El Derecho Procesal del Siglo XXI

Ana Calderón Sumarriva   Guido Aguila Grados   Gustavo Adrián Calvinho   Robert Marcial González   Prólogo:   Gabriel Valentín  

EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI   • Ana Calderón Sumarriva • Guido Aguila Grados   • Gustavo Adrián Calvinho • Robert Marcial González   Prólogo: Gabriel Valentín   © Diseño de Portada y Composición de interiores: Sonia Gonzales Sutta   © EGACAL Escuela de Altos Estudios Jurídicos   Primera edición: 2010   Tiraje: ….. ejemplares   Hecho el Depósito Legal   En la Biblioteca Nacional del Perú   Reg. Nº ………   ISBN ……………   Registro de Proyecto Editorial Nº ……………..   Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera  alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo de EGACAL.. Impreso en Perú / Printed in Peru EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI  

Prólogo E

n  1946,  el  Maestro  Eduardo  J.  COUTURE  señalaba  que  las  ideas  acerca  de  las  garantías 

constitucionales del proceso civil no habían tenido su natural desarrollo en América Latina, y que hasta  se  daba  la  circunstancia  de  que  el  pensamiento  político  de  las  constituciones  no  siempre  había  sido  fielmente interpretado en el texto de sus leyes1.   Hoy,  a  más  de  medio  siglo,  podemos  afirmar  que  si  bien  existen  importantes  desarrollos  doctrinarios  posteriores2,  aún  resta  mucho  por  indagar  y  discutir;  y  si  bien  varias  de  nuestras  legislaciones  han  reglamentado  en  forma  medianamente  aceptable  las  garantías  constitucionales,  otras  consagran  formas  de  resolver  conflictos  que  distan  mucho  del  proceso  que  nuestras  constituciones prometen.   La  obra  que  tengo  el  honor  de  prologar  contiene  nuevas  y  profundas  reflexiones  que  –desde  diferentes  ángulos‐  apuntan  al  mismo  centro:  incardinar  al  proceso  jurisdiccional  en  el  marco  de  las  garantías consagradas en las constituciones de nuestros países.   •••   Cuando  se  comienza  a  reflexionar  acerca  de  un  tema  cualquiera  dentro  del  derecho  procesal,  la  primera pregunta que deberíamos formularnos refiere al papel del proceso en un orden jurídico.   Como dice Dante BARRIOS DE ÁNGELIS, deberíamos preguntarnos: ¿por qué el proceso y no la  nada?   COUTURE, Eduardo J., “Las garantías constitucionales del proceso civil”, en “Estudios de Derecho Procesal en Honor de Hugo  Alsina”, Bs. As., 1946, p. 154. El trabajo fue incluido en sus “Estudios de Derecho Procesal Civil”, t. I, EDIAR SA, Bs. As., 1948,  pp. 19‐20 (existe una edición póstuma, Depalma, Bs. As., 1978).   2  Por  ejemplo,  los  importantes  aportes  de  Héctor  FIX‐ZAMUDIO.  4 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL



3  En este punto seguimos el enfoque de BARRIOS DE ÁNGELIS, con algunas variaciones (“Introducción al proceso”, Idea,  Mdeo., 1980, p. 12). 

A los efectos de responder a esta interrogante, imaginemos, por un momento, un ordenamiento jurídico sin proceso. Supongamos que en ese ordenamiento jurídico ocurre una insatisfacción jurídica: por ejemplo, A presta a B una suma de dinero y, vencido el plazo del préstamo, no devuelve el capital con sus intereses; C, con intención de matar, da muerte a D. Existen varias posibles explicaciones para estos supuestos de apartamiento de lo establecido en las normas, pero al menos podemos identificar cuatro: a) Defecto gnoseológico: el sujeto no elimina la insatisfacción jurídica porque no comprende o valora erróneamente la situación fáctica o jurídica en que se encuentra (cree que se le donó, y en realidad es un préstamo); b) Defecto ético: el sujeto no elimina la insatisfacción jurídica porque no quiere (tiene bienes en su patrimonio pero carece de dinero efectivo, y no quiere realizar sus bienes para pagar); c) Defecto fáctico: el sujeto no elimina la insatisfacción jurídica porque no puede, de hecho, hacerlo (no tiene con qué responder);

d) Defecto jurídico: el sujeto no elimina la insatisfacción jurídica porque no puede, jurídicamente, hacerlo (cuestión indisponible: p. ej. el caso del homicidio)3. Si en la realidad de la vida, por cualquiera de estos motivos, ocurre una insatisfacción jurídica, en ese ordenamiento hipotético existen tres alternativas posibles: 1) aquél contra quien se pretende, si puede, la elimina tardíamente, y repara íntegramente el perjuicio (con lo cual se soluciona el problema); 2) aquél contra quien se pretende no elimina la insatisfacción jurídica, y el pretendiente se resigna, tolerando el perjuicio (con lo cual el problema subsiste); 3) aquel contra quien se pretende no elimina la insatisfacción jurídica, y el perjudicado ejerce justicia por mano propia. Ahora bien: en un ordenamiento jurídico actual, la tercera hipótesis se considera genéricamente prohibida, salvo hipótesis excepcionales en que el sistema de administración de justicia no puede eliminar, tempestiva e idóneamente, la insatisfacción jurídica. En ese orden de cosas, salvo que ocurra la autocomposición, sólo queda la heterocomposición, es decir, el proceso jurisdiccional. EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Por otro lado, ese instrumento –proceso jurisdiccional‐ cuya finalidad primera y directa es eliminar  la  insatisfacción  jurídica,  no  puede  utilizarse  para  alcanzar  esa  meta  a  cualquier  precio,  por  lo  que  surgen  algunos  límites  que  la  relativizan.  En  primer  lugar,  el  juzgamiento  y  la  ejecución  no  pueden  menoscabar los derechos inherentes a la dignidad humana (y por esa razón en el proceso jurisdiccional  deben  reconocerse  el  derecho  de  defensa,  el  derecho  de  abstenerse  a  declarar,  la  inviolabilidad  del  domicilio  y  de  la  correspondencia,  debe  prohibirse  la  tortura  y  cualquier  otro  método  coercitivo  de  interrogatorio,  etc.).  En  segundo  lugar,  el  valor  de  la  paz  social  relativiza  aquella  meta  en  un  nuevo  sentido:  en  determinado  momento  el  proceso  debe  culminar  su  obra,  cediendo  el  paso  a  la  paz  definitiva (esta es la explicación de la preclusión y de la cosa juzgada).   En  la  actual  concepción  del Estado  de  Derecho,  cualquier  análisis  del  proceso  debe  partir  de  los  mandatos  contenidos  en  la  Constitución,  ya  que  en  ella  se  encuentra  el  fundamento  de  validez  del  ordenamiento jurídico.   Es que, como enseña MAIER respecto del Derecho Procesal Penal, en expresiones extensibles al  Derecho  Procesal  en  general:  este  derecho  “es,  desde  un  punto  de  vista,  Derecho  constitucional  reformulado  o,  utilizando  palabras  de  la  misma  Constitución,  la  ley  procesal  es  reglamentaria  de  los  principios, derechos y garantías reconocidos por la ley suprema y, por ende, no puede alterarlos”.   Como  señalara  el  Maestro  COUTURE,  el  instante  supremo  del  derecho  no  es  el  del  día  de  las  promesas  más  o  menos  solemnes  consignadas  en  los  textos  constitucionales  o  legales.  El  instante,  realmente dramático, es aquél en que el juez, modesto o encumbrado, ignorante o excelso, profiere su  solemne afirmación implícita en la sentencia: “ésta es la justicia que para este caso está anunciada en el  Preámbulo de la Constitución”.   Y  agrego:  ese  día,  el  juez  también  cumple  con  el  deber  asumido,  desde  el  día  de  su  juramento:  cumplir y hacer cumplir la Constitución y la ley.   •••   No puedo finalizar este prólogo sin señalar la enorme satisfacción que constituyó para mí leer esta  obra  y  prologarla  luego.  Leí  cada  uno  de  los  estudios  con  la  avidez  del  estudioso  y  mis  expectativas  fueron colmadas; escribí el prólogo como amigo y mi regocijo fue completo.   Gabriel Valentín   5 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 6 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI 1 

Zagrebelsky, Gustavo, El derecho dúctil. L., derechos, justicia (trad. de Marina Gascón, 5ª ed., Madrid, Ed. Trotta, 2003), 156 págs 

El Desborde de la Justicia Constitucional en el Perú Ana C. Calderón Sumarriva [email protected]   Guido C. Aguila Grados [email protected]  

I. INTRODUCCIÓN   Una nueva brisa se siente en el planeta Derecho. Al respirar se advierte un nuevo aire jurídico. A  esta  novísima  atmósfera,  el  constitucionalista  italiano  Gustavo  Zagrebelsky  la  denominó  “neoconstitucionalismo”1. Es el nombre científico del fenómeno contemporáneo por excelencia. Y esto  es  el  resultado  de  una  evolución  casi  darwiniana.  El  tránsito  del  Estado  Legal  de  Derecho  al  Estado  Constitucional  de  Derecho.  Pero  como  todo  tránsito,  causa  trastornos  de  diversa  intensidad.  Y  en  el  Perú se han dado los picos más altos de alteraciones.  

Cuando  vemos  las  cosas  con  distintos  ojos  en  el  tiempo  muchas  de  ellas  ya  no  nos  parecen  tan  creíbles. Es difícil creer hoy –como creíamos cuando la etapa escolar‐, por ejemplo, en lo referente a la  Historia Universal, que la Edad Moderna comenzaba exactamente el 29 de mayo de 1453, fecha de la  Toma de Constantinopla por los turcos, y culminaba inexorablemente el 14 de julio de 1789, efemérides  que  convencionalmente  marca  el  inicio  de  la  Revolución  Francesa.  Lo  ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

mismo ocurre en el mundo del Derecho con sus mutaciones y transformaciones que vemos pasar  cada día delante de nosotros con no poca perplejidad.   No  podemos  señalar  el  momento  exacto,  pero  sí  afirmar  que  desde  los  últimos  tiempos  finiseculares  hasta  estos  momentos,  se  ha  venido  experimentando  un  nuevo  escenario,  una  nueva  estructura en la arquitectura del Derecho. Dicho escenario tiene en el Derecho Constitucional su piedra  angular y en el Derecho Procesal Constitucional la garantía del control de constitucionalidad.   Por ello, el Derecho Constitucional ya no es más la materia de comparsa del Derecho Civil y Penal.  Ya no se es más juez constitucional por subsidiaridad que otorga por rebote el control difuso. El juez –  cualquiera  que  sea  su  competencia  por  razón  de  su  materia  –  es  primero  y,  ante  todo,  un  juez  constitucional.  Los  constitucionalistas  más  renombrados  que  eran  al  mismo  tiempo  políticos  reconocidos ya están jubilados. El jurista de hoy, adentrado en los temas del Derecho Constitucional,  debe  ser  el  más  versado  en  el  Derecho  en  puridad.  Se  desprenden  especialidades  como  Derecho  Constitucional  Procesal,  Derecho  Constitucional  Penal,  Derecho  Constitucional  Tributario,  Derecho  Constitucional Electoral, y sigue la lista, al mismo tiempo que surge una nueva nomenclatura jurídica.  Nomenclatura  que  es  ajena  a  la  formación  de  los  abogados  que  tienen  apenas  una  década  de  profesionales:  precedente  vinculante,  sentencias  manipulativas,  amicus  curiae,  bloque  de  constitucionalidad, doctrina jurisprudencial constitucional, eficacia vertical y horizontal de los derechos  fundamentales y la lista continúa con neologismos que vinieron en la misma carreta que el siglo XXI.   Esta postal graficada no es exclusiva dentro del mapa peruano. Es perfectamente aplicable a toda  Latinoamérica, por lo menos. Cambian nombres, plazos, circunstancias, pero en el Derecho en general,  el  constitucional  en  particular  y  el  procesal  en  específico,  en  esta  parte  del  mundo,  fuimos  amamantados de un mismo pecho.   Pero, ¿Por qué en el Perú con más acentuación? Por que como en el deporte, los resultados no son  una  casualidad  sino  una  consecuencia.  Se  dieron  las  condiciones  perfectas  de  presión  y  temperatura  para  que  un  órgano  constitucional  autónomo  como  el  Tribunal  Constitucional  se  yerga  por  sobre  los  poderes  clásicos  del  Estado.  Se  rompió  el  formato  en  donde  todo  el  espacio  de  poder  se  repartía  tripartitamente. Claro está que no necesariamente la cuota espacial era exactamente igual al 33.3% en  cada  poder.  Pero  el  reparto  era  entre  tres.  Hasta  que  llegó  el  invitado  que  no  esperaban.  Aquel  que  silenciosamente,  durante  el  tránsito  de  la  legalidad  a  la  constitucionalidad,  se  fue  desarrollando  de  manera robusta y, cual experimento accidentado, al notar que la carta Constitucional no le establecía  vallas ni parámetros, degeneró en una criatura monstruosa, indestructible e indetenible.   8 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Esta  singular  situación  no  es  muy  frecuente  que  se  repita  de  manera  exacta  en  otros  países.  Recordemos que necesariamente deben concurrir tres circunstancias:   1.

 

La existencia de un Tribunal Constitucional o una Corte Constitucional paralela al Poder Judicial.  No es el caso colombiano en que la Corte especializada forma parte del organigrama del Poder Judicial.     Que ese Tribunal Constitucional sea protagonista del quehacer jurídico del país. Es decir, que sea el  centro de gravedad del Derecho, no un actor de reparto. No un satélite de la galaxia jurídica. Que sea la  estrella más rutilante.     Que exista ausencia de límites a su actuación. Mientras que desde su alumbramiento la triada de  poder creada por los revolucionarios de La Bastilla se preocupó por un recíproco control que evitara los  excesos, este nuevo poder encuentra un antídoto ante todos los ataques: es el supremo intérprete de la  Constitución.     Esto último es defendido con énfasis por el propio órgano en cuestión:   “5.3  ¿Por  qué  el  art.  1º  de  la  LOTC  establece  que  el  Tribunal  Constitucional  es  el  supremo  intérprete de la Constitución?   46. Si bien entre los órganos constitucionales no existe una relación de jerarquía, al interior del Poder  Jurisdiccional  sí  existe  una  jerarquía  constitucional,  pues  aún  cuando  todo  juez  se  encuentra  obligado  a  preferir la Constitución frente  a las leyes (art. 138º de la Constitución) y, consecuentemente, facultado  a  interpretarlas,  el  Poder  Constituyente  ha  establecido  que  el  contralor,  por  antonomasia,  de  la  constitucionalidad, es el Tribunal Constitucional (art. 201º de la Constitución).   En  efecto,  si  es  a  través  de  los  procesos  constitucionales  (art.  200º)  que  se  garantiza  jurisdiccionalmente  la  fuerza  normativa  de  la  Constitución,  y  es  este  Tribunal  el  encargado  de  dirimir  en  última  (en  el  c.  de  las  resoluciones  denegatorias  expedidas  en  los  procesos  de  amparo,  habeas  corpus,  habeas  data  y  cumplimiento)  o  única  instancia  (procesos  de  inconstitucionalidad  y  competencial)  tales  procesos (art. 203º), resulta que al interior del Poder Jurisdiccional —llamado a proteger en definitiva (arts.  138º  y  200º  a  204º)  la  supremacía  normativa  de  la  Constitución  (arts.  38º,  45º  y  51º)—  el  Tribunal  Constitucional  es  su  órgano  supremo  de  protección  (art.  201º)  y,  por  ende,  su  supremo  intérprete.  No  el  único, pero sí el supremo.   47. Es por ello que así lo tiene estipulado actualmente el art. 1º de su L. Orgánica —L. N.º 28301— y el  art.  1º  del  Reglamento  Normativo  del  TC.  Y  es  por  ello  que  el  art.  VI  del  Título  Preliminar  del  CPConst.,  luego de recordar el poder‐deber de los jueces de inaplicar las leyes contrarias a la Constitución (art. 138º de  la   9 10 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 2 

Sentencia 00030‐20005‐PI/TC 

Constitución), establece que no pueden dejar de aplicar una norma cuya constitucionalidad haya sido  confirmada por este Colegiado en un proceso de inconstitucionalidad, y que deben interpretar y aplicar las  leyes o toda norma con rango  de L. y los reglamentos, según los preceptos y principios constitucionales,  conforme  a  la  interpretación  de  los  mismos  que  resulte  de  las  resoluciones  dictadas  por  el  Tribunal  Constitucional. Éstas no son creaciones ex novo del legislador del CPConst., sino concretizaciones de una  interpretación conjunta de los arts. 138º, 201º y 203º de la Constitución.   48. Desde luego, cuando se establece que determinados criterios dictados por este Tribunal resultan  vinculantes para todos los jueces, no se viola la independencia y autonomía del Poder Judicial, reconocidas  en el art. 139º, inc. 2, de la Constitución, sino que, simplemente, se consolida el derecho a la igualdad en la 

aplicación  del  ordenamiento  jurídico  (art.  2º,  inc.  2);  máxime,  si  es  a  partir  del  reconocimiento  de  su  supremacía normativa que la Constitución busca asegurar la unidad y plena constitucionalidad del sistema  jurídico y su consecuente aplicación (arts. 38º, 45º y 51º de la Constitución). Debe recordarse que ninguna  garantía conferida a un órgano constitucional tiene su última ratio en la protección del poder público en sí  mismo,  sino  en  asegurar  la  plena  vigencia  de  los  derechos  fundamentales  como  manifestaciones  del  principio‐derecho de dignidad humana (art. 1º de la Constitución).   49.  De  esta  manera,  deriva  de  la  propia  Constitución  que  al  Tribunal  Constitucional  corresponda  la  interpretación  suprema  de  la  Constitución,  pues  es  la  única  forma  de  asegurar,  de  un  lado,  la  garantía  jurisdiccional (art. 200º) que es inherente a su condición de norma jurídica suprema (arts. 38º, 45º y 51º), y,  de otro, el equilibrio necesario a efectos de impedir que los otros órganos constitucionales —en especial, el  Congreso de la República—, se encuentren exentos de control jurisdiccional, lo que tendría lugar si pudiesen  desvincularse  de  las  resoluciones  dictadas  en  el  proceso  que  tiene  por  objeto,  justamente,  controlar  la  constitucionalidad de su producción normativa.”2   Esta  situación  graficada,  producto  de  la  concurrencia  de  las  tres  condiciones,  no  es  fácil  de  encontrar.  No  en  su  totalidad.  Y  parcialmente,  no  es  lo  mismo.  Por  ello,  la  problemática  a  abordar  puede ser como Macchu Picchu, el cebiche y el pisco sour: peruanísima. Sin embargo, insistimos en la  necesidad  de  abordarlo  a  nivel  internacional  pues  con  seguridad  encontraremos  muchos  puntos  de  coincidencia  en  otras  realidades  jurídicas  similares.  Y  en  el  caso  que  no  se  presente  esta  situación,  puede servir de experiencia para decisiones futuras. Hay países de nuestro continente que discuten una  reforma constitucional para instaurar un Tribunal Constitucional. Entusiasmados con el modelo español  o alemán, corren el riesgo de regularlo a la sudamericana. La importación jurídica que tan nefasta ha 11 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI



Exp. Nº 0050‐2004‐AI 0051‐2004‐AI 0004‐2005‐AI 0007‐2005‐AI 0009‐2005‐AI. 5. (…) En consecuencia, el Tribunal Constitucional,  como intérprete supremo de la Constitución, y en tanto vocero del poder constituyente, es el titular legitimado para ejercer el  control jurídico del poder constituido. (www.tc.org.pe)  

Exp. N° 2877‐2005‐PHC/TC. 23. (…) el Tribunal Constitucional, en cuanto Poder Constituyente Constituido, se encarga de  resguardar la sujeción del ejercicio del poder estatal al plexo del sistema constitucional, la supremacía del texto constitucional y la  vigencia plena e irrestricta de los derechos esenciales de la persona. De ahí que formen parte de su accionar, la defensa in toto de  la Constitución y de los derechos humanos ante cualquier forma de abuso y arbitrariedad estatal. (www.tc.gob.pe)   5  Exp. Nº 0020‐2005‐AI/TC y 0021‐2005‐AI/TC (acumulados). 2. (…) El Tribunal Constitucional, como máximo intérprete de la  Constitución  y  órgano  supremo  de  control  de  la  constitucionalidad,  es  titular  de  una  autonomía  procesal  para  desarrollar  y  complementar la regulación procesal constitucional a través de la jurisprudencia, en el marco de los principios generales del Derecho  Constitucional material y de los fines de los procesos constitucionales.  4 

sido para nuestro desarrollo como sociedades. Y a pesar de ello, la seguimos practicando.   Esta problemática ha convertido al Tribunal Constitucional peruano en el objeto de observación y  opinión  permanente.  Y  ocurre  lo  de  siempre  en  la  calificación  humana:  mirando  lo  mismo,  desata  distintas reacciones.  

II. NEGRO Y BLANCO DEL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL PERUANO   Entre  los  argumentos  en  contra  de  la  labor  del  Tribunal  Constitucional,  encontramos  los  siguientes:   1.   APUESTA POR UN DECISIONISMO JUDICIAL ILIMITADO    

El Tribunal Constitucional peruano se ha convertido en un megapoder en el que sus magistrados  deforman  el  Derecho  como  plastilina  con  un  argumento  que  al  parecer  es  irrebatible:  El  TC  es  el  supremo intérprete de la Constitución. Gracias a este epígrafe, en los últimos años se ha percibido un aire  de soberbia que brota de sus propias sentencias. Para esta Fiscalía no es decoroso, ni menos correcto,  autodenominarse y rebautizarse en sus propias sentencias con el prurito de aumentar sus facultades o  poderes: “vocero del Poder Constituyente”3, “Poder Constituyente constituido4”. El buque insignia de  este decisionismo lo constituye la posibilidad de que el TC haga del proceso su feudo, al extremo que ha  sostenido que tiene “autonomía procesal”5.   En no pocas ocasiones el TC ha recomendado la reforma constitucional de determinados puntos.  Una cosa de locos. El lugar del Tribunal Constitucional es ser juez de la constitucionalidad. No es juez de  la Constitución, ni tampoco un órgano 12 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 6  En  el  Perú  se  carece  de  un  sistema  jurídico.  Durante  casi  doscientos  años  los  dueños  del  Derecho  en  este  país  se  han  dedicado  a  importar  normas  e  insertarlas  en  un  supuesto  “ordenamiento”  que  paradójicamente  resulta  un  “desordenamiento  jurídico”. Gracias a ello, hoy tenemos como 

constituyente. Su labor de custodia está referida al orden infraconstitucional. La Constitución, por  el  contrario,  constituye  su  razón  de  ser.  Estos  superpoderes  otorgados  a  estos  siete  magistrados  desencadenan los demás fundamentos de la acusación.   1.   SOBREPOSICIÓN DE FUNCIONES CON EL LEGISLATIVO    

Durante  el  último  año  ha  existido  un  claro  enfrentamiento  entre  el  TC  y  el  Congreso  de  la  República.  Este  Ministerio  Público  considera  que  la  manzana  de  la  discordia  tiene  un  nombre:  Las  sentencias  interpretativas  manipulativas  o  normativas  que  el  Tribunal  Constitucional  expide  en  los  procesos de inconstitucionalidad. El acusado sostiene que esta variedad evolucionada de decisiones se  sostiene en el principio de conservación de la norma y en el esfuerzo por evitar el vacío jurídico que se  configuraría  con  su  derogación.  Por  ello,  el  Tribunal  ejerce  funciones  legislativas  diversas:  adiciona,  reduce, sustituye o exhorta. Preguntamos al jurado ¿Es esto correcto? ¿Puede un órgano que no tiene 

legitimidad  democrática  directa  irrogarse  la  facultad  legislativa?  ¿En  qué  parte  de  la  Constitución  se  señala que el Tribunal Constitucional puede legislar? Si se trata de justificaciones, hasta los delitos más  execrables y las políticas más perversas lo tienen. Es tan excesivo el poder otorgado que ha prohijado  una colisión interórganos que no se produce ni entre los poderes del Estado.   1.   MARCADO COLOR POLÍTICO EN LA ELECCIÓN DE SUS MIEMBROS    

Los acontecimientos de la primera quincena de junio de 2007 en el Perú, con motivo de la elección  de  cuatro  magistrados  del  Tribunal  Constitucional,  han  desnudado  todas  las  irregularidades  que  descansan  en  los  pasillos  congresales  cuando  de  una  elección  tan  trascendental  se  trata.  La  meritocracia  es  una  mala  palabra  para  quienes  tienen  tan  mayúscula  responsabilidad.  Se  busca  el  contubernio, la sórdida costumbre de “favor con favor se paga”, los ideales políticos y las doctrinas se  van a vacacionar y se negocia lealtades. ¿Hay lógica alguna en que el TC necesite consenso político para  la elección de sus miembros, mientras que esto se evita de manera absoluta en el Poder Judicial? ¿Por  qué sí puede tener un tinte político la conformación del órgano jurisdiccional cuyas sentencias vinculan  a todos los poderes del Estado y esto es inimaginable en el Poder Judicial que está obligado a acatar sus  decisiones? Bienvenida la incoherencia6. 13 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI resultado  un  híbrido,  un  mosaico  legal,  un  monstruo  mitológico  de  normas  que  no  aprueban  los  estándares  de  unidad,  coherencia y actualidad que todo sistema serio requiere. No  contentos los sabios de siempre con contaminar nuestro Derecho  con figuras insolubles para un sistema romano‐germánico y republicano como el indulto o el antejuicio político, van por más. No  sólo han llegado a la incoherencia de que coexistan un Código Procesal Penal  Acusatorio  y un Código Procesal Civil Inquisitivo  (Nos imaginamos el foul mental que representará para los jueces mixtos que tienen que ser decisionistas a las 9 de la mañana y  garantistas una hora y media después), sino que ahora proponen el certiorari que traería consecuencias nefastas e inimaginables a  la  justicia  peruana.  Pero  el  decisionismo,  que  domina  hasta  la  última  costura  de  la  vestimenta  jurídica  en  el  Perú,  como  fiel  seguidor del eslogan “Dios, Patria y Coca – Cola”, ha desatado un marketing que vende al certiorari como la panacea de todas las  patologías judiciales que sufre la tierra de Chabuca Granda. 

1. FALTA DE MECANISMOS DE CONTROL Y LÍMITES    

Las  decisiones  del  Tribunal  Constitucional  vinculan  a  todos  los  órganos  del  Estado.  El  Consejo  Nacional  de  la  Magistratura  (órgano  que  en  el  Perú  nombra  y  evalúa  a  jueces  y  fiscales)  y  el  Jurado  Nacional de Elecciones, por precepto constitucional, emiten resoluciones finales que son irrevisables en  sede judicial. Empero, quedan sometidos a revisión por el TC en el supuesto de que sus fallos puedan  vulnerar  algún  derecho  fundamental.  De  aceptarse  esto,  por  una  razón  de  equidad,  esta  fiscalía  pregunta  a  su  señoría:  ¿Quién  controla  al  controlador?  ¿A  quién  queda  vinculado  el  Tribunal  Constitucional?  ¿Cómo  responde  por  la  reparación  por  el  daño  causado  cuando  las  instancias  supranacionales revocan una decisión errática? ¿Quién filtra la calidad de sus fallos? Es el decisionismo  químicamente puro. Un descuido, un parpadeo del constituyente de 1993 ha originado este espécimen  amorfo y poderoso.   1.   CONTRADICCIÓN EN SUS PROPIAS RESOLUCIONES    

Las  mentes  sanas  del  Derecho  siempre  han  aconsejado  que  la  jurisprudencia  deba  marcar  un  derrotero sostenido. Es una exigencia no escrita que los fallos sin perder dinamismo y evolución, deben  ser  vectores  que  no  desvíen  la  dirección  jurídica  iniciada.  Esta  característica  es  lo  que  distingue  a  un  ordenamiento  jurídico  sólido  y  serio.  No  siempre  ocurre  esto.  Hace  un  lustro  el  TC  señalaba  que  la  entonces denominada Acción de Cumplimiento no era un proceso constitucional. Se le calificaba como  un procedimiento administrativo dentro de la Constitución. Esta convicción llevó a que la exposición de  motivos  del  Código  Procesal  Constitucional  recomendara  su  supresión  de  la  actual  Constitución.  Sin  embargo  hoy  sostiene  que  es  un  proceso  constitucional  en  tono  de  ser  una  verdad  de  cemento.  Insistimos en nuestras interrogantes: ¿Acaso ha habido un terremoto jurídico de esta figura? ¿Estarán  los  fallos  del  supremo  intérprete  de  la  Constitución  al  antojo  de  sus  alternantes  miembros  de  turno,  como  una  embarcación  velera  al  garete  a  voluntad  de  los  vientos?  ¿Así  se  hilvana  el  tejido  jurisprudencial  del  máximo  órgano  de  justicia  constitucional  del  Perú?  Evidentemente,  se  excede  el 

inculpado.  Y  cuando  se  exceden  límites  se  usurpan  funciones.  El  Tribunal  Constitucional  no  puede  usurpar funciones del poder ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

constituyente ni del Congreso. En consecuencia, no debe crear normas. Su labor no es legislativa  sino jurisdiccional. Esto parece poner la proa hacia el lado de la arbitrariedad.   Y esta incoherencia –parafraseando a ALVARADO VELLOSO‐ parece ser genética vocacional, es  decir, no sólo le es inherente sino que, con el tiempo, se desarrolla aún más. Pues la incoherencia de sus  fallos ha crecido con el tiempo. Así, el prospective overruling, que es la técnica del cambio de precedente  vinculante y que debe ser aplicada excepcionalmente –pues la razón de ser del precedente vinculante es  la  predictibilidad,  o  sea  le  es  intrínseca  la  vocación  de  permanencia–,  ha  sido  en  cuatro  años  de  existencia la forma de dar marcha atrás en decisiones equivocadas más de una vez. En el expediente  N.º  03908‐2007‐AA  C.  Proyecto  Especial  de  Infraestructura  de  Transporte  Nacional,  expresa  lo  siguiente.   “(…)  El  Tribunal  Constitucional,  en  ejercicio  de  la  atribución  conferida  por  el  art.  VII  del  Título  Preliminar del Código Procesal Constitucional, ha resuelto dejar sin efecto el precedente establecido en el  fundamento 40 de la STC N.º 04853‐2004‐PA, en virtud del cual se habilitaba la interposición del recurso  de agravio constitucional cuando una sentencia de segundo grado emitida en un proceso de hábeas corpus,  amparo, hábeas data y cumplimiento contraviene un precedente vinculante, precisando que lo que procede  en  dicho  supuesto  es  la  interposición  de  un  nuevo  proceso  constitucional  de  amparo(…)”.  Nótese  que  la  marcha y contramarcha es sobre el recurso de agravio constitucional, es decir, el vehículo que permite  trasladar la competencia del proceso de habeas corpus, amparo, habeas data y cumplimiento del Poder  Judicial al Tribunal Constitucional. Un tema no menor.   En  el  expediente  Nº  3361‐2004  PA/TC  C.  Jaime  Amado  Álvarez  Guillén,  se  vuelve  a  dar  la  lamentable situación de desandar lo andado. Y esto no es sano para la seguridad jurídica. Máxime si es  sobre un tema tan sensible como la ratificación de magistrados:   “(…) Mediante la técnica del prospective overruling se reforma la jurisprudencia sobre los procesos de  evaluación y ratificación de magistrados llevados a cabo por el Consejo Nacional de la Magistratura, a fin  de  compatibilizarla  con  el  nuevo  marco  legal  que  regula  dichos  procesos.  Se  establecen  las  funciones  constitucionales que cumple el proceso de ratificación, los parámetros a seguir, las consecuencias de la no  ratificación,  y  las  garantías  de  la  tutela  procesal  efectiva  en  el  marco  de  tales  procesos  (acceso  a  la  información procesal, necesidad de un examinador independiente, exigencia de una resolución motivada, y  pluralidad de instancias). Se declara que tienen fuerza vinculante, los args. referidos a la aplicación de los  nuevos criterios a casos futuros (FJ 7 y 8), al nuevo carácter del proceso (FJ 17 a 20) y a los derechos‐reglas  contenidos en el derecho‐principio a la tutela procesal efectiva (FJ 26 a 43) (…).”   14 15 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI Exp. N° 4853‐2004‐PA/TC 25. El Tribunal considera que una decisión judicial emitida sin tomar en cuenta los precedentes  vinculantes del supremo intérprete de la Constitución aplicables al c., viola el orden constitucional y debe ser controlado por este  Colegiado a través del propio recurso de agravio, que debe habilitarse en este supuesto como el medio procesal más eficaz e idóneo  para restablecer la supremacía de la Constitución, alterada tras una decisión judicial estimatoria de segundo grado en un proceso  constitucional. Este Colegiado estima por tanto que debido a la naturaleza del agravio y la objetividad de su constatación, en la  medida en que los precedentes son reglas precisas y claras que no admiten un juego interpretativo por parte de los jueces, relegar su  control al trámite de un nuevo proceso de amparo resultaría en el mejor de los casos inadecuado.  7 

1. ALEJAMIENTO DE LA NORMA ESPECÍFICA    

Bajo el argumento de ser el supremo intérprete de la Constitución, el Tribunal Constitucional se  permite apartarse del texto expreso de la norma cuando se argumente que el Poder Judicial se alejó de  su  santa  palabra.  Reciente  jurisprudencia  ha  sostenido  que  aunque  la  norma  procesal  constitucional  señale que el timón de la decisión debe virar a la derecha, el Tribunal sostiene que en algunos tramos  del camino se vire a la izquierda. El único caso de tercera instancia en el Perú se ve confundido con esta  jurisprudencia impredecible.   Es  un  secreto  a  voces  que  el  reciente  Código  Procesal  Constitucional  peruano  está  hecho  a  la  medida ideal del Tribunal. También que su buque insignia, la transformación del Amparo alternativo en  residual,  provoca  dividendos  exclusivos  para  el  TC  pues  su  pila  de  expedientes  se  reduce  a  una  expresión mínima. Este último giro no alivia en nada al Poder Judicial. Los juzgados y salas que abordan 

los  procesos  contenciosos  administrativos  –que  son  los  que  reciben  los  amparos  desechados  por  la  residualidad–  sólo  se  han  creado  en  la  capital  y  en  número  reducido.  Aun  con  un  Código  hecho  a  medida de traje para el TC existen algunas tallas que no acomodan.7”   Por otro lado, entre los argumentos a favor del Tribunal Constitucional encontramos:   1.   EL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL HA EXPEDIDO 30000 SENTENCIAS EN POCO MÁS DE UNA DÉCADA DE EXISTENCIA    

Cuando la carga procesal es una gruesa sombra que cubre a todos los órganos jurisdiccionales, el  Tribunal  Constitucional ha  sabido  salir  airoso  de  este  cáncer  generalizado.  La  importante  labor  de  su  equipo  de  asesores  jurisdiccionales  especializados  ha  sido  el  antídoto  efectivo.  Esta  faena  adquiere  mayor  relieve  si  tenemos  en  cuenta  el  abanico  de  parcelas  del  Derecho  que  cubre  una  sentencia  constitucional. Menuda labor la de mi defendido si advertimos el fenómeno de constitucionalización del  Derecho que caracteriza el inicio del siglo XXI: desde 16 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 8  Expediente Nº 0256‐2003‐HC/TC Lima. Francisco Javier Francia Sánchez : “(…) En los términos en que se ha formulado la  pretensión,  la  violación  del  derecho  a  la  libertad  individual  se  habría  generado  por  la  indebida  retención  del  cadáver  de  don  Francisco Javier Francia Sánchez” 

fallos sobre casinos y buses‐camión hasta habeas corpus a favor de un cadáver8. El jurado, creemos, no  sólo  debe  valorar  en  su  veredicto  la  calidad  de  sus  sentencias,  sino  tener  como  valor  agregado  la  cantidad. Es como si en un equipo de fútbol el creador, el pensante, el diez, haya sido el único en haber  transpirado la camiseta hasta la última costura. Creemos que el calificativo de buena a la labor del TC  arrastra sentimientos de mezquindad. Su performance ha sido superlativa.   1.   HA DADO LA MÁS IMPORTANTE JURISPRUDENCIA DE LA HISTORIA DEL PERÚ    

Siendo la Constitución, por su naturaleza, una norma imprecisa y enunciativa, múltiples sentencias  del  TC  están  conformadas  por  decenas  de  páginas  en  las  cuales  se  desarrolla  una  rica  doctrina  constitucional  nacional  y  extranjera,  y  se  recoge  importantes  aportes  jurisprudenciales  del  Tribunal  Constitucional español, el Tribunal Constitucional Federal alemán y la Suprema Corte norteamericana,  principalmente. Este tipo de trabajo es casi inédito en el Perú y un aporte sin precedentes en nuestra  historia  jurisdiccional.  Puede  parecer  soberbio,  pero  recién  desde  la  labor  de  este  Tribunal  podemos  hablar  de  una  jurisprudencia  de  trascendencia  en  este  país.  Nuestros  fallos  están  bajo  el  catalejo  del  control  riguroso  de  todo  el  planeta  jurídico,  pues  al  tener  el  carácter  de  vinculante  para  todos  los  poderes públicos, es exigencia natural para nuestros magistrados que sus sentencias estén por encima  del estándar.   1.   DEFENSA IRRESTRICTA DE LOS DERECHOS FUNDAMENTALES    

Gracias  a  la  labor  del  supremo  intérprete  de  la  Constitución,  el  Perú  está  a  la  vanguardia  de  la  protección  de  los  derechos  fundamentales.  No  basta  que  se  tenga  un  reconocimiento  expreso  de  los  mismos  sino  que  se  asegure  un  mecanismo  de  protección  ante  su  supuesta  violación  y  huelgan  los  ejemplos. El TC declaró la inconstitucionalidad de la legislación antiterrorista; ésta, en su afán de acabar  con el flagelo que por más de una década asoló nuestro país, estableció mecanismos que lesionaban los  derechos  humanos.  Igualmente,  ha  señalado  por  primera  vez  en  la  historia  de  la  justicia  peruana  los  parámetros  para  poder  entender  el  plazo  razonable.  Este  elemento  conformante  del  debido  proceso  había  sido  siempre  genérico  y  a  partir  de  la  jurisprudencia  de  este  Tribunal  se  ha  determinado  con  claridad y amplitud esta garantía principalísima dentro de un Estado democrático de Derecho. Y al ser  el debido proceso un derecho continente, ha definido con igual solvencia los derechos contenidos, en  especial, el referido al plazo razonable. EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

También se ha sumergido en aguas más profundas y ha desarrollado el debido proceso sustantivo,  desarrollando una rica jurisprudencia respecto a la razonabilidad y proporcionalidad. En el Perú no se  tenían noticias sobre estos temas de importancia capital.   1.   UNIDAD DE CRITERIOS CONSTITUCIONALES    

Hace  una  década  la  jurisprudencia  constitucional  era  pobre  y  contradictoria.  Todo  esto  la  hacía  impredecible.  La  incorporación  de  los  precedentes  vinculantes  y  la  jurisprudencia  orientadora  en  algunos casos y pedagógica en otros ha logrado una comunión de criterios que hace posible una mejor  justicia  constitucional.  A  esto  se  suma  la  obediencia  castrense  que  hace  de  lo  resuelto  por  la  Corte  Interamericana  de  Derecho  Humanos.  La  predictibilidad  de  las  resoluciones  siempre  había  sido  una  asignatura  pendiente  en  estas  tierras.  Hoy,  el  ejemplo  del  Tribunal  Constitucional  encuentra  felices  réplicas  en  materia  penal  y  administrativa.  El  protagonismo  y  trascendencia  que  tienen  en  este  presente  los  Tribunales  Constitucionales  en  toda  América,  tienen  en  el  nuestro  a  un  representante  genuino  de guardián  de la  constitucionalidad.  Por  si  esto  no  alcanzara,  con  la  implementación  de los  precedentes vinculantes, por primera vez en este país la justicia es predecible y existen reglas y moldes  sobre  los  que  justicieros  y  justiciables  pueden  entender  nítidamente  como  se  debe  resolver  su  controversia.   1.   ÚNICA INSTANCIA REALMENTE ESPECIALIZADA EN MATERIA CONSTITUCIONAL    

En el Perú no existen jueces especializados en Derecho Constitucional. A nivel de juzgados y Salas  no existe esta especialidad. Si bien existe una Sala Constitucional y Social Suprema, es casi nominativa.  Los jueces en este país siempre tuvieron un destino bifronte: civil o penal. El desglosar lo civil en familia,  comercial y civil propiamente dicho, ha sido a paso de procesión. La especialidad laboral y contenciosa  administrativa también han caído en la vorágine del centralismo: sólo en Lima.   En este escenario, El Tribunal Constitucional se yergue como una suerte de panacea para todos los  males judiciales del Perú. Inclusive, ha resuelto conflictos de competencia complejos entre los clásicos  poderes del Estado.   Paulatinamente,  los  magistrados,  que  se  han  ido  turnando  por  quinquenios,  han  adquirido  un  perfil más acorde con las exigencias de un Tribunal Constitucional líder en el continente.   17 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

1. ASUME RESPONSABILIDAD DE JURISDICCIÓN ORIGINAL NO OBLIGATORIA    

La  labor  originaria  del  Tribunal  Constitucional  era  servir  de  filtro  exclusivo  para  la  constitucionalidad de las leyes. Hoy también conoce en última y definitiva instancia las denegatorias de  los procesos de jurisdicción de la libertad (Habeas Corpus, Amparo, Habeas Data y Cumplimiento). Esto  es,  el  proceso  que  por  antonomasia  le  es  natural  es  el  de  Inconstitucionalidad.  Si  así  fuera  en  rigor,  habría tiempos menos tensos para todos. Pero ha asumido una responsabilidad mayor que nunca pensó  Hans  Kelsen  al  dar  vida  a  este  instituto.  Y  es  que  si  la  fiscalía  sostiene  que  bajo  el  escudo  de  ser  el  supremo intérprete el TC ha hecho del Perú su feudo, pues con ese mismo rótulo de supremo intérprete  que nos otorga la Constitución, asumimos en tercera y última instancia los procesos de jurisdicción de la  libertad  (habeas  corpus,  amparo,  habeas  data  y  cumplimiento)  y  la  expectativa  de  los  peruanos  que  consideran violados sus derechos fundamentales.  

III. LA GUERRA DE LAS CORTES: PODER JUDICIAL VS. TRIBUNAL CONSTITUCIONAL   El creciente poder y protagonismo del Tribunal Constitucional ha ocasionado una relación tirante e  insana con otro órgano fundamental dentro del ordenamiento del Estado peruano: el Poder Judicial. Lo  cual  no  es  una  situación  novedosa  ni  inédita.  Si  el  lector  se  pone  a  googlear  ‐nuevo  verbo  de  esta  generación‐  encontrará  que  en  el  Perú  hay  otros  versus:  Poder  Ejecutivo  vs.  Poder  Judicial,  Poder  Legislativo vs. Tribunal Constitucional, Poder Judicial vs. Consejo Nacional de la Magistratura, Tribunal  Constitucional vs. Jurado Nacional de Elecciones, etc.   Dos casos recientes nos muestran con una claridad meridiana esta guerra de cortes:   En  el  caso  Chacón  (General  involucrado  con  la  red  de  corrupción  generada  en  el  gobierno  de  Fujimori),  en  el  cual  se  denunció  la  vulneración  al  derecho  a  ser  juzgado  en  un  plazo  razonable,  el  Tribunal Constitucional no sólo declaró la existencia del acto lesivo, sino que generó una consecuencia  no  contemplada  en  el  ordenamiento  jurídico,  esto  es,  la  exclusión  del  inculpado  de  la  persecución  penal,  con  lo  cual  se  colisionó  con  las  facultades  del  Poder  Judicial,  que  tiene  la  exclusividad  en  la  administración  de  justicia  en  el  ámbito  penal  y  debe  decidir  el  continuar  con  el  proceso  o  dictar  su  sobreseimiento. En este caso, el Tribunal señaló lo siguiente: “Es por ello que la violación del derecho al  plazo  razonable,  que  como  ya  se  ha  dejado  dicho,  es  un  derecho  público  subjetivo  de  los  ciudadanos,  limitador del poder penal estatal, provoca el nacimiento de una prohibición para el   18 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Estado  de  continuar  con  la  persecución  penal  fundada  en  la  pérdida  de  la  legitimidad  punitiva  derivada del quebrantamiento de un derecho individual de naturaleza fundamental. Sostener lo contrario  supondría, además, la violación del principio del Estado Constitucional de Derecho, en virtud del cual los  órganos del Estado sólo pueden actuar en la consecución de sus fines dentro de los límites y autorizaciones  legales y con el respeto absoluto de los derechos básicos de la persona. Cuando estos límites son superados  en un c. concreto, queda revocada la autorización con que cuenta el Estado para perseguir penalmente.   En tal sentido, en el c. de autos, en el que se ha mantenido al recurrente en un estado de sospecha  permanente  y  sin  que  –como  se  ha  visto  a  lo  largo  de  la  presente  sentencia‐  las  circunstancias  del  c.  justifiquen  dicha  excesiva  dilación,  el  acto  restitutorio  de  la  violación  del  derecho  al  plazo  razonable  del  proceso consistirá en la exclusión del recurrente del proceso penal.” (EXP. Nº 3509‐2009‐PHC/TC)   En  el  caso  del  parricidio  atribuido  a  Giuliana  Llamoja  (quien  acabó  con  la  vida  de  su  madre  infiriéndole  diversos  cortes  en  el  cuerpo),  vía  un  control  sobre  la  motivación  de  las  resoluciones  judiciales,  el  Tribunal  Constitucional  se  terminó  pronunciando  sobre  la  valoración  de  la  prueba  y  determinación de la responsabilidad, dejando mal parada a la SCJ al establecer lo siguiente: “Llegado a  este  punto,  este  Colegiado  Constitucional  considera  que,  definitivamente,  la  sentencia  impugnada  no  se  encuentra  dentro  del  ámbito  de  la  sentencia  penal  estándar,  sino  que  forma  parte  de  aquellas  que  se  caracterizan por el hábito de la declamación demostrativa de dar ciertos hechos como probados; luego de  lo  cual  tales  hechos  son  declarados  de  manera  sacramental  y  sin  ninguna  pretensión  explicativa  como  constitutivos de un ilícito penal como si de una derivación mecánica se tratase. Esta forma de motivar aún  sigue siendo práctica de muchos juzgados y tribunales de nuestro país, aunque no hace mucho se vienen  experimentando ciertos cambios en ella, lo que tampoco sería justo desconocer. Y es que tal cometido no  tiene  otra  finalidad  que  se  abra  entre  nosotros  una  nueva  cultura  sobre  la  debida  motivación  de  las  resoluciones en general, y de las resoluciones judiciales en particular, porque solo así estaremos a tono con  el mandato contenido en el texto constitucional (art. 139º, inc. 5, de la Constitución). Y todo ello a fin de  que las partes conozcan los verdaderos motivos de la decisión judicial, lejos de una simple exteriorización  formal de esta, siendo obligación de quien la adopta el emplear ciertos parámetros de racionalidad, incluso  de  conciencia  autocrítica,  pues,  tal  como  señala  la  doctrina  procesal  penal,  no  es  lo  mismo  resolver  conforme  a  una  corazonada  que  hacerlo  con  criterios  idóneos  para  ser  comunicados,  sobre  todo  en  un  sistema  procesal  como  el  nuestro, que  tiene  al  principio  de  presunción  de  inocencia  como  regla  de juicio,  regla que tantas veces obliga a resolver incluso contra la propia convicción moral.   Tal  como  dijimos  supra,  la  ejecutoria  suprema  carece  de  una  debida  motivación.  En  primer  lugar,  presenta  una  deficiencia  en  la  motivación  interna  en  su  manifestación  de  falta  de  corrección  lógica,  así  como una falta de coherencia   19 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

narrativa;  y,  en  segundo  lugar,  presenta  una  deficiencia  en  la  justificación  externa.  Pero  además,  presenta una indebida motivación respecto al procedimiento de la prueba indiciaria. Ahora, si bien habría  que reconocer a la Primera Sala Penal Transitoria de la SCJ, que optó por pronunciarse sobre el fondo del  asunto antes que acudir a cualquier vicio procesal y declarar la nulidad, es justamente en ese cometido que  incurrió  en  similares  vicios;  sin  embargo,  por  ello  no  se  podría  autorizar al  Tribunal  Supremo  a  rebajar  el  nivel de la racionalidad exigible y, en tal c., validar dicha actuación; por el contrario, debe quedar claro que  la  exigencia  constitucional  sobre  la  debida  motivación  de  la  resoluciones  judiciales  es  incondicional  e  incondicionada, conforme lo señalan los arts. 1º, 3,º 44º y 139º, inc. 5, de la Constitución Política.   Desde luego que el nivel de dificultad en la elaboración de la motivación (discurso motivador) puede  crecer en el c. de los tribunales colegiados, pero ello responde a la lógica del propio sistema, toda vez que a  estos se les atribuye generalmente la resolución de los casos más complejos o de mayor trascendencia, así  como el reexamen de lo actuado y resuelto por los órganos judiciales inferiores.   Ahora bien, dado que la SCJ de la República tiene completo acceso al juicio sobre el juicio (juicio sobre  la motivación), así como al juicio sobre el hecho (juicio de mérito), es ésta la instancia que está plenamente  habilitada para evaluar cualquier tipo de razonamiento contenido en la sentencia condenatoria expedida  por  la  Sala  Superior  Penal,  esto  es,  para  verificar  la  falta  de  corrección  lógica  de  las  premisas  o  de  las  conclusiones, así como la carencia o incoherencia en la narración de los hechos; pero además, para verificar  la deficiencia en la justificación externa, incluso para resolver sobre el fondo del asunto si es que los medios  probatorios  o  la  prueba  indiciaria  le  genera  convicción,  solo  que  en  este  último  c.  –como  quedó  dicho–  deberá cumplirse con el imperativo constitucional de la debida motivación; es por ello que este Colegiado  considera que la demanda ha de ser estimada en parte, declarándose solamente la nulidad de la ejecutoria  suprema,  debiendo  el  Tribunal  Supremo  emitir  nueva  resolución,  según  corresponda.  (  EXP.  N.°  00728‐2008‐PHC/TC)   Poniendo la lupa en el tema que hemos mostrado con casos concretos, creemos que este choque  de  astros  se  produce  por  una  desconfiguración  de  los  parámetros  iniciales  establecidos  por  la  Constitución de 1993. O mejor aún, por la falta de parámetros en que incurrió el constituyente peruano.  Sin  embargo,  al  margen  de  esta  gravísima  omisión,  también  es  cierto  que  estamos  ante  un  nuevo  escenario  del  Derecho  en  general  y,  en  particular,  del  Derecho  procesal.  Se  llama  neoconstitucionalismo y ha movido el ángulo del eje del planeta Derecho.   Y en este nuevo escenario del Derecho destacan nítidamente dos fenómenos como consecuencia  del  neoconstitucionalismo:  La  judicialización  del  entero  ordenamiento  jurídico  estatal  y  El  Estado  Constitucional de Derecho.   20 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

2.1. LA JUDICIALIZACIÓN DEL DERECHO   Entre  otras  cosas,  la  judicialización  del  ordenamiento  jurídico  significa  que  al  reconocer  a  la  Constitución  como  una  composición  de  textos  imprecisos,  declarativos  y  valorativos,  estas  normas  valdrán  lo  que  los  órganos  con  capacidad  de  interpretar  vinculantemente  dicen  que  valen.  Y  es  allí  donde se yerguen por encima de todos el Poder Judicial y el Tribunal Constitucional. Ya esto por sí solo  causa problemas en los demás poderes: de esta manera se está legitimando al PJ y al TC como órganos  distintos  al  Poder  Legislativo  y  al  Poder  Constituyente,  incluso  como  órganos  creadores  de  Derecho  (legal y constitucional).   Hasta  aquí  en  el  Poder  Judicial  y  el  Tribunal  Constitucional  vemos  dibujarse  una  sonrisa  en  la  fachada de sus sedes institucionales. Este poder legislativo que asumen lo tienen que sustentar en sus  argumentaciones.  En  la  razón.  Sin  embargo,  en  la  compulsa  ya  solo  entre  los  dos,  los  resultados  muestran al segundo dos o tres escalones por encima del primero y esto resulta la chispa que enciende  la hoguera. El Poder Judicial, a través de su máximo órgano, la SCJ, emite precedentes judiciales (en el  Perú,  con  especial  énfasis  en  el  ámbito  penal)  que  vinculan  sólo  a  la  especialidad;  por  otro  lado,  el  Tribunal Constitucional emite precedentes que vinculan a todos los particulares y a todos los poderes  del Estado, incluido el Poder Judicial.   Este choque de planetas ha dejado hasta ahora como vencedor por K.O. al TC. Es más, la misma  Constitución autoriza a que mediante un proceso de amparo – cuya última y definitiva instancia es el  Tribunal Constitucional ‐ se revisen resoluciones judiciales emanadas de un proceso irregular.   Con este panorama es fácil advertir que en aquellos casos de gran sensibilidad jurídica o política se  llegue  a  la  violencia  verbal  entre  magistrados  de  uno  y  otro  órgano,  cortesía  de  los  medios  de  comunicación.  Y  se  desatan  interminables  discusiones  circulares.  Es  aquí  dónde  se  observa  que  el  problema es de diseño. Es error de fábrica. Mientras el Poder Judicial ingresa al checks and balance y  existe  un  recíproco  control  entre  los  poderes  del  Estado,  el  último  constituyente  peruano  omitió  peligrosamente  control  alguno  para  el  Tribunal  Constitucional.  Por  ello  el  ambiente  de  ensoberbecimiento  en  que  vive  el  supremo  intérprete  de  la  Constitución.  Las  autodenominaciones  compiten entre ellas:   “Alto Tribunal”:   “El  objeto  de  la  presente  demanda  es  que  este  Alto  Tribunal:  1)  declare  la  nulidad  del  auto  de  apertura  de  instrucción  de  fecha  7  de  abril  del  2009,  recaído  en  el  proceso  penal  que  se  le  sigue  al  beneficiado  por  el  delito  contra  la  salud  pública  ‐  tráfico  ilícito  de  drogas  (microcomercialización)  (Expediente  N.°  13607‐2009),  por  cuanto,  según  refiere  el  accionante,  se  le  abrió  proceso  penal  con  una  modalidad   21 22 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL



Sentencia 4119‐20005‐PA/TC. Fundamento 38   Sentencia 5377‐20009‐HC/TC. Fundamento 1 

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delictiva  que  no  fue  materia  de  denuncia;  2)  se  declare  la  nulidad  del  mandato  de  detención  por  cuanto  carece  de  motivación  al  pretender  que  un  ciudadano  extranjero  acredite  domicilio  y  trabajo  conocido en el Perú; 3) se le procese en un plazo razonable.” 9   “Premunido de autonomía procesal”10  para justificar decisiones que no encuentran sustento legal  ni constitucional, está poniendo al estado peruano a expensas de las decisiones del supremo intérprete:   “La  configuración  del  proceso  mismo  queda  sujeta,  en  buena  parte,  a  la  capacidad  procesal  del  Tribunal para “fijarse” sus propios límites (piénsese en el principio iura nóvit curia o en las propias lecturas  que suele hacer el Tribunal a partir de la narración propuesta por las partes). El Tribunal ha encontrado, en  más de una ocasión, una pretensión distinta o, en algunos casos, incluso ha podido “convertir” un proceso  de cumplimiento en amparo a efectos de dar “una mejor protección” al recurrente.   Estas “operaciones” procesales del Tribunal han encontrado apoyo en la doctrina de Peter Häberle,  quien se ha referido en feliz frase a la “autonomía procesal del TC”], que ha permitido abrir el camino para  una  verdadera  innovación  de  sus  propias  competencias.  Esta  capacidad  para  delimitar  el  ámbito  de  sus  decisiones por parte del Tribunal tiene como presupuesto la necesidad de dotar de todo el poder necesario  en manos del Tribunal para tutelar los derechos fundamentales más allá incluso de las intervenciones de  las  partes,  pero  sin  olvidar  que  la  finalidad  no  es  una  finalidad  para  el  atropello  o  la  restricción.  Este  “sacrificio  de  las  formas  procesales”  sólo  puede  encontrar  respaldo  en  una  única  razón:  la  tutela  de  los  derechos,  por  lo  que  toda  práctica  procesal  que  se  apoye  en  este  andamiaje  teórico  para  atropellar  los  derechos  o  para  disminuir  su  cobertura  debe  ser  rechazado  como  un  poder  peligroso  en  manos  de  los  jueces.”   Los errores no han sido pocos. Recemos porque los siete magistrados siempre estén iluminados y  precisos. A nivel nacional no hay vuelta de rosca sobre esas decisiones.   .   EL ESTADO CONSTITUCIONAL DE DERECHO    

Es  moneda  corriente  escuchar  como  argumento  de  un  discurso  que  nos  encontramos  en  un  “Estado Legal de Derecho” o “Estado Social de Derecho” o, simplemente, un “Estado de Derecho”, para  señalar que son las condiciones ideales de toda convivencia humana dentro de un Estado que se precie  de serlo. EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Ahora,  como  corolario  de  la  metamorfosis  señalada  líneas  arriba  que  nos  coloca  en  una  nueva  escenografía jurídica, debemos referirnos en adelante a un “Estado Constitucional de Derecho”.   El  cambio  no  es  baladí.  No  es  un  ajedrez  de  términos.  Es  mucho  más.  Es  el  reflejo  exacto,  una  fotografía  real  del  nuevo  Estado  del  que  todos  formamos  parte.  Todas  las  adjetivaciones  que  antes  acompañaban  al  Estado  de  Derecho  se  subordinan  al  nuevo  Estado  Constitucional  de  Derecho.  Los  Estados  que  aún  sienten  no  serlos  deben  tener  como  objetivo  inmediato  y  urgente  alcanzar  tal  categoría  por  su  propia  subsistencia.  De  lo  contrario,  estarán,  institucionalmente,  con  respirador  artificial.   Entonces,  surge  la  pregunta  espontánea  e  inevitable  al  mismo  tiempo:  ¿Cómo  reconocer  a  un  Estado  Constitucional  de  Derecho?  ¿Cómo  saber  si  el  nuestro  lo  es?  Decirlo  es  fácil.  Lo  difícil  es  corroborarlo de manera objetiva e indubitable.   Consideramos  que  tres  son  las  características  que  debe  tener  todo  Estado  Constitucional  de  Derecho:   a.   Supremacía jurídica de la Constitución   b.   Separación contemporánea de poderes.   c.   Reconocimiento, protección y eficacia de los derechos fundamentales.     Una lectura rápida y algo distraída nos llevaría a precipitarnos en un juicio y decir: “Pero esto existe  desde siempre. Siempre fueron los requisitos mínimos de un Estado en los últimos doscientos años”.  No  es  así.  Una  mirada  más  detenida  y  atenta  podría  llevar  a  reconocer  pequeños  cambios  que  constituyen el desenlace del nuevo escenario que pretendemos demostrar. Ayudaremos con nuestras  cursivas, negritas y subrayados:   .

 

Supremacía jurídica de la Constitución     Separación contemporánea de poderes.     Reconocimiento, protección y eficacia de los derechos fundamentales.     Las variantes resaltadas han producido un sismo en el Derecho. Se han caído bibliotecas enteras y  se han producido derogaciones tácitas en cantidades industriales. Intentaremos explicar cómo cada una  de estas nuevas características ha ido aumentado la intensidad de este terremoto que ha tenido como  epicentro la Constitución política de nuestros Estados.   23 24 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 11 

Castillo Córdova Luís, El Precedente Judicial y el Precedente Constitucional, Lima, Primera Ed., ARA Editores, 2008 

2.2.1 . Supremacía jurídica de la Constitución   Desde  el  amanecer  del  constitucionalismo  hasta  muy  cerca  de  nuestros  días,  la  esencia  de  los  documentos  constitucionales  siempre  ha sido  política.  Su  despertar  a comienzos  del  siglo  XVIII  así  lo  exigía:  establecer  una  valla,  un  freno  al  exceso  de  poder.  En  cualquier  punto  de  Latinoamérica,  si  pedimos  que  nos  acerquen  una  Constitución,  la  portada  de  la  misma  rezará  el  siguiente  epitafio:  “Constitución  Política  de…”.  Aunque  su  raíz  más  profunda  la  encontramos  después  de  la  Segunda  Guerra  Mundial,  ha  sido  en  la  última  década  del  siglo  XX  ‐con  la  confluencia  de  varios  factores  y  los  vientos frescos que asoman al final de una centuria en todos los campos del saber‐ en que se ha dado la 

aparición del apellido materno de la Constitución Política: Jurídica. Y todos sabemos que este cambio  de identidad conlleva a importantes consecuencias.   Este fenómeno, que el estudioso peruano CASTILLO CÓRDOVA denomina una nueva concepción  de la Constitución, se deriva precisamente de una nueva concepción del Estado11  ; significa que se deja  de lado el concepto enunciativo, declarativo y retórico del constitucionalismo clásico para convertirse  en una norma que vincula por partida doble: al poder político y a los particulares. A partir de esto, las  disposiciones de la Constitución son normas superlativas y abiertas a valores que conllevarán –como se  verá líneas abajo‐ a una eficacia de los derechos fundamentales.   El Tribunal Constitucional no ha sido ajeno a este fenómeno. En el tercer fundamento jurídico de la  sentencia 5854‐2005‐PA/TC abunda:   “El  tránsito del  Estado  Legal de Derecho al Estado  Constitucional de Derecho  supuso abandonar  la  tesis según la cual la Constitución era una mera norma política, para consolidar la doctrina conforme a la  cual  la  Constitución  es  también  una  norma  jurídica,  es  decir,  una  Norma  con  contenido  vinculante  para  todos. Significó superar la concepción de una pretendida soberanía parlamentaria para dar paso al principio  jurídico  de  supremacía  constitucional,  conforme  al  cual,  una  vez  expresada  la  voluntad  del  Poder  Constituyente  con  la  creación  de  la  Constitución,  en  el  orden  formal  y  sustantivo  presidido  por  ella,  no  existen soberanos, poderes absolutos o autarquías.”   Como  corolario  de  lo  esgrimido  se  desprende:  primero,  una  irradiación  de  los  derechos  fundamentales  a  todo  el  ordenamiento  jurídico  nacional.  A  esto  es  lo  que  se  ha  denominado  “la  constitucionalización  del  Derecho”;  segundo,  al  ser  los  postulados  constitucionales  abiertos,  incompletos e imprecisos por naturaleza, cobran una importancia mayúscula los entes encargados de  concretar estos EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

postulados.  Y  el  órgano  que  determina,  completa  y  precisa  el  texto  constitucional  en  un  nivel  superior es el Tribunal Constitucional. Como se aprecia, ya se va delineando la silueta de la sombra que  asoma en forma inesperada.   El  Tribunal  Constitucional  no  ha  dejado  pasar  oportunidad  para  señalar  sus  funciones.  Así,  en  la  sentencia N.º 0054‐2004‐AI / TC, en el fundamento jurídico 16, se extiende:   “El  Tribunal  ha  resaltado  que  sus  funciones  en  un  Estado  Democrático  son  tres,  a  saber:  a)  la  valoración  de  la  norma  sometida  a  control  constitucional,  b)  la  labor  de  pacificación,  pues  con  sus  pronunciamientos, cuyos efectos puede modular de acuerdo al c. presentado, soluciona controversias, y c)  la labor de ordenación, en el sentido de que tiene una eficacia de ordenación general con efecto vinculante  sobre los aplicadores del Derecho ‐en especial sobre los órganos jurisdiccionales‐, y sobre los ciudadanos en  general.”   Ya antes se había pronunciado sobre el mismo tema en la sentencia N.º 02409‐2002‐AA/TC, en el  primer fundamento jurídico:   “El  Tribunal  Constitucional  tiene  como  tareas  la  racionalización  del  ejercicio  del  poder,  vela  por  la  preeminencia del texto fundamental de la república sobre el resto de las normas del ordenamiento jurídico  del estado, se encarga de velar por el respeto y la protección de los derechos fundamentales de la persona,  ejerce la tarea de intérprete supremo de los alcances y contenidos de la constitución.”   Con estas premisas se definen después la supremacía normativa de la Constitución en la sentencia  N.º 5854‐2005‐PA/TC:   “La  Constitución  es  norma  jurídica  y,  como  tal,  vincula.  De  ahí  que,  con  acierto,  pueda  hacerse  referencia  a  ella  aludiendo  al  "Derecho  de  la  Constitución",  esto  es,  al  conjunto  de  valores,  derechos  y  principios  que,  por  pertenecer  a  ella,  limitan  y  delimitan  jurídicamente  los  actos  de  los  poderes  públicos.  Bajo tal perspectiva, la supremacía normativa de la Constitución de 1993 se encuentra recogida en sus dos  vertientes: tanto aquella objetiva, conforme a la cual la Constitución preside el ordenamiento jurídico (art.  51º),  como  aquella  subjetiva,  en  cuyo  mérito  ningún  acto  de  los  poderes  públicos  (art.  45º)  o  de  la  colectividad en general (art. 38º) puede vulnerarla válidamente”   2.2.2. Separación contemporánea de poderes   Este nuevo escenario significa el fin de la concepción clásica del estado moderno.  Un Estado en  que  se  yergue  la  legalidad  como  cúspide  del  ordenamiento  para  dar  paso  a  una  norma  distinta,  diferente, pero –sobre todo‐superior: La Constitución jurídica.   25 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

No es de extrañar entonces que ya no sólo aparezcan en escena los poderes clásicos del estado,  sino  que  se  sume  un  cuarto  integrante:  El  Tribunal  Constitucional.  No  habría  ningún  problema  de  incorporar  un  invitado  que  nadie  esperaba,  sino  fuera  porque  este  invitado  de  pronto  pasó  a  ser  el  dueño de la casa y de la fiesta. Y ello altera las condiciones normales de presión y temperatura por las  siguientes razones:   1.

 

Colisiona su labor jurisdiccional con la del Poder Judicial. Y en caso de conflicto prevalece el que no es  poder estatal, pues es el supremo intérprete de la Constitución.     Realiza labor legislativa a través de sus precedentes vinculantes y sus sentencias normativas,  amenazando con ello al Poder Legislativo.     Sus decisiones son inimpugnables y vinculan a todos los poderes del Estado.     En el Perú de hoy, ambas instituciones conviven aún, pero lo hacen como aquellos matrimonios  que procuran que sus grietas sean sólo internas, es decir, habitan la misma morada, pero en realidad no  se hablan ni duermen juntos. Y como ocurre en estas situaciones, aunque se esfuercen en aparentar que  todo marcha bien, siempre aparecen señales de esta escisión.   El Tribunal Constitucional peruano habla, opina y ordena. Y lo hace a través de su jurisprudencia.  En uno de los más importantes conflictos de competencia que se han dado en el Perú entre el Poder  Judicial y el Poder Ejecutivo, el Tribunal Constitucional se pronunció de la siguiente manera (sentencia  Nº 0004‐20004‐CC/TC):   “Sin embargo, la separación de poderes que configura nuestra Constitución no es absoluta, porque de  la estructura y funciones de los Poderes del Estado regulados por la Norma Suprema, también se desprende  el principio de colaboración de poderes. Al respecto, encontramos una colaboración de poderes cuando el  art. 104.° de la Constitución establece que el Congreso puede delegar en el Poder Ejecutivo la facultad de  legislar, mediante decretos legislativos, sobre materia específica y por el plazo determinado establecidos en  la  L.  autoritativa.  Del  mismo  modo,  existe  una  colaboración  de  poderes  cuando  el  art.  129.°  de  la  Constitución dispone que el Consejo de Ministros en pleno, o los ministros por separado, pueden concurrir a  las sesiones del Congreso y participar en sus debates con las mismas prerrogativas que los parlamentarios,  salvo  la  de  votar  si  no  son  congresistas.  Ocurre  lo  mismo  con  las  normas  constitucionales  relativas  al  proceso de elaboración de la L. de Presupuesto.”   26 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

2.2.3. Reconocimiento, protección y eficacia de los derechos fundamentales   Hasta hace menos de dos décadas muchos de los derechos fundamentales carecían de eficacia en  la realidad. Ya es conocido que, luego de la segunda posguerra, fueron progresivamente reconocidos en  los textos constitucionales. Al mismo tiempo también se regulaba su protección, vía habeas corpus y  amparo,  respectivamente.  Sin  embargo,  en  la  realidad,  su  eficacia  colisionaba  con  un  muro  inexpugnable:  el  Estado  no  estaba  en  condiciones  de  brindar  una  garantía  total.  La  falta  de  presupuesto, el  desbalance entre  lo  señalado  en  la  Constitución  y la  realidad, además  del  imperio  de  una legalidad por sobre una Constitución romántica, eran factores que atentaban contra ello.   En este neoconstitucionalismo lo descrito ya no tiene espacio. Y es aquí donde es más notorio el  giro que ha significado que en el Perú el Derecho se cree a partir de la jurisprudencia. Y si bien es que la  jurisprudencia  –entendida  en  rigor  como  el  fallo  de  los  más  altos  tribunales–  del  Poder  Judicial  ha  existido  desde  siempre,  ésta  ha  sido  más  persuasiva  que  obligatoria.  Es  a  partir  de  la  entrada  en  vigencia  del  Código  Procesal  Constitucional,  en  diciembre  de  2004,  que  surge  la  jurisprudencia  vinculante del Tribunal Constitucional. Todo lo demás es corolario de esta figura.   Fue  en  los  primeros  años  del  nuevo  milenio  que  el  Tribunal  Constitucional  peruano  ya  asomaba  con sentencias que buscaban la eficacia de los derechos fundamentales. El caso Azanca Meza García es  emblemático.  Esta  mujer  infectada  de  VIH  y  con  anemia  perniciosa  crónica  demandó  al  Estado  para  que  le  brindara  los  medicamentos  específicos  para  su  mal.  El  Poder  Judicial,  en  las  dos  primeras  instancias,  no  le  dio  razón  a  su  pretensión  por  considerar  que  el  derecho  a  la  salud  era  un  derecho  fundamental  progresivo  y,  por  ello,  la  exigencia  al  Estado  no  podía  ir  más  allá  de  sus  posibilidades  presentes.  El  TC  resuelve  declarar  fundada  la  demanda  señalando  que  en  este  caso  –la  mujer  estaba  desahuciada–  también  se  estaba  afectando  el  derecho  a  la  vida,  por  lo  que  ordena  al  Estado  que  le  brinde  la  medicación  requerida  y  que,  como  parte  de  la  ejecución  de  la  sentencia,  se  establezca  una  supervisión semestral del cumplimiento de la resolución. Cuando se expidió la sentencia, Azanca Meza  García  tenía  cinco  días  de  fallecida.  Empero,  quedó  la  decisión  para  ser  aplicado  a  casos  sustancialmente  iguales.  La  casuística  se  ha  repetido  de  manera  múltiple.  Todo  indica  que  debíamos  ponernos de pie y tributar un aplauso interminable al supremo intérprete de la Constitución peruana.  Sólo que la foto no ha salido completa. El fundamento 22 de la sentencia respectiva (2945‐2003 PA/TC)  sostiene:   “Es  innegable  que  en  el  c.  de  las  personas  diagnosticadas  con  VIH/SIDA  y  que  padecen  de  la  enfermedad, se carece de realismo al reconocerles algún estado de libertad o autonomía personal cuando  la falta de recursos económicos ‐ como en el c.   27 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

de  la  recurrente‐  no  les  permite  costear  su  tratamiento  y  conllevar  las  implicancias  de  esta  enfermedad con dignidad.   Únicamente mediante un tratamiento adecuado y continuo pueden reducirse las manifestaciones no  solo físicas, sino psicológicas de la enfermedad, logrando que en muchos casos el normal desenvolvimiento  de  las  actividades  del  paciente  no  se  vea  afectado  en  un  lapso  de  tiempo  mayor  que  en  aquellos  casos  donde la asistencia médica es casi nula. Es en este último c. donde la dignidad, la libertad y la autonomía  de  la  persona  se  ven  afectadas  a  consecuencia  del  deterioro  de  la  salud  y  riesgo  de  vida  del  paciente,  tornando a estos individuos en una suerte de parias sociales, lo que de ninguna manera puede ser admitido  desde el punto de vista constitucional.”   Completa su concepto y posición en los fundamentos 26 y 28:   “Actualmente,  la  noción  de  Estado  social  y  democrático  de  derecho  concreta  los  postulados  que  tienden a asegurar el mínimo de posibilidades que tornan digna la vida y, en esas circunstancias, se impone  principalmente  a  los  poderes  públicos  la  promoción  de  esas  condiciones.  La  vida,  entonces,  ya  no  puede  entenderse  tan  solo  como  un  límite  al  ejercicio  del  poder,  sino  fundamentalmente  como  un  objetivo  que  guía la actuación positiva del Estado. Dichos postulados propenden la realización de la justicia que avala  los principios de dignidad humana y solidaridad y traspasa el reducido marco de la legalidad con el que se  identificaba  la  noción  clásica  de  Estado  de  derecho.  Ahora,  el  Estado  está  comprometido  a  invertir  los  recursos indispensables para desarrollar las tareas necesarias que le permitan cumplir con el encargo social  de garantizar el derecho a la vida, la libertad, la seguridad y la propiedad privada.   La salud es derecho fundamental por su relación inseparable con el derecho a la vida, y la vinculación  entre ambos derechos es irresoluble, ya que la presencia de una enfermedad o patología puede conducirnos  a la muerte o, en todo c., desmejorar la calidad de la vida. Entonces, es evidente la necesidad de proceder a  las  acciones  encaminadas  a  instrumentalizar  las  medidas  dirigidas  a  cuidar  la  vida,  lo  que  supone  el  tratamiento orientado a atacar las manifestaciones de cualquier enfermedad para impedir su desarrollo o  morigerar  sus  efectos,  tratando,  en  lo  posible,  de  facilitar  los  medios  que  al  enfermo  le  permitan  desenvolver su propia personalidad dentro de su medio social.   El derecho a la salud comprende la facultad que tiene todo ser humano de mantener la normalidad  orgánica funcional, tanto física como mental, y de restablecerse cuando se presente una perturbación en la  estabilidad orgánica y funcional de su ser, lo que implica, por tanto, una acción de conservación y otra de  restablecimiento;  acciones  que  el  Estado  debe  proteger  tratando  de  que  todas  las  personas,  cada  día,  tengan una mejor calidad de vida, para lo cual debe invertir en la modernización y fortalecimiento de todas  las instituciones encargadas de la   28 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

prestación del servicio de salud, debiendo adoptar políticas, planes y programas en ese sentido.”   Otro de los casos paradigmáticos, pero en sentido contrario, es el de Manuel Anicama Hernández.  En  este  proceso,  el  Tribunal  Constitucional  estableció  los  criterios  para  la  procedencia  del  amparo  residual  en  materia previsional.  Y  aunque  es  indignante que  la  residualidad  del  amparo  en  el  Perú  es  inconstitucional,  esto  no  es  advertido  fácilmente  por  académicos  y  conocedores.  Lo  que  produjo  estupor  e  indignación  fue  que  5000  casos  que  tenían  la  misma  lógica  que  el  caso  Anicama  fueron  devueltos a fojas “0” para que sean revisados nuevamente bajo los parámetros establecidos. Es decir,  tuvo una grosera aplicación retroactiva.   De  manera  más  reciente  también  se  ha  pronunciado  el  Tribunal  Constitucional  sobre  la  eficacia  horizontal de los derechos fundamentales, y esto ha significado revocar la motivación y decisión basada  en  el  texto  expreso  de  la  L.  sustantiva  y  crear  –vía  jurisprudencia–  nuevas  figuras  jurídicas.  Así,  en  el  expediente  Nº  09332‐2006‐PA/TC,  caso  Reynaldo  Armando  Shols  Pérez,  se  narra  lo  siguiente  en  los  antecedentes:   “Con  fecha  23 de  setiembre de  2003,  el  recurrente  interpone  demanda de amparo  contra  el  Centro  Naval del Perú, solicitando que se le otorgue a su hijastra, Lidia Lorena Alejandra Arana Moscoso, el carné  familiar  en  calidad  de  hija  y  no  un  pase  de  invitada  especial,  por  cuanto  constituye  una  actitud  discriminatoria y de vejación hacia el actor en su condición de socio, afectándose con ello su derecho a la  igualdad.   Manifiesta  que  durante  los  últimos  años  la  emplazada  otorgó,  sin  ningún  inconveniente,  el  carné  familiar a los hijastros considerándolos como hijos, sin embargo mediante un proceso de recarnetización,  que comprende a los socios y a sus familiares, se efectuó la entrega de los mismos solamente al titular,  esposa e hija; denegándose la entrega de este a su hijastra, no siendo considerada como hija del socio.”   En  el  Perú,  el  Tribunal  Constitucional  conoce  en  última  y  definitiva  instancia  los  procesos  de  Jurisdicción  de  la  Libertad,  ante  la  denegatoria  del  Poder  Judicial.  En  el  presente  caso,  el  Primer  Juzgado  Especializado  en  lo  Civil  de  la  Corte  Superior  de  Justicia  de  Lima  declaró  infundada  la  demanda, estimando que el estatuto del Centro Naval del Perú, en su art. 23º, no regula la situación de  los hijastros; en consecuencia, no existe discriminación alguna, porque el actor no tiene derecho a que  su hijastra tenga carné familiar como hija del socio. Reynaldo Armando Shols Pérez interpone recurso  de  apelación  y  la  Primera  Sala  Civil  de  Justicia  de  Lima  declaró  improcedente  la  demanda,  considerando que es la referida hijastra quien se encuentra afectada con la negativa del demandado de  otorgar el carné familiar, por lo que para su representación legal se deberán   29 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

considerar las normas referentes a la patria potestad, tutela y curatela expresamente señaladas  en  el  CC.;  que  siendo  ello  así,  se  aprecia  que  el  recurrente  no  es  padre  ni  representante  legal  de  la  menor, y que alegar que está a cargo de su hijastra, no implica la acreditación de su legitimidad para  obrar.   En  sentencia  publicada  el  5  de  febrero  de  2008,  el  Tribunal  Constitucional  declaró  fundada  la  demanda y ordenó a la demandada que no realice distinción alguna entre los hijos del demandante y su  hijastra. Sus principales argumentos fueron:   “(…)  6.  La  acepción  común  del  término  familia  lleva  a  que  se  le  reconozca  como  aquel  grupo  de  personas que se encuentran emparentadas y que comparten el mismo techo. Tradicionalmente, con ello se  pretendía englobar a la familia nuclear, conformada por los padres y los hijos, que se encontraban bajo la  autoridad de aquellos. Así, desde una perspectiva jurídica tradicional, la familia “está formada por vínculos  jurídicos familiares que hallan origen en el matrimonio, en la filiación y en el parentesco”.   1.   Desde una perspectiva constitucional, debe indicarse que la familia, al ser un instituto natural, se encuentra  inevitablemente a merced de los nuevos contextos sociales. Así, cambios sociales y jurídicos tales como la  inclusión social y laboral de la mujer, la regulación del divorcio y su alto grado de incidencia, las grandes  migraciones hacia las ciudades, entre otros aspectos, han significado un cambio en la estructura de la  familia tradicional nuclear, conformada alrededor de la figura del pater familias. Consecuencia de ello es  que se hayan generado familias con estructuras distintas a la tradicional, como son las surgidas de las  uniones de hecho, las monopaternales o las que en doctrina se han denominado familias reconstituidas.     Las Familias Reconstituidas   1.

 

En realidad no existe un acuerdo en doctrina sobre el nomen iuris de esta organización familiar,  utilizándose diversas denominaciones tales como familias ensambladas, reconstruidas, reconstituidas,  recompuestas, familias de segundas nupcias o familiastras. Son familias que se conforman a partir de la  viudez o el divorcio. Esta nueva estructura familiar surge a consecuencia de un nuevo matrimonio o  compromiso. Así, la familia ensamblada puede definirse como “la estructura familiar originada en el  matrimonio o la unión concubinaria de una pareja en la cual uno o ambos de sus integrantes tienen hijos  provenientes de una relación previa”.     Por su propia configuración estas familias tienen una dinámica diferente, presentándose una problemática  que tiene diversas aristas, como son los vínculos, deberes y derechos entre los integrantes de la familia  reconstituida, tema de especial relevancia en el presente c., por lo que se procederá a revisarlo.     30 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

1.

Las relaciones entre padrastros o madrastras y los hijastros/as deben ser observadas de acuerdo con los  matices que el propio contexto impone. p.ej., del art. 237.° del CC., se infiere que entre ellos se genera un  parentesco por afinidad, lo que, de por sí, conlleva un efecto tan relevante como es el impedimento  matrimonial (art. 242.° del CC). Es de indicar que la situación jurídica del hijastro no ha sido tratada por el  ordenamiento jurídico nacional de forma explicita, ni tampoco ha sido recogida por la jurisprudencia  nacional.     No obstante, sobre la base de lo expuesto queda establecido que el hijastro forma parte de esta nueva  estructura familiar, con eventuales derechos y deberes especiales, no obstante la patria potestad de los  padres biológicos. No reconocer ello traería aparejada una afectación a la identidad de este nuevo núcleo  familiar, lo que de hecho contraría lo dispuesto en la carta fundamental respecto de la protección que  merece la familia como instituto jurídico constitucionalmente garantizado.     Desde luego, la relación entre los padres afines y el hijastro tendrá que guardar ciertas características, tales  como las de habitar y compartir vida de familia con cierta estabilidad, publicidad y reconocimiento. Es  decir, tiene que reconocerse una identidad familiar autónoma, sobre todo si se trata de menores de edad  que dependen económicamente del padre o madre afín. De otro lado, si es que el padre o la madre biológica  se encuentran con vida, cumpliendo con sus deberes inherentes, ello no implicará de ninguna manera la  pérdida de la patria potestad suspendida.     Tomando en cuenta todo ello es de interés recordar lo expuesto en el tercer párrafo del art. 6.° de la  Constitución, que establece la igualdad de deberes y derechos de todos los hijos, prohibiendo toda mención  sobre el estado civil de los padres o la naturaleza de la filiación en los registros civiles o en cualquier otro  documento de identidad. Surge frente a ello la interrogante de si, bajo las características previamente  anotadas, es factible diferenciar entre hijastro e hijos.     Este Tribunal estima que en contextos en donde el hijastro o la hijastra se han asimilado debidamente al  nuevo núcleo familiar, tal diferenciación deviene en arbitraria y contraria a los postulados constitucionales  que obligan al Estado y a la comunidad a proteger a la familia. En efecto, tal como se ha expuesto, tanto el  padrastro como el hijo afín, juntamente con los demás miembros de la nueva organización familiar, pasan  a configurar una nueva identidad familiar. Cabe anotar que por las propias experiencias vividas por los  integrantes de este nuevo núcleo familiar –divorcio o fallecimiento de uno de los progenitores– la nueva  identidad familiar resulta ser más frágil y difícil de materializar. Es por ello que realizar una comparación  entre el hijo afín y los hijos debilita la institución familiar, lo cual atenta contra lo dispuesto en el art. 4 de la  Constitución, según el cual la comunidad y el Estado protegen a la familia(…).”     31 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Es cierto también que no ayuda mucho que las principales normas sustantivas se hayan hecho bajo  la  plantilla  de  la  Constitución  de  1979  y  que  no  transiten  por  los  mismos  carriles  que  la  Constitución  actual de 1993.   Ya recorrimos el primer cuarto del año 2010 y la situación sigue entrampada. Un Poder Judicial que  proclama  su  investidura  de  poder  estatal  desde  el  amanecer  de  las  repúblicas  y  clama  por  tener  el  protagonismo de antaño. Y en la otra orilla, el Tribunal Constitucional, con su frescura de juventud y la  fuerza de un tsunami que no encuentra freno en los peñascos y que disfruta de este nuevo escenario  que  le  calza  a  la  medida.  Y  no  se  divisa  ninguna  patología  cercana  que  lo  debilite.  Ni  estornuda.  Ni  bosteza siquiera. Tiene la fortaleza de un atleta olímpico.   Ha sido nuestra intención mostrar la perspectiva inca. Cada uno de los asistentes a este Congreso  podrá  tener  la  suya  y,  a  partir  de  ella,  proponer  soluciones  que  ayuden  a  destrabar  un  conflicto  que,  visto desde cerca, no parece tener otra respuesta que la de un magistrado argentino: ¡Eliminen uno de  los dos… y ya!   No podemos dejar de mencionar la escasa importancia que se le ha dado al cambio del amparo  alternativo  (en  el  que  las  partes  elegían,  ante  la  supuesta  vulneración  de  su  derecho  fundamental,  si  recurrían a la vía ordinaria o a la tutela de emergencia del amparo) por el amparo residual (en el cual el  Estado  es  el  que  determina  cuáles  serán  vistas  en  el  amparo  y  cuáles  se  ven  en  vías  igualmente  satisfactorias). Pareciera que todo el garantismo y los principios pro homine que figuran en la doctrina y  jurisprudencia nacional sufren un vacío en este punto en particular. ¡Como si lo más conveniente para el  Estado estuviera por encima de los derechos de los ciudadanos! El razonamiento es elemental:   La Constitución Peruana regula taxativamente las causas del amparo en el art. 200º, inc. 2:   “(…) La Acción de Amparo, que procede contra el hecho u omisión, por parte de cualquier autoridad,  funcionario  o  persona,  que  vulnera  o  amenaza  los  demás  derechos  reconocidos  por  la  Constitución.  No  procede contra normas legales ni contra resoluciones judiciales emanadas de procedimiento regular.”   Empero,  el  art.  5º,  inc.  2  del  CPCons.,  señala  que  no  proceden  los  procesos  constitucionales  cuando:   “(…)  Existan  vías  procedimentales  específicas,  igualmente  satisfactorias,  para  la  protección  del  derecho constitucional amenazado o vulnerado, salvo cuando se trate del proceso de hábeas corpus;(…)”   32 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Como  se  puede  observar,  el  Código  Procesal  Constitucional  excede  los  parámetros  de  improcedencia  del  texto  constitucional.  Siendo  el  art.  que  regula  en  la  Constitución  Peruana  la  improcedencia  del  amparo,  este  debe  interpretarse  restrictivamente.  No  existe  ninguna  acrobacia  interpretativa que permita legitimar lo regulado en el Código Procesal Constitucional.   Como si no fuera suficiente, el art. 25º, inc. 1, de la CADH, señala:   “(…) Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro recurso efectivo ante  los  jueces  o  tribunales  competentes,  que  la ampare  contra  actos  que  violen  sus  derechos  fundamentales  reconocidos  por  la  Constitución,  la  L.  o  la  presente  CADH,  aun  cuando  tal  violación  sea  cometida  por  personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales.(…)”   Y  como  para  que  no  se  desfigure  el  significado  de  “recurso  rápido,  sencillo  y  eficaz”,  la  Opinión  Consultiva  OC  9/87  de  la  Corte  Interamericana  de  Derechos  Humanos  descarta  la  posibilidad  de  vías  igualmente satisfactorias:   “(…) Como ya lo ha señalado la Corte, el art. 25.1 de la CADH es una disposición de carácter general  que recoge la institución procesal del amparo, como procedimiento sencillo y breve que tiene por objeto la  tutela de los derechos fundamentales (El habeas corpus bajo suspensión de garantías, supra 16,párr. 32 ).  Establece  este  art.,  igualmente,  en  términos  amplios,  la  obligación  a  cargo  de  los  Estados  de  ofrecer,  a  todas las personas sometidas a su jurisdicción, un recurso judicial efectivo contra actos violatorios de sus  derechos fundamentales. Dispone, además, que la garantía allí consagrada se aplica no sólo respecto de  los derechos contenidos en la CADH, sino también de aquéllos que estén reconocidos por la Constitución o  por la L. de donde se concluye, a fortiori, que el régimen de protección judicial dispuesto por el art. 25 de la  CADH es aplicable a los derechos no susceptibles de suspensión en estado de emergencia.   El art. 25.1 incorpora el principio, reconocido en el derecho internacional de los derechos humanos, de  la efectividad de los instrumentos o medios procesales destinados a garantizar tales derechos. Como ya la  Corte ha señalado, según la CADH los Estados Partes se obligan a suministrar recursos judiciales efectivos  a  las  víctimas  de  violación  de  los  derechos  humanos  (art.  25  ),  recursos  que  deben  ser  sustanciados  de  conformidad con las reglas del debido proceso legal (art. 8.1), todo ello dentro de la obligación general a  cargo  de  los  mismos  Estados,  de  garantizar  el  libre  y  pleno  ejercicio  de  los  derechos  reconocidos  por  la  CADH  a  toda  persona  que  se  encuentre  bajo  su  jurisdicción  (Casos  Velásquez  Rodríguez,  Fairén  Garbi  y  Solís Corrales y Godínez Cruz, Excepciones Preliminares, Sentencias del 26 de junio de 1987, párrs. 90, 90 y  92, respectivamente).   33 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Según  este  principio,  la  inexistencia  de  un  recurso  efectivo  contra  las  violaciones  a  los  derechos  reconocidos por la CADH constituye una transgresión de la misma por el Estado Parte en el cual semejante  situación tenga lugar. En ese sentido debe subrayarse que, para que tal recurso exista, no basta con que  esté previsto por la Constitución o la L. o con que sea formalmente admisible, sino que se requiere que sea  realmente idóneo para establecer si se ha incurrido en una violación a los derechos humanos y proveer lo  necesario  para  remediarla.  No  pueden  considerarse  efectivos  aquellos  recursos  que,  por  las  condiciones  generales del país o incluso por las circunstancias particulares de un c. dado, resulten ilusorios. Ello puede  ocurrir,  p.  ej.,  cuando  su  inutilidad  haya  quedado  demostrada  por  la  práctica,  porque  el  Poder  Judicial  carezca  de  la  independencia  necesaria  para  decidir  con  imparcialidad  o  porque  falten  los  medios  para  ejecutar  sus  decisiones;  por  cualquier  otra  situación  que  configure  un  cuadro  de  denegación  de  justicia,  como sucede cuando se incurre en retardo injustificado en la decisión; o, por cualquier causa, no se permita  al presunto lesionado el acceso al recurso judicial (…).”  

CONCLUSIONES   En  medio  de  posiciones  que  se  ubican  en  las  antípodas,  existe  solo  una  verdad  innegable:  La  justicia  constitucional  se  ha  desbordado  en  el  Perú.  No  nos  alcanzaría  la  vida  para  poder  dar  un  veredicto final: Si la existencia de un Tribunal Constitucional es positiva o negativa. Como casi siempre,  la razón parece instalarse en medio del polvorín: Sí es positiva, pero con límites. Y como interrogantes  de infante que a una pregunta le sobreviene otra y otra, como si en el vientre materno hubieran tenido  clases  de  Aristóteles:  ¿Quién  pondría  esos  límites?  ¿Sobre  qué  parámetros  se  establecerán?  ¿Qué  garantiza  que  sean  criterios  jurídicos  y  no  políticos?  ¿Y  a  quién  rendiría  cuentas  el  poder  que  lo  determine?... y así por los siglos de los siglos.   Como en los problemas de física elemental en que el rozamiento es igual a “0”, imaginemos que  estos  límites  se  dan  de  una manera  estrictamente  jurídica,  con  asepsia  política.  ¿Será  la  solución? La  insatisfacción  es  consustancial  a  la  naturaleza  humana.  Seguirían  las  discusiones  circulares.  Sigamos  con propuestas para que el desborde se detenga y no terminemos ahogándonos en un desierto.   34 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI 35

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS   .

 

ACOSTA SANCHEZ, JOSÉ  

— Formación de la Constitución y jurisdicción constitucional, Tecnos, Madrid, 1998.     CASTILLO CORDOVA LUÍS   — El Precedente judicial y el precedente constitucional, Lima, Primera ed., ARA Editores, 2008.   —  El  carácter  normativo  fundamental  de  la  Constitución  peruana,  en  Anuario  de  Derecho  Constitucional Latinoamericano, 2006, t. II, Honrad Adenauer Stiftung, Mdeo.     HABERLE PETER   — El Estado Constitucional, trad. de Fix‐Fierro, Hector, Universidad Autónoma de México, México  DF, 2003.     ZAGREBELSKY, GUSTAVO — EL DERECHO DÚCTIL. 5TA EDICIÓN MADRID, ED. TROTTA, 2003.  

EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI  

Los Derechos Humanos en la Teoría del Proceso Por Gustavo Calvinho  

SUMARIO   1. Exordio   2. El derecho con derechos humanos y el proceso a partir de los derechos humanos   3. La importante distinción conceptual entre proceso y procedimiento   4. El hombre como punto de inicio: el concepto de instancia y su clasificación   5. El proceso   5.1. Las notas constitutivas del proceso   5.1.1. La conducta   5.1.2. La serie   5.1.3. La nota distintiva: la proyectividad   5.2. Causa, razón, fin y objeto del proceso   5.3. La actividad procedimental y el control de los sujetos procesales   5.4. El proceso como método de debate   6. El procedimiento   7. Proceso, procedimiento e imparcialidad   8. Consideraciones sobre el sintagma debido proceso   9. Proceso, derechos humanos y democracia   10. Recapitulación   Bibliografía  

1. EXORDIO   En  estos  tiempos,  la  adopción  y  proclamación  por  la  Resolución  de  la  Asamblea  General  de  las  Naciones  Unidas  217  A  (iii)  del  10  de  diciembre  de  1948  de  la  DUDH  ―y  su  consecuente  Derecho  Internacional de los Derechos Humanos― constituye, sin dudas, un hito insoslayable para toda teoría  jurídica que se precie 38 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 1  Nos  tomamos  la  licencia  de  parafrasear  al  prestigioso  constitucionalista  argentino  Germán  BIDART  CAMPOS,  quien  en  su  obra póstuma nos recordaba que siempre hay que priorizar a la persona como centro y fin del ordenamiento jurídico. Y que tal  centralidad  y  primacía  de  la  persona  viene  aliada  a  la  libertad  y  a  los  derechos.  V.  BIDART  CAMPOS,  Germán,  Nociones  constitucionales. Las intersecciones iusnaturalistas de la Constitución. Ed. Ediar, Bs. As., 2007, p. 105. 

de  tal.  La  profunda  transformación  con  la  que  conmovió  al  mundo  del  derecho  acepta  que  el  hombre ocupe el sitial de honor como centro y fin del sistema1.   Sin embargo, el avance en materia de derechos humanos en cuanto a su reconocimiento, no encuentra  pleno  correlato  cuando  de  su  efectivización  se  trata.  A  su  turno,  tras  la  crisis  del  legalismo  ―y  la  consecuencia de entenderse mayoritariamente que el derecho no se circunscribe únicamente a la ley―  afloraron  en  la  Europa  y  la  América  del  siglo  XX  diversas  vertientes  del  pensamiento  jurídico  que  replantearon  no  sólo  importantes  conceptos,  sino  también  el  sistema  de  fuentes,  la  interpretación  jurídica  y  la  función  de  los  jueces  conocida  hasta  entonces.  Así  es  como  desde  algún  sector  del  autodenominado neoconstitucionalismo se ha graficado cierta idea evolutiva remarcando que el papel  protagónico  del  siglo  XIX  ha  pertenecido  al  Poder  Legislativo  y  el  del  siglo  XX  al  Poder  Ejecutivo,  esperando que el rol principal del siglo XXI recaiga en la judicatura.   En varios países se está viviendo un fenómeno de excesiva juridificación, pues las líneas divisorias entre  derecho  y  política  ya  no  son  nítidas  ni  fáciles  de  determinar.  Los  reiterados  incumplimientos  de  la  administración  que  dejan  insatisfechas  gran  parte  de  las  demandas  de  derechos  sociales  y  algunas 

fallas en el sistema político, jurídico y social, convierten al Poder Judicial en la última alternativa para la  persona de carne y huesos. Esta breve pincelada de la realidad actual confirma un protagonismo judicial  que, en muchos casos, los coloca en depositarios de la última palabra.   Pero  no  se  trata  de  pronunciar  cualquier  palabra,  sino  aquella  que  sea  respetuosa  de  los  derechos  fundamentales y fruto de la observancia de un método anclado en la dignidad de la persona humana.  De  lo  contrario,  todo  el  sacrificado  y  extenso  recorrido  político  y  jurídico  transitado  en  las  últimas  centurias  buscando  dividir,  limitar  y  controlar  el  poder  ―recurriendo  a  ideales  democráticos  y  republicanos e impulsando el Estado de derecho y las enseñanzas del constitucionalismo moderno― de  poco sirve si no se fijan las condiciones de validez que debe cumplir la decisión de cierre. Se trata de  evitar  incurrir  en  la  involución  que  significa  dejar  abierta  la  puerta  para  que  se  entremeta  el  poder  arbitrario.   Un sistema social, político y jurídico que privilegie al hombre necesariamente debe declarar, reconocer  ―explícita o implícitamente― y promover un núcleo de derechos preexistentes que son inherentes a la  persona humana, en cuyo seno 39 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Según Rex MARTIN, existe acuerdo general entre los filósofos en que los derechos humanos son derechos morales. Aclara que el  vocablo moral parece estar cumpliendo en gran parte la misma función que cumplía el vocablo natural: la descripción de los  derechos como naturales daba a entender que no eran convencionales o artificiales, en el sentido en que lo son los derechos  jurídicos. V. MARTIN, Rex, Un sistema de derecho. Trad. de Stella Álvarez. Ed. Gedisa, Barcelona, 2001, p. 96.   3  Se enfatiza que la dignidad de la persona es el rasgo distintivo de los seres humanos respecto de los demás seres vivos, la que  constituye a la persona como un fin en sí mismo, impidiendo que sea considerada un instrumento o medio para otro fin, además  de dotarlo de capacidad de autodeterminación y de realización del libre desarrollo de la personalidad. La dignidad es así un  2 

encontramos  un  cúmulo  de  garantías  que  hacen  a  su  protección,  que  comparten  con  los  derechos  humanos su génesis en la dignidad humana. Entre ellas, sobresale la garantía de garantías: el proceso,  al  que  se  arriba  desde  un  derecho  fundamental  ―el  de  peticionar  a  las  autoridades,  que  permite  el  acceso  a  la  justicia―  para  convertirse  en  el  ámbito  natural  de  resguardo  y  ejercicio  pleno  de  otro  derecho humano ―el de defensa en juicio―, al tiempo que se funda en otros derechos fundamentales  que más adelante mencionaremos.   Sin embargo, esta perspectiva no es aún moneda corriente en el procesalismo latinoamericano, que no  logra despojarse de estructuras construidas con anterioridad a la DUDH, donde el punto de apoyo es  autoridad que imparte justicia ―en vez del hombre que necesita recurrir a ella―.   El propósito de este trabajo ―que ceñiremos al campo especulativo― es delinear una teoría del proceso  basada en el respeto a los derechos humanos, considerando un sistema democrático pro homine, cuyo  eje es el hombre.  

2.  EL  DERECHO  CON  DERECHOS  HUMANOS  Y  EL  PROCESO  A  PARTIR  DE  LOS  DERECHOS  HUMANOS  

En sintonía con lo expuesto, como por inercia, gran parte de las explicaciones sobre el derecho siguen  alimentándose  con  ideas  de  otros  tiempos,  donde  ni  por  asomo  se  vislumbraba  un  Derecho  Internacional de los Derechos Humanos que trasladara el epicentro de la soberanía y la autoridad a la  persona  humana.  Puede  resultar  curioso,  pero  muchas  veces  los  derechos  humanos  ―incluyendo  variada  terminología,  como  derechos  del  hombre,  fundamentales,  morales2,  inherentes  a  la  persona,  naturales,  esenciales,  etcétera―  se  consideran  para  todo,  salvo  para  intentar  establecer  la  definición  del derecho.   El  profesor  Javier  HERVADA  nos  ilustra  brillantemente  al  respecto.  Destaca  que  comúnmente  se  entiende  por  derechos  humanos  aquellos  derechos  que  el  hombre  tiene  por  su  dignidad  de  persona3  ―o, si se prefiere, aquellos derechos inherentes 40 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

valor inherente a la persona humana que se manifiesta a través de la autodeterminación consciente y responsable de su vida y  que exige el respeto de ella por los demás. V. NOGUEIRA ALCALÁ, Humberto, La dignidad humana y los derechos  fundamentales. El bloque constitucional de derechos fundamentales. Revista de Derecho de la Universidad Católica de la  Santísima Concepción de Chile N° 15, 2007‐1, Concepción, 2007, p. 44.   4 Cfr. HERVADA, Javier: Escritos de derecho natural. 2ª edicion ampliada. Ediciones Universidad de Navarra, Pamplona, 1993, p. 452.   5 Ibídem, p. 454.   6 Ibídem, p. 452.   7 Ibídem, pp. 457/458. 

a  la  condición  humana―  que  deben  ser  reconocidos  por  las  leyes.  Dado  que  preexisten  a  las  leyes  positivas, ellas los declaran y reconocen ―y nunca los otorgan o conceden―4, de manera tal que son  consideradas justas si respetan los derechos humanos, e injustas y opresoras si son contrarias a ellos5;  incluso se admite que la falta de reconocimiento genera legitimidad al recurso a la resistencia ―activa o  pasiva―6.   Si  los  derechos  humanos  ―continúa  el  jurista  de  la  Universidad  de  Navarra―  no  constituyen  un  espejismo, parece claro que  tienen una relación íntima con el concepto de derecho.  No obstante, los  filósofos del derecho, al intentar llegar a un concepto de derecho, no han tenido en cuenta ―al menos  en debida proporción― los derechos humanos. A partir de allí, HERVADA subraya la contradicción en que  incurren  los  filósofos  y  juristas  que  niegan  que  los  derechos  humanos  sean  propiamente  derechos:  siguen  llamándoles  derechos,  pero  en  realidad  estiman  que  se  trata  más  bien  de  valores,  postulados  políticos, exigencias sociológicas, etcétera. Y remata que el origen de estas opiniones se encuentra en  la negación a que pueda preexistir un derecho fuera de la concesión u otorgamiento de la ley positiva,  ya que consideran únicamente a ésta como verdadero derecho7.   Sin dudas, los apuntes precedentes nos ayudan a reflexionar sobre dos aspectos que bien merecen ser  tomados en consideración.   En  primer  lugar,  el  recurrente  anuncio  desde  distintas  corrientes  que  ensalzan  la  importancia  de  los  derechos humanos para el mundo jurídico, muestra paradójicamente a esos mismos derechos humanos  al  margen  de  toda  definición  de  derecho.  En  segunda  posición,  parece  quedar  al  descubierto  cierta  inconsistencia  argumental  en  el  juspositivismo  que  asimila  y  limita  el  derecho  a  la  ley  positiva,  pues  queda  huérfana  de  explicación  la  innegable  preexistencia  de  los  derechos  humanos  respecto  al  ordenamiento  jurídico  positivo:  aquéllos  nacen  con  el  hombre,  transmiten  o  proyectan  un  contenido  inmanente de justicia y son inherentes a la persona humana, creadora del ordenamiento aludido en su  propio beneficio ―de allí que éste los declara y reconoce―. Incluso, cuesta disimular las dificultades de  acercamiento  de  esta  línea  de  pensamiento  filosófico  con  el  Derecho  Internacional  de  los  Derechos  Humanos, que en los pactos y tratados internacionales que lo integra decididamente se ha inclinado por  la terminología y EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

la orientación jusnaturalista, única compatible con un sistema de derechos preocupado por la persona  humana  y  su  dignidad,  y  que  implícitamente  trae  aparejado  un  núcleo  de  derechos  fundamentales  distinguible del derecho positivo. Igual suerte corren las ideas culturalistas, pues en definitiva no dejan  de  sostener  que  los  derechos  humanos  constituyen  una  creación  o  producto  del  propio  hombre,  desconociendo su carácter de esencialidad e inherencia a su ser.   Por  consiguiente,  podemos  concluir  que,  si  se  acepta  sin  cortapisas  al  Derecho  Internacional  de  los  Derechos  Humanos,  debe  admitirse  al  menos  que  tanto  el  derecho  positivo  como  el  derecho  natural  son  parte  de  un  sistema  jurídico  que,  si  bien  debe  ocuparse  de  regular  las  relaciones  intersubjetivas,  únicamente puede construirse y sostenerse a partir de la declaración, reconocimiento y protección de  los  derechos  que  son  inherentes  a  la  naturaleza  y  dignidad  humanas,  garantizados  por  algún  medio  respetuoso de ellos. De lo contrario, no superarán la categoría de derechos nominales: no funcionarán  como  derechos  por  su  propia  endeblez  e  incompletitud.  Allí  comienza  a  tallar  el  problema  de  la  efectivización.   Aceptando que no podemos insistir en analizar el derecho sin considerar los derechos humanos, sería  contradictorio proponer herramientas o instrumentos para su resguardo que no los respeten. Resulta  ineludible,  pues,  que  el  derecho  procesal  revise  y  repiense  sus  conceptos  fundamentales,  figuras  y  teorías.   Su objeto de estudio ―el proceso― no queda al margen de la cuestión. Es la garantía de garantías que  ultima ratio el sistema reconoce como perteneciente al hombre, a fin de que los derechos no se limiten  a  la  inerte  declaratividad  del  papel:  además  pueden  así  cobrar  vida  en  la  plenitud  de  su  respeto  y  ejercicio.  En  consecuencia,  un  sistema  que  reconoce  los  derechos  humanos  inexorablemente  debe  hospedar un proceso jurisdiccional que los respete. Porque de no ser así, asomará una aporía: cada vez  que se logre el respeto de algún derecho a través del proceso se estará violando algún derecho humano.  Esta  afirmación,  que  puede  parecer  un  tanto  despiadada,  se  verifica  cotidianamente  en  los  ordenamientos procedimentales que no respetan adecuadamente el derecho fundamental de defensa  en juicio.   Antes de profundizar el examen sobre el proceso ―partiendo de los derechos humanos― verteremos  alguna digresión acerca de la importancia de su deslinde conceptual con el procedimiento.  

3. LA IMPORTANTE DISTINCIÓN CONCEPTUAL ENTRE PROCESO Y PROCEDIMIENTO   En nuestra opinión, se forjarán nuevos horizontes en el derecho procesal en la medida que se acierte en  el mensaje que se transmita para el entendimiento del   41 42 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. CARNELUTTI, Francesco, Instituciones del proceso civil. Trad. de la 5ª ed. italiana por Santiago Sentís Melendo. Ed. EJEA, Bs.  As., 1959, t. I, pp. 419/420.   9 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, El derecho procedimental. Ed. Cárdenas, México D.F., 2002, p. 628.  8 

deslinde  conceptual  entre  proceso  y  procedimiento.  Se  trata  de  un  punto  medular  que,  asimismo,  resulta vital a la hora de mostrar identidad propia como disciplina jurídica.   Repetida desatención en el uso del lenguaje procesal lleva a que más de una vez nos encontremos con  el empleo indistinto de ambos términos, inconveniente que proviene de su uso corriente. Aún hoy es  habitual  utilizarlos  como  sinónimos  en  fallos  de  importantes  tribunales,  en  reconocidos  trabajos  doctrinarios, en temarios y ponencias de congresos de la materia y en códigos y normas sancionados  últimamente.  Menciones  al  proceso  concursal,  proceso  monitorio  y  proceso  sucesorio  siguen  siendo  muy sencillas de encontrar.   Ya hace tiempo que algunos autores ―como Francesco CARNELUTTI― han detectado correctamente el  problema que crea para el estudio del derecho procesal el lenguaje corriente, en razón de la afinidad de  los  vocablos  proceso  y  procedimiento.  Desde  el  punto  de  vista  del  uso  común  ―decía  el  maestro  italiano― se puede considerar que se trata de dos sinónimos, pero en el uso de la ciencia del derecho  tienen  significados  profundamente  diversos;  desgraciadamente  los  juristas,  no  habituados  todavía  al  rigor en la elección de las palabras, los cambian a menudo, con resultados deplorables para la claridad  de la exposición8. La doctrina, en líneas generales, no ha logrado dar adecuada solución conceptual al  costado diferenciador entre proceso y procedimiento.   La  autonomía  lógico‐jurídica  de  las  dos  figuras  permite  que  sus  elementos  y  estructuras  sean  considerados por separado, aunque en la práctica reiteradamente se presenten yuxtapuestas. Tal vez  esta coincidencia temporal en cuanto a la manifestación haya provocado alguna confusión9.   Reviste especial interés desmembrar y apreciar adecuadamente el proceso y el procedimiento para un  estudio  sistemático  y  con  aspiraciones  metodológicas  científicas  de  nuestra  disciplina  en  dirección  hacia  el  hombre  y  los  derechos  humanos,  dadas  sus  implicancias  no  sólo  teóricas,  sino  también  empíricas. Como aperitivo del desarrollo venidero, podemos indicar que el procedimiento aparece en  todas las instancias y el proceso sólo es hallable en la acción procesal y no en las restantes instancias. De  lo  que  puede  extraerse  que  todo  proceso  necesariamente  contiene  un  procedimiento,  pero  no  todo  procedimiento constituye un proceso.   De  lo  anterior  extraemos  la  primera  pista  para  explicar  ambos  conceptos:  el  recurrente  concepto  de  instancia ―que en el sentido aquí otorgado, nada tiene que ver con el grado de conocimiento judicial―.  Por allí comenzaremos. 43 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

BARRIOS DE ANGELIS, Dante, Teoría del Proceso, 2ª ed. Ed. B de F, Bs. As., 2005, p. 12.   La consagración de los derechos implícitos en los diferentes ordenamientos se fundan en que los derechos fundamentales son  inherentes a la dignidad de la persona y, por lo tanto, son pre‐existentes y superiores a toda constitución o instrumento del  derecho internacional de los derechos humanos. La inclusión de estos derechos implícitos conforma un sano reconocimiento  de que las limitaciones propias del hombre hacen imposible la recepción de manera explícita de todos los derechos humanos,  sirviendo por lo tanto de mecanismo para su permanente positivización.   12 La libertad de petición contenida en el primer borrador de la DUDH y en varias de sus revisiones, no figura en la redacción  definitiva por iniciativa de Gran Bretaña. Cfr. PADILLA, Miguel M., Cómo nació la Declaración Universal de los Derechos  Humanos. Revista Jurídica Argentina La Ley. Ed. La Ley, Bs. As., t. 1988‐E, p. 1084.   13  Cfr.  ALVARADO  VELLOSO,  Adolfo,  Introducción  al  estudio  del  derecho  procesal.  Ed.  Rubinzal‐Culzoni,  Santa  Fe,  1992,  primera  parte, p. 36.  10  11 

4. EL HOMBRE COMO PUNTO DE INICIO: EL CONCEPTO DE INSTANCIA Y SU CLASIFICACIÓN   Dante  BARRIOS  DE  ÁNGELIS  enseñaba  que  era  apropiado  comenzar  por la  determinación  del  concepto,  pero  antes  de  fijarlo  convenía  delimitar  su  alcance,  frente  al  que  podía  haberle  correspondido  a  la  noción,  puesto  que  noción  y  concepto  son  magnitudes  confundibles.  Así,  estimaba  que  noción  es  entendimiento  primario,  impreciso  pero  suficiente  para  distinguir  su  objeto  de  otro  objeto,  toda  vez  que no se lo someta a un análisis riguroso. Concepto, al contrario, es un pensamiento que describe de  modo  inequívoco  un  objeto;  se  diferencia  de  la  definición  en  que  ésta  explicita  enteramente  los  contenidos de un concepto10.   Para que el concepto de proceso sea edificado con los derechos humanos, se precisa que compartan un  objetivo:  el  respeto  por  la  dignidad  de  la  persona  humana.  Así,  el  punto  de  inicio  y  eje  común  es  el  hombre.   Esta perspectiva, trasladada al plano teórico, nos conduce a la idea de instancia en la acepción utilizada  que ―como expresamos― en esta ocasión no queda ligada con los distintos grados de conocimiento  judicial. Será considerada, en cambio, como una derivación del derecho fundamental de peticionar a las  autoridades ―consagrada explícita o implícitamente11  en constituciones y tratados internacionales de  derechos humanos12― y del dinamismo que le reconocemos a la norma procedimental ―dado que su  estructura no es disyuntiva como en la norma estática, sino que tiene continuidad consecuencial pues a  partir de una conducta encadena imperativamente una secuencia d13   Se  ha  comentado,  siguiendo  a  Eduardo  COUTURE,  que  el  descubrimiento  de  BRISEÑO  SIERRA  ―al  captar la estructura dinámica de la norma procedimental― vino a tener la misma significancia científica  que, para la física moderna, asumió la división del átomo. Es que este dinamismo ilumina íntegramente  el fenómeno de 44 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. BENABENTOS, Omar Abel y FERNÁNDEZ DELLEPIANE, Mariana, Explicaciones sobre el sistema normativo en el derecho y en  derecho procesal (nuevas reflexiones sobre la acción procesal). Publicado en el Suplemento de Derecho Procesal de El Dial.com,  año XI, Nº 2557 del 23 de junio de 2008, dirigido por los Dres. Federico Domínguez, Omar Benabentos y Héctor Leguisamón.  Ed. Albremática, Bs. As., 2008, DCE60. En  http://www.eldial.com/publicador/03f/doctrinaRTF.asp?archivo=DCE60.html&pie=DCE60&direc=1, 10 de agosto de 2009.   15 En esta línea, v. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho procesal, Ed. Cárdenas, México D.F., 1969, volumen II, pp. 169 y 171. V.  también ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Introducción… op. cit., primera parte, p. 37.   16  V. su célebre trabajo que integraba dicha obra titulado Las garantías constitucionales del proceso civil. Ed. Ediar, Bs. As.,  1948, t. 1, p. 34.  14 

la acción y del proceso, permitiendo su plena comprensión14. Por nuestro lado, destacamos que los  profundos  estudios  del  jurista  mexicano  citado  se  han  transformado  en  punto  de  partida  para  la  elaboración  de  una  estructura  sistémica  procesal  que  vincula  al  hombre  con  los  derechos  fundamentales,  sin  soslayar  ni  a  las  disposiciones  constitucionales  ni  al  Derecho  Internacional  de  los  Derechos  Humanos.  Desde  el  concepto  de  instancia  la  iniciativa  es  retenida  por  la  persona  humana,  privilegiándose así a quienes recurren a la justicia.   El reconocimiento del derecho humano de peticionar a las autoridades permite la vida en libertad y  el  irrestricto  respeto  de  los  derechos,  pues  de  lo  contrario  las  personas  quedarían  a  merced  de  la  voluntad  del  poder  y  sin  participación  alguna.  Es  una  civilizada  manera  de  vincular  al  hombre  con  el  Estado,  de  expresarse  para  ser  oído  y  de  obtener  una  resolución  acorde  al  derecho.  De  allí  que  todo  sistema  jurídico  que  se  precie  de  democrático  contemple  esta  posibilidad,  ya  sea  ―tal  como  asentamos― explícita o implícitamente.   Desde este ángulo, la instancia es el derecho que tiene una persona de dirigirse a la autoridad para  obtener  de  ella,  luego  de  un  procedimiento,  una  respuesta  cuyo  contenido  no  puede  precisarse  de  antemano15. Con este concepto, junto a la idea de dinamismo, el derecho procesal logra nuevos bríos, a  partir de ideas gestadas hace medio siglo y que continúan en constante expansión hasta nuestros días,  a raíz de su acercamiento con los derechos humanos.   Ya el aquí recordado Eduardo COUTURE en el primer tomo de sus Estudios de derecho procesal civil16  venía  aceptando  la  importancia  del  derecho  constitucional  de  petición  desde  que  la  acción  procesal  constituía  una  forma  típica  de  aquél  al  ser  su  especie,  haciendo  evolucionar  el  aporte  del  constitucionalismo  del  siglo  XIX  que,  desde  entonces,  consideraba  a  la  ley  procesal  como  la  norma  reglamentaria  del  susodicho  derecho  de  peticionar.  Sin  embargo,  el  notable  avance  lo  genera  Humberto  BRISEÑO  SIERRA  poco  tiempo  después,  al  no  limitar  su  concepción  a  la  45 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

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Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho procesal, op. cit., volumen II, pp. 172/182 y Compendio de derecho procesal, Ed.  Humanitas, México D.F., 1989, p. 173. Por su parte, ALVARADO VELLOSO ―v. Sistema procesal: garantía de la libertad, Ed.  Rubinzal‐Culzoni, Santa Fe, 2009, t. I, pp. 55/65― entiende que son cinco las posibles instancias: petición, reacertamiento,  queja, denuncia y acción procesal.   18 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Compendio… op. cit., p. 174. 

petición  sino  al  incorporar  la  noción  de  instancia  y  lograr  clasificarla  en  seis  posibles:  petición,  denuncia, querella, queja, reacertamiento y acción procesal17.   La petición es una declaración de voluntad con el fin de obtener un permiso, habilitación o licencia  de la autoridad; la denuncia es una simple participación de conocimiento a la autoridad; la querella es  una  declaración  de  voluntad  para  que  se  aplique  una  sanción  a  un  tercero;  la  queja  es  la  instancia  dirigida  al  superior  jerárquico  ante  la  inactividad  del  inferior  para  que  lo  controle  y  eventualmente  sancione; el reacertamiento también se dirige al superior jerárquico pero con el fin de que revoque una  resolución del subordinado. Puede advertirse un detalle no menor: que estas cinco clases de instancias  presentan  una  relación  dinámica  sólo  entre  dos  sujetos,  que  actúan  como  peticionante  y  como  autoridad.   La  acción  procesal,  en  cambio,  es  el  único  tipo  de  instancia  que  enlaza  a  tres  sujetos:  actor  o  acusador, demandado o reo y autoridad ―juez o árbitro―. Por consiguiente, exclusivamente la acción  procesal  constituye  una  instancia  proyectiva  o  necesariamente  bilateralizada,  presentando  una  estructura  inconfundible  con  las  otras  cinco.  Se  trata  de  un  derecho,  no  un  hecho,  que  contiene  una  pretensión  de carácter  conflictivo  ―ya  que  son  dos  partes  las  que  discuten  sobre  su  concesión―  que  arranca de su titular, pasa por la jurisdicción y termina en el ámbito jurídico de quien debe reaccionar,  aunque no lo haga18. Este derecho de acción presenta siempre igual esquema, sin que en absoluto lo  modifique  la  materia  pretensional  que  incluya,  nota  que  reafirma  una  posición  unitaria  del  derecho  procesal.   Con estas sucintas referencias a la instancia y su clasificación, estamos en condiciones de ingresar a  los dominios del proceso y del procedimiento.  

5. EL PROCESO   Más  allá  de  las  numerosas  definiciones  dadas  por  la  doctrina  sobre  el  proceso,  nos  interesa  particularmente  examinarlo  como  garantía  para  el  resguardo  de  derechos  reconocidos  explícita  o  implícitamente,  respetando  cierta  metodología  y  sistematización.  46 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

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Ibídem, p. 244.   Ibídem, p. 245.   21 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho procesal, op. cit., vol. III, p. 112. 

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Esta plataforma ―per se― descarta aquellos intentos basados en la fusión o amalgama conceptual  entre  proceso  y  procedimiento.  Sin  embargo,  lo  apreciado  no  basta  para  acceder  al  entendimiento  cognoscitivo  del  proceso,  pues  es  menester,  ante  todo,  la  observación  de  sus  datos  esenciales.  Entonces,  habrá  que  hallar  y  examinar  sus  notas  constitutivas  primero  y  establecer  luego  cuál  es  su  nota distintiva, aquélla que lo hace inconfundible.   5.1. LAS NOTAS CONSTITUTIVAS DEL PROCESO   Las notas constitutivas del proceso hacen a su esencia, de tal suerte que la ausencia de al menos  una  de  ellas  indicará  que  estamos  frente  a  otro  fenómeno.  Para  hallarlas  apuntaremos  a  los  datos  cuantificables que lo integran, que a su vez se evidencian o patentizan en las conductas de los sujetos  principales que en él actúan.   El  aspecto  constitutivo  e  imprescindible  está  compuesto  por  conductas  ―comprendiendo  las  omisivas,  como  en  el  caso  de  la  contumacia,  la  rebeldía  o  abandono  del  proceso―.  Estas  conductas  serán  llevadas  a  cabo  por  el  demandante,  la  autoridad que  juzga  y  el  demandado  ―y  en  su  caso,  los  terceros  que  se  conviertan  en  partes  procesales―  y  se  repiten  en  serie  con  la  particularidad  de  que  tienen un carácter proyectivo, pues son enlazadas por la acción procesal ―única instancia proyectiva―.   El  proceso  ―según  enseñanzas  de  Humberto  BRISEÑO  SIERRA―  es,  entonces,  una  serie  de  actos  proyectivos. Si la índole institucional explica la coexistencia de normas públicas y privadas, principio de  transitividad, la nota referente a la serie destaca el dinamismo o la continuidad del dinamismo de las  instancias que, de por sí, son proyectivas. Pero el dinamismo de la serie ―agrega el autor en cita― es  algo más que movimiento conceptuado, es progreso, es avance19. Lo propio, lo exclusivo del proceso es  el seriar las instancias o los actos proyectivos20. Los elementos son los actos proyectivos y la estructura  es la serie21.   En consecuencia, entendemos que la conducta, la serie y la proyectividad son notas constitutivas  del proceso. A continuación las examinaremos brevemente.   5.1.1. LA CONDUCTA   En  primer  lugar,  expusimos  que  el  proceso  se  genera  a  partir  de  conductas  humanas  ―incluso  omisivas― de sujetos, agregando que se conectan por medio 47 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Compendio…, op. cit., p. 250.   Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, El derecho procedimental, op. cit., p. 628.   24 Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Introducción…, op. cit., primera parte, pp. 61 y 234. 

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de un procedimiento y que se exteriorizan canalizándose por algún medio de expresión respetando  ciertas condiciones de lugar, tiempo y forma.   Empero,  la  actividad  es  nota  constitutiva  mas  no  distintiva  del  proceso,  pues  también  el  procedimiento  se  edifica  con  actos.  Profundizando  la  observación  dirigiéndose  a  la  praxis,  se  ha  advertido  sobre  casos  donde  un  mismo  acto  que  sirve  al  proceso  es  utilizado  en  el  procedimiento,  cuestión  que  parecería  absurda  o  hasta  contradictoria  si  no  fuera  porque  todo  acto  tiene  una  manifestación  y  varios  significados22.  Entonces,  la  misma  conducta  es  suficiente  para  promover  la  iniciación de la secuencia de conexiones y la iniciación de la instancia proyectiva; no hay necesidad de  dos escritos, uno en que se consigne la conexión y otro en que se concreten las pretensiones que hacen  de la instancia el sentido de proyectividad23. Lo expuesto sintoniza con la apuntada necesidad que tiene  todo proceso de contener un procedimiento.   5.1.2. LA SERIE   La segunda nota constitutiva del proceso es la serie, estructura que tiene su importancia no sólo  por  vincular  ordenadamente conductas  y  proyectividad, sino  porque  contribuye  con  el  dinamismo  de  las instancias bilaterales.   Este  aporte  dinámico  hace  inevitable  el  tratamiento  de  lo  que  se  entiende  por  serie  en  la  elaboración  del  concepto  en  examen.  Quien,  a  nuestro  juicio,  ha  presentado  una  insuperable  explicación  sobre  este  punto  es  el  profesor  argentino  Adolfo  ALVARADO  VELLOSO.  Nos  permitiremos  tomar de su obra lo pertinente.   Castizamente,  serie  es  el  conjunto  de  cosas  relacionadas  entre sí  y  que  se  suceden unas  a  otras.  Pero  esta  noción  muestra  numerosas  aplicaciones  en  el  lenguaje  corriente.  Así,  aparecen  las  series  aritméticas  (1‐2‐3‐4‐5),  geométricas  (2‐4‐8‐16‐32),  alfabéticas  (a‐b‐c‐d‐e),  cronológicas  (enero‐febrero‐marzo‐abril  y  lunes‐martes‐miércoles‐jueves),  etcétera,  resultando  de  fácil  comprensión por todos24.   Estos ejemplos tienen como particularidad que un elemento de la serie sucede necesariamente a  otro en la composición del total pero puede ser extraído de ella para tomar vida propia. Es decir que el  significado de cualquiera de estos elementos no varía, integre o no la serie que compone. Inclusive, a  veces  si  se  toman  dos  o  más  elementos  de  la  serie  y  se  los  extrae  de  ella,  pueden  combinarse  48 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Ibídem, pp. 234/235.   Las  fases  del  proceso  deberán  conservar  un  orden  inalterable  ―afirmación,  negación,  confirmación  y  evaluación―  sin  que  pueda  suprimirse  ninguna.  Cada  una  es  el  precedente  de  la  que  continúa.  Por  su  obviedad,  no  incursionaremos  en  las  excepciones que se presentan ―aún con frecuencia― en los supuestos donde no se produce una fase por conducta omisiva  ―v. gr., no se exterioriza ninguna negación al no presentarse contestación de demanda o ninguna de las partes hace uso de  su  facultad  de  alegar―  o  por  conducta  positiva  ―reconocimiento  de  hechos  que  releva  de  la  fase  de  confirmación―.  Lo  importante  es  que  las  fases  estén  previstas  legalmente  de  modo  tal  que  sea  posible  que  las  partes  las  practiquen  en  todo  proceso de acuerdo a un procedimiento preestablecido.   27 Ibídem, p. 235.   28  Cfr.  SAMAJA,  Juan:  Epistemología  y  metodología.  Elementos  para  una  teoría  de  la  investigación  científica.  3ª  ed.,  4ª  reimpresión. Ed. Universitaria de Bs. As., Bs. As., 2004, pp. 212/213.  25 

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entre sí logrando resultados diferentes ―v. gr., con el 1 y el 2 se puede formar el 12 o el 21―25.   Lo anterior nos avisa que la serie que es nota constitutiva del proceso debe precisarse en mayor  medida.  De  allí  que  ALVARADO  VELLOSO  entienda  que  se  trata  no  de  cualquier  tipo  de  serie,  sino  específicamente de una serie lógica. Se apoya en que ella se puede presentar siempre de una misma e  idéntica manera, careciendo de toda significación el aislamiento de uno cualquiera de sus términos o la  combinación de dos o más en un orden diferente al propio de la serie. Lo lógico de la serie procesal es  su propia composición, ya que siempre habrá de exhibir cuatro fases ―ni más ni menos― en un orden  determinado: afirmación‐negación‐confirmación‐evaluación26. El carácter lógico de la serie ―remata―  se presenta irrebatible a poco que se advierta que las fases del proceso son las que deben ser ―por una  lógica formal― y que se hallan colocadas en el único orden posible de aceptar en un plano de absoluta  racionalidad27.   Cabe intercalar algunas enseñanzas de la epistemología surgidas de la pluma del inolvidable Juan  SAMAJA,  que  resultan  de  gran  utilidad  y  aplicación  al  tema  que  estamos  abordando,  al  explicar  su  preferencia por el empleo del término fases en vez de etapas, porque este último acarrea una metáfora  mecánica,  aludiendo  a  estaciones  de  un  cierto  camino.  Por  el  contrario,  al  hacer  mención  a  fase  se  introduce una metáfora más rica y más próxima a la complejidad real de las relaciones que se dan entre  los  componentes.  A  lo  que  se  suma  que  el  análisis  sistemático  de  cada  una  de  las  fases  en  sus  componentes  presenta  dificultades  no  sólo  en  cómo  llevar  a  cabo  el  aislamiento  de  tales  unidades  concretas de acción, sino también en cuanto a cómo pensar y preservar las vinculaciones y transiciones  entre ellas28.   El carácter lógico de la serie procesal respetuosa de un orden que resta utilidad a la separación de  sus  componentes,  hace  preferible  la  mención  de  fases  en  vez  de  etapas.  La  seriación  dinámica  de  conductas proyectivas del proceso obedece a un orden que respeta su esencia, a la cual debe ajustarse  el 49 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

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Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, El derecho procedimental, op. cit., p. 629.   30 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Compendio… op. cit., p. 244. 

procedimiento que sigue a fin de no desnaturalizarlo. Sin embargo, tampoco estamos ante la nota  distintiva, ya que en el procedimiento también se observa la serie.   5.1.3. LA NOTA DISTINTIVA: LA PROYECTIVIDAD   Arribamos  así  a  la  tercera  nota  constitutiva,  que  es  la  proyectividad.  Para  explicarla,  debemos  tener  en  cuenta  el  concepto  de  instancia  y  su  clasificación  ―que  ya  señalamos―  prestando  especial  atención  a  la  acción  procesal,  único  tipo  de  instancia  que  enlaza  a  tres  sujetos:  actor  o  acusador,  demandado o reo y autoridad ―juez o árbitro―. La proyectividad hace que el accionar del actor llegue  primero a la autoridad y que de ella ―dictando un proveído de traslado― arribe al demandado ―para  que pueda ejercer su derecho de defensa―. El camino inverso se transita en caso de reacción procesal  de éste.   El marco teórico descrito explica dos cuestiones sustanciales que son cruciales:   a)  como  la  sentencia  no  integra  el  proceso,  sino  que  es  su  objetivo,  necesariamente  protege  en  iguales  condiciones,  para  ambas  partes,  el  derecho  a  ser  oído  por  la  autoridad  antes  de  resolver  heterocompositivamente el litigio;   b)  que  la  autoridad,  como  sujeto  del  proceso,  no  se  entrometa  en  el  debate.  Su  actuación  igualmente  es  imprescindible  al  tener  una  misión  primordial:  resolver  ante  cada  acto  procedimental  recibido de cualquiera de las partes si debe proyectarse y, por lo tanto, trascender al proceso.   La proyectividad del accionar está lógico‐jurídicamente prevista para originar una serie de dos, tres  o más fases continuadas. La serie de instancias proyectivas explica la existencia de una figura dinámica,  en  busca  de  una  resolución,  de  una  actuación  del  tercero  imparcial  que  recaiga  cuando  el  proceso  mismo  haya  terminado29.  Y  en  esta  serie  no  puede  eliminarse  la  naturaleza  proyectiva  de  las  conductas30, porque si no hay proyección sólo encontraremos conexión, transportándonos al campo del  procedimiento no procesal.   Por consiguiente, la proyectividad no sólo es nota constitutiva de la esencia del proceso, sino que  debe  ser  destacada  como  su  elemento  distintivo.  De  tal  modo,  representa  su  reducción  eidética,  detectable en relación a conductas seriadas de los sujetos principales. 50 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional. Ed. Zeus, Rosario, 2003, p. 234.   32 Cfr. ÁLVAREZ GARDIOL, Ariel, Introducción a una teoría general del derecho. El método jurídico. 1ª reimpresión. Ed. Astrea, Bs.  As., 1986, p. 9  31 

Para  finalizar  este  punto,  recordamos  que  así  como  para  Humberto  BRISEÑO  SIERRA  ―una  vez  desmenuzado  el  estudio  de  sus  notas  constitutivas  e  individualizada  la  distintiva―  el  proceso  es  una  serie  de  actos  proyectivos,  para  ALVARADO  VELLOSO  significa  una  serie  lógica  y  consecuencial  de  instancias  bilaterales  conectadas  entre  sí  por  la  autoridad  ―juez  o  árbitro―31,  adoptando  similar  posición metodológica y conceptual. En definitiva, cuando hacemos mención al proceso en esencia, nos  estamos refiriendo a una serie dinámica de actos jurídicos procedimentales que incluyen un significado  procesal  que  son  recibidos  por  la  otra  parte  a  través  de  una  autoridad  que  los  proyecta.  Con  este  esquema, queda asegurado el pleno ejercicio del derecho fundamental de defensa en juicio de ambos  contrincantes en igualdad de condiciones jurídicas.   5.2. CAUSA, RAZÓN, FIN Y OBJETO DEL PROCESO   El derecho ―expresa el jurista argentino Ariel ÁLVAREZ GARDIOL― no es solamente una realidad material  y  de  ribetes  lógico‐abstractos  pues,  si  así  fuese,  su  estructura  ontológica  quedaría  reducida  a  un  conjunto de palabras más o menos ordenadas. Por el contrario, el derecho pretende estar en la vida e  introducirse con un sentido de practicidad funcional que regula y, en alguna medida, transforma la vida  comunitaria32.  En  este  sentido,  los  esfuerzos  del  derecho  procesal  en  el  campo  conceptual  abstracto  deben trascender a la vida social en democracia para volcar su aporte a la persona hum   De los laboratorios procesales pueden surgir toda clase de códigos, figuras o recomendaciones que a su  vez  pueden  ser  adoptados  por  diferentes  formas  de  Estado  ―totalitarismo,  autoritarismo  y  democracia―.  De  allí  que  un  sector  propició  y  difundió  una  visión  aséptica  de  la  disciplina  que  únicamente pretendía cobijar tecnicismos.   Sin embargo, esta posición fomentó un desarrollo introvertido del procesalismo sin mayores avances  en la exploración junto a otros campos del saber jurídico o del conocimiento humano. Para colmo, este  aislamiento fue útil a la hora de sostener códigos y normas desentendidas de la ideología política del  Estado en que regían. No tardaron en aparecer fricciones entre los ordenamientos procedimentales y  los  postulados  constitucionales  en  muchos  países,  que  a  la  postre  influyeron  negativamente  en  la  respuesta brindada por sus sistemas de justicia. 51 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Nos inclinamos por un entendimiento bidimensional del concepto de democracia. La dimensión formal ―también adjetivada  como procesal o jurídica― está constituida por el aspecto técnico procedimental, por un conjunto de procedimientos de toma  de decisiones. Su faceta sustancial o material contribuye con el respeto por la libertad, el pluralismo y la participación de las  minorías a fin de priorizar el consenso; incluye el respeto a los derechos humanos y a los valores propiamente democráticos.   34 Cfr. MONTERO AROCA, Juan: Libertad y autoritarismo en la prueba. Publicado en VV.AA.: Confirmación Procesal. Colección  Derecho Procesal Contemporáneo, dirigida por Adolfo Alvarado Velloso y Oscar Zorzoli. Ed. Ediar, Bs. As., 2007, p. 208.   35  No desconocemos que aisladamente la doctrina ha presentado otras plataformas de lanzamiento que descartamos por haber  sido objeto de justificadas críticas.  33 

Si  la  democracia  necesita  del  proceso  jurisdiccional  para  efectivizar  en  última  instancia  los  derechos  fundamentales,  va  de  suyo  que  el  sistema  democrático  sólo  puede  alojar  en  su  seno  un  proceso  que  comparta y respete sus valores. Se observa en lo apuntado que limitar el derecho procesal a lo técnico  se  ve  desbordado  por  la  necesidad  de  cotejar  las  propuestas  con  muchas  otras  variables.  Así  como  aclaramos  que  el  ideal  de  democracia  consta  de  una  dimensión  formal  y  una  sustancial33,  el  proceso  jurisdiccional como garantía no puede abstraerse de este entorno, y es así que cuenta con una propia  dimensión formal en el procedimiento y una sustancial en el respeto a los derechos humanos.   Juan MONTERO AROCA insiste en que a estas alturas de los tiempos no tendría que ser necesario recordar  que,  en  la  configuración  esencial  del  proceso,  concurren  evidentes  elementos  ideológicos  que  son  determinantes  de  la  existencia  de  varios  modelos  teóricos  de  ese  proceso  y  de  que  en  las  leyes  se  plasme  un  modelo  u  otro.  Añade  que  el  debate  sobre  la  pretendida  neutralidad  ideológica  de  la  regulación  del  proceso  es  algo  que  quedó  hace  mucho  tiempo  superado,  siendo  absurdo  intentar  desconocer  que  todo  derecho  procesal  viene  determinado  por  la  concepción  que  se  tenga  de  las  relaciones entre lo colectivo y lo individual, entre el Estado y la persona34.   Lo expuesto pone de relieve la importancia de conocer, al menos, cuál es el punto de partida que se ha  tomado para la construcción del método de enjuiciamiento, que puede situarse o bien en la jurisdicción  o bien en la acción procesal35. La primera alternativa hará que prevalezca el interés y protagonismo de  la autoridad, imprimiéndole un carácter de tendencia estatista; la segunda, facilitará el desarrollo de un  concepto de proceso pro homine.   Si  la  abstracción  del  concepto  logra  de  alguna  manera  influir  en  lo  concreto  a  través  de  acciones,  de  conductas, de prácticas, mejorando o explicando cierto aspecto de la vida del hombre, se convertirá en  un verdadero aporte. Si trasladamos la noción de proceso que elegimos allí donde aparece una persona  que  busca  el  respeto  de  su  derecho,  advertiremos  que  mediante  el  ejercicio  de  la  acción  procesal  transforma  el  conflicto  ―hallable  en  el  plano  de  la  realidad  social―  en  litigio  ―plano  jurídico―  exteriorizándose mediante la presentación de la 52 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Sistema..., op. cit., t. I, p. 27.   Cfr. HERVADA, Javier, op. cit., pp. 685/686.   38 Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Sistema..., op. cit., t. I, pp. 36/37.  36  37 

demanda o la acusación ―documentos continentes de la pretensión procesal― ante una autoridad que  la proyecta al demandado. Hacen así su aparición tres términos cercanamente relacionados, pero que  no deben confundirse: acción procesal, pretensión procesal y demanda o acusación.   Si la demanda o la acusación ―que debe necesariamente incluir al menos una pretensión procesal― se  bilateraliza  o  es  proyectado  por  la  autoridad,  no  sólo  provoca  el  fenómeno  jurídico  de  la  acción  procesal,  sino  que  además  da  origen  a  un  proceso  cuando  esa  proyección  se  materializa  con  su  conocimiento por el demandado.   Con lo explicado, estamos en condiciones de volcar algunas reflexiones en relación a cuatro aspectos  del proceso sobre los que se puede discutir largo y tendido: su causa, su razón de ser, su fin u objetivo y  su objeto.   El proceso, que se cristaliza en el plano jurídico, tiene su causa en el plano de la realidad social en un  conflicto  intersubjetivo  de  intereses.  Entendemos  por  éste  al  fenómeno  de  coexistencia  de  una  pretensión y de una resistencia acerca de un mismo bien en el aludido plano de la realidad social36.   En tal sentido, se afirma que los derechos humanos consisten en unos bienes atribuidos por naturaleza  a la persona, que le son debidos, generando así, en los demás hombres, el respeto de esos bienes. Y en  el cumplimiento de esta deuda, que es el supuesto del uso y disfrute normal y pacífico de los derechos,  consiste  la  justicia,  la  sociedad  justa37.  La  oposición  a  lo  que  se  considera  debido  es  lo  que  genera  el  conflicto,  causa  a  su  vez  del  proceso  ―medio  de  resolución  heterocompositiva  del  litigio―  ante  el  fracaso,  inviabilidad,  negación  o  no  utilización  de  otras  vías  pacíficas  de  disolución  ―autodefensa  y  autocomposición―.   Para determinar la razón de ser del proceso vale recordar su correlato histórico con cierta necesidad de  la humanidad de reemplazar la razón de la fuerza por la fuerza de la razón, para lo cual se organizó un  método de debate ante un tercero imparcial encargado de resolver. Surge claro, entonces, que la razón  de  ser  del  proceso  es  la  erradicación  de  toda  fuerza  ilegítima  dentro  de  una  sociedad  dada  para  mantener un estado perpetuo de paz social, evitando que los particulares se hagan justicia por mano  propia38.   En relación al fin del proceso, las opiniones discordantes no se hacen esperar. Mucho tiene que ver en  ello la poca profundidad en la determinación de otros 53 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

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Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Introducción..., op. cit., segunda parte, p. 213.   Ibídem, primera parte, p. 28. 

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conceptos basales que sirven de plataforma a la idea, la preferencia por cierta injerencia del juzgador en  el debate o, directamente, la inclusión de la sentencia como un acto más del proceso ―cuando, en rigor  de verdad, presenta diferente naturaleza―. Si no se atiende acabadamente al concepto de proceso, si  se lo confunde con el de procedimiento, no se establecen con claridad sus etapas y no se distingue su  objeto y su fin, todo lo que se afirme sobre éste transitará por un pantano.   Para  nosotros  ―siendo  coherentes  con  lo  expuesto  en  relación  a  sus  notas  constitutivas―  el  fin  u  objetivo  del  proceso  no  es  otro  que  la  sentencia  que  resuelve  el  litigio  ―también  conocida  como  resolución  de fondo―,  que se  halla  fuera  de  la  estructura  de  la serie  procesal ―que, conforme  vimos  supra,  5.1.2.,  está  compuesta  por  las  fases  de  afirmación,  negación,  confirmación  y  evaluación  o  alegación―.  Esta  idea  tiene  su  relevancia,  pues  el  pronunciamiento  se  dicta  una  vez  que  el  proceso  ―método  de  debate  pacífico―  ya  terminó.  De  allí  que  algunos  autores  sostengan  su  carácter  extraprocesal,  considerándola  una  resolución  meramente  judicial,  y  otros  hagan  referencia  a  la  nota  distintiva  de  la  especie  sentencia  en  relación  al  género  resoluciones,  recordando  que  aquélla  es  continente  del  fallo,  el  cual  tiene  trascendencia  jurídica  metaprocesal39.  El  sentenciar,  que  es  una  actividad  típica  de  la  autoridad  que  juzga,  significa  resolver  las  pretensiones  procesales  de  las  partes  tratadas  en  el  marco  del  debate  ―bajo  estricto  respeto  de  sus  reglas  y  principios―,  una  vez  que  ha  concluido.   Se  ha  expuesto  que  toda  la  serie  procesal  tiende  a  obtener  una  declaración  de  la  autoridad  ―juez  o  árbitro― ante quien se presenta el litigio. Tal declaración se efectúa en la sentencia, que es el acto que  resuelve heterocompositivamente el litigio ya procesado40.   En definitiva, al entender que la sentencia es el objetivo del proceso, se realza la importancia del debate  y  se  posibilita  el  respeto  de  los  principios  de  igualdad  jurídica  de  las  partes  y  de  imparcialidad  del  juzgador,  concretando  de  este  modo  nuestra  aspiración  de  contar  con  un  proceso  como  garantía  de  garantías.   El  fin  u  objetivo  del  proceso  ―la  sentencia  definitiva―  debe  diferenciarse  del  cuarto  aspecto  prometido: el objeto del proceso ―que es lo debatido―. Quizá parte del desconcierto aparece cuando  se  utiliza  la  voz  objeto  (del  latín  obiectus)  en  la  cuarta  acepción  de  la  vigésimo  segunda  edición  del  Diccionario  de  la  Real  Academia  Española:  fin  o  intento  a  que  se  dirige  o  encamina  una  acción  u  operación.   Pese a que es un aspecto donde la doctrina sigue dejando interrogantes, el objeto del proceso no es el  conflicto sustantivo, sino que el thema decidendum es el 54 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 41 

Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho procesal, op. cit., vol. IV, pp. 571/572. 

debate procesal, que lo delimita. Ahondando en el punto, se opina que puede contener pretensiones  sustantivas si se trata de relaciones civiles llamadas disponibles, pero también puede referirse a meras  pretensiones  procesales  ―como  la  peculiar  del  ministerio  público  en  lo  penal,  o  la  de  los  justiciables  particulares en materias indisponibles como el divorcio, la filiación, el parentesco, etcétera, que no son  posibles de satisfacer antes o fuera del proceso―. Y en ello radica el sentenciar: resolver un contraste  de pretensiones procesales, que dentro de la serie de actos proyectivos forma el debate. El tema de la  sentencia coincide, entonces, con el objeto procesal41.   5.3. LA ACTIVIDAD PROCEDIMENTAL Y EL CONTROL DE LOS SUJETOS PROCESALES   Si por un instante incursionamos en la esfera de la pura actividad procedimental y nos enfocamos en la  que realiza la autoridad, observaremos que durante el proceso despliega la actividad de procesar, que 

en verdad consiste en reflejar acciones y reacciones desde la parte de donde emanan hacia la contraria  ―o, dicho de otro modo, la detección y proyección por la autoridad del significado procesal contenido  en ciertos actos procedimentales―. Una vez finalizado el proceso, la actividad del juez o árbitro es la de  sentenciar.  Y  una  vez  firme  el  pronunciamiento,  si  no  ha  mediado  cumplimiento  espontáneo  de  la  condena ―a requerimiento de interesado― pasa a desplegar la actividad de ejecutar lo sentenciado.   Esta  apreciación  nos  adelanta  parcialmente  la  inconfundibilidad  terminológica  entre  proceso  y  procedimiento,  pues  los  sujetos  tienen  un  alcance  de  actuación  diferente  en  uno  y  otro,  que  bien  pueden ser pasibles de distribución de poder, atribuciones o facultades en distintas proporciones para  sintonizar  con  los  derechos  humanos  y  las  directivas  sistémicas  que  de  ellos  derivan.  La  función  jurisdiccional no debe eximirse de límites y controles que son deseables imponer a todo poder.   Una línea fronteriza que se marca con precisión al voluntarismo de la autoridad es la necesidad de que  su  sentencia  sea  consecuencia  de  un  proceso  respetuoso  de  los  derechos  humanos  ―y  los  principios  que de allí se extraen y están plasmados en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos― y no  de otra cosa ―tal el caso de una decisión que recaiga luego de un procedimiento―. En la esfera de los  controles sobre el poder jurisdiccional, existe uno indispensable y que tiene carácter intraprocesal. Se  trata del que las mismas partes litigantes pueden ejercer al conformar un debate que, como objeto del  proceso, no puede ser obviado en la decisión. 55 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI Cfr. CHAUMET, Mario E. y MEROI, Andrea A.: ¿Es el derecho un juego de los jueces? Revista Jurídica Argentina La Ley. Ed. La Ley,  Bs. As., t. 2008‐D, p. 737. 

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Este no es un tema menor, al punto que coincidimos con quienes enfatizan  que si las condiciones de  aplicabilidad  de  la  norma  están  indeterminadas,  si  la  misma  consecuencia  jurídica  constituye  un  abanico  de  opciones  para  el  juez,  entonces  los  protagonistas  del  debate  procesal  deben  tener  la  posibilidad  de  decir  algo  al  respecto  y,  si  ése  es  el  caso,  el  juez  debe  incluir  esos  argumentos  en  su  decisión,  asumiéndolos  como  propios  o  refutándolos  adecuadamente.  Así,  proponen  que  la  justificación de este tipo de decisiones judiciales depende fuertemente de la participación procesal de  los litigantes en el debate ―lo que grafican con una frase de Mirjan DAMAŜKA: cuanto más fuerte sea la  voz de las partes en el proceso, más cerca estaremos de una decisión correcta― concluyendo que las  teorías  dialécticas  y  consensuales  que  ayudan  a  preservar  la  imparcialidad  judicial  pueden  ser  mejor  aplicadas a los procedimientos con alto componente de creación legal42.   Entonces, interesa a un sistema procesal democrático que el juez o árbitro tengan ―siempre sujeto a  controles  adecuados―  el  poder  suficiente  para  su  actividad  de  sentenciar,  al  igual  que  aquél  para  ejecutar lo sentenciado llegado el caso ―el árbitro queda excluido legalmente para utilizar la fuerza en  el ejercicio de esta actividad, por lo que debe solicitarlo al juez estatal―. Pero si se trata de procesar, del  proceso  en  sí,  el  protagonismo  primariamente  recae  en  las  partes,  por  dos  razones:  primero,  allí  se  desarrolla  el  debate,  núcleo  de  control;  segundo,  si  la  autoridad  suma  a  su  condición  de  sujeto  de  juzgamiento  la  de  sujeto  del  debate,  automáticamente  se  desmorona  el  proceso  como  tal  pues  ello  frustra la concreción de sus principios ―igualdad de las partes e imparcialidad del juzgador―. Por estos  motivos, no aceptamos el ofrecimiento y producción de prueba de oficio ni el impulso de oficio, pues  esa actividad la deben llevar a cabo solamente los litigantes ―nunca la autoridad, quien en el desarrollo  del proceso debe proyectar instancias luego de establecer qué actos procedimentales deben reflejarse  por  contener  significado  de  alcance  procesal,  sin  perjuicio  de  los  incidentes  o  incidencias  procedimentales que se susciten y que deba resolver—.   5.4. EL PROCESO COMO MÉTODO DE DEBATE   El  proceso  es  el  medio  de  debate  por  excelencia  para  el  resguardo  pleno  de  los  derechos,  que  debe  aplicarse  siempre  que  éstos  se  encuentren  en  litigio  ―alcanzando  igualmente  a  los  derechos  de  primera, segunda o tercera generación―. Es el método que necesariamente se debe respetar a fin de  lograr  una  decisión  acorde  al  derecho.  Por  ello  no  nos  parece  apropiado  que  se  dejen  de  lado  los  principios  de  imparcialidad  o  igualdad  aduciendo  casos  especiales  basados  en  cierta  clase  de 

pretensiones  o  en  la  supuesta  debilidad  de  un  contendiente  56

ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS

JURÍDICOS EGACAL 43 

V. CARNELUTTI, Francesco, Cómo se hace un proceso. Trad. de Sentís Melendo y Ayerra Redín. Ed. Juris, Rosario, 2005, p. 35. 

frente a otro, porque el único camino que conduce a que una sentencia tenga la aspiración de alcanzar  la justicia es el respeto del derecho de defensa en juicio en igualdad jurídica de condiciones de ambos  contendientes.   El proceso respetuoso de los derechos humanos solamente se ve reflejado en el sistema dispositivo o  acusatorio, único que contiene esta estructura triangular ―actor o acusador, demandado o acusado y  autoridad―  con  un  claro  reparto  de  roles  y  funciones  de  manera  tal  que  se  respetan  dos  principios  basales:  igualdad  de  las  partes  e  imparcialidad  ―en  sentido  amplio―  del  juzgador.  El  sistema  inquisitivo  o  inquisitorio  no  responde  al  modelo  diseñado  desde  que  la  autoridad  tiene  poderes  para  acusar,  probar  y  juzgar,  generando  una  estructura  bipolar  y  meramente  procedimental  de  enjuiciamiento donde nunca cabrá el concepto de proceso como método de debate que garantiza los  derechos humanos.   La idea del proceso como un medio no es compartida por todos. Y es así que se lo ve también como un  fin  en  sí  mismo,  aunque  ello  complica  la  explicación  de  su  comportamiento  como  garantía  de  los  derechos.  No  obstante,  puede  acaparar  nuestra  atención  la  disputa  entre  quienes  sostienen  que  el  proceso  sirve  para  alcanzar  la  justicia  y  los  que  ven  en  él  un  aporte  a  la  paz  social,  adquiriendo  la  primera  posición  un  matiz  finalista  y  apuntando  a  su  razón  de  ser  la  segunda.  Nótese  que  ambas  cuestiones  no  se  excluyen  y  bien  pueden  tratarse  a  la  par  y  sin  fundirlas,  justamente  como  forma  de  arribar a ese ideal de paz con justicia que mencionaba CARNELUTTI43.   Reconozcamos que se trata de un tema álgido, más en estos tiempos cuando al proceso ―pese a que se  trata  de  un  método―  se  lo  hace  exageradamente  responsable  de  la  cuota  de  justicia  o  injusticia  imperante. Esto debiera escapar en dirección a un debate axiológico de horizontes más amplios cuya  puesta en escena incluya como protagonista al derecho frente a un elenco de valores, entre los que se  cuentan  la  justicia  y  la  paz.  Esta  discusión  tiene  interés  para  el  procesalismo,  aunque  una  vez  más  recordamos que su objeto de estudio ―el proceso― no pierde su característica de método por más que  actúe como uno de los instrumentos que coadyuvan a la realización de algunos valores.   Regresemos  al  proceso  como  garantía  de  derechos,  cerrando  la  noción  brindada:  si  vemos  en  él  una  derivación de la garantía de peticionar a las autoridades a través de la acción procesal, única instancia  proyectiva, lo estamos alineando con los derechos humanos, al fijar su punto de convergencia en el ser  humano que convive en una sociedad y que crea al Estado en su beneficio. EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Para  el  cumplimiento  de  estos  pilares  en  la  práctica  cotidiana  ―en  la  realidad  donde  está  inmerso  nuestro hombre de a pie― parece adecuado establecer funcionalmente los parámetros que ayudan a  concebir el proceso atendiendo sus notas constitutivas y el marco sistemático democrático desplegado.   Las  conductas  humanas  que  efectúan  los  sujetos  del  proceso  no  pueden  quedar  aisladas  o  desarticuladas  entre  sí,  porque  la  proyectividad  que  lo  distingue  no  tendría  cabida.  Es  necesario  conectarlas permitiendo el desarrollo de la serie observando un orden lógico. Estas conexiones, estos  contactos entre conductas, se materializan a través del procedimiento. De allí que sea imprescindible  para  todo  proceso  contener  un  procedimiento.  Como  éste  opera  sobre  la  conexión  de  conductas,  razones  sistemáticas  enlazadas  con  la  previsibilidad  y  seguridad  jurídicas  imponen  establecerlo  previamente  y  en  sintonía  con  los  derechos  humanos,  de  donde  emanan  la  orientación  del  macrosistema y los principios del proceso, que a su vez determinan la logicidad de la serie procesal. Por  consiguiente,  aparece  una  primera  característica  del  proceso:  que  sus  reglas  sean  conocidas  previamente por los sujetos que en él interactúan.   La  nota  distintiva,  la  proyectividad  ―que  hace  tomar  intervención  a  los  tres  sujetos  del  proceso  enlazando sus conductas y marcándole a la vez los límites del terreno bajo su dominio― produce dos  consecuencias  de  la  mayor  relevancia.  Por  un  lado,  según  ya  señalamos,  resguarda  en  iguales  condiciones  para  ambas  partes  el  derecho  a  ser  oído  por  la  autoridad  antes  de  resolver  heterocompositivamente el litigio. Por el otro, la autoridad ―como sujeto del proceso― no interfiere en  el debate, no debe realizar ni suplir actividades propias de los otros sujetos procesales para preservar su  imparcialidad. Lo que no implica que sea un simple espectador comparable a quien paga entrada para  asistir a un entretenimiento, pues cumple una tarea crucial desentrañando el sentido proyectivo de una  conducta  para  reflejarla  hacia  el  contendiente,  mientras  posibilita  el  desarrollo  de  la  serie  haciendo  cumplir las reglas de procedimiento preestablecidas. En definitiva, derivan de la proyectividad los dos  principios  del  proceso  ―la  igualdad  de  las  partes  y  la  imparcialidad  del  juzgador―  quedando  perfectamente alineada nuestra construcción conceptual con los derechos y garantías inherentes a las  personas  reconocidos  en  la  Declaración  Universal  de  los  Derechos  del  Hombre  y  en  los  restantes  instrumentos que conforman el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.   En resumidas cuentas, de las notas constitutivas del proceso brotan tres características principales: que  los  sujetos  sigan  reglas  preestablecidas  de  procedimiento,  que  las  partes  actúen  en  igualdad  de  condiciones quedando a su cargo el impulso y que se desarrolle ante un tercero imparcial.   Estos caracteres, junto a las reflexiones anteriores, van instalando una base que ayuda a contemplar al  proceso como un medio de debate en igualdad jurídica   57 58 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Imparcialidad entendida en un sentido amplio, comprensivo de la independencia e impartialidad del juzgador, tal como  explicaremos infra, apartado 7.   45 En los casos en que no funciona la autocomposición, la solución de un litigio determinado se hará a través de la  heterocomposición, desde que el pretendiente ocurre a la autoridad para que sentencie una vez tramitado un proceso. Por lo  tanto, como el proceso es un medio de debate que busca la heterocomposición, nuevamente concluimos que su objetivo no  es otra cosa que la sentencia.   46 La escuela de Frankfurt fue fundada en 1923 por iniciativa de un grupo de estudiantes, desapareciendo en 1969. Su director más  importante y a lo largo de cuarenta años fue Max HORKHEIMER. Militaron en ella pensadores de la talla de Erik FROMM, Theodor  ADORNO y Herbert MARCUSE; se apoyaba en un núcleo básico de nutrientes ideológicas: MARX y algunos discípulos entre los que se  destacaba la influencia de LUKACS, Georg F. HEGEL y el hegelismo de izquierda y casi al final Sigmund FREUD. V. ÁLVAREZ GARDIOL,  Ariel, Derecho y realidad. Notas de teoría sociológica. Ed. Juris, Rosario, 2005, pp. 183/184.  44 

ante un tercero imparcial y que opera  como garantía para hacer respetar los derechos ante cualquier  limitación, conculcación, impedimento o interferencia emanadas de otras personas ―cualquiera sea su  naturaleza― incluido el Estado.   En  síntesis,  el  proceso  se  comporta  como  un  método  de  debate  pacífico  que,  respetando  reglas  preestablecidas,  se  desarrolla  entre  partes  antagónicas  que  actúan  en  condición  jurídica  de  igualdad  ante un tercero imparcial44, con el objetivo de resolver heterocompositivamente45 un litigio.  

6. EL PROCEDIMIENTO   En  los  tiempos  que  corren  muestran  una  preocupación  por  atender  al  amplio  concepto  de  procedimiento  no  sólo  expertos  en  derecho  procesal  sino  tambén  juristas  de  otras  ramas,  filósofos  y  estudiosos  de  las  ciencias  políticas.  Por  tanto,  es  sencillo  comprender  que  el  procedimiento  no  es  patrimonio exclusivo del proceso ni constituye ―según ya remarcamos― su nota distintiva.   Sin  que  se  nos  escape  la  variedad  de  significados  que  ofrece  la  voz  procedimiento  y  que  pueden  ser  tomados por las diversas disciplinas que de él se ocupan, nos contentaremos con realizar una somera  referencia  a  lo  que  se  ha  denominado  el  paradigma  procedimental  desde  un  ángulo  filosófico  para,  finalmente,  desembarcar  en  un  examen  de  neto  corte  jurídico  que  nos  conduzca  a  su  relación  con  el  proceso.   En una magnífica conferencia, se recordaba que Jürgen HABERMAS  ―contemporáneo nacido en 1929 y  conspicuo  integrante  de  la  escuela  de  Frankfurt46―  nos  hablaba  del  paradigma  iluminista  liberal  del  derecho burgués atenido a la idea del contrato social que reclama para los individuos el mayor número  de libertades básicas de acción. A este paradigma se le opone el del derecho materializado del estado  social que atiende a las exigencias de la justicia 59 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. ÁLVAREZ GARDIOL, Ariel, El paradigma procedimental. Ponencia presentada en el X Congreso nacional de derecho procesal  garantista, Azul, noviembre de 2008, publicado en el Suplemento de Derecho Procesal de El Dial del 24 de noviembre de  2008, dirigido por Federico Domínguez, Omar Benabentos y Héctor Leguisamón. Ed. Albremática, Bs. As., 2008, DCFC5. En  http://www.eldial.com/publicador/03f/doctrinaRTF.asp?archivo=DCFC5.html&pie= DCFC5&direc=1, 3 de septiembre de  2009.   48 Cfr. HABERMAS, Jürgen, Facticidad y validez. Sobre el derecho y el Estado democrático de derecho en términos de teoría del  discurso. 4ª ed. Trad. de Manuel Jiménez Redondo. Ed. Trotta, Madrid, 1998, p. 652.   49 Ibídem, p. 648.  47 

social  como  crítica  al  modelo  de  sociedad  económica  institucionalizada,  ejerciendo  un  paternalismo  decididamente  incompatible  con  la  libertad  jurídica.  Así  ―continuaba―  llegamos  al  paradigma  postulado por HABERMAS, que él llama procedimental del derecho ―todavía con contornos muy difusos―  y  que  se  propone  explicar  la  legitimidad  del  derecho  con  la  ayuda  de  presupuestos  comunicativos  institucionalizados,  que  fundan  la  presunción  de  que  los  procesos  de  producción  y  aplicación  del  derecho deben conducir a resultados racionales47.   Si  nos  dirigimos  directamente  a  la  obra  de  HABERMAS,  más  precisamente  al  que  se  considera  su  libro  cumbre  ―que  ya  hemos  aquí  citado―  observamos  su  intento  por  demostrar  que  entre  Estado  de  derecho y democracia no sólo hay una relación histórica y contingente, sino una conexión interna que  se explica conceptualmente porque las libertades subjetivas de acción del sujeto de derecho privado y  la  autonomía  pública  del  ciudadano  se  posibilitan  recíprocamente48.  Aparece  una  dialéctica  entre  igualdad jurídica e igualdad fáctica que, frente a la comprensión liberal del derecho, hizo saltar primero  a  la  palestra  al  paradigma  del  derecho  ligado  al  Estado  social  y  que  hoy  nos  obliga  a  una  autocomposición  procedimentalista  del  Estado  democrático  de  derecho.  De  este  modo,  el  proceso  democrático es el que soporta en el modelo toda la carga de legitimación. La idea procedimentalista  del  derecho  insiste  en  que  los  presupuestos  comunicativos  y  las  condiciones  procedimentales  de  la  formación democrática de la opinión y la voluntad constituyen la única fuente de legitimación49.   Se  indica,  pues  que  el  respeto  a  los  procedimientos  propios  del  sistema  democrático  es  uno  de  los  aspectos  que  puede  ayudar  a  sostener  la  legitimidad  del  derecho.  Así  podría  contemplarse  un  macrosistema social democrático pro homine que necesariamente se nutre de un sistema jurídico y que,  a su turno, contiene un subsistema procesal que permite la efectivización de derechos reconocidos por  aquel macrosistema, poniendo en manos del hombre la activación de la última herramienta idónea a tal  fin,  no  obstante  los  otros  dispositivos  conferidos.  Tanto  en  el  macrosistema  como  en  los  sistemas  y  subsistemas que lo componen, podemos hallar una dimensión sustancial caracterizada por el respeto a  los  derechos  humanos  y  una  dimensión  formal  o  procedimental.  Todos  deben  seguir  los  valores  reconocidos  macrosistémicamente  ―a  efectos  de  intentar  preservar  la  60 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 50 

V. ÁLVAREZ GARDIOL, Ariel, El paradigma…, loc. cit.; Derecho y realidad..., op. cit., p. 187. 

coherencia y compatibilidad― a la vez que deben contener los procedimientos adecuados.   Si bien en la visión procedimental subyacen ideas interesantes, arrimaremos algunas aclaraciones que  estimamos oportunas.   Inicialmente, en absoluto debe pensarse que todo es procedimiento. Así como Fritz SANDER  ―discípulo  de  Hans  KELSEN  que  tomara  distancia  de  su  maestro  y  lo  criticara  fuertemente  en  su  teoría  general,  apuntándole  a  la  línea  de  flotación, proponiendo  una  teoría  donde  lo  que  constituye el  derecho  es la  cosa juzgada― tomaba una posición extremista al sostener que el derecho es un proceso que no tiene  principio ni fin50, tampoco el procedimiento es el único elemento ni en un sistema jurídico, ni en uno  democrático,  ni  en  uno  procesal.  Ello  equivaldría  a  dejar  de  lado  al  hombre  y  sus  derechos  fundamentales. En otras palabras, el estricto cumplimiento de las reglas procedimentales no implica o  asegura por sí solo el respeto a los derechos humanos.   En la práctica, esta situación la encontramos tanto durante el curso de ejecución procedimental como a  posteriori. Ejemplos del primer caso aparecen en el proceso jurisdiccional, cuando se procesa en base a 

una norma procedimental asistemática y contraria a postulados sustanciales de carácter constitucional  o  del  Derecho  Internacional de  los  Derechos  Humanos  que  aún  así  puede  contener  un  ordenamiento  jurídico o, peor aún, ha sido o es creada pretorianamente. El ofrecimiento y producción de prueba de  oficio,  el  dictado  de  una  medida  para  mejor  proveer  o  la  aplicación  de  ciertas  consecuencias  de  la  prueba  confesional  en  contra  del  absolvente  forman  parte  del  apunte  precedente.  Ejemplos  de  la  segunda  variante  son  sufridos  por  gobernados  de  distintas  latitudes  que  eligen  autoridades  políticas  con  estricta  observancia  de  procedimientos  democráticos  pero  que,  una  vez  que  asumen  el  poder,  desconocen los alcances del mandato otorgado y gobiernan alejados de los valores democráticos y los  derechos humanos.   Sin  olvidar  la  necesidad  de  respetar  los  procedimientos  como  una  secuencia  de  pasos  que  se  deben  cumplir  para  permitir  la  materialización  de  derechos  reconocidos  por  el  sistema  que  en  origen  son  inherentes al ser humano, también debe subrayarse que ese mismo procedimiento sólo será legítimo si  observa  estructuralmente  todos  esos  derechos,  de  manera  tal  que  no  dificulte,  limite  o  impida  su  realización. Por consiguiente, el procedimiento no debe diseñarse ni construirse como una celda para la  permanencia hasta su muerte de los derechos fundamentales y los valores democráticos que de ellos  derivan. 61 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Esbozo del procedimiento jurídico. Publicado en VV.AA., Teoría unitaria del proceso. Ed. Juris,  Rosario, 2001, p. 451.   52 Ibídem, p. 474.   53 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, El derecho procedimental, op. cit., p. XXIII.   54 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho procesal, op. cit, vol. III, p. 121.   55  Cfr.  BRISEÑO  GARCÍA  CARRILLO,  Marco  Ernesto,  El  trámite  procedimental.  Simplificación  y  unificación  de  los  procedimientos.  Ponencia presentada en el XX Encuentro Panamericano de Derecho Procesal, Santiago de Chile, agosto de 2007, p. 9.  51 

Estrechando el campo de análisis, de ahora en más nos introduciremos específicamente en el terreno  de  los  procedimientos  jurídicos.  Preliminarmente  recordamos  que,  a  medida  que  revisábamos  el  concepto de proceso, tangencial pero obligatoriamente tuvimos que hacer referencia al procedimiento,  palabra  cuya  utilización  se  remonta  a  la  época  medieval  pues  en  la  antigüedad  se  le  tenía  refundida  entre otras figuras jurídicas51.   Como  primera  aproximación  a  la  noción  de  procedimiento  jurídico,  su  unidad  no  debe  ubicarse  en  la  conceptualización  del  pretender  ni  del  prestar,  sino  en  el  fenómeno  material  de  la  conexión  de  conductas  humanas52.  De  aquí  ya  podemos  separar  dos  aspectos  importantes  del  procedimiento:  la  materialización  y  la  conexión,  en  ambos  casos  en  relación  a  los  actos  que  lo  componen.  Esto  nos  conduce a observar las instancias que integran todo procedimiento, destacando su carácter bilateral o  simple en atención a que conectan conductas de dos ―y sólo dos― sujetos: recorre un camino que nace  en  una  solicitud,  petición  o  pedido  de  una  persona  y  finiquita  en  la  resolución  que  emite  otra  ―autoridad―.   Situándonos  en  el  concepto  que  nos  ocupa,  hallamos  como  nota  distintiva  o  particular  una  conexión  simple, un contacto que surge desde un instar bilateral. En el proceso, en cambio, encontramos el ya  explicado instar proyectivo, aunque como acertadamente se ha afirmado, en él siempre estará presente  un procedimiento53. Porque el procedimiento no es otra cosa que una sucesión de conexiones de actos  jurídicos  de  distintos  sujetos;  no  es  la  mera  sucesión,  ni  tampoco  basta  con  la  referencia  a  los  actos,  pues  debe  resaltarse  la  conexión,  dado  que  la  sucesividad  de  conexiones  es  lo  procedimental54.  Aparece, para formarlo, un encadenamiento de cierto tipo de conductas. En consecuencia, la conexión  representa la reducción eidética de todo procedimiento.   Podemos  añadir  que  se  trata  de  la  secuencia  y  de  las  conexiones  de  conductas,  de  manera  que  un  procedimiento no es concebible ante la ausencia de cualquiera de estos términos: no lo hay si faltan las  conductas, tampoco si se carece de conexiones y, finalmente, si las conexiones no se siguen una tras  otra de una manera regular55.   Si,  como  afirmamos,  importan  la  materialización  y  la  conexión  de  actos  jurídicos  que  se  suceden,  es  necesaria  la  intelectividad,  el  entendimiento,  porque  a  62 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Compendio…, op. cit., p. 247.   Ibídem, p. 248. 

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diferencia  de  la  mera  reunión  o  yuxtaposición  de  actos,  el  significado  de  la  sucesión  no  está  en  la  materialidad sino en la inteligibilidad56.   Hace falta que, de alguna manera, el procedimiento esté estipulado con cierta precisión, determinando  su principio y su final y ―dentro de estos extremos― una variedad de conexiones entre los actos que  realicen  los  sujetos  participantes  regulando  sus  aspectos  temporales,  espaciales  y  formales.  Estas  conexiones están influidas y alcanzadas por circunstancias ―lo que rodea al acto― que cuentan con una  indefinida cantidad de datos que sirven para que el legislador aprecie aquellos que le importen57.   En  esta  estación,  resta  confrontar  conceptualmente  el  procedimiento  y  el  proceso,  matizando  el  análisis luego con algunas pinceladas acerca de la imparcialidad de la autoridad que resuelve.  

7. PROCESO, PROCEDIMIENTO E IMPARCIALIDAD   Expusimos que en general la doctrina ―salvo excepciones― ostenta la ya comentada ambivalencia del  lenguaje  procesal  cuando  trata  los  conceptos  de  proceso  y  procedimiento.  En  algunos  casos,  su  diferenciación luce muy difusa; en otros, directamente, se dejan de lado las notas que los separan y se  emplean ambas voces como sinónimos.   En  su  más  conocida  obra,  Eduardo  COUTURE  nos  resume  en  buena  medida  el  panorama  indicado,  al  explicar  que  siendo  la  instancia  ―como  el  proceso  mismo―  una  relación  jurídica  continuativa,  dinámica,  que  se  desenvuelve  a  lo  largo  del  tiempo,  es  la  sucesión  de  sus  actos  lo  que  asegura  la  continuidad. Unos actos proceden de otros actos y aquéllos, a su vez, preceden a los posteriores. Este  principio  de  sucesión  en  los  actos  da  el  nombre  al  proceso  ―etimológicamente,  de  cedere  pro―.  Procedimiento,  por su parte, es esa misma sucesión en su  sentido dinámico de movimiento. El sufijo  nominal  mentum,  es  derivado  del  griego  menos,  que  significa  principio  de  movimiento,  vida,  fuerza  vital.  El  proceso  es  la  totalidad,  la  unidad.  El  procedimiento  es  la  sucesión  de  los  actos.  Los  actos  procesales  tomados  en  sí  mismos  son  procedimiento  y  no  proceso.  En  otros  términos  ―remata  el  maestro oriental― el procedimiento es una sucesión de actos; el proceso es la sucesión de estos actos  apuntada hacia el fin de la cosa juzgada. La instancia es el grupo de esos mismos actos unidos en un  fragmento de proceso, 63 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. COUTURE, Eduardo, Fundamentos del derecho procesal civil, reimpresión inalterada. Ed. Depalma, Bs. As., 1977, pp. 201/202.   Una idea similar es sostenida por BRISEÑO SIERRA, Humberto en Compendio…, op. cit., p. 250.   60 Ibídem, p. 251.  58 

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que  se  desarrolla  ante  un  mismo  juez58.  Lo  extraído  nos  ilustra  acerca  de  límites  difusos  y  diversos  significados que pueden darse a los términos instancia, proceso y procedimiento si lo cotejamos con lo  que nosotros venimos expresando al respecto.   Regresemos a la distinción básica entre ambas figuras, repasando dos aspectos comparativos salientes  de suma utilidad en lo sucesivo.   En  primer  lugar,  hemos  adelantado  que  mientras  todo  proceso  contiene  un  procedimiento,  no  todo  procedimiento resulta ser un proceso ―ya que éste únicamente aparece en la acción procesal y no en  las  restantes  instancias―.  Segundo,  y  esto  es  de  la  mayor  importancia,  el  proceso  es  inmaterial,  abstracto e impalpable, porque es concepto, importando la comprensión cabal del significado del acto  que hace a su inteligibilidad. El procedimiento, en cambio, presenta una naturaleza material, concreta y  corpórea,  se  capta  por  los  sentidos  y  se  realiza  en  un  tiempo  y  en  un  espacio  determinado59  expresándose  a  través  de  cierta  forma.  El  procedimiento  opera,  pues,  como  la  forma  material  del  proceso,  que  no  puede  tenerla  de  por  sí,  ya  que  no  es  acto  material  sino  concepto  significativo  del  acto60.   Con extrema simplificación en búsqueda de claridad podemos afirmar que al encontrarse el proceso en  el mundo de los conceptos cabe pensarlo, pero no puede ser alcanzado por nuestros sentidos: no se lo  puede ver, ni escuchar, ni olfatear, ni tocar, ni gustar. El procedimiento, que se encuentra en el mundo  material,  el  de  las  cosas,  puede  ser  perfectamente  percibido  por  nuestros  sentidos,  como  cuando  vemos  a  un  abogado  iniciando  una  demanda  en  dependencias  judiciales.  Dicha  presentación  es  sin  dudas un acto procedimental, pero sólo podrá considerarse como forma material integrada al proceso  si es proyectada por decisión de la autoridad hacia otro sujeto. La proyectividad, reducción eidética del  proceso, opera sobre actos procedimentales que consigo arrastran la materialidad, sin que ello implique  que  el  acto  procedimental  pierda  su  carácter  material  ni  que  se  modifique  o  desvirtúe  la  naturaleza  conceptual del proceso.   En  otro  orden,  se  ha  efectuado  una  distinción  destacando  que  el  proceso  asume,  frente  al  procedimiento, un carácter sustantivo y comprometido con la realidad constitucional con apoyo en el  sistema  de  garantías  que  al  justiciable  debe  ofertar.  En  cambio,  el  procedimiento  es  atemporal  y  acrítico a través del soporte que le brindan, sólo y exclusivamente, las formas técnicas y mecanicistas.  Por  ello,  el  procedimiento  es  técnicamente  una  realidad  formal  y  rituaria  frente  al  proceso  que,  a  diferencia  del  procedimiento,  es  la  realidad  conceptual  que  posibilita  el  64 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. LORCA NAVARRETE, Antonio María, El derecho procesal como sistema de garantías. Boletín Mexicano de Derecho Comparado,  nueva serie, año XXXVI, N° 107, mayo‐agosto 2003, p. 549.   62 Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Esbozo… op. cit., p. 513.   63 Cfr. BINDER, Alberto M., El incumplimiento de las formas procesales. Ed. Ad‐Hoc, Bs. As., 2000, p. 64.  61 

acceso al garantismo del derecho procesal, a través de la llamada tutela judicial efectiva, mediante el  debido proceso sustantivo. El proceso se constituye, por tanto, en la justificación del procedimiento; lo  que no significa que no pueda existir procedimiento sin proceso, puesto que el primero es atemporal y  el  segundo  no,  al  hallarse  comprometido  con  la  base  garantista  del  aquí  y  ahora.  Por  tanto  ambos  ―proceso y procedimiento― son hipótesis de trabajo autónomas61.   Se ha explicado que el problema que surge en el análisis de los principios del procedimiento proviene de  la  circunstancia  de  que  hay  un  paralelismo  con  el  proceso,  el  cual  ha  sido  estudiado  con  mayor  profundidad  y  severidad  científica  desde  el  siglo  XIX,  de  manera  que  para  distinguir  los  fenómenos  atinentes  al  procedimiento  es  menester  recordar  las  características  de  su  naturaleza:  se  trata  de  conexiones  de  conductas  ―de  diferentes  sujetos―  de  manera  que  son  fenómenos  sensiblemente  perceptibles a diferencia de los que se refieren al proceso, los cuales son inteligibles62.   Podríamos señalar a la imparcialidad como un distintivo lógico derivado de la propia estructura que  muestran  el  proceso  ―con  tres  sujetos,  donde  dos  debaten  en  igualdad  de  condiciones  y  un  tercero  resuelve  una  vez  finalizada  la  discusión―  y  el  procedimiento  ―donde  hallamos  dos  sujetos,  uno  que  peticiona y otro que resuelve al respecto―. De allí que se insista con aquello de tercero imparcial.   Se  ha  entendido  que  la  imparcialidad  no  nace  como  una  reacción  ante  la  verdad,  sino  por  la  relación  con  los  intereses  en  juego;  se  trata  no  tanto  de  una  virtud  moral,  sino  de  una  estructura  de  actuación que confiere el poder de estar por encima de ciertos intereses. Observar a la imparcialidad  como  una  estructura  y  no  como  una  calidad  personal  implica  advertir  con  claridad  la  existencia  de  estructuras  procesales  en  las  que  la  idea  de  imparcialidad  es  inaplicable,  por  más  que  el  juez  sea  objetivo,  razonable  e  independiente.  La  imparcialidad  forma  y  a  la  vez  es  tributaria  de  precisas  estructuras procesales, que quedan ocultas si se explica el proceso como una sucesión de actos63.   Para graficar la amplitud de significados de la palabra imparcialidad, se ha subrayado que excede a  la falta de interés que comúnmente se menciona para definir la cotidiana labor de un juez pues incluye,  por  ejemplo,  a  la  ausencia  de  prejuicios  de  todo  tipo  ―particularmente  raciales  o  religiosos―,  a  la  independencia  de  cualquier  opinión,  a  la  no  identificación  con  alguna  ideología  determinada,  a  la  completa ajenidad frente a la posibilidad de dádiva o soborno, a la influencia de la amistad, del odio, de  un sentimiento caritativo, de la 65 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, La imparcialidad judicial y la prueba oficiosa. Publicado en VV.AA.: Confirmación Procesal,  colección Derecho Procesal Contemporáneo, dirigida por Adolfo Alvarado Velloso y Oscar Zorzoli. Ed. Ediar, Bs. As., 2007, p.  18.   65 Werner GOLDSCHMIDT, en ocasión de su discurso de recepción como miembro del Instituto Español de Derecho Procesal,  empleó el neologismo partialidad, diferenciando conceptualmente el ser parte ―la partialidad― con el ser parcial ―la  parcialidad― V. GOLDSCHMIDT, Werner, La imparcialidad como principio básico del proceso (La partialidad y la parcialidad),  publicado en su libro Conducta y norma. Ed. Valerio Abeledo, Bs. As., 1955, pp. 133/154.   66 Cfr. GARDERES, Santiago y VALENTÍN, Gabriel, Bases para la reforma del proceso penal. Fundación Konrad Adenauer, Mdeo.,  2007, p. 190.  64 

haraganería, de los deseos de lucimiento personal, de figuración periodística, etcétera. Y también  es  no  involucrarse  personal  ni  emocionalmente  en  el  meollo  del  asunto  litigioso,  evitar  toda  participación en la investigación de los hechos o en la formación de los elementos de convicción, o de  fallar según su propio conocimiento privado; tampoco debe tener temor al qué dirán ni al apartamiento  fundado  de  los  precedentes  judiciales,  etcétera.  Si  bien  se  miran  estas  cualidades  definitorias  del  vocablo, la tarea de ser imparcial es asaz difícil pues exige absoluta y aséptica neutralidad, que debe ser  practicada en todo supuesto justiciable con todas las calidades que el vocablo involucra64.   Con seguridad, sostenemos que el concepto de imparcialidad abarca también a la independencia y a la  impartialidad65  del juez o árbitro que resuelve el caso, siendo fácil intuir su cercana vinculación con el  respeto  a  la  igualdad  de  las  partes.  Explicado  sencillamente,  la  imparcialidad  en  sentido  restringido  significa  que  quien  decide  no  tiene  ningún  interés  en  el  objeto  del  proceso  ni  en  el  resultado  de  la  sentencia, a la vez que carece de prejuicios. A su turno, la independencia se orienta hacia la inexistencia  de  cualquier  tipo  de  poder  que  condicione  a  la  autoridad  y  su  pronunciamiento.  Finalmente,  el  neologismo impartialidad debe entenderse como la imposibilidad del tercero que sentencia de realizar  o reemplazar la actividad que durante el proceso deben llevar a cabo ―propiamente― las partes.   Con  estos  apuntes  preliminares  estamos  en  condiciones  de  profundizar  algo  más  sobre  la  idea  de  imparcialidad en sentido amplio.   Si  nos  atenemos  a  los  pactos  internacionales  de  derechos  humanos,  es  clara  la  exigencia  de  juzgamiento por un tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anterioridad por  la ley ―art. 10 de la DUDH de 1948; art. 14 numeral 1º del PIDCP de 1966; art. 8 numeral 1º de la CADH  de 1969, conocida como Pacto de San José de Costa Rica―66.   El  art.  10  de  la  DUDH  sirve  de  sustento  para  fundamentar  que  las  garantías  procesales  del  Derecho  Internacional de los Derechos Humanos alcanzan a todos los procesos, con prescindencia de la materia  en  debate,  al  establecer  que  “toda  persona  tiene  derecho,  en  condiciones  de  plena  igualdad,  a  ser  oída  públicamente  y  con  justicia  por  un  tribunal  independiente  e  imparcial,  para  la  determinación  de  sus  66 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 67  Cfr.  SUPERTI,  Héctor,  La  garantía  constitucional  del  juez  imparcial  en  materia  penal.  Publicado  en  VV.AA.:  El  debido  proceso.  Colección  Derecho  Procesal  Contemporáneo,  dirigida  por  Adolfo  Alvarado  Velloso  y  Oscar  Zorzoli.  Ed.  Ediar,  Bs.  As.,  2006,  pp.  334/335. 

derechos  y  obligaciones  o  para  el  examen  de  cualquier  acusación  contra  ella  en  materia  penal”.  No  dudamos  de  la  contribución  que  en  este  sentido  puede  efectuar  una  Teoría  General  del  Proceso  respetuosa de los derechos fundamentales y la democracia.   Junto  a  la  independencia  de  los  poderes  institucionales  y  no  institucionales  debe  buscarse  la  imparcialidad  intrajuicio,  lo  que  significa  ―desde  lo  objetivo―  que  el  órgano  que  va  a  juzgar  no  se  encuentre  comprometido  por  sus  tareas  y  funciones  ni  con  las  partes  ―impartialidad―  ni  con  sus  intereses  ―imparcialidad―.  De  esta  forma  se  va  a  lograr  el  famoso  triángulo  de  virtudes  del  órgano  jurisdiccional: impartialidad, imparcialidad e independencia67.   La  autoridad  impartial  es  aquella  que  no  se  involucra  en  el  debate  rompiendo  el  equilibrio  y  sustituyendo o ayudando a los contendientes en sus actividades específicas, como pretender, ofrecer 

prueba  y  producirla.  Este  elemento,  por  consiguiente,  se  relaciona  con  la  actividad  de  procesar  y  el  respeto a los roles de los litigantes y a las reglas preestablecidas de debate.   La independencia, en cambio, marca el respeto por la libertad de decisión, sólo limitada en cuanto a la  obediencia al sistema jurídico, sin que se acepten presiones, órdenes o sometimiento a otros poderes  institucionales  o  no  institucionales  ―como  grupos  económicos  o  medios  masivos  de  comunicación―  sean o no sujetos del proceso. Un correcto sistema de designación y remoción de los jueces y ciertas  garantías  de  intangibilidad  de  remuneraciones,  permanencia  e  inamovilidad  en  sus funciones  ayudan  en este aspecto.   Pero además hace a la independencia de los jueces la autarquía y el manejo de su presupuesto por el  propio  Poder  Judicial,  sin  interferencia  de  otros  poderes  o  funcionarios  extraños.  En  el  supuesto  particular de los árbitros, a estos fines sus honorarios y gastos deben ser depositados o garantizados  por las partes ab initio del proceso, para evitar que la mayor o menor solvencia de alguna de ellas influya  en el resultado del laudo con el objetivo de asegurarse el cobro de sus estipendios.   Josep AGUILÓ REGLA advierte sobre dos deformaciones comunes de la idea de independencia que son el  resultado  de  ignorar  que  la  posición  del  juzgador  en  el  Estado  de  derecho  viene  dada  tanto  por  sus  poderes  como  por  sus  deberes.  La  primera,  que  tiende  a  asimilar  la  independencia  a  la  autonomía,  olvida  la  posición  de  poder  institucional  que  el  juez  ocupa;  la  segunda,  que  tiende  a  asimilar  la  independencia  a  la  soberanía,  define  la  posición  del  juez  dentro  del  orden  jurídico  a  partir,  exclusivamente,  de  sus  poderes,  ignorando  sus  deberes.  Así,  el  deber  de  67 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. AGUILÓ, Josep, Independencia e imparcialidad de los jueces y argumentación jurídica. Conferencia pronunciada en el  Seminario de argumentación jurídica que tuvo lugar en México D.F. entre los días 23 y 28 de septiembre de 1996, organizado  por el Consejo de la Judicatura Federal y el Departamento de Derecho del Instituto Tecnológico Autónomo de México  ―ITAM―. Publicado en Isonomía, Revista de Teoría y Filosofía del Derecho N° 6, abril de 1997, pp. 75/77. En  http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12715085352381514198846/isonomia06/isonomia06_04.pdf, 3 de  septiembre de 2009.   69 Ibídem, p. 77. AGUILÓ REGLA parece considerar al objeto del proceso con un alcance distinto al explicado en este capítulo,  párrafos atrás ―v. apartado 5.2.―   70 Ibídem, p. 78.  68 

independencia de los jueces tiene su correlato en el derecho de los ciudadanos a ser juzgados desde el  derecho, no desde relaciones de poder, juegos de intereses o sistemas de valores extraños al derecho.  El principio de independencia protege no sólo la aplicación del derecho, sino que además exige al juez  que falle por las razones que el derecho le suministra68.   Acota el autor catalán en mención que si la independencia trata de controlar los móviles del juez frente  a influencias extrañas al derecho provenientes del sistema social, la imparcialidad trata de controlar los  móviles  del  juez  frente  a  influencias  extrañas  al  derecho,  pero  provenientes  del  proceso  ―por  lo  que  está ligada a dos figuras procesales, como la abstención o excusación y la recusación―. De este modo  ―agrega― la imparcialidad podría definirse como la independencia frente a las partes y el objeto del  proceso. De nuevo, el juez imparcial será el juez obediente al derecho69.   Concluye  AGUILÓ  REGLA  que  los  deberes  de  independencia  e  imparcialidad  constituyen  dos  características básicas y definitorias de la posición institucional del decisor en el marco del Estado de  derecho, conformando la peculiar manera de obediencia al derecho que éste les exige. Independiente e  imparcial ―remata― es  el  juez  que  aplica  el  derecho  y que  lo  hace  por  las  razones  que  el  derecho  le  suministra70.   Como  cuestión  adicional  es  necesario  apuntalar  todo  el  esquema  construido  con  algún  tipo  de  preparación  y  concientización  de  los  decisores  jurisdiccionales,  capacitándolos  adecuadamente  en  lo  que  podríamos  llamar  el  arte  de  la  imparcialidad,  de  manera  tal  que  observen  esta  cualidad  en  los  procesos donde actúan o se aparten sin temor ―bajo las condiciones legales permitidas― en aquéllos  donde la estiman comprometida.   En síntesis, la imparcialidad en sentido amplio requiere que la autoridad carezca de prejuicios e interés  en el proceso, que no se someta a ningún otro poder institucional o no institucional, que se abstenga de  efectuar o suplantar la actividad procesal propia de las partes y que obedezca al derecho.  ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Concluimos  afirmando  que  si  la  autoridad  no  actúa  con  imparcialidad  ―derecho  fundamental  que  necesariamente  debe  asegurarse  desde  el  sistema  procesal  mismo―  no  podremos  considerar  a  la  sentencia que dicte el fruto de un proceso respetuoso del derecho fundamental de defensa en juicio. En  rigor de verdad, estaríamos ante una simple resolución recaída en un procedimiento.  

8. CONSIDERACIONES SOBRE EL SINTAGMA DEBIDO PROCESO   Ni  bien  se  comienza  a  revisar  con  cierto  detenimiento  dentro  de  las  fronteras  del  derecho  procesal  algunas  expresiones  de  uso  corriente,  se  advierte  la  redundancia  que  se  presenta  al  adjetivar  calificativamente  los  conceptos  elementales.  Quizá  esta  costumbre  recibe  una  mayor  tentación  para  concretarse  sobre  el  término  proceso:  proceso  jurisdiccional,  proceso  justo,  debido  proceso.  Podría  aceptarse  hacer  mención  al  sintagma  proceso  jurisdiccional  en  casos  de  referencias  amplias  y  abarcativas  de  otros  usos  de  la  palabra  proceso,  como  cuando  designa  la  serie  de  operaciones  de  fabricación de una prenda de vestir o cuando es menester contraponerlo al proceso democrático de una  nación.  En  ambos  ejemplos,  hemos  excedido  el  campo  específico  del  lenguaje  procesal  y  de  alguna  manera  apelar  a  los  adjetivos  calificativos  ayuda  a  no  confundir  conceptos  provenientes  de  diversos  artes o ciencias, lo que o será tautológico o carecerá de sentido si nos limitamos al terreno de nuestra  disciplina ―que no puede concebir proceso sin jurisdicción y perderá el tiempo proponiendo uno injusto  o indebido―.   Más allá de lo recién expuesto, se repite que el alumbramiento legal del sintagma debido proceso fue  producto  de  un  prolongado  derrotero  iniciado  en  la  Carta  Magna  de  1215  y  que  concluyó  con  la  V  Enmienda de la Constitución de los EE.UU. luego de más de cinco siglos. Si lo analizamos rápidamente,  encierra  una  idea  tan  simple  como  importante:  el  debido  proceso  es  el  proceso  respetuoso  de  los  derechos y las garantías de la persona humana que deben ser reconocidos por el Derecho Internacional  de los Derechos Humanos y por las constituciones que lo reciben.   En  el  debido  proceso,  pues,  quedan  plasmados  segura  e  inamoviblemente  el  respeto  al  derecho  de  defensa  en  juicio,  a  ser  juzgado  por  un  tercero  imparcial  y  la  igualdad  jurídica  de  las  partes.  Existen  otros  derechos  y  garantías  presentes  en  los  postulados  que  emanan  de  las  constituciones  y  de  los  tratados internacionales de derechos humanos y ―si y solo si abrevan en éstos― en los preceptos que  surgen  de  las  normas,  los  principios  procesales  y  las  reglas  procedimentales  que  elabora  nuestra  disciplina y eventualmente ―en casos específicos― las partes y los jueces.   68 69 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. GARDERES, Santiago y VALENTÍN, Gabriel, op. cit., p. 169, que si bien vuelcan esta idea en relación al proceso penal, bien  podemos hacerla extensiva a todos los procesos dado que es igualmente apropiada.   72 Cfr. GOZAÍNI, Osvaldo Alfredo, Derecho procesal constitucional. El debido proceso. Ed. Rubinzal‐Culzoni, Santa Fe, 2004, p. 21.  71 

Según otra opinión, el punto de partida ineludible para el análisis de los principios que rigen al proceso  no es otro que aquél que constituye la síntesis de los demás principios, englobado bajo el concepto de  debido proceso legal71.   Como se observa, la idea sub examine se nutre y desarrolla imbricada en la de proceso. Entender qué es  el  proceso  desde  el  plano  constitucional  y  del  de  los  derechos  fundamentales  nos  conducirá  hacia  el  respeto por el debido proceso.   Apunta  Osvaldo  GOZAÍNI  que  el  concepto  de  debido  proceso,  a  partir  de  la  Carta  Magna,  pero  muy  especialmente  en  la  jurisprudencia  constitucional  de  los  Estados  Unidos,  se  ha  desarrollado  en  tres  sentidos: a) el del debido proceso legal, adjetivo o formal, entendido como reserva de ley y conformidad  con ella en materia procesal; b) la creación del debido proceso constitucional o debido proceso a secas,  como  procedimiento  judicial  justo,  todavía  adjetivo,  formal  o  procesal,  y  c)  el  desarrollo  del  debido  proceso  sustantivo  o  principio  de  razonabilidad,  entendido  como  la  concordancia  de  todas  las  leyes  y  normas  de  cualquier  categoría  o  contenido  y  de  los  actos  de  autoridades  públicas  con  las  normas,  principios y valores del derecho de la Constitución72.   Sin embargo, a nuestro juicio, el debido proceso no es otra cosa que el proceso, de por sí respetuoso de  los derechos y garantías constitucionales y de los derechos fundamentales reconocidos en los pactos y  tratados internacionales de los derechos humanos. Como el debido proceso es el proceso, no le vemos  sentido  a  las  distinciones  que  se  practican  entre  uno  y  otro,  a  la  vez  que  fijan  estadios  internos  tales  como  debido  proceso  sustantivo  y  adjetivo:  el  procesalismo  aún  tiene  mucho  que  brindar  en  la  localización y desarrollo de la propia sustancialidad del proceso, comenzando por revisar la procedencia  y  delimitación  sistémica  y  conceptual  de  lo  que  para  algunos  se  entiende  por  sustancialidad  y  por  adjetividad.  El  proceso  como  método  de  debate  ―y  no  como  fin  en  sí  mismo―  es  la  garantía  de  garantías  para  efectivizar  derechos  humanos  en  un  marco  democrático,  que  no  debe  ser  confundido  con meros procedimientos.  

9. PROCESO, DERECHOS HUMANOS Y DEMOCRACIA   Desde  que  los  derechos  humanos  han  sido  reconocidos,  declarados  y  garantizados  en  el  sistema  jurídico,  es  impensable  que  su  protección,  promoción  y  70 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 73  Cfr. FERRAJOLI, Luigi, Derecho y razón. Teoría del garantismo penal. Trad. de Perfecto Andrés Ibáñez, Alfonso Ruiz Miguel, Juan  Carlos Bayón Mohino, Juan Terradillos Basoco y Rocío Cantarero Bandrés. Ed. Trotta, Madrid, 1995, p. 636, nota 84. 

respeto  pueda  llevarse  a  cabo  sin  el  soporte  de  un  sistema  de  enjuiciamiento  construido  sobre  los  pilares que surgen de aquéllos.   Si  nos  detenemos  en  el  método  de  enjuiciamiento  inquisitivo  o  inquisitorio,  en  líneas  generales  nos  muestra  un  esquema  de  concentración  de  poder,  actividades  y  protagonismo  en  la  persona  del  juzgador preferentemente compatible con regímenes de caracteres autocráticos, pues pone el acento  en la jurisdicción y no en las partes litigantes. Consecuencia directa de ello es que la imparcialidad y la  independencia de la autoridad que decide no se encuentran sostenidas desde el sistema, que a su vez  contiene pocos controles y excesiva discrecionalidad.   En cambio, el sistema dispositivo o acusatorio permite diferenciar las actividades que se despliegan a lo  largo del procedimiento, otorgando roles precisos tanto a la autoridad jurisdiccional como a las partes.  Reconociendo que se trata de un método, promueve el debate de los contendientes en pie de igualdad  y acepta el consenso de la autocomposición de manera previa a la resolución heterocompositiva.  

En  Latinoamérica,  es  el  procesalismo penal  el  que  recién  a  finales  del  siglo  XX  comprendió  en  buena  medida  la  correlatividad  entre  democracia  y  sistema  acusatorio,  pese  a  que  las  constituciones  de  la  región  consagraban  ―algunas  desde  hacía  más  de  un  siglo,  como  la  Constitución  de  la  Argentina  de  1853―  dicho  método  de  enjuiciamiento.  Por  tal  motivo  se  viene  generando  una  corriente  ya  no  de  simple reforma, sino de absoluto cambio sistémico del procedimiento penal, sobre todo en Chile, Perú  y parte del territorio argentino. Sin embargo, la influencia inquisitiva derivada de la tradición colonial  sobrevive en códigos aún vigentes, sobre todo en materia no penal.   En  la  actualidad,  se  está  abriendo  paso  y  marcando  tendencia  la  aceptación  de  un  paralelismo  entre  democracia y sistema acusatorio. Más aún, mucho se avanza inclusive en la vinculación entre sistema  acusatorio y regímenes democráticos y entre sistemas inquisitivos y regímenes absolutistas73.   Estimamos que quizás haya que intensificar esfuerzos en la adecuación conceptual de la democracia, el  proceso  y  el  procedimiento  considerando  los  derechos  humanos,  al  tiempo  que  se  deben  afinar  las  ideas sobre sistemas de enjuiciamiento, principios del proceso y reglas procedimentales   Empero,  no  tenemos  dudas  que  el  método  de  enjuiciamiento  acusatorio  en  materia  penal  y  el  dispositivo en las restantes brinda el único proceso compatible EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

con  los  derechos  humanos  y  la  idea  de  democracia  que  sostenemos,  pues  comparten  fundamentos  basales y posibilita a la persona su plena realización.   En esta posición, si efectuamos un somero correlato entre derechos humanos, democracia y proceso, la  dignidad de la persona humana se refleja en el proceso acusatorio o dispositivo tanto en la posibilidad  de  ejercer  plenamente  su  derecho  de  defensa  en  juicio  como  en  el  estado  de  inocencia  del  que  goza  todo  acusado  hasta  que  una  sentencia  que  lo  condene  haya  pasado  a  autoridad  de  cosa  juzgada  ―mejor dicho, caso juzgado―.   La  igualdad  jurídica,  constituye  nada  menos  que  un  principio  angular  en  el  proceso  que  posibilita  un  debate sin preferencias ni privilegios que beneficien a una de las partes en detrimento de su oponente.  Porque así como la persona humana es igual no por su ser, sino por su naturaleza, en el proceso el rico y  el pobre, el grande y el pequeño, la mayoría y la minoría, el bueno y el malo, el fuerte y el débil tienen  idénticas oportunidades de actuar, defenderse y ser oídos. Igualdad que se conjuga con la imparcialidad  del juzgador.   El  consenso,  que  además  de  resultar  un  valor  democrático  se  encuentra  en  la  calidad  de  ser  social  ―socio― del hombre, también es recibido en el proceso, confiriendo a las partes el protagonismo en el  impulso procedimental y reconociendo que si su derecho es transigible antes que sea involucrado en un  litigio, de igual manera lo será durante el proceso, motivo por el cual podrán autocomponerlo.   El diálogo, que nace de la propia persona humana y es imprescindible para la democracia, también lo es  en  el  proceso  acusatorio  o  dispositivo,  ya  que  se  sustenta  en  el  debate  entre  las  partes  que  a  su  vez  debe  ser  ineludiblemente  escuchado  por  la  autoridad  antes  de  pronunciarse.  El  objeto  del  proceso,  remarcamos, es el debate.   La seguridad, otro de los pilares del sistema democrático, es acogida en un método de enjuiciamiento  que  sigue  reglas  preestablecidas  y  conocidas  que  conecta  las  conductas,  a  la  vez  que  brinda  una  resolución de los litigios priorizando el respeto del derecho por encima de los pareceres voluntaristas de  quien decide.   Y  la  libertad,  finalmente,  no  sólo  se  mira  en  el  espejo  de  la  iniciativa  de  la  acción  procesal,  de  la  pretensión,  del  impulso  procedimental  y  de  la  autocomposición,  tal  como  las  acepta  el  sistema  acusatorio o dispositivo. Porque el proceso como garantía de los derechos humanos en democracia, ni  más  ni  menos,  constituye  el  bastión  de  la  libertad  de  la  persona  humana  y  la  última  esperanza  para  conseguir el definitivo respeto de los derechos que le pertenecen.   71 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Si  bien  con  las  recientes  transformaciones  del  Estado  debe  aceptarse  que  los  jueces  decidan  no  sólo  sobre  cuestiones  jurídicas,  sino  también  sobre  algunas  con  ribetes  políticos,  ello  no  los  coloca  por  encima de la persona humana y sus derechos fundamentales. De allí que adquiera trascendencia capital  la observancia de la garantía del proceso como método previo al dictado de las resoluciones que se le  requieren, cuando van a afectar a una persona distinta al peticionante.   Sin  dudas,  concluimos  que  el  proceso  es  una  garantía  inherente  a  la  propia  naturaleza  humana.  Por  consiguiente, a nuestro parecer, partiendo del hombre es dable encarar la construcción de una teoría  del proceso sobre la base del respeto a los derechos fundamentales. Sin proceso, los derechos humanos  quedan a merced del poder, fulminándose toda posibilidad de subsistencia de un mínimo respeto a la  dignidad de la persona humana y de pervivencia de todo sistema democrático pro homine.  

10. RECAPITULACIÓN   Comenzando  por  la  persona  humana,  titular  de  derechos  inherentes  a  su  condición,  nos  hemos  planteado  la  necesidad  y  la  factibilidad  de  bosquejar  conceptualmente  un  proceso  con  derechos  humanos, reflejándose como su derivación garantizadora.   Subrayamos la importancia que tiene para el derecho procesal la distinción conceptual entre proceso y  procedimiento, estableciendo como punto de lanzamiento al derecho fundamental de peticionar a las  autoridades. Con él aparecen las distintas posibilidades del instar; entre ellas, la acción procesal es la  única que enlaza tres sujetos y da origen a un proceso. Las restantes vinculan solamente a dos, y por  consiguiente dan vida a un procedimiento.   Analizando  el  proceso,  destacamos  sus  notas  constitutivas:  la  conducta,  la  serie  y  la  proyectividad  ―que, a su vez, constituye su nota distintiva―. En definitiva, tenemos por proceso a una serie dinámica  de actos jurídicos procedimentales que incluyen un significado procesal, que son recibidos por la otra  parte a través de una autoridad que los proyecta. Este esquema asegura el pleno ejercicio del derecho  fundamental  de  defensa  en  juicio  de  los  litigantes,  en  igualdad  de  condiciones  jurídicas,  frente  a  un  tercero imparcial.   Continuando  con  el  proceso,  en  apretada  síntesis  de  algunos  de  sus  puntos  discutibles  a  los  que  nos  referimos, recordamos que hemos concluido que la causa del proceso es el conflicto intersubjetivo de  intereses,  su  razón  de  ser  es  la  erradicación  del  uso  ilegítimo  de  la  fuerza,  su  fin  es  la  sentencia  y  su  objeto es el debate.   72 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Afirmamos que esta concepción del proceso ―como método de debate pacífico que, respetando reglas  preestablecidas,  se  desarrolla  entre  partes  antagónicas  que  actúan  en  condición  jurídica  de  igualdad  ante un tercero imparcial con el objetivo de resolver heterocompositivamente un litigio― alojada en el  sistema  de  enjuiciamiento  dispositivo‐acusatorio,  sin  dudas  permite  el  pleno  respeto  a  los  derechos  humanos. De allí que es posible encontrar el correlato entre proceso, derechos humanos y democracia.  Preferimos no adjetivarlo, pero sin dudas es lo que algunos denominan debido proceso.   Al  desarrollar  el  examen  del  procedimiento,  destacamos  como  aspectos  de  relevancia  la  materialización  de  la  conexión  de  conductas  humanas,  donde  la  nota  distintiva  la  hallamos  en  la  conexión.  Procedimiento,  entonces,  es  una  sucesión  de  conexiones  de  actos  jurídicos  de  distintos  sujetos;  de  este  modo,  la  sucesividad  de  conexiones  origina  lo  procedimental.  Y  si  posamos  nuestra  mirada  sobre  las  instancias  que  integran  todo  procedimiento,  rescataremos  su  carácter  bilateral  o  simple pues conectan conductas de sólo dos sujetos: peticionante y autoridad.   Para redondear sus diferencias, subrayamos la conceptualidad del proceso frente a la materialidad del  procedimiento. Mientras todo proceso contiene un procedimiento, no todo procedimiento resulta ser  un proceso ―ya que éste únicamente aparece en la acción procesal y no en las restantes instancias―.  En consecuencia, el procedimiento opera como la forma material del proceso, que no puede tenerla de  por sí, ya que no es acto material sino concepto significativo del acto.   La imparcialidad del juzgador también puede ser considerada como un factor de distinción surgido de  la  propia  estructura  del  proceso  ―con  tres  sujetos,  donde  dos  debaten  en  igualdad  de  condiciones  y  otro resuelve una vez finalizada la discusión― que no es posible verificar en el procedimiento ―donde  hallamos  sólo  dos  sujetos,  uno  que  peticiona  y  otro  que  resuelve  al  respecto―.  Nos  inclinamos  por  adoptar  un  sentido  amplio  de  imparcialidad,  comprensivo  de  la  imparcialidad  propiamente  dicha,  la  impartialidad y la independencia.   En  síntesis,  la  contemplación  de  los  derechos  humanos  en  la  teoría  del  proceso  es  más  que  un  mero  ejercicio académico: es un necesario y sano intento por coadyuvar a que el hombre sea el centro y fin  del sistema.   73 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

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Proceso, República y Democracia: Algunas claves para Constitucionalizar el Proceso Por Robert Marcial González  

SUMARIO   1. Introducción   2. El gran desafío: Constitucionalizar el proceso   3. Primera clave: Un modelo jurídico basado en valores   4. Segunda clave: El hombre y la persona como puntos de partida   5. Tercera clave: Dimensionar la relación Estado ‐ individuo   5.1. Visión publicista   5.2. Visión garantista   5.3. Nuestra posición   6. Cuarta clave: Conocer la lógica que inspira a los sistemas de enjuiciamiento   6.1. Sistema inquisitivo   6.2. Sistema acusatorio   7. Quinta clave: República y Democracia   7.1. República   7.2. Democracia   8. Sexta clave: Control y límites al ejercicio del poder público   9. Epílogo pero no final   Bibliografía 78 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 1 

Cfr. AGUILA GRADOS, Guido, Herejías Jurídicas – Ensayos sobre Derecho, Proceso y Constitución, EGACAL, Lima, 2010, pp. 9‐14 

1. INTRODUCCIÓN   El  tema  que  se  propone  en este  tramo  de  la  obra  podría  parecer  una perogrullada.  Y  es  que  los  avances en materia de derechos humanos, la caída de prácticamente todos los regímenes totalitarios,  la opción decidida por la Democracia como sistema de gobierno por parte de la mayor parte de países  que  conforman  la  llamada  civilización  occidental,  etc.,  hacen  suponer  que  la  relación  e  interdependencia entre el proceso, la República y la Democracia constituye una obviedad y por tanto,  todo cuanto se relaciona con esta trilogía, está fuera de discusión y de debate.   A  lo  señalado  precedentemente  debemos  sumarle  el  hecho  que  todas  las  Constituciones  Nacionales  republicanas  establecen  con  meridiana  claridad  que  los  ciudadanos  están  protegidos  por  determinadas garantías como la del juez imparcial, el estado de inocencia, el juicio previo, la igualdad  de oportunidades, entre otras, situación que presupone que el poder que el sistema otorga a los jueces  para que ejerzan su magisterio, se halla debidamente encorsetado y sujeto a límites claros que impiden  abusos y excesos.   En  este  contexto  y  siguiendo  estrictamente  las  previsiones  constitucionales  inspiradas  en  el  sistema republicano y democrático, hay poco margen para seguir sosteniendo que el proceso antes de  constituir el marco garantizador para que el ciudadano controle el ejercicio del poder, sigue siendo una  herramienta a favor de la pretensión punitiva del Estado.   Sin  embargo,  tanto  desde  el  ejercicio  del  poder  público  como  desde  un  sector  importante  de  la  Doctrina  jurídico  –  política  siguen  existiendo  voces  que,  al  tiempo  de  abogar  por  un  régimen  de  gobierno  más  eficaz,  proponen  soluciones  que  no  solo  se  muestran  incompatibles  con  los  principios  republicanos y  democráticos  que  cimientan  todo  el  Estado  de  Derecho  y  con  éste  el  debido  proceso, 

sino que incluso, posibilitan que de facto, los que ejercen el poder, cometan abusos y arbitrariedades  propias de los totalitarismos.   El  proceso  judicial  es  un  claro  ejemplo  de  lo  que  se  afirmó  en  el  párrafo  anterior.  Y  es  que  al  amparo de ideas que el marketing jurídico1  presenta como de vanguardia, se ha instalado una práctica  judicial perversa que posibilita que los que ejercen el poder, ergo, los jueces, puedan pasar por encima  de todos los principios que además de estructurar el debido proceso, dotan de identidad a la República,  a la Democracia y por ende, al Estado de Derecho. EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

La  excusa  utilizada  para  mantener  con  vida  los  resabios  inquisitoriales  propios  de  épocas  monárquicas son básicamente dos fórmulas retóricas tan rimbombantes como carentes de contenido:  “alcanzar la verdad real” y “hacer justicia” cueste lo que cueste.   Con la mirada puesta en tratar de reconciliar y sobre todo compatibilizar la lógica del proceso con  la lógica de la República y la Democracia, proponemos trabajar ciertos aspectos relevantes a partir de  los cuales se podrá aspirar a un mejor funcionamiento del sistema jurídico – político pero sin que ello  implique el sacrificio de las garantías y libertades ciudadanas que caracterizan al Estado de Derecho.   Para  mostrar  y  resaltar  la  íntima  conexión  entre  el  proceso,  la  República  y  la  Democracia,  pondremos  especial  énfasis  en  dos  aspectos  a  saber:  a)  el  tipo  de  debate  judicial  compatible  con  la  dignidad del ciudadano; y, b) el modelo de juez pensado para el Estado de Derecho.   Analizando  al  proceso  en  estrecha  conexión  con  la  República  y  la  Democracia,  contaremos  con  mayores insumos para determinar, más allá de los discursos que se (auto) proclaman respetuosos del  hombre  y  del  Estado  de  Derecho,  sobre  qué  bases  se  debe  edificar  un  modelo  de  enjuiciamiento  verdaderamente compatible con la dignidad del ciudadano.   En la inteligencia que todos los ciudadanos tenemos la obligación de luchar por mantener vigentes  en  todos  los  ámbitos  de  la  vida  en  sociedad  los  derechos  y  garantías  conquistados  a  lo  largo  de  la  historia  con  mucho  esfuerzo,  sudor  y  sangre,  la  propuesta  consiste  básicamente  en  esbozar  algunas  claves teóricas a partir de las cuales se torna más fácil leer el proceso en clave de Constitución o dicho  de otro modo, se vuelve más factible Constitucionalizar el proceso.  

2. EL GRAN DESAFÍO: CONSTITUCIONALIZAR EL PROCESO   En un tiempo y una época como la actual, caracterizados por el peligroso avance del poder público  en detrimento de las garantías conquistadas con mucho esfuerzo por los ciudadanos, consideramos de  vital importancia que la sociedad le de continuidad a los numerosos debates instalados en torno al rol  del  proceso  en  la  República  así  como  al  papel  que  cumplen  los  jueces  en  el  marco  de  un  Estado  de  Derecho pues, parafraseando a Popper, no debemos peder de vista que, para construir una Sociedad  abierta, tenemos la obligación de defender y fortalecer   79 80 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

POPPER, Karl, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, Barcelona, 1982, p. 440.   Cfr. LOCKE, John, Ensayo sobre el gobierno civil, Gradifco, Buenos Aires, 2007; ROUSSEAU, Jean Jacques, El contrato social,  Altaya, Barcelona, 1993; HOBBES, Thomas, Leviatán, Altaya, Barcelona, 1993; o más recientemente, RAWLS, Jhon, Teoría de  la justicia, FCE, México, 1997.   4 ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, Rubinzal – Culzoni, Santa fe, 2000, p. 45.  2  3 

aquellas instituciones democráticas de las que dependen la libertad y con ella, el progreso2.   Es  importante  tener  presente  que  la  vida  civilizada  impone  la  necesidad  de  que  existan  instituciones,  reglas  y  pautas  que  se  muestren  capaces  de  garantizar  la  convivencia  armónica;  en  consecuencia, también se requiere de personas legitimadas suficientemente para restablecer, llegado  el caso, el orden jurídico y social quebrantados.   La necesidad de mantener el orden en la sociedad obliga a regular la conducta de los miembros de  la comunidad. Esta situación, a su vez, siguiendo a los contractualistas clásicos3, exige a los ciudadanos  la  carga  de  ceder  parte  de  su  libertad  otorgando  determinadas  facultades  a  las  autoridades  que  circunstancialmente ejercen el poder público. De ahí, que prácticamente en todos los órdenes de la vida  en  sociedad  se  presente  el  potencial  conflicto  que,  apelando  a  un  sintagma  propio  del  deporte,  podríamos graficar del siguiente modo: Estado versus individuo.   La sempiterna, compleja y tensa relación que inevitablemente se genera dentro de una sociedad  entre el Estado (para los fines de este trabajo representado por los jueces) y el ciudadano, ha ocupado  el  interés  de  las  mentes  más  lúcidas  de  la  historia  de  la  humanidad,  desde  Platón  hasta  Habermas  o  Savater,  pasando  por  grandes  pensadores  como  Maquiavelo,  Hobbes,  Locke,  Rousseau,  Rawls  o  Foucault por citar solo algunos.   En el campo del mundo jurídico,  la especialidad conocida como derecho procesal, disciplina que  tiene a su cargo el estudio del fenómeno llamado Proceso y los problemas que le son conexos4, ha sido  la encargada de poner en evidencia la importancia que reviste tanto para el fortalecimiento del Estado  de Derecho como así también para la libertad y la seguridad de los ciudadanos, reflexionar y generar  pensamiento crítico en el contexto del relacionamiento Estado – Individuo.   Temas tan apasionantes como el debate en torno al rol del proceso en la República o el papel que  deben cumplir los jueces en el marco del Estado de Derecho, han sabido encender la polémica pues se  trata,  a  no  dudarlo,  de  un  debate  jurídico  con  un  altísimo  componente  político.  81 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. GARGARELLA, Roberto, La justicia frente al gobierno, Ariel, Barcelona, 1996, pp. 48‐53.   Cfr. AGAMBEN, Giorgio, Estado de Excepción, AH Editora, Buenos Aires, 2004, pp. 32‐36.   7 La noción de “caso concreto” se relaciona a los conceptos de litigio y de controversia. Por litigio debemos entender “la simple  afirmación, en el plano jurídico del proceso, de la existencia de un conflicto en el plano de la realidad social, aun cuando de  hecho él no exista”; mientras que controversia es “la efectiva discusión operada en un proceso respecto del litigio que lo  origina”. Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, Rubinzal – Culzoni, Santa Fe, 2000,  Primera parte, p. 25   8 ALVARADO VELLOSO, Adolfo, ob. cit., p. 260. Entendemos con el maestro rosarino que un proceso según los parámetros  de toda Constitución republicana y libertaria está caracterizado por cinco principios que son: igualdad de las partes litigantes, la  imparcialidad del juzgador, la transitoriedad de la serie, la eficacia del debate y la moralidad en el debate.  5 



Tanto  es  así,  que  algunos  autores  enfatizan  el  carácter  contramayoritario  que  adquirió  el  poder  judicial5  a  partir  de  la  previsión  constitucional  de  ciertos  institutos  jurídicos,  v.g.  el  control  de  constitucionalidad,  así  como  del  protagonismo  mediático  de  determinados  jueces.  Existe  incluso  un  importante sector doctrinario que afirma que el ejercicio del poder público ha avanzado de tal manera  que la humanidad vive en un permanente Estado de Excepción6 y no en un verdadero Estado de   Sin embargo, el peligro contramayoritario evidenciado (con razón) por cierto sector de la doctrina  se  diluye  (al  menos  en  teoría)  cuando  se  advierte  que,  en  forma  prudente  y  sabia,  las  constituciones  republicanas  han  sabido  enmarcar  en  forma  clara  el  ámbito  y  la  forma  de  actuación  de  los  jueces,  limitando su campo de injerencia al caso concreto7 sometido a proceso.   En  ese  sentido,  y  no  de  manera  improvisada  sino  totalmente  dirigida  a  limitar  el  ejercicio  del  poder, las Constituciones republicanas establecen que los jueces solo pueden actuar en el ámbito de un  caso  concreto  sometido  a  su  juzgamiento.  Asimismo,  los  ordenamientos  fundamentales  de  todo  Estado de Derecho estructuran de manera minuciosa cuál es el sistema de enjuiciamiento que resulta  coherente con el modelo republicano y en esta línea de ideas, establecen en forma precisa cuáles son  los rasgos característicos tanto del debate como de la labor del juzgador.   Las  Constituciones  verdaderamente  republicanas  y  democráticas  contemplan  a  jueces  comprometidos  con  su  imparcialidad  e  independencia  y,  como  contrapartida,  precisamente  para  resguardar la imparcialidad, hacen recaer sobre las espaldas de los propios ciudadanos interesados la  gestión  y  la  protección  de  sus  derechos  a  partir  del  sistema  dispositivo  o  acusatorio  de  debate  y  juzgamiento.   Llamativamente,  a  pesar  de  la  claridad  de  los  principios  constitucionales  sobre  los  que  se  estructura el proceso8 y en contravención a claras normas que expresamente regulan el rol del juzgador,  el rol de las partes y las reglas de la ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

discusión  procesal,  desde  ciertos  sectores  doctrinarios,  se  pretende  legitimar  las  actuaciones  de  los jueces apartadas de los límites republicanos y constitucionales.   Con la idea puesta en abonar el debate en torno al rol del proceso en la República y el papel que  deben cumplir los jueces dentro del Estado de Derecho, desde este espacio se pretende trabajar sobre  ciertas claves teóricas necesarias para evitar la confrontación ente el proceso y la Constitución.   Es  muy importante  que no se  pierda  de vista que el proceso, como fenómeno jurídico – político  diseñado para que los ciudadanos diriman pacíficamente sus diferencias, no puede ser considerado al  margen de una serie de tópicos como la República, la Democracia, la concepción acerca del hombre, la  historia y la lógica de los sistemas de enjuiciamiento, los modelos jurídicos que pueden servir de marco,  etc.   Partimos  de  la  base  que  uno  de  los  principales  motivos  que  facilita  la  disparidad  de  criterios  en  torno a la función del proceso o al rol de los jueces obedece a que estos temas son tratados al margen  de  los  conceptos  fundamentales  que  estructuran  el  sistema.  Para  pensar  el  proceso  en  clave  constitucional, es necesario poner  el acento en todas las claves conceptuales reseñadas  en el párrafo  anterior.   Temas gravitantes para el ciudadano como el papel y el margen de actuación de todos aquellos  que  circunstancialmente  ejercen  el  poder  público,  no  pueden  ser  tratados  prescindiendo  del  marco  teórico que proporciona la República, la Democracia o la Constitución.   De ahí que sea imprescindible esbozar algunas claves acerca de los principales lineamientos que  deben sostener el Proceso, la República y la Democracia pues, a semejanza de lo que ocurre en el plano  religioso con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, son aspectos que conforman una trilogía indivisible  que todo ciudadano debe manejar para encontrar la salvación, entendida ésta, no como la promesa de  una  mejor  vida  escatológica  sino  como  el  resguardo  de  su  dignidad,  su  individualidad  y  su  libertad  frente a toda forma de abuso de autoridad o poder desmedido.  

3. PRIMERA CLAVE: UN MODELO JURÍDICO BASADO EN VALORES   Si se pretende mostrar la íntima conexión entre proceso, República y Democracia analizando para  el efecto la función del proceso y el rol de los jueces pero no en forma aislada sino como parte de un  todo representado por el esquema   82 83 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. ALVAREZ GARDIOL, Ariel, Derecho y realidad – notas de teoría sociológica, Juris, Rosario, 2005, pp. 18‐24   Cfr. SCHUJMAN, Gustavo y SIEDE, Isabelino (Compiladores), Ciudadanía para armar – Aportes para la formación ética y política,  Aique Educación, Buenos Aires, 2007, pp. 15‐38 y 111‐132.   11 NINO, Carlos Santiago, Introducción al análisis del Derecho, Astrea, Buenos Aires, 2005, p. 315.  9 

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democrático  y  republicano  de  gobierno,  es  de  fundamental  importancia  establecer  previamente  cuál es el modelo jurídico idóneo para analizar el tema.   A  nuestro  criterio,  uno  de  los  grandes  inconvenientes  que  impide  dimensionar  qué  es  lo  que  el  sistema democrático y republicano espera del proceso y qué es lo que pretende de los jueces, radica en  que,  ya  desde  las  propias  universidades  que  estructuran  sus  programas  académicos  en  compartimientos estancos, se hace todo lo posible para que los ciudadanos entiendan y adviertan que  no  se  puede  definir  al  proceso  marginándolo  o  aislándolo  de  determinados  principios  e  instituciones  que son justamente los que dotan de identidad al Estado de Derecho diferenciándolo de los regímenes  totalitarios o autoritarios.   Los  ciudadanos  en  general  pero  los  operadores  del  derecho  en  particular  deben  ser  capaces  de  conectar derecho y realidad9  pues caso contrario, corren serio riesgo de perder de vista que el sistema  democrático y republicano debe ubicar al hombre como centro y fin del derecho.   La tarea de vincular al derecho con el mundo real y con el ciudadano se puede lograr de diversas  maneras  y  por  muchos  caminos10.  En  lo  que  respecta  al  amplio  y  variado  universo  de  las  ciencias  jurídicas,  una  forma  para  conectar  derecho  y  realidad  consiste  en  trabajar  siempre  a  partir  de  un  modelo jurídico que pueda englobar la propuesta vinculándola con un todo sistémico.   Empero,  las  propuestas  que  trabajan  el  proceso  al  margen  de  los  principios  que  sostienen  el  Estado  de  Derecho  así  como  las  “soluciones”  muchas  veces  incompatibles  con  los  postulados  republicanos abundan precisamente porque la tarea de enmarcar una investigación en un determinado  modelo jurídico no resulta sencilla.   Esto es así, pues como apunta Carlos Santiago Nino “Los autores de teoría general del derecho no  se han ocupado en forma sistemática de elaborar una caracterización minuciosa de los presupuestos y  las  funciones  de  la  actividad  que  los  juristas  desarrollan  efectivamente  alrededor  de  los  distintos  sistemas jurídicos”11.   Sin embargo, la dificultad apuntada no puede constituir un obstáculo para que quien se embarca  en la tarea de profundizar un tema de interés para la comunidad científica del derecho, en este caso la  relación  entre  el  proceso,  la  República  y  la  Democracia,  lo  haga  a  partir  de  alguno  de  los  modelos  jurídicos 84 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

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Cfr. KELSEN, Hans, Teoría pura del Derecho, Eudeba, Buenos Aires, 4º edición, 2005, p. 19   13 ROSS, Alf, Sobre el derecho y la justicia, Eudeba, Buenos Aires,1997, p. 130 

conceptuales  aceptado  por  la  doctrina  especializada.  El  resultado  y  las  conclusiones  de  la  propuesta, variarán sensiblemente según el marco teórico del que se parta.   Para graficar lo que se ha dicho precedentemente, veamos a continuación muy a grandes rasgos,  dos  modelos  jurídicos  que  difieren  diametralmente  uno  del  otro.  Uno  (positivismo)  enseña  que  para  valorar suficientemente cualquier fenómeno jurídico, alcanza con el marco teórico proporcionado por la  norma vigente; por su parte el otro (trialismo), considera que el derecho, si bien es norma, no se agota  en ella sino que abarca también aspectos axiológicos y de conducta. Anticipamos nuestra opción por el  segundo modelo pues, como se verá, el primero resulta insuficiente para mostrar la conexión estrecha  que existe entre el proceso, la República y la Democracia.   a)  POSITIVISMO:  Este  modelo  jurídico,  cuyo  principal  exponente  es  nada  más  y  nada  menos  que  el  gran Hans Kelsen, entiende que toda propuesta que pretenda abordar un tema vinculado a las ciencias  jurídicas, necesariamente debe mostrarse aséptica y por ende, debe estar absolutamente despojada de  elementos sociológicos, económicos, normativos, valorativos e incluso ideológicos12.   Considerando que la propuesta que realizamos pasa justamente por vincular el proceso (instituto  jurídico  propio  del  mundo  del  derecho)  al  sistema  democrático  y  republicano  de  gobierno  (institutos  que desbordan el universo jurídico) no podemos partir de los parámetros de análisis que nos brinda el  positivismo.   Para justificar el análisis del proceso como parte de un sistema jurídico ‐ político complejo, es necesario  desbordar  el  enfoque  meramente  legal  propuesto  por  el  positivismo.  En  este  sentido,  compartimos  plenamente  la  crítica  formulada  por  Ross  cuando  dice  que  “Me  limito  a  señalar  aquí  estos  hechos  elementales ‐cuya adecuada descripción puede hallarse en trabajos sobre sociología de la cultura‐ para  poner en claro cuán poco realista es ese tipo de positivismo jurídico que limita el derecho a las normas  puestas por las autoridades y que cree que la actividad del juez solo consiste en la aplicación mecánica  de ellas”13   Para armonizar esa trilogía formada por proceso – República – Democracia, es fundamental poner  de  manifiesto  que  todo  Estado  de  Derecho  se  estructura  sobre  principios  y  valores  al  tiempo  que  se  preocupa por encuadrar la tarea de los que ejercen el poder dentro de los límites constitucionales. En  este  sentido,  siguiendo  a  Ferrajioli  podemos  decir  que  “lo  único  que  no  se  puede  hacer,  so  pena  de  incoherencia  e  inconsistencia  científica  del  discurso  sobre  el  derecho,  es  ocultar  85 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

FERRAJIOLI, Luigi, Derecho y Razón, Teoría del garantismo penal, Trotta, Madrid, 1998, p. 880.   GOLDSCHMIDT, Werner, op. cit., p. 18.   16 Ibídem, p. 31   17 Ibídem, p. 18   18  CIURO  CALDANI,  Miguel,  La  conjetura  del  funcionamiento  de  las  normas  jurídicas,  Fundación  para  las  investigaciones  jurídicas, Rosario, 2000, p. 51.  14  15 

las  antinomias  y  las  lagunas  o  incluso  sostener  en  virtud  de  una  actitud  dogmáticamente  avalorativa y contemplativa de las leyes, la validez simultánea tanto de las normas que permiten como  las que prohíben un mismo comportamiento”14   b)  TRIALISMO:  Un  modelo  jurídico  que  posibilita  un  análisis  más  completo  acerca  del  rol  del  proceso en la República y la tarea que le compete a los jueces es el llamado modelo tridimensional o  trialismo jurídico, entre cuyos destacados exponentes encontramos a Werner Goldschmidt o a Miguel  Angel Ciuro Caldani.   El primero explica su tesis arguyendo que “Volviendo al fenómeno jurídico, a una mirada penetrante se  nos  revela  como  un  mundo  perfectamente  organizado.  En  su  centro  se  halla  el  orden  de  repartos,  descrito  e  integrado  por  el  ordenamiento  normativo,  y  por  encima  advertimos  la  justicia  que  valora  conjuntamente tanto el uno como el otro. He aquí lo que puede llamarse la concepción tridimensional  del  mundo  jurídico.  Dicha  concepción  proclama la  necesidad  de  construir  el  mundo jurídico  de  modo  tridimensional; pero ella no logra realizar la construcción que exige. La doctrina que da cumplimiento al  programa tridimensional es la que merece el nombre de teoría trialista”15   Según este autor, para validar el estudio de un fenómeno jurídico cualquiera, el científico lo debe  someterlo  al  triple  tratamiento  sociológico,  normológico  y  dikelógico16.  En  sentido  contrario,  las  doctrinas  que  pretenden  captar  los  fenómenos  jurídicos  científicamente  solo  en  alguna  de  sus  tres  dimensiones, son incompletas y por ello Goldschmidt las tilda de infradimensionalistas17.   El profesor Ciuro Caldani por su parte, remarca las virtudes del modelo tridimensional pues, a su  criterio,  esta  teoría  logra  zanjar  definitivamente  la  confrontación  entre  positivistas  y  iusnaturalistas.  Afirma  Ciuro  que  “el  trialismo  comparte  con  el  positivismo  que  la  realidad  social  y  normativa  es  positiva, puesta por los hombres, y coincide con el jusnaturalismo en que hay despliegues de valor no  puestos por los hombres, sino objetivos naturales”18   El gran mérito del “trialismo jurídico” radica en que, desde su enfoque axiológico, normológico y  sociológico, amplía notablemente el marco de tratamiento de los fenómenos jurídicos posibilitando de  este modo, cuanto menos, evidenciar las contradicciones sistémicas en las que incurren aquellos que 86 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

BINDER, Alberto, Introducción al Derecho Procesal Penal, Ad.Hoc, Buenos Aires, 2005, p. 35   BENABENTOS, Omar, Teoría General Unitaria del Derecho Procesal, Juris, Rosario, 2001, p. 220   21 Cfr. BOBBIO, Norberto, La teoría de las formas de gobierno en la historia del pensamiento político, Fondo de Cultura Económica,  México, 2004, 2º Edición, 3º reimpresión; AGAMBEN Giorgio, Estado de excepción, AH Editora, Buenos Aires, 2004;  FERRAJOLI, Luigi, Derecho y Razón, Trotta, Madrid, 1996; SCHMITT, Carl, El concepto de lo político, Alianza Editorial, Madrid,  1991.   22 BINDER, Alberto, ob. cit., p. 29  19 

20 

miran al proceso como un instituto divorciado de los principios democráticos y republicanos que  cimientan el Estado de Derecho.   Este modelo jurídico posibilita incorporar aspectos derivados del sistema republicano de gobierno,  de la democracia, de la sociología, de la política, de la historia, de la ética, etc., pues parte de la base  que todas esas dimensiones integran la esencia misma de los fenómenos jurídicos que son analizados.  Y  vaya  que  el  proceso  guarda  relación  con  todos  esos  campos  de  análisis  y  estudio.  De  esta  forma,  como dice Alberto Binder, el ciudadano se acostumbra “a pensar las normas jurídicas en términos de  valor, es decir, a saber distinguir si ellas, según sus convicciones, son valiosas o disvaliosas19”   Analizar el proceso en conexión con el esquema republicano utilizando las bases que proporcionan  el Trialismo y la Teoría General unitaria permite alcanzar ciertas identidades conceptuales sobre “…a) el  objeto  de  conocimiento  del  Derecho  Procesal  (plano  sociológico);  b)  la  acción,  la  jurisdicción  y  el  proceso  (tramo  normativo)  y;  c)  los  valores  que  se  pretenden  realizar  mediante  el  proceso  (nivel  axiológico)”20   Resaltada la  importancia  del  marco  teórico  y  del  modelo  jurídico  que  posibilita  verdaderamente  vincular el proceso con la República y la Democracia, corresponde seguidamente poner de manifiesto  cuáles son las concepciones en torno al ser humano de las que se puede partir al momento de abordar  el  rol  del  proceso  y  la  función  de  los  jueces  dentro  de  una  sociedad.  A  dicha  labor  nos  dedicamos  a  continuación.  

4. SEGUNDA CLAVE: EL HOMBRE Y LA PERSONA COMO PUNTOS DE PARTIDA   Siguiendo a un sector importante de la doctrina jurídico ‐ política21, afirmamos que el derecho es  ante todo una manifestación de poder. En palabras de Binder, “derecho y poder son las dos caras de  una  misma  moneda,  ligada  directamente  al  fenómeno  asociativo,  a  la  sociedad  humana”22.  Esa  es  la  razón por 87 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI 23  ALVAREZ  GARDIOL,  Ariel,  Lecciones  de  epistemología  –  Algunas  cuestiones  epistemológicas  de  las  Ciencias  Jurídicas,  Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 2004, p. 84. 

la cual en una República “el único criterio válido para fijar los límites de la obligación política es una  constitución democrática”23.   Por  tales  motivos,  en  el  marco  de  un  Estado  de  derecho,  es  importante  establecer  de  manera  categórica  cuál  es  la  noción  de  persona  de  la  que  se  parte.  De  hecho,  solo  de  esta  forma  se  puede  construir  un  sistema  jurídico  –  político  –  filosófico  que  defina  en  forma  clara,  desde  el  propio  texto  constitucional, cuales serán las prioridades a la hora de establecer soluciones normativas en la siempre  compleja relación Estado – individuo.   Además,  de  esta  forma,  se  logra  evidenciar  qué  lugar  ocupar  la  persona  humana  dentro  de  las  distintas propuestas que brinda la doctrina al momento de configurar al proceso judicial. Así, quienes  analicen  el  proceso  potenciando  las  facultades  de  la  autoridad,  estarán  más  cerca  de  Hobbes;  por  el  contrario,  los  que  al  abordar  el  proceso  dan  prioridad  a  los  derechos  y  garantías  ciudadanas,  podrán  considerarse afines al pensamiento de Locke o de Rousseau. Veamos:  

Para  graficar  el  importante  rol  que  juega  en  toda  propuesta  humanista  el  concepto  de  persona  como  punto  de  partida,  recurrimos  en  este  tramo  a  dos  autores  clásicos.  El  problema  acerca  de  la  concepción  antropológica  como  puntal  para  la  elaboración  de  una  propuesta  filosófico  ‐  jurídico  ‐  política  encuentra  en  Hobbes  y  Rousseau  a  dos  exponentes  de  gran  altura.  En  efecto,  a  la  hora  de  justificar  sus  respectivos  modelos  de  “Contrato  social”  los  referidos  intelectuales  partieron  de  concepciones totalmente distintas acerca del hombre.   Así, Hobbes parece encontrar en el hombre el germen mismo de la destrucción de la especie y por  ello  justifica  la  creación  de  un  modelo  de  Estado  que  debe  ser  fuerte  y  poderoso  para  evitar  que  los  seres humanos se autodestruyan. Su célebre expresión homo homini, lupus o “el hombre es el lobo del  hombre” sintetiza de manera dramática la concepción antropológica a partir de la cual elabora toda su  teoría contractualista.   Por  su  parte,  el  Contrato  social  propuesto  por  Rosseau  se  edificó  a  partir  de  la  teoría  del  “buen  salvaje”,  es  decir,  parte  de  una  visión  totalmente  opuesta  a  la  de  Hobbes  ya  que  aquí  el  hombre  es  bueno por naturaleza y el Estado no es sino la creación artificial que posibilita armonizar los intereses  individuales y mejorar la convivencia. En palabras del mismo Rousseau, los hombres deben “encontrar  una forma de asociación que defienda y proteja de toda fuerza común a la persona y a los bienes de  cada  asociado,  y  gracias  a  la  cual  cada  uno,  en  unión  de  todos  los  88 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

24 

ROUSSEAU, Jean Jacques, El contrato social, Ediciones Altaya, Barcelona, 1993, Capítulo VI, p.14.   25 Ibídem, p. 15 

demás,  solamente  se  obedezca  a  si  mismo  y  quede  tan  libre  como  antes.  Este  es  el  problema  fundamental que resuelve el contrato social”24   Como  puede  apreciarse,  la  concepción  antropológica  hace  variar  totalmente  dos  propuestas  aparentemente similares en sus términos pero que terminan siendo totalmente dispares en su lógica.   En el caso de Hobbes, el contrato social entre los hombres hace que éstos deleguen prácticamente  todos sus derechos a favor del soberano con poder absoluto como única alternativa a la subsistencia.  Por  su  parte,  en  el  caso  de  Rousseau,  en  la  misma  propuesta  contractualista  “cada  uno  de  nosotros  pone en común su persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general recibiendo  a cada miembro como parte indivisible del todo”25; es decir, el soberano deja de ser el “Leviatán” pues  el concepto de soberanía ahora se identifica con “la voluntad general”.   La concepción antropológica ha sido y será siempre determinante a la hora de sentar una postura  respecto a la relación Estado vs indiviudo. Así, quienes entiendan que resulta más conveniente para la  sociedad  vivir  en  un  Estado  fuerte,  donde  el  poder  público  pueda  actuar  sin  mayores  obstáculos,  estarán  más  dispuestos  a  consentir  extralimitaciones  en  el  ejercicio  del  poder  con  lo  cual,  poco  importará si el proceso se ajusta o no a los principios republicanos y democráticos.   Por su parte, los que consideren que el Estado debe ser controlado para evitar excesos de parte del  poder público, buscarán potenciar las garantías ciudadanas y para logar ese objetivo, se verán forzados  armonizar en todo momento el proceso, la República y la Democracia.   Otro ejemplo interesante e ilustrativo acerca de la importancia que tiene para la construcción de  un  modelo  de  Estado  la  concepción  antropológica  de  la  que  se  parta,  la  podemos  encontrar  en  los  papeles federales.   En  efecto,  toda  la  discusión  que  antecedió  a  la  Constitución  de  los  Estados  Unidos  y  que  quedó  patentada  en  la  obra  conocida  como  “El  Federalista”  estuvo  marcada  por  distintas  concepciones  respecto a la naturaleza del hombre y de la condición humana.   Como muestra de ello, nos permitimos transcribir un segmento atribuido a Madison quien, para  defender  y  justificar  la  importancia  de  la  unión  federal  de  los  Estados  decía  “La  falta  de  fijeza,  la  injusticia  y  la  confusión  a  que  abre  la  puerta  en  las  asambleas  públicas,  han  sido  realmente  las  enfermedades mortales que han 89 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI 26 

HAMILTON, A; MADISON, J; y JAY, J, El Federalista, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2006, p.p 36‐37. 

hecho perecer a todo gobierno popular; y hoy siguen siendo los tópicos predilectos y fecundos de  los  que  los  adversarios  de  la  libertad  obtienen  sus  más  plausibles  declamaciones.  (…)  Como  se  demuestra, las causas latentes de la división en facciones tienen su origen en la naturaleza del hombre.  (…)  Es  tan  fuerte  la  propensión  de  la  humanidad  a  caer  en  animadversiones  mutuas,  que  cuando  le  faltan  verdaderos  motivos,  los  más  frívolos  e  imaginarios  pretextos  han  bastado  para  encender  su  enemistad y suscitar los más violentos conflictos.”26   Por tanto, para analizar el rol del proceso y la función de los jueces en el sistema republicano de  gobierno, se debe establecer previamente cuál es la concepción antropológica de la que se parte pues  este dato posibilitará que advirtamos si aquel que evalúa el proceso judicial y propone algo al respecto,  respeta o no los postulados republicanos de gobierno.  

5. TERCERA CLAVE: DIMENSIONAR LA RELACION ESTADO ‐ INDIVIDUO  

En el marco del sistema republicano, democrático y constitucional de gobierno (en rigor en todo  sistema de gobierno) existe una relación permanente que impregna todos los campos de la vida social.  Ese  relacionamiento  está  dado  por  la  siempre  tensa  confrontación  entre  el  Estado,  con  toda  la  estructura de poder de su lado, y el individuo, quien para enfrentar esa estructura de poder cuenta con  determinadas herramientas constitucionales destinadas a limitar a la autoridad.   Para tratar de armonizar o al menos hacer menos tensa la compleja relación Estado – Individuo, el  sistema  republicano  otorga  primacía  a  los  textos  fundamentales  ya  que  son  las  Constituciones  Nacionales  las  que  establecen  las  reglas  de  convivencia  entre  los  ciudadanos  y  fijan  los  límites  a  la  autoridad.  Este  esquema,  que  no  siempre  resulta  fácil  de  comprender  para  quienes  dan  prioridad  al  ejercicio  del  poder,  es  explicado  de  manera  sencilla  y  con  mucha  lucidez  por  el  constitucionalista  argentino Jorge Alejandro Amaya quien sostiene cuanto sigue “Partamos del presupuesto que en toda  construcción científico constitucional palpita la eterna tensión entre el orden jurídico y el orden político.  Ello  es  así,  ya  que  por  definición,  el  derecho  constitucional  procura  encuadrar  jurídicamente  el  fenómeno  político  que  en  muchas  ocasiones  como  “res  dura”  que  es,  se  resiste  a  ser  encasillado.  El  meollo  de  la  cuestión  ‐  por  ende  ‐  se  circunscribe  a  la  confluencia  entre  Democracia  y  Constitución,  entendiendo a la democracia como la actividad 90 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

AMAYA, Jorge Alejandro, ¿Democracia vs. Constitución? Cuando los jueces vienen marchando, artículo publicado por Editorial La  Ley, Buenos Aires, en fecha 13 de febrero de 2008, consultado en http://www.jaamaya.com.ar/publicaciones/   28 Cfr. SUPERTI, Héctor, Derecho Procesal Penal – temas conflictivos, Juris, Rosario, 1998, p. 27.   29 Ibídem, p. 28.  27 

política  tendiente  al  autogobierno  social  y  a  la  Constitución  como  los  límites  que  la  propia  sociedad impone a su autogobierno”27   En  consecuencia,  cualquier  abordaje  a  algún  fenómeno  jurídico  –  político  como  en  este  caso  la  función del proceso y el rol de los jueces en el sistema democrático y republicano, debe tener en cuenta  que  uno  de  los  aspectos  principales  pasa  por  establecer  cuánto  están  dispuestos  a  sacrificar  los  ciudadanos  en  el  campo  de  los  derechos  individuales  para  potenciar  la  tarea  de  los  que  ejercen  el  poder28.  Resulta  prudente  no  perder  de  vista  la  advertencia  formulada  por  el  procesalista  rosarino  Héctor  Superti  cuando  nos  recuerda  que  “Es  importante  insistir  que  cuando  mayores  facultades  y  concentración se le conceden a los órganos públicos, menor va ser el marco de garantía que queda para  el individuo y viceversa”29   En lo que respecta al análisis de la trilogía proceso – República ‐ Democracia, las preguntas claves  en el abordaje de la relación Estado – Individuo y en la concepción antropológica de la que se parte son  las siguientes ¿qué costo quiere hacerle pagar al ciudadano el sistema republicano para posibilitar que  los jueces cumplan con su cometido? ¿el sistema, da prioridad al ciudadano o a la autoridad? ¿el sistema  quiere realmente que los jueces tengan super poderes? ¿el proceso sirve al poder o al ciudadano? ¿el  proceso  es  una  herramienta  al  servicio  de  la  pretensión  punitiva  del  Estado  o  por  el  contrario,  es  el  marco que limita el ejercicio del poder? ¿el proceso es un instituto que sirve para penar o simplemente  sirve para conocer si se debe penar o no?.   Precisamente,  para  responder  a  estas  y  otras  interrogantes,  el  derecho  procesal  cuenta  con  dos  corrientes o escuelas claramente enfrentadas pues las mismas parten de una concepción antropológica  distinta en la medida que una visión (publicista) prioriza los intereses del Estado por sobre el individuo  mientras que la otra (garantista) entiende que la dignidad y la libertad del individuo no pueden verse  avasalladas por la autoridad en ningún caso.   Analicemos brevemente cada una de ellas para determinar con posterioridad cuál de ellas resulta  compatible con la idea de República. 91 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

SUPERTI, Héctor, ob. cit., p. 32   Cfr. BIDART CAMPOS, Germán, Tratado Elemental de Derecho Constitucional Argentino, Ediar, Buenos Aires, 1989, t. 1, p.444.  La frase original dice textualmente “…el proceso penal no debe ser entendido como instrumento para penar, sino para  conocer si se debe penar o no”   32 Cfr. VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, Derecho Procesal Penal, Editorial Lerner, Córdoba, 1982, t. 1, p. 20 

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5.1 VISIÓN PUBLICISTA   En  el  vasto  universo  del  derecho  procesal,  los  que  adhieren  a  la  visión  publicista  generalmente  desarrollan sus ideas a partir de la posición de quien ejerce el poder, es decir, priorizan la visión ‐y con  ello los intereses‐ de la autoridad judicial. Por tal motivo, no resulta para nada forzado afirmar que los  publicistas conciben el derecho procesal desde el sistema inquisitivo de juzgamiento.   En  este  orden  de  ideas,  para  los  publicistas,  el  proceso  lejos  de  ser  una  garantía  para  los  ciudadanos, se erige en una herramienta estatal  “al servicio de indiscutibles y valiosos fines públicos,  como  pueden  ser  combatir  la  impunidad”30,  solo  que  para  lograr  sus  metas  prioriza  los  intereses  del  Estado por sobre los del individuo, muchas veces, a costa de abusos y excesos.   El razonamiento que emplean los publicistas es aplicado por ellos a todos los ámbitos de la vida  del  derecho  y  en  todos  los  campos  del  mismo.  Sin  embargo,  es  en  el  proceso  penal  donde  mejor  se  dimensiona la lógica sobre la cual estructuran su pensamiento dado que allí, en general, está en juego la  propia libertad de las personas.   Desde la visión publicista, la tensión Estado – individuo se resuelve claramente a favor de aquel;  tanto  es  así,  que  éste  se  halla  tan  postergado  que,  jugando  un  poco  con  la  célebre  frase  de  Bidart  Campos31, podemos decir que el proceso es entendido como instrumento para penar y no para conocer  si se debe penar o no.   Para  los  publicistas,  dentro  del  sistema  el  papel  del  Estado  termina  siendo  principalísimo  y  por  ende, reducen su concepción antropológica en un grado tal, que terminan cosificando al hombre. Como  bien dice el jurista Vélez Mariconde, en el proceso inquisitivo (o publicista) “el acusado deja de ser una  persona con derechos y se convierte en objeto de severa persecución, la tortura se justifica plenamente  como medio de radicar la confesión del inquirido. El proceso penal es un instrumento de castigo.”32   En  la  actualidad  y  a  nuestro  criterio,  quien  mejor  ha  sintetizado  los  rasgos  distintivos  de  esta  corriente  es  el  procesalista  Adolfo  Alvarado  Velloso  quien  sostiene  que  la  doctrina  Publicista  surge  a  partir de la actuación de “ciertos jueces decisionistas que resuelven los litigios que les son presentados  por los interesados 92 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Prólogo a la Revista Iberoamericana de Derecho Procesal Garantista, Egacal, Lima, 2006, p. 8   BINDER, Alberto, Introducción al Derecho Procesal Penal, Ad Hoc, Buenos Aires, 2005, p. 20   35 SUPERTI, Héctor, ob. cit., p. 32   36 VÉLEZ MARICONDE, Alfredo, ob. cit., t. 1, p. 20  33 

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a  base  exclusiva  de  sus  propios  sentimientos  o  simpatías  hacia  una  de  las  partes,  sin  sentirse  vinculados con el orden legal vigente”33.   5.2 VISIÓN GARANTISTA   La visión garantista está íntimamente ligada al método de debate acusatorio. Para el garantismo,  el papel que cumple el Estado es secundario pues todo el sistema mira al ciudadano y lo protege de los  potenciales excesos de quienes ejercen el poder. De este modo, la tensión Estado – individuo se  resuelve claramente a favor de éste. Como sentencia Binder “La perspectiva garantista es un programa  político de reducción de la violencia estatal…”34   El garantismo procesal está constituido por el conjunto de ideas que preconiza la vigencia  irrestricta de la Constitución por sobre la ley y ni que hablar por sobre la voluntad de los jueces. En ese  orden de cosas, se afirma que el sistema republicano no busca a jueces comprometidos con ideas como  la justicia y la verdad sino que se contenta modestamente con que los jueces se limiten a declarar la  certeza de las relaciones jurídicas conflictivas otorgando un adecuado derecho de defensa a todos los  interesados y resguardando la igualdad procesal con una clara imparcialidad funcional, todo ello,  siguiendo y respetando las reglas del proceso.   La visión garantista concibe al proceso como una garantía para los ciudadanos. En consecuencia,  el proceso no puede ser visto como un arma para combatir el delito pues “filosóficamente es imposible  que un instituto simultáneamente controle y sirva al poder (o lo controla o lo sirve)”35 . El hombre es el  centro y fin de todo el sistema motivo por el cual los jueces, ni siquiera cuando realizan el control de  constitucionalidad, pueden actuar de oficio pues como sostiene Vélez Mariconde “En el proceso  acusatorio el individuo ocupa un primer plano, el legislador piensa, ante todo, en la libertad y la  dignidad del hombre, en lo que después se llamaron sus derechos subjetivos …aquel (el Estado) tiene la  misión de resolver los conflictos que se producen ente estos (individuos), el juez actúa como un arbitro  que se mueve por impulso de las partes, lo mismo que ocurre en materia civil, no hay actividad anterior  a una acusación particular de damnificado o de cualquiera del pueblo.” 36 93 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. CARNELUTTI, Francesco, Cómo se hace un proceso, Juris, Rosario, 2005, p. 16. El célebre procesalista italiano remarca y  enfatiza nuestro punto de partida señalando de manera magistral que tanto es así que “…la libertad vale más que la vida,  como lo sabe quien por ella rehusa a la vida…”.   38 BINDER, Alberto, Introducción al Derecho Procesal Penal, Ad Hoc, Buenos Aires, 2005, p. 39   39 Cfr. AGAMBEN, Giorgio, Estado de Excepción, AH Editora, Buenos Aires, 2004, p. 63  37 

5.3 NUESTRA POSICIÓN   En el marco del sistema republicano y democrático, la libertad y la dignidad del hombre tienen una  clara  prioridad37.  Como  consecuencia  de  ello,  toda  actuación  de  parte  de  quien  ejerce  el  poder  en  el  ámbito  de  la  justicia  apartada  de  los  principios  que  cimientan  el  proceso,  resulta  reprochable  porque  posibilita caer en los abusos y excesos que las Constituciones republicanas quieren evitar.   Considerando que la propuesta que venimos trabajando pasa por establecer ciertas claves teóricas  que posibiliten Constitucionalizar el proceso, no podemos dejar de adherir a la visión garantista debido  a  que  desde  ella  se  construye  el  marco  adecuado  para  salvaguardar  al  individuo  de  los  excesos  del  poder público.   Compartimos  plenamente  la  idea  de  Binder  cuando  dice  que  “En  un  Estado  de  Derecho,  es  el  derecho  quien  limita  al poder  para  preservar  la  dignidad de  todas  las  personas.  Solo así  el  Estado de  Derecho llega a ser el orden de los hombres libres e igualmente dignos y se diferencia de las reglas que  ordenan las actividades de los esclavos. Las normas pueden ser así, tanto instrumento de dominación  como de liberación…”38.   El referido enunciado sintetiza lo que debe ser el proceso en el marco de la República así como el papel  que el sistema asigna a los jueces. Los que ejercen el poder público en un Estado de Derecho no deben  olvidar  la  prístina  advertencia  que  Dante  realizara  en  su  obra  De  Monarchia  cuando  decía  que  “todo  aquel que se propone alcanzar el fin del derecho, debe proceder con el derecho”39  

6. CUARTA CLAVE: CONOCER LA LÓGICA QUE INSPIRA A LOS SISTEMAS DE ENJUICIAMIENTO   A  lo  largo  de  la  historia,  la  humanidad  ha  sabido  diseñar  básicamente  dos  modelos  de  enjuiciamiento. Si bien de manera impropia, la doctrina procesal denomina a los dos grandes diseños  de enjuiciamiento como Principio Inquisitivo y 94 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, Los Sistemas procesales, publicado en la revista El Debido Proceso, Ediar, Buenos Aires,  2006, pp. 2‐90.   41  Cfr.  ALVARADO  VELLOSO,  Adolfo,  Introducción  al  Estudio  del  Derecho  Procesal,  Rubinzal  –  Culzoni,  Santa  Fe,  2000,  Tomo I, pp. 64 – 66.  40 

Principio  Acusatorio  respectivamente.  En  rigor  de  verdad  no  se  tratan  de  principios  sino  de  verdaderos sistemas40.   Ese  es  el  motivo  principal  por  el  cual  el  maestro  Alvarado  Velloso  prefiere  hablar  de  sistema  inquisitivo  y  sistema  acusatorio  para  hacer  referencia  a  los  dos  modelos  de  enjuiciamiento  surgidos  históricamente.   Repasemos  brevemente  la  lógica  sobre  la  que  se  edifica  cada  uno  de  los  sistemas  de  enjuiciamiento de suerte a determinar cuál de ellos resulta compatible con los postulados democráticos  y republicanos que sostienen el Estado de Derecho.   6.1 SISTEMA INQUISITIVO   Muy  a  grandes  rasgos,  puede  decirse  que  el  sistema  inquisitivo  se  gesta  hacia  el  año  1000  de  nuestra  era  fundamentalmente  para  hacer  frente  a  las  numerosas  herejías  que  negaban  el  dogma  católico y dinamitaban los cimientos de la institucionalidad de la Iglesia católica.   Para  enfrentar  las  herejías,  se  designaron  jueces  pesquisidores  o  inquisidores  facultados  a  actuar  de  oficio  persiguiendo  a  las  personas  sospechadas  de  alguna  herejía  (primero)  y  de  algún  delito  (después)41.   En  consecuencia,  el  método  de  enjuiciamiento  que  se  desarrolló  bajo  la  lógica  inquisitorial,  concebía  (en  rigor,  concibe)  al  proceso  como  una  herramienta  a  favor  de  la  pretensión  punitiva  del  Estado, con lo cual, el procesado no es sujeto sino objeto de la investigación.   Los  rasgos  característicos  del  sistema  son  resaltados  por  el  filósofo  francés  Michel  Foucault  de  forma tan gráfica como escalofriante cuando dice “escrita, secreta, sometida, para construir pruebas, a  reglas  rigurosas,  la  instrucción  penal  es  una  máquina  que  puede  producir  la  verdad  en  ausencia  del  acusado.  Y  por  ello  mismo,  aunque  en  derecho  estricto  no  tenía  necesidad,  este  procedimiento  va  a  tender necesariamente a la confesión (pues) la única manera de que este procedimiento pierda todo lo  que  lleva  en  sí  de  autoridad  unívoca,  y  se  convierta  en  una  victoria  efectivamente  obtenida  sobre  el  acusado y reconocida por él, el solo modo de que la verdad asuma todo su poder, es que el delincuente  tome a su 95 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

FOUCAULT, Michel, Vigilar y castigar – Nacimiento de la prisión, Siglo XXI, Buenos Aires, 2004, pp. 43‐44.   BECARRIA, Cesare, Tratado de los delitos y las penas, Juris, Rosario, 2006, p. 55.   44 Cfr. MONTERO AROCA, Juan, Ideología y Proceso Civil , artículo publicado en la Revista El Debido Proceso, Ediar, Buenos Aires,  2006, pp. 251‐312.   45  GARGARELLA,  Roberto,  Carta  abierta  sobre  la  intolerancia,  Siglo  XXI,  Buenos  Aires,  2006,  p.  18.  El  constitucionalista  argentino,  citando  a  Dworkin,  señala  que  “los  derechos  debían  ser  vistos  como  “cartas  de  triunfo”  frente  a  cualquier  reclamo  hecho  en  nombre  del  bien  común.  Y  añade,  parafraseando  a  Petracchi,  que  “en  la  Argentina  (en  rigor  en  cualquier  país  de  Latinoamérica agrego yo) la idea de bien común había funcionado habitualmente como caballo de Troya para  42  43 

cuenta su propio crimen, y firme por sí mismo lo que ha sido sabia y oscuramente construido por la  instrucción”42   A  esto  se  le  suma  el  hecho  de  que  el  sistema  inquisitivo  instauró  y  legitimó  el  tormento  como  forma  de  obtener  la  confesión  del  reo  y  confirmar  así  la  acusación.  En  palabras  de  Beccaria  “Una  crueldad, consagrada por el uso de la mayor parte de las naciones, es el tormento del reo mientras se  instruye el proceso, bien para obligarle a confesar el delito, bien por causa de las contradicciones en que  haya podido incurrir, o para descubrir los cómplices que pueda haber tenido, o por cierta metafísica e  incomprensible  purgación  de  infamia  o,  finalmente,  por  otros  delitos en  que  pudiera  haber  incurrido,  aun cuando no se le acusara de ellos”43   Si  bien  en  la  actualidad,  fundamentalmente  desde  la  caída  de  los  regímenes  totalitarios  que  azotaron  a  la  humanidad  durante  la  primera  mitad  del  siglo  XX,  los  avances  en  materia  de  derechos  humanos lograron erradicar la tortura y los suplicios del repertorio punitivo (oficial) del Estado, no se  puede obviar el hecho de que la lógica sobre la cual se estructura el sistema inquisitivo sigue siendo la  misma44, es decir, quien ejerce el poder público no encuentra límites para enmarcar su actuación pues  en el fondo, dentro de este esquema, el fin justifica los medios.   Esa es la razón principal por la cual el sistema de enjuiciamiento inquisitivo resulta enteramente  incompatible  con  la  idea  de  República  y  con  el  concepto  de  Democracia  tal  como  se  mostrará  más  adelante.  Sin  embargo,  decidimos  hacer  una  breve  referencia  al  mismo  pues  en  última  instancia,  el  modelo que justifica que en determinados casos el poder público avance sobre los ciudadanos, cuenta  con el respaldo de un sector amplio de la doctrina sin advertir que ello riñe con la lógica que sostiene el  modelo democrático y republicano.   Dimensionar  los  rasgos  que  distinguen  a  cada  uno  de  los  sistemas  de  enjuiciamientos  surgidos  históricamente  resulta  de  fundamental  importancia  para  dimensionar  la  conexión  existente  entre  proceso,  República  y  Democracia  pues  de  esa  forma,  se  puede  contar  con  mayores  insumos  para  combatir el amplio repertorio de justificaciones que, desde el sistema de enjuiciamiento inquisitivo, se  brinda para cercenar derechos individuales45  en nombre de entelequias difusas 96 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

canalizar impulsos autoritarios (…) porque era invocada con frecuencia para cercenar derechos individuales, a la luz de las  convicciones morales o personales de los agentes del gobierno de turno…”   46 Siguiendo las enseñanzas de los Maestros Briseño Sierra y Alvarado Velloso, concebimos al Proceso única y exclusivamente  como un método de debate pacífico y dialéctico, con rango constitucional, en virtud del cual dos personas, debatiendo en  perfecto pie de igualdad, ante un tercero imparcial, impartial e independiente, dirimen un conflicto intersubjetivo de  intereses cuya existencia es afirmada por el que ostenta la condición de actor y resistida por quien actúa como demandado.  Cfr. BRISEÑO SIERRA, Humberto, Derecho Procesal, 2º Edición, Industria editorial mexicana (Harla), México D.F., 1995; y  ALVARADO VELLOSO, Adolfo, ob. cit. p. 44.   47 Cfr. PLATÓN, Apología de Sócrates, Editorial Alba, Madrid, 2000, pp. 5‐49. La obra citada grafica en forma tan brillante como  dramática el carácter eminentemente dispositivo del debate que, con motivo de una controversia judicial, mantenían los  ciudadanos enfrentados ya en el Siglo V A.C..   48 Cfr. FOUCAULT, Michel, La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 2003, pp. 86‐89. 

como el “bien común”, el “interés general”, la “supremacía constitucional” o la “razón de Estado”.   6.2 SISTEMA ACUSATORIO O DISPOSITIVO   En términos históricos y más allá de las limitaciones referidas a la falta de datos rigurosos acerca  de la evolución jurídica, puede afirmarse que en un comienzo, las disputas de orden judicial se resolvían  en función a un esquema bastante similar al que hoy manejamos como debido proceso46, es decir, dos  personas  que  sometían  su  conflicto  a  la  resolución  de  un  tercero  cuya  autoridad  era  respetada  y  acatada.   Así se manejaron los conflictos entre ciudadanos47  hasta aproximadamente el Siglo XII de nuestra  era48,  época  en  la  que  el  paradigma  vigente  cambia  en  forma  radical  con  la  irrupción  del  sistema  inquisitivo.   De  cualquier  manera,  lo  que  interesa  remarcar  es  que  “un  proceso  se  enrola  en  el  sistema  dispositivo cuando las partes son dueñas absolutas del impulso procesal  (por tanto, ellas son quienes  deciden cuándo activar o paralizar la marcha del proceso), y son los que fijan los términos exactos del  litigio a resolver, las que aportan el material necesario para confirmar las afirmaciones, las que pueden  ponerle  fin  en  la  oportunidad  y  por  los  medios  que  deseen.  Tal  cual  se  ve,  priva  en  la  especie  una  filosofía  absolutamente  liberal  que  tiene  al  propio  particular  como  centro  y  destinatario  del  sistema.  Como natural consecuencia de ello, el juez actuante en el litigio carece de todo poder impulsorio, debe  aceptar  como  ciertos  los  hechos  admitidos  por  las  partes  así  como  conformarse  con  los  medios  de  confirmación  que  ellas  aportan  y  debe  resolver  ajustándose  estrictamente  a  lo  que  97 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

ALVARADO VELLOSO, Adolfo, ob. cit., p. 63.   Cfr. DAHL, Robert, La democracia – una guía para los ciudadanos, Taurus, Buenos Aires, 1999, p.24   51 Cfr. ALVARADO VELLOSO, Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional, Zeus, Rosario, 2003, p.12 

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es materia de controversia en función de lo que fue afirmado y negado en las etapas respectivas”49   Los rasgos característicos de ambos sistemas de enjuiciamiento que fueron puestos de manifiesto,  posibilita que afirmemos que un proceso respetuoso de la Constitución, la República y la Democracia,  debe  enrolarse  en  el  sistema  de  enjuiciamiento  acusatorio  pues  es  el  único  que  verdaderamente  prioriza  la  dignidad  y  la  libertad  del  ciudadano  sin  sacrificar  la  eficacia  del  Estado  que  simplemente,  debe prodigarse más y mejor en la tarea de llevar adelante su pretensión punitiva.  

7. QUINTA CLAVE: REPÚBLICA Y DEMOCRACIA   Definidos  los  aspectos  generales  y  el  marco  teórico  que  deben  ser  tenidos  en  cuenta  para  Constitucionalizar el proceso, llegó el momento de referirnos a dos conceptos claves que son los que a  la postre  definen  al  Estado  de  Derecho.  Las  bases  teóricas tendientes a  Constitucionalizar  el  proceso  deben considerar en un primerísimo plano a la República y a la Democracia.   El tratamiento de esos ejes temáticos posibilitará comprender acabadamente tanto la función del  proceso dentro del sistema como así también, cuáles son los límites a la actividad de juzgar. De esta  forma, será más fácil verificar si en el marco de una República, el discurso muchas veces demagógico de  “hacer  justicia”,  “buscar  la  verdad”  o  “mantener  el  orden  público”,  justifica  o  no  que  los  ciudadanos  consientan  la  desnaturalización  del  proceso  exponiéndose  a  actuaciones  potencialmente  peligrosas  para su libertad y la dignidad.   Antes  de  ingresar  al  desarrollo  de  los  ejes  temáticos  propuestos,  corresponde  una  última  precisión. La idea de explicar por separado los rasgos conceptuales que caracterizan a una República y a  una Democracia no es azarosa sino por el contrario, total y enteramente deliberada.   Si  bien  somos  plenamente  concientes  que  un  sector  tan  numeroso  como  prestigioso  de  la  Doctrina  política  entiende  a  ambos  términos  como  equivalentes50,  por  nuestra  parte  ‐siguiendo  las  enseñanzas  del  maestro  Alvarado  Velloso51  y  otros  como  él‐  entendemos  que  existen  sutiles  pero  importantes  diferencias  entre  ambos  vocablos  sin  que  ello  implique  que  se  excluyan,  más  bien  98 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

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DAHL, Robert, La democracia…, ob. cit., p. 19   53 Ibídem, pp. 21‐22 

todo lo contrario, pues en definitiva, se complementan estableciendo una simbiosis que posibilita  el funcionamiento del sistema.   7.1 REPÚBLICA   La  palabra  República  es  de  origen  y  raigambre  latina.  Está  formada  por  la  conjunción  de  dos  palabras  “res”,  que  en  latín  significa  asunto  o  cosa  y  “publicus”  que,  en  el  mismo  idioma,  significa  público. Es decir, la palabra República quiere decir cosa o asunto público.   El  politólogo  Robert  Dahl  nos  informa  que  “aproximadamente  en  el  mismo  período  en  el  que  el  gobierno  popular  fuera  introducido  en  Grecia  (507  a.C),  hizo  también  su  aparición  en  la  península  italiana,  en  la  ciudad  de  Roma.  Los  romanos  sin  embargo,  decidieron  designar  a  su  sistema  con  el  nombre de república”52   No podemos profundizar lo relativo al desarrollo, evolución, saltos y retrocesos que tuvo a lo largo  de  la  historia  el  modelo  republicano  pues  hacerlo  desbordaría  los  límites  que  nos  hemos  fijado.  Vale  recordar  que  la  propuesta  simplemente  apunta  a  esbozar  algunas  claves  que  posibiliten  relacionar  el  proceso con la República y la Democracia en la inteligencia que ese es el camino para ajustar el método  de enjuiciamiento a los mandatos de la Constitución.   De cualquier manera, no resulta desacertado señalar que luego de varios siglos de permanecer en  el olvido, la idea de establecer un modelo republicano de gobierno volvió a cobrar protagonismo en el  Renacimiento. Robert Dahl explica este fenómeno de manera brillante cuando dice “Como una especie  extinta que resurge después de un cambio climático masivo, el gobierno popular comenzó a reaparecer  en  muchas  ciudades  del  norte  de  Italia  en  torno  al  1100  d.C.  Una  vez  más,  el  gobierno  popular  se  desarrolló en ciudades – Estado relativamente pequeñas, no en grandes regiones o países. Siguiendo  una pauta ya familiar en Roma y que luego se repetiría durante la aparición de los modernos sistemas  de gobierno representativo, la participación en los cuerpos gubernamentales de las ciudades – Estado  se  restringió  en  principio  a  los  miembros  de  las  familias  de  las  clases  altas;  nobles,  grandes  terratenientes  y  similares.  Pero  a  su  debido  tiempo,  residentes  urbanos  de  menor  nivel  socio  –  económico comenzaron a reclamar el derecho a participar. Grupos de los que hoy llamaríamos clases  medias (…) no solo eran más numerosos que los de las clases altas dominantes, sino también capaces  de organizarse a sí mismos…”53 99 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

CALVINHO, Gustavo, El sistema procesal de la democracia, San Marcos, Lima, 2008, p. 39   ALVARADO VELLOSO, Adolfo, El debido proceso de la garantía constitucional, Zeus, Rosario, 2003, p. 12   56  Cfr.  HAMILTON,  A;  MADISON  J;  y  JAY,  J,  El  Federalista,  Nº  10,  Fondo  de  Cultura  Económica,  México  D.F.,  2006,  pp.  35‐41. En este tramo de la obra citada, Madison aboga por una estructura republicana como mejor alternativa para organizar el  gobierno  de  la  unión  remarcando  la  importancia  de  controlar  las  tendencias  facciosas  que  desde  el  poder  muchas  veces  pretenden imponer su exclusiva voluntad al margen de las reglas del sistema. 

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Cierto  es  que  hacia  el  siglo  XIV  de  nuestra  era  el  gobierno  republicano  volvió  a  ceder  ante  los  enemigos de la libertad, pero de cualquier manera, lo que interesa resaltar para los fines de este trabajo  es que a partir del siglo XVIII, con el nacimiento de la Constitución americana y el ímpetu inyectado por  la Revolución francesa, el modelo republicano se institucionalizó sobre la base de la estricta división de  poderes, de la participación ciudadana y del control y límites al ejercicio del poder público en todas sus  esferas entre las que se cuenta el poder judicial y dentro de éste la actividad de los jueces.   En  este  sentido,  el  procesalista  argentino  Gustavo  Calvinho  refiere  “Ya  importantes  pensadores  del  siglo  XVII  difundieron  al  republicanismo  como  una  teoría  de  tinte  progresista  que  serviría  como  antídoto  a  la  concentración  autocrática  del  poder,  a  la  vez  que  busca  la  conformación  de  una  comunidad  política  sostenida  por  la  igualdad  y  la  libertad.  El  mantenimiento  institucional  parte  del  respeto a la ley, gestándose de este modo la idea moderna del Estado de Derecho.”54   Esos son los aspectos que necesariamente deben ser tomados en cuenta pues, como nos advierte  el Maestro Alvarado Velloso cuando denuncia las numerosas extralimitaciones en la que, con cada vez  mayor  frecuencia,  incurren  los  jueces,  “…lo  importante  es  reparar  en  la  moderna  idea  de  república,  donde existe intercontrol de poderes y se encuentra tan olvidada en este rincón del continente…”55.   Tan importante resulta para el sistema mantener controlado al poder público en todas sus esferas,  que  ya  los  padres  del  constitucionalismo  norteamericano  dedicaron  mucha  tinta,  mucha  saliva  y  en  algún  caso  mucha  sangre,  a  debatir  en  torno  al  modelo  de  Estado  ideal.  No  sin  dificultad,  los  federalistas  lograron  aprobar  un  sistema  republicano56  que  sin  duda  protege  al  ciudadano  en  su  individualidad  al  tiempo  que  regula  y  limita  en  forma  clara  el  poder  que  el  sistema  confiere  a  determinados funcionarios, v.g., los jueces.   Dicha  protección  es  sumamente  importante  para  un  Estado  de  Derecho,  porque  gracias  a  la  misma los ciudadanos quedan a resguardo tanto de la llamada tiranía de las mayorías como así también  de todo aquel que cumple el rol de autoridad o ejerce el poder sea en el ejecutivo, en el legislativo o en  el judicial. De 100 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL 57  Si bien Maquiavelo en su obra “El príncipe” (1513) no desarrolló un tratado acerca de teoría del Estado sino más bien del  poder, puede decirse que fue a partir de él que la concepción respecto a la legitimidad del poder público da un vuelco importante  en la historia. Thomas Hobbes, en su “Leviatán” (1651), obra que a pesar de ser cuestionable si consideramos que el autor justifica  el  modelo  de  Estado  absoluto,  tuvo  el  gran  mérito  de  “bajar  el  poder  del  mundo  divino  y  ubicarlo  en  el  mundo  terrenal”.  Sin  embargo,  quien  verdaderamente  sentó  las  bases  para  el  moderno  Estado  republicano,  democrático  y  constitucional  fue  John  Locke  quien  escribió  varios  Tratados  acerca  del  gobierno  civil  donde  defiende  la  idea  del  pacto  entre  los  ciudadanos.  Muy  especialmente,  en  el  “Segundo  Tratado…”  (1689)  es  que  concibe  la  moderna  idea  de  democracia,  división  de  poderes  y  Constitución. Allí también se empieza a hablar por primera vez de los derechos humanos y lo más importante ‐al menos para los  fines  de  esta  investigación‐  se  propone  una  clara  división  de  poderes  que  terminó  complementándose  con  el  gran  trabajo  desarrollado  por  Montesquieu  en  “El  espíritu  de  las  leyes”  (1748).  Así,  Locke,  por  derecho  propio  y  parafraseando  a  Christiane  Zschirnt  “es  el  padre  intelectual  de  la  primera  democracia  implantada  en  el  mundo:  la  de  los  Estados  Unidos  de  América.  La  proclamación de los derechos democráticos básicos alude a Locke, quien expresó que todos los hombres tienen derecho a la vida,  a la libertad y a la propiedad”. Cfr. ZSCHIRNT, Christiane, Libros – todo lo que hay que leer, Taurus, Buenos Aires, 2004, p. 84. 

esta  manera,  por  fin  el  sistema  republicano  pudo  institucionalizar  el  poder  y  encorsetarlo  a  estrictos parámetros cuya inobservancia posibilita que cada individuo haga valer sus garantías frente a  los excesos.   La lógica que sirve de motor al modelo republicano, esto  es, otorgar mecanismos de protección  individual a los ciudadanos frente a los potenciales y eventuales abusos del poder público en todas sus  formas  (legislativo,  ejecutivo  y  judicial)  ya había sido  anticipada por  los  padres  del  Estado  moderno57 

‐quienes  a  no  dudarlo‐  fueron  también  los  precursores  del  movimiento  que  culminó  con  el  constitucionalismo democrático y republicano.   Cierto es que en sus orígenes, estos mecanismos limitantes del poder político se centraron más en  el ejecutivo y el legislativo que en el poder judicial, el cual, en términos históricos, fue evolucionando  recién  a  partir  de  ese  momento  como  poder  independiente  y  a  partir de  allí  concebido  como  órgano  contralor de los demás poderes (intercontrol) y protector de los derechos y garantías individuales. Sin  embargo, no es menos cierto que desde entonces, la teoría constitucional comenzó a insistir sobre la  importancia  de  recortar  y  limitar  los  poderes  a  las  personas  que  administran  el  poder,  sea  desde  el  ejecutivo, sea desde el legislativo, sea desde el judicial.   Precisamente,  la  idea  que  preside  nuestra  propuesta  busca  poner  el  acento  con  respecto  a  éste  último,  dado  que,  si  proceso  y  República  son  trabajados  “por  cuerda  separada”,  se  facilita  el  desbordamiento de límites por parte de la autoridad quien de esta forma, no solo deja de observar las  reglas constitucionales que estructuran el debido proceso, sino lo que es más grave aún, pone en riesgo  la libertad, la dignidad, la individualidad, la igualdad de oportunidades y la soberanía de los ciudadanos  que, en una República, tienen en sus manos autogestionar sus derechos. 101 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

MONTESQUIEU, El espíritu de las leyes, Ediciones Orbis, Barcelona, Libro II, Capítulo II “Del gobierno republicano y de las leyes  relativas a la democracia”, 1984, p.37   59 SARTORI, Giovanni, ¿Qué es la democracia?, Taurus, Buenos Aires, 2003, p. 21. El prestigioso politólogo señala que “…el  problema de definir la democracia es mucho más complejo (pues) entre la palabra y su referencia, entre el nombre y la cosa,  el paso es largísimo”   60 DAHL, Robert, La democracia – una guía para los ciudadanos, Taurus, Buenos Aires, 1999, p. 9.  58 

El  propio  Montesquieu  lo  entendió  así  y  por  eso  sostuvo  que  “El  pueblo  que  detenta  el  poder  soberano debe hacer por sí mismo todo aquello que pueda hacer bien; lo que no pueda hacer bien lo  hará por medio de sus ministros”58.   La sentencia extraída del “Espíritu de las leyes” se ajusta de manera perfecta a todo lo atinente al  rol de los jueces en el marco republicano puesto que las propias Constituciones, al estructurar las reglas  que distinguen el debido proceso, lo que hacen en el fondo es establecer una guía, trazar el camino para  que sean los ciudadanos interesados (no la autoridad) los que “por sí mismos” ‐diría Montesquieu‐ y en  base  a  sus  intereses,  ejerciten  sus  derechos.  Consecuentemente,  los  jueces  no  tienen  por  qué  extralimitarse  en  sus  funciones  siendo  que  desde  la  propia  norma  fundamental  se  garantiza  al  ciudadano  la  posibilidad  de  obtener  resultados  sin  necesidad  de  que  se  tengan  que  sacrificar  las  garantías que operan como límites al ejercicio del poder público.   7.2 DEMOCRACIA   Atendiendo a que la propuesta pasa por aportar ciertas claves que posibiliten Constitucionalizar el  proceso  en  la  seguridad  que  de  ese  modo  el  ciudadano  queda  a  resguardo  de  potenciales  abusos  de  parte  de  los  que  ejercen  el  poder  público,  sobre  todo  los  jueces,  resulta  de  fundamental  importancia  esbozar algunos lineamientos que nos permitan, graficar primero y comprender después, qué debemos  entender cuando hablamos de democracia.   Paradójicamente,  la  tarea  de  caracterizar  a  la  democracia  se  presenta  harto  compleja59  pues,  como nos lo recuerda Dahl “Irónicamente, el mismo hecho de que la democracia posea una historia tan  dilatada, ha contribuido a la confusión y al desacuerdo, pues “democracia” ha significado muchas cosas  distintas para gente diferente en diversas épocas y lugare   Tanto  es  así,  que  a  pesar  de  que  criticamos  con  firmeza  los  excesos  que  cometen  a  diario  los  juzgadores, no podemos dejar de reconocer que por diversas razones (igualmente atendibles pero no  por  ello  constitucionales),  muchos  de  los  jueces  que  violentan  los  principios  del  proceso  con  ciertas  actuaciones,  en  rigor  de  verdad  ni  siquiera  advierten  el  quiebre  sistémico  que  ello  representa  para  el  Estado 102 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

SARTORI, Giovanni, ob. cit., p. 30.   62  AMAYA,  Jorge  Alejandro,  De  mayorías  y  minorías  en  la  democracia,  artículo  publicado  por  la  Asociación  Argentina  de  Derecho Constitucional, Año XXI, Nº 197, julio/diciembre de 2006. 

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de  Derecho  e  inclusive,  algunos  de  ellos  actúan  en  nombre  de  la  democracia  y  hasta  están  convencidos que le hacen un gran favor a ésta.   Señala  Sartori  que  “Definir  la  democracia no  es nada simple  ni  fácil. Democracia  es  una palabra  que se usa en largos discursos. Al desarrollar los planteamientos, debemos cuidarnos de toda clase de  trampas.  La  insidia  de  fondo  y  siempre  recurrente  es  el  simplismo  y  por  ello  (en  frase  de  Lenin)  “la  enfermedad  mortal  del  infantilismo”.  Es  cierto  que  se  debe  hacer  fácil,  en  lo  posible,  la  idea  de  democracia, ya que la ciudad democrática exige, más que cualquier otra, que sus propios principios y  mecanismos sean generalmente entendidos. Pero de mucha simplificación también se puede morir. El  único modo de resolver los problemas es conociéndolos, sabiendo que existen”61   Los aportes teóricos y la visión profunda del constitucionalista argentino Jorge Alejandro Amaya  pueden ayudarnos en la tarea de superar la paradoja remarcada por Dahl y la dificultad expuesta por  Sartori  para  no  reducir  el  vocablo  y  por  el  contrario,  establecer  con  claridad  los  rasgos  que  mejor  caracterizan a una democracia.   En este sentido, Amaya nos enseña que “La  teoría se ha interrogado desde siempre sobre ¿que es la  democracia?,  coincidiendo  ‐como  anticipamos‐  que  es  un  concepto  complejo  y  multívoco.  Es  que  la  democracia  posee  distintas  aristas,  las  cuales  podemos  simplificar  en  la  extensión  de  sus  aspectos  material  y  formal.  La  democracia  en  su  sentido  material  es  sin  duda  un  sistema  político  que  intenta  hacer efectivas la igualdad y la libertad. El origen etimológico de la palabra democracia (demos: pueblo,  kratos:  poder)  expresa  completamente  su  significado.  La  democracia  es  el  poder  del  pueblo,  es  decir  aquella forma de gobernar en la cual es el pueblo quien gobierna. Pero desde la antigüedad, también  significa algo más, es el régimen de la libertad y de la igualdad de derechos entre los ciudadanos. Como  bien señala Véronique Fabré‐Alibert “no estamos ante una sociedad auténticamente democrática mas  que  cuando  las  libertades  fundamentales  son  efectivamente  garantizadas.  La  democracia  no  es  solamente una manera de ser de las instituciones sino algo mas, ya que puede ser una exigencia moral”.  Además  de  su  aspecto  material  o  sustancial,  la  democracia  también  posee  un  aspecto  formal:  es  un  conjunto de procedimientos de decisión. No podemos reducir la democracia a los procedimientos, pero  tampoco  olvidar  que  necesita  y  exige  de  técnicas  de  decisión,  de  procedimientos  y  de  instituciones  concretas.”62   Adherimos plenamente a la caracterización formulada por Amaya, quien, en resumidas cuentas,  nos dice que debemos entender a la democracia desde dos 103 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Cfr. HAMILTON, A; MADISON J; y JAY, J, El federalista, Nº X, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2006, p. 39   SARTORI, Giovanni, ¿Qué es la democracia?, Taurus, Buenos Aires, 2003, p. 39. El lúcido pensador señala “Quiero decir que  aquel pueblo está legitimado para mandar conforme a la regla mayoritaria, en tanto ejerza su poder “dentro de los límites  determinados” en cuanto entren en juego elementos del todo extraños a la voluntad popular”.   65  Cfr. GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo, La Democracia y el lugar de la ley, Discurso pronunciado en fecha 26 de setiembre  de 2001, consultado en http://campus.academiadederecho.org/news 

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perspectivas;  por  un  lado,  como  un  conjunto  de  procedimientos  tendiente  a  regular  la  toma  de  decisiones entre  los  ciudadanos  (democracia  formal,  procesal  o  jurídica);  y  por  otra  parte ‐acaso más  importante‐ también como un sistema político que se muestra capaz de hacer efectivas la igualdad, la  libertad y la dignidad de las personas (democracia sustancial o material).   De ese modo, no solo se logra zanjar la disyuntiva excluyente que introdujera Madison63  cuando  priorizaba  el  concepto  de  República  por  sobre  el  de  democracia  pura,  sino  que  además,  se  enfatizan  aspectos  relacionados  con  la  autonomía  de  los  ciudadanos,  con  el  respeto  a  las  garantías  constitucionales,  con  el  Estado  de  derecho  y  con  los  límites  necesarios  que  deben  contener  al  poder  público64.   Para  comprender  el  rol  del  proceso  como  de  los  jueces  en  el  Estado  de  Derecho,  deviene  imprescindible entender a la democracia de la manera descrita por Jorge Alejandro Amaya pues solo de  ese modo se podrá manejar la estrecha conexión que existe entre la Democracia y la ley65 o mejor, entre  la Democracia, la Constitución y el proceso.   A  partir  de  dicha  conexión,  resultará  obvio  que,  cuando  los  jueces  se  apartan  de  las  reglas  que  desde  la  Constitución  Nacional  estructuran  el  debate  judicial,  no  hacen  más  que  pasar  por  sobre  los  principios republicanos que regulan el debido proceso generando con ello un daño tremendo al Estado  de Derecho.   Si bien se analiza, la democracia republicana se muestra también como un sistema de límites a los  diversos  poderes  del  Estado.  Dichos  límites  quedan  claramente  definidos  en  las  Constituciones  Nacionales  en  donde  a  los  jueces,  en  rigor,  a  todo  el  poder  judicial,  se  les  impone  el  deber  de  mantenerse imparciales con respecto a las partes de un juicio.   Para  garantizar  la  imparcialidad  querida  por  el  constituyente,  se  estructura  todo  un  sistema  de  debate que, entre otras cosas, prevé que el impulso procesal es potestad exclusiva de los ciudadanos  que someten su conflicto de intereses ante el Órgano jurisdiccional. Consecuentemente, si los jueces y  magistrados no observan el deber de imparcialidad al que se hallan sometidos, no hacen otra cosa más  que “invertir la fórmula de privilegio que John Rawls mostró en su Teoría de la Justicia, 104 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

ALVARADO VELLOSO, Adolfo, El Debido proceso de la garantía constitucional, Zeus, Rosario, 2003, p. 12   Cfr. SUPERTI, Héctor, Derecho Procesal Penal – Temas conflictivos, Juris, Rosario, 2000, p. 58.   68  Cfr.  GRANILLO  FERNÁNDEZ,  Héctor,  El  juicio  por  jurados  en  materia  civil  –  Un  mandato  todavía  incumplido  en  Latinoamérica, Ponencia presentada en el XX Encuentro Panamericano de Derecho Procesal celebrado en la ciudad de Santiago  de Chile en el mes de setiembre de 2007. Consultado en: http://www.institutoderechoprocesal.org/index.cgi 

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al preguntarse acerca de qué debe prevalecer en una sociedad bien ordenada: si la búsqueda de lo  bueno (lo good) o la del derecho (lo right)”66   Si  se  pretende  introducir  claves  teóricas  que  coadyuven  en  la  tarea  de  Constitucionalizar  el  proceso no se puede dejar de lado al régimen democrático. Esto es así, por cuanto que dentro de éste  todo el sistema gira en torno al ciudadano, es decir, es el ciudadano (y no las autoridades que ejercen el  poder) quien ocupa un lugar prioritario en el esquema. Esa es la razón de ser de la cantidad de garantías  y límites contemplados en los ordenamientos fundamentales de los Estados democráticos. Garantías y  límites que justamente son avasallados por los jueces cuando se apartan de las reglas que estructuran el  proceso.   El  afán  de  protagonismo  de  los  magistrados  que  sobrepasan  los  límites  del  debido  proceso  so  pretexto  de  proteger  el  orden  público  riñe  con  toda  la  estructura  y  la  lógica  que  sostienen  a  una  Democracia  seria  en  la  cual,  los  que  ejercen  el  poder  público  deben  respetar  en  todo  momento  la  divinidad  y  la  libertad  de  los  ciudadanos  aunque  ello  implique  soportar  eventualmente  una  cuota  de  impunidad67.   De  ahí  la  importancia  de  concebir  a  la  democracia  como  un  régimen  que  apunta  y  protege  al  ciudadano  y  no  como  un  esquema  que  posibilita  que  los  que  ejercen  el  poder  puedan  aplicar  su  voluntad  por  encima  de  las  normas  legales  y  constitucionales  vigentes  so  pretexto  de  contar  con  la  mayoría.  

8. SEXTA CLAVE: CONTROL Y LÍMITES AL EJERCICIO DEL PODER PÚBLICO   La  premisa  fundamental  sobre  la  cual  se  estructura  un  régimen  democrático  y  republicano  de  gobierno reposa en el ideal que “el pueblo debe estar representado en los tres poderes del Estado”68.   En  el  ámbito  que  atañe  al  Poder  Judicial,  la  representación  popular  alcanza  su  punto  máximo  cuando  las  Constituciones  contemplan  la  institución  del  juicio  por  jurados.  Atendiendo  a  que  los  miembros  del  poder  judicial  carecen  de  legitimidad  popular  de  origen  puesto  que  los  jueces  no  son  electos por los ciudadanos, el 105 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

Así lo establece en forma expresa, por ejemplo, la Constitución del Paraguay en su art. 3.   70  Cfr. VALADÉS, Diego, El control del poder, UNAM – EDIAR, Buenos Aires, 2005, p. 206. En el pasaje citado de la obra, el  autor referido señala de manera lúcida que “con los límites al poder en realidad se trata de preservar una de las características de  la soberanía: sólo el pueblo puede ejercer la plenitud de las funciones del poder”.  69 

sistema político republicano contempló la figura del jurado como garantía para los justiciables ya  que de este modo, las decisiones en materia judicial también son tomadas por el “soberano” y no por  una sola persona con perfil técnico, disminuyéndose de este modo el margen de eventual arbitrariedad  y de posible abuso que se genera cuando las decisiones son tomadas únicamente por quien  ejerce el  poder.   Sin embargo, la institución del juicio por jurados no es la única exigencia del sistema republicano  para consolidar un Poder Judicial coherente con los valores y principios democráticos. En efecto, desde  sus orígenes, el modelo republicano se caracterizó por establecer un marco de garantías y límites para  que el ciudadano pueda efectivamente controlar la actuación de quienes ejercen el poder en cualquiera  de sus facetas sin temor a represalias.   En consecuencia, la falta de previsión constitucional de la institución del jurado, no implica que los  jueces  tengan  carta  blanca  para  decidir  al  margen  de  las  reglas  que  articulan  el  método  de  enjuiciamiento  vigente  en  una  República  pues  existen  muchas  otras  previsiones  constitucionales  que  apuntan a contener y limitar los poderes del juzgador.   Cierto es que el sistema republicano se estructura sobre la base que el gobierno es ejercido por los  poderes legislativo, ejecutivo y judicial en un marco de separación, equilibrio, coordinación y recíproco  control69.  Cuando  se  intenta  caracterizar  a  una  República,  esa  es  la  idea  más  difundida,  es  decir,  se  recurre siempre al “recíproco control” entre los poderes del Estado. Sin embargo, un soporte no menos  importante  de  todo  el  sistema  está  dado  por  el  control  que  realizan  los  propios  ciudadanos  hacia  el  ejercicio  del  poder  o  más  específicamente,  hacia  quienes  ejercen  el  poder  en  cualquiera  de  sus  manifestaciones70.   Lo  llamativo  del  caso  es  que  en  general,  el  control  ciudadano  hacia  el  ejercicio  del  poder  es  trabajado únicamente en función al poder político, ergo, hacia el poder ejecutivo y el poder legislativo.  Sin embargo, el sistema republicano establece también claros mecanismos de control que tienen por  objeto limitar la actuación de los miembros del poder judicial.   El derecho o si se quiere la obligación de los ciudadanos de controlar a los tres poderes del Estado  es  inherente  al  sistema  republicano  y  democrático  de  106 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

Cfr.  O´DONNELL,  Guillermo,  Accountability  horizontal:  la  institucionalización  legal  de  la  desconfianza  política.  Revista  de  reflexión y análisis político, Nº 7. Buenos Aires, 2001, p. 50   72 Si bien las previsiones constitucionales son contingentes y pueden variar de un Estado a otro, las principales instituciones que  apuntan al control del poder son: Elecciones periódicas, Contraloría General, Ministerio Público, Defensor del Pueblo, Jurado  de Enjuiciamiento de Magistrados, Interpelaciones, Audiencias Públicas, Tribunal de Cuentas, etc.   73 HAMILTON, A.; MADISON, J. y JAY. J., El Federalista, Fondo de Cultura Económica, México D.F., segunda edición, segunda  reimpresión, 2006, p. 210.   74  AMAYA, Jorge Alejandro, Mayorías y Minorías en la democracia, Diario La Nación de Argentina, publicado en fecha 15 de  julio de 2007.  71 

gobierno71.  Varios  son  en  este  sentido  los  mecanismos  constitucionales  previstos  para  que  los  ciudadanos  puedan  efectivamente  exigir  la  rendición  de  cuentas  y  limitar  el  ejercicio  del  poder  a  las  autoridades72.   Toda República, todo Estado de Derecho, todo régimen constitucional respetuoso de las garantías  de los ciudadanos, articula un entramado complejo de derechos y obligaciones, deberes y facultades,  límites  y  potestades  que  tienen  como  objetivo  armonizar  la  siempre  tirante  relación  que  se  genera  cuando se enfrentan la eficacia del ejercicio del poder por un lado y el respeto a la dignidad y libertad de  las personas por otro. La ingeniería republicana toma muy en cuenta la lógica del poder pues como lo  anticipó James Madison en su momento “no puede negarse que el poder tiende a extenderse y que se le  debe refrenar eficazmente para que no pase de los límites que se le asignen”73.   En cuanto a control y límites a la autoridad, con respecto a quienes ejercen efectivamente el poder  en  el  ámbito  judicial,  las  Constituciones  que  edifican  una  República  son  más  exigentes  aún  pues  los  mecanismos de control no se agotan en las instituciones extra poder diseñadas para el efecto sino que  incluso van más allá al posibilitar que cada ciudadano, en forma personal e individual, pueda limitar, en  cada caso concreto, el ejercicio del poder de los jueces.   Los  principios  y  garantías  constitucionales,  el  llamado  debido  proceso  judicial,  el  deber  de  imparcialidad  del  juzgador,  el  régimen  dispositivo  o  acusatorio  de  debate,  etc.,  son  solo  parte  de  la  importante cantidad de previsiones vigentes en un Estado de Derecho y que apuntan a mantener a los  jueces dentro del marco legal para de ese modo evitar abusos o excesos que son propios de los Estados  autoritarios.  Dicho  de  otra  y  parafraseando  al  Constitucionalista  argentino  Jorge  Alejandro  Amaya  “Esto  implica  que  la  Democracia  Constitucional  conlleva  un  conjunto  de  derechos  y  libertades  fundamentales,  que  actúan  como  corazas  protectoras  de  la  individualidad  contra  la  amenaza  mayoritaria74” y ‐agregamos nosotros‐ también contra la amenaza de quienes ejercen el poder.   En este contexto, corresponde destacar que para que el proceso sea verdaderamente democrático  y  republicano,  no  puede  ser  concebido  como  una  herramienta  a  favor  de  la  pretensión  punitiva  del  Estado sino como un método de 107 EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

75 

ALVARDO VELLOSO, Adolfo, Introducción al estudio del derecho procesal, Rubinzal – Culzoni, Santa fe, 2000, Tomo I, p. 44.   FERRAJOLI, Luigi, El garantismo y la filosofía del derecho, Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2000, p. 132.   77 Ibídem, p.133 

76 

debate pacífico y dialéctico, a través del cual, dos personas, actuando en perfecto pie de igualdad,  dirimen  sus  conflictos  intersubjetivos  de  intereses  en  base  a  ciertas  reglas  claras  preestablecidas  constitucionalmente y lo hacen, ante un tercero que actúa como autoridad y por ende se debe mostrar  imparcial, impartial e independiente75.  

9. EPÍLOGO PERO NO FINAL   Sobre la base de las diversas claves teóricas que han sido expuestas y que consideramos deben ser  tenidas en cuenta para lograr armonía y coherencia entre el proceso y la Constitución o lo que es igual,  entre el proceso, la República y la Democracia, podemos afirmar que todo aquel que consienta que los  jueces  se  aparten  del  deber  de  imparcialidad  y  de  las  reglas  que  estructuran  el  diseño  de  enjuiciamiento,  lo  que  hacen  es  violentar  el  sistema  democrático  y  republicano  de  gobierno  al  posibilitar  que  se  avasallen  las  garantías  que  mantienen  a  los  ciudadanos  a  resguardo  de  potenciales  abusos de poder.   Al hablar de garantías nos referimos a lo que el jus filósofo italiano Luigi Ferrajoli denomina “garantías  primarias”,  que  son  ‐según  el  autor  de  referencia‐  “los  límites  y  vínculos  normativos  ‐o  sea,  las  prohibiciones y obligaciones, formales y sustanciales‐ impuestos, en tutela de derechos, al ejercicio de  cualquier poder”76.   Ponemos  el  acento  en  las  llamadas  garantías  primarias  pues,  en  el  marco  de  un  sistema  democrático y republicano de gobierno, el poder judicial funda su legitimación sobre la base del respeto  a las mismas77.   Consecuentemente, cualquier exceso en detrimento de las garantías primarias rompe el esquema  democrático  y  automáticamente  hace  que  los  que  ejercen  el  poder  pierdan  la  legitimidad  que  les  posibilitó ocupar el espacio desde el cual despliegan ese poder. Eso es exactamente lo que ocurre con  los jueces y magistrados que, deciden cumplir con su rol sin sentirse vinculados a los límites previstos en  el Estado de Derecho.   Destacamos  una  vez  más  la  importancia  que  tiene  para  los  ciudadanos  que  los  que  ejercen  el  poder público en cualquiera de sus esferas, respeten en forma irrestricta determinados conceptos como  democracia,  república,  Constitución,  Estado  de  Derecho,  debido  proceso,  etc.,  pues  solo  a  partir  de  ellos se puede proyectar realmente un modelo que ubique al hombre como centro y fin, a través 108 ESCUELA DE ALTOS ESTUDIOS JURÍDICOS EGACAL

78 

CALVINHO, Gustavo, El sistema procesal de la democracia, San Marcos, Lima, 2008, p. 37.   79 ROSATTI, Horacio, El origen del Estado, Rubinzal – Culzoni, Santa fe, 2002, p. 35. 

del  cual  se  organice  y  se  proteja  de  modo  adecuado  los  derechos  y  las  garantías  de  los  ciudadanos78.   Consecuentemente, para que el proceso sea realmente coherente con los valores democráticos y  republicanos  consagrados  en  toda  Constitución  que  rija  un  verdadero  Estado  de  Derecho,  deben  cumplirse  fundamentalmente  dos  condiciones:  1)  que  las  reglas  constitucionales  que  articulan  el  método  de  debate  que  el  Estado  pone  a  disposición  de  los  ciudadanos  para  que  estos  diriman  sus  conflictos  de  intereses  como  compensación  de  la  confiscación  del  uso  de  la  fuerza,  garanticen  verdaderamente la independencia y la imparcialidad de los juzgadores; y, 2) que los encargados finales  de resolver los litigios, ergo, los jueces y magistrados judiciales, respeten sin reservas y sin excepciones  posibles las normas constitucionales que regulan el proceso y que garantizan al ciudadano la posibilidad  de controlar y limitar el ejercicio del poder.   Si  bien  se  mira,  bajo  esta  doble  perspectiva,  se  advierte  que  las  actuaciones  divorciadas  de  los  límites de aquellos que tienen a su cargo dirimir los conflictos de intereses resultan incompatibles con  un proceso democrático y republicano pues los jueces, amparándose en nobles intenciones no pueden  cometer excesos pues con ello, no hacen otra cosa más que hacer tabla rasa de los principios sobre los  que se articula un proceso según Constitución.   De  esta  forma,  los  jueces  hacen  que  el  Estado  pierda  una  parte  importante  de  su  legitimación  fundacional  pues,  si  éste,  a  través  de  aquellos,  no  va  a  respetar  las  pautas  que,  acerca  del  debido  proceso  establecieron  los  ciudadanos  libre  y  responsablemente,  las  personas  que  conviven  en  una  sociedad no tendrían motivos para respetar las reglas del juego establecidas de antemano para todos  en los demás órdenes de la vida comunitaria.   Los jueces son los primeros que deben observar las reglas republicanas y democráticas que rigen  un proceso según Constitución. Solo así se puede realmente garantizar la paz social y se asegura que  quienes ejercen el poder no pasen por encima de los medios que la comunidad regló para lograr ciertos  fines.   En definitiva, como dice Horacio Rosatti citando a Bodín y a Nozik, “lo que diferencia al Estado de  una banda de delincuentes (o aun de la más eficiente agencia de protección que pudiera crearse) es la  legitimidad de los medios; es decir, el consenso previo de la población para la utilización de los medios  conducentes  al  logro  de  sus  fines  y  la  confianza  apriorística  en  su  recta  utilización.”79  EL DERECHO PROCESAL DEL SIGLO XXI

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Índice Prólogo.................................................................................................3   Gabriel Valentín   El Desborde de la Justicia Constitucional en el Perú...................................7   Ana C. Calderón Sumarriva   Guido C. Aguila Grados   Los Derechos Humanos en La Teoría Del Proceso...................................37   Gustavo Calvinho   Proceso, República y Democracia: Algunas claves para Constitucionalizar el  Proceso................................................................77   Robert Marcial González   117