EL DOLOR: LA SEDE DEL CONFLICTO

EL DOLOR: LA SEDE DEL CONFLICTO Martha LÓpez Castaño* "Depende del dolor con que se mire", decía Benedetti. El aporte a la reflexión de esta profunda...
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EL DOLOR: LA SEDE DEL CONFLICTO Martha LÓpez Castaño*

"Depende del dolor con que se mire", decía Benedetti. El aporte a la reflexión de esta profunda sentencia, apunta directamente al corazón de la razón que tenemos, porque occidente ha mantenido siempre un ligamen sospechoso con el racionalismo que erige la verdad sobre el mundo y dispone el poder que homologa los puntos de vista. Otro tanto se ha hecho al destacar el papel comunicativo como operación de futuro, como si no tuviésemos bastante con las palabras capaces de atrapar al sujeto en las redes autoevaluativas de la expresión de lo mismo, con el onanismo de la voz que hace el individualismo moderno. Lo que de hecho requerimos es la creación para pensarnos, para proyectarnos rescatando la afección humana, para lo cual es importante repensar el dolor como la última categoría de la vivencia humana. Cuando HannaArendt nos dice:"EI dolor es el único sentido interno encontrado por la introspección que puede rivalizar independientemente de los objetos experimentados, con la * Instituto

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evidente certeza del procedimiento lógico y matemático", nos obliga a enfrentar de lleno en la diferencia, la irrepetible especificidad de lo que somos y de lo que vivimos (Arendt, 1978,404). La confianza en la razón para definirnos y diferenciarnos de los animales tiende a debilitarse cuando sorteamos el enigma que mantiene unida la experiencia al recuerdo y, mas aún , cuando la acción de la memoria se nos aparece con todo vigor para hacer visible dicha experiencia que nos define. Frente a la razón, el pensamiento postmoderno, ha validado la expresión más inquietante de que:"somos memoria y tiempo" y por tanto, aquello que en efecto nos humaniza, implica compartir el dolor con el otro/a, como materia común del proceso de la vida que nos adeuda la existencia. Independientemente de la clase, la etnia y el sexo, el dolor aparece vehiculando el orden de los sucesos que marcan nuestros cambios biológicos y culturales. En el dolor transita una materia intransferible a la comunicación, más cerca del silencio, más sensible a procesos no verbales, a procederes analógicos y a estratos más comprometidos con el inconsciente. Pero el dolor no es unívoco, no es neutral, ni está basado en las mismas causas y razones; el dolor es una expresión glandular ante la angustia de estar vivos; hay diríase, una respuesta ante la alteridad, ante lo que se ha llamado la presencia del caos en nuestro diario vivir y que nos alerta frente a la pérdida como expresión de la muerte. Así por ejemplo, el desplazamiento forzoso en nuestro país es una situación límite para hombres y mujeres, condena al sujeto al aislamiento comunitario y produce una disolución identificatoria que se traduce en vacío de reconocimiento y de pérdida. Pero el exilio en la propia tierra que implica el desplazamiento, no es igual para hombres y mujeres, no sólo

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en relación a los roles asignados, sino también porque la pena y el sufrimiento responden a una fenomenología distinta del cuerpo que porta y que provee el reconocimiento propio. La asimilación del cuerpo femenino a la naturaleza da la pauta para entender la marca del dolor que significa el exilio, el destierro y el desplazamiento en las mujeres víctimas de la violencia. La tierra es por definición para el imaginario dominante una encarnación femenina; la alegoría de vida y muerte hace la definición femenina en tanto ella es asociada a la reproducción biológica y a los ciclos naturales. En la cultura griega, la mujer era un ánfora, un receptáculo, contenía la simiente. El semen masculino por el contrario era dador de vida y de espíritu, traducía el poder del logos y del conocimiento. La mujer está culturalmente asimilada a esa norma que propone el mandato natural de regeneración y destrucción, asimilada a los ciclos de la tierra. "La mujer es por doquier naturaleza", nos dice Levi-Strauss, porque ella propone una operación metonímica de contigüidad con la lógica natural que encarnan los flujos de su cuerpo. La capacidad reproductiva y gestora de su vientre responsabiliza a la mujer y la compromete moralmente de un modo distinto al varón, en caso del desplome social, con la restauración del mismo. Diríase que es más fuerte el mandato natural que la disposición divina, y para el caso femenino, la naturaleza impone inapelable todo el peso de su fuerza. La naturaleza se convierte en juez femenino, porque ocupa extensamente su lugar en ella. De ahí que Celia Amoros nos diga: "En la ideología patriarcal, para la mujer la naturaleza es norma y debe ajustarse a esta norma, en la medida que la cultura ha decidido que para ella lo sea, constituyéndose así en norma de la norma" (Amoros, 1991, 163).

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Esto explica que en el caso del desplazamiento forzoso, las mujeres se empeñan en reconstruir el tejido social en jirones, se olvidan de sí mismas y asumen unas responsabilidades que miden la entrega en términos de lo inconmensurable, porque para ellas la restauración social y familiar es más comprometedora, más inaplazable, a tal punto, que la culpa se encarga de recordar y validar el hecho. Convertida en jefa de hogar, la mujer entrega su vida en cuerpo y alma a la restauración del hogar, se siente responsable del fracaso y del estado de indefensión de la familia como si ella hubiese participado o propiciado de algún modo la situación vivida. Marguerite Youcenar nos dice:"No he nacido por la inquietud, sino más bien, por el dolor, por el infinito dolor de la pérdida". La materia de la experiencia es el tiempo, y éste se traduce en dolor toda vez que se corta el alivio que provee la repetición para dar paso a la diferencia. Los procesos donde sucumbe el yo, donde se quiebra nuestra identidad, tocan el límite de lo vivido donde cede la resistencia y la estabilidad que teníamos. Hay por tanto momentos extremos donde la disolución del yo se produce en respuesta a estados límites, como la ruptura amorosa, el duelo y la muerte cercana, el erotismo, el exilio, el dar a luz para la mujer, el éxtasis místico o la creación artística. El dolor es el dato más dramático de constatación de la diferencia, de ahí que tenga tanta importancia actual. Podríamos decir que el dolor se distingue del sufrimiento en cuanto éste ultimo está accionado e implica, ya no la constatación del dolor como sede de conflicto, sino ese circuito de placer ante la pena que agencia la obstinación de vivirlo. Otro tanto se puede decir en relación al goce experimentado: lo único que releva el dolor es el goce que responde con la

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superación ante za humana.

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acontecimiento que proyecta la esperan-

La esperanza es el relevo del dolor, una llama de poder proyectivo que anima la lucha por la vida y abre la vía a la realización de futuro. Porque el dolor introduce la diferencia por cuanto nombra la especificidad del vivirlo; así pues, el dolor femenino, masculino, negro, indígena, tiene un modo particular de habitar la relación propia con la alteridad y una manera propia de sentirlo, en tanto responde a la diferencia nombra otra naturaleza. De ahí la importancia que cobra la diferencia sexual como sede de la pregunta que implica la corporeidad, la especificidad sensible de nuestra vinculación con el mundo, difícil de codificar y estudiar. Es por tanto no sólo necesario superar la concepción que atribuye la neutralidad al dolor, sino también al goce, en cuanto cada mujer y cada hombre tiene una manera de dar vía al dolor y al goce de acuerdo a su experiencia vivida. María Zambrano nos dice: "La esperanza que crece en el desierto, que se libera de esperarnos por no esperar nada a tiempo fijo, la esperanza liberada de la infinitud sin término que abarca y atraviesa toda la longitud de las edades constituye un argumento, la esperanza no prendería en el alma, si el amor no prepara el terreno justamente con ese abatimiento, con esa ofrenda de la persona que el amor alcanza en el instante de su cumplimiento. Pero el amor que integra la persona, agente de su unidad, la conduce a su entrega y exige hacer del propio ser una ofrenda, un sacrificio único y verdadero, y este abatimiento que hay en el centro mismo del sacrificio anticipa la muerte y así el que de veras ama, muere ya en vida, aprende a morir, es un verdadero aprendizaje para la muerte" (Zambrano, 1991,257) .

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Se trata de elaborar el sufrimiento a partir de clarificar la necesidad de asumir el dolor asimilando el conflicto. para así adecuarlo y darle una salida creativa superando el dolor aliado a la culpa. en el que la pérdida puede convertirse cuestionando así. la auto-victimación. Buscar la vía menos traumática. más cercana al amor. a la esperanza. porque la culpa constituye un mecanismo masoquista de des legitimación de sí mismo/a como consecuencia de la minusvaloración en relación con el otro sexo. Cuando el dolor metafísico toma forma en el cuerpo. el miedo. la angustia. la tristeza extrema se somatizan. la violencia estigmatiza las funciones impidiéndolas o descordinándolas. El dolor cuando se reitera y se acrecienta -"el dolor del alma" como se reconoce en psicología- presenta un diagnóstico que puede clasificarse según una gradación determinada. de acuerdo a su intensidad. La melancolía nos dice Freud: "Se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso. una cesación del interés por el mundo exterior. la pérdida de la capacidad de amar. la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio. Esta última se traduce en reproches. y acusaciones. de las que el paciente se hace objeto a sí mismo y puede llegar incluso a una delirante espera de castigo" (Freud 1915). Lo propio de la depresión y la melancolía es la culpa. porque a las mujeres se les autoriza un margen menor de error que a los hombres en la cultura en relación al peso de las obligaciones. La culpa·convierte a la mujer en un objeto incapaz de moverse. de crear. de tomar decisiones. La voluntad cosificada se materializa en exigencias imposibles que se dirigen contra sí misma. se tornan autoreproches persistentes que desvalo-

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rizan la subjetividad y la mantienen inmóvil. Podríamos decir que mientras más reducido es el espacio concedido por la cultura a la proyección creadora, mayor peso puede asignarse a la vigencia de la culpa, porque la culpa es un sistema de clausura de la cultura para la realización propia. "Julia Kristeva (1987) nombra tres estados depresivos: melancolía grave, caracterizado por la lentificación de todas las funciones del psiquismo; la pérdida del gusto por la vida, por el deseo sexual, por la palabra; y la intención suicida, la depresión neurótica que sería forma menos grave que la anterior, y la nostalgia o spleen al que llama vacío del alma" (Hernández, Noema. 1996). Podemos decir que las condiciones del desplazamiento son una tierra abonada para desencadenar estos procesos y constituyen una norma de aparición en las mujeres desplazadas. La experiencia del desplazamiento implica una crisis inevitable y produce estallidos psicóticos cuando estos procesos están latentes y anteceden al cuadro psíquico que presenta el/la paciente. Se puede decir que el desplazamiento en las mujeres, enfrenta de nuevo a la estructura psíquica con el drama que corta el ligamen materno; se trata de la genealogía femenina aliada a la tierra abandonada. Es el derrumbe del self, el corte de la relación objetal, que se manifiesta como miedo a la muerte o temor al vacío. "Entre los factores esenciales que se encuentran en el origen de la organización psicótica, podemos destacar la experiencia traumática de separación y la pérdida de objetos significativos para el niño en etapas tempranas de su desarrollo, como la pérdida de la madre para mitigar las angustias del bebé. Este se siente, entonces, en el mayor desamparo y con un sentimiento desesperado de caída al vacío" (Grinberg, 1984, 164).

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Lo que Winnicot ha llamado "el medio facilitador" es la madre, la ausencia materna para el psicoanálisis puede hacer estallar la psicosis. Toda vez que esta ausencia se prolonga se produce una ecuación X+Y, donde la angustia se incrementa y puede llegar a ser muy intensa, aunque aún se puede recuperar la psiquis. Si esta angustia se convierte en X+Y+Z el daño es irreparable, y entonces tenemos el daño psicótico que se reconoce en la fragmentación del yo. Se compara metafóricamente al desplazado/a por la violencia con el niño que sufre una separación prolongada con pérdida de objetos significativos. El lugar receptor le resulta extraño, y no pudiendo ser contenido espacialmente por ese medio, él nombraría la sustitución del objeto materno como una fuente de seguridad. En estos análisis subyace como lo hemos anotado, el peso más grande de responsabilidad en la madre; si el padre no está, "no pasa nada", si es la madre la que falta, se produce la quiebra de la identidad total e irreparable. Nótese cómo los discursos psicológicos generan verdades necesarias (en la medida que hacen persistir las ideas que cargan de culpa a la mujer); ello ha hecho decir a Foucault "que el loco se produce y se crea", no siendo iguales los manuales de psiquiatría que dieron lugar a las mujeres histéricas, que aquellos más actuales, donde la esquizofrenia reinventa al sujeto y lo trata como "borderline" a través de medicamentos y químicos. Son más cercanas las ideas de Bateson y la escuela de Palo Alto a la crítica del patriarcalismo, porque allí se sugiere como verdadera causal de la esquizofrenia al tipo de comunicación que tenemos. En efecto la comunicación basada en el "doble vínculo" es la razón etiológica de la esquizofrenia, y constituye un doble mensaje verbal y no verbal que se contradice.

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Bateson SUpO plantear que la esquizofrenia no se produce como efecto de irresolución de etapas tempranas como lo creía Freud, sino que constituye un modo social (padres, madres, hermanos, amigos) de referirse al niño/a, donde se ponen en juego dos lenguajes que marcan de modo contradictorio la orden y la intención, traduciéndose en una verdadera trampa comunicativa. Este modo de relación no es privativo del discurso materno, corresponde en general a todos aquellos que rodean al (a) niño/a, delegando la infancia a ese lugar del extraño esencial en el que el infante siempre es abordado como minusválido, con un lenguaje específico que responde a una connotación en diminutivo siempre adjetivado como distinto (Bateson, 1976). Las paradojas pronunciadas en el delirio hacen pensar que los estados de pérdida del yo producen un conflicto entre pulsión y pensamiento, donde el pensamiento está atacado por la pulsión, dando lugar al pensamiento en blanco: al decir de Green "en la psicosis blanca, la ausencia invade el espacio psíquico y produce una corriente de aire que arrastra todo". Este autor acuña el concepto de Bion: "el terror sin nombre" muy propio del miedo experimentado con la amenaza de muerte", cercano al desplazamiento forzoso (lira y Castillo. 1984). Silvia Vigetti nos ha hecho ver la operación de culpabilización contra la mujer que posee la psicología, desde Freud hasta hoy (con algunos matices en Winnicot y Melanie Klein) que ha insistido en la relación madre-hijo y particularmente en la madre como objeto relacional por excelencia, convertido en primer factor ambiental al que se recurre para explicar la psicosis, cuando la madre no consigue dominar la angustia y el hijo la percibe como objeto maligno que lo invade y lo destruye. "De ella se desprende la más absoluta imposibilidad: ¿cómo es posible que una mujer logre todo lo que se le

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exige a una madre en materia de amor y de empatía, cuando a ella misma no se le ha dado jamás amor libre de ambivalencias, tal y como por otra parte, sostienen las teorías psicoanalíticas?" (Vigetti, 1992). La madre es un sujeto inserto una historia y en un proyecto de vida que se ofrece al hijo con las contradicciones y las dificultades concomitantes a su ser indefinido. La comunicación materna es un lugar de socialización compleja donde se suceden actos comunicativos todavía no vistos con la lente de género tan necesaria para la desmitificación de los lastres culturales de moralización existentes.

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BIBLIOGRAFIA. Arendt, Hannah. La Condición Humana. Seix Barral. Barcelona. 1974. Amoros, Celia. Hacia una crítica de la razón patriarcal. Antropos. Barcelona. 1991 . Zambrano, María. El hombre y lo divino. Siruela. Madrid. 1991. Freud, Sigmund. "Duelo y melancolía". Biblioteca Nueva,Tomo 11, 3a. Edición. Madrid. 191 S. Hernández, Noema. "Un abismo de tristeza, la depresión en las mujeres". En: Otras palabras, No. l. Universidad Nacional. 1996. Grinberg, León, Grinber Rebeca. Psicoanálisis de la migración y del exilio. Alianza Editorial. Madrid. 1984. Bateson, Gregory. Pasos hacia una ecología de la mente Humana. Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires . 1976. Lira Elizabet y Castillo María Isabel, Psicolofía.eJe la amenaza y el miedo. Itas. -Ediciones, Chile América Cesoc. Santiago de Chile. 1984. Vigetti, Silvia. El niño de la noche. Hacerse mujer, hacerse madre. Colección feminismos, Cátedra. Madrid . 1992.