El efecto invernadero

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El efecto invernadero

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Esta mañana, cuando llegaba para despachar con nuestra directora en funciones permanentes, doctora Mary Luz Bodineau de la Pineliére, la portera mayor del Fierabuilding doña Beneplácito Cadenas, en lugar de darme los buenos días como de costumbre, me deseó larga vida, con esa sonrisa suya de cristal que nos tiene a todos los fieras enamorados. "Ay, doña Bene –le respondí melancólico--, por muy larga que sea, me va a parecer muy corta". En ese momento, salía del ascensor una vecina, que sé que es bosnia, pero cuyo nombre ignoro, se dirigió a mí y me dijo con tono admonitorio: "No sea agonioso, señor. Usted, como yo, ya ha vivido bastante". "No, no –le repliqué--, yo nunca creeré haber vivido bastante" e, impulsado por una asociación de ideas, le hablé de una de las geniales novelas que se escribieron en el siglo XX: Todos los hombres son mortales, de Simone de Beauvoir. Es la historia de un hombre que, en la Edad Media, toma un elixir que le hace inmortal. Este hombre ve envejecer y morir a su esposa y a sus amigos. Y a sus sucesivas esposas. Y a los reyes y a los altos dignatarios civiles y religiosos. Pero, sobre todo, va asistiendo a los episodios más importantes de la historia, participando en todos ellos con las ventajas que le proporciona su condición de inmortal Vive momentos gloriosos. Pero, a la vez, va acumulando cansancio y hastío. El ir viendo desparecer irremisiblemente todos sus afectos, todos sus amores, todas aquellas aventuras a las que se sintió atado le entristece y le llena el espítitu de una melancolía infinita. Y, ya en nuestra época, se siente sobrecogido por un intenso deseo de morir. Y busca afanoso otro elixir que le devuelva la condición humana de la mortalidad. Lo más prodigioso de esta novela me parece a mí la forma en que la autora hace vivir a su personaje muy diversos momentos de la historia. He dicho "hace vivir". Porque Simone de Beauvoir no relata, no refiere hechos que podría haber tomado de cualquier libro de historia. No. El lector ve al hombre vivir, en presente de indicativo, los diferentes acontecimientos. Cuando subía en el ascensor, la cabeza llena de la filosofía de la historia de la portera del Fierabuilding, me preguntaba: ¿Qué gilipollas o gilipollisa de ahora, de esos que los críticos literarios y los profesores de literatura ensalzan y recomiendan, sería capaz de construir un edificio narrativo de ese calibre?. ¿De intentarlo siquiera? Pues decenas de obras maestras de esa categoría. Grandes obras que inauguraron una nueva época para el género. Nueva época que dio inmensos frutos pero que, cuando estaba a punto de inundar el mundo literario, fue arrasada por la industria cultural. El baremo de La Fiera principia por novelas, no de primera magnitud, sino de magnitud especial, como Sirio, como Antares, como Betelgeuse, Rigel, Canopus, Altair, Vega, Capella, Acharnar, Arcturo, Fomalhaut... Tales La montaña mágica, Ulises, El tiempo debe detenerse, Contrapunto, Doctor Faustus, Demián, El juego de los abalorios, Las mariposas de cristal, Heliópolis, Los acantilados de mármol, La metamorfosis, El castillo, La muerte de Virgilio, Los idus de marzo, Una mujer para el Apocalipsis, El hombre sin atributos, El tambor de hojalata, La concien de Zeno, La última tentación, Libertad o muerte, El extranjero, La peste, Los camino de la libertad, La náusea, etc., etc., etc.

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También hubo grandes novelas en lengua española, como las de los hispanos Julio Cortázar, Ernesto Sábato, García Márquez, Vargas Llosa, Miguel Ángel Austurias, Rómulo Gallegos Y de españoles, pero de éstas no vamos a hablar, porque no nos parece correcto hablar de nosotros mismos.

Los fieras, cuando vamos a leer una de estas obras, solicitamos un reclinatorio, rezamos a las musas y entonamos el Aleluya. Creyentes de la diosa Literatura, de la virgen Literatura. Y, en estas condiciones, ¿qué creen ustedes que sentimos cuando leemos que La verdad sobre el caso Savolta del pobre Eduardo Mendoza, convicto y confeso de kafkicidio, inauguró una nueva era para la novela. O que cualquier rollo de papel higiénico de Almudena Grandes, Muñoz Molina, Javier Marías, Rosa Montero, etc. es una obra maestra. ¿Son imbéciles los críticos? ¿Son unos vendidos? ¿O es que han comido mierda de gato? ¡Hideputs!

En el blog de Patrulla de Salvación Sibilina Jabalú dijo:

Chals Bodeler dice que "los premios académicos, los premios a la virtud, las condecoraciones, todos estos inventos del diablo, fomentan la hipocresía y frenan los impulsos espontáneos de un corazón libre (...) En un premio oficial hay algo que hiere al hombre y a la humanidad y ofusca el pudor de la virtud. Por lo que a mí se refiere nunca sería amigo de un hombre que hubiera ganado un premio a la virtud; tendría miedo de encontrar en él un tirano implacable" o, sobre lo mismo, Trapiello dice que "los premios del Estado (nacionales, de las letras o el mismo Cervantes) no son injustos porque no se hayan concedido a éste o al otro, o porque lleguen tarde (como ha declarado Boadella o, creo recordar, hace tiempo, el mismo Torrente Ballester, a los que seguramente asistía la razón y una buena dosis de vanidad). Lo son, sencillamente, por naturaleza. El Estado tiene por cometido regular el comportamiento de todas las personas que lo integran y amparar sus necesidades por igual. Eso es un Estado democrático. Vemos

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lógico que el Estado construya carreteras para todo el mundo y que en la Seguridad Social se atienda a quien lo solicita, sin discriminación. Nos parecería una aberración que el Estado, por ejemplo, decidiera sobre quiénes pueden hacer uso de la autovía y quiénes están condenados a transitar las carreteras comarcales de por vida o a no salir de casa. En cierto modo eso es un premio: la capacidad de poner a alguien en una autopista."

Postdata de los fieras. Sobre lo dicho, que está muy bien, queremos añadir: ¿quién el Estado para establecer valoraciones literarias, o artísticas en general? Y, ya puestos, ¿quién es un editor para eso mismo? Y no digamos ya cuando, en cierto modo, se juntan estado y comerciante de libros. Que es prácticamente lo que ocurre cuando familiares del Jefe del Estado y el Ministro de Cultura acuden a refrendar un premio que el comerciante otorga a un libro que él va a publicar, es decir, a sí mismo. Un premio del que todo el mundo sabe que es un chanchullo, producto de un acuerdo entre el editor sin vergüenza con un escritor sin moral. Y que se cumple merced a la actuación de un jurado comprado y unos periodistas analfabetos.

Carta a José Carlos Mainer.- Señor Mainer: nos place comunicarle que el artículo que publicamos sobre su complacencia en que su colega Santos Sanz Villanueva hubiese preterido el movimiento de la novela metafísica, en el que participaron novelistas como Carlos Rojas, Andrés Bosch, Manuel García Viñó, Manuel San Martín, Vidal Cadellans, Antonio Prieto, José Luis Acquaroni, Antonio Risco, Castillo Navarro, Claudio Bassols, Alfonso Albala, Fernando Gutiérrez, Miguel Buñuel, etc., que ya quisieran los que ustedes adulan hoy. Un movimiento que atesora una bibliografía con más de cien entradas de críticos y profesores, españoles y extranjeros, ese artículo, iba a decir, ha tenido mucha resonancia. El profesor Felicísimo Valbuena, que lo es de Literatura Española en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense, hasta ha repartido copias entre sus alumnos. Y los institucionistas de la verdadera Institución lo han hecho correr por la red.

Mientras exista gente como ustedes –el escurrido Sanz Villanueva y el obeso Mainer, que anteponen a la verdad sus rencores pequeñitos, sus envidias pequeñitas y los humores que les dicta su pequeñez, este país que no ha aportado nada a la ciencia ni al pensamiento de Occidente no será Europa. Que su literatura sea europea es por lo que lucha La Fiera Literaria, que ustedes, acurrucados en su provincianismo cateto, han despreciado. Les molesta el

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progresismo tanto como la profundidad de las ideas. Carecen ustedes de honradez intelectual.

¿Cuándo tendremos aquí algo parecido a aquella magnífica "Les Nouvelles Litteraires", donde el existencialista cristiano Gabriel Marcel elogiaba las piezas teatrales del ateo Jean Paul Sastre, y André Maurois las novelas de Albert Camus? Los mejores críticos del momento, René Marill Alberes y Maurice Nadeau, no hacían distingos que no tuvieran por base su propia teoría literaria, algo de lo que ustedes carecen. Su amigo Sanz Villanueva en El Cultural y usted en Babelia, no hacen nada que no sea lamerle el culo a los poulains de las editoriales ricas.

Continuamos con la serie de espectaculares cobas del señor Ansón, y lo hacemos con una en la que se supera a sí mismo en uno de sus momentos peraltados. En esta ocasión, se trata de pintura, disciplina de la que sabe todavía menos que de poesía o de novela, a propósito de una exposición de la pintora Mercedes Gómez Pablos. Para él, no existe en España otra como ella, de cuya exposición salió "zarandeado por la nostalgia y por los días azules". También asegura sentir ante los cuadros de Gómez Pablos unas cosas tan raras y cursis que convierten su artículo en un pastel de miel con leche merengada que indigesta al lector. Pero eso no se lo podemos discutir. Si él atesora en su académica talega una tal cantidad de adjetivos y lametones, él allá. Pero que, desde una ignorancia tan grande del arte de la pintura, haga tan descomunales juicios de valor, amparándose a veces en los de otros tan ignorantes y difuntos como él, tal Cela, Lázaro Carreter y Umbral, es engañar al lector por el precio de un piropo. Qué sabe Ansón de lo que es "pintar con fuerza", de la luz, de la pincelada, del color... Mercedes Gómez Pablos es una encantadora mujer y una excelente persona, pero no sabe pintar. Hasta se podría decir que es una antipintora, porque falla estrepitosamente en los dos factores en los que se asienta la plástica pictórica: la textura y la composición. También, a veces, en el color. De todo esto surge algo tan nefasto como carecer de estilo. Gómez no tiene estilo propio. Todas sus exposiciones son diferentes. Y es que no deja de explorar caminos sin encontrar nunca el suyo propio.

Profesores Navajas, Rico, Pozuelo Yvancos, Basanta, Darío Villanueva, Sanz Villanueva, Belmonte, José Carlos Mainer, Jordi Gracia, Gregorio Salvador A la vista de los elogiosísimos comentarios hechos por ustedes a la obra de Javier Marías –como nadie los ha hecho a ningún otro escritor en toda la historia de la Literatura--- y de la demoledora crítica a la

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misma hecha por nosotros –tan doctores en filología como ustedes, varios en clásica y española—creemos que tienen el deber moral de justificar su postura. Nosotros lo hemos hecho siempre que nos hemos ocupado del tema. Se está dilucidando en este lance la verdad o la mentira de la crítica literaria española y de la actitud de unos y otros ante un ejemplo supremo de discordancia. Si ustedes obran con honradez intelectual, háganlo ver en este caso particular que, para nosotros y muchos lectores, puede tener su razón de ser fuera de la Literatura.

A Kiko Matamoros, uno de los más notables cotillas del reino, le han prohibido la entrada en Marruecos. Telecinco ha presentado una queja ante la ONU. A nosotros, aunque somos partidarios de la libre circulación de personas, muebles y semovientes, nos parece la medida de los funcionarios aduaneros alauitas una precaución justificada. Tampoco nosotros dejamos entrar en el Fierabulding a los domadores.

Mienten a sabiendas, y no es fácil suponer sus motivaciones, quienes andan diciendo por ahí que los empleados de Alfagura conocen a Javier Marías por "El Jeringuilla".

En relación con el punto anterior, tenemos que decir que sí es cierto, en cambio, que dos, sólo dos, estudiantes de farmacia, que hacen horas por la tarde en la mentada editorial, le llaman Plastoderm.

Ezquerra Republicana, por qué se autodenomina algo que, traducido al castellano, sería

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Izquierda Republicana? No es izquierda, porque es un partido nacionalista y el nacionalismo es de extrema derecha, como lo eran los nazis, los fascistas, los franquistas... Y tampoco puede ser republicano un partido que renuncia a dos de los grandes valores del republicanismo, como son la igualdad y la fraternidad.

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