquellos países cuyos gobiernos son de derecha. En síntesis, los países desarrollados buscan sacarse de encima a los inmigrantes sobre todo en tiempos de crisis económica, como es el caso de los miembros de la Unión Europea cuyas economías ya entraron en recesión. La reacción más resonante de los últimos tiempos corresponde a la de la Unión Europea, que lanzó una ofensiva total para echar a los inmigrantes sin papeles. En efecto, en junio de 2008 el Parlamento Europeo aprobó una polémica ley, conocida popularmente como Directiva de Retorno, que establece las condiciones de detención y expulsión de inmigrantes irregulares. La norma, que entrará en vigor en 2010, endurece las medidas contra los indocumentados, puesto que: • Plantea la deportación de todo extranjero en situación irregular (hacia su país de origen, hacia un país de tránsito con el cual se hayan celebrado acuerdos o hacia otro país al cual el implicado quiera regresar, siempre y cuando sea admitido); • Establece un plazo de 7 a 30 días para que el inmigrante ilegal abandone voluntariamente el bloque; • Dispone la encarcelación del inmigrante indocumentado, si no cumple la orden de expulsión o existe riesgo que se fugue, sin autorización judicial y por un período de hasta 18 meses, mientras su deportación es procesada; • Prohíbe el regreso de los indocumentados que sean expulsados por un período de hasta cinco años (incluso más si el inmigrante deportado es catalogado como una amenaza grave para el orden y la seguridad de la Unión Europea); y • Autoriza la expulsión de menores no acompañados y su posterior envío a países que no necesariamente tienen que ser los de origen (incluso sin la compañía de un adulto y sin asegurar que serán recogidos por un familiar en el país de destino). Y la ofensiva antiinmigrante no termina aquí. Semejante endurecimiento hacia la inmigración (legal e ilegal) también se da en cada país miembro de la Unión Europea. En España, uno de los países que más inmigrantes recibe de todo el bloque, frente a las presiones de la sociedad por frenar de algún modo el aluvión inmigratorio, los diferentes gobiernos que ha tenido desde 2000 a la fecha han venido respondiendo con un tratamiento cada vez más estricto de la inmigración. El gobierno de Aznar (1996-2004) implementó dos medidas en este sentido (Pujadas y Massal, 2002). Por un lado, en diciembre de 2000 la Ley 8/00, que acentuó el control de los flujos migratorios y limitó varios de los principales derechos y libertades de los inmigrantes ya asentados, dificultando así su integración y condenándolos a una situación de precariedad permanente, y, por el otro, en enero de 2002 la política de contingentes o cupos, que consistió en definir una cantidad limitada de residencia disponibles para los inmigrantes en función de las necesidades de la economía española. La Ley 8/00 estableció, entre otras cosas: • Una duración limitada para los contratos de trabajo y por ende para los permisos de trabajo. 14

Esto hace que la inmigración (legal e ilegal) esté marcada por una paradoja ya que, por un lado, es el resultado de la creciente demanda de mano de obra inmigrante y, por el otro, es objeto de políticas restrictivas en contra suya (Burgers y Engbersen, 1996). 9

• Restricciones al derecho de reagrupamiento familiar pues prohibió que el extranjero residente pudiera reagrupar a sus familiares si éstos eran inmigrantes ilegales. • El reconocimiento de los derechos laborales y a la participación política únicamente para los inmigrantes legales, por ejemplo, los de reunión, asociación, sindicalización y huelga. • El otorgamiento de los derechos a la seguridad social y la vivienda solamente a residentes regulares empadronados en un municipio; y • El solo reconocimiento a los inmigrantes ilegales del derecho a la educación primaria o básica obligatoria, reservando el acceso de la secundaria o nivel superior a los residentes legales. Rodríguez Zapatero, por su parte, durante su primera presidencia (2004-2008) aplicó una política inmigratoria más moderada que la de Aznar y más permisiva en relación al inmigrante. Sin embargo, en función de la recesión económica que afecta a España desde mediados de 2008 y que incrementó notablemente la inflación y el número de desocupados, sobre todo entre la comunidad inmigrante, implementó (y justificó) en julio del año pasado una política de inmigración más dura para facilitar el retorno de inmigrantes legales a sus países de origen, restringir los criterios de reagrupamiento familiar de los inmigrantes y ampliar el plazo de detención de indocumentados. En efecto, el gobierno de Rodríguez Zapatero lanzó un plan de retorno voluntario con el objetivo de repatriar a un millón de inmigrantes legales, ofreciendo a cambio incentivos económicos y exigiendo que quienes acepten renuncien a sus permisos de residencia y trabajo y no vuelvan a España en un plazo de tres años. Además, modificó la Ley de Extranjería, limitando el número de familiares de extranjeros que puedan obtener el permiso de residencia. Con los cambios introducidos, el inmigrante legal ahora sólo puede reagrupar a su cónyuge e hijos menores de 18 años, quedando excluidos padres, suegros e hijos mayores de 18 años. Esta otra restricción fue tomada porque la llegada en plan de reagrupación familiar de numerosas personas ancianas ha significado un peso sobre el sistema público de salud. Por último, si bien no aplicará en ningún caso los 18 meses como período máximo de retención para inmigrantes sin papeles dispuesto por la Unión Europea, el gobierno de Rodríguez Zapatero aumentó de 40 a 60 días el plazo de privación de libertad previsto para los inmigrantes irregulares. La reacción de los Estados Unidos, por su parte, es quizás la más contradictoria de todos los países receptores de inmigrantes. Paradójicamente y en simultáneo con la firma y posterior aplicación de tratados de libre comercio (TLCs) con varios países latinoamericanos, en la última década el país del norte acentuó barreras de todo tipo a la entrada de inmigrantes latinoamericanos (García Canclini, 1999)15, en especial después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Sin ir más lejos, el gobierno de George W. Bush, por un lado, reformuló todo el sistema de control inmigratorio, dificultó los trámites de inmigración, triplicó el número de efectivos que patrullan las fronteras16, construyó un muro alrededor de la frontera con México y, quizás lo más grave de todo, logró la sanción de una norma, la Ley Patriota, que restringe severamente los derechos de los ciudadanos nacionales o extranjeros, ya que permite, por ejemplo, que los inmigrantes que representen una amenaza a la seguridad nacional puedan ser procesados o deportados sin causa jurídica aparente. Y por otro lado, presionó en sus ocho años de gobierno asiduamente a los países latinoamericanos para que se unan en la conformación de un área de libre comercio que abarque todo el continente (el ALCA). Pero el doble discurso norteamericano no termina allí. La Casa Blanca asegura que los Estados Unidos, como nación de inmigrantes, debe recibir con los brazos abiertos a aquellas personas con deseos de ingresar al país de manera legal, pero luego de los atentados pretende hacer ver ante la opinión pública nacional un vínculo entre un fenómeno social, como el de la inmigración, y las acciones terroristas desarrolladas por extremistas. Así, los sucesos del 11 de septiembre y la posterior lucha antiterrorista sirvieron como justificativos para arremeter contra los inmigrantes, iniciando una

15 Aquí nos encontramos frente a otra contradicción de la globalización: se pone barreras al flujo transnacional de mano de obra mientras se permite que los capitales circulen sin ningún tipo de restricción a través de las fronteras estatal-nacionales (García Canclini, 1999). 16 La frontera con México a la altura del estado de Texas es vigilada constantemente por patrullas terrestres y áreas que si deben dejar morir a inmigrantes que intentan cruzar el Río Grande no tienen problemas en hacerlo. 10

persecución de extranjeros de un carácter xenófobo evidente17. Lo cierto es que los inmigrantes ahora cuentan con menos respaldo jurídico y son más fácilmente objeto de decisiones sumarias (Hernández Camacho, 2005). En 1996, para citar otro ejemplo, el estado de California aprobó una norma, la Ley nº 187, en contra de los inmigrantes indocumentados bajo el argumento de que eran una carga para su economía. Dicha ley le quitó a los indocumentados el derecho a usar servicios básicos, como los escolares y de salud, obligó a médicos y maestros a denunciar ante las autoridades migratorias a solicitantes de servicios que no mostraran documentos, y estableció la noción de “sospecha razonable” que hizo vulnerables al conjunto de los extranjeros, sobre la base del color de la piel y la lengua (Valenzuela, 1999). La ley en cuestión fue suspendida luego, pero las actitudes y discursos xenófobos, prejuiciosos y discriminatorios en la vida cotidiana y en la prensa siguen presentes actualmente en California. Como se puede observar, este endurecimiento en las políticas de los países centrales hacia los inmigrantes es el efecto directo y evidente de las presiones ascendentes e incesantes de la base socioeconómica y cultural sobre el Estado, como sostengo en mi hipótesis. En suma, se genera un círculo vicioso: la llegada de mano de obra inmigrante produce un quiebre en la base socioeconómica y cultural de los países desarrollados, el sector nativo de esta base presiona al Estado para que tome medidas al respecto y éste, con políticas y discursos que acentúan el miedo a la inmigración, no hace otra cosa que quebrar aún más esa base. Ahora bien, estas presiones generan un hecho curioso. Si bien es de esperar que los partidarios de derecha apoyen medidas como las descritas, que limitan libertades y derechos individuales, y no tienen ningún tipo de consideración ni respeto por los derechos humanos de los inmigrantes, se da una paradoja extraña y por momentos desconcertante en el sentido que partidarios de tendencia liberal o socialista terminan votando a favor de medidas absolutamente contrarias a sus principios ideológicos. En el caso concreto de la Directiva de Retorno, la misma contó con el voto positivo de la mayoría de eurodiputados liberales y con el apoyo total de los eurodiputados socialistas españoles. Al final de cuentas, los partidarios de estas tendencias que provienen de los países más acosados y afectados por el fenómeno de la inmigración le dieron su voto a una medida propuesta por la derecha, precisamente ante las presiones de la base socioeconómica y cultural. Este endurecimiento de las políticas inmigratorias ha despertado todo tipo de críticas desde los gobiernos de los países expulsores de migrantes, movimientos de derechos humanos, intelectuales de izquierda (de los países expulsores y también de los países receptores) y hasta asociaciones de inmigrantes, a lo que los países receptores responden a modo de justificativo en que no pueden aceptar hoy a los inmigrantes como cuando los países de América tenían un inmenso territorio por poblar y que la desocupación creció en los años recientes como resultado, entre otras causas, de la inmigración (García Canclini, 1999). Integración cultural: A mi entender, los inmigrantes latinoamericanos también han logrado un nivel de integración cultural aceptable dentro de las sociedades huéspedes, con sus matices por supuesto, fundamentalmente quienes eligieron como destino a los Estados Unidos. Aunque muchos inmigrantes siguen manteniendo sus costumbres y aseguran que su identidad permanece innata, firme e inamovible, sus discursos y su vida misma demuestran que sus identidades han pasado a ser bastante fluidas, mientras que sus sentimientos de pertenencia y deseos a futuro son ambiguos. Se podría describir la realidad de estas personas como un estado de between-ness porque construyen y reconstruyen sus vidas e identidades en relación con múltiples lugares y referentes al mismo tiempo. Los inmigrantes viven entre dos mundos, con un pie aquí y otro allá (Ruiz, 2002). Es decir, los inmigrantes latinos muestran manifestaciones concretas de un profundo proceso de transculturación (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004), independientemente que lo acepten o sean conscientes de ello. 17

Aunque el blanco principal de la cruzada antiterrorista en territorio norteamericano sean los naturales o descendientes de Medio Oriente y de creencia islámica, de esta caza de brujas no quedan fuera los miembros de la comunidad latina (Hernández Camacho, 2005). 11

En este proceso de integración cultural, los medios de comunicación también juegan un rol fundamental. Univisión, por citar un caso, a través de los programas que emite promueve en el inmigrante latino residente en los Estados Unidos la adopción del american way of life (esto es, hablar en inglés, consumir comida rápida y vestirse según el estilo único de la moda occidental) y pretende forjar en él un sentido de pertenencia al país huésped (Barros Fernández y Zaldívar Piedra, 2004). Cabe destacar asimismo que la adopción por parte del inmigrante de los parámetros culturales de la sociedad que lo recibe y el mantenimiento simultáneo de su cultura de origen dan como resultado situaciones de interculturalidad o, dicho de otro modo, el surgimiento de sociedades multiculturales. Así como la cultura en América Latina se está “americanizando” de manera creciente, se registra, a la inversa, una “latinoamericanización” de algunas zonas de los Estados Unidos, sobre todo en el sur de este país. La fuerte presencia de inmigrantes latinoamericanos en el país del norte está influyendo en la cultura política y jurídica, los hábitos de consumo y las estrategias educativas, artísticas y comunicacionales de estados como California, Arizona y Texas (García Canclini, 1999). El problema de estas situaciones de interculturalidad en las sociedades huéspedes es que en muchos casos aviva más la conflictividad social originada por la presencia del inmigrante y los mitos creados en torno a su figura. Ciertas sociedades receptoras no toleran las manifestaciones culturales de los inmigrantes ni tampoco aceptan que su cultura se vea contaminada o invada por lo foráneo, por lo diferente. España es el caso más evidente de lo que sostengo. Pujadas y Massal (2002) notan que en la sociedad española, incluidas la prensa y la clase política, la cultura del pluralismo brilla por su ausencia. En efecto, las diferencias culturales (y también religiosas) provocan recelos, rechazo y miedo, reacciones de tipo defensivo que sin duda son la antesala de la xenofobia (aunque no necesariamente del racismo). Constantemente se registran conflictos culturales, por ejemplo, por la construcción de una nueva mezquita o porque las jóvenes magrebíes usan el velo islámico en las escuelas. El quid de la cuestión está en que, tal como sostienen Dubet y Martuccelli (2000), las sociedades más homogéneas socialmente son también las más cerradas culturalmente y en ellas, la preocupación por la integración social no se compatibiliza con la valoración de la diferencia cultural. Integración política: ¿Qué pasa en el ámbito político? En base a la información recogida para el presente trabajo, no hay evidencias de una integración política de los inmigrantes en los países del Primer Mundo y, con la batería de políticas inmigratorias más restrictivas, tampoco se perciben indicios de un cambio en el rumbo seguido. En la Unión Europea, hay un déficit democrático notorio en el sentido que no hay ni se impulsa desde arriba la participación política de los inmigrantes, lo que termina jugando en contra de una mejor integración de los mismos. El caso norteamericano puede ser considerado como la excepción a la regla puesto que en los últimos tiempos los latinos han accedido a cargos importantes en los tres niveles de gobierno (municipal, estadual y federal) y se han presentado en elecciones, muchas veces con resultados exitosos. Por ejemplo, una mujer hispana (de origen puertorriqueño) ha sido postulada para integrar la Suprema Corte y, de ser aprobada su candidatura por el Senado, se convertirá en el primer integrante de la comunidad latina en llegar al máximo tribunal norteamericano y accederá al puesto más alto al que ha llegado un hispano en la historia estadounidense. No sólo eso, sino que también los candidatos a cargos de representación popular han comenzado a seducir persistentemente el voto de los hispanoparlantes, para lo cual han recurrido a técnicas tan diversas como dirigirse a ellos hablándoles en español. La explicación de un interés de semejantes características es muy simple: dado que la comunidad hispana es la primera minoría en los Estados Unidos, el voto hispano se ha vuelto definitorio, por lo tanto, la política norteamericana no puede prescindir de él. En suma, los inmigrantes latinoamericanos residentes en este país están plenamente insertos en términos políticos, un hecho que es digno de destacar si lo comparamos con lo que sucede en la Unión Europea.

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Integración legal: La integración legal no deja de ser importante porque está íntimamente asociada con el concepto de ciudadanía y de ella se derivan el acceso y goce de determinados derechos y servicios sociales. Además, el hecho de permanecer en la legalidad y ser un ciudadano implica para muchos inmigrantes la sensación de seguridad en el sentido de sentirse protegidos ante cualquier agresión por su frágil condición de inmigrantes (García Canclini, 1999). Por desgracia, la gran mayoría de los inmigrantes latinoamericanos están en una situación irregular, es decir, no están integrados legalmente a la sociedad receptora. Y realmente eso hace que el inmigrante indocumentado se vea muy perjudicado pues el hecho de no tener la documentación en regla lo coloca en una situación de extrema fragilidad y vulnerabilidad. Su condición de clandestino no sólo lo expone a tener que huir y ser perseguido constantemente por las autoridades del país que lo recibe, sino que lo excluye también de los beneficios sociales que el Estado brinda a los habitantes del territorio que controla18. Al no ser un ciudadano, no tiene acceso a servicios elementales como la salud pública y la educación. Poner en un lugar central al tema de la ciudadanía implica plantearse qué hacer con las diferencias existentes entre nativos y extranjeros. Los acuerdos de libre comercio entre los Estados Unidos y los países de América Latina se ocupan poco de este tema y algo similar ocurre en la Unión Europea. Ella parte de una concepción limitada de ciudadanía en tanto que la ciudadanía europea incluye a una parte de los individuos no europeos, los inmigrantes legales, mientras que millones de “otros” son dejados fuera (García Canclini, 1999). Donde más se percibe esta ciudadanía de alcance limitado es en España. Allí Pujadas y Massal (2002) perciben déficits substanciales de ciudadanía, a los que se ven sometidos los inmigrantes por su condición de extranjeros, al no aplicarse una concepción universalista de los derechos individuales que conduciría a una idea de ciudadanía universal. Hay una falta de reconocimiento de derechos mínimos de ciudadanía y, por el contrario, persiste una ciudadanía fragmentada y dual, constituida por ciudadanos libres (españoles y europeos comunitarios) y por una mano de obra inmigrante y sobreexplotada, cuasi servil, que no puede disfrutar de la mayoría de los derechos civiles y sociales. Distinto es lo que ocurre con los inmigrantes legales pues, al haber sido oficialmente aceptados por las autoridades estatales, gozan de derechos y servicios sociales (cada vez más limitados, por cierto) que, como señalé recién, les son vedados a sus pares indocumentados. Sin embargo, el inmigrante legal se enfrenta a una situación particular: ser portador de una ciudadanía múltiple. No sólo es ciudadano de su país de origen, sino que además es ciudadano del país receptor, lo que nos lleva a preguntarnos cómo ejercen la ciudadanía los inmigrantes en un país con un Estado distinto al de origen sin dejar de ser ciudadanos de sus países de nacimiento, como es el caso de los mexicanos residentes en los Estados Unidos (Garretón, 2000b). En definitiva, ¿hay integración o exclusión?: En función de la exploración realizada sobre la relación de los inmigrantes con cada ámbito de integración, queda claro que las experiencias inmigratorias son diversas e incluyen al mismo tiempo momentos de inclusión (oportunidades) y exclusión (restricciones) (Ruiz, 2002). Es por eso que se vuelve muy difícil establecer generalizaciones respecto a si los inmigrantes son individuos integrados o excluidos cuando deciden instalarse en un nuevo país. En todo caso, me atrevo a afirmar que en algunos ámbitos los inmigrantes están integrados y en otros no, y que esta sutil diferencia depende tanto de la sociedad receptora como del origen y las características propias de los inmigrantes. Por ejemplo, en los Estados Unidos los inmigrantes de origen latino están integrados políticamente, cosa que no sucede en la Unión Europea. En Holanda, los inmigrantes ecuatorianos están integrados socialmente y no sin víctimas de actitudes xenófobas o racistas, a diferencia de sus connacionales en España. Lo que sí puedo afirmar es que la integración económica y cultural del inmigrante es incuestionable en todas las sociedades analizadas. 18

No obstante, es bueno aclarar que en la Unión Europea se percibe una insuficiencia del principio de igualdad de derechos y una incapacidad de las instituciones estatales para otorgar verdaderamente a los inmigrantes legales accesos parejos a bienes y servicios (García Canclini, 1999). 13

IV. Consideraciones finales Este artículo analiza y pone en evidencia, con una visión comparada y una vocación fundamentalmente reflexiva, los efectos que genera la presencia de inmigrantes en las sociedades del Primer Mundo y las medidas allí que toma el Estado para paliar dichas consecuencias. A la ruptura en dos de la base socioeconómica y cultural, y los reclamos de la sociedad huésped en contra de la inmigración, el Estado responde con deportaciones masivas y el cercenamiento de derechos para los inmigrantes. Ahora bien, el hecho que sea evidente esta situación implica sin lugar a dudas que la hipótesis de este artículo, la más importante, queda corroborada en parte. ¿Y por qué digo en parte? Por la simple razón que la exploración llevada a cabo en este trabajo permite dar cuenta de que la integración del inmigrante no es total sino parcial, pues únicamente se integra en términos económicos y culturales, y en los demás ámbitos de integración varía de acuerdo a cada sociedad receptora. En todo caso, es la integración económica del inmigrante la que quiebra en dos a la base socioeconómica y cultural de los países centrales, y genera todos los conflictos vistos a lo largo de este artículo. De lo que se acaba de exponer se desprenden además diversas e interesantes conclusiones. Primero, si bien los países del Primer Mundo incansablemente pretenden frenar la creciente afluencia de inmigrantes, la realidad nos muestra que no pudieron ni pueden detener semejante movimiento interestatal de individuos porque miles y miles de inmigrantes indocumentados siguen penetrando sus fronteras a pesar del endurecimiento de las políticas migratorias. Los países desarrollados creen erróneamente que limitando la entrada de inmigrantes y expulsando a quienes ya ingresaron pueden poner fin a las demandas incesantes de la sociedad, a los conflictos sociales y culturales, y al estancamiento de sus economías. Están tomando medidas equivocadas. Las políticas y los esfuerzos deben estar dirigidos a atacar las causas y no las consecuencias de la inmigración masiva de personas. En todo caso, es necesario pensar en políticas inmigratorias que no se reduzcan a leyes y controles migratorios o fronterizos, sino que incorporen el derecho a no migrar (Mármora, 1990). Es decir, frente a la explosión del fenómeno migratorio existe una necesidad de implementar y sostener políticas económicas y sociales que permitan que las personas se desarrollen en sus países de origen en forma digna en cuanto a opciones laborales, salarios justos y respeto e igualdad de oportunidades (Ruiz, 2002). Y esta tarea también le concierne al Primer Mundo porque es corresponsable de la pobreza y el atraso de los países del Tercer Mundo al haber contribuido en agrandar enormemente la deuda externa de estos últimos. Debe evitarse más que nada el deseo de abandonar el país de origen y para eso se vuelve urgente superar las nuevas formas de exclusión social que el actual modelo socioeconómico genera en el Tercer Mundo. Detrás de las migraciones hay una responsabilidad compartida entre los países de origen, tránsito y destino de los flujos migratorios. Los países del Primer Mundo deben asumir sus responsabilidades, contribuyendo a ayudar en el objetivo de alcanzar el desarrollo y garantizando que la crisis alimentaria en el mundo no agrave la situación nutricional en los países subdesarrollados. Segundo, en los países centrales debería haber una nueva expansión del concepto de ciudadanía que abarque e incluya a las nuevas oleadas de inmigrantes. Esto es importante porque en la actualidad se aprecia un déficit de ciudadanía que afecta no a los habitantes nativos de una sociedad, sino a aquellas personas extranjeras que por motivos de diversa índole deciden instalarse en ella. Hoy es más sencillo hacer inversiones en un país extraño que volverse ciudadano de ese país. En el caso de nuestra América, como dice García Canclini (1999), aún estamos muy lejos de construir una ciudadanía continental o regional al estilo de la Unión Europea porque tantas barreras que levantan los Estados Unidos aplacan cualquier ilusión de que los latinoamericanos y norteamericanos podamos integrarnos del mismo modo que los ciudadanos europeos. Tercero, tanta xenofobia, tanto rechazo y tanta miopía impiden ver a las sociedades del Primer Mundo que los inmigrantes en el fondo son funcionales a sus economías. Por un lado, son empleados en aquellas tareas que los trabajadores nativos desechan y, por el otro, conforman un mercado interesante de consumidores para el capital. A los exitosos ejemplos ya citados de España e Irlanda, 14

debemos agregar que varios estudios de la Comisión Nacional para la Reforma de la Inmigración de los Estados Unidos indican que en 1999 los aportes de los inmigrantes (unos 10 mil millones de dólares) fueron mayores que los beneficios que recibieron (García Canclini, 1999). Cuarto, las migraciones también suponen consecuencias para los países subdesarrollados y expulsores de mano de obra, que no necesariamente deben ser negativas como se las imagina. Lo que se conoce comúnmente como fuga de cerebros (migración de mano de obra altamente calificada) acarrea graves perjuicios a esta clase de países porque les resta los recursos humanos necesarios para sortear el subdesarrollo, que son aprovechados por los países del Primer Mundo. Pero por otro lado la migración de mano de obra de muy baja calificación les quita un enorme peso de encima en el sentido que ella supone un achicamiento de la población económicamente activa con una consecuente merma en las presiones sobre el mercado laboral y los índices de desempleo. Ayuda a descomprimir las tensiones sociales y las presiones que el Estado puede recibir en esta parte del mundo. En este sentido, el Estado siente un alivio fiscal y político ya que debe destinar menos fondos a la población excluida, materializados en planes sociales o subsidios por desempleo, y ve disminuida la cantidad de sectores y actores que le demandan respuestas concretas a sus penurias económicas crónicas. Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que se produce una transferencia de problemas del Tercer al Primer Mundo en relación a qué hacer con esta masa de necesitados. Pero, en términos generales, las migraciones de mano de obra (sea de cualquier tipo) les traen a los países subdesarrollados un gran beneficio que no podemos dejar de mencionar: las remesas que los migrantes envían a sus países de origen en tanto fuente adicional de ingresos que engrosan las alicaídas finanzas estatales y contribuyen enormemente a sostener las economías nacionales. Las remesas constituyeron, por ejemplo, la tercera fuente de ingresos externos en la economía mexicana y la primera en la salvadoreña en 1999 (García Canclini, 1999)19. Quinto y último, las diferencias culturales nunca desaparecerán, pero perfectamente pueden volverse combinables. Prueba de ello es la solidaridad presente entre diversos grupos de inmigrantes, a pesar de la competencia generalizada en tiempos en que la globalización estimula rivalidades (García Canclini, 1999). La convivencia entre lo diferente no es una utopía, sino algo que puede y debe materializarse, pero esto es un proceso largo y sinuoso que el género humano debe empezar a transitar cuanto antes. V. Bibliografía • Barros Fernández, A. y Zaldívar Piedra, M. (2004): “Los latinos tras el sueño americano” en Boletín Electrónico, nº 7, Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, La Habana, noviembre-diciembre. En Internet: http://www.isri.cu/Paginas/Boletin/bolet_int.htm. • Bauman, Z. (1999): La globalización. Consecuencias humanas, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. • Burgers, J. y Engbersen, G. (1996): “Globalization, Migration and Undocumented Imigrants” en New Community, 22 (4). • Castells, M. (1999): Globalización, identidad y estado en América Latina, PNUD, Santiago. • Dubet, F. y Martuccelli, D. (2000): ¿En qué sociedad vivimos?, Editorial Losada, Buenos Aires. • García Canclini, N. (1999): La globalización imaginada, Fondo de Cultura Económica, México. • Garson, J.P. y Thoreau, C. (1999): “Typologie des migrations et analyse de l’intégration” en Dewritte, P. (dir.): Immigration et intégration: l’ état des savoirs, La Découverte, Paris. • Garretón, M.A. (2000a): Política y sociedad entre dos épocas, Homo Sapiens Ediciones, Rosario.  (2000b): La sociedad en que vivi(re)mos. Introducción sociológica al cambio de siglo, LOM, Santiago.  (2001): “Cambios sociales, actores y acción colectiva” en CEPAL – Serie políticas sociales, nº 56, CEPAL, Santiago de Chile. 19

Ese mismo año, los trabajadores mexicanos residentes en Estados Unidos enviaron 7 mil millones de dólares a sus familias en los estados de Oaxaca, Michoacán, Guanajuato, Jalisco, Guerrero y Zacatecas (García Canclini, 1999). 15

• Hernández Camacho, S. (2005): “Impacto de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en la política inmigratoria estadounidense” en Boletín Electrónico, nº 11, Instituto Superior de Relaciones Internacionales Raúl Roa García, La Habana, julio-agosto. • http://www.clarin.com.ar. • http://www.lanacion.com.ar. • Lida, C. (1997): Inmigración y exilio: reflexiones sobre el caso español, El Colegio de México/Siglo XXI, México. • Mármora, L. (1999): “Derechos humanos y políticas migratorias” en Revista de la OIM sobre Migraciones en América Latina, 8 (2/3). • Naciones Unidas (2000): Desarrollo y cooperación, nº 5. • Pujadas, J. y Massal, J. (2002): “Migraciones ecuatorianas a España: procesos de inserción y claroscuros” en ICONOS, Revista de Ciencias Sociales, nº 14, FLACSO, Quito. En Internet: http://www.flacso.org.ec/docs/i14_pujadas.pdf. • Ruiz, M.C. (2002): “Ni sueño ni pesadilla: diversidad y paradojas en el proceso migratorio” en ICONOS, Revista de Ciencias Sociales, nº 14, FLACSO, Quito. En Internet: http://www.flacso.org.ec/docs/i14_ruiz.pdf. • Signorelli, A. (1996b): Antropología urbana, Guerini, Milán. • Touraine, A. (1997): ¿Podremos vivir juntos?, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. • Valenzuela, J.M. (1999): “Diáspora social, nomadismo y proyecto nacional en México” en Nómadas, nº 10, Bogotá, abril.

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