EL CANON DE LA ESCRITURA

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EL CANON DE LA ESCRITURA La teología bíblica exige una cantidad fija de literatura bíblica. El vocablo “canon” es la forma latinizada del griego kanon, ‘caña’, que, dados los diversos usos a que se destinaba dicha planta para medir y marcar líneas, ha llegado a significar: regla, línea trazada, la columna, línea, y, por lo tanto, la lista anotada dentro de la columna. “Canon” es la lista de libros que la iglesia utiliza para el culto público. También significa regla o norma: de ahí que un significado secundario del vocablo canon es la lista de libros reconocidos por la iglesia como Escrituras inspiradas, normativas de la fe y la práctica. EL CANON DEL ANTIGUO TESTAMENTO La fecha en la que se organizaron los escritos del Antiguo Testamento (Ley, Profetas y los Hagiógrafos o Escritos) fue probablemente alrededor del 165 a.C. Porque la tradición de 2 Macabeos (un apócrifo) dice: “Así también Judas (Macabeo) reunió todos los libros dispersos por la guerra que hubimos de sufrir que ahora se hallan en nuestro poder” (2 Mac. 2.14). La “guerra” que se menciona es la guerra de liberación que dirigieron los macabeos contra el perseguidor sirio Antíoco Epífanes. La hostilidad de Antíoco contra las Escrituras está registrada (1 Mac. 1.56s), y por cierto es probable que Judas Macabeo haya necesitado reunir copias de ellas cuando terminó la persecución. Judas sabía que el don profético había cesado hacía tiempo (1 Mac. 9.27). Como los libros se encontraban todavía en rollos separados que tenían que ser “reunidos”, lo que él habría producido no sería un volumen sino una colección, y una lista de los libros que integraban la colección, dividida en tres. Desde un principio la iglesia cristiana conoció apócrifos del AT, pero raras veces se los consideró como inspirados. En el Nuevo Testamento vemos que Cristo reconoce las Escrituras judías, mediante algunos de los diversos títulos conocidos, y que acepta las tres secciones del canon judío (Lucas 24:44, donde menciona a la Ley, Profetas y Escritos). Encontramos también que Apocalipsis 4:4 posiblemente alude a su número, 24, y que hace referencia a la autoridad divina de dichos los libros; pero no así en el caso de los apócrifos. La única excepción aparente es la referencia a 1 Enoc en Jud. 14s, que puede ser solamente la utilización de un argumento para los convertidos de la escuela de pensamiento apocalíptico. Lo que evidentemente ocurrió en los primeros tiempos del cristianismo es lo siguiente. Cristo pasó a sus seguidores, como Escritura sagrada, la Biblia que él mismo había recibido, y que contenía los mismos libros que la Biblia hebrea actual. Los primeros cristianos compartían con los judíos de su época el pleno conocimiento de la identidad de los libros canónicos. No obstante, la Biblia no era todavía un libro impreso, sino una lista de rollos conocida de memoria. Fueron la tradición oral judía, la separación entre judíos y cristianos, y la ignorancia general en cuanto a los idiomas semíticos en la iglesia fuera de Palestina y Siria, los que provocaron entre los cristianos algunas dudas con respecto al canon hebreo original. Las dudas sobre el canon sólo pudieron resolverse, y sólo pueden volver a resolverse en la actualidad, en la forma en que se solucionaron en la época de la Reforma Luterana del siglo XVI: volviendo a la enseñanza del Nuevo Testamento de Cristo muerto y resucitado como único centro de las Escrituras (Is. 53; Jn. 5:39). Las diferencias sobre el canon del Antiguo Testamento quedaron resueltas por los judíos alrededor el año 90 d.C., cuando tuvo lugar el Concilio de Jamnia. Antes de dicho

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concilio había dos cánones Bíblicos: el Canon Alejandrino, que era utilizado por la mayoría judía de habla griega (el idioma griego fue principal después de la diáspora), y el Canon Palestinense, para los judíos de habla hebrea. El Canon Alejandrino tenía como base la versión griega del Antiguo Testamento, llamada Versión de los LXX o Septiaginta. En este canon estaban incluidos los libros que hoy llamamos de “deuterocanónicos del AT” y que figuran en la versión católica de la Biblia. El Canon Palestinense, en cambio, estaba formado solamente por los 24 libros, que llamamos de Biblia Hebraica, que son los mismos que hoy figuran en la versión protestante (Reina-Valera 1960) del Antiguo Testamento. Finalmente, el Concilio de Jamnia optó por el canon Palestinense. El Concilio de Jamnia tuvo en cuenta tres criterios para decidir cuáles libros componían el canon del Antiguo Testamento: 1) que hubiera una copia del libro en cuestión, que se supiera que fue escrito antes del año 300 a. C. (cuando la helenización llegó a Judea, con los problemas culturales y religiosos subsecuentes, y que pueden leerse en libros como los de los Macabeos o el de Daniel); 2) que dicha copia estuviera escrita en hebreo o cuando menos arameo (no griego, la lengua y cultura invasora); 3) que tuviera un mensaje considerado como inspirado o dirigido al pueblo de Dios (con lo que también algunos libros que cumplían las dos características anteriores tuvieron que salir del canon). En el Canon Palestinense los libros del AT se ordenan en tres secciones: 1) Torá (la Ley, el Pentateuco); 2) Nevi'im, los Profetas Anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y Posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y los 12 profetas menores); y 3) Ketuvim, los Escritos (Salmos, Proverbios, Daniel y los demás libros). Sin embargo, el orden de los libros presentes en el Canon Alejandrino (versión griega del AT) es el que ha predominado en las traducciones del Antiguo Testamento hasta nuestros días. Estos son los libros del Antiguo Testamento, ordenados según la costumbre occidental: Canon Alejandrino (LXX) Génesis Éxodo Levítico Números Deuteronomio Josué Jueces Rut Samuel Reyes Crónicas Esdras y Nehemías

Atribuido tradicionalmente a

Iglesia Protestante

Iglesia Católica

Iglesia Ortodoxa

Moisés Moisés Moisés Moisés Moisés; terminado por Josué Josué Samuel Samuel Samuel, Gad , Natán Gad, Natán Jeremías Jeremías Esdras Esdras Esdras Nehemías

Génesis Éxodo Levítico Números

Génesis Éxodo Levítico Números

Génesis Éxodo Levítico Números

Deuteronomio

Deuteronomio

Deuteronomio

Josué Jueces Rut I Samuel II Samuel I Reyes II Reyes I Crónicas II Crónicas Esdras Nehemías

Josué Jueces Rut I Samuel II Samuel I Reyes II Reyes I Crónicas II Crónicas Esdras Nehemías

Josué Jueces Rut I Samuel II Samuel I Reyes II Reyes I Crónicas II Crónicas Esdras Nehemías III Esdras IV Esdras

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Ester

Mardoqueo

Ester¹

Tobías Judit Ester I Macabeos II Macabeos

Job

Job David, Asaf, Salomón y otros Salomón, Agur, Lemuel Salomón

Job

Job

Tobías Judit Ester I Macabeos II Macabeos III Macabeos IV Macabeos Job

Salmos

Salmos

Salmos (151)

Salmos Proverbios Eclesiastés Cantar de los Cantares

Salomón

Proverbios Proverbios Proverbios Eclesiastés Eclesiastés (Cohelet) Eclesiastés (Cohelet) Cantar de los Cantar de los Cantares Cantar de los Cantares Cantares

Pseudo-Salomón (170Sabiduría Sabiduría 30 a.C.) (?) Jesús de Sirac, Eclesiástico (Sirácides) Eclesiástico (Sirácides) llamado Sirácides Varios Odas Pseudo-Salomón (70-60 Salmos de Salomón a.C.) (?) Isaías Isaías Isaías Isaías Isaías Jeremías Jeremías Jeremías Jeremías Jeremías Lamentaciones Jeremías Lamentaciones Lamentaciones Lamentaciones Pseudo-Baruch (150 Baruch Baruch a.C.) (?) Pseudo-Jeremías (100 Carta de Jeremías Carta de Jeremías a.C.) (?) Ezequiel Ezequiel Ezequiel Ezequiel Ezequiel Daniel Daniel Daniel¹ Daniel Daniel Oseas Oseas Oseas Oseas Oseas Joel Joel Joel Joel Joel Amós Amós Amós Amós Amós Abdías Abdías Abdías Abdías Abdías Jonás Jonás Jonás Jonás Jonás Miqueas Miqueas Miqueas Miqueas Miqueas Nahúm Nahúm Nahum Nahum Nahum Habacuc Habacuc Habacuc Habacuc Habacuc Sofonías Sofonías Sofonías Sofonías Sofonías Hageo Hageo Hageo Hageo Hageo Zacarías Zacarías Zacarías Zacarías Zacarías Malaquías Malaquías Malaquías Malaquías Malaquías

¹ No incluyen las partes griegas, que se consideran deuterocanónicas.

La cuestión del canon del Antiguo Testamento llegó a su punto culminante durante la Reforma Protestante del siglo XVI. Los representantes del protestantismo han llamado Apócrifos a los documentos Deuterocanónicos, es decir, a los escritos del Antiguo Testamento que en el Concilio de Trento la iglesia de Roma reafirmó que formaban parte

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de las Escrituras. Estos doce libros son: Tobit, Judit, el Resto de Ester, Baruc, la Epístola de Jeremías, la Historia de Susana, la Historia de Bel y el Dragón, el pasaje Daniel 3:24-90 (en el cual se contiene la Oración de Azarías y el Himno de los tres Jóvenes), Sabiduría, Eclesiástico, 1 Macabeos y 2 Macabeos. Como se ha dicho, estos documentos fueron rechazados por los fariseos del siglo I (Concilio de Jamnia). Los judíos actuales y los protestantes han llamado «apócrifos», de manera sistemática, a todos los escritos deuterocanónicos, excluyéndolos de sus propias versiones de la Biblia. Sin embargo, algunas de las Biblias protestantes más importantes los han incluido, por lo general colocándolos en un grupo aparte, luego del Nuevo Testamento. Se cita como ejemplos la Biblia de Lutero, la King James Version, la Revised Standard Version y la New Revised Standard Version. También Casiodoro de Reina decidió incluirlos como parte integral del Antiguo Testamento en la Biblia del Oso, la primera edición de la Reina-Valera, en el año de 1569. Y Cipriano de Valera, su primer revisor y corrector de estilo, optó por reunirlos como textos inter-testamentarios, entre el Antiguo y el Nuevo testamento, en la Biblia del Cántaro, de 1602.

EL CANON DEL NUEVO TESTAMENTO La iglesia apostólica no carecía de Escrituras: buscaba su doctrina en el Antiguo Testamento, generalmente en griego (la LXX o Septuaginta), aun cuando algunos escritores parecen haber utilizado el texto hebreo. En algunos círculos también se hacía uso de los apócrifos, tales como I Enoc. En lo referente al culto, la iglesia, en la Cena del Señor se “proclamaba” la muerte del Señor (1 Co. 11.26), probablemente con palabras de la antigua narración de la Pasión. El relato mismo de la Cena del Señor se considera como recibido “del Señor”, tradición celosamente conservada; también encontramos esta terminología en lugares donde la conducta ética se basa en dichos atribuidos a Jesús (1 Co. 7.10, 12, 25; Hch. 20.35). Al principio no hubo ningún canon del Nuevo Testamento debido a la presencia de los apóstoles o sus discípulos, y porque estaban las tradiciones orales vivientes. Pero ya para fines del siglo I los apóstoles han fallecido. Simultáneamente han aparecido herejías, y porque estas invocan nuevas teorías teológicas o nuevas inspiraciones, se hizo indispensable una definición de lo que se entendía por libros autorizados. Así el evangelio cuádruple y el corpus paulino (reunido alrededor del 80-85 dC.), que ya tenían amplia difusión, se declaran escriturales, juntamente con algunas otras obras de pretendida paternidad apostólica. El proceso de reconocimiento continúa mediante la discusión doctrinal y erudita hasta que, en la gran era de la cristalización intelectual y eclesiástica del cristianismo, queda completado el canon. Se utilizaron tres criterios, sea en el siglo II o en el IV, para establecer que los documentos escritos constituyen el verdadero testimonio apostólico. En primer lugar, su atribución a los apóstoles. Los evangelios de Marcos y Lucas se aceptaban como obras de hombres íntimamente asociados con los apóstoles. En segundo lugar, el uso eclesiástico. Es decir, el reconocimiento por una iglesia destacada o por una mayoría de iglesias. Por este método fueron rechazados muchos apócrifos. En tercer lugar, congruencia con los postulados de la sana doctrina. De esta manera, el canon del Nuevo Testamento demuestra ser una colección de textos de los apóstoles o sus discípulos, que han sido considerados adecuados para ser leídos públicamente en el culto divino.

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Clemente (Primera epístola, alrededor de 90 d.C.) cita ciertos materiales semejantes al de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero presentado de una forma que no concuerda estrictamente con ninguno de los evangelios en particular. También habla de “los libros (biblia) y los apóstoles” (Segunda epístola 14.2), contraste que probablemente equivale a “Antiguo y Nuevo Testamentos”. Ignacio de Antioquía (sometido al martirio alrededor de 115 d.C.) hace referencia muchas veces al “evangelio”, no obstante sus palabras indican claramente que se está refiriendo al mensaje y no a un documento. Las frecuentes afinidades con Mateo podrían indicar que se ha utilizado dicha fuente, aun cuando son posibles otras explicaciones. La carta de Policarpo de Esmirna dirigida a los filipenses demuestra claramente que conocía a Mateo y a Lucas, alrededor de 115 d.C. Juntamente con el material proveniente de los evangelios canónicos u otros paralelos a ellos, la mayoría de los Padres apostólicos utilizaban lo que nosotros llamaríamos hoy material “apócrifo” o “extracanónico”: para ellos evidentemente no lo era. Todavía estamos en un período en que los escritos del Nuevo Testamento no están claramente diferenciados de otros materiales edificantes. En realidad esta situación se prolonga hasta el siglo II, y puede observarse en Justino Mártir y Taciano. Justino registra en sus escritos que las “memorias de los apóstoles”, denominadas evangelios, se leían en los cultos cristianos; sus citas y alusiones evidencian que estas memorias no tenían apenas la amplitud de los cuatro evangelios, sino que contenían también material apócrifo. Hacia fines del siglo II empezó a perfilarse en el pensamiento y en la actividad de los cristianos el concepto de un canon y de una categoría escrituraria, lo cual fue en gran parte resultado del desafío de ciertos maestros heréticos. Prominente entre estos fue un tal Marción de Sínope que se separó de la iglesia en Roma alrededor del año 150 d.C., pero que probablemente estuvo activo algunos años antes en Asia Menor. La otra enseñanza herética principal, contra la cual se utilizó el naciente concepto de canon, la constituyeron los diversos evangelios gnósticos. A raíz de los descubrimientos de Nag-Hammadi, podemos conocer mejor estas falsas enseñanzas. La mayoría de los libros del Nuevo Testamento se conocían en los círculos gnósticos. Por ejemplo, algunos conmovedores pasajes que contiene el denominado “Evangelio de la Verdad” se nutren de Apocalipsis, Hebreos, Hechos, y los evangelios. También, el “Evangelio de Tomás” contiene mucho material parecido a los sinópticos, derivado de estos o de alguna tradición oral paralela. El título de “Evangelio de Tomás” revela que la doctrina del maestro gnóstico se presenta como si estuviera a un mismo nivel que otros documentos relacionados con los evangelios. En la segunda mitad del siglo II, aparecen claras evidencias del concepto de un canon. Ireneo de Lyon (130-202 d.C.), en su obra “Contra Pelagio”, exhibe suficientes pruebas de que ya para su época, el evangelio cuádruple era algo conocido, comparable con los cuatro puntos cardinales y los cuatro vientos. Cita el libro de Hechos, a veces explícitamente, como Escritura sagrada. Las epístolas paulinas, el libro de Apocalipsis, y algunas epístolas universales se consideran, aun cuando no con frecuencia explícitamente, como Escrituras sagradas. También conocemos a Hipólito de Roma, contemporáneo de Ireneo. Cita la mayoría de los libros del Nuevo Testamento, y habla explícitamente de dos testamentos y de un evangelio cuádruple. Muchos críticos le adjudican la lista de Escrituras canónicas conservada en latín, conocido como el Canon de Muratori (fechado en torno al año 170 d.C.). Aquí también nos encontramos con un evangelio cuádruple, el reconocimiento de las epístolas paulinas, el conocimiento de algunas epístolas universales, los Hechos de los Apóstoles, y Apocalipsis de Juan; también se incluyen cómo canónicos el Apocalipsis de Pedro (no hay

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ninguna referencia a las epístolas de Pedro). Resulta altamente significativa la fecha de este documento, por ser prueba de la existencia en esa época de un concepto de canon. Tanto Tertuliano (160-220 d.C.) como Clemente de Alejandría (150-211/16 d.C.) y Orígenes (185-254 d.C.), todos hacen amplio uso de las Escrituras del Nuevo Testamento, ya sea para las controversias, para las discusiones doctrinales, o en el simple comentario de los libros que la componen. Conocían la mayoría de los libros del canon actual, y les dieron autoridad canónica; pero perdura cierta duda con respecto a Hebreos, algunas de las epístolas universales, y el Apocalipsis de Juan. En el este de la iglesia cristiana, el punto definitivo lo constituye la trigésimo novena carta pascual de Atanasio en 367 d.C. Aquí encontramos por vez primera un Nuevo Testamento limitado exactamente a lo que conocemos hoy. Se traza una línea definida entre las obras incluidas en el canon, que se describen como fuente única de instrucción religiosa, y otras que se permiten leer, a saber, la Didajé y el Pastor de Hermas. Las herejías que aparecen en los apócrifos del NT son denunciadas como falsificaciones deliberadas con la intención de engañar. Por su parte, en el oeste el canon se estableció por decisión del Concilio de Cartago en el año 397, cuando se reconoció una lista similar a la de Atanasio. Finalmente en el Concilio de Roma del año 382, en tiempos del papa Dámaso I, la iglesia instituyó el Canon Bíblico con la lista del Nuevo Testamento de Atanasio, y los libros del Antiguo Testamento de la Versión de los LXX. Esta versión fue traducida del griego al latín por san Jerónimo (la Vulgata) por encargo del mismo Dámaso, que en la práctica sería la primera Biblia en el sentido concreto y pleno de la palabra. Posteriormente los Concilios regionales III de Hipona del 393, III de Cártago del 397 y IV de Cártago del 419, en los cuales participó san Agustín, aprobaron definitivamente dicho canon. En el año 405 esta lista fue enviada por el papa Inocencio I al obispo Exuperio de Tolosa (en la Galia, hoy Francia), donde aparece el canon bíblico con los 73 libros ya existentes. Así se fijó el canon del Nuevo Testamento en la forma en que ahora lo conocemos. En el siglo XVI, tanto el cristianismo romano como el protestante, después de debatir la cuestión, reafirmaron su adhesión al canon del NT establecido. La historia del canon del Nuevo Testamento revela que entre los cristianos había una nítida distinción entre las enseñanzas verdaderas de origen apostólico, y las enseñanzas recientes que no podían por ello ser válidas, aun cuando pretendieran ser “apostólicas”.

Rev. Adrián Correnti. 28/04/2014 Iglesia Evangélica Luterana del Paraguay.