"EDUCAR EN UNA RESIDENCIA DE ACOGIDA DE MENORES"

"EDUCAR EN UNA RESIDENCIA DE ACOGIDA DE MENORES" Javier Echarren. Educador y psicólogo Notas para la presentación en el "Coloquio interdisciplinario: ...
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"EDUCAR EN UNA RESIDENCIA DE ACOGIDA DE MENORES" Javier Echarren. Educador y psicólogo Notas para la presentación en el "Coloquio interdisciplinario: Prácticas y dispositivos de prevención con la infancia" Madrid, 13 noviembre 2009. Trabajo como educador del turno de noche en la Residencia Infantil de Acogida Hortaleza, centro que pertenece al IMMF de la Comunidad de Madrid. Les presento unas notas sobre la vida de los menores allí y la posible labor de un educador.

Ingreso de los menores en el centro.Los menores que ingresan en el centro son entrevistados en primer lugar por uno de los educadores. Este primer contacto con el menor adolescente (chico o chica) ayuda a contener emocionalmente y a enfriar la situación. Además, el chico-a explica de forma libre qué es lo que le ha ocurrido y por qué sus padres no pueden seguir haciéndose cargo de él. En la conversación pueden surgir preguntas acerca de su historia, que ayudarán a hacernos una idea del caso y cómo podemos trabajar con él. No se siguen protocolos ni cuestionarios rígidos sino que se trata de dar un enfoque personalizado a esas entrevistas. Una vez que se determinan las principales coordenadas del caso se decide si la Residencia es el lugar donde debe quedarse ese menor y, si es así, comenzará el trabajo educativo. Es posible que retorne a su domicilio después de una estancia corta en nuestro centro. Después de esa primera entrevista, se satisfacen necesidades de orden material, como el vestido, el alimento, el aseo… También se le asigna una habitación que compartirá con otros menores del mismo sexo. Y se le presentará a sus compañeros de habitación. El educador también ejerce una función de control por lo que tiene que explicar al menor cuáles son las normas del centro que, mientras viva en él, deberá cumplir. Las normas se refieren a ciertas prohibiciones y limitaciones, como no fumar, no poder salir del centro sin permiso y no poder llamar por teléfono. El menor debe entregar también todos sus objetos personales y ropa y utilizará a partir de ese momento solo la ropa del centro. A estas normas y a la forma de abordar su transgresión luego me referiré. En los días siguientes a su ingreso, será atendido por el médico, el maestro, la psicóloga y la trabajadora social. Nuestro centro tiene como prioridad que los menores sólo permanezcan el tiempo necesario para realizar un diagnóstico de su situación familiar y derivarlos al recurso más adecuado para ellos (piso de autonomía, residencia infantil, recursos de adultos o de mujer…). Por tanto, se trabaja para que sea lo menos traumática posible para el menor su estancia en la institución. Si bien es cierto que, debido a problemas presupuestarios, cada vez se prolonga más la estancia de los menores debido a la falta de recursos de protección, tanto públicos como privados. Por ello, muchas veces se opta por la reincorporación familiar en casos que no están demasiado claros.

Motivos de ingreso.Los motivos para que ingrese un menor en Hortaleza son muy heterogéneos. Podemos hablar entre otros de alcoholismo o toxicomanía de los progenitores, malos tratos o fuga del hogar, enfermedad mental, conflictos de los padres, menores emigrantes no acompañados (MENA), etc… Entre las nacionalidades que atendemos las tres más destacadas son la española, la marroquí y la

rumana. Después, las de otros países de Latinoamérica (como Ecuador, Colombia, Perú, Bolivia…) y del resto del mundo (China, países del Este y del África Subsahariana). Por ello, en el centro conviven distintas culturas, idiomas y costumbres, lo que supone una dificultad añadida. Si bien, es destacable que en nuestra residencia no se ha observado hasta ahora ningún fenómeno de rechazo por motivos étnicos.

Normas y transgresiones.Los menores tienen que respetar una serie de normas y prohibiciones: no poder fumar o llamar por teléfono cuando ellos quieren, restricción en las salidas, unas rutinas diarias con unos horarios más o menos rígidos... Sin embargo, son muy raras las transgresiones y normalmente se respetan las normas. Aunque, si se prolonga la institucionalización es frecuente que empiecen a desobedecer las normas y a desafiar a los educadores que se esfuerzan en su observancia. Por ejemplo, pueden aparecer fugas, fumar o consumir drogas, pequeños robos, falta de orden y aseo personal e incluso faltas de respeto. ¿Cómo se trabaja con la transgresión? Es habitual que surja el conflicto cuando el menor desea hacer una cosa y el educador-adulto se lo prohíbe. En esas situaciones es donde el educador se juega su posición de autoridad. Al contrario de lo que opinan algunos profesionales sobre el uso de la sanción y el conflicto como método único de trabajo, yo considero que sin rehuir el conflicto, se puede abordar mediante el diálogo y la puntuación e interpretación de lo ocurrido, lo que puede ayudar a un cambio en la posición subjetiva del menor. Esto es muy difícil pues muy frecuentemente los chicos-as desafían abiertamente al educador y éste, cayendo en la trampa imaginaria que se le tiende, puede responder de forma especular defendiéndose y haciendo valer su condición de autoridad con lo que provoca más insultos o provocaciones.

El vínculo entre menores y educadores.Como la permanencia de los chavales en el centro va a ser breve, no hay mucho tiempo para establecer un vínculo significativo con alguno de los educadores. A pesar de ello, tratamos de ayudarles a verbalizar los problemas que tienen y a situar sus dificultades. En ocasiones, se niegan a comunicar nada. Cuando no hay nada que decir, a veces es necesario que el educador cuente algo de sí mismo. Esto rompe el hielo. En el caso de una chica china de 16 años que había denunciado a sus padres por maltrato, estuvo durante muchos días sin hablar ni relacionarse con ninguna de sus compañeras. Se mostró más cercana en el momento en que nos mostramos interesados por su origen, sus aficiones y sus opiniones sobre la vida en España. Existe una forma de sortear estos obstáculos y es que el educador se posiciones desde otro lugar, no como un agente reeducativo y de control, sino que escuche como sujetos a los menores tiene a su cargo. Como defendía Lacan, pasar del discurso del Amo al discurso de la histérica, que fue origen del discurso del Psicoanálisis, a partir del cual se puede desvelar la verdad del sujeto. Esto implica entender que más allá está el ritmo individual de cada sujeto. Si bien las normas son necesarias porque regulan la convivencia (p.ej. se necesita cumplir unos horarios y unas rutinas básicas de levantada, comidas, escuela y acostada) y establecen límites a lo que está permitido para el sujeto y para los agentes educativos, también por el contrario pueden convertirse e un elemento homogeneizador en las instituciones. Siempre nos movemos en el límite entre la homogeneidad de las normas y la personalización de la acción educativa.

¿Cuáles son las dificultades de este trabajo?.Nos enfrentamos a situaciones angustiosas porque los chicos-as que llegan a nuestro centro vienen de hogares rotos y éste es su último recurso. Portan sobre ellos mismos las marcas físicas y psíquicas de años de desatención a todos los niveles, afectivo, emocional, material, educativa...El peso de esta problemática recae sobre los propios educadores.

Otra dificultad es la derivada de la complejidad de trabajar con una gran heterogeneidad de casos: en nuestro centro conviven chicos con trastornos de conducta, con inmigrantes que han venido a España en patera y con otros chavales que han sido maltratados por sus padres. Todos y cada uno de ellos tienen necesidades particulares que hay que atender. También complica las cosas los diferentes enfoques de la relación educativa que conviven en una residencia: desde modelos basados exclusivamente en la sanción hasta enfoques donde se privilegia el trabajo individual con el menor, con todo lo que eso implica.

La cuestión de los límites.Freud afirmaba que hay tres profesiones imposibles – gobernar, educar y psicoanalizar. Esto significa que el ser hablante no es totalmente gobernable, ni totalmente educable, ni totalmente psicoanalizable. Y esto ocurre a pesar de lo bien que se haga, por muchos conocimientos que se tengan y por buena voluntad que se ponga, el resultado nunca satisface del todo. Por ello es importante plantearse la cuestión de los límites. En cuanto al sujeto, no todo es educable, hay que contar con su consentimiento. Y en cuanto al educador, no sólo está limitado en cuanto a su saber y su técnica sino también en cuanto a sus ideales subjetivos. Por ejemplo, no es necesario convertir en todos los momentos que vive un adolescente en educativos. Es bastante persecutorio este afán educativo. Se está generalizando una moda a convertir todo el tiempo libre de los adolescentes en talleres donde se tratan de modelar actitudes. Un ejemplo son los conocidos talleres de habilidades sociales; pero también nos referimos a cualquier contenido que busca mantener ocupado a los menores (desde pintar camisetas hasta hacer macramé...) sin ninguna funcionalidad ni para la integración social del menor ni para su formación académica. La filósofa Hanna Arendt ha argumentado en contra de este avasallamiento del individuo por medio de la llamada “educación en valores”, que esconde según ella una coacción sin el uso de la fuerza.

Fases de la institucionalización.Los menores que están en la residencia pasan por cuatro fases características: 1ª) Fase de Ingreso. Sus primeros días en la Residencia son vividos por el menor con un cierto alivio porque supone en primer lugar un corte en su vida diaria (p.ej. salir de un hogar con peleas continuas o estar en una escalada de transgresiones o actos delictivos) y una ayuda para empezar a ocuparse de sus dificultades (al tener satisfechas sus necesidades más acuciantes de comida, alojamiento y vestido, como sucede en los casos de los MENA). Tras esos primeros días, donde no hay apenas exigencias, se pone a una fase donde el menor se va adaptando a la vida del centro. 2ª) Fase de Adaptación a la vida del centro. Es un periodo de calma, en el que los menores encuentran la compañía y el cariño de sus iguales y de los educadores del centro. Los chavales durante esta fase apenas cometen transgresiones y respetan la mayoría de las normas del centro. Aguantan bien la imposibilidad de ver a su familia y amigos. Cuando cometen pequeñas transgresiones, lo hacen de forma oculta evitando la confrontación. Su bienestar en esta fase dependerá de cómo se integre en el grupo de iguales y de su aceptación por ellos como un miembro más del mismo. Esta fase puede durar varias semanas que, desde el punto de vista institucional, sirven como periodo de observación para una posterior derivación a un recurso. 3ª) Fase de Crisis.La prolongación de la estancia en el centro empieza a generar sentimientos de inquietud en los menores. Se les dijo que iban a estar temporalmente y se dan cuenta que no se soluciona tan rápido su situación familiar. Llevan mal la disciplina del centro. En ese momento, si se prolonga ese tiempo de espera, pueden aparecer ya transgresiones que supone la ruptura del pacto del menor con la institución. Por ejemplo: aprovechan la salida solos del fin de semana para no volver el domingo a dormir; cuando desafían abiertamente a los educadores poniéndose a fumar o discutiendo sobre la comida, la ropa, el maquillaje, el estado del centro. Su vida en el grupo se hace más difícil al ver que la mayoría de los compañeros-as ya no están pues se han ido yendo a sus recursos. Y también se observan alianzas y formación de bandos reunidos en

torno a líderes que mantienen rencillas constantes entre sí. Es una fase muy delicada en la que los adolescentes viven el centro como una cárcel y si no se les asigna un recurso de forma rápida, puede conducirles al conflicto con la institución. 4ª) Fase de Salida. Los menores generalmente no conocen la fecha ni el lugar a donde se les va a derivar. El momento de la salida puede ser vivido de una forma muy explosiva por algunos de ellos, rechazando al centro y a los educadores, verbalizando claramente su desprecio a lo que han vivido durante ese mes y medio de estancia en la institución. Y a la inversa, en otros casos, se despiden de forma muy emotiva del resto de los menores, les hacen regalos y agradecen a sus educadores el trato que han recibido.

¿Es posible el psicoanálisis en las instituciones residenciales para menores?.Defiendo la utilidad del Psicoanálisis como modelo teórico que nos ayuda a entender el trabajo educativo con los adolescentes. Aunque estamos remando contra corriente pues hoy en día están plenamente vigentes los modelos positivistas en Educación y en Servicios Sociales. Parten de una concepción del sujeto como un conjunto de habilidades y competencias a desarrollar. Entienden la salud psíquica como un estado de homeostasis a tres niveles, biológico, psicológico y social. Se configura como un ideal unificador de salud. Las problemáticas sociales de los menores se conciben bien como trastornos médico-psiquiátricos o bien como déficits en la socialización. Las respuestas a dar son congruentes con esta visión: o bien la farmacología (que anestesiará al sujeto y dará alivio a su entorno) o bien las propuestas cognitivo-conductuales o sus derivados (que tratan de modelar al sujeto con diferentes talleres de habilidades sociales, programas de autoestima, etc.). Frente a ello, el Psicoanálisis, que es rechazado (si no digerido, ofreciendo una versión light del mismo) por los prejuicios al uso (“está desfasado”, “no todo es sexual”, “es muy largo”), a pesar de ello podría ofrecer una vía fructífera de trabajo en las instituciones.

Propuestas de trabajo.-Partir de la premisa de la existencia de un sujeto. El sujeto entendido no cómo el sujeto de la ciencia, cartesiano, en una dualidad mente-cuerpo, dotado de una serie de facultades, sino como un sujeto dividido, propio del psicoanálisis. Atender la particularidad del sujeto, frente a la uniformidad y a la homogeneización. No ceñirse a las informaciones previas acerca de los chavales. Hacer signo de pregunta sobre los comportamientos molestos de los menores. Apuntar a la travesía de la pura queja-demanda a la formulación de un síntoma. Destituirse de ocupar el lugar del Otro del Saber. En esa destitución de saber, el profesional puede autorizarse en el grupo. De ahí la importancia de las reuniones del equipo. Dejarse interrogar, dar lugar a la invención. El profesional orientado por el psicoanálisis tendrá mayor capacidad para escuchar las dificultades propias del niño o adolescente que tiene delante en cuanto que él mismo ha podido rememorar su propia niñez en su análisis personal. Entender que muchos conflictos que suceden en la relación entre sujeto y agente educativo (adolescente-educador) tienen su origen en la forma que tiene el profesional de responder a las demandas. Esto sugiere que hay que tener en cuenta que la necesidad no es igual a la demanda y ambas son distintas del deseo. En general, no hay que responder directamente a la demanda. Esto conduciría a taponar el deseo. Hay que sostener el lugar del sujeto como deseante. Muchas veces en las instituciones, los profesionales trabajan desde el lugar del ser y no desde la profesionalidad (una cuestión llena de peligros). Los cargos directivos en los centros generalmente son en general ocupados por personas poco críticas y obedientes con el poder político. Existen también instituciones perversas en las que los sujetos están en el lugar del objeto de desecho y hay una producción de goce sin más dialéctica. Un camino posible para un tratamiento de los menores en desamparo: Insertar las conductas y los rasgos particulares del niño en los datos que conocemos de su historia. Historizar a un niño implica

intentar saber, por ejemplo, cuál ha sido su Otro de referencia y cuáles han sido sus modalidades de relación con él. Las conductas del sujeto no lo implican solamente a él, sino que esas conductas son las respuestas que él ha podido estructurar al mensaje que le venía del Otro. Conductas que muchas veces se quedan fijadas y se convierten en la forma de presentación del niño allí donde acude, sea la institución residencial o la escuela. El educador viene a encarnar para el niño el lugar que ha quedado vacante en la medida que lo han separado del otro familiar. Se trata de una representación; esto implica tres cuestiones: que representar a alguien no es lo mismo que serlo; que el niño buscará de manera inconsciente las respuestas a las que está habituado (como el hacerse castigar); que del lado del educador está el no responder donde el niño lo convoca, lo busca. Lo importante es darse cuenta del papel que a uno le toca cumplir como complemento o sustituto de unas figuras parentales que están ausentes o desautorizadas. Aquí termino mi intervención. Les agradezco mucho su atención. Con mucho gusto las preguntas que quieran hacerme. Javier Echarren Bailo Educador. Residencia Infantil de Acogida de Hortaleza [email protected]

contestaré a