El desvanecimiento de Fidel Castro en la Habana

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El desvanecimiento de Fidel Castro en La Habana Vanessa Herrera Hernández La mañana del sábado 23 de junio del 2001 comenzó con una gran agitación humana. Hombres y mujeres cubanos se preparaban desde muy temprano. Era un día caluroso, siendo ya las 6:30 de la mañana. El sol apareció con fuerza, pareciera que el Señor nos castigara con un calor mitigante, el "Dios de La Habana está de mal humor", escuché una voz femenina con ese inigualable acento cubano. El día anterior había visto a Fidel en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) donde asistió a un programa para demandar la liberación de cinco agentes cubanos, condenados en Miami por espionaje. Fidel asistió únicamente como espectador.

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FONDO UANL

UNIVERSIDAD AUTONOMA DE NUEVO LEON Secretaría de Extensión y Cultura Centro de Información de Historia Regional El desvanecimiento de Fidel Castro en La Habana De: Vanessa Herrera Hernández

En el foro había público de la isla y quince periodistas -incluyéndome- de nueve países: México, Brasil, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, Bolivia, Ecuador, República Dominicana. El mismo Fidel Castro se acercó a conversar con nosotros y nos invitó a la comunidad El Cotorro a una manifestación multitudinaria. Gracias a Guillermo Cabrera, director del Instituto de Periodismo "José Martí", tuvimos acceso

al estudio de televisión donde pudimos estar cerca del hombre que ha hecho historia por más de 40 años con la implantación de sus ideas a través de un régimen socialista. Aquél sábado abandonamos muy temprano la Ñico López, la Escuela Superior del Fartido, el albergue que nos mantuvo cinco semanas con vida, las cinco semanas que duró el diplomado de Periodismo Internacional. Nos apresuraron a la orden del reloj, y subimos todos al transporte urbano que llaman la guagua, en esta ocasión no faltaba ninguno, éramos todos los latinoamericanos y los periodistas cubanos, incluyendo a los de La Habana y de las provincias del país. El chofer, con apariencia agradable pero demasiado serio, nunca le pudimos sacar una sonrisa, nos llevó a las calles G y 21, donde estaba el Instituto, subieron Guillermo y César Gómez, este último gran amigo y subdirector del Instituto, nos dio las invitaciones para El Cotorro. Desde mi ventana, veía a los hombres caminar por las calles y, al instante, recordaba a su líder, con su estatura impresionante, (aún me parece escuchar su voz pausada y casi audible), sus manos largas y frías, y ese tic casi imperceptible, y que sólo algunos de nosotros pudimos notar: cuando habla, al igual que sus movimientos faciales característicos, mueve su oreja izquierda. Aseguro, casi con certeza que ninguno de los que nos encontrábamos ahí, ya en sus países, puede negar que la figura de Castro impone aún de cerca.

Nuevamente miraba a la gente desde la guagua (transporte), veía los carros antiguos de los años cuarenta, cincuenta y sesenta moverse con lentitud y gran ruido a nuestro lado, sobre todo, recuerdo dejar atrás a los tripulantes risueños. La fila era larga y nos acercábamos al lugar. Todos estábamos listos para otro de los discursos de Fidel ante la Tribuna Abierta de la Revolución. Los cubanos se vieron convocados por una campaña profusa en radio, prensa y televisión, para demandar la liberación de cinco agentes cubanos, condenados en Miami por espionaje. Aquellos días nos daban de desayunar, almorzar y comer noticias del estado anímico de los cinco presos, así como de su situación ante el país enemigo. Ante la denuncia pública de Castro, el pueblo cubano se reúne en el Cotorro. Las calles a la redonda estaban repletas de niños, hombres y mujeres, quienes caminaban presurosos; los vimos atareados hacia el terreno de fútbol "El Palmar" ubicado en la calle 71, entre 36 y 30, agitando por las calles sus banderillas cubanas. 7:30 AM. llegado.

Era la hora indicada. Habíamos

Guaguas y coches aguardaron en la Carretera Central (calle 101) a calle 28, 29 y 37, para "parquear" al fondo de la escuela "Juan Gualberto Gómez". Caminamos varias calles empedradas hasta llegar a la entrada, donde había filas interminables de -5-

cubanos. Nos dejaron pasar mostrando nuestros pasaportes y nos condujeron a un cuarto de seguridad, dejamos nuestras pertenencias, que no pasaban de un rollo y una cámara fotográfica, a excepción de dos afortunados periodistas que lograron ingresar con videocámara, uno era mexicano y otro, boliviano. Pasaron pocos minutos y ya con nuestro equipo, avanzamos a la zona de prensa.

comandantes de la revolución, Ramiro Valdés, Juan Almeida y Guillermo García Frías, compañeros de Castro desde la lucha revolucionaria en la década de los cincuenta. Todos presenciaban el evento desde la primera fila, del mismo modo que lo hicieron los agentes de la seguridad personal del gobernante. También lo acompañaban en el acto, los padres del niño Elián.

Los medios de comunicación estábamos listos para escuchar los argumentos del comandante: cámaras de televisión y fotógrafos internacionales esperábamos ante la tribuna, que logró convocar a una manifestación de 60,000 personas en la barriada de El Cotorro, muy cerca de La Habana.

Antes del discurso de Fidel, la tribuna se convirtió en un espectáculo musical, se presentó un grupo de niños, unas bailarinas y un grupo de rap, lo recuerdo con certeza, pues una niña y dos niños raperos cantaron un tema por demás nacionalista incluyendo los versos de Martí. "...Represento a mi bandera, soy cubano, soy cubano y lo digo dónde sea..."

Vestidos con camisetas azules y blancas, los cubanos orgullosos mostraban el emblema: "Prisioneros en las entrañas del monstruo", no hay mejor motivo que apoyar al presidente en su lucha de liberar a los cinco prisioneros cubanos en Estados Unidos. Los nombres: René González, Fernando González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Antonio Guerrero. La expectación de la llegada de Fidel duró muy pocos minutos. Arribó al lugar vestido como todos le conocen, con su tradicional uniforme verde olivo, acompañado de sus ministros y la gente de seguridad que siempre lo acompaña, pues se dice que en su mandato ha sufrido más de 600 atentados. Llegó y tomó posición en medio y al frente de la multitud, al lado, los altos funcionarios del gobierno y el Partido Comunista de Cuba, y los llamados

Tuvo tanta aceptación entre los que nos encontrábamos ahí, que todavía puedo recordar los días siguientes cuando cantábamos en la guagua con el ritmo de esa canción pegajosa, que también fue del agrado de Fidel, pues fuimos testigos de como el hombre duro y serio se transformó en uno de nosotros al "intentar" alguna frase de la canción y mover su bandera al ritmo de la música. En otra zona, muy cerca de Fidel, también nos permitieron tomar fotografías, nos dejaron pasar de cinco en cinco. Al terminar el espectáculo, subió Fidel Castro al estrado. Tomamos fotografías, los guardias permitieron que nos turnáramos para subir a la tribuna y tomar fotografías del plano general de la vista de Fidel hacia la multitud.

Había pasado más de una hora, las sombras iban desapareciendo y sólo quedaba el sol abrazándonos con más fuerza. Y tal como la fuerza del sol, eran mis pensamientos, me repetía a mi misma: "¡cómo aguanta ese hombre estar ahí parado!" si nosotros con ropa ligera, a él su ropa incómoda, su tela gruesa, sus mangas largas, le ahogarían. Era impresionante la fortaleza que demostraba al estar ahí, leyendo todavía, cuando nosotros estábamos desvanecidos. Frente a nosotros, pasó rápidamente un guardia, llevaba entre sus brazos a una mujer desmayada; poco tiempo después caminaba otro apresuradamente con una mujer a cuestas. Algunos latinoamericanos ya sentados en el suelo, cansados, sedientos, sudando a gota siempre con sus lentes puestos, y al frente, la multitud, igual que Castro, parados firmemente ondeando sus banderillas, parece que dándonos una muestra de fuerza, resistencia y vigor, una lección de vida. Parece indescriptible volver a situarme entre aquella multitud, y así poder recordar aquellas últimas palabras de Fidel, esas últimas palabras que casi articulaba, la lucha constante de su mirada tratando de leer sus propias líneas, ante la atención minuciosa de los que nos encontrábamos. Llevaba hablando más de dos horas, cuando finalmente desistió y reclinó su cabeza contra los dos micrófonos. Corrieron hacia el podio las personalidades del gobierno y el Partido Comunista de Cuba que - 8 -

presenciaban el discurso desde la primera fila, del mismo modo que lo hicieron los agentes de la seguridad personal del gobernante. Nosotros hartos del sol, de sed y cansancio general, enseguida nos levantamos del suelo y como reguero de pólvora empezaron los murmullos. Todo pasó en unos segundos. Fidel fue retirado rápidamente, sin ser cargado y en medio de un vasto dispositivo de seguridad. Se transmitió esta escena en directo por televisión nacional ante la vista incrédula de todos los presentes. El silencio sepulcral se volvió un valle de lamentos. A lo lejos se asomaban voces quejumbrosas "¡Ay Dios mío!", "Se murió Fidel"... los guardias trataban de poner orden y nos aventaban hacia atrás, entonces el estricto orden de los límites de prensa quedó deshecho, ya no había privilegiados, todos éramos iguales. Nos convertimos en el pueblo cubano. El llanto acosó a la mayoría en ese instante. Guillermo Cabrera se desvaneció prácticamente, Natalia, una periodista paraguaya lo abrazó y consoló todavía con la expectación de lo que estaba sucediendo. A mi lado, Marta Moreno, una famosa periodista de la televisión cubana, disimulaba sin éxito, sus lágrimas con unas gafas oscuras. Rápidamente y ante la desesperación de los cubanos, el canciller Felipe Pérez Roque saltó literalmente a la tribuna para pedir calma a la muchedumbre que, sorprendida, estiraba sus cuellos para ver al dirigente cubano. Recuerdo sus palabras en

el podio "Calma y valor, levantemos nuestra bandera". Algunas voces entrecortadas por el llanto, y sin embargo, el pueblo gritaba con todas sus fuerzas: "¡Fidel!", "¡Fidel!", "¡Fidel!"... para ese entonces, envuelta entre la multitud, veía muy lejos de mí a Joáo, el único periodista brasileño del grupo, llorando verdaderamente como un niño. Lejos estaba de sentirme una turista más en La Habana, era imposible dejar de mirar todo un pueblo en llanto y quedarse atrás de la línea divisoria. "El compañero Fidel ha tenido obviamente en medio del calor y del sobrehumano esfuerzo hecho por él... un momentáneo descenso", dijo el canciller desde la tribuna, explicando que Castro, a sus 74 años, había tenido una intensa actividad durante los últimos días y que en la ciudad hacía un fuerte calor. La preocupación aumentó y con ello, el movimiento del lugar se convirtió en un caos. Los periodistas de diferentes medios como la NBC y la AP, trataron de acercarse hacia Fidel, pero la seguridad impidió un acercamiento. Otros medios de comunicación empezaron a guardar el equipo y también dejaron de transmitir por televisión. Después de cinco a siete minutos, Castro regresó al podio caminando sereno y portando también su gorra, que no vestía cuando sufrió 11 el descenso" como fue descrito por Pérez Roque. Rápidamente sacaron las cámaras y comenzaron a grabar de nuevo. Los flachazos apuntaron a Fidel. Sus primeras palabras fueron "Estoy bieiT. uEstoy enteroAhora " d u e r m o unas -10-

horas, ¿moche no dormí nada buscando papeles. Esto no se queda así... Nos vemos a la noche. Hasta luego y muchas gracias". Sólo se veían brazos agitando las banderillas cubanas al mismo tiempo que Fidel cerrara el acto con: " ¡ P a t r i a o muerte, venceremosf" tradicional consigna revolucionaria cubana. " Con calma y orden todos los compañeros nos vamos retirando" dijo el canciller culminando con ello, el acto. Así pues, todos abandonamos el terreno, banderillas tiradas por doquier. Tomé algunas para llevarme como recuerdo de este memorable día. Nos dirigimos hacia la guagua, caminando por las mismas calles empedradas fuimos testigos una vez más del llanto de algunos, de las risas de otros, y sobre todo, del descanso espiritual de todos "Fidel está bien" fue motivo de acercamiento, dejando atrás los malos momentos. Vimos alejarse con un buen sabor de boca a todos los que asistieron a la tribuna. Nosotros, imitando el sentimiento cubano, caminamos con nuestros brazos entrelazados durante todo el camino, si Fidel no fue el causante de diversas reconciliaciones, si lo fue lo que se vivió en este pueblo, que nos demostró una debilidad y preocupación sincera, y a la vez, fortaleza, un amor incondicional a su líder, a su gente, y la unión de un pueblo, de una patria, de un país: Cuba.

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T r a d i c i o n a l m e n t e , las m a n i f e s t a c i o n e s sabatinas, realizadas cada vez en algún lugar distinto de la isla, se retransmiten a las 6 de la tarde por la televisora oficial cubana. Ahora, este espacio se dedicaría a la culminación de su discurso. Más tarde lo vimos por la televisión comiendo pizzas en casa de Angelito, cerca de la Ñico López. Había cumplido con su promesa de terminar su discurso esa tarde. Increíblemente aceptó no haber descansado como era su deseo, tampoco comió; pero sí habló por más de 3 horas, como si nunca le hubiera pasado nada. Maratónicamente en resumidas cuentas, el 23 de junio de 2001, dio un discurso de más de 5 horas desde El Cotorro hasta el estudio del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). El desvanecimiento de Fidel por televisión provocó las miradas internacionales. Al día siguiente, nos enteramos que los medios de comunicación difundieron la noticia inmediatamente, algunos mal informados dijeron que había muerto, otros, dijeron que fue un desmayo. Lo cierto, fue sólo un desvanecimiento. A diferencia de los que se alegraron por este acontecimiento, que a juicio de muchos es el presagio de lo que vendrá muy pronto, sólo fui testigo de una experiencia fuera de lo común que me acercó tan sólo un poco a la vida del cubano común, que ve a Fidel no como al dictador, sino como al hermano, al padre, al amigo Fidel.

Hacienda San Pedro, Gral. Zuazua, N. L., Mayo de 2002.