"El Duelo Como Acto: Sobre La Novela El Anular, De Yoko Ogawa"

"El Duelo Como Acto: Sobre La Novela El Anular, De Yoko Ogawa" (*) Jornadas De Escuela, Acto E Interpretación. Escuela Freudiana De Buenos Aires, 2010...
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"El Duelo Como Acto: Sobre La Novela El Anular, De Yoko Ogawa" (*) Jornadas De Escuela, Acto E Interpretación. Escuela Freudiana De Buenos Aires, 2010.-

Adrián Dambolena

Se trata de un laboratorio, un laboratorio peculiar. Quien se acerca a allí trae un objeto para transformarlo en un espécimen, esto es, para disecarlo. Estos objetos, insignificantes, minúsculos, preciosos, bellos, requieren de un cuidado, de un trato que implica un tono, una cadencia, al recibirlo. Es un acto de pérdida, un acto que pide más un gesto que una palabra, o una palabra que atestigue, que constate, que consienta, más que presuma decir, significar. Evidentemente la palabra allí tiene otro valor. Un hombre se acerca, un lustrador de zapatos. Envuelto en un pañuelo trae los pequeños huesos de un pájaro. Un amor. Dice querer hacer un espécimen de estos restos. La secretaria de ese laboratorio los recibe, los toma con cuidado. Le dice que el naturalista, el hombre que está al frente de esa laboratorio, recibirá su encargo, y que en pocos días va a estar listo. El laboratorio consiste en un viejo edificio de tres pisos, con varias habitaciones. En otro tiempo, allí, funcionaba una residencia de señoritas. Ahora las habitaciones están cubiertas por objetos convertidos en especímenes. En este laboratorio sólo trabaja el naturalista y su secretaria. Dos señoras mayores ocupan, desde otros tiempos, unas de esas habitaciones. El naturalista le explica a su nueva secretaria en qué consiste el trabajo, y le muestra un tubo de ensayo con un líquido ambarino. En él flotan unos champignones. La joven que los trajo comentó que su casa se había incendiado, sus padres y su hermano murieron, lo único que sobrevivió a ese siniestro fueron esos hongos que arracimados descubrió entre los escombros. El naturalista y su candidata se miran a través del cristal. Hay belleza en esa imagen. Le explica que aquellos que traen esos objetos para convertirlos en especímenes, buscan alivio. Una vez hecha la conversión se depositan en las habitaciones del edificio. El sentido de estos especímenes es de encerrar, separar y acabar. Nadie trae objetos para recordarlos una y otra vez con nostalgia. Al fin de toda la operatoria pagan el valor aproximado de un menú en un restaurante francés. Deben llenar unos formularios muy sencillos. Ella debe ocuparse de ellos. No hay restricciones, todos los objetos se reciben, no importa su origen, ni su condición. Hay que amarlos, señala. Pero sí hay una prescripción: pueden visitarlos, pero no pueden reclamar su devolución. Le aclara que es extremadamente raro que alguien regrese de visita

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por el espécimen. La misma joven de los champignones regresa un día. La secretaria le pregunta si viene a ver su espécimen. Ella le dice que no. Que quiere hacer uno nuevo. ¿Es posible? Se trata de una cicatriz. El incendio también había quemado su rostro. El naturalista observa detenidamente la cicatriz, frente a la mirada atenta de su secretaria. Le advierte a la joven si está suficientemente informada de que él no puede curar la cicatriz, solamente puede hacer un espécimen. Ella asiente en silencio. ¿Cómo ha sido posible que alguien haya edificado en su imaginación semejante laboratorio? Yoko Ogawa es quien ha imaginado este artificio en su libro "El anular". Alguien sin duda sensible a la pérdida. Y cuenta la historia de una joven que pierde una pequeña parte de su dedo anular en una línea de montaje de una embotelladora. Luego de esta pérdida de una parte de su cuerpo, el anuncio de una vacante de secretaria la conducirá hasta el laboratorio. Desde el inicio del libro una clave se anticipa en ese acontecimiento aparentemente anodino, hay una pérdida, el objeto de esa pérdida es una parte del cuerpo. Parte del cuerpo y objeto se conjugan en esa pérdida. Lo que se pierde es un trozo de carne, esa puntita de carne que recuerda otra, la que queda al término de la circuncisión, rito que enmarca una operación de corte que deja un resto, y en donde Lacan entendió ubicar, en la parte sacrificada, el sustrato de la función de la causa. La causa del deseo queda entonces ligada a ese sacrificio de una parte del cuerpo. Es como pedazo del cuerpo que nos aproximamos a concebir el objeto perdido que inscribe la falta irreductible que constituye el deseo. Una mujer relata a la secretaria que ha perdido a su amante. El relato es breve. Dice que su amante era músico. Le extiende una partitura. Esa partitura, explica, contiene escrita una canción que él compuso para ella. Dice querer hacer un espécimen con ella, y le aclara que la solicitud no se refiere a la partitura, sino a la música que allí está escrita, al sonido. La secretaria está visiblemente turbada. Vacila frente a ese extraño pedido. ¿Será posible hacer un espécimen del sonido? Finalmente se decide y toma la partitura en sus manos con naturalidad. La introduce en un tubo de ensayo. El espécimen estará listo en unos días. Hay dos funciones que se figuran en el libro. La joven secretaria que recibe los objetos, y el naturalista que los diseca. Dos funciones que podemos asimilar al analista, si esta demanda de naturalizar al objeto constituye un analista. Es interesante cómo la secretaria vacila en recibir el objeto cesible. Vacila en el punto de lo extraño, inclusive de lo exótico, en el punto de lo no identificable. Todo objeto se recibe, no importa su condición, le explica el naturalista. Es un objeto íntimo, una cosa de nada, un objeto fetiche ahora vuelto resto en el acto. Naturalizar un objeto, término con el cual se nombre la operatoria que el naturalista realiza con el objeto en su laboratorio ¿no es de algún modo sustraerlo al significante, extraerle su condición deseante, su condición de goce, de amor? Estos objetos se presentan como fetiches que han sabido participar de alguna erótica. Arrancarlos de la erótica que comportan, - Página 2 de 5 Copyright 2012 - EFBA - Todos los derechos reservados

¿no es devolverlos a la naturaleza? El objeto natural no suscita la mirada. A estos objetos nadie los visita, no se los mira, no se los escucha. Han cambiado de naturaleza. Pero, ¿por qué este acto sacrificial, en el que se sacrifica una parte de sí, simbolizada en ese objeto cesible que se lo entrega a la segunda muerte requiere de un naturalista? Acaso ese naturalista no está en el borde mismo de su caída, y que su acto se nombra no como cura, “no curo heridas” le advierte a la joven, “yo sólo puedo hacer un espécimen”. Recibir el objeto sin juzgar su condición, y por otro lado tomarlo como lo que es, un resto. Conservarlo es un problema, porque sugiere que ese objeto puede eternizarse. Pero este ya parece ser un inconveniente para el naturalista. Su joven secretaria lo interroga: ¿Qué sucederá cuando las habitaciones se vayan colmando de especímenes? El la tranquiliza, van a encontrar el modo. Al final, en todo caso, le queda al naturalista ver qué hace él con esos objetos que guarda. A él también le incumbe darle otro destino que eternizarlos como joyas mortuorias. El libro sugiere que el duelo culmina en un acto, el de redoblar la pérdida de un objeto amado con otra pérdida, esta última simbolizada en un objeto que supo estar enlazado fantasmáticamente al objeto perdido. El pedido de naturalización de ese objeto se enmarca en un tiempo que situamos como “momento de concluir”. Un tiempo se instaura entre la pérdida, en el cual el sujeto se ve compelido a realizar la metáfora del amor, esto es, a situarse como amante respecto al objeto amado que perdido se vuelve causa, y que inagura lo que Freud dio en llamar trabajo del duelo, y el acto de desprendimiento. Incluso, ¿no puede ser una manera de decir que lo que realiza el trabajo del duelo es la naturalización del objeto, que culmina en un acto de pérdida, de entregar el muerto a la muerte? Ese acto está recortado, aislado de sus prolongaciones. Se desconoce de qué historias vienen, y hacia dónde van quienes se acercan al laboratorio y realizan su pedido. Ese contorno preciso sugiere la idea del acto como momento de conclusión, de corte, diferente del tiempo protagonizado por el argumento fantasmático donde ese objeto se engarza como una piedra preciosa. Las palabras que acompañan ese acto no piden interpretaciones, no solicitan consuelo, son las suficientes para explicar el lazo que lo unía a ese objeto: un amante que se perdió, un incendio que acabó con seres queridos, un pájaro amado. Son pocas porque ese acto dice lo que ya urge decir sin rodeos. Es precipitación, como cuando se dice "llueve". Constata más que significa. Evidentemente allí el significante tiene otra función, es corte. El sujeto se identifica al acto, es corte, y a su vez ese corte engendra un sujeto y un objeto que lo divide. Hay entonces, una identificación del sujeto a la verdad. Lacan dice, es la verdad, ¿pero qué verdad? La de no ser allí, de no ser, en tanto no es el falo. Si algo se decide, si a esto lo nombramos sujeto decidido es en definitiva porque se asume lo caído en un tiempo anterior. Es en definitiva no tanto que cambie la naturaleza del objeto en el acto, sino que se decida perderlo, y esta entrega no responde a ninguna demanda anal, sino a una perentoriedad de inscribir una pérdida que de existencia a un cuerpo real, esto es, escribir lo imposible de escribir como goce absoluto. ¿Es que acaso deberíamos entender que al final del duelo se trata de conservar al objeto disecándolo, que el final del duelo es eternizar al objeto perdido? No es a mi entender lo que - Página 3 de 5 Copyright 2012 - EFBA - Todos los derechos reservados

sugiere el libro. Los que llegan y realizan ese acto de desprendimiento no regresan ya por esos objetos. Pero también, ¿no se requiere para ese acto un testigo de que sucedió, como escribirlo en un acta, el acta de desprendimiento? Este pedido está dirigido a aquel que sabe hacer con ese pedido, sabe que se trata de tratarlo como lo que es, un resto no reintegrable, finalmente, realizar lo que le falta a ese acto, constatar que es así, que ese objeto no debe recibir otro trato que el de naturalizarlo. Si el acto testimonia algo, si es testimonio, ¿acaso no lo es porque el testigo está identificado a la verdad? Digo, me parece, que aquí hay un problema, y que es al nivel de la verdad y no del saber. El acto es un decir, afirma Lacan. Dice que el goce fracasa, y que este fracaso es incurable. El naturalista es supuesto saberlo. El le dice a la joven, le recuerda que sólo acepta su pedido si entiende que para esa cicatriz, la cicatriz que sutura una pérdida, no hay cura. Lo que plantea una dificultad en pensar el término de un duelo. El sabe separar, encerrar ese objeto, devolverlo a la naturaleza. Y digo que tiene que haber una escritura en el cuerpo que escriba ese fracaso, que le de otra existencia al cuerpo, o que le dé en definitiva alguna. Porque, ¿qué es un cuerpo sin esta escritura? ¿Es un cuerpo inocente? ¿Es una superficie mental virginal? El objeto fetiche es un omnipresente en el libro. El naturalista, con el que la secretaria tiene una relación amorosa, le regala unos zapatos, expresándole su deseo de que los lleve siempre puestos aunque él no la vea. Es un libro que trata sobre el objeto, sobre el objeto perdido, sobre el objeto disecado, que es el espécimen que se conserva en los depósitos del edificio, sobre el fetiche, como un objeto que posee otro, la mirada. Los zapatos como fetiche, y la secretaria, que al final del libro solicita como un cliente más hacer un espécimen de su dedo anular, pero no cambia de naturaleza, porque busca poseer la mirada del naturalista, es decir, consolidarse como fetiche, ser un espécimen, ese objeto de sumo interés del naturalista. La secretaria sostiene el goce del Otro, es decir, que el cuerpo del Otro sea capturable como goce. Ahí su engaño. El lustrador de zapatos le ofrece a la secretaria lustrarle los zapatos. Un día ella se dirige a su puesto. El le pregunta por los zapatos. El es alguien que sabe sobre ese objeto. Le dice que son hermosos, y que sus pies están casi totalmente absorbidos por el zapato. Ella le dice que es un regalo de un hombre. El le pregunta si está enamorada de ese hombre. Ella no sabe qué contestar. Dice que está ligada a él de una manera mucha más esencial y radical. "No logro dejarlo", dice. Le advierte que debería acabar con ellos antes de que sea demasiado tarde, y le sugiere que haga un espécimen de esos zapatos. Ella dice que no quiere ser libre, quiere ser encerrada con ellos en el laboratorio. Ella elige el ser ahí, no el acto que la alcance en un desencuentro con el objeto que le dé una existencia menos tonta. La autora argentina María Negroni cita en un bello artículo a Bernard Noel: "Escribir es abrazar un cuerpo que no se ve". Esta frase bien dice que en la escritura se trata de otro cuerpo, de un cuerpo no especular. Se trata mas bien de un cuerpo real, aquel donde se escribe lo real de lo imposible del goce absoluto, cuando una parte de sí, de sí mismo, se pierde para retomarla en la tripa causal. - Página 4 de 5 Copyright 2012 - EFBA - Todos los derechos reservados

Adrián Dambolena Bblioagrafìa ALLOUCH, J.: Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca. BERTRAND, D.: L´annulaire (Francia, 2005). Film basado en la novela “El anular” de Yoko Ogawa. LACAN, J.: Seminario X, La angustia. LACAN, J.: Seminario XV, El acto analítico. OGAWA, Y.: El anular.

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