El bosque protector Dehesas: el bosque ahuecado

El bosque protector Dehesas: el bosque ahuecado Las dehesas son los bosques característicos del cuadrante suroccidental de la Península Ibérica cu...
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El bosque protector Dehesas: el bosque ahuecado



Las dehesas son los bosques característicos del cuadrante suroccidental de la Península Ibérica cuya estructura obedece a siglos de continua actuación humana, a pesar de vivir de manera ininterrumpida ligadas a las pretensiones económicas del hombre, estos bosque han conservado valores naturales muy difíciles de localizar en otros lugares del Mediterráneo.

En este capítulo se muestra cual es su origen, sus características ecológicas y las razones de su biodiversidad, pero también veremos cuáles son la principales amenazas a las que se encuentran sometidas.

Las dehesas estaban ocupadas por bosques cerrados, hoy son bosques abiertos cuyos arboles parecen estar empeñados en no tocarse como si cada uno de ellos fuese el dueño del feudo que le corresponde, solo relacionado con el suelo que le alberga.

Estos árboles, para lograr estar aquí tuvieron que ser elegidos. Cuando formaban masas cerradas ya eran los ejemplares dominantes. El hombre se encargo de seleccionarlos, eliminando el resto, con talas e incendios controlados.

El resultado es, desde el punto de vista ecológico un aprovechamiento muy coherente del suelo ya que se combina un estadio permanentemente juvenil de la vegetación, como son los

pastos, con los elementos propios de un ecosistema muy maduro: los arboles.

Las zonas conocidas como dehesas ocupan entre 3 y medio y 4 millones de hectáreas en la Península ibérica. La mayor parte se encuentran en Extremadura, Andalucía y en el Alentejo Portugués.

El origen de la dehesa se remonta a la Edad Media, esta peculiar relación del hombre con su entorno físico se produce desde hace tan solo poco más de mil años. Tiene su origen en el proceso de repoblamiento humano que tuvo lugar tras la Reconquista. El hombre desde su llegada a estos lugares a tenido que trabajar mucho y muy duramente para conformar el paisaje tan singular que hoy vemos.

Las condiciones iníciales fueron extremadamente duras debidas a la escasez propia de un suelo de estructura muy pobre unida a la estacionalidad característica del clima mediterráneo, largos y fríos inviernos combinados con veranos muy secos y calurosos.

Para conseguir que no se restaurara el bosque primitivo y la vegetación arbustiva no invadiera de nuevo el terreno, se recurría a la acción conjunta del ganado y de un laboreo cíclico. De esta manera se han ido seleccionando las especies vegetales más adaptadas al ganado, a su pisoteo, al ramoneo o a su forma de comer. El resultado es un pasto formado por una gran variedad de especies vegetales, llegando a contabilizarse más 40 géneros en cuadrados de muestreo de 30 cm.

© Luis G. Esteban

El ganado mantiene la dehesa en equilibrio, si es escaso aparecen especies de plantas poco apetecibles para los animales y que constituyen la evolución natural hacia el bosque que un día fue. Si es excesivo aumenta el pisoteo y el suelo acabaría desnudo y erosionado.

Una dehesa sin ganado acabaría convertida en lo que vemos. El matorral y las especies leñosas irían paulatinamente invadiendo el terreno hasta conseguir conformar lo que fue el bosque original.

El cultivo agrícola de las dehesas ha sido siempre itinerante, periodos cortos de cultivo seguidos de otros más largos sin cultivar, 4 o 5 años, para permitir la recuperación de un terreno ya de por sí muy poco fértil.

Actualmente el aprovechamiento agrícola en la dehesa es cada vez más escaso por su bajo rendimiento económico y solo se recurre a el para controlar la invasión de matorral o para sembrar especies forrajeras que sirvan de alimentos para el ganado.

De forma ininterrumpida asociada a la dehesas siempre se ha encontrado el ganado. Durante cientos de

años la vegetación ha proporcionado alimento y cobijo a los animales y estos han fertilizado el bosque manteniendo una estructura compleja y estable manejada por el hombre, probablemente el proceso que mas reivindica esas simbiosis es la cada vez más simbólica trashumancia.

Las cañadas son los caminos que recorre el ganado en su trashumancia. Millones de cabezas de ganado eran trasladadas en otoño desde las montañas a los pastizales del SO peninsular para de nuevo regresar en primavera a los prados de las cumbres del N de España.

Estos grandes movimientos de herbívoros mantenían un equilibrio estable en los pastizales y regulaban la aparición de matorrales. Además, las grandes vías de transito que suponían las cañadas, se convertían en corredores para la dispersión e intercambio genético a larga distancia de animales y plantas, conectando unas áreas con otras y fomentando una mayor biodiversidad.

La práctica desaparición de la trashumancia a dado paso a un sistema de extensiva de cría del ganado, en el que se combina el aprovechamiento de

© Luis G. Esteban

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© Luis G. Esteban

los pastos de la dehesa que se combina con la alimentación a base de piensos.

Grandes rebaños de vacas campean por las dehesas, ramoneando y aprovechando los mejores pastizales. Diversas razas de ganado, fundamentalmente para carne, se crían en estos campos. Las razas autóctonas como la avileña, la morucha, la retinta o esta blanca cacereña deben competir con razas foráneas, provenientes de cruces industriales de mayor producción cárnica.

Curiosamente los pastizales de mayor calidad nutritiva y los más palatables, es decir, más apreciados por el ganado, han generado mecanismos de resistencia al pastoreo y logran incrementar su abundancia en la medida que son consumidas por los herbívoros.

El ganado vacuno ha visto incrementada su presencia en las dehesas debido a las ayudas y subvenciones comunitarias. Esto ha hecho aumentar la carga ganadera, cuyo número ideal sería de dos a cuatro ejemplares por cada diez hectáreas a cantidades superiores, que pueden alterar la sostenibilidad teórica de la dehesa.

Lo que no quieren otros animales, es aprovechado por la poco escru-

pulosa cabra, utilizada como complemento al resto del ganado, la cabra aprovecha mejor el ramón y el matorral, aunque su uso debe de ser cuidadoso, ya que este tipo de ganado se puede convertir en un enemigo de la dehesa al impedir la regeneración natural del monte.

En dehesas muy matorralizadas pueden llegar utilizarse cargas ganaderas de dos o tres cabras por hectárea.

La oveja normalmente para la producción de carne, es el ganado más adecuado para la mayoría de pastizales de la dehesa. Andadora y selectiva aprovecha las hierbas de baja talla y ramonea muy poco.

La falta de pastores y el encarecimiento de los que aún perduran. está dificultando la presencia de los rebaños de ovejas en la dehesa. Muchas ganaderías de carne se transforman en ganadería intensiva de leche, estabuladas y sin el aprovechamiento natural de los pastos.

El cerdo ibérico está asociado a la estampa más clásica de la dehesa. En Extremadura un encinar de tipo medio, produce entre 400 y 500 kg de bellota fresca por hectárea y año. El ganado

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© Fototeca Forestal

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que mejor aprovecha esta producción es el porcino, sobre todo las razas ibéricas. Los cerdos consumen una media de entre 8 y 10 kg de bellotas diarios, por cada 100 kg de peso. La montanera les servirá para doblar el peso sin apenas recibir suplemento alguno, con cargas ganaderas de 4-6 ejemplares por cada diez ha de terreno.

El ganado porcino cuenta con un presente y unas expectativas de futuro extraordinarias ya que se ha convertido por si solos en garante de la rentabilidad

de las dehesas. Solo la peste porcina erradicada hace años pero de fácil transmisión por jabalíes o cerdos asilvestrados, podría poner de nuevo en dificultades el sistema.

Encinas y alcornoques son los arboles más representativos de las dehesas, dependiendo de las zonas puede estar acompañados por algarrobos, acebuches, quejigos, fresnos y castaños. El alcornoque, una especie típica del bosque mediterráneo tiene una gruesa corteza que se puede recolectar cada 9 años para convertirlo en corcho.

Nativo del sur de Europa y del Norte de África, puede vivir hasta 250 años y las bellotas que produce entre los meses de Septiembre y Enero, aunque de menor valor alimenticio que las de la encina sirven de sustento a un sinfín de animales.

La encina puede alcanzar hasta 20 metros de altura. Su fruto la bellota se caracteriza por su elevado valor nutritivo con un gran contenido en proteínas e hidratos de carbono, fácilmente transformables en grasa por el ganado porcino.

Encina alcornoques, acebuches, fresnos e incluso los castaños se encargan de dar a la dehesa su propia identidad, con apenas densidades comprendidos entre 30 y 60 árboles por hectárea son capaces de formar bosques tan ori-

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Esta combinación de agrestes roquedos, fuertes laderas con una densa vegetación y extensos espacios abiertos de sus dehesesas, convierten al parque nacional de Monfragüe en el hábitat ideal de cientos de especies animales que encuentran aquí refugio, alimento y lugares para reproducirse.

Un valor faunístico de primera magnitud lo constituye el águila imperial. Once parejas reproductoras campean aquí en busca de su alimento favorito, el conejo, cuya disminución ha puesto a este ave al borde de su desaparición.

Además cigüeña negra, buitre leonado, alimoche, águila real, halcón peregrino, búho real, azor, milano real, entre otras mucha aves, encuentran en esta serranías el lugar idóneo para construir sus nidos y sacar adelante a sus proles.

Los añosos arboles donde construyen sus nidos permiten el establecimiento de una de las colonias de buitre negro más numerosas y densas del mundo, 250 parejas, fácilmente observables desde cualquier punto del parque.

Pero los beneficios naturales que son aprovechado por una parte importante de la sociedad en forma de ocio y recreo saludables. A veces tienen esca-

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ginales como únicos. Así parece entenderlo la fauna ya que estos bosques abiertos representan los lugares de mayor biodiversidad de la Península Ibérica.

Las dehesas son herederas directas de los bosques mediterráneos originales que cubrían todo el sur de España. En el parque natural de Monfragüe, en Caceres, Extremadura, junto a las riberas del Tajo y del Tiétar, se conserva uno de los parajes menos alterados y representativos del bosque mediterráneo de toda España.

En las laderas de estas sierras, muchas veces inaccesibles si no es desde las orillas de su pantano, es posible contemplar, junto a espectaculares riscos y cortados, una vegetación prácticamente inalterada por el hombre. El estado original del bosque mediterráneo. Las laderas de la umbría menos expuestas a los rigores del estío y con mayor humedad, muestran una densa vegetación con árboles de gran porte de muchas especies y donde se entremezclan madroños, durillos y brezos con quejigos arces, fresnos y alcornoques, formando mosaicos vegetales en los que cada árbol ha ocupado su sitio en armonía con los demás.

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de la ganadería se conviertan en los señores de la dehesa. Por el momento al cobijo de la escasa cubierta y del cuidado del hombre solo les queda esperar para seguir dotando a las dehesas de su verdadera esencia, el arbolado.

Las dehesas han llegado a nuestros días gracias al equilibrio artificial que les ha proporcionado el hombre, nos siguen dando frutos y solo requieren para ello el cuidado que les hemos dado durante siglos.

Un gestión adecuada que integre el cuidado del arbolado, el control del matorral y el manejo del ganado permitirán que la dehesa siga desempeñado su papel de bosque protector.

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sas repercusiones económicas sobre los propietarios de este rico patrimonio.

El mundo rural tan desestructurado en los últimos tiempos, encuentra en el turismo y en el establecimiento de zonas recreativas una fuente de ingresos con la que poder tener perspectivas de futuro.

Desde los años 50 del pasado siglo, la población de las dehesas fue disminuyendo progresivamente debido a la demanda de trabajo en las grandes ciudades. En los últimos años del franquismo pastores carboneros herreros, guarnicioneros etc. oficios todos asociados al trabajo en la dehesa fueron desapareciendo paulatinamente y aldeas y pueblos enteros quedaron despoblados.

El carboneo representaba hasta entonces la actividad económica que mayor empleo generaba en las dehesas, superando incluso a la producción de corcho en los mejores rodales del alcornocal.

Era un trabajo duro que requería los conocimientos artesanos de una profesión, los carboneros.

Hoy en día la producción de carbón es meramente testimonial y muy pocas fábricas apuestan por una energía tan poco competitiva.

Los grandes hornos que salpicaron en otro tiempo las dehesas, han desaparecido en beneficio del carboneo industrializado donde se acopia la madera gracias a los medios de transporte. La madera tras ser desarmada es depositada en los hornos metálicos donde siguiendo el principio de combustión lenta dar un carbón similar al obtenido tradicionalmente.

Árboles secos y ramas secas, tronchadas, desgarradas o caídas, solo abrazadas por la brisa del viento y la complicidad del pastizal, atestiguan que las dehesas viven otro tiempo.

Estos resto que pertenecieron a majestuosos árboles centenarios se pudren sin cumplir su última misión proporcionar leña o carbón. Además sin quererlo son vectores de entrada de enfermedades y plagas, que en algunas dehesas han terminado con grandes rodales de encinas y alcornoques.

Pasaran muchos años antes de que estos retoños, protegido del diente

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