El acto educativo como

37 El acto educativo como lugar teológico* Arnulfo Delgado Sánchez** Fecha de recepción: 1° de diciembre de 2011 Fecha de aprobación: 27 de enero de ...
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El acto educativo como lugar teológico* Arnulfo Delgado Sánchez** Fecha de recepción: 1° de diciembre de 2011 Fecha de aprobación: 27 de enero de 2011

Resumen La reflexión sobre el sentido del acto educativo como lugar teológico se presenta en tres partes: en primer lugar, se da una mirada sobre la realidad escolar, teniendo en cuenta los cuatro pilares de la educación presentada por la Unesco y la escuela como espacio de acontecimiento y nido del Reino de Dios; en segundo lugar, se presenta el acto educativo como acto salvífico fundamentado en una “pedagogía trinitaria”; finalmente, se explora el acto educativo como proceso de personalización centrada en la liberación integral y en la construcción de una red intersubjetiva de comunión. Palabras clave: Teología de la acción educativa, lugar teológico, escuela, pedagogía trinitaria, Reino de Dios.

Introducción La formación integral del ser humano es la mejor de las finalidades de la educación. De ahí sigue la importancia de la interdisciplinariedad para Escrito fruto de una reflexión realizada en la asignatura de Práctica Pedagógico-Pastoral del programa de Licenciatura en Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, cuyos profesores han sido Rosana Navarro Sánchez y Juan Alberto Casas Ramírez. En mi primera práctica pedagógica educativa, realizada en el Colegio Salesiano León XIII, descubrí la necesidad de hacer una reflexión teológica desde mi quehacer educativo como docente. De esta toma de conciencia surge la presente investigación. *

Estudiante de décimo semestre de la Licenciatura en Teología, Pontificia Universidad Javeriana (Bogotá); investigador del Seminario de Espiritualidad y del grupo de investigación de Espiritualidad Latinoamericana de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: [email protected] **

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responder de manera eficiente a tan valiosa finalidad. El hombre solo puede sentirse realizado si ha logrado solucionar sus inquietudes de vida en todas sus dimensiones. No obstante, a la hora de la verdad, con suma frecuencia encontramos que nuestra acción educativa, como estudiantes y licenciados en Teología, no hace presente nuestra formación disciplinar (teológica) y mucho menos tiene en cuenta el acontecer salvífico de Dios que se lleva a cabo también en la escuela. Pareciera que Dios no pasara por nuestro quehacer educativo. No somos conscientes de su acción-permanente, ni captamos o sentimos su presencia. Por tanto, nuestro quehacer educativo no logra ser comprendido como un verdadero lugar teológico, como si Dios solo estuviera presente en momentos y lugares privilegiados distintos al proceso de aprendizaje. Por tanto, el presente escrito busca responder a la siguiente pregunta: ¿En qué sentido el acto educativo es un lugar teológico? El Dios de Jesucristo no solo se revela y se hace presente en la historia humana, en los procesos políticos y sociales en los que hay empobrecidos y marginados; hoy también lo podemos ver en los procesos educativos. Estos son generadores de espacios teológicos y muestran que no solo se puede hacer teología desde de la realidad dramática del pobre; también la educación es un elemento que posibilita la reflexión teológica tan válido como los otros lugares donde acontece Dios trino. Dios atraviesa todas las experiencias del ser humano y de manera silenciosa va recreando y actuando. Captar su acción creadora exige una atención especial para tomar conciencia, reconocer y acoger su oferta de salvación, que espera una respuesta libre de adhesión a su voluntad.

Realidad escolar La realidad escolar hace referencia a toda esa red intersubjetiva de relaciones en tensión1 que se entretejen en todo el sistema educativo, Por ejemplo, la tensión que surge entre el niño y el profesor cuando este último imparte una orden no basada en el sentido común y el niño desobedece; la no atención de los estudiantes a 1

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incluida la relación entre el plantel educativo y la comunidad educativa que se desarrolla en el día a día de la vida educativa escolar. También hace referencia a todos esos intentos que se hacen para posibilitar la formación del hombre nuevo, y por tanto, de sociedad nueva. La escuela como lugar para aprender a conocer y aprender a hacer Según José Bernardo Toro, la escuela constituye el lugar social del educador, entendida como la institución que va desde el pre-escolar hasta la universidad. Como “lugar” se pretende que sea ese ambiente donde se espera que de una manera sistemática se solucione o se prevengan los problemas considerados relevantes por la sociedad. La escuela es una institución que podemos definir como un contexto o un ambiente intencionalmente diseñado para aprender. Por eso una escuela no está definida por su planta física, sino por su proyecto educativo institucional (PEI).2

Sin embargo, no se desconoce que también las plantas físicas influyen en la concepción del modelo de escuela. Así, la escuela se concibe como un espacio de aprendizaje, donde los estudiantes –al interactuar con el ambiente y con la formación– van creciendo en experiencia y en conocimiento, y desarrollan sus capacidades y valores para actuar como ciudadanos activos y productivos en la sociedad. Una de las primeras capacidades es aprender a conocer. Este tipo de aprendizaje consiste en desarrollar habilidades y manejar unas herramientas del saber; puede comprenderse como medio o como fin de la vida humana. “En cuanto medio, consiste, para cada persona, en aprender a comprender el mundo que lo rodea. Como fin, su justificación es el placer de entender, de conocer, de descubrir.”3 Esto lleva a que los seres humanos aprecien cada vez más los frutos del conocimiento ciertas materias; la creciente violencia que se reproduce en la relaciones en la escuela, etc. Esto es solo por dar un ejemplo porque existen tantos cuantos contextos hay, y presentan diversos grados de complejidad. 2

Toro, “Perfil del educador de la escuela católica”.

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y de la investigación, despierten el asombro, la curiosidad intelectual, la admiración, la pasión y placer por la ciencia, hasta crear vínculos de amistad con la ciencia. Aprender a conocer y aprender a hacer van siempre juntos. No obstante, la última acción está más bien relacionada con la cuestión de la formación profesional, es decir, con aprender a poner en práctica los conocimientos en un mundo en constante transformación, en la cual muchas veces el trabajo es remplazado por las máquinas, que inmaterializan la acción humana.4 La escuela como lugar para aprender a convivir y aprender a ser Estos binomios no son menos importantes que los ya mencionados. De igual modo, son indisociables, pues al aprender a convivir se aprende a ser, y viceversa. Ante el gran crecimiento de la violencia que se evidencia actualmente, en la escuela, en la academia, según el padre Alberto Parra, la educación ha de asumir el gran reto de educar para la paz y la reconciliación integral de la persona: “En el estatuto actual del conocimiento, la academia no puede legitimarse a secas por la ciencia, sino por la ciencia al servicio de la justicia y de la paz.”5 En nuestro contexto latinoamericano, esta educación no se hace esperar. Aprender a vivir juntos es aprender a vivir con los demás. “La educación debe contribuir al desarrollo de cada persona: cuerpo y mente, inteligencia, sensibilidades, sentido estético, responsabilidad individual y social, espiritualidad.”6 Por ello, la educación ha de ser camino que posibilita a la persona crecer en libertad y convertirse en artífice de su propio destino. Los cuatro pilares que presenta las Unesco –aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir con los demás y aprender a ser– han

4

Ibid., 43-44.

5

Parra, Violencia total y paz real: indagaciones teológicas, 109.

6

Peresson, Evangelizar educando desde las áreas del currículo, 45.

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de caracterizar la educación del siglo XXI7 y no se han de limitar a una etapa de la vida o a un solo lugar. La educación supone un proceso permanente, dinámico, nunca concluido, siempre abierto a un plus. Una auténtica educación será la que conduzca al hombre de hoy a descubrir el sentido de su vida y un sentido para vivir y morir. La escuela, espacio donde se hace presente el Reino de Dios La perspectiva del Reino, por lo menos teóricamente, es más clara para las instituciones religiosas, pero es casi ausente –por no decir totalmente ausente– en la educación que imparten las instituciones estatales no confesionales. No obstante, los signos del Reino pululan y rebosan en la práctica, pues donde hay un excelente trato humano a las personas hay Reino de Dios; donde hay signos reales de vida plena y abundante ahí está presente el Reino. La escuela es el espacio donde en los actos de conocer, hacer, convivir y ser se dan lugares privilegiados para que descubramos las semillas del Reino, que –como Jesús anunció– es una realidad presente entre nosotros: “Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha llegado” (Mt 4,17). Por ello, el acontecer del Reino de Dios no es privilegio de unos cuantos ni de ciertos lugares. Cada persona encarna las semillas del Reino, al tiempo que porta unos antivalores del Reino. La escuela o academia no ha de ser espacio privilegiado solo para la construcción del conocimiento, sino también del Reino de Dios y la inserción de su fe en el mundo contextual y particular. Así, la escuela se convierte en un verdadero nido del Reino y gestor de hombres nuevos mensajeros de la vida en plenitud, y vida abundante para la humanidad.

El acto educativo como acto salvífico Llegado a este momento de nuestro camino nos atañe entrar más a fondo en la pregunta que anima la presente investigación: ¿En qué sentido el acto educativo es un lugar teológico? Para intentar responder, nos 7

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situaremos en una comprensión pedagógica que llamaremos “pedagogía trinitaria, una pedagogía que se fundamenta en el amor del Padre, en el Reino encarnado y anunciado por el Hijo, y en la acción vivificante del Espíritu. Según Gustavo Gutiérrez, la teología es una palabra antropológica sobre Dios, que tiene su fuente en la autorrevelación de Dios al hombre. Éste hace su reflexión sistemática sobre su experiencia de fe de la revelación, de manera que la teología es el producto del hombre y de un pueblo situado socialmente; si cambia el lugar social, también cambia su horizonte hermenéutico. Por ello, es más justo hablar de “teologías”, en plural, y no de teología en singular. En efecto, hacer teología implica asumir el compromiso de emitir juicios teológicos sobre la realidad e interpretar la realidad a la luz de la fe. El acto educativo como aprendizaje supone un proceso continuo, una superación de los conflictos, un proceso humanizador; dicho en otras palabras, la verdadera educación debe tener como fin orientar al hombre para descubrir el sentido de su vida y el sentido para vivir y morir. En esta búsqueda de sentido de su ser existencial que se proyecta a dar plenitud a su vida, la persona no camina sola, pues la educación es un acto comunitario; es un acto humano pero también un acto divino. La acción del docente de teología se encamina hacia la comprensión de la revelación de Dios, que implica hacer una lectura teológica de la realidad. Su campo de acción no se encuentra dentro del trabajo con la infancia, ciclo básica primaria y básica secundaria y media, sino en niveles de reflexión pastoral, sea de manera formal (universidades y centros de formación) o informal (el culto, la educación en la fe como la catequesis). En cambio, la acción del profesor de la educación religiosa escolar (ERE) está orientada a “potenciar y desarrollar la dimensión religiosa en la formación de la persona”.8 Y su contexto de acción sí es la infancia, ciclos básica primaria y básica secundaria y media sin dejar de “brindar

Arquidiócesis de Bogotá y Secretaria de Educación, Orientaciones curriculares para la educación religiosa en el Distrito Capital, 17. 8

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un aprendizaje orgánico y sistemático sobre el fenómeno religioso como experiencia humana, social y cultural”.9 La acción del docente, sea teólogo o profesor de la ERE, exige una reflexión sobre su praxis. A través de la reflexión sobre su saber pedagógico busca que su acto educativo se configure en camino de liberación integral, en pretexto para construir una nueva civilización solidaria consigo misma y con su entorno. Toda acción educativa del docente, en la medida en que es liberadora y transformadora de la realidad personal y social se convierte en acto salvífico.10 En este sentido, el profesor Hernando Sebá, nos recuerda: …la teología enriquece al acto educativo, por cuanto está en la base de una educación que busca la formación de la persona, en orden a su fin último, que es la salvación. Por eso la teología quiere que la educación sea expresión del plan salvífico de Dios.11

Dios se revela en la universidad, en el colegio, en la investigación, en la docencia, en los estudiantes, en la comunidad académica y científica, en toda la comunidad educativa. Este carácter revelador no puede ser ignorado por la educación, si quiere ser expresión del plan salvífico de Dios. Como acompañantes de procesos educativos que llevan al hombre a desarrollarse intelectual, social y humanamente sentimos la vocación de colaborar con ese plan.

9

Ibid.

Mario Peresson dedica todo un libro a la estrategia de evangelizar educando desde las áreas del currículo. En él cual reflexiona sobre el pasar de Dios por las diferentes etapas de formación de los estudiantes para obtener los conocimientos científicos; así, por ejemplo, el arte es un lugar teológico. No hay conocimiento humano que no esté permeado por la acción de Dios. Por su parte, el padre Alberto Parra, en su libro, Violencia total y paz real: indagaciones teológicas, habla sobre una pastoral educativa en la casa de la ciencia, el acto educativo en perspectiva cristiana, el acompañamiento cristiano de los adolescentes, jóvenes y adultos en estado de formación académica. El profesor Hernando Sebá sugiere una teología de la educación, en tanto que la verdadera educación se propone la formación de la persona humana en orden a su fin último que, en cristiano, es su salvación. La auténtica educación es, pues, expresión del plan salvífico de Dios. Los educadores (los educadores universitarios y los teólogos, en cuanto educadores) somos colaboradores de ese plan. 10

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Sebá, “Universidad, teología y pedagogía”, 487. reflexiones teológicas 8 (37-56) julio-diciembre 2011. bogotá, colombia

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Cuando se habla de revelación se quiere decir que Dios se manifiesta y se autocomunica a sí mismo12, a sus hijos, para dejarse reconocer, y estos, al reconocerle, entran a su misterio. Los lugares donde Dios se da a conocer son muchos: la persona humana, la historia, el cosmos, la cultura, la educación, la realidad en su totalidad. Dios revela su voluntad y su proyecto de salvación, a los cuales el hombre debe responder con la obediencia de la fe. Cristo es la respuesta más elocuente a la voluntad de Dios y la máxima verdad de la revelación, porque dice quién es Dios y quién es el hombre. En sintonía con nuestro proceder reflexivo nos preguntamos: ¿Qué sería de la historia humana si no se hubiera convertido en historia de salvación por la pedagogía del amor de Dios? El amor gratuito, fiel e infinito de Dios es el “kairós” que sucede en el “cronos” histórico, es el tiempo de Dios, que es plenitud de amor y de gracia. Veamos a continuación en que consiste la “pedagogía trinitaria”. Pedagogía del Padre: una pedagogía del amor La pedagogía de Dios Padre, fuente y modelo de una pedagogía del amor, consiste en la salvación de la persona, que es el fin de la revelación. El Padre salva por puro amor y su amor es salvación. Esto queda consignado en la Sagrada Escritura. Ella nos presenta a “Dios como padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona (individuo o comunidad) en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez del hijo libre, fiel y obediente a su Palabra”13; pero esta madurez que se alcanza en Cristo y mediante el Espíritu Santo culmina en la participación de la vida de Dios y de su misterio, fin último de toda la creación. Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cfr. Ef 1,19): por Cristo la Palabra hecha carne, y con

Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática “Dei Verbum”, sobre la divina revelación, Nos. 1-6. 12

13

Congregación para el Clero, Directorio general para la catequesis, No. 139.

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45 el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina (cfr. Ef 2,18; 2P 1,4). En esta revelación, Dios invisible (cfr. Col 1,15; 1Tm 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata a ellos (cfr. Ba 3,36) para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios y de la revelación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación.14

De este modo, se establece la íntima relación que mantiene Dios con su pueblo, con el mundo, con la historia y toda la humanidad, una relación que se desarrolla en la alianza, en la fiel liberación y en la promesa. No se alcanzaría a hablar en este escrito de las actitudes que dan lugar las intuiciones teológicas, pero intentemos aproximarnos a algunos rasgos que Dios Padre revela de su pedagogía del amor: Dios Padre no es un Dios lejano como el de los filósofos; todo lo contrario, es alguien cercano, que se compromete a caminar con su pueblo, de múltiples maneras, y a través de mediaciones concretas se hace presente. Por ende, la pedagogía del amor es una pedagogía de acompañamiento. Dios se compromete a hacer camino con el hombre, como si fuera alguien extraño que va a su lado, sin entablar un diálogo, y su amor implica una relación profunda de amistad y de encuentro permanente. En esta relación permanente y profunda se van descubriendo los valores inviolables que Dios mismo hace comprensibles. Si se trata de una pedagogía del amor del Padre, él no busca la muerte de ninguno de sus hijos. La pedagogía del Padre siempre está en favor de la vida, vida que él mismo recrea, renueva y hace abundante. No es para menos que el amor gratuito de Dios entregado exija por sí mismo una respuesta en libertad y con responsabilidad.

Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática “Dei Verbum”, sobre la divina revelación, No. 2. 14

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La pedagogía del Hijo: una pedagogía del Reino La siguiente cita sintetiza de manera diáfana y concisa el perfil de Jesús como maestro y los pasos pedagógicos de su programa de formación con sus discípulos: Jesús cuidó atentamente la formación de los discípulos que envió en misión. Se presentó a ellos como el único maestro y al mismo tiempo amigo paciente y fiel; su vida entera fue una continua enseñanza; estimulándoles con acertadas preguntas les explicó de una manera profunda cuanto anunciaba a las gentes; les inició en la oración; les envió de dos en dos a prepararse para la misión; les prometió primero y envió después el Espíritu del Padre para que les guiara a la verdad plena y les sostuviera en los inevitables momentos de dificultad. Jesucristo es “el maestro que revela a Dios a los hombres y al hombre a sí mismo; el maestro que salva, santifica y guía, que está vivo, que habla, exige, que conmueve, que endereza, juzga, perdona, camina diariamente con nosotros en la historia; el maestro que viene y que vendrá en la gloria.15

Jesús no solo fue original como maestro16; fue formado en la escuela del hogar de Nazaret17, fue un conocedor de su mundo social; su sabiduría le provenía de una profunda experiencia de Dios como Padre, Abba. Como verdadero maestro trajo una novedad: enseñó a sus discípulos una nueva doctrina, con autoridad, con su vida y con su ejemplo.18 Aquéllos continuaron la pedagogía que recibieron en la experiencia directa que tuvieron con el Maestro. Dicha pedagogía fue consignada después por ellos en los evangelios, donde encontramos los rasgos fundamentales de la pedagogía de Jesús: acogida del otro, en especial, del pobre, del pequeño, del pecador como persona amada y buscada por Dios; el anuncio del Reino; un estilo de amor tierno que libera del mal y promueve la vida; la invitación a vivir firmes en la fe en Dios, alegres en la esperanza y comprometidos en el amor al prójimo; el empleo de recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el

15

Ibid., No. 137.

16

Ver Lc 2,11; Mc 14,14; y Mt 26,18.

17

Peresson, La pedagogía de Jesús, maestro carismático popular, 57-80.

18

Ibid., 87-103.

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silencio, la metáfora, la imagen, entre otros.19 La pedagogía de Jesús es una pedagogía centrada en la persona humana de manera integral. En nuestro tiempo, la pedagogía se centra más en el concepto que en la persona humana. La pedagogía divina alcanza su plenitud gracias a la kénosis y encarnación del Hijo. Él lleva a su límite máximo la pedagogía amorosa del Padre al implantar el Reino de amor y de justicia, por lo cual invierte toda su existencia hasta dar la vida, pues tenía muy claramente definida su misión y su plan educativo: Jesús educa en función de la realización de la utopía de Dios de la cual es portador: la irrupción de un nuevo mundo, de una humanidad renovadora según el proyecto original nacido del corazón de Dios […]. No podemos, entonces, comprender la pedagogía de Jesús, fuera de ese proyecto evangelizador, que constituye el horizonte y sentido último de su praxis educativa. La pedagogía de Jesús es evangelizadora: mediación, signo e instrumento de Buena Nueva de la liberación, de la comunión y de la vida en plenitud para la humanidad.20

Otro rasgo que caracteriza la pedagogía del Reino es el encuentro profundo del Maestro con el discípulo, encuentro que permite descubrir el ser del hombre, renueva y modifica la existencia. Es propio de Jesús hacerse el encontradizo y dejarse abordar por la gente. De aquí que el acto educativo sea una relación personal, un encuentro humano, que facilita el autodescubrimiento, que saca del anonimato y de la aparente insignificancia a las personas. En esta medida, la pedagogía del Reino es una pedagogía performativa: Jesús hace lo que dice. Toda la palabra y la acción de Jesús se relacionan con la utopía de Reino. Ésta se enmarca en la tendencia del constructivismo (porque es una relación no directiva mediadora de procesos cognitivos), de la tendencia liberadora (la relación es de igual a igual en sentido horizontal) y la tendencia comunicativo-critica (el maestro es facilitador de diálogo). Por pedagogía se entiende la teoría práctica de la educación, que va más allá de la simple definición etimológica del término que significa 19

Ver Congregación para el Clero, Directorio general para la catequesis, No. 140.

20

Peresson, La pedagogía de Jesús, maestro carismático popular, 117-118. reflexiones teológicas 8 (37-56) julio-diciembre 2011. bogotá, colombia

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líder, que dirige al niño. Este concepto se diluye en la didáctica y en la metodología de la enseñanza. Muchas veces se ha parcializado, olvidando al sujeto como persona y priorizando los contenidos. No solo olvidó al sujeto sino que desplazó el amor, la libertad y la vida. En la pedagogía trinitaria, la pedagogía del Hijo solo se desarrolla en un contexto y en condiciones económicas, sociales, políticas y religiosas determinadas. Es una pedagogía muy bien situada en el mundo real. Jesús configura una pedagogía del seguimiento al servicio del Reino de Dios, y forma discípulos para el seguimiento. Mario Peresson nos presenta el modo cómo enseñaba Jesús21: con amor y con autoridad, fruto de su servicio a los demás. De este modo de educar se pueden intuir otras características de la pedagogía del Hijo: la encarnación, la solidaridad, la crítica, los signos, el camino, la praxis: educar por y para la práctica. La teología y la pedagogía trinitaria dialogan desde la reflexión de Dios en el amor, la libertad y la vida, y construyen al sujeto como persona. La pedagogía del Espíritu: una pedagogía vivificadora El Directorio General para la Catequesis brinda elementos para hablar de una pedagogía trinitaria cuando nos describe la acción del Espíritu Santo en todo cristiano22 en términos de un proceso no de una pedagogía. Veamos entonces en qué consiste la pedagogía del Espíritu. El Espíritu tiene como misión santificar23, vivificar, dar vida, guiar a la verdad, hacer posible la comunión, lograr la unidad en medio de la diversidad. El trípode de la “pedagogía divina” se completa con la acción del Espíritu, que por ser una acción santificadora, dinámica y de vida, da lugar a una pedagogía vivificante de la acción educativa. Así, nuestro quehacer educativo es dinamizado e inspirado por el Espíritu mismo de Dios. El Padre es siempre creativo con su presencia y nos sorprende cada día. Si la encarnación fue el camino de Dios hacia 21

Ibid., 247-380.

22

Congregación para el Clero, Directorio general para la catequesis, No. 142.

Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática “Lumen Gentium”, sobre la Iglesia, No. 4. 23

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el hombre, desde la resurrección, el Espíritu es el camino de regreso del hombre a Dios. Ahora vivimos el tiempo del Espíritu de Dios, que no es otra cosa que la nueva presencia de Dios en nuestra realidad. Jesús no enseña nada diferente a lo que enseñó el Padre: el Espíritu no enseña nada que sea contradictorio a lo que enseñaba el Hijo; por tanto, el Espíritu nos recuerda todo lo que ha dicho y ha hecho el Hijo, y eso mismo que nos transmite el Espíritu del Maestro es lo que debemos enseñar como educadores. Podemos decir que el Espíritu, como revelador de la verdad, nos saca de nuestra ignorancia, trabaja desde el interior del hombre, lleva a feliz término las enseñanzas del Maestro. Como docentes coeducadores de Dios Maestro, estamos llamados a dejarnos animar por el Espíritu divino, para revelar a Dios con nuestro testimonio de vida y no solo con nuestras palabras. De esta manera, todo verdadero aprendizaje se fundamenta en el Espíritu. Es Dios mismo con su Espíritu quien acompaña todo proceso de conocimiento, moviendo y animando la historia, independientemente de que nosotros le ayudemos o no. Ciertamente el Espíritu del Resucitado sopla en la comunidad educadora y alimenta la utopía del Reino, al abrir siempre un plus. En esta medida, el Espíritu puede ser llamado, con justa razón, el gran pedagogo de la utopía: porque incita a soñar cosas grandes, enseña al hombre a interpretar su realidad y los signos de los tiempos de la historia. La educación fortalecida, alentada por el Espíritu logra vencer los temores, el miedo, las tinieblas, las dificultades, sobre todo, en este tiempo difícil y crucial de nuestros pueblos y países latinoamericanos. Una pedagogía permeada por la acción santificante de Dios es una pedagogía vivificadora para nuestros tiempos, en los que presenciamos cada vez más fuerte una cultura de la muerte en correlación a una cultura de la vida.

La educación como proceso de personalización La finalidad más sublime de la educación es aportar a la humanización del hombre, para que él sea promotor de la reconciliación y la paz.24 Con 24

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ello garantiza, en su búsqueda, la reconstrucción de la sociedad y de los sujetos, la dignidad personal, la igualdad fundamental, la identidad y la diferencia, como derechos de cada hombre y mujer. Estos mismos principios están garantizados por la práctica pedagógica de Jesús. “El Sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el Sábado” (Mc 2,27). Por consiguiente, la pedagogía de Jesús tiene como centralidad la persona humana y su realización plena. Jesús reafirma en su enseñanza, y particularmente con su práctica, el valor absoluto de la persona, frente a la cual todo debe ser relativizado y en función de cuya realización todo debe orientarse. Ni las instituciones, ni las leyes, ni las tradiciones, por más sagradas que sean, pueden absolutizar y mucho menos ser manipuladas para legitimar la opresión o instrumentalizar las personas. Todo, absolutamente todo, debe supeditarse al bien y la vida de las personas, máxime si son los pobres y excluidos. Lo más sagrado para Jesús es la persona humana, particularmente los empobrecidos, y la realización de su vida en toda su plenitud está antes que todo.25

Si de formar personas se trata, antes que despersonificar como docentes hay que recorrer la vía procesual, haciendo de ella una práctica liberadora frente a las amenazas que atentan e impiden el proceso de personalización. Esto implica –según la perspectiva de Peresson– una actitud profética26 en nuestra misión como educadores: una actitud que denuncie y anuncie una palabra de esperanza, proponga una transformación real. No habrá sociedad nueva si no no hay seres humanos nuevos. Pedagogía centrada en la liberación integral Paulo Freire tiene una obra clásica en educación que ha sido muy acogida en nuestro tiempo: La educación como práctica de libertad, que es todo un programa pedagógico en el cual se afirma que la educación liberadora centrada en la persona humana busca ayudar a que el hombre reconquiste

25

Peresson, La pedagogía de Jesús, maestro carismático popular, 216.

Para profundizar en este tema, se recomienda el libro de Peresson, Misión profética de la educación católica en los umbrales del tercer milenio. 26

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su libertad; su meta es educar en y para la libertad. No existe libertad sin verdad. El hombre es creado para ser libre en el espíritu de la verdad. El propósito de una verdadera educación no es formar personas intelectuales sin sentimientos, o personas de gran corazón sin capacidad reflexiva crítica y sin ética; es atender a las exigencias de todas sus dimensiones. Una pedagogía que busque este supremo objetivo no puede permitir la opresión de unas estructuras económicas, sociales, religiosas y políticas, generadoras y alimentadoras de un sistema de marginación, de exclusión, de pobreza y de destrucción. Pedagogía que construye una red intersubjetiva de comunión La siguiente cita ilumina muy bien nuestra reflexión en este punto: A la academia corresponde un nuevo diseño dialógico e integrador de las ciencias naturales, de las humanísticas y de las sociales en un orden teleológico de convergencia, para crear patria, para hacer ciudad, para posibilitar la comunidad nacional económica, cultural y política. Y es la comunidad de las ciencias la que puede crear en la academia, en los salones de clase y en los laboratorios, los hábitos de la relación intersubjetiva e interpersonal, las visiones de conjunto, la interacción y la convergencia de los saberes metódicos, la reciprocidad y el intercambio, el acercamiento de la lejanía de lo otro, el establecimiento de comunidades de amigos y de hermanos.27

En consecuencia, pensar el acto educativo como lugar teológico, y por tanto, como acto salvífico, es construir una red intersubjetiva de comunión. Ella consiste en la conexión e intercomunicación entre sujeto-sujeto, no entre sujeto-objeto; y también en construir unidad en la diversidad, buscando medios de comunicación que liberen del ensimismamiento absoluto para llegar a ser un nosotros. Al respecto Boff nos recuerda: En cada existencia humana descubrimos las siguientes relaciones: siempre hay una relación yo-tú. El yo nunca está solo. Es también siempre un eco de un tú que resuena dentro del yo. El tú es otro yo, distinto, abierto al yo del otro. En ese juego de diálogo yo-tú es donde la persona va construyendo su personalidad. Pero no existe solamente el diálogo yo-tú. Existe también la comunión entre

27

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52 el yo y el tú. La comunión surge cuando el yo-tú se expresa juntos, cuando superan el yo y el tú y, unidos, forman una relación nueva que es el nosotros.28

Esta comunión entre personas solo se logra por medio de un proceso de personificación. Claro está que se requiere un giro antropológico en nuestra comprensión de la persona humana. Creemos que una comprensión más sana, justa y acertada se puede explicitar desde la perspectiva de la Trinidad. Nos hacemos persona-red intersubjetiva porque en nuestras estructuras humanas se funda esa capacidad de relacionarnos los unos a los otros. De otra forma se vuelve imposible ser persona. Somos creados a imagen y semejanza de la Trinidad, que es intersubjetividad en relación intrínseca. Por tanto, la red intersubjetiva significa decir no a la individualidad, no a la incomunicabilidad y no a cualquier ensimismamiento absoluto. Desde la comunidad trinitaria se puede comprender que la persona humana es un ser relacional, capaz de convivir con los otros construyendo una red intersubjetiva. Si en las tres personas trinitarias hay intersubjetividad29, entre las personas humanas no tiene por qué estar ausente este aspecto relacional. Una pedagogía constructora de una red intersubjetiva tiene presente que dicho proceso de ser persona está enmarcado en el plan salvífico de Dios Padre para el hombre.30 Dios convoca, llama, elige, salva pero en un proceso de deificación. Él llama a personas no a cosas ni a animales. El Hijo revela la persona humana en su plenitud. El Espíritu es el hacedor de la persona humana en el Hijo. Su misión consiste en hacernos personas humanas al estilo de Cristo agradables al Padre. Él logra la unidad en la diversidad que somos. En conclusión, la persona humana es el sujeto intersubjetivo elegido, convocado y reunido por el Padre, hecho Hijo de Dios y deifi-

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Las personas trinitarias son iguales (en su naturaleza), diferentes (en su mostración), y unidas (en la universalidad). El ser de Dios es uno, pero capaz de relacionarse de manera diferente. Por tanto, el modo de convivencia entre personas queda establecido. 29

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cado en Jesucristo por el Espíritu Santo que guía, vivifica, santifica y unifica. La persona humana es obra de la acción trinitaria. El hombre puede ser perfecto solamente siendo persona, es decir, viviendo en relación con los demás. “Al igual que Dios ‘es’ lo que es en su naturaleza, ‘Dios perfecto’, solo como persona, el hombre en Cristo es ‘hombre perfecto’ solo como hipóstasis, como persona, es decir, como libertad y amor.”31 Convertir nuestro quehacer educativo en acto salvífico exige una pedagogía, que por la acción trinitaria posibilite las condiciones necesarias y acertadas en los sujetos para que estos sean eficientes, capaces de vivir humanamente conviviendo entre personas, iguales, diferentes y unidas, a pesar de la diversidad que nos constituye en personas ricas porque no pensamos igual, no creemos en lo mismo, no sentimos lo mismo, no revelamos a Dios de la misma manera. Tal pedagogía ha de lograr que el sujeto se comprenda como persona humana, pero en un estar siendo y construyendo aquella red intersubjetiva entre quienes tenemos que convivir en libertad, en comunidad, en igualdad, en justicia, en los valores del Reino, en fraternidad y en la Trinidad.

Conclusión Por lo expuesto, cabe afirmar que toda teología auténtica y sana reconoce que todo lugar es lugar de Dios, lugar donde se manifiesta y nos revela su proyecto salvífico de amor. Por tanto, la educación en cuanto proceso de personalización, de humanización, de plenificación o deificación del hombre es también un lugar privilegiado en donde Dios se nos revela hoy. En consecuencia, el acto educativo se convierte en acto salvífico que se fundamenta en el amor que libera, da plenitud y vivifica. Así, el acto educativo es un punto de partida para el quehacer teológico y un punto de llegada para enriquecer al mismo. Se trata de una teología que libere la educación de aquella otra educación que ha sido manipulada para reproducir muerte en vez de vida abundante. Todo

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lo que no genera ni da vida en abundancia no es estimable mantenerlo mucho menos promoverlo. En la humanización de la educación, la finalidad es el fortalecimiento integral de cada persona mediante un proceso que se propondría en la pedagogía trinitaria, tanto en el espacio de la escuela como en otros escenarios de formación, manteniendo una reflexión permanente acerca del actuar de Dios en los diferentes procesos de aprendizaje, que se da en las áreas del conocimiento y en la comunidad educativa. Queda abierto el camino para profundizar en cómo diseñar la aplicación de la pedagogía trinitaria en los contextos educativos particulares, tanto en colegios confesantes y no confesionales.

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