El Aplauso va por Dentro. Producción Teatral Mónica Montañés

El Aplauso va por Dentro. Producción Teatral Mónica Montañés Ana Gómez: Tiene la palabra la licenciada Elizabeth Monascal, coordinadora de cultura de ...
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El Aplauso va por Dentro. Producción Teatral Mónica Montañés Ana Gómez: Tiene la palabra la licenciada Elizabeth Monascal, coordinadora de cultura de la Fundación Polar, quien moderará la siguiente sesión. Elizabeth Monascal: Muy buenas tardes. En esta segunda parte vamos a escuchar las experiencias de tres creadores artísticos. La primera es Mónica Montañés, dramaturga y productora teatral, escritora de la obra "El aplauso va por dentro". El segundo es el señor Raúl Cazal, es comunicador social, fundador y presidente de Comala.Com. Mercadeo Telemático. Y el tercer caso que vamos a presentar es el del señor Adolfo Cardozo, ingeniero en producción animal, profesor investigador de la Unellez, fundador del parque tecnológico agropecuario, tipo granja integral sostenible, Sindigranja. Le damos la palabra entonces a Mónica Montañés. Mónica Montañés: Yo tengo mucho nervio, estuve a punto de salir corriendo porque lo que yo voy a decir, creo no tiene mucho que ver con lo que me admiró mucho, que acabamos de escuchar, y además no tengo apoyo visual ninguno sino mi personita. Así que mi caso aquí es tan particular, como el caso que vengo a presentar que es el caso que englobamos en el "Aplauso va por dentro", porque todo el mundo ella es la escritora del "Aplauso va por dentro", así es como soy conocida. Yo vengo a hablarles de una gran paradoja, en el fondo yo creía que todos estábamos aquí para hablar de un gran paradoja, sin duda, porque eso de vivir en un país como éste y pretender dedicarse a eso que llaman una actividad cultural y encima querer vivir de eso, y más encima todavía soñar con que alguien lo financie a uno, es realmente una paradoja. Me costó muchísimo sentarme frente a mi computadora y saber de qué es que yo les iba a hablar. Me explico. No es que yo no crea que tengo muchísimas cosas que decirles, no, soy escritora y uno de los requisitos básicos, indispensables de mi oficio, es el de tener un gran ego, un egote, casi un ogo, hasta me atrevería a ponerle una h. Sólo con un ego de ese tamaño puede creerse que uno tiene algo que decirle a los demás y más grave aún, que los demás necesitan escuchar. En fin, confesado ya este asunto para algunos vergonzosos del ego, continúo con la escena de mi persona frente al computador, sin saber qué demonios decirles. Muchas son las preguntas que se agolpaban y se siguen agolpando en mi mente, para qué sirve la cultura, por qué el Estado, el gobierno y los entes privados deben financiar, apoyar o sustentar una actividad cultural, en qué ayudamos a un país como éste los que trabajamos en cultura. Mis dudas salen de la paradoja de la que hablé al principio, vivimos en un país en el cual el aparente simple hecho de asistir a una cena como la que asistimos anoche a los que nos invitaron, es correr un riesgo, uno puede saber qué ponerse, cómo va a llegar a esa muy, que probablemente la va a pasar muy bien, lo que no sabe, de lo que no se tiene ni la menor garantía, es de que a a regresar a su casa, el regreso no está

garantizado, la vida no está garantizada, el miedo es quizás nuestra única garantía y es ahí donde resulta paradójico, para mí, ponerme a hablar de la cultura, es decir, de que el Estado se preocupe por la cultura, porque con qué cara pide uno un bolívar para una obra de teatro, cuando sabe que existen necesidades tan vitales como la vida, la salud, la educación, la justicia, que no estén ni remotamente resueltas, y para colmo Vargas. Yo de verdad no sé qué cara poner y sin embargo insisto en mi oficio, ya tengo el ego, qué remedio, no puedo callar mi necesidad de escribir, escribo obras de teatro y no descanso hasta que las veo montadas en un escenario. ¿Por qué? Una vez escuché a Rodolfo Santana enumerando las razones por las cuales un escritor escribe teatro. Decía él que si a uno le preguntaban por qué escribe teatro, uno podría responder con varias razones. La primera, no sé por qué; la segunda porque me gusta; la tercera porque me da la gana; la cuarta, porque se tiene una inmensa necesidad de afecto; y la última, porque se persigue la utopía de poder cambiar al mundo. Yo pienso que Rodolfo tiene toda la razón, al menos esas son mis razones, son cinco esas razones y las primeras cuatro son de carácter estrictamente personal: no sé, me gusta, me da la gana y quiero que todo el mundo me quiera. Ay Dios mío¡ aumenta el tamaño de la paradoja. Bueno pues, si eso es así y para colmo vivo en el país que vivo y aquí es donde quiero seguir creando, aquí es donde me gusta tener éxito, creo que no me queda otra remedio que el de salir para adelante sola con mi sueño. Veamos ahora mi caso, el caso del "Aplauso va por dentro", un caso sin duda muy particular. Un milagro nos dijo un día un espectador, y yo atea irreductible, no pude más que creerle, ya que el espectador no era otro que un cura, jesuita por demás señas, que estaba viendo el aplauso por quinta vez. ¿Cómo surgió el fulano milagro? El aplauso sale de la conversación que sostuve con Mimí, de una conversación que sostuve con Mimí. La entrevistaba yo para el difunto Diario de Caracas y a la media hora ya no estábamos hablando ni de su carrera, ni de sus planes futuros, hablábamos de la mujer, de las mujeres que éramos, de nuestras madres, de nuestras hijas, de nuestros maridos y ex maridos y de la responsabilidad que cada uno tiene de venir al mundo a cumplir su sueño. Soñamos ambas con la posibilidad de hacer una obra en la que le habláramos al mundo de todo eso, queríamos que la mujer, todas las mujeres se reflejaran en nuestro sufrimiento y esperanza, queríamos hacer algo que le sirviera a las demás, que todo lo que habíamos vivido en la vida le sirviera a otra. En fin, un paréntesis aquí para responder una pregunta, que mi versión de la pregunta que le hicieron a Delfina sobre cuando uno se desconecta del público, yo pienso que hay un concepto errado de la universalidad y que mientras uno más hable de su propio ombligo, más gente va a identificarse, todo el mundo tiene un ombligo y creo que eso nos dio algo de resultado. Quiso Dios, si le vamos a hacer caso a lo del milagro, ayudado sin duda por el doctor Marcel Granier y por el doctor Rafael Caldera, que yo me quedara sin trabajo, El Diario cerró, lo cual indudablemente me dio el empujoncito que yo necesitaba para llevar adelante mi sueño. Me había quedado sin la posibilidad de expresarme y eso no lo podía

soportar. Escribí "el Aplauso" a deshoras, después de las 10 de la noche, luego de mi trabajo nuevo en el Ateneo de Caracas, y de cumplir con mis obligaciones maternas. Salió, se lo di a Mimí y comenzó nuestro peregrinar, una actriz y una dramaturgo incipiente con su ópera prima bajo el brazo en busca de un director. Cuatro reconocidísimos directores la rechazaron rotundamente: No es buena, es pésima, eso no se puede montar. Hasta que caímos en manos de Gerardo Blanco, a él sí le gustó, le encantó y se empató en el sueño. Ya éramos tres soñando lo mismo y ahí fue que se nos dio, vaya si se nos dio, mucho más de lo que jamás pudimos soñar. Aportamos en ese entonces cada uno lo que pudo, la liquidación del diario puso los avisos de prensa, Mimí no cobró, Gerardo puso el pequeñísimo aporte que para aquel entonces recibía el Grupo Bagazo del CONAC. De eso hace cuatro años. Se estrenó a sala llena y se ha montado en casi todas las salas del país siempre full. Empezamos en la sala de conciertos del Ateneo de Caracas y la última vez que la vi fue en el Teresa Carreño, en la sala Ríos Reyna completamente repleta, a beneficio nosotros de los damnificados del Estado Vargas, en lo que se llama un esfuerzo conjunto de la Cancillería y Venevisión con la animación de Daniel Sarcos, el de Sábado Sensacional y con las dos aeróbicas de nuestro elenco original acompañadas por nueve pavas protagonistas todas de telenovelas, y Mimí en medio de todo eso interpretando a la pobre Valeria recibiendo un aplauso indrescriptible. Además, se ha montado en Nueva York con el patrocinio asombroso de Carolina Herrera, en Miami, en los Angeles, en Bogotá, y la transmitió HB-Olé por toda América Latina. Por si fuera poco, la llevé a guión de cine y Román Chalbaud se sumó al sueño queriendo ahora convertirla en una película. Amén. El sueño del aplauso sin duda nos ha dado a Mimí y a mí todo lo que se podía esperar, incluso dinero, digo incluso porque no es fácil en este país vivir del teatro, ni siquiera cuando se tiene éxito. Ella es actriz, yo soy dramaturgo, lo que quiere decir que no somos productoras, o mejor dicho no lo éramos. El Aplauso pasó por las manos de muchos productores que supieron ver en ella el oro del éxito, Big Show Productions, Guillermo Dávila Producciones y varios particulares quienes ganaron con la obrita mucho pero mucho más que nosotros. Por citarles un caso, hubo una vez en la que uno de esos productores se ganó en una semana de presentaciones en el Ateneo la nada despreciable suma de 29 millones de bolívares neto, ¿qué tal? Anécdotas tenemos miles, algunas como para llorar con todo y estafa, porque la cultura no se salva de eso, y otras para reírnos de nosotras mismas y de nuestra ingenuidad e inexperiencia. En fin, creemos haber aprendido mucho, entre otras cosas a salir a la calle como todo el mundo en este país, con siete puñales en la boca, cual malandras pues, a producir ahora nuestra obra. Pero de qué sirve que yo les esté contando todo esto aquí, porque de algo tiene que servirnos, ¿o no? Veamos por lo menos de qué me ha servido a mí todo este éxito. Más allá de ganarme no pocos enemigos y de haber perdido una que otra amistad, el éxito de aplauso me cambió totalmente la vida, si bien no vivo de él, los derechos de autor no dan para tanto, se los juro, sí me ha servido para hacerme una vida y convertirme ahora en autogestora y financista de mis otros proyectos. ¿Cómo así? Ya les digo. César Miguel Rondón vio el aplauso en su primera función y de inmediato me ofreció trabajo en Venevisión como dialoguista de una telenovela de Ibsen Martínez. Yo acepté también de inmediato, provocando no pocas críticas en mi

entorno, que si vender el talento, que si cómo es posible, tú en novelas, que si qué horror, que si la pureza del oficio, que si la perdimos. Todo eso podía ser verdad, pero yo tenía y sigo teniendo otra visión y es que sigo sin saber qué cara poner para pedir ni un solo céntimo para financiar mis sueños en un país como éste, y al mismo tiempo sigo soñando, y al mismísimo tiempo tengo una hija que quiero que vaya a un buen colegio, voy al automercado y pago la luz y el teléfono. El éxito no te exime de ninguna de esas obligaciones, el señor del abasto me sonríe ampliamente y me felicita cuando salgo por televisión, pero no me rebaja ni un medio. Ni modo. O mejor dicho, sí hay un modo, de nueve a cinco, de lunes a viernes vendo mi talento a un medio que no considero para nada despreciable, mientras mi obra exitosísima ha sido vista por medio millón de espectadores cada capítulo de una de las telenovelas en las que trabajo ha sido visto diariamente por un promedio de 9 millones de personas, lo cual es muy atractivo, pero ese es otro tema para otro foro. Retomando, vendo mi talento a la televisión y con el producto de esa venta me autogestiono la posibilidad de siempre a deshora escribir mis otras obras de teatro, y financio avisos y parte de la producción de las mismas. Así ocurrió con la segunda, Sin Voz, y con la más reciente Caí Redonda. Yo me siento más cómoda así, ese es mi caso, al menos en lo que se refiere a las cuatro primeras preguntas de por qué uno va y escribe teatro. Pero resulta que hay una quinta respuesta, no sé si la recuerdan. Decía Rodolfo Santana y digo yo que la quinta respuesta que uno puede dar es la necesidad de utopía, la ilusión de hacer de éste un mundo mejor, y ahí es donde me parece muy interesante este foro, este encuentro que nos reúne en torno a lo que yo pienso y pensaba, porque después que oí las otras tres experiencias... Pero en fin, yo encuentro que nos reúne en torno a una paradoja. En el reciente Festival de Teatro tuve la maravillosa oportunidad de ver la obra Master Class, magistralmente actuada por la diva uruguaya Laffer, encarnando a la no menos maravillosa diva María Callas. Dice ahí Laffer, que supuestamente dijo la Callas algo como lo siguiente: es cierto que si dejan de existir las traviatas el sol no se va a estrellar estrepitosamente contra el mundo, no se afecta en nada la vida en la tierra si no canta más nunca otra Norma u otra Lady Matbeth, no somos vitales los artistas quizás, pero sí es cierto que hacemos de este mundo atroz un sitio más tolerable y hasta más sabio. Yo creo que tiene mucha razón, así como creo que no hay nada peor que ver una mala obra de teatro, no hay nada más mágico y maravilloso que presenciar una buena obra de teatro, leer un buen libro, ver una gran película, escuchar una extraordinaria música o deleitarse frente a una conmovedora obra de un artista plástico o una danza. Entiende uno más sobre sí mismo, sobre su mundo, escapa un poquito a su realidad, conoce otras, y eso es grande, muy grande. Recuerdo un momento un privilegio que viví en el anterior Festival de Teatro y que suelo contar cada vez, así que si alguien lo escuchó antes disculpen. Estaba yo sentada en el piso de la Plaza Altamira dispuesta a disfrutar de una representación de calle, que son mis favoritas en los festivales, de un grupo brasilero, traían Romeo y Julieta, junto a mí estaban sentadas dos Yuleixi, dos pavitas con sus licras de rayas y sus moñitos en la cabeza, como hay algún invitado internacional en la sala quiero aclarar que Yuleixi son cualquier muchacha que vive en un barrio, que probablemente abandonó la escuela, que

tiene una escasa idea de quién fue Simón Bolívar y cuyo único contacto con el mundo es la fulana televisión. Bueno pues, compartimos Yuleixi y yo el pedacito de acera, para mí se trataba de ver cómo era la versión que hacían los brasileros de la obra de Shakespeare, para ella era la primera vez que presenciaba el drama de los amantes de Verona, y lloramos, cada quien en lo suyo, cada una con su Julieta en la cabeza, y esa es una imagen que no olvido nunca, para ella escribo cada vez que me siento en una computadora a hacer una escena en una telenovela y por ella es que me voy a atrever a decir lo que también hoy les voy a decir, porque es que si bien es cierto que a lo mejor y el aplauso es un milagro y los milagros ocurren muy poco, y por lo tanto rara vez el tema que uno quiere tratar además de ser una necesidad personal resulta ser una necesidad colectiva y uno va y dice lo que todos estaban esperando, y de ahí la constante sala llena y el milagro, también es cierto que ese bendito milagro está y estaba fundamentado en unas bases en las que sí tiene que ver el Estado y sí tienen que ver las instituciones privadas, y mucho. Más allá del talento que yo pueda tener yo soy el producto de un montón de cosas, yo soy el producto de haber tenido abiertas y a mi entera disposición las salas desde siempre, las salas del Museo de Arte Contemporáneo, las del Bellas Artes y la de la GAN. Yo soy el producto de haber contado desde mínima con el teatro Tilingo y con la infinita posibilidad y libertad de creación que te inspiran la docena de festivales internacionales de teatro y danza que hemos tenido. Soy el producto del CELCIT que me permitió estudiar aparte de la carrera de Comunicación Social, miles de talleres de actuación en la actual sede del GA_80 a 800 bolívares el semestre, gracias a los cuales no fui actriz, pero si pude aprender las necesidades del actor, de los actores, a quienes debo toda la vida de mis personajes. Soy también el producto de la Cinemateca que me becó para estudiar con David Suárez, todo lo que sé de guión y de dramaturgia, y de la ANAC sin la cual yo jamás hubiera podido estudiar nada más y nada menos con Jack Claude Carrier el guionista de Buñuel entre otros, a quien trajeron para acá para darnos un curso que agradezco cada día. Sé que Mimí puede decir otro tanto y lo mismo Gerardo Blanco, y en ese sentido pienso que es, y debe seguir siendo muy importante la labor del Estado y las instituciones privadas para que patrocinen ese tipo de eventos. Las instituciones en cuanto a su labor formativa de la que nos nutrimos todos. Me confieso muy torpe a la hora de pedir patrocinio en las instituciones privadas, por alguna razón a pesar del éxito y del nombre Gerardo y yo más conocidos como el dúo del aplauso, seguimos sin lograr abrir las puertas de los llamados patrocinantes. Es terrible tener que ir a pedir dinero para unos avisos por ejemplo, y no es solo por el hecho de que no te lo den, es más bien por el hecho de la palabra pedir. Y, creo que es porque no tenemos claros ni las instituciones ni nosotros que es lo que nosotros damos a cambio. Quiero terminar diciéndoles algo que puede sonar a mentir, para mí es muchísimo más gratificante ver la cola que se arma frente a cualquiera de mis obras aquí en Caracas o en cualquier ciudad del interior, que ver el público de una ciudad como Nueva York, es

en serio, y la razón es tan sencilla como terrible. Simplemente yo sé que para que esa persona esté ahí paradita en su cola, ha tenido que vencer el miedo de salir a la calle de noche en un país como éste. El miedo a que lo asalten, el miedo a que su carro no esté, el miedo incluso y por dramático que parezca a perder la vida. Ese mismo miedo que atentó fuertemente con la reciente edición del Festival de Teatro, en el cual mucha gente prefirió no ver a Francia en la Plaza Caracas por temor a que fuera lo último que viera en su vida. El terror que hace de ir al Municipal o al Nacional, una aventura de alto riesgo. Por eso mi enorme compromiso con esos desconocidos maravillosos de las colas de mis obras, yo me comprometo con ellos a darle lo mejor que tenga, y por eso el único compromiso que me atrevería yo a pedirle al Estado sería el de devolverles la tranquilidad, ese sería pienso yo el primer gran aporte con la cultura, si el público puede llegar a la sala, el teatro siempre va a estar ahí para él, tal como ha sido siempre desde que el hombre se hizo hombre y sintió por lo tanto la necesidad de expresarse.